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El laberinto de la honra Cuando pasan la pubertad, los jóvenes, que durante su infancia se han relacionado con individuos de su mismo género, cada ...

El laberinto de la honra Cuando pasan la pubertad, los jóvenes, que durante su infancia se han relacionado con individuos de su mismo género, cada uno de ellos dentro de los confines de su propia territorialidad, empiezan a constituir grupos mixtos en cuyo seno se van formando parejas, más o menos efímeras, que, generalmente, no llegan a trascender más allá del propio círculo de amigos. Tales contactos entre géneros opuestos no empiezan a cobrar importancia sino cuando, alrededor de los dieciocho o veinte años (la edad para las chicas suele ser menor), la relación adquiere un carácter más exclusivo. Y aunque el grupo sigue siendo durante algún tiempo el marco de referencia de la relación de la pareja, poco a poco comienza ésta a prescindir de aquél, momento en el que el asunto adquiere una dimensión más familiar y social. Con todo, tales indicadores de iniciación del noviazgo han ido perdiendo su significación tradicional, toda vez que el apartamiento del grupo de los jóvenes por parte de un muchacho y una muchacha, varias veces repetido, comportaba hasta no hace mucho un cierto compromiso entre ambos, mientras que hoy: ya no se hacen novios como antes. Antes, si se le hablaba a una muchacha más de dos o tres veces seguidas, ya se empezaba a decir que si erais novios y todo eso. Pero ahora no, ahora dicen que son ligues: hoy salgo con una y mañana con otra, pero sin hacer compromiso. Efectivamente, mucho han cambiado las pautas observadas en el noviazgo en las últimas décadas. Desde el ya desaparecido rapto de la novia, pasando por las cada vez más generalizadas relaciones prematrimoniales, hasta la convivencia de la pareja durante un cierto tiempo sin que haya mediado el matrimonio (sólo practicada por algunas parejas que residen en la capital), la manera de desarrollarse el noviazgo, y por consiguiente el proceso mediante el cual dos familias entran en relación institucional, ha sufrido algunas transformaciones. Aunque el rapto de la novia es una costumbre que tan sólo se encuentra en la memoria de los mayores, todavía no está muy alejada en el tiempo. Yo mismo, durante una estancia de trabajo de campo que realicé en el año 1977 en un lugar cercano, fui testigo de uno de estos acontecimientos. Pero vayamos por partes. Tras un cierto período en el que un chico y una chica mantienen relaciones más o menos asiduas, el joven debe iniciar un acercamiento a la casa de la novia, si es que tiene intención de formalizar la situación, pues, de no hacerlo así, pasado un tiempo prudencial preliminar, se puede interpretar que no va con buenas intenciones, que no da la cara, y que está poniendo en juego la reputación de la chica, la cual, presionada por los padres, se ve en la necesidad de cortar la relación. En tales circunstancias no se hace aconsejable prolongar en exceso el período previo a la formalización, porque —me decía una mujer— la juventud ya se sabe: los hombres siempre van a lo mismo, y claro, eso es normal; lo que pasa es que cuando una muchacha pasa mucho tiempo saliendo con uno sin que se hagan novios formales, vaya, que el muchacho entre en la casa de ella y hable con la familia, si luego va y la deja por un casual, la que se queda señalada es ella y no él. Y en este mismo sentido abundaba un padre de familia: Los hay que acompañan a una un día y otro, pero que a la hora de hacer el compromiso, ¡ahí te quedas! Por eso hay que gastar cuidado con las hijas cuando empiezan a salir con alguno, para que, si se van (si se entienden bien), que la cosa sea seria, y no como le pasó a (...): tantos años con el novio, y mira tú, desde que la dejó ella no ha vuelto a salir con ninguno en serio; y luego es que ni las miran, y si las miran es con malas intenciones. Razones como éstas llevan a los padres a aumentar el control cuando sus hijas empiezan los primeros escarceos, procurando mantenerlas el mayor tiempo posible en la casa. Así, forzando el acercamiento del joven pretendiente, comprueban si sus propósitos son serios, a la vez que le dan a entender que la continuación de la relación tiene que pasar por el sometimiento del joven al consentimiento de la familia. Si nos remontamos unas páginas atrás, hallaremos —siempre desde el punto de vista territorial— las claves para entender estos aspectos relativos al noviazgo. Veíamos cómo aparece estrechamente identificada la mujer con el ámbito de la casa y cómo el varón lo está con el de la calle, así como la manera en que una y otra esfera definen los comportamientos territoriales de lo femenino y lo masculino respectivamente. En razón de estos esquemas, al querer llevar el padre de la chica al joven pretendiente a su terreno, lo que trata es de restarle parte de las prerrogativas que, en tanto que varón, dispone cuando está en la calle, es decir, en territorio masculino. En él, el muchacho puede —y en cierto sentido debe— poner de manifiesto su masculinidad, hasta ejercer un cierto control sobre el varón en la calle, pues se trata de un territorio común en el que tiene más autoridad que el muchacho, éste siempre tiene algunas posibilidades de escapar al mismo, y en última instancia aquél nunca podrá hurtarle directamente las prerrogativas que, en tanto que varón, tiene en este ámbito. Además, el padre de la pretendida no deberá cerrar excesivamente el cerco, toda vez que tampoco conviene tirar demasiado de la cuerda, porque si se rompe entonces es peor. Por tanto, siempre será más fácil proceder procurando que la pareja permanezca en la casa de ella, ya que el novio estará sometido al poder que en ella ejerce el futuro suegro, puesto que de su territorio se trata. Circunstancias estructurales muy distintas concurren tratándose de la familia del novio. Habida cuenta de que durante el noviazgo es la joven quien más pone en juego su honra, el asunto no afecta directamente a aquélla, que permanece en un segundo plano hasta bien avanzada la relación, cuando ya se da por seguro el matrimonio. Yo —me decía una madre— me preocupo más por la niña que por los niños. Ellos, al fin y al cabo, son machos, y ellos sabrán lo que hacen con sus novias. Porque de ellas son sus padres los que se tienen que encargar de vigilarlas y de sujetarlas para que no se pasen tanto tiempo en la calle. Por eso a mí la que me preocupa es la niña, que es la que tiene que guardar su honra. Y es que, si bien el padre de la joven no puede ejercer un control directo sobre el novio, a la vez que ello significaría una intrusión en los deberes del padre de la joven, con lo que estaría poniendo en duda las prerrogativas y las obligaciones de éste y, por lo tanto, su imagen, que, como ya sabemos, descansa en buena medida en la salvaguardia de la hon

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188 pag.

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