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ía entonces en producir una «desposesión» que tenía dos aspectos: el Espíritu Santo podía encontrar su sede en el alma liberada por la purificación...

ía entonces en producir una «desposesión» que tenía dos aspectos: el Espíritu Santo podía encontrar su sede en el alma liberada por la purificación, y el hombre adquiría una fuerza mayor que la de los demonios, podía oponerles resistencia y podía comandarlos. De la caída a la salvación, actuaba y se invertía una relación de fuerzas: ni el hombre estaba absolutamente obligado al mal antes de la venida del Salvador, ni se redimía a nadie sin condiciones luego del sacrificio de aquel. Todo era combate. Pero este combate no enfrentaba a Dios con el principio del mal: se desenvolvía entre el hombre y aquel que se había alzado contra Dios, que quería apoderarse de su alma y no soportaba «sin gemir» que se la arrancaran. A partir del siglo III, este tema del combate espiritual dará un sentido particular tanto a la preparación para el bautismo como a los efectos que se esperan de él. La preparación debe ser lucha contra el Enemigo, esfuerzo renovado incesantemente para vencerlo, llamado a Cristo para que acuda en auxilio del hombre y lo apoye en su debilidad. Pero el bautismo no brindará seguridad ni reposo: al sentirse desposeído, el Enemigo se volverá más enconado, y como ya no reina en el alma, procurará volver a introducirse en ella. El cristiano, si no se prepara como es debido para ser tal, recaerá. Se advertirá que así como el tema de la muerte –implícito en el de la regeneración, el segundo nacimiento, la resurrección– se desplazó hacia el de la mortificación, de igual modo el de la purificación que aparta al alma de su envilecimiento se desplazó hacia la idea de un combate espiritual. Y cada uno de estos dos desplazamientos otorga al sujeto un papel cada vez más importante: el bautismo debe ser preparado, acompañado y prolongado por operaciones que el sujeto ejerce sobre sí mismo en la forma de la mortificación, o dentro de sí bajo el aspecto del combate espiritual. El sujeto entabla consigo mismo una relación compleja, ardua, cambiante. Sin duda, la doctrina no admite en modo alguno que, debido a ello, la omnipotencia de Dios quede debilitada o limitada (si bien fue muy difícil construir teóricamente el sistema de esa omnipotencia frente a la libertad humana). Pero, si nos atenemos a lo que concierne a la presente exposición, vemos hasta qué punto esas relaciones de uno consigo mismo llegaron a ser indispensables en el encaminamiento del sujeto hacia la luz y la salvación. 3. Ahora bien, todo esto tiende hacia otro cambio de énfasis en la doctrina del bautismo: el que concierne al efecto del sacramento. Al respecto, seré muy breve: me limito a recordar, para los comienzos del siglo III, las indicaciones de Orígenes y, para el final del siglo IV, las tesis de San Agustín(*).


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Esta pregunta también está en el material:

Historia Sexualidad IV Las confesiones de la carne
338 pag.

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