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Hasta aquí la exposición de Tula Molina exhibe un sano equilibrio entre la precaución relativa a tomar cierto curso de acción y la relativa a omiti...

Hasta aquí la exposición de Tula Molina exhibe un sano equilibrio entre la precaución relativa a tomar cierto curso de acción y la relativa a omitir tomarlo. Sin embargo este equilibrio se ve amenazado por la cita que elige de la Carta Mundial de la Naturaleza (1982): Las actividades susceptibles de entrañar graves peligros para la naturaleza deben ser precedidas por un examen a fondo, y quienes promovieran esas actividades deben demostrar que los beneficios previstos son mayores que los daños que puedan causar a la naturaleza10 Esta cita nos propone evaluar los daños frente a los beneficios y no los daños de tomar determinados cursos de acción frente a los daños de no tomarlo. Por otra parte se refiere a “daños que puedan causar” lo cual indica más bien un riesgo de daño que un daño efectivo. Hay entonces dos comparaciones en juego. Por un lado comparar riesgos asociados a una acción con los asociados a su omisión. Por otro lado, comparar beneficios de una acción con sus riesgos. Esta diferencia puede no ser importante en muchos ejemplos y sin embargo, producir un desvío en el análisis de otros casos. Por ejemplo, para desarrollar un puerto deportivo en cierta zona de la costa, deberán evaluarse los riesgos (daños posibles) de realizarlo versus los beneficios de construirlo. En cambio, para la decisión de combatir los incendios forestales en ciertas áreas, se debe evaluar el riesgo de combatirlos contra el riesgo de no combatirlos. Ambas situaciones se han mostrado riesgosas.11 De este modo es crucial comparar riesgos como lo sugiere el autor y no como lo sugiere la carta citada. Puede parecer un detalle menor según el caso de que se trate. Pero debe advertirse que la forma de comparación citada entraña una polaridad de dos culturas. Una que en su extremo entiende que toda intervención humana produce alteraciones nocivas a la naturaleza, y otra que, también en su extremo, defiende que si hay daños por las alteraciones realizadas en la explotación del entorno, será la propia tecnología la que los reparará. Podríamos pensar en otra formulación que sostuviera lo siguiente: Las omisiones de intervención que puedan entrañar graves peligros para la naturaleza deben ser precedidas por un examen a fondo, y quienes promovieran esa no intervención deben demostrar que los beneficios previstos al no actuar son mayores que los daños que puedan ocasionarse a la naturaleza por no realizar tales acciones. En este sentido, se pondría el acento en que los actores tienen una responsabilidad que los hace evaluar si su inacción no es nociva para la naturaleza al dejar que ciertos cursos de acción –ya desencadenados previamente, naturales o no12–, sigan adelante y se produzcan los graves daños que se pueden prever si no intervenimos. Ignorancia y conocimiento en la prevención Un caso de aplicación en el que evaluamos riesgos versus beneficios, es el de la toma de decisiones sobre cuál es la cantidad de recursos adecuada para una emergencia. Un ejemplo claro es la cantidad de ambulancias que debe disponer una ciudad para el servicio público. Está claro que sea cual fuere la cifra que estimemos adecuada siempre es posible imaginar una catástrofe para la cual esa cantidad es exigua. El desafío es, en primer lugar, asignarle una probabilidad a ese tipo de catástrofes y a su frecuencia y, por otra parte, decidir si vamos a tener esos recursos disponibles para episodios así de esporádicos. Sabemos que los recursos son finitos, y que lo que decidamos asignar a una flota de ambulancias que solamente se utilizarían en caso de catástrofes que solo han ocurrido una vez en la historia o su frecuencia es una vez cada 30 años, debe tener un balance en comparación con los beneficios que le provea a la comunidad tener una flota menor. Los extremos son claros, pero habrá un límite en donde debemos tomar decisiones que sean útiles a la sociedad, y no denostarlas cuando esas decisiones se mostraron erróneas post factum de manera imprevisible. Toda decisión debe tomarse sobre la base de esa combinación de conocimiento e ignorancia, y no sobre la base de prever todo episodio, por más improbable que parezca.13 Una vez más, tomar la decisión incorrecta significa haber dejado sin cubrir una gama de riesgos que, no solamente eran previsibles, sino que su probabilidad de ocurrencia está por encima del límite que la sociedad está dispuesta a tolerar. Como vemos, la sociedad debe decidir cuántos esfuerzos puede dedicar y cuáles son los límites que acepta no poder prever. Ignorancia y conocimiento: remedio y enfermedad Un aspecto álgido y delicado en el que la combinación de conocimientos e incertidumbre se pone en juego de manera peculiar, es en la introducción en el mercado de nuevos medicamentos. Lo mismo ocurre con nuevos productos y procesos tecnológicos, como lo fue el microondas en su momento, el puntero laser, los celulares, la irradiación de alimentos, los alimentos transgénicos, etcétera. Por brevedad tomaremos como ejemplo el problema de aceptar el uso de un medicamento. Sabemos que no sabemos. Y esto puede usarse adecuadamente para adherir al principio de precaución o puede usarse mal para admitir un medicamento sin las pruebas necesarias o no admitirlo por toda la eternidad. Sí, aquí hay una asimetría. Cuando se trata de saber si cierta droga D produce, digamos, el efecto colateral Z, es bastante obvio que se necesita un estudio experimental para obtener resultados. Al finalizar el estudio puede haber un grupo de sujetos de entre los que tomaron la droga D que han desarrollado el efecto Z, y otro grupo de sujetos que, aun no habiendo tomado la droga D, también muestran ese mismo efecto. Supongamos además que el primer grupo es mayor que el segundo. El paso siguiente es medir cuál es la probabilidad de que esa diferencia sea significativa y no solamente debida al azar. Una vez más, los errores de tipo I y tipo II amenazan las decisiones. La pregunta crucial es qué probabilidad de equivocarnos toleraremos. No cabe la ilusión de hacer más pruebas para tener certeza porque ese límite ideal es inalcanzable. Nótese que hay dos probabilidades en juego. Una es la probabilidad de que D produzca Z –cuestión de la que no hemos hablado–, pero se desprende de que no todos los que toman D desarrollan Z, pero algunos sí lo hacen. Y otra es la que nos dice cuán cerca estamos de no cometer un error al decir que D no produce Z, o al decir lo contrario. Una probabilidad es sobre las variables y la otra es sobre las hipótesis. La ignorancia juega un papel doble aquí. Frente a esta sucesión de que cada ensayo nos permite tener mayor grado de seguridad, pero la certeza es inalcanzable, los defensores del medicamento podrían alentarnos a no realizar todos esos ensayos, ya que de nada sirve aumentar la probabilidad de estar en lo cierto, si todavía quedan chances de equivocarnos. Una variante extrema del uso de la ignorancia a favor de lanzar el medicamento al mercado es aquella según la cual se indica en el prospecto que “no se conoce que D produzca Z”. Esta leyenda de ningún modo indica que se hayan hecho los ensayos que mencionamos. Solo dice que no se sabe. Y esta

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314 pag.

Democracia Universidad Antonio NariñoUniversidad Antonio Nariño

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