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Nostram Urbem con el fin de conservar la dignidad y el esplendor de Roma, imponiendo incluso serias sanciones a quienes mancillasen los monumentos,...

Nostram Urbem con el fin de conservar la dignidad y el esplendor de Roma, imponiendo incluso serias sanciones a quienes mancillasen los monumentos, lo que no impidió que las obras del nuevo templo de San Pedro, por él patrocinado, reempleasen materiales de edificios antiguos. Y algo semejante ocurrirá durante el pontificado de Pablo II (1464-1471): por su mandato se restaurarán el arco de Septimio Severo y la columna Trajana, así como se abordarán trabajos de consolidación y reparación en el Foro y en el Coliseo, que no por ello dejará de sufrir expolios y aportar materiales para la erección del palacio Venezia, futuro albergue de importantes colecciones de arte antiguo. También Sixto IV (1471-1484) favorecerá la restauración del arco de Tito e incluso propondrá una reglamentación que posibilitaba la expropiación de monumentos antiguos que estaban en manos privadas y tenían un marcado interés social. Muy importante fue el edicto de Sixto IV contra la exportación de obras de arte, que frenó los expolios y el traslado al extranjero de piezas artísticas y arqueológicas, y ello a pesar de su carta Cum Provida Sanctorum de 1474 que ponía restricciones a la citada bula de Pío II para permitir así la modernización de Roma, su crecimiento y su embellecimiento, aunque fuese a costa de antiguos edificios. El Sacco de Roma de 1527 frenó muchas de estas iniciativas papales y en los siglos XVII y XVIII, a pesar de una mayor concienciación con la Antigüedad y su legado y de la aparición del pensamiento empírico y científico, que hizo plantearse críticamente las intervenciones sobre los monumentos, se hicieron numerosas alteraciones en muchos edificios de otras épocas, en especial del Medioevo, rematándose y terminándose numerosas arquitecturas góticas con fachadas barrocas o clasicistas. Otro antecedente claro de los documentos que anticipan una necesaria conservación patrimonial y una ordenación de las restauraciones surge tras la Revolución Francesa de 1789. El pensamiento racionalista y cartesiano alcanzará su madurez al culminar el siglo XVIII, siendo la Ilustración el movimiento responsable del nacimiento de la disciplina arqueológica, que tras los descubrimientos de los restos de las antiguas ciudades romanas de Pompeya y Herculano a lo largo de la primera mitad de dicha centuria y con el estudio de los viejos monumentos de la Magna Grecia y de Sicilia, como los templos de Paestum o los de Segesta, Selinunte y Agrigento, dispondrá de una metodología adecuadamente científica. Las primeras excavaciones propiamente arqueológicas se habían llevado a cabo en el monte Palatino de Roma desde 1729 y en la Villa Adriana de Tívoli a partir de 1734, continuadas con las pompeyanas y las de Herculano, que aunque fue descubierta en 1711 no fue explorada arqueológicamente hasta mediados de ese siglo. El interés por el mundo romano se completa con los avances en el conocimiento de la antigüedad griega y además se suman los logros conseguidos en el estudio de los monumentos egipcios, etruscos o del pasado lejano en general. La publicación en 1764 de la Historia del Arte en la Antigüedad por parte de Johann-Joachim Winckelmann no sólo supone la aparición de la que se puede considerar como primera obra de análisis riguroso y científico del arte y de la arquitectura antiguas sino también como punto de arranque para la concienciación con la necesaria conservación de los bienes artísticos y patrimoniales en Occidente. La labor de Giambattista Piranesi no le vino a la zaga, reproduciendo en sus grabados los primeros documentos divulgativos de las ruinas redimidas, empezando por Herculano y continuando con la propia ciudad de Roma, de la que se convertirá en un verdadero divulgador, y de paso en un visionario promotor de las ilustraciones de recuerdo turístico: las tarjetas postales. Igualmente la obra de estudio y difusión de arquitectos como Jacques-Germaine Soufflot o Claude-Nicolas Ledoux, que reproducen en sus obras las proporciones recién descubiertas, dejarán la semilla para la conciencia social con el monumento antiguo. Tras la Revolución Francesa los dislates y atentados cometidos contra las obras de arte eclesiásticas y que habían pertenecido a la monarquía o a la aristocracia fueron muy numerosos. No obstante, la acumulación de piezas y de bienes expropiados supuso un verdadero problema para las autoridades de la recién inaugurada República, las cuales se vieron ante la necesidad de atender y amparar unos bienes patrimoniales de gran valor artístico e histórico, quedando obligadas de esta manera a tener que considerar su imprescindible protección material y legal. Por ello en la última década del siglo XVIII la Convención Nacional Francesa de la 1ª República proclamó un Decreto para la conservación de los monumentos que se puede entender como un precedente de los documentos y de las medidas legales que se irán llevando a cabo a lo largo del siglo XX. En dicho Decreto de 1794 se intentaba revitalizar la Antigüedad como modelo para la Francia postrevolucionaria. Se organizó de paso el Museo Nacional de las Artes con la finalidad de cuidar, exponer y difundir la cultura francesa ante el pueblo. Las intenciones reflejadas en dicho Decreto tuvieron como consecuencia no sólo la concienciación social con el monumento como patrimonio histórico de un pueblo sino también la clara intención recuperadora de las obras de arte del pasado, hasta el punto de poder hablar desde entonces de una “restauración neoclásica”, luego desarrollada esencialmente en Roma y en Atenas, que pretendía la recomposición ideal del edificio, intuyendo cómo eran sus partes originales pero sin olvidar las aportaciones básicas de la investigación arqueológica, disciplina que podemos considerar como fruto de esa época y de la mentalidad ilustrada, dando entrada a nuevos criterios restauradores como el de la “anastilosis”, o reintegración de las piezas caídas a su primitivo estado y lugar original, lo que permitiría tanto la recuperación física del monumento como la reintegración básica de su imagen y a la vez conseguía que los expolios pudiesen ser detenidos. Los trabajos de Giuseppe Valadier y Raffaele Stern en el arco de Tito, realizados entre 1819 y 1821, han sido considerados como el acto fundacional de la restauración moderna, aunque también las actuaciones de conservación que éstos llevaron a cabo en el lado este del Coliseo romano y el posterior apuntalamiento de su anillo exterior, consolidándolo con ladrillo y travertino, nos permitirán entender las claves del método restaurador que más adelante propondrá Camillo Boito, incluso cuando ya vemos que se hizo distinción entre los añadidos de consolidación y las partes originales. Otras actuaciones importantes de la época fueron la liberación y restauración del arco de Constantino, las restauraciones realizadas en Sicilia o la reconstrucción del templo de Atenea-Niké en la Acrópolis de Atenas llevada a cabo por los alemanes Ross y Schanberg en 1836. No obstante, la disparidad de criterios y la confusa interpretación de los principios restauradores no permitirán que nuestra disciplina discurra por cauces coherentes, o si no no hay más que observar cómo en la catedral de Milán o en San Pablo Extramuros se terminaron con técnicas decimonónicas aquellas partes inacabadas originalmente, incluyéndose añadidos o reposiciones al gusto de los autores. Tras un complicado y criticado período marcado por la figura de Eugéne Viollet-le-Duc y sus seguidores, como Paul Abadie, Anatole de Baudot, Alfonso Rubbiani, Gianbattista Meduna o los españoles Elías Rogent, Eduardo Mariátegui, Juan de Madrazo o Demetrio de los Ríos, las tesis antiestilísticas de Boito harán que la forma de entender la restauración arquitectónica esté marcada por la prudencia, el estudio profundo de la obra y el respeto a su historia. De este modo, al iniciarse el siglo XX, aparece una de las figuras trascendentales que sentará las bases para dar una mayor homogeneidad a los trabajos de restauración y a la contemplación del monumento: Aloïs Riegl. Riegl había nacido en Austria en 1858 y sin duda su agudo sentido crítico se vio potenciado por una sólida formación, que había comenzado con los estudios jurídicos en la Universidad de Viena y había seguido con otros de filosofía e historia que le habían llevado tanto al ejercicio de la docencia como a ser nombrado en 1886 conservador del Museo de Artes Decorativas de la capital del Danubio, y luego

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Restauración de Patrimônio Arquitetônico
133 pag.

Restauração Universidad LibreUniversidad Libre

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