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La interrelación de los aspectos cognitivos y afectivos hace difícil una diferenciación radical entre emociones y sentimientos, que son tratados en ocasiones de modo indistinto, sobre todo cuando se trata de su educación. En la propuesta de la inteligencia emocional que se aprecia en el modelo de Goleman y los estudios de Shapiro, por ejemplo, las emociones son componente central, pero entrelazadas con elementos reflexivos que aluden a éstas no sólo en su sentido estricto, sino a los sentimientos, y consideran, además, los aspectos motivacionales y volitivos, por lo que se habla de la perseverancia en la obtención de una meta, la comprensión del otro y la cooperación grupal, así que en ocasiones se utilizan los términos de emociones y sentimientos sin distinción. Al hacer referencia al término de emociones se focaliza en esencia el aspecto vivencial de la experiencia afectiva, que en su elaboración y consolidación conforman los sentimientos como manifestaciones más estables y de los cuales aquélla resulta su expresión. En la literatura hay muchas clasificaciones de las emociones que no siempre ayudan a su comprensión, y aunque cada individuo tiene una representación intuitiva o empírica de éstas, el presente capítulo se ajustará a la propuesta de Goleman, una suerte de organización de emociones en familias a partir de un conjunto de emociones centrales (Goleman, 1995). Así, existen, por ejemplo: Tristeza: congoja, pesar, melancolía, abatimiento, desesperación. Temor: ansiedad, preocupación, consternación, inquietud, incertidumbre, miedo. Placer: felicidad, alegría, dicha, deleite, placer sensual, satisfacción, euforia. Amor: aceptación, simpatía, amabilidad, afinidad, devoción. Sorpresa: conmoción, asombro, desconcierto. Disgusto: desdén, desprecio, menosprecio, aborrecimiento, aversión. Vergüenza: culpabilidad, remordimiento, humillación, arrepentimiento. Cada emoción ofrece una disposición a actuar, esto es, indica una dirección para enfrentar desafíos de la vida. La ira, por ejemplo, ofrece la energía suficiente para acciones vigorosas; el miedo garantiza un estado de alerta y facilita la evaluación de la respuesta a ofrecer; el amor promueve la calma y la relajación que favorecen la cooperación; la tristeza permite la adaptación a pérdidas importantes y la comprensión de sus consecuencias. Por otra parte, en su carácter dual, las emociones pueden ser positivas o negativas, según la relación particular con la persona que las experimenta. Las emociones positivas contribuyen a la realización de las metas personales porque la vivencia subjetiva es placentera; por el contrario, las negativas interfieren en el logro de las metas pues predomina la vivencia de malestar. La teoría de la inteligencia emocional tiene una base fisiológica: el sistema límbico, un componente del sistema nervioso humano que está compuesto por otras dos estructuras, la amígdala y el hipocampo, encargadas del aprendizaje y del recuerdo dentro del cerebro. Anatómica y fisiológicamente, las inteligencias intelectual y emocional son la expresión de la actividad de regiones diferentes del sistema nervioso. La primera basa su funcionamiento en el neocórtex, el estrato que recubre la superficie cerebral a modo de capa o manto replegado, mientras que la segunda ocupa un lugar inferior al nivel cortical. Los estudios han profundizado en el funcionamiento interrelacionado de estas dos estructuras cerebrales, que son resultado del proceso evolutivo: la amígdala y el neocórtex. El desarrollo de la amígdala hizo posible la supervivencia del hombre en tiempos remotos. Entre sus múltiples funciones está permitir que el sujeto recuerde las características de algo que le sucedió en el pasado, para que responda de la misma manera si se le presenta otra situación similar en el presente. Sin embargo, no siempre es conveniente responder igual ante dos situaciones sólo porque tienen elementos parecidos. Los recuerdos emocionales más intensos provienen de los primeros años de vida, periodo durante el que las estructuras cerebrales, gracias a las cuales ocurre este recuerdo emocional, no están del todo maduras; por ello, cuando el adulto trata de encontrar el porqué de dicho recuerdo o respuesta no halla pensamientos que lo esclarezcan. Por estas razones se entiende que, si bien en tiempos remotos la amígdala contribuyó a hacer posible la supervivencia, en la actualidad el gran número de respuestas diferentes que el individuo puede dar ante situaciones parecidas hace que la respuesta ofrecida por esta estructura no sea siempre la más adecuada, sobre todo si se tiene en cuenta la complejidad de los escenarios de hoy. La segunda de las estructuras que analizan las investigaciones es el neocórtex, que es más joven en términos evolutivos y se desarrolló ante la necesidad de dar más variedad a las respuestas emocionales. En esta estructura se hallan los centros nerviosos que hacen posible elaborar, a través de procesos conscientes como la reflexión y el pensamiento, las características de la situación, a fin de contestar de la forma más adaptada posible. La figura 3-1 permite entender cómo funcionan ambas estructuras cerebrales en circunstancias determinadas. La información, con las características de una situación ante la que se debe emitir una repuesta, viaja de los analizadores hacia una estación primaria (tálamo); de ahí en adelante sigue dos caminos independientes. Una de las vías lleva la información a través de una sola conexión, y de forma rápida, hacia la amígdala; la otra vía, más rica en conexiones nerviosas, más larga y lenta, conduce la información hacia el neocórtex. De esta forma, la amígdala puede albergar y activar recuerdos y respuestas sin que la persona que contesta haga consciente el motivo por el cual lo hace, pues la vía que va del tálamo a la amígdala, más rápida, permite que ésta comience a responder antes que el neocórtex, donde la información es procesada a varios niveles antes de que se produzca una respuesta más adaptada a la situación. Esta afirmación se cumple, sobre todo, en las llamadas “urgencias emocionales”, donde se debe reaccionar ante una situación de forma inmediata para garantizar la supervivencia. Lo mismo sucede en el caso de la realización de tareas o la solución de problemas donde, sin importar si se posee un elevado CI, las emociones intensas pueden perturbar la capacidad de mantener los datos esenciales y de llevar a cabo los procesos que permiten actuar de forma eficiente. Éste es el motivo por el cual las personas que se encuentran emocionalmente perturbadas suelen decir que en ese momento no pueden pensar con claridad. Un segundo grupo de investigaciones demuestra la existencia de estructuras cerebrales capaces de modificar una respuesta impulsiva e inadaptada, poniendo de manifiesto que las emociones negativas y perturbadoras, que afectan la correcta realización de tareas, pueden ser modificadas. Tal es el caso del lóbulo prefrontal, estructura que forma parte del neocórtex y regula los impulsos de la amígdala cuando, por ejemplo, el sujeto controla a voluntad el sentimiento que le impide responder de modo eficaz a una situación presente. En específico, se cree que el lóbulo prefrontal izquierdo es el responsable de minimizar o desconectar la respuesta impulsiva e inadecuada de la amígdala. De esta forma queda demostrada la posibilidad de aprender de antemano a controlar y regular aquellas emociones que obstaculizan el desempeño eficaz en la vida cotidiana, tarea que no por ser posible resulta fácil, pues requiere de voluntad, sacrificio, dedicación y mucha práctica. Las emociones son indispensables para la toma de decisiones, ya que orientan a la persona en la dirección adecuada para sacar el mejor provecho a las posibilidades ofrecidas por la lógica. La razón es imprescindible para las emociones; el primer paso para modificar una respuesta emocional es entender lo inadecuado de la misma y es necesario elaborar de antemano, y de forma consciente, una alternativa de contestación más adecuada. Es conveniente destacar que el término emocionalmente inteligente hace alusión al binomio razón-emoción. Por su parte, el término capacidades emocionales apunta a su participación como recursos inteligentes en la solución adecuada de las tareas que impone la vida. Sobre esta base se propone asumir la capacidad emocional como la “particularidad psicológica individual necesaria para comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales” (Bello, 2009: 36). Y, además, estas capacidades: Se expresan y desarrollan en la interrelación social, en un contexto cultural. Su aprendizaje tiene lugar en la zona de desarrollo próximo, bajo la orientación del adulto. Expresan la situación social del desarrollo en su elaboración individual. Parten de una experiencia vivencial. En su configuración participan elementos afectivos y cognitivos. La teoría de la inteligencia emocional enarbola una perspectiva optim

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Neuropsicologia OutrosOutros

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La interrelación de los aspectos cognitivos y afectivos hace difícil una diferenciación radical entre emociones y sentimientos, que son tratados en ocasiones de modo indistinto, sobre todo cuando se trata de su educación. En la propuesta de la inteligencia emocional que se aprecia en el modelo de Goleman y los estudios de Shapiro, por ejemplo, las emociones son componente central, pero entrelazadas con elementos reflexivos que aluden a éstas no sólo en su sentido estricto, sino a los sentimientos, y consideran, además, los aspectos motivacionales y volitivos, por lo que se habla de la perseverancia en la obtención de una meta, la comprensión del otro y la cooperación grupal, así que en ocasiones se utilizan los términos de emociones y sentimientos sin distinción. Al hacer referencia al término de emociones se focaliza en esencia el aspecto vivencial de la experiencia afectiva, que en su elaboración y consolidación conforman los sentimientos como manifestaciones más estables y de los cuales aquélla resulta su expresión. En la literatura hay muchas clasificaciones de las emociones que no siempre ayudan a su comprensión, y aunque cada individuo tiene una representación intuitiva o empírica de éstas, el presente capítulo se ajustará a la propuesta de Goleman, una suerte de organización de emociones en familias a partir de un conjunto de emociones centrales (Goleman, 1995). Así, existen, por ejemplo: Tristeza: congoja, pesar, melancolía, abatimiento, desesperación. Temor: ansiedad, preocupación, consternación, inquietud, incertidumbre, miedo. Placer: felicidad, alegría, dicha, deleite, placer sensual, satisfacción, euforia. Amor: aceptación, simpatía, amabilidad, afinidad, devoción. Sorpresa: conmoción, asombro, desconcierto. Disgusto: desdén, desprecio, menosprecio, aborrecimiento, aversión. Vergüenza: culpabilidad, remordimiento, humillación, arrepentimiento. Cada emoción ofrece una disposición a actuar, esto es, indica una dirección para enfrentar desafíos de la vida. La ira, por ejemplo, ofrece la energía suficiente para acciones vigorosas; el miedo garantiza un estado de alerta y facilita la evaluación de la respuesta a ofrecer; el amor promueve la calma y la relajación que favorecen la cooperación; la tristeza permite la adaptación a pérdidas importantes y la comprensión de sus consecuencias. Por otra parte, en su carácter dual, las emociones pueden ser positivas o negativas, según la relación particular con la persona que las experimenta. Las emociones positivas contribuyen a la realización de las metas personales porque la vivencia subjetiva es placentera; por el contrario, las negativas interfieren en el logro de las metas pues predomina la vivencia de malestar. La teoría de la inteligencia emocional tiene una base fisiológica: el sistema límbico, un componente del sistema nervioso humano que está compuesto por otras dos estructuras, la amígdala y el hipocampo, encargadas del aprendizaje y del recuerdo dentro del cerebro. Anatómica y fisiológicamente, las inteligencias intelectual y emocional son la expresión de la actividad de regiones diferentes del sistema nervioso. La primera basa su funcionamiento en el neocórtex, el estrato que recubre la superficie cerebral a modo de capa o manto replegado, mientras que la segunda ocupa un lugar inferior al nivel cortical. Los estudios han profundizado en el funcionamiento interrelacionado de estas dos estructuras cerebrales, que son resultado del proceso evolutivo: la amígdala y el neocórtex. El desarrollo de la amígdala hizo posible la supervivencia del hombre en tiempos remotos. Entre sus múltiples funciones está permitir que el sujeto recuerde las características de algo que le sucedió en el pasado, para que responda de la misma manera si se le presenta otra situación similar en el presente. Sin embargo, no siempre es conveniente responder igual ante dos situaciones sólo porque tienen elementos parecidos. Los recuerdos emocionales más intensos provienen de los primeros años de vida, periodo durante el que las estructuras cerebrales, gracias a las cuales ocurre este recuerdo emocional, no están del todo maduras; por ello, cuando el adulto trata de encontrar el porqué de dicho recuerdo o respuesta no halla pensamientos que lo esclarezcan. Por estas razones se entiende que, si bien en tiempos remotos la amígdala contribuyó a hacer posible la supervivencia, en la actualidad el gran número de respuestas diferentes que el individuo puede dar ante situaciones parecidas hace que la respuesta ofrecida por esta estructura no sea siempre la más adecuada, sobre todo si se tiene en cuenta la complejidad de los escenarios de hoy. La segunda de las estructuras que analizan las investigaciones es el neocórtex, que es más joven en términos evolutivos y se desarrolló ante la necesidad de dar más variedad a las respuestas emocionales. En esta estructura se hallan los centros nerviosos que hacen posible elaborar, a través de procesos conscientes como la reflexión y el pensamiento, las características de la situación, a fin de contestar de la forma más adaptada posible. La figura 3-1 permite entender cómo funcionan ambas estructuras cerebrales en circunstancias determinadas. La información, con las características de una situación ante la que se debe emitir una repuesta, viaja de los analizadores hacia una estación primaria (tálamo); de ahí en adelante sigue dos caminos independientes. Una de las vías lleva la información a través de una sola conexión, y de forma rápida, hacia la amígdala; la otra vía, más rica en conexiones nerviosas, más larga y lenta, conduce la información hacia el neocórtex. De esta forma, la amígdala puede albergar y activar recuerdos y respuestas sin que la persona que contesta haga consciente el motivo por el cual lo hace, pues la vía que va del tálamo a la amígdala, más rápida, permite que ésta comience a responder antes que el neocórtex, donde la información es procesada a varios niveles antes de que se produzca una respuesta más adaptada a la situación. Esta afirmación se cumple, sobre todo, en las llamadas “urgencias emocionales”, donde se debe reaccionar ante una situación de forma inmediata para garantizar la supervivencia. Lo mismo sucede en el caso de la realización de tareas o la solución de problemas donde, sin importar si se posee un elevado CI, las emociones intensas pueden perturbar la capacidad de mantener los datos esenciales y de llevar a cabo los procesos que permiten actuar de forma eficiente. Éste es el motivo por el cual las personas que se encuentran emocionalmente perturbadas suelen decir que en ese momento no pueden pensar con claridad. Un segundo grupo de investigaciones demuestra la existencia de estructuras cerebrales capaces de modificar una respuesta impulsiva e inadaptada, poniendo de manifiesto que las emociones negativas y perturbadoras, que afectan la correcta realización de tareas, pueden ser modificadas. Tal es el caso del lóbulo prefrontal, estructura que forma parte del neocórtex y regula los impulsos de la amígdala cuando, por ejemplo, el sujeto controla a voluntad el sentimiento que le impide responder de modo eficaz a una situación presente. En específico, se cree que el lóbulo prefrontal izquierdo es el responsable de minimizar o desconectar la respuesta impulsiva e inadecuada de la amígdala. De esta forma queda demostrada la posibilidad de aprender de antemano a controlar y regular aquellas emociones que obstaculizan el desempeño eficaz en la vida cotidiana, tarea que no por ser posible resulta fácil, pues requiere de voluntad, sacrificio, dedicación y mucha práctica. Las emociones son indispensables para la toma de decisiones, ya que orientan a la persona en la dirección adecuada para sacar el mejor provecho a las posibilidades ofrecidas por la lógica. La razón es imprescindible para las emociones; el primer paso para modificar una respuesta emocional es entender lo inadecuado de la misma y es necesario elaborar de antemano, y de forma consciente, una alternativa de contestación más adecuada. Es conveniente destacar que el término emocionalmente inteligente hace alusión al binomio razón-emoción. Por su parte, el término capacidades emocionales apunta a su participación como recursos inteligentes en la solución adecuada de las tareas que impone la vida. Sobre esta base se propone asumir la capacidad emocional como la “particularidad psicológica individual necesaria para comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales” (Bello, 2009: 36). Y, además, estas capacidades: Se expresan y desarrollan en la interrelación social, en un contexto cultural. Su aprendizaje tiene lugar en la zona de desarrollo próximo, bajo la orientación del adulto. Expresan la situación social del desarrollo en su elaboración individual. Parten de una experiencia vivencial. En su configuración participan elementos afectivos y cognitivos. La teoría de la inteligencia emocional enarbola una perspectiva optim

¿En qué parte del cerebro se encuentra la amígdala y cuál es su función principal en relación con las emociones?

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