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análogamente a cómo se forman las burbujas en una botella con soda cuando ésta se abre. En ambos casos las burbujas aparecen al disminuir la presió...

análogamente a cómo se forman las burbujas en una botella con soda cuando ésta se abre. En ambos casos las burbujas aparecen al disminuir la presión sobre el líquido saturado de gas a una presión grande. La enfermedad de las cámaras de sumersión es posible también durante una subida rápida a la altura en una cámara no hermetizada. En este caso el peligro de la enfermedad de las cámaras de sumersión surge durante una disminución brusca de la presión igual a 50 kPa, aproximadamente (lo que corresponde a una altitud mayor que 6.000 m). Se han registrado varios casos de esta enfermedad entre los pilotos que volaban en una cabina no hermetizada a la altura de cerca de 2.500 m. Sin embargo, todas estas personas, el día precedente al del vuelo, se dedicaban al submarinismo utilizando escafandra autónoma. Es evidente que el organismo de cada uno de estos pilotos, todavía antes del vuelo, contenía pequeñas burbujas de aire que comenzaban a expandirse, revelando su presencia después de una disminución insignificante de la presión atmosférica. Esta es la razón por la cual a los pilotos se les recomienda comenzar a manejar el volante del avión tan sólo pasadas 24 horas después de ocuparse con la natación subacuática. Para lograr que la burbuja se forme en un lugar en que no existía anteriormente, su desarrollo, por lo visto, debe pasar a través de dos fases distintas: 1) formación de una burbuja diminutísima en un punto en que «no había nada», y 2) crecimiento de la burbuja. El crecimiento de la burbuja de gas durante una disminución brusca de la presión atmosférica es fácil explicar por medio de la ley de Boyle—Mariotte. El mecanismo de formación de la burbuja de gas diminutísima a partir «de nada» se ha estudiado todavía insuficientemente. Se considera que en los tejidos del organismo, en las condiciones normales, siempre existen los llamados núcleos que pueden convertirse en puntos de formación de burbujas pequeñísimas de gas. No se excluye la posibilidad de que como semejantes núcleos puedan intervenir las burbujas de gas estables (que no cambian sus dimensiones) presentes en los tejidos. A todas luces, la presencia de los núcleos para el proceso de formación de las burbujas es imprescindible, puesto que en el agua pura las burbujas de gas, en general, no se forman, incluso en el caso de reducir bruscamente, mil veces, la presión del gas sobre su superficie. La enfermedad de las cámaras de sumersión se puede prevenir, si la subida del buzo desde grandes profundidades se realiza a ritmo lo suficientemente lento y observando pausas necesarias. Estas pausas durante la subida permiten al gas disuelto difundir a través del tejido a los vasos sanguíneos, por los cuales dicho gas, junto con la sangre, entra en los pulmones, y desde éstos sale a la atmósfera sin llegar a formar burbujas. Se considera que la enfermedad de las cámaras de sumersión no se produce durante la subida brusca desde la profundidad menor que 9 m. La permanencia a la profundidad de 30 m durante una hora requiere detenerse por dos minutos a la profundidad de 6 m y por 24 minutos a la profundidad de 3 m. En los casos en que los buzos trabajan diariamente a una profundidad mayor que 100 m en el curso de toda la jornada de trabajo, se ha reconocido como racional no disminuir la presión del aire que éstos aspiran ni siquiera en las horas de descanso después de su subida desde la profundidad, por cuanto este proceso requeriría varias horas. Debido a ello, en los intervalos entre las inmersiones los buzos descansan en cámaras de presión especiales instaladas en los barcos. La mayor parte de las burbujas de gas las forma el nitrógeno, ya que el oxígeno se consume enérgicamente por las células del organismo. El peligro del desarrollo de la enfermedad de las cámaras de sumersión se puede disminuir, utilizando en lugar de nitrógeno el helio que es menos soluble en el agua y en las grasas y cuya velocidad de difusión es varias veces mayor que la del nitrógeno. La mayor velocidad de difusión del helio da la posibilidad de reducir el tiempo de subida del buzo a la superficie. Sin embargo, resultó que las mezclas de helio y oxígeno aseguran el trabajo normal de los buzos solamente hasta las profundidades de 400 a 450 m. Con el sucesivo aumento de la presión la densidad de la mezcla llega a ser muy alta lo que hace imposible la respiración. Promete mucho la inclusión del hidrógeno, el gas más ligero, en las mezclas gaseosas para los buzos. La firma francesa Comex ya en 1983 comenzó los experimentos con las mezclas respiratorias que contenían hidrógeno. La mezcla óptima propuesta por esta firma contiene 49% de H2, 49% de He2 y 2% de O2. Se debe tener presente que se recomienda respirar esta mezcla solamente a profundidades mayores que 250 m. Esta es la razón por la cual, al alcanzar dicha profundidad, la mezcla gaseosa se somete a un cambio paulatino, sustituyéndose en la misma el helio por el hidrógeno. Es natural que la mezcla gaseosa que incluye simultáneamente hidrógeno y oxígeno encierre peligro de explosión. No obstante, la probabilidad de que la mezcla explote es muy pequeña, por cuanto la relación entre los volúmenes del oxígeno y del hidrógeno está lejos de aquella que representa el peligro de explosión (1:2, respectivamente). Al mismo tiempo, en la superficie —donde estos gases están almacenados y se produce su mezclado— la probabilidad de explosión es mucho mayor, hecho que obliga a tomar medidas prole imprescindibles de precaución. Con la formación de las burbujas de gas en el líquido durante la disminución brusca de la presión exterior está ocasionado también otro fenómeno en el organismo. En nuestra «época de nervios» se ha difundido bastante ampliamente el hábito de «crujir con los dedos» en los momentos de emoción. Durante mucho tiempo no se podía averiguar a qué se debe ese sonido crujiente al estirar las articulaciones. Mucha gente creía que este sonido lo producen los huesos. Sin embargo, después de una detallada investigación se ha establecido que la causa de estos sonidos crujientes son las burbujas de gas que se forman y se rompen en el líquido que llena la bolsa articular. Al estirar la articulación aumenta el volumen de la bolsa articular, en correspondencia, disminuye la presión en la misma, y el «lubricante» líquido en la articulación comienza a hervir. Las burbujas de gas que se forman confluyen con otras mayores y se rompen con el sonido crujiente. Cuando los huesos retornan a la posición normal, el gas, paulatinamente, se absorbe por el líquido. Este proceso transcurre durante quince minutos, aproximadamente. Al cabo de este intervalo es posible volver a «crujir» con la articulación. Todas las dificultades enumeradas anteriormente y relacionadas con la permanencia del hombre debajo del agua surgen porque el hombre respira en este caso aire comprimido. ¿Y qué ocurrirá si hacemos que el hombre «respire» utilizando agua, análogamente a los peces? Claro está que la concentración del oxígeno en el agua que se encuentra en equilibrio con la atmósfera es mucho menor que en el aire (es más que 20 veces menor). Sin embargo, también esta concentración suya será suficiente para saturar de oxígeno la sangre —durante el contacto con esta última— hasta el nivel normal. Además, si se quiere, es posible aumentar la concentración del oxígeno en el agua «aspirada», dejando pasar a través de ésta oxígeno puro, y no aire.

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