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ca, desde luego; a su debido tiempo, el oculto siguió el camino del coronio y el nebulio. Pero Besant y Leadbeater no pueden descartarse simplement...

ca, desde luego; a su debido tiempo, el oculto siguió el camino del coronio y el nebulio. Pero Besant y Leadbeater no pueden descartarse simplemente como chiflados. Se asociaron con científicos. Observaron y midieron, y registraron sus observaciones y medidas con gran minuciosidad, al igual que lo hacen los científicos. Además, no era insólito que grandes científicos tuvieran un interés por las religiones alternativas. William Crookes, el descubridor del talio, era miembro de la Sociedad Teosófica, y ocasionalmente proporcionaba muestras y consejos a los químicos ocultistas. Por otro lado, la investigación de Leadbeater y Besant no cumple la primera prueba de la ciencia experimental, en el sentido de que nadie ha sido capaz de replicar sus resultados. Recientemente, Michael McBride, un químico de la Universidad de Yale, consideró de nuevo los datos de la pareja y los sometió a un análisis estadístico. Encontró que la coincidencia entre sus cifras para los pesos atómicos relativos de los elementos y las que la ciencia acepta no era sólo estrecha, sino que era demasiado exacta para ser cierta: cualquier procedimiento experimental genuino hubiera producido una mayor dispersión de los datos. Sin embargo, McBride exonera a Leadbeater y Besant de fraude. Cree que, por el contrario, una ilusión colectiva los llevó a asociar sus valores «observados» con los establecidos. Es evidente que no vieron átomos individuales como afirmaban, pero si se compara con todas las otras cosas que estaban ocurriendo en la química y la física en aquella época, puede aducirse que esto hizo realmente que sus resultados parecieran más científicos en lugar de menos científicos. (Los rayos X, descubiertos asimismo en 1895, permitirían finalmente a los científicos «ver» los átomos.) La plausibilidad de las afirmaciones de Besant y Leadbeater viene reforzada por el detalle de sus informes, su insistencia en la devoción a la ciencia («es muy deseable que nuestros resultados sean comprobados por otros que puedan utilizar la misma extensión de visión física»), y sus ilustraciones irresistibles; ilustraciones que se parecen a extraños organismos marinos, sí, pero también (y esto es misterioso) y mucho a los esquemas de las órbitas de los electrones alrededor de átomos y moléculas, que se idearon mucho más tarde como una ayuda para comprender la naturaleza del enlace químico. Aunque no era ciertamente la intención de sus narradores, la historia del oculto podría considerarse casi como una sátira de la retórica de la presentación científica, al estar repleta de términos técnicos, larguísimas exégesis y visualizaciones complejas de lo que, en realidad, no puede verse. Hay momentos en los que el sistema de los elementos basado en la recurrencia de determinadas formas subatómicas imaginado por Besant y Leadbeater nos resulta totalmente desquiciado, como cuando escriben, por ejemplo: «El manganeso no nos ofrece nada nuevo, al estar compuesto por “espigas de litio” y “globos de nitrógeno”». Pero el gran Crookes, que hay que reconocer que era cauteloso en su elogio, recomendó que «su obra será útil al menos a la hora de sugerir a los científicos el tipo de elementos que pueden descubrir todavía en la, hasta ahora, no concluida tabla periódica». En todo caso, sus visiones se aproximaron mucho más a la realidad de la física atómica. Besant y Leadbeater creían que incluso el átomo más sencillo, el hidrógeno, estaba compuesto por muchas partículas subatómicas, y que tanto los átomos como sus partículas constituyentes giraban y vibraban continuamente, todos ellos fenómenos que los físicos observarían a lo largo de las décadas siguientes; el espín del electrón se revelaría, de hecho, al examinar el detalle del espectro del helio. La intangibilidad del helio acabó finalmente para Lockyer. No satisfecho con el obsequio de Ramsay, quiso obtener su propia muestra del elemento y en 1899 solicitó material original que fuera prometedor. El superintendente de pozos y balnearios de Harrogate le contestó enviando a Lockyer algunas sales de su balneario. Entonces ya se sabía que las aguas de estos lugares eran efervescentes no sólo con sulfuro de hidrógeno y dióxido de carbono, sino también con pequeñas cantidades de los gases inertes. Recolectando minuciosamente el gas liberado por las sales, Lockyer consiguió tener finalmente en su mano el elemento que había detectado más de treinta años antes. TERCERA PARTE OFICIO umentos de sus actividades. El escritor griego Heródoto fue en gran parte responsable del mito de las Casitéridas, el lugar al que el metal está ligado para siempre por el nombre de su mineral, la casiterita. Aunque personalmente dudaba de la existencia de las islas, sin embargo Heródoto escribió sobre ellas en sus Historias hacia el año 430 AEC y por ello, fueran realidad o no, las introdujo en la historia: De las extensiones extremas de Europa hacia el oeste no puedo hablar con ninguna certeza; porque no admito que exista ningún río, al que los bárbaros dan el nombre de Erídano, que desemboque en el mar septentrional, en el que (según sigue la leyenda) se produce ámbar. Tampoco sé de islas algunas llamadas Casitéridas, de las que procede el estaño que usamos. Porque, en primer lugar, el nombre de Erídano no es manifiestamente un nombre bárbaro, sino un nombre griego, inventado por algún poeta u otro; y, en segundo lugar, aunque me he esforzado mucho por conseguirlo, nunca he podido tener la garantía de un testigo ocular de que exista ningún mar en el lado más alejado de Europa. No obstante, es cierto que estaño y ámbar nos llegan desde los confines de la Tierra. Pero realmente existe un mar en el lado más alejado de Europa, y las Casitéridas debieron existir, porque el estaño llegaba al Mediterráneo desde el oeste, y el comercio se realizaba desde Cartago, el puerto-estado fenicio. Pero, ¿dónde en el oeste? Quizá el misterio era deliberado. Plinio el Viejo, en su Historia Natural,

Esta pregunta también está en el material:

La Tabla Periodica La curiosa historia de los elementos
722 pag.

Biologia Universidad Nacional Autónoma De MéxicoUniversidad Nacional Autónoma De México

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