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lo chico, descaradamente, siempre había querido hacerlo; esta media melena que ni llega ni va a ningún sitio se acabó. Corto, sí. Paula sonrió, y h...

lo chico, descaradamente, siempre había querido hacerlo; esta media melena que ni llega ni va a ningún sitio se acabó. Corto, sí. Paula sonrió, y hasta se emocionó, sabía muy bien lo que significaba eso: más de veinte años de no ir a ninguna parte se acababan, veinte años de indecisión, también lo hacían. Con esos centímetros de pelo se iban todas esas cosas. Laura lo sabía, Paula lo sabía. Se abrazaron. El martes, tras despedir a pie de autocar a Paula, a Laura le faltó tiempo para ir al encuentro de Luisa. Tan pronto la vio, se fue hacia ella, y se plantó justo delante. —Hola, celebro que ya estés bien, se te ve radiante. Ya te lo dije, un descansito a tiempo y todo mejora mucho. —¡Romeo y Julieta! —¿Romeo y Julieta? —Sí, eso he dicho, Romeo y Julieta. —Sí, de William Shakespeare. —Eso mismo. —Y ahora que las dos hemos demostrado nuestra cultura, me dices algo más. Aunque realmente a Luisa no hacía falta que Laura le dijera nada más, y su entrenada mente de directora ya estaba formalizando una evaluación en toda regla. —Como trabajo de experiencia para 2º y 3ª. Me parece óptima para que los alumnos puedan entender mejor lo que está pasando en el pueblo. —Pero sólo quedan dos meses para acabar el curso. —Escribiré un guión adaptado para que se pueda representar en media hora larga; a ensayar eso sí llegamos. Además soy buena haciendo esas adaptaciones. —A lo mejor no es políticamente correcto, ya sabes cómo están las cosas. —Educar nunca ha sido políticamente correcto. Educar es educar para la libertad y para la opción, y eso exige aportar conocimiento y el poder siempre ha visto rematadamente mal la difusión del conocimiento, sobre todo si no la puede controlar. —Tú tienes cuarenta años ¿No? —Sí. —¿Y te parece bonito seguir siendo tan radical a esa edad? ¿Qué hay de la calma que la madurez debe traer? —¿Sabes que te digo, Luisa? —¿Qué? —Qué tú eres más radical todavía que yo, que estás encantada con la idea de representar Romeo y Julieta y que te vas a pelear todo lo que haga falta y con quién haga falta para que salga adelante, y que además me vas a encontrar un sitio decente para representarla. —¿Y a ti quién te ha dicho que puedes decir todo eso? —Tus ojos, Luisa, tus ojos. La festividad del lunes, que alargó el fin de semana, también contribuyó a que Pueblo Verde siguiera como estaba desde la noche del jueves, en silencio. El sábado ya había cesado el toque de queda, pero esa noche las calles aparecieron muy lejos de la animación de cualquier víspera de festivo. Su estado era semidesértico. Aunque la ausencia de una víctima mortal no había hecho necesario un luto, algunos establecimientos lo entendieron así y cerraron en señal de protesta; eran los menos, pero tampoco era pocos. De momento, la investigación no estaba llegando a ninguna parte. La acción no había sido fruto de una pelea “limpia” entre dos personas, sino consecuencia de una especie de tumulto. Un Borlín quiso ocupar una mesa de la terraza del bar, estaba con su novia. Un Marleta le dijo que él la había visto antes. El Borlín no hizo caso y se sentó. El Marleta zarandeó la silla intentando que se levantara. Hasta ahí todo estaba más o menos claro, y se conocía a los protagonistas. Instantes después, dos nubes de Borlines y Marletas, aparecidas de repente, se enzarzaban en una lucha cuerpo a cuerpo, absolutamente estrecha. La llegada de una pareja de la policía municipal sirvió para empezar a separar a los contendientes. Algún vecino también ayudó. La sorpresa fue mayúscula cuando por fin pudieron separar los bandos y apareció en el suelo Jaime herido y sangrando, es un Marleta. La conexión entre Luis y Nieves fue inmediata. El juez necesitaba saber qué había pasado. Desgraciadamente, Nieves no pudo aportarle demasiado. —O sea, Nieves, que no sabemos quién dio la puñalada. —Por no saber, no sabemos siquiera quién participó en la algarada, eran como cuarenta o cincuenta muchachos en total, en partes casi iguales. Estamos recogiendo testimonios para lograr identificarlos a todos, pero ahora mismo no pasamos de quince). Todo fue muy rápido: en cuanto los pudimos separar, desaparecieron. Aunque esto no deja de ser un pueblo, tampoco todo el mundo conoce a todo el mundo. —Bueno, pues empezaremos con esos quince. Todos citados para el martes por la tarde, a las cinco. —¿A la vez? —Sí, y necesito teatro, Nieves, todo el teatro que puedas, los vas recolectando durante el día, y los esposas donde los encuentres, en su casa, en la calle, en el trabajo, donde estén. Al cabo todos son sospechosos del navajazo. —¿A los Marletas también? —Por supuesto, ni siquiera sabemos si lo que ocurrió es que el agresor se equivocó y en medio de la confusión actuó contra quién no quería. —De acuerdo, veo que los quieres bien asustados. —Asustados andamos nosotros, Nieves, andamos nosotros. —Trabajo con la hipótesis de que nada fue casual. —Ya, te parece muy extraño que tantos jóvenes estuvieran tan cerca justo cuando una bronca iba a empezar. —Sí. —Esos dos grupos se debían de haber retado, y sólo esperaban la primera oportunidad. —Investiga a fondo a los dos que lo empezaron todo, y tampoco te olvides de Jaime, el herido, y seguro que hay cabecillas, que podían estar en la refriega o algo alejados, ve a por ellos también. —Respecto a Jaime, ya lo hecho. Sale muy plano, estaba allí por-qué estaba allí, simplemente le tocó recibir a él. No parece que fuera especialmente “digno” de ser el objetivo concreto de nadie. —Nieves, no lo hemos hecho bien. —No, Luis. —Esa gambinarda nos obsesiona a todos, pero esta vez Pueblo Verde necesita que seamos lo que somos: tú, la jefe de policía, y yo, el juez ¡Al carajo con Borlines y Marletas! —¡Al carajo! Señor juez, al carajo. Los organismos reguladores de Pueblo Verde habían despertado, tarde, pero despertado. Y lo hacían mientras Pueblo Verde seguía en silencio, un silencio crispado, como crispada empezaba a ser la expresión de muchos Marletas. La pesca se había comportado de manera especialmente irregular en el último mes. XII Laura sabía donde se había metido. Se trataba de una de las principales obras de Shakespeare, y sólo tenía dos meses. Se ordenó y estableció prioridades : lo primero era elegir a los actores, deseaba que Romeo y Julieta fueran una Borlín y un Marleta, daba igual el género pero cruzados en cualquier caso, pero no podía manipular eso, habría que confiar en que sucediera así; el resto ya no era tan relevante. Tan inmediato como el casting era empezar a trabajar, y para eso hacía falta el libreto y eso era cosa suya. Desde luego que durante unos días iba a dormir poco, pero confiaba en que eso estuviera pronto resuelto. El vestuario podía ser minimalista, no hacía falta que fuera clavado a los de la época: como la obra era sobradamente conocida, todo el mundo sabría donde estaban. De los decorados no se podía hablar sin saber donde podría ser la representación. La escuela contaba con un aula magna, pero apenas daba para 80 personas, y el escenario no era tal, apenas una tarima elevada; todo podía estar más o menos controlado, pero esto debía resolverse. Se imponía una conversación con Luisa. —Ya lo tengo todo en marcha, más o menos. He empezado con el libreto, y mañana abordo el casting en aula. —Fíjate en Rosa y en Javier. —Vaya, ya me había fijado. ¿Tú crees? —Siempre han demostrado una total afición por aparecer en cualquier cosa que haya tenido que ver con una representación, me parece que desde primero de primaria no se han perdido nada que tuviera que ver con subirse a un escenario. Especialmente Rosa, creo que sus padres están pensando seriamente en que haga el bachillerato artístico, aunque eso signifique que se vaya a Santa María. —Tomo muy buena nota. —Además ella es Marleta y él es Borlín. —¿Sí? —Sí, Laura, que te salen aliados en todas partes, estoy segura de que ese detalle te ocupaba, por no decir que te preocupaba. —Pues no voy a negarlo. —Oye, estás muy guapa con ese peinado nuevo que llevas. —¿Tú crees? —Lo creo yo y buena parte del público masculino de la escuela, que los cambios, cuando son para bien, no pasan desapercibidos. —Señora directora, yo tenía que hablar con usted de otra cosa bien difer

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