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ambos concibieron mi pérdida. La víspera de la floración de la planta, el tulipán fue robado de mi casa por esta joven y llevado a su habitación, d...

ambos concibieron mi pérdida. La víspera de la floración de la planta, el tulipán fue robado de mi casa por esta joven y llevado a su habitación, donde tuve la suerte de recuperarlo en el momento en que ella tenía la audacia de expedir un mensajero para anunciar a los señores miembros de la Sociedad de horticultura que acababa de hallar el gran tulipán negro; pero no se ha desconcertado por esto. Sin duda, durante las pocas horas que lo ha tenido en su habitación, lo habrá mostrado a algunas personas a las que llamará como testigos. Pero, afortunadamente, monseñor, ya estáis vos prevenido contra esta intrigante y sus testigos. —¡Oh! ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡El infame! —gimió Rosa llena de lágrimas, arrojándose a los pies del estatúder, el cual, aún creyéndola culpable, sentía piedad por su terrible angustia. —Habéis obrado mal, muchacha —dijo—, y vuestro amante será castigado por haberos aconsejado. Porque vos sois tan joven y tenéis un aspecto tan honesto, quiero creer que el mal proviene de él y no de vos. —¡Monseñor! ¡Monseñor! —exclamó Rosa—. Cornelius no es culpable. Guillermo hizo un gesto. —No es culpable por haberos aconsejado. Esto es lo que queréis decir, ¿verdad? —Quiero decir, monseñor; que Cornelius es tan culpable del segundo crimen que se le imputa como lo es del primero. —Del primero, ¿y sabéis cuál ha sido ese primer crimen? ¿Sabéis de qué ha sido acusado y convicto? De haber ocultado, como cómplice de Corneille de Witt, la correspondencia del gran pensionario con el marqués de Louvois. —¡Pues bien, monseñor! Él ignoraba que fuera depositario de esa correspondencia; lo ignoraba completamente. ¡Oh! ¡Dios mío! Me lo hubiera dicho. ¿Es que ese corazón de diamante habría podido ocultarme un secreto? No, no, monseñor, os lo repito, aunque deba incurrir en vuestra cólera, Cornelius no es más culpable del primer crimen que del segundo, y del segundo que del primero. ¡Oh! ¡Si vos conocierais a mi Cornelius, monseñor! —¡Un De Witt! —exclamó Boxtel—. ¡Ah! Monseñor no lo conoce bien, ya que una vez le hizo la gracia de la vida. —Silencio —ordenó el príncipe—. Todas esas cosas del Estado, ya lo he dicho, no son de la competencia de —la Sociedad Hortícola de Haarlem. Luego, frunciendo el entrecejo, añadió: —En cuanto al tulipán, estad tranquilo, señor Boxtel. Se hará justicia. Boxtel saludó, con el corazón lleno de alegría, y recibió las felicitaciones del presidente. —Y vos, muchacha —continuó Guillermo de Orange—, habéis estado a punto de cometer un crimen. No os castigaré, pero el verdadero culpable pagará por los dos. Un hombre de su posición puede conspirar, traicionar incluso… pero no debe robar. —¡Robar! —exclamó Rosa—. ¡Robar! ¡Él, Cornelius, oh! Monseñor, tened cuidado; si oyera vuestras palabras moriría, porque vuestras palabras lo matarían con mayor seguridad de como lo habría hecho la espada del verdugo en la Buytenhoff. Si ha habido un robo, monseñor, os lo juro, es este hombre quien lo ha cometido. —Probadlo —dijo fríamente Boxtel. —¡Pues bien, sí! Con la ayuda de Dios lo probaré —replicó la frisona con energía. Luego, volviéndose hacia Boxtel: —¿El tulipán es vuestro? —Sí. —¿Cuántos bulbos tenía? Boxtel vaciló un instante, pero comprendió que la joven no haría esta pregunta si únicamente existieran los dos bulbos conocidos. —Tres —contestó. —¿Qué ha sido de esos bulbos? —preguntó Rosa. —¿Que qué ha sido de ellos…? Uno abortó, el otro dio el tulipán negro… —¿Y el tercero? —¿El tercero? —El tercero, ¿dónde está? —El tercero está en mi casa —dijo Boxtel completamente turbado. —¿En vuestra casa? ¿Dónde, en Loevestein o en Dordrecht? —En Dordrecht —contestó Boxtel. —¡Mentís! —exclamó Rosa—. Monseñor —añadió volviéndose hacia el príncipe—, os voy a contar la verdadera historia de esos tres bulbos. El primero fue aplastado por mi padre en la habitación del prisionero, y este hombre lo sabe bien, porque esperaba apoderarse de él, y cuando vio fallida esta esperanza, estuvo a punto de pelearse con mi padre por haberlo impedido. El segundo, criado por mí, dio el tulipán negro, y el tercero, el último —la joven lo sacó de su pecho—, el tercero está aquí, en el mismo papel que lo envolvía con los otros dos cuando, en el momento de subir al patíbulo, Cornelius van Baerle me entregó los tres. Tomad, monseñor, tomad. Aquí tenéis el tercer bulbo. Y Rosa, desplegando el papel que lo envolvía, se lo entregó al príncipe, que lo cogió en sus manos y lo examinó. —Pero, monseñor, esta joven puede haberlo robado como hizo con el tulipán —balbuceó Boxtel asustado por la atención con la que el príncipe examinaba el bulbo y sobre todo por aquella con la que Rosa leía unas líneas trazadas sobre el papel que se había quedado entre sus manos. De repente, los ojos de la joven se inflamaron, releyó jadeante este papel misterioso, y lanzando un grito se lo tendió al príncipe: —¡Oh! Leed, monseñor —exclamó—. En nombre del Cielo, ¡leed! Guillermo pasó el tercer bulbo al presidente, cogió el papel y leyó. Apenas Guillermo hubo pasado los ojos sobre aquella hoja, se tambaleó, su mano tembló como si estuviera dispuesta a dejar escapar el papel, y sus ojos tomaron una tremenda expresión de dolor y de piedad. Aquella hoja, que acababa de entregarle Rosa, era la página de la Biblia que Corneille de Witt había enviado a Dordrecht, por Craeke, el mensajero de su hermano Jean, para rogar a C

Esta pregunta también está en el material:

El_tulipan_negro-Dumas_Alexandre
204 pag.

Literatura e Ensino de Literatura Universidad Bolivariana de VenezuelaUniversidad Bolivariana de Venezuela

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