Logo Studenta

XXII LA FLORACIÓN La noche transcurrió muy lenta y al mismo tiempo muy agitada para Cornelius. A cada instante le parecía que la dulce voz de Rosa ...

XXII LA FLORACIÓN La noche transcurrió muy lenta y al mismo tiempo muy agitada para Cornelius. A cada instante le parecía que la dulce voz de Rosa lo llamaba: se despertaba sobresaltado, iba a la puerta, acercaba su rostro al postigo; no había nada en el postigo, el corredor estaba vacío. Sin duda, Rosa velaba por su parte, pero más afortunada que él, velaba al tulipán. Tenía allí, bajo sus ojos, a la noble flor, esta maravilla de las maravillas, no solamente todavía desconocida, sino creída imposible. ¿Qué diría el mundo cuando supiera que se había logrado el tulipán negro, que existía, y que era Cornelius van Baerle, el prisionero, quien lo había logrado? ¡Cómo Cornelius hubiera arrojado lejos de sí al hombre que hubiese venido a proponerle la libertad a cambio de su tulipán! El día llegó sin noticias. El tulipán no había florecido todavía. La jornada transcurrió como la noche. La noche vino y con la noche una Rosa alegre, ligera como un pájaro. —¿Y bien? —preguntó Cornelius. —¡Pues bien! Todo va de maravilla. ¡Esta noche sin falta florecerá vuestro tulipán! —¿Y florecerá negro? —Negro como el azabache. —¿Sin una sola mancha de otro color? —Sin una sola mancha. —¡Bondad del Cielo! Rosa, he pasado la noche pensando primero en vos… Rosa esbozó un gesto de incredulidad. —Luego, en lo que teníamos que hacer. —¿Y bien? —Esto es lo que he decidido. Una vez el tulipán haya florecido, cuando se compruebe que es negro y perfectamente negro, tenéis que encontrar un mensajero. —Si no es más que esto, ya he encontrado un mensajero. —¿Un mensajero seguro? —Un mensajero del que respondo, uno de mis enamorados. —¿No será Jacob, supongo? —No, no temáis. Es el barquero de Loevestein, un muchacho despierto, de veinticinco a veintiséis años. —¡Diablo! —Estad tranquilo —repitió Rosa riendo—. Todavía no tiene la edad, ya que vos mismo la habéis fijado entre veintiséis y veintiocho años. —En fin, ¿creéis poder contar con ese joven? —Como conmigo. Se arrojaría de su barca al Waal o al Mosa, a mi elección, si se lo ordenara. —¡Pues bien, Rosa! En diez horas ese muchacho puede estar en Haarlem; me daréis un lápiz y un papel, mejor aún sería una pluma y tinta, y escribiré, o más bien, escribiréis vos. En mí, pobre prisionero, tal vez verían, como ve vuestro padre, una conspiración en todo esto: Escribiréis al presidente de la Sociedad Hortícola y, estoy seguro que el presidente vendrá. —Pero, ¿y si tarda? —Suponed que tarde un día, hasta dos; pero esto es imposible, un aficionado a los tulipanes como él no tardará ni una hora, ni un minuto, ni un segundo en ponerse en camino para ver la octava maravilla del mundo. Pero, como decía, tarde un día, tarde dos, el tulipán estará todavía en todo su esplendor. Una vez visto el tulipán por el presidente, y todo quede dicho en el atestado dirigido por él, guardaréis una copia de ese atestado, Rosa, y le confiaréis el tulipán. ¡Ah! Si hubiésemos podido llevarlo nosotros mismos, Rosa, no habría abandonado mis brazos más que para pasar a los vuestros; pero esto es una ilusión en la que no hay que soñar—continuó Cornelius suspirando—. Otros ojos lo verán marchitarse. ¡Oh! Sobre todo, Rosa, antes de que lo vea el presidente, no lo dejéis ver a nadie. ¡El tulipán negro, buen Dios! ¡Si alguien viera el tulipán negro, lo robaría…! —¡Oh! —¿No me habéis dicho vos misma lo que temíais con respecto a vuestro enamorado Jacob? Si se roba un florín, ¿por qué no robarían cien mil? —Vigilaré, estad tranquilo. —¿Y si en este momento se está abriendo? —El caprichoso es muy capaz de ello—bromeó Rosa. —Si lo hallarais abierto al entrar… —¿Y bien? —¡Ah, Rosa! Desde el momento en que se abra, recordad que no habrá ni un momento que perder para advertir al presidente. —Y para preveniros a vos. Sí, comprendo. Rosa suspiró, pero sin amargura y como una mujer que no solamente comienza a comprender una debilidad, sino a habituarse a ella. —Regreso al lado del tulipán, señor Van Baerle, y tan pronto florezca, seréis advertido; una vez vos advertido, el mensajero partirá. —¡Rosa, Rosa, ya no sé a qué maravilla del Cielo o de la Tierra compararos! —Comparadme al tulipán negro, señor Cornelius, y quedaré muy halagada, os lo juro hasta la vista, señor Cornelius. —¡Oh! Decid: hasta la vista, amigo mío. —Hasta la vista, amigo mío—repitió Rosa un poco consolada. —Decid: Amigo mío bien amado. —¡Oh! Amigo mío… —Bien amado, Rosa, os lo suplico, bien amado, bien amado, ¿verdad? —Bien amado, sí, bien amado—dijo Rosa palpitante, embriagada, loca de alegría. —Entonces, Rosa, ya que habéis dicho bien amado, decid también bienaventurado, decid feliz como jamás hombre alguno haya sido feliz y bajo el cielo. No me falta más que una cosa, Rosa. —¿Cuál? —Vuestra mejilla, vuestra mejilla fresca, vuestra mejilla rosada, vuestra mejilla aterciopelada. ¡Oh, Rosa! Voluntariamente, no por sorpresa, no por accidente, Rosa. ¡Ah! El prisionero terminó su ruego con un suspiro; acababa de encontrar los labios de la joven, no por accidente, no por sorpresa, como cien años más tarde Saint-Preux debía encontrar los labios de Julie. y escuchaba a la tierra. Luego,

Esta pregunta también está en el material:

El_tulipan_negro-Dumas_Alexandre
204 pag.

Literatura e Ensino de Literatura Universidad Bolivariana de VenezuelaUniversidad Bolivariana de Venezuela

Todavía no tenemos respuestas

Todavía no tenemos respuestas aquí, ¡sé el primero!

Haz preguntas y ayuda a otros estudiantes

✏️ Responder

FlechasNegritoItálicoSubrayadaTachadoCitaCódigoLista numeradaLista con viñetasSuscritoSobreDisminuir la sangríaAumentar la sangríaColor de fuenteColor de fondoAlineaciónLimpiarInsertar el linkImagenFórmula

Para escribir su respuesta aquí, Ingresar o Crear una cuenta

User badge image

Más contenidos de este tema