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trasos por la incertidumbre. No obstante, antes de que transcurriera una hora, el ímpetu de Ojo de halcón había disminuido sensiblemente. Su cabeza...

trasos por la incertidumbre. No obstante, antes de que transcurriera una hora, el ímpetu de Ojo de halcón había disminuido sensiblemente. Su cabeza, en lugar de mantener una postura erguida y confiada, comenzó a mirar de un lado a otro con suspicacia, como si percibiera algún tipo de peligro en las proximidades. Pronto se detuvo para esperar al resto del grupo. —Puedo oler a los hurones —les dijo a los mohicanos—. En adelante tenemos el cielo abierto, libre de la espesura de los árboles; estamos acercándonos demasiado a su campamento. Sagamore, encárgate de ese lado de la colina, hacia la derecha; Uncas irá a lo largo del riachuelo por el lado izquierdo, mientras yo continuaré por el rastro. Si algo ocurriera, la señal será la de tres cantos de cuervo. Acabo de ver uno revoloteando justo delante de ese roble seco, lo cual constituye otra señal de que estamos llegando a un campamento. Los indios asumieron sus tareas sin mediar palabra, mientras que Ojo de halcón siguió adelante con gran cuidado, en compañía de los dos caballeros. Heyward se puso al lado del guía para poder contemplar esos enemigos que tanto trabajo y esfuerzo le habían costado. Su acompañante le dijo que se mantuviera al filo del bosque, el cual, como de costumbre, se encontraba flanqueado por la maleza, y que le aguardara allí. Esto se debía a que quería examinar ciertos indicios del otro lado que le inspiraban desconfianza. Duncan le obedeció, encontrándose allí con una amplia panorámica que le resultaba, a la vez, desconocida y extraordinaria. Se habían talado los árboles de una gran extensión de terreno y la luminosidad propia de un cálido atardecer de verano ya predominaba sobre el claro. A poca distancia del lugar en el que se encontraba Duncan, el riachuelo se había ensanchado para dar lugar a un pequeño lago, cubriendo la mayor parte de las tierras bajas entre una montaña y otra. El agua salía de esta ancha laguna por medio de una catarata que fluía de forma tan suave y regular que parecía haber sido obra de la mano del hombre y no de la naturaleza. Un centenar de viviendas terrosas se erigían sobre un margen del lago; incluso había alguna dentro de los límites del agua, dando a entender que el nivel del lago había variado. Los tejados redondeados, una magnífica defensa contra los fenómenos meteorológicos, denotaban que estas casas estaban más cuidadosamente concebidas que las tiendas utilizadas con carácter temporal durante la caza o la guerra. En resumidas cuentas, todo el poblado o campamento —la denominación es lo de menos— constituía la prueba de que el ingenio y la capacidad metódica de los nativos iban más allá de lo que el hombre blanco acostumbraba a creer como propio de las costumbres indias. Sin embargo, parecía estar deshabitado, o al menos, así lo supuso Duncan durante un buen rato; luego, le pareció ver un número de formas humanas avanzando hacia él a cuatro patas, aparentemente arrastrando algo pesado que él identificó como algún ingenio formidable. Justo entonces, unas cabezas oscuras asomaron fuera de las viviendas y, de repente, el lugar rebosó de vida y actividad; aunque, por otra parte, estos seres se movían de un lado a otro con tal prisa que no permitían determinar cuáles eran sus motivos o intenciones. Alarmado por estos movimientos tan sospechosos e intrigantes, Duncan estuvo a punto de dar la señal de los cuervos, pero el ruido de alguien apartando las hojas cerca de él le hizo mirar hacia el otro lado. El joven se puso en alerta y retrocedió unos pasos de modo instintivo, cuando vio que un indio se encontraba a menos de cien metros de él. Dominándose de inmediato, lejos de hacer sonar la alarma, lo cual podría costarle caro, permaneció inmóvil observando los movimientos del otro. Un momento de calma para comprobar la situación le confirmó a Duncan que el nativo no le había descubierto, sino que, al igual que él, parecía ocuparse en la consideración de las pequeñas viviendas del poblado, así como de los apresurados movimientos de sus habitantes. Era imposible discernir la expresión de su cara, oculta bajo una grotesca más cara de pintura, aunque a Duncan le pareció más bien una de tristeza y no de agresividad. Su cabeza estaba completamente afeitada, como era la costumbre, salvo por la zona de la coronilla, desde cuyo mechón pendían sueltas cuatro plumas descoloridas. Un gran chaleco destartalado envolvía la mitad de su cuerpo, bajo el cual llevaba una simple camisa arremangada. Sus piernas se encontraban al descubierto, mostrando numerosos cortes y raspaduras, consecuencia de las espinas de la maleza. Sin embargo, sus pies calzaban un par de mocasines en buenas condiciones. En conjunto, el aspecto de este individuo era más bien mísero y desaliñado. Aún se encontraba Duncan estudiando a su vecino con gran curiosidad cuando apareció a su lado el explorador, sin hacer el más mínimo ruido. —En efecto, hemos llegado a su campamento —le susurró el joven militar—; he aquí a uno de los salvajes, sin ir más lejos, impidiéndonos avanzar. Ojo de halcón se estremeció y elevó su fusil cuando, siguiendo la dirección señalada por su compañero, pudo apreciar la imagen del extraño. Entonces, tras bajar la mortífera arma, extendió su cuello hacia adelante, como si quisiera cerciorarse de algo que había detectado. —Ese diablo no es un hurón —dijo—, ni tampoco un miembro de ninguna de las tribus del Canadá; y, sin embargo, las ropas que lleva se las debió de quitar a un blanco. Claro, Montcalm ha estado peinando el bosque para asegurarse el camino, juntando toda clase de indeseables asesinos salvajes. ¿Ha visto dónde ha posado su carabina o su fusil? Aparentemente no lleva armas; ni parece tener malas intenciones. A no ser que dé la voz de alarma a sus compañeros, quienes, como puede ver, están donde el agua, no tenemos nada que temer de su parte. El explorador se volvió hacia Heyward y le miró con sorpresa no disimulada. A continuación rompió a reír, aunque en silencio, como solía hacerlo en momentos de posible peligro. Repitiendo las palabras: —¿Compañeros que están donde el agua? —añadió—. ¡Eso es lo que se aprenderá en las escuelas de la civilización! Aunque el bellaco sí que tiene piernas largas y no debemos confiarnos. Mantenlo bajo las miras de tu fusil, mientras yo le sorprendo desde atrás y le tomo prisionero. No dispare. Ojo de halcón ya se había adentrado en la maleza cuando Heyward le detuvo apresuradamente con su brazo, preguntándole con preocupación: —Si veo que está en peligro, ¿no debería disparar? Ojo de halcón le miró durante un instante, como si no comprendiera la pregunta; luego, asintió con la cabeza y le contestó, aún riéndose para sus adentros: —Todo lo que quiera, comandante. Seguidamente, se desvaneció entre las hojas de los árboles. Duncan esperó un cierto tiempo, presa de la impaciencia, antes de poder divisarlo de nuevo. Apareció arrastrándose por el suelo, casi imperceptible a la vista por el color de sus prendas de vestir, situándose justo detrás del nativo. Cuando estuvo a escasos metros de él, se levantó lentamente y en silencio. En ese momento se oyeron varios chapuzones en el agua; Duncan pudo apreciar unas cien formas oscuras que se introducían, a la vez, en la corriente. Aferrándose a su fusil, dirigió su mirada de nuevo hacia el indio. Lejos de alarmarse, el confiado salvaje giró la cabeza de tal modo que parecía observar los movimientos acontecidos en el lago, cautivado por una especie de curiosidad ingenua. Mientras tanto, la mano de Ojo de halcón se cernía sobre él. De repente, sin ninguna razón aparente, el cazador se echó atrás, dejándose llevar por esas silenciosas carcajadas tan características en él. Cuando terminó de reírse, en vez de asaltar a su víctima por el cuello, le puso la mano levemente sobre su hombro y dijo en voz alta: —¿Ahora qué, amigo? ¿Está enseñando a cantar a los castores? —Incluso así —fue la respuesta—. Parecería que Aquél que les dio capacidad para mejorar no les negaría voces para ello si fuera necesario, y así poder también alabarle.

Esta pregunta también está en el material:

El_ultimo_mohicano-James_Fenimore_Cooper
401 pag.

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