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Presentó a Ojo de halcón como guerrero, ya que a menudo había demostrado su valía y lealtad. Cuando vio que su amigo fine bien recibido, le confiri...

Presentó a Ojo de halcón como guerrero, ya que a menudo había demostrado su valía y lealtad. Cuando vio que su amigo fine bien recibido, le confirió el liderazgo de un grupo de veinte hombres, los cuales eran también activos, hábiles y tenaces como él. Les explicó a los delaware el rango que tenía Heyward entre los yengeese, por lo que le dotó también de la misma autoridad ahora. Sin embargo, Duncan declinó la oferta a cambio de poder servir como voluntario al lado del explorador. Tras esto, el joven mohicano nombró a varios nativos como responsables de distintos mandos y dio la orden para ponerse en marcha, ya que el tiempo apremiaba. Más de doscientos hombres le siguieron, muy dispuestos aunque totalmente en silencio. Entraron al bosque sin encontrar resistencia alguna; y sin toparse con ningún ser vivo que les alarmara o informara hasta que dieron con los suyos que ya se habían adelantado antes. En este punto se dio el alto para que se reunieran los jefes y celebrasen un «consejo susurrante». Durante esta conferencia se discutieron diversos planes operativos, aunque ninguno acababa de satisfacer al ardoroso caudillo que les mandaba. Si se hubiese dejado llevar por sus impulsos, Uncas habría hecho que todos le siguieran y entrasen inmediatamente a la carga contra el enemigo, confiando en la sorpresa y la suerte; pero tal procedimiento habría sido contrario a todas las enseñanzas y buenos consejos de los hombres de su tribu. Por lo tanto, y muy a pesar suyo, se vio obligado a tomar las debidas precauciones, debatiéndose entre el peligro en el que se encontraba Cora y la insolencia de Magua. Tras un infructuoso cambio de impresiones que duró muchos minutos, se detectó a un individuo solitario que avanzaba desde el lado enemigo, aproximándose con tal rapidez que les indujo a pensar que se trataba de un mensajero portando alguna propuesta de paz. No obstante, a unos cien metros del lugar en el que estaban a cubierto, el desconocido aminoró la marcha, como si dudara de su camino, y acabó deteniéndose. Todas las miradas se centraban ahora en Uncas, esperando su orden. —Ojo de halcón —dijo el joven jefe en voz baja—, ése no debe volver a hablar jamás con los hurones. —Su hora ha llegado —dijo el explorador lacónicamente, elevando el largo cañón de su fusil por encima de los arbustos, mientras apuntaba con mortífera precisión. Pero en vez de apretar el gatillo, bajó el arma de nuevo, y se dejó llevar por uno de sus brotes de buen humor—. ¡Que me aspen si no creí por un instante que el pobre desgraciado era un mingo! —dijo—. Pero cuando me fijé en su pecho para asegurar el tiro, ¡vi el silbato del músico! ¿Qué te parece eso, Uncas? Se trata, cómo no, del hombre llamado Gamut, cuya muerte no beneficiaría a nadie, y cuya vida nos vendría muy bien si vale para algo además de para cantar. Si los sonidos no han perdido sus cualidades, pronto estaré hablando con el pobre diablo, utilizando una voz más agradable que la del «mata-ciervos». Al decir esto, Ojo de halcón posó su fusil y avanzó reptando a través de los arbustos, hasta que llegó cerca de David, intentando reproducir el canto musical que le había permitido salir del campamento hurón. Los agudos oídos de Gamut no podían equivocarse, sobre todo al haber oído semejantes sonidos con anterioridad, los cuales difícilmente podrían ser emitidos por otro que no fuese Ojo de halcón; por lo tanto, se dio cuenta enseguida de cuál era su origen. El infeliz parecía haberse librado de una situación muy embarazosa, ya que siguiendo el sonido del cántico, pronto dio con el cantante, sin cuya ayuda sin duda se habría perdido. —Me pregunto qué pensarán los hurones de esto —dijo el explorador, mientras guiaba a su compañero del brazo hasta el lugar de refugio—. Si los bribones me oyeron, van a pensar que hay dos desequilibrados en vez de uno. Pero aquí estaremos seguros —añadió señalando hacia Uncas y los demás—. Ahora díganos qué sabe acerca de las estratagemas de los mingos, eso sí, con su voz normal y no cantando. David miró a su alrededor sin decir palabra, asombrado por la presencia de tantos jefes indios de aspecto fiero y salvaje; pero al comprobar que había rostros conocidos también comenzó a ordenar sus pensamientos con el fin de dar una respuesta satisfactoria. —Los infieles se están reuniendo en gran número —dijo David—, y me temo que abrigan oscuras intenciones. Ha habido mucho aullido y ceremonia diabólica, emitiendo todos ellos unos sonidos tan irreverentes que yo no puedo repetir; en verdad, ha sido tan espantoso que decidí huir hacia los delaware en busca de paz. —Sus oídos no se lo habrían agradecido si fuera más rápido corriendo y hubiese llegado un poco antes —contestó el explorador con lacónica ironía —. En fin, ¿dónde se encuentran los hurones ahora? —Están escondidos en el bosque, entre este lugar y su poblado, en números tan grandes que el raciocinio sugeriría dar la vuelta inmediatamente, antes de encontrarles. Uncas miró hacia una hilera de árboles tras los cuales se ocultaban los suyos, y mencionó el nombre de: —¿Magua? —Está entre ellos. Trajo consigo la dama que estaba en poder de los delaware, dejándola en la cueva, tras lo cual se puso al frente de sus salvajes, cual lobo rabioso. No sé qué es lo que pudo haberle enojado tanto. —¿Ha dicho usted que la ha dejado en la cueva? —le interrumpió Heyward—. ¡Conocemos bien el lugar! ¿Acaso no podemos hacer algo inmediatamente para salvarla? Uncas miró al explorador con sinceridad, antes de preguntarle: —¿Qué dice Ojo de halcón? —Déjame llevar a mis veinte hombres armados e iré por la derecha, a lo largo del arroyo y pasando las chozas de los castores, para reunirme con el sagamore y el coronel. Oirás la señal desde ese punto; el viento ayudará a que la puedas distinguir bien. Entonces avanzas tú al frente, Uncas. Cuando estén al alcance de nuestras armas les brindaremos tal descarga que, por el honor de un buen hombre de la frontera, hará que se doblen como una rama rota. Tras esto tomaremos su poblado y libraremos a la mujer de la cueva. El asunto concluirá, bien de acuerdo con la táctica guerrera del hombre blanco, mediante carga y victoria, o bien a la manera india, por la retirada y a cubierto. Puede no ser un plan excesivamente elaborado, comandante, pero con valor y sangre fría puede lograrse el objetivo. —A mí me agrada —apostilló Duncan, viendo que la libertad de Cora era de la máxima prioridad para el explorador—; me agrada mucho. Intentémoslo ya. Tras un breve cambio de impresiones, el plan fue precisado con mayor detalle y expuesto a los demás participantes; se establecieron las señales correspondientes y cada jefe se hizo cargo de su designada responsabilidad.

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El_ultimo_mohicano-James_Fenimore_Cooper
401 pag.

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