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Ojo de halcón —dijo el joven jefe en voz baja—, ése no debe volver a hablar jamás con los hurones. ¿Qué te parece eso, Uncas? Se trata, cómo no, de...

Ojo de halcón —dijo el joven jefe en voz baja—, ése no debe volver a hablar jamás con los hurones. ¿Qué te parece eso, Uncas? Se trata, cómo no, del hombre llamado Gamut, cuya muerte no beneficiaría a nadie, y cuya vida nos vendría muy bien si vale para algo además de para cantar. Si los sonidos no han perdido sus cualidades, pronto estaré hablando con el pobre diablo, utilizando una voz más agradable que la del «mata-ciervos». Al decir esto, Ojo de halcón posó su fusil y avanzó reptando a través de los arbustos, hasta que llegó cerca de David, intentando reproducir el canto musical que le había permitido salir del campamento hurón. Los agudos oídos de Gamut no podían equivocarse, sobre todo al haber oído semejantes sonidos con anterioridad, los cuales difícilmente podrían ser emitidos por otro que no fuese Ojo de halcón; por lo tanto, se dio cuenta enseguida de cuál era su origen. El infeliz parecía haberse librado de una situación muy embarazosa, ya que siguiendo el sonido del cántico, pronto dio con el cantante, sin cuya ayuda sin duda se habría perdido. Me pregunto qué pensarán los hurones de esto —dijo el explorador, mientras guiaba a su compañero del brazo hasta el lugar de refugio—. Si los bribones me oyeron, van a pensar que hay dos desequilibrados en vez de uno. Pero aquí estaremos seguros —añadió señalando hacia Uncas y los demás—. Ahora díganos qué sabe acerca de las estratagemas de los mingos, eso sí, con su voz normal y no cantando. David miró a su alrededor sin decir palabra, asombrado por la presencia de tantos jefes indios de aspecto fiero y salvaje; pero al comprobar que había rostros conocidos también comenzó a ordenar sus pensamientos con el fin de dar una respuesta satisfactoria. Los infieles se están reuniendo en gran número —dijo David—, y me temo que abrigan oscuras intenciones. Ha habido mucho aullido y ceremonia diabólica, emitiendo todos ellos unos sonidos tan irreverentes que yo no puedo repetir; en verdad, ha sido tan espantoso que decidí huir hacia los delaware en busca de paz. Sus oídos no se lo habrían agradecido si fuera más rápido corriendo y hubiese llegado un poco antes —contestó el explorador con lacónica ironía —. En fin, ¿dónde se encuentran los hurones ahora? Están escondidos en el bosque, entre este lugar y su poblado, en números tan grandes que el raciocinio sugeriría dar la vuelta inmediatamente, antes de encontrarles. ¿Magua? Está entre ellos. Trajo consigo la dama que estaba en poder de los delaware, dejándola en la cueva, tras lo cual se puso al frente de sus salvajes, cual lobo rabioso. No sé qué es lo que pudo haberle enojado tanto. ¿Ha dicho usted que la ha dejado en la cueva? —le interrumpió Heyward—. ¡Conocemos bien el lugar! ¿Acaso no podemos hacer algo inmediatamente para salvarla? ¿Qué dice Ojo de halcón? Déjame llevar a mis veinte hombres armados e iré por la derecha, a lo largo del arroyo y pasando las chozas de los castores, para reunirme con el sagamore y el coronel. Oirás la señal desde ese punto; el viento ayudará a que la puedas distinguir bien. Entonces avanzas tú al frente, Uncas. Cuando estén al alcance de nuestras armas les brindaremos tal descarga que, por el honor de un buen hombre de la frontera, hará que se doblen como una rama rota. Tras esto tomaremos su poblado y libraremos a la mujer de la cueva. El asunto concluirá, bien de acuerdo con la táctica guerrera del hombre blanco, mediante carga y victoria, o bien a la manera india, por la retirada y a cubierto. Puede no ser un plan excesivamente elaborado, comandante, pero con valor y sangre fría puede lograrse el objetivo. A mí me agrada —apostilló Duncan, viendo que la libertad de Cora era de la máxima prioridad para el explorador—; me agrada mucho. Intentémoslo ya. Tras un breve cambio de impresiones, el plan fue precisado con mayor detalle y expuesto a los demás participantes; se establecieron las señales correspondientes y cada jefe se hizo cargo de su designada responsabilidad. Capítulo XXXII Se esparcirán plagas, y proliferarán las piras funerarias, Hasta que el gran rey, sin mediar pago de rescate, Envíe a la doncella de ojos negros a Chrysa con los suyos. Pope. Mientras Uncas ordenaba a sus fuerzas, el bosque permanecía tranquilo y, a excepción de aquellos que celebraban consejo, parecía tan completamente deshabitado como el día en que surgió de las manos de su Todopoderoso Creador. El ojo humano podía percibir anchas y largas extensiones de tierra más allá de la silueta de los árboles, pero ningún objeto a la vista desentonaba con aquello que era propio de ese pacífico y bucólico escenario. Aquí y allá se oía el revoloteo de algún pajarillo entre las ramas de las hayas, y alguna ardilla dejaba caer una bellota, llamando la atención de los miembros del grupo; pero al momento siguiente, se oía soplar el viento sobre sus cabezas, a lo largo de esa verde y ondulada superficie boscosa que se extendía sin interrupción alguna, salvo por los ríos y los lagos, por aquel vasto territorio. Daba la sensación de que el pie del hombre jamás se había posado en la tierra que separaba a los delaware del poblado de sus enemigos, por lo tranquilo y sosegado del lugar. Pero Ojo de halcón, cuyo deber le ponía al frente de su grupo, sabía demasiado bien con quién estaba tratando como para fiarse del engañoso silencio. Cuando vio que todos los de su grupo estaban presentes, el explorador se colocó el «mata-ciervos» bajo el brazo y dio la orden de que retrocedieron unos cuantos metros, hasta llegar al valle de un pequeño riachuelo que ya habían pasado cuando avanzaron desde el poblado delaware. Aquí se detuvo y esperó a que toda la partida de guerreros que le acompañaba se reagrupara a su alrededor, tras lo cual les habló en lengua delaware, preguntándoles: ¿Sabe alguno de mis guerreros hacia dónde nos lleva esta corriente? Uno de ellos extendió la mano, separando dos de sus dedos y señalando la raíz común de los mismos, mientras decía: Antes de que el sol se ponga, el agua pequeña se unirá a la grande — luego añadió, señalando en la dirección a la que se refería—, las dos son bastante para los castores. Eso pensé yo —le contestó el explorador, mirando hacia las cimas de los árboles—, a juzgar por su curso y la situación de las montañas. Compañeros, nos mantendremos a cubierto en sus orillas hasta que detectemos a los hurones. Sus compañeros asintieron mediante la consabida expresión india, a medio camino entre palabra y gruñido; pero al ver que su líder pretendía ir en

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El_ultimo_mohicano-James_Fenimore_Cooper
401 pag.

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