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A pesar de que los impulsos vengativos tan propios en un salvaje seguían latentes en su ánimo, el jefe permaneció atento a sus intereses más inmedi...

A pesar de que los impulsos vengativos tan propios en un salvaje seguían latentes en su ánimo, el jefe permaneció atento a sus intereses más inmediatos y personales. Los errores y los despropósitos cometidos en su juventud habían de ser expiados mediante una larga penitencia, por la cual se ganaría la plena confianza de su pueblo verdadero; ya que sin esa confianza no era posible ejercer la autoridad en una tribu india. Encontrándose en tan delicada y ardua posición, el ingenioso nativo no había descuidado un solo detalle. De este modo, una de sus hazañas más célebres la constituyó el éxito con el que se había ganado el favor de sus poderosos y peligrosos vecinos. El resultado de esta maniobra se correspondió totalmente con sus expectaciones; ya que los hurones seguían ese principio regidor de la naturaleza humana según el cual un hombre valora sus méritos en la misma medida en que los demás los admiran. Pero mientras realizaba sacrificios en favor de asuntos más generales, Magua nunca perdió interés por sus ambiciones personales. Éstas se habían visto frustradas por los inesperados acontecimientos que le hicieron perder el control sobre sus prisioneros; y ahora se encontraba con que tenía que pedir favores a aquéllos que recientemente había halagado. Varios de los jefes habían propuesto estratagemas crueles y despiadadas que les permitiesen sorprender a los delaware, con el fin de hacerse con su campamento y, de paso, recuperar a sus prisioneros. Todos estaban de acuerdo en que por su honor, sus intereses y el eterno descanso feliz de sus compatriotas, tenían la imperiosa necesidad de cobrar una rápida venganza a través de las vidas de algunas víctimas dedicadas a su recuerdo. Pero Magua consiguió que se descartasen tales empresas, basándose en lo peligrosas y poco efectivas que podrían resultar. Con su gran facilidad de palabra expuso lo arriesgadas e inútiles que serían; y al desechar una tras otra, utilizando opiniones contrarias, logró sacar adelante su propia propuesta. Comenzó por halagar el amor propio de sus interlocutores —una estrategia que nunca falla cuando se quiere ganar la atención de alguien—. Cuando hubo enumerado las muchas y diferentes ocasiones en las que los hurones habían demostrado su valor y proeza a la hora de vengar afrentas, hizo una disertación sobre la encomiable virtud de la sabiduría. Retrató esta cualidad como la gran diferencia entre los castores y otros animales, así como entre los animales y el hombre, para llegar a establecer la distinción final entre los hurones, particularmente, y el resto de la raza humana. Tras una cuidadosa alabanza del elemento de la discreción, pasó a explicar de qué forma su uso podría ser aplicable a la presente situación de su tribu. Por una parte, dijo, estaba el gran padre blanco, el gobernador del Canadá, quien había mirado a sus hijos con dureza por tener sus tomahawks cubiertos de rojo; por otra, un pueblo tan numeroso como ellos, quienes hablaban un idioma distinto, poseían distintos intereses y que les tenían poco afecto, los cuales se alegrarían de cualquier pretexto para ponerles a mal con el gran jefe blanco. Luego habló de las necesidades que tenían; de las compensaciones que podían esperar por los servicios realizados; de la distancia que les separaba de su propio territorio de caza y poblados originarios; y de la necesidad de emplear más la prudencia y menos los impulsos en unos momentos tan cruciales. Cuando se percató de que, mientras los ancianos aplaudían su moderación, muchos de los más fieros y distinguidos guerreros escuchaban tales pláticas con gesto desdeñoso, les llevó de nuevo, por medio de su astucia, al tema que más adoraban. Habló abiertamente de los frutos de su sabiduría, que no eran otros que el triunfo total y definitivo sobre sus enemigos. Incluso llegó a sugerir que su éxito podría extenderse hasta constituir la destrucción de todos aquellos a quienes iba dirigido su odio. En resumen, combinó de tal manera lo bélico con lo diplomático, y lo obvio con lo ambiguo, que consiguió complacer a ambas partes y estimular sus respectivas esperanzas de ver cumplidos sus deseos, aunque en ningún momento se pronunció claramente a favor de una u otra facción. Un orador o político que es capaz de expresarse de esta manera y lograr estas reacciones suele ser popular entre sus contemporáneos, independientemente de cómo le juzgue la posteridad. Todos se dieron cuenta de que había mucho significado tras sus pocas palabras, y cada uno pensó que el significado profundo de las mismas era aquél que más le convenía, o más quería que fuese. En este estado de aparente felicidad, no es de extrañar que la opinión de Magua prevaleciera. La tribu consintió actuar de acuerdo con ella, uniéndose todos los presentes en apoyo de que todo el asunto habría de ser dirigido por el buen juicio del jefe que había aconsejado tan sabias medidas. Magua ya había conseguido uno de sus objetivos, gracias a sus argucias y artimañas. Había recuperado todo el terreno perdido en lo que a su pueblo se refería, encontrándose al mando de la situación. En verdad, él era el gran mandatario; y mientras pudiera mantener su popularidad ningún monarca podría ser más despótico, sobre todo al estar la tribu en medio de territorio hostil. Pasó pues, de una actitud de consejero a la de uno que comprendía que la dignidad de su cargo exigía un talante serio y autoritario. Se enviaron mensajeros en distintas direcciones; se mandaron espías para observar el campamento de los delaware; a los guerreros se les mandó regresar a sus viviendas, advirtiéndoles que estuviesen preparados para recibir órdenes; y se les ordenó a las mujeres y a los niños que se retirasen, exigiéndoles que permanecieran en silencio. Cuando hubieron terminado estos preliminares, Magua recorrió el poblado, haciendo una parada aquí y allá, siempre en lugares donde había alguien cuyo apoyo quería asegurarse. Confirmó así la lealtad de sus amistades, cultivó la confianza de los escépticos y agradó a todos. Luego se fine para su propia choza. La esposa que este jefe hurón había dejado atrás cuando huyó de su pueblo ya estaba fallecida. No tuvo hijos; y ahora envía solo en su vivienda sin compañera alguna. Se trataba precisamente de la cochambrosa estructura en la que había sido descubierto David, a quien toleraba en su presencia las pocas veces que se cruzaba en su camino, aunque mostrando una despectiva actitud de superioridad hacia él. Aquí, pues, se dirigió Magua cuando concluyó sus maniobras políticas. Sin embargo, mientras otros dormían, él no descansaba. Si alguien le hubiera seguido, le habría visto sentado en una esquina de su choza, sumido en los pensamientos concernientes a sus planes para el futuro, desde el momento en que entró en la vivienda hasta la hora señalada para la reunión de los guerreros. Con frecuencia el viento que se filtraba a través de las rendijas de las paredes avivaba el fuego de su hoguera, haciendo que las duras facciones del rudo salvaje quedasen aún más resaltadas, asemejándose en su forma y aspecto a las del mismísimo príncipe de las tinieblas, meditando sobre las maldades pendientes por llevar a cabo. No obstante, mucho antes de que amaneciera el nuevo día, un guerrero tras otro iba entrando en la vivienda de Magua, hasta que se juntaron un total de veinte. Cada uno portaba su carabina junto a otros instrumentos de guerra, aunque la pintura que les cubría era más bien de índole pacífica. Estos seres de aspecto feroz entraban sin hacer el menor ruido; algunos se sentaron en la penumbra, mientras otros permanecían de pie como estatuas, hasta que todo el grupo por fin se había juntado. Entonces Magua se puso en pie y dio la señal para iniciar la marcha, poniéndose él mismo al frente. Todos siguieron a su líder de uno en uno, de acuerdo con esa formación tan conocida que recibe el nombre de «fila india». A diferencia de otros hombres que se van a la guerra, éstos se fueron de su campamento sin ninguna ceremonia ostentosa; muy al contrario, se marcharon sin ser vistos, cual cúmulo de espectros huidizos, y no a la manera de atrevidos guerreros que se disponen a realizar valerosas hazañas. En lugar de tomar el camino que llevaba directamente hacia el campamento de los delaware, Magua guio a sus hombres a lo largo de las sinuosas orillas del riachuelo, bordeando el lago artificial que habían originado los castores. El sol comenzó a salir cuando se adentraron en el terreno que había sido formado por tan ingeniosos y sagaces animales. A pesar de que Magua, habiendo adoptado de nuevo su atuendo tradicional, lucía la figura de un zorro sobre

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El_ultimo_mohicano-James_Fenimore_Cooper
401 pag.

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