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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS EL ACTOR FRENTE A LA NADA: ASPECTOS CLAVE DEL PENSAMIENTO ACTORAL DE YOSHI OIDA T E S I S que para obtener el título de Licenciado en Literatura Dramática y Teatro P R E S E N T A DAVID ANDRÉS DÍAZ AGUILAR A S E S O R LIC. DANIEL HUICOCHEA CRUZ S I N O D A L E S MTRA. MARGOT AIMÉE YADVIGA ELEA WAGNER Y MESA MTRO. LECH GÓRZYŃSKI HELLWIG LIC. MARÍA TERESA PATLÁN TORRES LIC. OSCAR MARTÍNEZ AGISS México, Distrito Federal 2013 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). 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Antecedentes e influencias importantes en el trabajo de Yoshi Oida 7 1) Antecedentes sociales e históricos de Yoshi Oida y se entorno 7 2) El bagaje cultural-teatral de Yoshi Oida previo a su partida a Europa 14 3) Peter Brook 18 4) Trabajo independiente 29 Capítulo II: Observaciones de Yoshi Oida sobre la actuación 31 1) Empezar 32 2) Moverse 37 3) Actuar 40 4) Hablar 44 5) Aprender 47 Capítulo III. Análisis de los principales conceptos subyacentes en los planteamientos actorales de Yoshi Oida 50 1) La actuación como una labor trascendente de lo material 50 2) El actor invisible 59 3) El actor ético 66 Conclusiones 74 Bibliografía 77 4 Introducción En el entramado ideológico de cualquier creador de arte convergen todo tipo de influencias, conceptos y esquemas de pensamiento tanto propios como ajenos, formando una intrincada red a la que se le puede denominar “la “visión estética particular” de dicho creador. Lo anterior se hace evidente en la realización de análisis críticos de las diversas tendencias artísticas donde éstas se descubren imbuidas de una miríada de elementos provenientes de aspectos de origen político, cultural, religioso o social por mencionar algunos. Es por lo precedente que dicha “visión estética personal” del creador puede ser concebida también como una articulación particular que éste le ha dado a los diversos conceptos que ha retenido a través del tiempo, poniéndolos en una configuración singular y sintetizándolos en axiomas originales que forman los pilares de su visión única. El mundo del artista resulta dinámico y se compone, parafraseando la primera proposición de Wittgenstein, no de cosas sino de hechos, es decir, de las relaciones establecidas entre lo existente. La verdadera aportación del creador de arte yace en la naturaleza las relaciones que éste establece entre los elementos que percibe. Yoshi Oida, renombrado actor japonés, es un ejemplo idóneo de esta premisa. Actor incansable y cosmopolita, representa el ideal de asimilación entre diversos elementos de las más variadas influencias para lograr establecer un patrón de 5 relación entre ellos, un esquema ideológico que engloba todo lo aprendido de una manera propia que vuelve su planteamiento algo único. El propósito último de este trabajo es proponer cuales fueron estas relaciones fundamentales o ideas reactoras por él establecidas que le dotan a su trabajo de un carácter particular y que tentativamente componen la sustancia primigenia de su pensamiento. Para llegar a estas tres proposiciones finales se seguirá un camino que comenzará por la exposición de los elementos principales recibidos por Yoshi Oida, se seguirá por repasar la síntesis que él hizo de éstos y finalmente se expondrá la propuesta de los principios generales que rigen lo expuesto. Éste es, en resumen, el rumbo que se busca seguir dentro del complejo pensamiento de Yoshi Oida. La intención final de este trabajo es poder arrojar luz sobre un actor y autor vastamente rico y profundo, maestro de su labor, que atraviesa las estrechas fronteras de la simple preparación académica actoral para penetrar en el mundo de los significados trascendentes. Es también el intento de comprender mejor a un hombre que, aunque teniendo un dominio más que notable de diversas disciplinas, no cree que la figura del actor se limite a ser un atajo de técnicas y de habilidades, sino que en la misma labor actoral, a veces tan envilecida, radica un aspecto superior del sí mismo que tiene que ver con la comunicación de los aspectos más profundos de la condición humana y del orden natural de las cosas. Lo que radica dentro del actor para Yoshi Oida es el Vacío y la Plenitud, el campo de la posibilidad y sobre todo, una elevada nobleza ética que se desprende de realizar un acto de mayúscula generosidad: la Actuación. Este trabajo es finalmente el intento de 6 demostrar como ciñéndose a principios fundamentales y esenciales, Yoshi Oida enriquece la labor del actor considerándolo un ser trascendente que debe de estar en constante interacción con los aspectos concretos y prácticos de su arte tanto como con los aspectos invisibles y sutiles de la existencia. 7 Capítulo I Antecedentes e influencias importantes en el trabajo de Yoshi Oida Los antecedentes en el trabajo de Yoshi Oida, como en el de cualquier creador de arte, son de una importancia capital. En ellos se puede encontrar una fuente importante de nociones que posteriormente germinarán en su trabajo individual y formarán su visión particular. En el caso de Yoshi Oida, el análisis de estos antecedentes arroja luz sobre su pensamiento posterior y es de utilidad para rastrear elementos esenciales que persistieron de manera importante en su trabajo. 1) Antecedentes sociales e históricos de Yoshi Oida y su entorno Yoshi Oida nace el 26 de julio de 1933 en la ciudad de Kobe, prefectura de Hyogo, Japón. En la época, Japón se encuentra en un periodo marcado por los múltiples cambios sociales, económicos y políticos que se habían gestado desde 1868 con el advenimiento del periodo Meiji. Este mencionado periodo tuvo como una de sus premisas más importantes la absorción de elementos culturales occidentales, una industrialización agresiva, la rápida asimilación de las tecnologías de la época y el posicionamiento del país insular como uno de los actores más importantes en la región. La primera Guerra Sino-Japonesa, la Anexión de Corea y la Guerra Ruso- 8 Japonesa consolidaron esta posición, además de afianzar dentro de la mentalidad japonesa de la época una idea de superioridad cultural y militar. Para 1941 los sectores militaristas habían llevado la política de expansión imperial hasta la segunda guerra Sino-Japonesa y posteriormente a la entrada formal de Japón en hostilidades con Estados Unidos como parte de la Segunda Guerra Mundial. Durante el transcurso de la guerra, Japón pone en marcha un agresivo proceso de colonización y ocupación en gran parte del Extremo Oriente, conquistando regiones como las Filipinas, el archipiélago indonesio, Tailandiay la entonces Indochina Francesa. Sin embargo, por factores como la gran extensión de su ocupación, la revuelta en la China continental, las victorias militares estadounidenses y la distancia geográfica con sus aliados en Europa, Japón sufre graves derrotas y pérdidas económicas en los últimos años de la guerra. El dos de septiembre de 1945, habiendo sufrido la tardía invasión soviética y algunos días después de ser objeto de los dos bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki, Japón firmó la rendición. Con esta comenzaba un período de ocupación formal aliada que duró siete años, terminando en 1952. Yoshi Oida vive durante el transcurso de momentos clave de estos periodos mencionados, tales como el inicio de la Segunda Guerra Mundial y la capitulación del Imperio del Japón; sin embargo es tal vez el de la ocupación estadounidense y los años posteriores a ella aquella etapa que marcaría más profundamente a su generación y a la sociedad japonesa en la que le tocó vivir antes de su partida a 9 Europa. La conmoción y transformación que causó la ocupación tiene diversas causas. Entre ellas, figura el hecho de que Japón, antes de la derrota de 1945, no se podía declarar ocupado por ningún poder extranjero en todo su transcurso histórico. Esta característica circunstancial había sido exaltada por centurias, principalmente después de los fallidos intentos de invasión mongola en 1274 y 1281. Las islas japonesas crearon, entonces, una virtual sensación de independencia y de excepcionalidad, siempre reforzada por su condición geográfica insular. Por ello, la derrota militar que desembocaría en la ocupación estadounidense supuso un enorme golpe a la identidad japonesa y a su visión de mundo ya de tan largo fincada en ese sentimiento de inmunidad. Japón se vio súbitamente arrojado en una espiral de intercambios culturales involuntarios que cambiaron profundamente sus características estructurales. Una de las causas del impacto de estos cambios fue que la influencia de la cultura estadounidense (y con ella la Occidental en general) llegó por primera vez sin ningún tipo de limitación ni reservas, contrastando con siglos de aislamiento total y los posteriores años de asimilación selectiva que predominó en el periodo Meiji. Los elementos que llegaron para incorporarse fueron de toda naturaleza: económicos, políticos, sociales, artísticos, etc. La recepción de dichos elementos fue vista desde diversos puntos de vista, desde la profunda desconfianza hasta la abierta colaboración, aunque estos matices no se excluían mutuamente y tendían a coexistir. Como hace constar en su libro Un actor a la deriva (ver Oida 2003, 137), la actitud 10 de Yoshi Oida frente a los ocupantes llevaba un matiz significativo de desconfianza derivado del “excesivo desenfado” aparente de los soldados de los Estados Unidos y una apariencia de frivolidad en su comportamiento. Esta actitud no era más que un reflejo de un juicio hecho por amplios sectores del pueblo japonés de la época que miraba a los estadounidenses como portadores de dádivas materiales pero carentes de límites en cuanto al trato social se refería. Es por lo anterior que una sociedad tan estrictamente codificada como la japonesa encontraba en el espíritu estadounidense una paradoja difícil de conciliar caracterizada por su profusión singular de bienes (que por algunos grupos anti- occidentales era catalogada como fútil, pueril y excesiva) subsistiendo al lado de una especie de irreverencia permanente. La sociedad estadounidense se presentaba como poseedora de un sistema de valores basado en raíces profundamente divergentes que ensalzaban un materialismo pujante y un individualismo radical contrario al sistema de valor japonés establecido desde varios siglos atrás y que hacía hincapié en ideales diametralmente contrarios tales como la virtud de la colectividad, la frugalidad y la obediencia social. Este proceso de adaptación finalmente siguió su curso: Japón hizo suyas una serie de estructuras producto de la ocupación que culminaron, entre otras consecuencias, en un impresionante despegue económico que lo colocaría como una de las primeras potencias económicas a nivel mundial. Así mismo, los intercambios culturales penetraron profundamente la vida cotidiana en donde la asimilación de elementos como la práctica del consumo masivo y las dinámicas sociales occidentalizadas comenzaron 11 a hacerse predominantes. El juicio histórico sobre la pertinencia, ventajas y desventajas de estas transformaciones experimentadas en Japón tiene un amplio rango de opinión dependiendo de la posición del comentarista. El juicio de Yoshi Oida hace eco de diversas voces que se expresaron con cierta reserva frente al sorprendente progreso material que Japón experimentó después del decisivo periodo de ocupación. En su opinión, el despegue material alimentó ciertas actitudes arrogantes dentro del pueblo japonés que quiso atribuir el éxito de tal empresa a una superioridad innata e incuestionable del Japón olvidando, que lejos de ser un efecto resultado de una superioridad cultural, era el efecto de la suma de esfuerzos hechos en aquel periodo. Esta actitud, para Yoshi Oida, es síntoma de una abundancia de riqueza material que no es acompañada por una correspondiente riqueza espiritual (ver Oida 2003, 168). La mencionada riqueza material servía solamente para satisfacer unas expectativas sociales donde el poder, el éxito y otros valores parecidos representaban el paradigma de aquello que el individuo debía desear y obtener. Sin embargo, contrastando con lo anterior, en la tradición japonesa se contraponía el concepto de wabi, noción que propone otras fuentes de riqueza que no son estrictamente aquellas derivadas de la posesión de bienes (ver Oida 2003, 167). Estas otras fuentes de riqueza provienen, por ejemplo, del poder de introspección de sí mismo. Dicha introspección produce una riqueza de carácter ético independiente de las posesiones concretas. Por tanto, los objetos y los individuos sencillos o humildes pueden contener una riqueza profunda que a simple vista resulta insospechada, más aún en 12 una sociedad regida por un consumismo imperante. Es meritorio mencionar que estas observaciones nos remiten a uno de los efectos más debatidos por los círculos culturales japoneses en el momento de las primeras actividades artísticas de Yoshi Oida: la destrucción de la idiosincrasia japonesa por la influencia occidental. Aunque la ocupación formal del Japón acabó en el año de 1952, los años posteriores siguieron marcados por los efectos dejados por ese lapso de tiempo. En esos años subsecuentes surge una crítica a la penetración cultural estadounidense que veía los valores occidentales como excesivamente pragmáticos, irreverentes y materialistas. La crítica hace de su blanco no tanto las nuevas dinámicas de producción como las actitudes que estas mismas habían impuesto en el grueso de la sociedad. Además, algunos sectores más radicales consideraban que la genuina vitalidad del hombre japonés había sido consumida y corría un inminente peligro de desaparición subyugada por una cultura extranjera donde las sensibilidades artísticas y estéticas inherentes al espíritu japonés habían sido modificadas y relegadas. No obstante, el verdadero grado en que los aspectos más profundos y arraigados de la cultura japonesa fueron modificados durante el período de ocupación y los periodos subsecuentes es difícil de medir con precisión y objetividad. Cabe mencionar, igualmente, que a pesar de la decisiva influencia que estaba teniendo la cultura extranjera, la sociedad japonesa no poseía una idea concreta y detallada de “Occidente”, término en sí mismo vago cuyo propósito primordial es 13 englobar a Estados Unidos y Europa tanto como a una multitud de países que yacen en otrasdirecciones geográficas. Yoshi Oida mismo menciona que antes de su partida a Europa el concepto sobre lo que yacía en el “Occidente” era ambiguo y hace notar que no obstante Japón había adquirido aspectos de notoria occidentalización, muy pocos japoneses contaban con alguna experiencia residiendo o visitando países extranjeros (ver Oida 2003,15). El “Occidente”, entonces, aparecía tan desconocido como lo era en la época de la apertura primera de Japón lo cual mostraba que los elementos culturales asimilados no habían reducido a su mínima expresión los componentes ya existentes de la sociedad japonesa. Muchos fueron los casos en que las maneras exteriores occidentales fueron adoptadas pero interiormente persistieron casi íntegros los mecanismos sociales que funcionaban con anterioridad. Esto puede ser más claro cuando se habla de las dinámicas de funcionamiento del teatro japonés que entre otros aspectos carecía de prácticas teatrales “modernas” tales como la improvisación, reteniendo en cambio el formato de las kata, que son formas fijas en las que se basan actividades como el teatro o las artes marciales tradicionales japonesas (ver Oida 2003, 25). Este factor hizo que el trabajo creativo del teatro japonés de aquella época fuera muy reducido pues se seguía basando en la imitación de patrones alejados de las nuevas formas de producir y actuar que habían germinado en Occidente varios años atrás. Igualmente, así como las corrientes artísticas occidentales llegaron con fuerza al Japón, fue con una fuerza similar que las técnicas y conceptos artísticos japoneses dejaron las islas y comenzaron a ser conocidos y admirados en el extranjero. La gran experimentación y el agudo cuestionamiento de las formas tradicionales de la labor 14 teatral que se estaba suscitando en los circuitos culturales fuera de Japón encontraba en estas nuevos conceptos un aire de renovación, a la vez que una forma novedosa y superior de concebir el hecho teatral. Aunque las formas tradicionales orientales del arte ya habían llamado la atención de diversos críticos con anterioridad, fue en esta época en que éstas llegaron a grupos mucho más amplios y fueron objeto de una atención mucho más general. Yoshi Oida, sin embargo, ve este fenómeno con cierta ironía puesto que las vanguardias occidentales, al descubrir las técnicas tradicionales escénicas del Japón, quedaron sorprendidas por la “novedad y riqueza” de aquellas no obstante que se habían venido ejerciendo hace siglos. Así fue que los artistas japoneses se hallaron súbitamente – y por “mero accidente”, agrega Yoshi Oida - en la cúspide vanguardista de la cultura y aquellas formas tradicionales se ubicaron súbitamente a la cabeza del arte moderno (ver Oida 2003, 45). 2) El bagaje cultural-teatral de Yoshi Oida previo a su partida a Europa Antes de partir a Europa por primera vez, Yoshi Oida desempeñaba ya una labor escénica amplia. Entre toda esta actividad destacaba la formación y el acercamiento que tenía con algunas formas tradicionales del teatro japonés, tales como el kyogen, el kabuki y el teatro No. Al hacer el análisis de sus escritos se descubre que esta 15 última forma, el teatro No, es quizás la más referida por el autor y en ella se pueden rastrear una cantidad considerable de elementos estéticos y técnicos. El estudio de cualquier forma artística dota al que lo aborda de ciertos supuestos y sensibilidades inherentes a dicha actividad. En el caso del teatro No y en general de las actividades tradicionales japonesas, estos supuestos tienen aún mayor relevancia por la especificidad de sus dogmas y su rígida codificación. Por ello, la adquisición aislada de conocimientos prácticos del teatro No, tales como sus técnicas vocales o corporales, no representa en ningún modo capacitación suficiente para poder representarlo. Para adquirir el grado necesario para su ejecución es indispensable también estar completamente familiarizado con un sistema muy bien delineado de conceptos filosóficos y estéticos. Ya que el teatro No no admite variaciones de ninguna naturaleza, sólo el dominio conjunto y armónico de formación corporal y formación estética es aceptable. Lo anterior hizo que a lo largo de su historia el teatro No desarrollara cierto carácter exclusivista pues sus representaciones resultan un ejercicio estético exigente que requiere una amplia apertura imaginativa y sensible tanto para el ejecutante como para el espectador. Entre los elementos más característicos del teatro No se encuentra su gran economía de recursos. En esta forma teatral es el cuerpo y la voz del actor el centro verdadero de la obra. Su ejecución incluso relega a un plano más lejano el hecho anecdótico narrado, generalmente carente de una estructura dramática concebida de la manera clásica occidental. En ocasiones el texto mismo puede resultar carente de 16 significación en el momento de la representación, pues su estilización y antigüedad lo hacen ininteligible incluso para los hablantes nativos del idioma japonés actuales. El argumento representa por tanto un valor simbólico sobre cuya base surgirá el mundo que el actor construye a partir de él. El teatro No no se basa en la representación de acciones realistas o ilustrativas. La acción dramática, por más intensa que pueda llegar a ser, siempre será transformada en gestos simbólicos y metafóricos alejados de la interpretación realista. Sin embargo, estos mismos gestos simbólicos contienen la sustancia completa de lo representado, es decir, contienen un poderoso movimiento interior a pesar de sólo sugerirlo. El No es por ello un arte sugestivo e inductivo que se aparta de lo puramente demostrativo (ver Cossío Cossío 2001, 19-21). A la cualidad de un actor que reúne en perfecto balance las cualidades sugestivas y figurativas del No se le denomina yugen, término utilizado por Motokiyo Zeami, el gran codificador del teatro No. Yugen equivale también a la cualidad del actor de expresar una profunda vida interior a través de acciones sutiles y veladas (ver Cossío Cossío 2001, 120). Por lo anterior es que el mencionado término remite a una profundidad estética remota y misteriosa para los sentidos evidente sólo a través de la percepción intuitiva. Este tipo de actuación tiene un paralelo estético con la pintura Ch'an (Zen) originaria de China, en donde los trazos manifiestan las formas visibles y el espacio vacío restante manifiesta las formas no visibles, es decir, las formas que subyacen en estado latente. Esta característica da a la pintura una densidad notable pues sugiere un mundo amplio y complejo que podemos percibir aunque no esté 17 abiertamente manifiesto. La actuación en el teatro No parte de un principio muy similar. Yoshi Oida, aludiendo al concepto de iguse (ver Oida 2003, 212) dentro de la dinámica del teatro No, hace una sistematización sobre los procesos que se pueden distinguir: en el primer nivel se menciona que al surgir en el ejecutante una emoción particular se trata de representar con el máximo de expresión física. De conseguirse esta ejecución satisfactoriamente entonces se comenzará un importante proceso de reducción de la acción física que requiere seguir manteniendo el mismo grado de intensidad emocional al mismo tiempo que el rango de movimiento físico se va acortando sensiblemente. Si el movimiento interno perdura con la misma fuerza la expresión actoral aumentará proporcionalmente. En las últimas fases el movimiento físico ha sido anulado dejando empero un intenso movimiento interno que ha aumentado hasta hacerse visible por virtud de sí mismo. La completa reducción de la acción física contrastada con una vida interna rebosante de energía es un pilar de la construcción estética del teatro No. La densidad alcanzada dentro de este singular proceso comprende una potencia que iguala y puedeincluso superar aquellos efectos conseguidos a través de la profusión de movimientos físicos. Es por eso que dicho estado, aunque aparentemente de férreo control corporal y de restrictiva inmovilidad contiene en sí su contrario, es decir, un estado de profunda vivacidad y libertad. La dinámica del teatro No resaltará profundamente en la labor posterior de 18 Yoshi Oida y será el concepto de la inmovilidad uno de los puntos recurrentes en su trabajo. Así mismo la necesidad de una formación estética y no solamente mecánica para el actor surgirá posteriormente como un principio esencial en su labor. 3) Peter Brook En 1968, por intervención de Jean Pierre Barrault, Yoshi Oida deja Japón para partir a Europa. Allí tiene como objetivo el encuentro con el director inglés Peter Brook, con el cual formaría parte del entonces Centre International de Recherches Théâtrales con sede en París. Este hecho marca un punto clave en la carrera de Yoshi Oida y conforma un paso decisivo para su evolución actoral. La búsqueda particular de Peter Brook no nace aislada a su contexto ni del ambiente teatral que preponderaba en la época del primer Centre International de Recherches Théâtrales. Para 1968 la efervescencia política y cultural en Europa y en otras partes del mundo había llegado a un punto culminante. La tónica era el cuestionamiento, ya fuera de las formas preponderantes de producción económica, la legitimidad de la autoridad de los gobiernos nacionales, las convenciones dominantes en la estructura social o la naturaleza de las manifestaciones artísticas. La crítica del arte como concepto, incluido el teatral, se vio reflejada en el surgimiento de una multitud de grupos de búsqueda que se dedicaron a una exploración profunda del fenómeno artístico. El mismo Peter Brook, Jerzy Grotowsky o el Living Theatre 19 representaban, en el campo teatral, algunas de las figuras más notorias del movimiento de investigación y experimentación. Con sus respectivos métodos ponían en tela de juicio la naturaleza del ejectuante, la importancia del binomio actor- espectador, las concepciones escenográficas, el rol del director y la finalidad misma del acto teatral. El espectro de las bases teóricas donde se fincaron los procesos de búsqueda fue muy amplio, extendiéndose desde diversas ideologías socio-políticas hasta movimientos de experiencia religiosa esotérica. No obstante, tal vez el elemento que permeó una mayor cantidad de movimientos fue la búsqueda común de despojar al teatro de todo elemento innecesario y superfluo para redescubrirlo en su forma más prístina: el ritual original y puro basado en la experiencia primigenia de la fórmula actor-espectador. Esto se obtendría alejándose de la rigidez del texto como medio principal de abordaje de la obra dramática y dirigiéndose hacia la exploración de aspectos tales como la voz y la dinámica corporal. En lo que se refiere a las búsquedas e inquietudes de Peter Brook en aquella época, estas tienen quizás su más clara exposición en el libro de su autoría El Espacio Vacío publicado por primera vez a finales del año de 1968. En dicho libro el director inglés realiza una exposición sobre sus reflexiones, propuestas y observaciones sobre la labor teatral. El Espacio Vacío tiene su comienzo en las siguientes líneas: Puedo tomar un espacio vacío y llamarlo un espacio desnudo. Un hombre 20 camina a través de este espacio vacío mientras alguien más lo mira, y esto es todo lo que se necesita para iniciar un acto teatral. (Brook 1996, 7) Esta cita es ilustrativa de uno de los pensamientos rectores de Peter Brook: la búsqueda de la esencialidad del teatro. Por esta esencia se entiende el acto escénico básico del cual se han derivado todas las variaciones posteriores de la labor teatral. Peter Brook plantea que esta forma pura se puede buscar dentro de un “espacio vacío” que además de su connotación literal implica, entre otras cosas, la independencia de todo tipo de recursos del teatro convencional ya sean estos concretos o abstractos. De esta premisa se desprendería una infinita flexibilidad del acto escénico que se liberaría de su dependencia de ciertas condiciones especiales y abriría la puerta a todo un espectro de posibilidades insospechadas. Las giras mundiales de exploración realizadas por el grupo que llegarían a lugares tales como el África sub-sahariana e Irán son un intento de inmersión en las infinitas posibilidades propuestas por el “espacio vacío” y una puesta a prueba de la maleabilidad con la que el acto teatral puede surgir. Peter Brook planeta un intenso cuestionamiento respecto a las técnicas, objetivos, procesos y aspectos económicos del teatro en general. Para fines de organización de sus observaciones, agrupa en cuatro categorías los tipos de actos teatrales que ha distinguido en su análisis. 21 La primera categoría propuesta por el director inglés es el “teatro mortal”, que tiene su raíz en la repetición ad nauseam de fórmulas escénicas anquilosadas y estereotipadas. Este tipo de teatro recurre constantemente a un mismo conjunto de recursos que apelan a una sensibilidad trillada y que son carentes de un planteamiento estético complejo (ver Brook 1996,46). Por ser un retorno autorreferencial de formas y recursos, carece de una faceta autointerrogativa en donde se cuestione y replantee los aspectos fundamentales de la creación teatral. En otros términos, el “teatro mortal” no es más que el esqueleto de una forma escénica alguna vez gestada por una auténtica necesidad expresiva y vital de la cual no sobrevivió más que su aspecto superficial (ver Brook 1996, 47). La esclerosis del “teatro mortal” que Peter Brook refiere proviene de la sujeción de esta actividad a diversos factores como la necesidad de ganancia económica, el apego a las “formas tradicionales”, la deliberada falta de creatividad en las producciones debido a factores comerciales o la pereza creativa de los participantes. El “teatro mortal” necesita además de un público inerte que busque únicamente comodidad y reafirmación de las propias creencias. Este teatro es, ante todo, una forma teatral de complacencia y de bajo riesgo. Lo mencionado ilustra las razones por las que el director inglés considera que el “teatro mortal” se aloja tanto en el teatro comercial como en el “teatro de cultura”: éste último, al remitirse una y otra vez a formalismos caducos fácilmente reconocibles y por tanto fácilmente asimilables, representa una de las formas más ejemplares del teatro mortal (ver Brook 1996, 9). 22 El teatro “no-mortal”, para Peter Brook, se divide en las siguientes tres categorías: el teatro tosco, el teatro sagrado y el teatro inmediato. La principal raíz que define la naturaleza del “teatro sagrado” es que aspira a ser el teatro de lo invisible hecho visible (ver Oida 2003,102). Esto quiere decir que dentro del corto espacio concreto de la representación teatral se puede alojar una materialización de categorías abstractas que usualmente son captadas intuitivamente. Este teatro responde por tanto a la aspiración humana de una experiencia que pueda establecer una unión entre el aspecto metafísico de la existencia y su aspecto cotidiano. El “teatro sagrado”, entonces, se distingue por el carácter metafísico y ceremonial que sus representaciones evocan. Lejos de ser simplemente un divertimento intelectual o sentimental está destinado a poner de manifiesto la relación del hombre con todos los planos de su existencia así como su relación con respecto al universo y las fuerzas invisibles que lo rigen. Es un teatro de comunión que busca un involucramiento total del participante en todas sus capacidades. El “teatro sagrado” no requiere la búsqueda de ninguna deidad en particular, sólo pone de manifiesto la existencia de vínculos y realidadesmás profundas a la realidad cotidiana. Tiene además la cualidad de ser un impulso inherente al hombre, el cual ha ejercido este tipo de actos desde sus orígenes respondiendo innatamente a la intuición de una realidad superior y más abarcante. Por su parte, el “teatro tosco” está acompañado de un pasado histórico rico que le ha caracterizado por su austeridad y lo rudimentario de sus recursos. Para 23 este tipo de teatro es el estar fincado en una raíz popular fecunda aquello que le ha dotado de una energía creativa indiscutible (ver Oida 2003, 107). Este tipo de teatro convoca a un público no especializado que lo juzga con irreverencia y que lo observa desarrollarse en un emplazamiento escénico carente de sofisticación o de técnica elaborada. El “teatro tosco” se desplaza por los registros artísticos más elementales tomando forma en un espíritu de espontaneidad y naturalidad. Locales como tabernas y establos le han dado cobijo a través de los siglos y lo han llevado a tener una cercanía profunda con el grupo social de donde emana. Para Brook, el “teatro tosco” es de suma importancia porque representa una fuente primordial de la necesidad primigenia de entretenimiento y convivencia que satisface la representación teatral. Este teatro se desenvuelve alejado de la formación especializada en las artes escénicas, causa de que la mayoría de sus elementos carezcan de refinamiento académico y se presenten en un estado “tosco”. La energía que despide este tipo de teatro es la básica energía vital de la forma escénica, planteada en un intercambio genuino entre actor y espectador en términos absolutos de reciprocidad e igualdad. El “teatro tosco”, naturalmente, no suele tocar las dimensiones filosóficas y metafísicas del “teatro sagrado”, sin embargo es generador de vínculos clave que destacan por su sinceridad y su potencia. Finalmente, el “teatro inmediato” tiene dos principales características: la primera de ella es la eliminación de la esclerosis antes mencionada del “teatro mortal”; la segunda, el deslizase por el “teatro tosco” y el “teatro sagrado” para poder forjar un mosaico completo de la vida y sus manifestaciones. Dicho mosaico es el 24 reflejo más latente y genuino de la vida por su retrato de la multiplicidad de la experiencia humana que transita cotidianamente por aspectos tanto “toscos” como “sagrados”. El “teatro inmediato! es una forma teatral de riqueza comprensiva que toma en cuenta la amplitud de la condición humana y la pone en juego en el escenario. Para Peter Brook el modelo del teatro inmediato es Shakespeare, pues sus obras están compuestas por diversos registros sensibles que son capaces de evocar sensaciones en cualquier tipo de público, así el que asista buscando lo “tosco” o el que asista buscando lo “sagrado”. El teatro inmediato es, entonces, una mezcla fértil de elementos aparentemente contrapuestos. Este equilibrio de fuerzas es, para Brook, una de las formas más completas de la expresión teatral. La ilustración perfecta de lo anterior - nuevamente remitiéndose a Shakespeare – es un evento teatral en el cual público de todas las extracciones sociales, desde las económica e intelectualmente elevadas hasta las clases populares pudieran compartir un mismo evento cultural que aporte algo trascendente a todos sólo por el hecho de compartir una misma naturaleza humana innata. Para Peter Brook, esta forma incluyente y rica en el teatro es la meta última de su labor. Todos los anteriores postulados – los cuales fueron cambiando, actualizándose y replanteándose con la maduración del proceso - fueron explorados a través de numerosas puestas en escena tales como Los Ik, El Mahabarhata, El hombre que, Orghast, La Conferencia de los Pájaros y la muy significativa gira por África en la que Yoshi Oida tuvo oportunidad de participar. 25 En su primera etapa, la relación de Yoshi Oida con Peter Brook estuvo regida por el deseo de intercambio de elementos culturales. En este primer proceso el fin buscado era el descubrimiento de elementos comunes que pudieran revelar más claramente los fundamentos básicos de la labor actoral en todo el mundo (ver Oida 2003, 63). Yoshi Oida, por la formación obtenida previamente, aporta los elementos aprendidos de la técnica y la estética tradicional japonesa notablemente socorridos por los movimientos artísticos de la época. La aportación de aquellos elementos y la recepción de otros ajenos a él ampliaron el criterio y las posibilidades de los participantes en el grupo. Se podría considerar que el periodo más relevante para Yoshi Oida como teórico independiente comenzó verdaderamente cuando tuvo que alejarse por completo del bagaje cultural del que disponía por recomendación de Peter Brook (ver Oida 2003, 91). Mediante el alejamiento de los actores de las fórmulas recurrentes que les brindaban una sensación de seguridad, el grupo abría la puerta al hallazgo de soluciones nuevas y verdaderamente creativas por su parte. Yoshi Oida vive un profundo cambio a partir de esto pues comienza nuevamente a crear herramientas y nociones conjuntando lo aprendido, proceso que marcaría una constante durante toda su labor posterior. Para mejor ilustración del proceso de trabajo con Peter Brook se pueden citar algunos ejemplos narrados por Yoshi Oida. El primero se refiere a una experiencia durante su gira en África: 26 Habíamos desechado ya los espectáculos que ensayamos en París y ahora improvisábamos frente al público. Un día un actor norteamericano, Andreas Katsulas, puso sus botas en el centro de la alfombra; inmediatamente despertó el interés de la gente. En aquella cultura los zapatos simbolizan el poder, el éxito, la comodidad y los lujos de la vida moderna. Una actriz se calzó las botas convirtiéndose en una belleza irresistible; al ponérselas otro actor de convirtió en matón presuntuoso. Por sí mismas, las botas cambiaban a la persona precipitaban los conflictos y provocaban las intrigas y los deseos. El objeto permitió a los actores encontrar un punto en común con el espectador africano. Cada vez que representábamos el shoe show, comenzábamos del mismo modo: las botas se colocaban en el centro de la alfombra, luego uno de los actores improvisaba con ellas y un segundo actor se integraba a la improvisación. Cada vez que lo hacíamos, explorábamos nuevas formas de usarlas y relacionarnos por medio de ellas. Nunca nos repetimos, y el público jamás dejó de responder. Puesto que todo era improvisado, con frecuencia el espectáculo naufragaba, pero al menos habíamos establecido ya un contacto verdadero. (Oida 2003, 133) Sobre El Mahabharata, Yoshi Oida anota lo siguiente: 27 El Mahabharata, que se llevó más de cuatro años, fue el gran proyecto de Peter Brook. Realmente me interesaba y quería ver cómo llevaría Peter al teatro el complejo mundo de esa historia. Una vez más decidí que seguir actuando era mejor, ya que de otro modo no podría presenciar cómo se desarrollaría ese proyecto. Para mí el proceso fue maravilloso. Era fascinante observar cómo trabaja un gran director en una obra de gran magnitud. Disfruté cada momento de los ensayos. Desafortunadamente al cabo de diez meses llegaron a su fin, el montaje estaba listo y ahora tenía que aplicarme a la tarea del actor. Después de los buenos tiempos vinieron los malos: dos años actuando lo mismo, día tras día. Si hubiera actuado todos los días de la misma manera el aburrimiento me habría vuelto loco. Para evitar este problema decidí tratar de actuar de otro modo. Decidí que no iba a pensar en lo bueno o lo malo que fuera, sino simplemente a tratar de divertirme en escena. Todos los días, con cierto sentido egoísta, buscaba placer al actuar. Y repentinamente la gente me dijo que era mucho mejor que antes. (Oida 2005, 189) Finalmente sobreEl Hombre que comenta: 28 Cuando empezamos a trabajar en el El Hombre que Peter Brook nos reunió para explicarnos que quería hacer una obra de teatro basada en libro El Hombre que confundió a su mujer con un sombrero, de Oliver Sacks. Empezamos el proceso improvisando a partir de algunas escenas del libro. Hasta ese momento yo siempre había pensado que el contenido escénico tenía que ser algo que estuviera directamente relacionado con la experiencia del público. Podría tratar acerca del amor o de la familia o de la muerte, o de la política, pero tenía que tener algo que el público reconociera en su propia vida. ¿Pero neurología? Si se tratara de psicología quizá podría identificarme con ella, puesto que podría hacer experimentado un cierto tipo de agitación emocional. Pero el daño neurológico es un fenómeno muy específico y no es algo que suceda con frecuencia en la vida de la mayoría de la gente. Así que me encontraba en problemas con el material que Peter había elegido para trabajar. No me podía identificar con él, y francamente, me preguntaba por qué diablos estábamos haciendo eso. Entonces los otros empezaron a improvisar. Al observarlos sentí de pronto: “¡Ser esa persona!” Era absolutamente ilógico, pero sentí ser ese mismo individuo lesionado. Me aterré. Hasta cierto punto las escenas son en realidad algo cómicas: ver a un hombre que no puede sentir su lado izquierdo resulta un tanto gracioso. Pero yo estaba aterrado. No tenía 29 nada de gracioso. Ese mismo podría ser yo, dañado, pero sin noción del daño. Cómo saber. En ese momento me sorprendí al darme cuenta de todo lo que podía compartir en ese proyecto. De hecho, desde que empecé a trabajar con Peter Brook, hace casi treinta años, resultó ser para mí el mejor proyecto. (Oida 2005, 92) 4) Trabajo independiente Yoshi Oida, aparte de sus colaboraciones con Peter Brook, toma también una dirección independiente dirigiendo él mismo o actuando bajo distintos directores. Entre sus trabajos como director figuran los Juegos Litúrgicos Japoneses o Hannya Shingyo, Interrogaciones, El Malentendido de Albert Camus, El libro tibetano de los muertos en adaptación de Isabelle Famchon, Madame de Sade de Yukio Mishima, la ópera El Ruiseñor de Igor Stravinsky y Fin de Partida de Samuel Beckett entre otros. En cuanto a cine a participó también en películas como El libro de la almohada de Peter Greenaway y Flores de Otoño de Shunshuke Ikehata. Además tiene tres libros de su autoría, esenciales para entender su pensamiento: Un actor a la deriva, El Actor Invisible y Los Trucos del Actor. 30 El trabajo independiente tanto como las influencias recibidas por Yoshi Oida evidencian un elemento en común: la pluralidad. Lejos de quedarse reducido a ideas provenientes de un origen similar, Yoshi Oida se abre a una gama extensa de interacciones multiculturales de donde variados aspectos técnicos, éticos y sociales se convirtieron en su propio patrimonio. Si bien es cierto que esta recepción tan amplia de elementos se debe a su propia voluntad, también es verdad que Yoshi Oida se beneficia de un momento social y cultural donde el internacionalismo era una constante. En el tiempo del comienzo de la actividad de Yoshi Oida los movimientos ideológicos de todos los espectros intentaban superar las barreras del nacionalismo para descubrir paradigmas que pudieran funcionar en todos los contextos posibles. Lo anterior aunado a la natural disposición conciliatoria de Yoshi Oida crearon un extenso panorama para su creación actoral. Si en cierto punto Yoshi Oida se describe como “un actor a la deriva” es en parte consecuencia de la pérdida de referente geográfico y cultural que este intenso periodo de ampliación de conocimientos le ocasionó. Yoshi OIda se debate en un movimiento oscilatorio entre el ser expatriado y el ser nacional, regresando muchas veces a sus raíces japonesas a la vez que abraza las tradiciones y formas distintas de ser allegándose al principio de la universalidad de arte. Este movimiento pendular es la clave de su evolución. 31 Capítulo II Observaciones de Yoshi Oida sobre la actuación. Previamente en este trabajo se estableció un panorama general sobre las influencias externas más significativas recibidas por Yoshi Oida. En el presente capítulo se expondrá su pensamiento particular en un estado de evolución propia mediante la recopilación y sistematización de sus observaciones sobre la actuación. Para el análisis oportuno de las observaciones sobre la labor actoral de Yoshi Oida se debe considerar en primer lugar que él no deja establecida ninguna “técnica” ni “método” de la cual se atribuya la autoría o pretenda exponer en sus trabajos. En tanto que cada montaje exige su propio y personal “método de actuación”, es difícil enseñar un “método de actuación” como si fuera una técnica general. Además, como artistas tienen que estar dispuestos a destruir sus métodos de actuación anteriores para crear lo que se necesita aquí y ahora. Cuando de hecho uno está en escena hay que olvidarse de todas las teorías, de todas las filosofías y de todas las técnicas interesantes. Sólo hay que hacerlo. (Oida 2005, 188) A cambio Yoshi Oida deja, particularmente en los libros de su autoría, una rica y abundante colección de observaciones, apuntes, anécdotas y pensamientos 32 íntimos referentes a la actuación que van desde extractos de leyendas tradicionales hasta la narración de experiencias personales. Sus trabajos forman en sí mismos un elaborado mosaico de todos los avatares de la labor actoral, desde sus aspectos más técnicos hasta sus elementos más íntimos. Para efectos del presente trabajo, esa reunión natural y coherente de observaciones tiene que ser disgregada en apartados concretos para su exposición. La división desde la que se partirá será aquella hecha por el autor en El Actor Invisible, libro indispensable para comprender su pensamiento, el cual está constituido por cinco partes: Empezar, Mover, Actuar, Hablar y Aprender. 1) Empezar Yoshi Oida posee una concepción del acto escénico como la de un acto singular que tiene que ser llevado a cabo de principio a fin con sus correspondientes aperturas y conclusiones. Lo anterior no se refiere únicamente a la estructura de la obra a representar sino a la experiencia del actor sobre el escenario, la cual debe ser cíclica y completa. Por lo tanto, los actos de apertura tienen una preponderancia particular dentro de su visión. Si en primer término estos procesos coadyuvan a la preparación corporal y mental adecuada para el desempeño actoral, tienen como motivo ulterior hacer consciente en la mente del autor la traslación única y singular que va a vivir tanto en su inicio como en su conclusión. Una preparación especial antes del acto 33 escénico ayuda a tener un manejo eficiente de energía y evitar la fuga ocasionada por la fijación de la mente en problemas externos. Además es útil para iniciar una introspección profunda de la naturaleza profunda de la tarea a realizar. Para Yoshi Oida la mejor preparación para el acto escénico está basada en acciones concretas y puramente físicas, en contraposición a métodos derivados del ejercicio exclusivamente mental. Aunque Yoshi Oida habla de varios factores que ayudan a la iniciación y preparación del actor para el ejercicio escénico, es notable el énfasis que le da al acto de “limpiar” como eje de esta preparación. La “limpieza” propuesta es realizada desde el propio cuerpo hasta el lugar concreto donde ha de ser realizada la labor actoral. Simbólicamente este acto trasciende el espacio físico hasta tener implicaciones de “purificación” de la mente y el espíritu. Una referencia importante en cuanto al énfasis de esta práctica de “limpieza y purificación” se puede encontrar enceremonias tradicionales japonesas provenientes de ritos sintoístas, cultos budistas, representaciones de teatro No y artes marciales de aquel país. En todas estas ceremonias, como lo enfatiza Lorna Marshall (ver Oida 2005, 28), las nociones sobre la limpieza y la pureza son muy importantes. Las conexiones que tiene la limpieza con nociones cosmológicas, como la de la creación del mundo a través de un ritual de limpieza llevado a cabo por el dios Isanagi, conlleva que sea considerada como una acción que consiste genuinamente en un acto de creación y fertilidad relacionado intrínsecamente con la fecundidad vital. 34 Si bien el acto de “limpiar” puede parecer sólo una preparación para el acto escénico, Yoshi Oida considera que toda práctica de preparación en sí misma es un acto completo, relevante en su propio derecho y que incluso se puede desligar de las acciones subsecuentes. La concepción cíclica de Yoshi Oida vuelve a ser evidente en este principio, pues aunque el ejercicio de la “limpieza” es útil para la preparación, el acto en sí mismo posee un ciclo y un objetivo propio e independiente. A manera de ejemplo de esto último, tomaremos una sencilla práctica referida por Yoshi Oida (ver Oida 2005, 25) que consiste en limpiar con un paño empapado de agua fría, en movimientos y patrones regulares, el lugar donde se ha de realizar el trabajo actoral. Si bien esta rutina puede resultar aparentemente sencilla, Yoshi Oida pone énfasis en que la atención plena que tiene que ser firmemente dirigida a la simple acción de empujar el paño por la habitación sin pensar aquello que sobrevendrá después. De lo anterior se puede llegar a la conclusión que si se piensa en cualquier acto preparatorio como un simple medio, éste perderá entonces cualquiera sea la dimensión significativa que éste pueda tener (ver Oida 2005, 26). Esto último es reflejo de uno de los principios más recurrentes en la visión de Yoshi Oida: el principio de la no-consecución. Este principio es fundamental para el ejercicio pleno de la concentración profunda necesaria para la ejecución escénica, pues tener la completa consciencia de los actos a simple vista cotidianos e incidentales resulta a veces un ejercicio más sofisticado y demandante que la concentración en elementos estrictamente teatrales como el texto mismo. Es por lo anterior que desde esta perspectiva de trabajo “limpiar” deja de ser un simple preámbulo para el trabajo y se transforma en una práctica donde la acción misma de la limpieza es lo genuinamente 35 importante. Aún más, se podría decir que toda práctica externa al ejercicio escénico, es decir, la vida cotidiana del actor como sujeto comprende un período de preparación y de ejercicio estrechamente relacionado con la labor actoral. Este periodo externo al trabajo escénico está ocupado por un miríada de acciones que suelen ser hechas con un descuido mecánico que las relega a actos irreflexivos e insustanciales. Sin embargo estas acciones contienen dos elementos de suma importancia, siendo el primero que ellas contienen la naturalidad vital con que universalmente el ser humano se desplaza a través de su realidad. Tener plena consciencia de la manera en que se realiza este desplazamiento común es un método certero para que el actor pueda trasladar la misma vivacidad y veracidad de las acciones cotidianas a aquellas que realice durante su rutina escénica. El segundo elemento de importancia es que las acciones cotidianas constituyen el grueso de la existencia humana, es decir, en acciones poco notorias se concentra la mayor cantidad de tiempo de un lapso de vida por lo que tenerlas presentas significa tener presente la vida en sí misma en su expresión más constante y duradera. Los ejercicios preparatorios comprenden también el reconocimiento de los diferentes componentes de la estructura corporal con el fin de profundizar en su comprensión y revelar sus diferentes alcances. Sobre dichos ejercicios “preparatorios” de Yoshi Oida, remitiéndonos nuevamente a Lorna Marshall (ver Oida 2005, 63), se puede hacer la observación de que todos ellos tienen un componente físico muy pronunciado. Sin embargo estos mismos ejercicios también están desprovistos de una mentalidad consecutiva que busque a través de ellos la 36 obtención de aspectos como flexibilidad o fuerza. Para Yoshi Oida estas prácticas tienen como función descubrirse solamente a sí mismas. Lo mismo podría ser dicho del actor que las realiza: en la ejercitación y en la preparación no existe el objetivo de conseguir una mejor representación sino hacer sencillamente una autoexploración de las potencialidades que se encierran dentro de sí. Si a través de esto se consigue algún otro objetivo no es más que un beneficio colateral que se desprende del autoconocimiento. Los ejercicios preparatorios son, en resumen, la forma en que mediante el uso de dinámicas físicas se pueden poner de manifiesto hallazgos valiosos en sí mismos y que además pueden ser auxiliares para la labor actoral. Yoshi Oida concibe más ampliamente estos mencionados ejercicios preparatorios no sólo como las actividades directamente precedentes al acto teatral sino como un ejercicio de descubrimiento y prueba de las capacidades individuales. Así mismo, esta actitud tiene que perdurar en la vida cotidiana como un continuo de aprendizaje-ejecución. Por tanto, el crecimiento en todos los aspectos referentes a la labor actoral tiene que ir forjándose también en la ejecución meticulosa de las actividades no-teatrales y en la profundidad del conocimiento del cuerpo en todas sus situaciones, especialmente las que se suceden en la cotidianidad pues de ellas se obtendrá un conocimiento más amplio de las diversas facetas de la vida a representar. 37 2) Moverse Como se esbozó en el apartado anterior, para Yoshi Oida es clave el conocimiento íntimo y a detalle de todos los aspectos concernientes al cuerpo a través de su ejercitación y el dominio de sus potencias y movimientos. Este conocimiento corporal profundo no se basa en la simple comprensión de esquemas fisiológicos que expliquen su funcionamiento mecánico, sino suponen una interrelación constante en términos de igualdad con los aspectos mentales que desemboquen en una consciencia no-utilitaria del mismo. Al igual, Yoshi Oida busca despertar la consciencia de que las posiciones y trayectos del cuerpo no suponen un mero operar mecánico sino que cada configuración forma una relación distinta con el medio, es decir, una convivencia especial con la circunstancia concreta donde se encuentra. Por lo tanto, el ejercicio de todas las potencias que el cuerpo contiene, desde las elementales hasta las complejas, supone la flexibilización y la multiplicación para el actor de los vínculos posibles que puede formar entre él y su contexto. Cuando estuve en África con Peter Brook pasamos varios días viajando a través del desierto del Sahara. En cierta región no había árboles, ni montañas, ni edificios, ni postes de telégrafos, ni seres humanos. Sólo el cielo, la tierra plana y la línea del horizonte en todas direcciones. Empecé a sentirme perdido dentro de la inmensidad del mundo que me rodeaba. 38 Empecé a explorar, tratando de encontrar la manera de colocar mi cuerpo para que pudiera yo existir dentro de la vastedad de ese vacío. Estar de pie no funcionaba. No resultaba conveniente. Entonces intenté acostarme sobre la superficie del terreno cubierto de piedrecillas y miré hasta el cielo. Yaciendo así sentí como si me hubiera convertido en parte del suelo del desierto, consumido por la tierra como un muerto. No tenía existencia personal. Por último intenté sentarme sobre el suelo con la espalda recta y concentré mi energía en el hara. En ese momento sentí, de golpe, tener una nueva forma de existencia, suspendida en medio del cieloy la tierra, uniendo cielo y tierra como un puente. A base de prueba y error había encontrado la posición que me permitió existir plenamente en ese singular espacio. (Oida 2005, 45) En el ejemplo anterior, un sencillo cambio de la configuración del cuerpo cambia drásticamente el vínculo que el actor tiene con su entorno inmediato. Para Yoshi Oida éste sería un ejemplo de como el cuerpo tiene que ser adaptado óptimamente en el acto escénico con el propósito de crear respuestas significativas. Por eso es que Yoshi Oida comenta: “Cada mínimo detalle corporal corresponde a una realidad interna diferente.” (Oida 2005, 43) Por lo anterior se puede decir que Yoshi Oida propone dos aspectos de conocimiento corporal: el primero se refiere al conocimiento del cuerpo per se, es decir, la dimensión concreta que abarca y sus interacciones consigo mismo. El 39 segundo aspecto es la localización en el espacio de éste y su interacción con los objetos externos a él. Es por eso que “moverse” supone la conjugación de esas dos visiones, la primera mediante la cual se describe aisladamente aquello que el cuerpo está haciendo para su desplazamiento; la segunda para describir como este desplazamiento afecta y es afectado por los elementos exteriores. La percepción del movimiento y ubicación del cuerpo no deben ser obtenidas mediante la racionalización sino desde la consciencia directa de la afectación sensible que producen en el cuerpo. En otras palabras, la primacía siempre la tiene la consciencia innata y empírica de la propia ubicación y el propio movimiento, independiente de cualquier racionalización que se pueda hacer sobre estos dos aspectos. La capacidad de percibir intuitivamente el movimiento se debe a que aún siendo de un rango de acción diminuto, incide sensiblemente sobre quien lo ejecuta (ver Oida 2005, 61). Es por tanto que el actor tiene que ejercitarse en el reconocimiento de las afectaciones empíricas que provienen de tales mínimos movimientos. Sin embargo, Yoshi Oida hace la especificación que estos cambios no son en un nivel emocional o psicológico sino modificaciones físicas perceptibles en el mismo organismo que los ejecuta, es decir, en el cuerpo mismo. Este nivel de sensibilidad tiene que refinarse al punto de poseer enteramente la consciencia elemental de la vulnerabilidad del cuerpo al estímulo. Yoshi Oida considera como característica del movimiento óptimo la estabilidad del ejecutante pero considera que a su vez debe poseer una fluidez y maleabilidad 40 similar al movimiento acuático (ver Oida 2005, 58). La imagen del agua en este ejemplo es esclarecedora: representa la flexibilidad, la adaptación y la mutabilidad tanto como el uso eficiente y proporcional de la fuerza. El movimiento es la consecuencia de la disposición, la apertura y la posibilidad de responder a las necesidades del propio cuerpo y del entorno de manera equilibrada, perceptiva y proporcional. 3) Actuar La base del concepto de actuación de Yoshi Oida se finca en el vínculo que existe entre la labor actoral y las nociones innatas que rigen las expresiones humanas en sus múltiples variantes. Apegarse a estos instintos naturales es el medio más certero para apelar al espectador de una manera más profunda y significativa. Es por las premisas anteriores que dentro de sus apuntes sobre la actuación Yoshi Oida hace hincapié en los efectos del seguimiento del “jo-ha-kyu”, concepto heredado de la tradición del teatro No japonés, como una referencia de suma utilidad al momento de configurar el acto escénico. Para comenzar a hablar de este concepto, Yoshi Oida se remite a Zeami Motokiyo, el gran teórico del teatro No, el cual observa que el “jo-ha- kyu” es la progresión que marca el desarrollo de todo fenómeno desde los cantos de los insectos al andar de los animales (ver Oida 2005, 65). Concordando con Zeami, Yoshi Oida sugiere que el tempo de cualquier acción 41 escénica tiene que estar ceñido a un ritmo innato reconocible por tanto el ejecutante como por los espectadores. El “jo-ha-kyu” sería este ritmo, el cual se descompone en tres elementos: el “jo”, que equivale a un segmento introductorio; el “ha” que coincide con el desarrollo y el “kyu” que es la parte final. Cada sección tiene un carácter rítmico particular que cataliza diferentes sensaciones dentro del espectador y el ejecutante. Siguiendo este principio es que la obra adquiere un fluido espectro de matices, evita su estancamiento en un solo registro y adquiere una dimensión cíclica que le da singular unidad a la representación. Aunado a esto, Yoshi Oida menciona que al apegarse a los cánones rítmicos del “jo-ha-kyu” el espectador percibe una especie de “justeza” orgánica (ver Oida 2005, 68). Lo anterior quiere decir que entre el espectador aparentemente pasivo y el elemento activo del actor se comparte una sensación de acuerdo y de acercamiento basada en la identificación de una serie de progresiones reconocibles desde el punto de vista instintivo. Con esto, el espectador percibe que la acción está siendo realizada en el mismo ritmo en que se realiza verdaderamente la vida humana. Esta identificación se debe a que contempla una acción que si bien se lleva a cabo dentro de una representación teatral, su ritmo interno parece cotidiano y verosímil. En ambos lados del escenario - en los actores y espectadores - este ritmo genuino causa estímulos e impulsos significativos para la representación. De lo mencionado anteriormente se deriva que el desarrollo de la actividad escénica debe mantener una consciencia atenta del transcurso del tiempo en cuanto a la percepción intuitiva de los ciclos de inicio y clausura más que de la duración concreta de la representación. El tiempo de la representación, por lo tanto, no es simplemente un elemento pasivo dentro del cual el teatro “sucede” sino una 42 nueva dimensión que tiene que ser ocupada de acuerdo a principios orgánicos e intuitivos. La relación del actor consigo mismo y el dominio que pueda ejercer sobre sus potencias es otro rubro de importancia. De todos los apuntes que Yoshi Oida hace al respecto resalta un elemento que resulta una tónica constante en su visión: el equilibrio. En la dinámica actoral todas las fuerzas que intervienen tienen que estar contrapesadas por otras de carácter complementario para lograr una representación completa y dinámica (ver Oida 2005, 79). El movimiento visible debe de estar compensado con el movimiento invisible de tal manera que ninguno rebase ciertos límites que resultarían en un derroche innecesario de energía y con ello la merma de la pulcritud de la acción. Es así que, a manera de ejemplo, cuando se interpreta una acción de vertiginosa acción física, ésta debe de ser acompañada de un interior sereno y complementariamente, la acción exterior neutra debe de estar acompañada de un interior vigoroso. Lo anterior parece formar una paradoja heredada del teatro No: la actuación permanece en apariencia fija y estática aunque a la vez esté llena de una dinamismo activo. Es tarea de los actores poderse hallar inmersos en esta dualidad aparentemente contradictoria identificando y superando la falsedad de la “inmovilidad total” en la actuación para reconocer la existencia simultánea de un poderoso movimiento interno. Entre ambos estados que alberga el actor, móvil e inmóvil, tiene que encontrarse en un equilibrio expresado por una calma interna y un exterior capaz de sobrellevar cualquier acción por fuerte que sea. 43 Esta paradoja puede ser resuelta mediante el dominio total de todos los factores corporales y mentales que entran en aparente conflicto. La maestría total adquirida en todos los aspectos de lo concerniente a la actividad actoral hará que dicha paradoja se pueda sostener y sea provechosa para el desenvolvimiento escénico. Yoshi Oida describeesta convivencia de fuerzas dentro de este mediante la siguiente descripción: Equilibrio entre lo interno y lo externo. Moverse sin moverse. Quieto pero sin quedarse quieto. Como se monta a caballo. Un buen jinete puede avanzar muy rápido y recorrer un gran terreno pero él o ella nunca demuestra agitación. El caballo puede lanzarse y franquear campos y zanjas, atravesar el bosque, cruzar arroyos y, aún así, el jinete permanece tranquilo y casi no se mueve. La mente del actor es el jinete, el cuerpo es el caballo. (Oida 2005, 80) Entre las dinámicas de trabajo mediante las cuales pueden obtenerse las cualidades necesarias para entrar en el estado mencionado está la repetición. Esencialmente, la diferencia entre el concepto de repetición occidental en contraste con el concepto tradicional japonés es que mientras en el primero la repetición es de un valor mucho más bajo que el de la innovación, en las culturales orientales la repetición de formas exactas es considerada tan o más valiosa que la originalidad. Como herencia de este pensamiento, la repetición es un punto clave para Yoshi Oida que ve en ella uno de los medios más certeros para el aprendizaje y el cambio de 44 paradigmas mentales. Sin embargo este tipo de práctica contiene un riesgo en el sentido que ésta se pueda volver una programación del cuerpo, un simple asimilación coreográfica e inflexible que fije formas en lugar de disolverlas (ver Oida 2005, 80). Por ello la repetición siempre debe ir aunada a una intención de depuración que le privará de volverse restrictiva y la volverá en cambio productiva. Por producto final quedará una actuación acotada a sus elementos más esenciales que al igual que el teatro No dibujará lo representado con sus elementos más indispensables. 4) Hablar Para Yoshi Oida, la respiración como un vehículo de exploración interna del actor es uno de los conceptos más importantes que comprenden la base del fenómeno del habla en el escenario. La respiración se encuentra en un lugar primordial entre los aspectos que se necesitan manejar de manera óptima para una ejecución escénica efectiva. El proceso, ya de por sí de evidente importancia vital para el hombre, debe ser aprovechado hábil y naturalmente en sus tres etapas (inhalación, exhalación y suspensión). El control consciente de la respiración es un medio por el cual se puede 45 alcanzar una adecuada sincronía con las pulsiones naturales del ser humano y a través de ello, una actuación más sensible en escena. El antecedente más próximo de esta concepción sobre la respiración proviene de ciertas tradiciones espirituales y artísticas orientales que le conceden una importancia simbólica y práctica preeminente. Por ejemplo, en el caso de las tradiciones meditativas del budismo, la importancia de la respiración va mucho más allá de ser un conducto sencillo para la relajación. Es, en cambio, una forma de intercambio de energías entre el exterior y el interior que revela la permeabilidad de las cosas y pone de manifiesto el vacío que constituye la materia de todo lo visible. Yoshi Oida considera además que toda variante respiratoria provoca directamente un cambio perceptible en el cuerpo y que la inhalación, la expulsión o la retención de aire conduce a una modificación del estado general del actor. Derivado de la respiración proviene un recurso de primera importancia para el actor: el sonido producido por las cuerdas vocales. Para Yoshi Oida cualquier sonido emitido naturalmente es siempre producto de estados específicos por lo que toda manifestación sonora revela a su vez una cualidad física tanto como una emocional. Los sonidos vocálicos, por ejemplo, gozan de cualidades particulares por ser emisiones fundamentales comunes a los diversos lenguajes y por tanto portadoras de connotaciones generales que afectan a cualquier emisor y establecen una configuración espacial y direccional que incide directamente en el cuerpo y sus evoluciones (ver Oida 2005, 156). Estas dichas repercusiones pueden apreciarse en múltiples situaciones e incluso se encuentran presentes dentro de la formulación 46 sonora de diversas palabras con significado sagrado o religioso. Según los supuestos anteriores la palabra como unidad produce un eco interno que modifica directamente la sensación individual. Es de esta premisa que se deriva el concepto de Yoshi Oida sobre el manejo del texto dramático. En el mencionado proceso, el actor aísla el sentido racional del texto que se le presenta y opta por avocarse alternativamente a la exploración de la variación tonal que cada palabra individual le presenta ya que toda obra posee un significado en la mera sucesión de sonidos que determinan sus palabras por lo que entre más se explora la variedad tonal, más se puede comprender su verdadera esencia. Por lo anterior es que Yoshi Oida propone que en el abordaje directo del texto dramático puede existir un momento en que el ejecutante se olvide por completo de la significación semántica per se y en su lugar se enfoque en producir una corriente sonora melódica. Al haber sintetizado su texto a sonidos tiene la posibilidad de intercambiar esta misma melodía con la de algún otro actor que intervenga en la escena y así estimular la creatividad sonora de la representación (ver Oida 2005, 131). Ya que el habla junto con la interacción corporal y la interacción emocional es el puente fundamental del intercambio entre actores, su dinámica debe rebasar el mero nivel de una interacción coreografiada y ser, en cambio, un juego de relaciones, emociones y energías. 47 5) Aprender En el pensamiento de Yoshi Oida, la dinámica del aprendizaje es analizada con particular atención. El primer aspecto distintivo de este tratamiento es que al contrario de sistemas donde el maestro es una figura circunstancial, pasajera y de la que idealmente el alumno se tiene que desprender, para Yoshi Oida el maestro adquiere una dimensión más crucial tanto para el enriquecimiento de sus herramientas técnicas como para el desarrollo del propio carácter y de la visión de mundo. Esta actitud frente a la relación docente-alumno tiene fuertes componentes del estilo pedagógico de las artes tradicionales japonesas, donde el maestro es una figura de un rango superior no sólo en cuestiones de maestría del método, sino también en cuestiones morales y espirituales (ver Oida 2003, 10). El alumno depende fuertemente de lo transmitido, pues, reconociendo su desconocimiento se abre con plenitud a todos los elementos que recibe . En el trabajo de Peter Brook y Yoshi Oida se pueden encontrar indicios de esta particular relación maestro-alumno aunque en este caso haya tomado la forma de la dinámica actor-director. Si bien a lo largo de aquella relación los conceptos previos de Yoshi Oida sobre la dinámica pedagógica se flexibilizaron y se enriquecieron, no disminuyó en su pensamiento la importancia que le concede a la influencia de la actividad docente. Es en este tenor que Yoshi Oida hace hincapié que en la búsqueda del descubrimiento y la evolución actoral no se puede cometer el error de escoger un maestro al azar o por capricho pues la elección adecuada del maestro resulta tan relevante como las técnicas que 48 se buscan aprender (ver Oida 2005, 177). La razón de esta igualdad en importancia radica en la idea de que el maestro, al inculcar una técnica, no sólo está transmitiendo un conocimiento puro y objetivo, sino que lo transmite filtrado a través del tamiz de su propia experiencia. Esto se basa en el principio que cualquier unidad de conocimiento no puede existir como entidad simple aislada sino que radica en la mente soportado por estructuras mentales preexistentes que lo sostienen y dan sentido. Sin estas estructuras preexistentes el conocimiento no tendría forma de ser cognoscible yquedaría aislado de la realidad. Por tanto cuando un nuevo conocimiento se asimila inmediatamente toma asidero, se coordina y entremezcla con los conocimientos previos formando parte de un tejido y perdiendo su carácter independiente. Por tanto, cuando el maestro expone un conocimiento está a la vez mostrando y muchas veces involuntariamente transmitiendo las estructuras donde ha apoyado el conocimiento a enseñar. Ya que estas estructuras están compuestas de conceptos sociales, políticos, psicológicos, filosóficos o religiosos pueden ser productivas o contraproducentes para el alumno ya que al asimilaras tanto pueden ayudarle en su contexto reforzando positivamente el conocimiento adquirido o por el contrario serle personalmente restrictivas o destructivas. Por lo tanto, un maestro no calificado podría incidir perjudicialmente en el progreso de su alumno transmitiéndole prejuicios, obstrucciones o juicios errados que perjudiquen su desempeño (ver Oida 2005, 86). El maestro posee una mayúscula responsabilidad dentro de la esfera actoral pues será motor de transmisión tanto de una técnica como de una visión de mundo que incidirá decisivamente en el alumno. El maestro, para Yoshi Oida, no es un simple transmisor de conocimientos sino una guía ética, un modelo, un paradigma 49 de desarrollo: un Maestro en la connotación más amplia del término. Finalmente se podría decir que Yoshi Oida establece como finalidad de todo aprendizaje la maestría en los dos siguientes aspectos: 1. El dominio del cuerpo 2. El dominio de la mente. Los dos objetivos anteriores se pueden conseguir mediante la mediación y guía de un buen maestro con las características ya mencionadas. Sin embargo la senda final del aprendizaje está oculta dentro de la propia experiencia: Todos los libros y cursos son simplemente los mapas del pasado de otros. Hay que absorberlos y utilizarlos, pero siempre hay que recordar que el camino propio será distinto y que este camino personal el que se debe de andar. No hay que tratar de copiar exactamente el camino de alguien más; sí usar su conocimiento, pero permanecer consciente de que el “paisaje” particular del camino propio es único. Sin embargo, subsiste la paradoja: uno tiene que descubrir su propio camino, pero no se le puede percibir mientras se anda en él, sólo después de haberlo recorrido. (Oida 2005, 195) 50 Capítulo III Análisis de los principales conceptos subyacentes en los planteamientos actorales de Yoshi Oida La verdadera sustancia de los planteamientos de Yoshi Oida radica en una serie de conceptos internos que subyacen en todas sus observaciones y las circunscriben dentro de un marco teórico específico perteneciente a una visión ideal clara y articulada. Si bien estos conceptos no son expuestos en sí mismos por Yoshi Oida, se pueden abstraer haciendo un análisis de sus tesis en busca de sus principios rectores. Es por eso que los aquí nombrados “conceptos principales subyacentes” constituyen la propuesta esencial del presente trabajo pues buscan representar los conceptos claves que rigen el crisol de observaciones de Yoshi Oida sobre la actuación y que estando profundamente relacionados con las influencias teóricas recibidas constituyen la parte medular de sus principios ideológicos. 1) La actuación como una labor trascendente de lo material Para Yoshi Oida la labor actoral está dotada de una trascendencia que toca los 51 aspectos esenciales del individuo que la ejecuta y que le lleva a atravesar el umbral de la labor mecánica para involucrar aspectos tan complejos como la intuición de la sacralidad, la situación del ser en relación con el medio natural y social que le rodea, la consciencia plena de la propia existencia, la comprensión meticulosa de la condición humana y la apropiación del ser como componente de una realidad de carácter superior. Todos estos conceptos tienen en común que no representan valores concretos universalmente observables sino que trascienden el aspecto material evidente y ocupan el espacio psicológico-filosófico-metafísico del hombre. Es en este espacio que se entretejen complejos motores de acción que forman un vehículo de relación con la realidad tan importante como aquellos por los cuales se mantiene relación con los objetos concretos. A este espacio potencial de impulsos, conceptos y nociones es al que Yoshi Oida llega a nombrar “espíritu” o “ser interior”. El mundo concebible se desdobla entonces en dos facetas reflexivas: la superficie visible y el interior latente (ver Oida 2005, 103) que se puede expresar en otras palabras como lo material y lo trascendente de lo material. Estas dos dimensiones, lejos de estar aisladas son parte de la unidad completa de la realidad cognoscible y sólo difieren en que son reconocidas a través de aparatos de relación distintos. Para Yoshi Oida la visión puramente material de las cosas tiene la desventaja de juzgar los objetos sólo por sus usos inmediatos y por tanto enfocándose en el aspecto utilitario de la realidad. La trascendencia de este aspecto implica superar esta valoración para descubrir una significación más compleja que involucra aspectos no-manifiestos de la realidad. A manera de ejemplo, las artes escénicas 52 pueden ser vistas utilitariamente como simples actos de entretenimiento a través de las cuales se busca satisfacer fácilmente ciertas necesidades comunes de relación o esparcimiento. En una visión trascendente de la inmediatez, por otra parte, las artes escénicas serían consideradas además un vehículo de comunión espiritual con otros individuos, una representación arquetípica de los avatares humanos y una representación compleja de la realidad superior. En este enfoque la actividad escénica está provista de todas sus connotaciones y mostrada en toda su potencial magnitud. Cabe decir que no es que ciertas actividades involucren este aspecto “invisible” y otras no: conscientemente o no, las relaciones sujeto-objeto están permeadas por enlances complejos no-objetivos que van mucho más allá de una visión puramente literal de las cosas. En otras palabras, cada relación con un objeto está afectada por juicios psicológicos y de otras naturalezas que le dan un significado particular. Lo que marcaría la diferencia para Yoshi Oida es ser consciente de esta relación intrincada que existe especialmente en el arte de la actuación teniendo en cuenta la dimensión real de las actividades escénicas así como los ocultos matices e involuntarias asociaciones que realizan el espectador y el actor. El actor debe tener noción de lo invisible a la vez de dar cabida a lo recóndito y a lo inefable pues lo que está representando no es el sentido literal de las cosas sino que a cada acción involuntaria o voluntariamente está involucrándose con aspectos metafísicos. El actor representa tanto lo invisible tanto como lo visible y su labor adquiere una complejidad sustancial pues tiene que tener presente que está siendo vocal de las pulsiones más íntimas y sobre todo no-manifiestas del público. Su labor constantemente está trascendiendo lo evidente. 53 Es por lo anterior que para Yoshi Oida el actor se torna en un vínculo entre el “interior” y lo “visible”. En la coordinación entre dichos aspectos podrá construir aquellos otros lazos consecuentes: el vínculo del actor con sí mismo, el vínculo del actor con el espectador y el vínculo de ambos con lo circundante. Antecedentes de esta visión del teatro que incluye elementos filosóficos similares las encuentra Yoshi Oida presentes en todas las expresiones escénicas registradas históricamente donde el teatro fue un vehículo de entretenimiento a la vez que un acto de unión entre el individuo y lo divino, una reunión entre entidades virtualmente independientes que durante el lapso de la representación experimentaban