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Dossier HISTORIA ARG - Jonathan Manriquez

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Dossier documental 
Trabajo practico 1 y 2 
 
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Bialet Massé, Juan Informe sobre el Estado de las Clases Obreras Argentinas Volumen I 
 
Capítulo I. “La destrucción del bosque. El obrero criollo” 
 
(…) “La rudimentaria población del Chaco se compone de tres elementos esenciales: el 
indio paria; el correntino nómade, explotado como bestia; algunos extranjeros, y pocos 
hijos de la región, que hacen la explotación. Aquí, más que en el Chaco santafecino, se 
nota la inversión del Far West; el país entrega al extraño sus mejores riquezas, sin 
medida y sin recompensa. Me fijo en primer término en el indio, porque es el elemento 
más eficiente del progreso e importante en el Chaco: sin él no hay ingenio azucarero, ni 
algodonal ni maní, ni nada importante. Es él el cosechero irreemplazable del algodón; 
nadie le supera en el hacha, ni en la cosecha del maní. Si los propietarios del Chaco 
miraran este asunto con el más crudo de los egoísmos, pero ilustrado, serían 
humanitarios por egoísmo, y cuidarían a los indios siquiera como a animales insustituibles 
para labrar sus fortunas; pero es seguro que no lo harán si la ley no lo impone y con mano 
fuerte. Esto quiere decir que no haya hombres suficientemente ilustrados para tratar a los 
indios como se debe: cumplir lealmente los contratos con ellos celebrados, pagarles en 
billetes de la Nación el precio de su trabajo, y dejarlos en completa libertad de gastar su 
dinero como mejor les cuadre, sin proveedurías explotadoras, sin engaños en los pagos y 
respetando en ellos su condición de hombres y sus hábitos y costumbres, que tienen el 
derecho perfecto de conservar, mientras con ellos no causen daño a nadie. Tal es el 
señor Mateo Briolini, de la colonia Benítez, cuyo establecimiento visité en su ausencia, y 
cuyas propiedades son de lo mejor en el Chaco, tanto que apenas la envidia atreve a 
morderlo por la espalda con críticas más o menos ridículas. Pero su nombre lo conocen 
todas las tribus del Chaco, hasta más allá del Pilcomayo. Cuando al otro extremo del 
Chaco, en el Valle de Ledesma, interrogué a varios caciques, me dijeron que sabían por 
los abajeños que Briolini era un hombre bueno y humano : «Amigo bueno, ése». El indio 
tiene la preocupación de no salir al trabajo cuando llueve entre el día; siquiera sea una 
hora después de salir, se mete en el toldo y no hay quien lo saque. ¿Es eso una 
preocupación? ¿Un pretexto de haraganería? Yo creo que es una precaución instintiva 
contra el beri-beri y las neumonías en general, mucho más razonable que otras que 
profesan gentes que se llaman civilizadas e ilustradas. El indio tiene un terror pánico a la 
viruela y huye de ella como del fuego; el médico del territorio, doctor Vadillo, vacuna 
periódicamente, y los primeros que acuden son los indios, dejando no importa qué trabajo, 
y se cuidan durante el desarrollo; yo creo que hacen perfectamente y que dan una lección 
a los civilizados, que se dejan estar sin el preservativo y privan a sus hijos de tal beneficio. 
Cuando los indios salen al trabajo, quedan un 25 ó un 30 por 100 en los toldos, y se hace 
de esa costumbre cargo de haraganería; están en su perfecto derecho también; ni hay ley 
que les obligue al trabajo continuo, ni tampoco es verdad que estén de ociosos. Unos 
tejen sus pitas; otros he visto ir a pescar a las lagunas, ocupación a que son muy 
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aficionados y muy hábiles; es de verlos atravesar a un dorado entre dos aguas con sus 
flechas; y en fin, ellos hacen lo que les parece o mejor les cuadra, sin que nadie tenga 
derecho de pedirles cuentas, que ellos no piden a los cristianos que se pasan su tiempo 
en las tabernas o en los clubes y confiterías. Se dice que el indio es ratero, cuatrero, 
cruel, y ciertamente hay entre los indios hombres que son malos y viciosos; tómese la 
estadística de los departamentos que se quiera en las provincias más ilustradas, y se verá 
si no tiene uno solo más casos que todo el Chaco junto. Nada justifica el crimen; pero 
quien ha visto lo que sucede en el Chaco, quien ha recorrido los toldos y oído las quejas 
de los indios, comprobándolas muchas veces por sí, pocas veces contradichas por los 
que tienen interés en hacerlo y casi nunca por los imparciales, se explica hechos como los 
de los malogrados Ibarreta y Clerveaux y otros más atroces que pudieran producirse. El 
excelentísimo Gobierno me ha nombrado para que le informe la verdad y creo que se la 
debo completa. 
 
 
El indio es naturalmente bueno y manso. Tímido, con la timidez de tres siglos de 
persecución, sin el alivio de una victoria, acobardado por el continuo desastre, cazado 
como una fiera y sin derecho a radicarse en ninguna parte, se le piden virtudes de que 
carecen sus detractores. Su tendencia natural es a ganar el monte; pero cuando en la 
persecución se produce el entrevero, tiene arranques de fiera acorralada; ¿hay cosa más 
natural? El indio es sobrio hasta la frugalidad; en el trabajo mismo se contenta con las 
piltrafas que le dan en vez de carne: cuatro choclos, un pedazo de zapallo y un puñado de 
sal; y así, tan mal alimentado, da un trabajo superior a los mejores obreros, porque, 
acostumbrado a sufrir los rayos del sol en su completa desnudez, nada le importa de la 
temperatura ni del mosquito y aguanta las demás sabandijas. Su fuerza muscular es de 
las más notables entre las tribus salvajes del mundo, como lo demuestra el cuadro 
número 2, relativo a este asunto*. Los que se admiran de la flojedad del indio chaqueño, 
ignoran que la fuerza desarrollada es normal al grado de cultura de los pueblos, ignoran la 
ley del menor esfuerzo, ignoran todo, hasta se ignoran a sí mismos. El salvaje australiano 
y el africano, ni bajo el látigo del cómitre dan fuerzas semejantes a las del chaqueño, y los 
maorís no le alcanzan con mucho. * El cuadro a que hace referencia el autor en su obra 
original no se publica por carecer de vigencia. Como se ve en el referido cuadro, las 
fuerzas son muy desiguales, y las diferencias responden al grado de civilización de las 
diversas tribus, y así también su constitución física y aspecto externo. Desde el mataco, 
que es el más feo de los japoneses o coreanos, hasta el esbelto mocoví y el elegante 
chiriguano, hay una escala muy larga; pero ninguno carece de la fuerza necesaria para 
los trabajos ordinarios. He visto a las mujeres trabajar terraplenes de ferrocarriles y llenar 
su tarea en ocho horas tan bien como cualquier cristiano. 6 El indio es desconfiado; tiene 
razón de serlo; son tan raros los casos en que se le cumplen los contratos y promesas, 
que sólo tiene fe en el contrato escrito, y lo pide como una garantía. Vea V.E. cómo se 
satisface esta exigencia legal: Conste por el presente que el cacique se compromete a 
trabajar con su gente en este ingenio, durante la cosecha del presente año, habiendo 
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recibido adelantados mercaderías y dinero. Ingenio...... a.... días de 19... Hay un sello del 
Ingenio. Firma social del Ingenio El pobre cacique me mostró este contrato, sacándolo de 
un tubo de caña, delante de uno de los dueños. Puede V. E. imaginarse el efecto que me 
hizo; y el esfuerzo que necesité hacer para mantener la cara impasible, como lo exigía mi 
posición oficial en aquel momento. El hecho no necesita comentarios. Un indio del Chaco 
oriental conserva en su poder una multitud de contratos. No sabe leer ni escribir; pero uno 
está doblado en cuatro, otro a lo largo, otro en punta, y otro señalado con una línea roja y 
otro con una negra, y así los distingue todos. Ninguno le ha sido cumplido. Toma uno y 
me dice: «Lee». —Lo leo, es un contrato un poco más explícito que el transcripto. Debían, 
al fin del trabajo, entregársele diez caballos, cinco yeguas y mercaderías, si la tribu 
trabajaba en toda la cosecha; tres días antes de acabar, un capataz da de latigazos a dos 
indios, gritan, se sublevan; el indio haperdido lo que decía el contrato Y así me importuna 
para que lea otro y otro, hasta que me canso. Este indio tiene fama de ser un gran bribón; 
así lo dicen los firmantes de los contratos que él guarda. Según los informes, parece que 
efectiva- — 54 — Informe sobre el Estado de las Clases Obreras Argentinas I mente una 
vez dio un malón y se llevó unas vacas; el indio jura que fueron menos que las que le 
debían en virtud de un contrato de trabajo que no le habían pagado, y como era año malo, 
dice que las cobró así, porque la tribu tenía hambre y había reclamado en vano muchas 
veces. Es curioso observar al indio con su papel, cuando cree que le han faltado al 
contrato; busca un cristiano y le dice: «Cristiano lee». Después refiere lo que le han 
hecho, se calla, se va. No protesta, pero no lo olvida nunca. Cuando llega la ocasión saca 
sus papeles doblados o del tubo y hace la cuenta del último centavo que le robaron. 
Dejando las generalidades, vamos a los hechos concretos. 
 
Qué es lo que pasa en los obrajes de la línea la Sábana y su continuación en el Chaco? 
En verdad, no se hace con el indio sino exagerar la explotación que se comete con el 
cristiano; porque sí y porque es indio, se le paga su trabajo menos que al cristiano, a 
pesar de su habilidad para el trabajo de hacha. Aprovechando su ignorancia, se le roba en 
el trabajo; la tonelada entregada por el indio nunca pasa de 700 kilos; las cuentas de 
entrega siempre tienen dificultad por el número; la proveeduría los explota de una manera 
exagerada; y no sé con qué derecho se quiere que trabajen en tales condiciones más y 
mejor que los cristianos. Como el monte está cerca, fácilmente se subleva contra la 
explotación, y al irse arrea con lo que puede y da el malón tan grande como animales 
encuentra a su paso, de los que deja siempre muchos en la huída. (…) 
(…)Colonia Benítez, porque realmente es un modelo. El establecimiento consiste 
principalmente en el cañaveral y el algodonal. Hay de 600 a 700 trabajadores, en su 
totalidad indios y correntinos, porque los seis u ocho extranjeros empleados no forman 
núcleo. Los operarios, indios y criollos, llevan en la casa cinco o seis años de residencia; 
todos están contentos y viven bien. Paga a los criollos para arar y trabajos semejantes, 35 
$ al mes, sin comida; a los indios de 10 a 12 $. A los criollos les da alojamiento y a los 
indios terreno para hacer sus toldos; la cosecha del algodón paga 3 centavos por kilo, 
cuando más; los vecinos pagan hasta 5. A pesar de que en este establecimiento se paga 
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menos, todos lo prefieren: porque en verdad paga mucho más que ninguno. Allí no hay 
proveeduría, ni vales, ni ninguna otra explotación; paga en billetes nacionales, y cada cual 
hace de su dinero lo que mejor le parece. Tiene el descanso dominical y el festivo, y nadie 
le falta los lunes; indios y cristianos observan buena conducta, porque allí no hay más 
apremio que la convicción y al que no obedece se le despide. Los informes que me da el 
mayordomo, un suizo de ideas hechas, conuna residencia de veinte años en el Chaco, 
habiendo trabajado en los principales establecimientos, y que lleva encarnadas las ideas 
democráticas de su país, son los siguientes: «El indio es bueno, buen trabajador, y su 
moral es muy superior a la de los correntinos, así en la familia como en su conducta; no 
juega y raramente bebe; buen padre y buen marido. Pero es muy indolente, hay que 
estimularlo y hacerle conocer las ventajas de cada cosa para que la acepte. Tiene sus 
modalidades, que es bueno respetar, y ese respeto lo contenta y lo liga. He visto siempre 
y en todas partes que el trato, pero enérgico e igual, es el gran medio, y sobre todos, la 
escuela. El indio tiene aficiones artísticas muy marcadas. El gran salón del 
establecimiento está muy bien decorado; en las pinturas ha trabajado un indio, y no se 
puede distinguir lo que él ha hecho, porque es perfectamente igual a lo hecho por los 
demás.» Empiezan ahora a fijarse en el cultivo del algodón: veo su trabajo, es excelente, 
y sin duda alguna el secreto de este cultivo está en aficionarlo y ligarlo a él; de otro modo 
no podrá extenderse por falta de brazos. El indio aquí es esbelto, hasta elegante; su color 
bronceado es más oscuro que en los demás; se viste bien, aunque de colores vivos; anda 
descalzo con el gran sombrero de paja. Es impresionante, como la reproducción de un 
cuadro de Pablo y Virginia; encontrarlo en las lagunas, espiando el momento de lanzar su 
certera y aguda flecha; encontrarlo en los caminos, llevando al hombro flechas y arco y en 
mano la sarta de pescados, marchando erguido y con paso firme. Es inútil preguntarle; 
aunque entienda, evade la contestación; el mutismo le sirve para resolver su 
desconfianza. El toldo es cónico, de paja, y el más amplio que he visto entre los indios; la 
mujer es fea, salvo raras excepciones, pero esbelta y bien formada; amante y muy celosa, 
pero buena madre. El indio tiene un profundo respeto por los ancianos y una obediencia 
ciega para su cacique; éstos están poseídos de su dignidad, y hay entre ellos hombres de 
muy buen sentido. La prueba de que la idea de la civilización les entra, es que todos piden 
escuelas. Hay muchos particulares que conchavan indios; si les pagan y les tratan bien, 
se conducen como con el señor Briolini. Tal es, en conjunto, lo que he podido ver en esta 
parte en el breve tiempo que estuve en ella. El maltrato, el vale, la proveeduría, la balanza 
fraudulenta y sin control, son los medios generalmente empleados, las formas del abuso. 
Pero hay que fijarse bien en que no se trata sino de la explotación del trabajo, que se 
extrema en el indio, aprovechando su ignorancia, el antagonismo de raza y su orfandad. 
Tan es así que una noche, estando en Reconquista, comentábamos el hecho de un 
establecimiento que había pasado nueve meses sin pagar a sus obreros. Un obrajero y 
plantador de algodón encontraba el hecho lo más natural y legítimo. Les habían dado 
ración y vales que muchos habían enajenado a 50 y 25 por 100 de su valor escrito. El 
establecimiento es mezquino en la retribución y exigente en las condiciones del trabajo; 
trabaja con un capital insuficiente y para salvar su situación financiera deja de pagar al 
obrero, hasta que puede girar sobre las cosechas. El argumento ariete del obrajero era 
este: El ingenio no tenía vida sin este abuso, y el obrero debía estar agradecido a quien 
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soportaba todo género de incomodidades para darle trabajo, «sin el cual se moriría de 
hambre». Esa es la moral reinante. La caída que le hice no fue suave. El ingenio no 
soportaba los inconvenientes de su situación para dar trabajo a indios y cristianos, sino 
para ganar dinero sobre un capital que no tenía siquiera, y forzaba a sus obreros a darle 
un crédito que no podían darle sino del hambre de su estómago y de la desnudez de sus 
carnes; crédito sin interés y sin participación alguna en las utilidades, que el ingenio se 
guardaba para sí, sin reparación alguna para que el que las hacía con la fuerza de sus 
brazos. El jornal del obrero debía preferirse a todo otro crédito, etc., etc. El buen señor 
estaba lleno de admiración, y no creía que la cuestión pudiera encararse de tales puntos 
de vista, ni entendía que pudiera haber leyes que no amparasen el derecho absoluto del 
dueño del trabajo para su completo éxito, no importa por qué medios. El progreso del 
país, representado por el dueño del trabajo, era la suprema ley.(…) 
 
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Bialet Massé, Juan Informe sobre el Estado de las Clases Obreras Argentinas Volumen I 
Capitulo 1 
 
(…)En Córdoba no hay espíritu de asociación, ni arriba ni abajo, y se hacen pocas 
huelgas al modo de otras partes; pero se hace la huelga criolla; se marchan a otra parte 
sin despedirse, y cuando al obrero cordobés no le convienen las condiciones de un 
trabajo, no las discute ni regatea; seretoba, pone cara de santo y suelta un: «no me 
animo», que es concluyente y aplastador; es inútil probarle que tiene más alma que 
Napoleón; «no me animo», quiere decir, «no quiero», redondo. Tal es el fenómeno más 
resaltante que presenta el estado actual de las artes manuales en Córdoba. En la ciudad, 
como en los departamentos del norte y del oeste, el peón está muy mal recompensado. El 
jornal de pesos 1, 1.20 y 1.50 es insuficiente, y lo es mucho más en los gendarmes de la 
policía. La ración mínima, obtenida por el método de Gautier, para el hombre de trabajo, 
me resulta en la sierra de Córdoba de 1.17 pesos, que corresponden a un jornal mínimo 
de = 1.427,o sea 33.57 pesos mensuales. En la ciudad hay que agregar tres pesos 
mensuales por alojamiento, lo que da 1.627 o sea 36.57 mensuales. Los resultados son 
lógicos. Los peones buscan un mundo mejor y lo encuentran dentro de la misma 
provincia; los departamentos del norte y del oeste se despueblan, y no quedan más que 
los inservibles, los flojos o los que están impedidos de irse por razones de familia u otras. 
El personal de policía no es tampoco de lo mejor. Los dinamómetros lo revelan, siendo la 
media general de la provincia: 41,4 (121,3,118,7, 139,5) El departamento de la Punilla, a 
pesar de tener un máximo de los de la República y 2 de la provincia, sólo da: 36,9 
(110,7,117,8, 135,1;) Y la policía de la ciudad: 36,9 (110,7, 98,136,7;) Esto comprueba 
una inferioridad notable y un recargo de servicio, que no se debe mantener. Debo 
observar que la Comisión de Inmigración da como gastos de las familias tipos que estudia 
en la campaña, 30, 35 y 40 pesos mensuales, que concuerdan con los míos con bastante 
exactitud, pues el peón y el gendarme no tienen casa ni gallinas, ni otro socorro, y deben 
vestir mejor en la ciudad. 
 
Aparte de los productos agrícolas, que son los más, las industrias de exportación más 
poderosas son: la calera y el calzado. La fábrica más importante es la de los señores 
Farga Hermanos, que elabora alrededor de 1.500 pares por días. Esta casa emplea unos 
300 operarios, de los que no hay más de veinte extranjeros. Uno de los dueños, que es 
catalán, me dice que emplea con preferencia a criollos, porque son más inteligentes; en 
Europa el aprendizaje es de cuatro años; aquí el que no aprende en dos, no sirve. Cierto 
que faltan los lunes, aunque en esto se va mejorando mucho; pero tienen de malo que no 
se sujetan, que se salen de la fábrica sin despedirse; pero con sus defectos resultan 
siempre mejor que el extranjero. No se toman aprendices; para entrar, los hombres deben 
al menos saber coser a la máquina; sólo a las aparadoras se les enseña. En los 
accidentes del trabajo no se da más que asistencia y jornal. En dieciocho años no han 
tenido ningún muerto. El caso más grave que ha ocurrido ha sido el de un obrero, que, por 
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salvar a otro, se rompió dos costillas. En materia de precauciones de seguridad y de 
higiene, se hace lo que se puede; es decir, que son muy deficientes. En los casos de 
enfermedades ordinarias, se hacen suscripciones entre los obreros, y la casa pone otro 
tanto cuando se trata de obreros radicados y antiguos. No hay seguros industriales. El 
jornal mínimo es de cincuenta centavos en las mujeres y de un peso en los hombres; y los 
máximos 1.50 y 4 respectivamente. No hay salarios fijos, por categorías y clases; se les 
hacen aumentos graduales y arbitrarios; estaban sujetos a multas, que se destinaban a 
los enfermos; ahora se han suprimido. La jornada es bárbara; de once horas efectivas. La 
casa da agua caliente para tomar mate, y un cuarto de hora mañana y tarde para que lo 
tomen. Hay descanso dominical; pero los carpinteros, mecánicos y cortadores tienen que 
ir los domingos si hay necesidad de reparar máquinas o de preparar trabajo para los 
lunes. A pesar de este trabajo excesivo y de la mezquindad de la retribución, no habían 
tenido ninguna huelga. Luego me ocuparé de la que se ha desarrollado en estos días. Los 
talleres dejan mucho que desear como amplitud, ventilación y aspecto; el de mujeres está 
situado en la parte alta de la fábrica y tiene piso de madera; está provisto de ventiladores 
eléctricos de paletas, y bien los ha menester, resultando un estado regular de ventilación. 
Las máquinas están demasiado próximas las unas a las otras. Se notan bien los defectos 
de la permanencia de las posiciones y de la continuidad de los ejercicios exclusivos 
deformantes. A las 4 p.m., me decía una costurera aparadora: las caderas y los muslos 
duelen y el espinazo en la parte superior, cuando dejo el trabajo ya no puedo más, me 
sería imposible continuar una hora más; la vista se me nubla, y ya ni veo el hilo ni la 
costura. Las que trabajan paradas no tienen tampoco tiempo de sentarse un rato; y por la 
tarde el talón y los músculos tensores del pie y de la pierna sufren agujetas; como 
trabajan sobre mostradores, inclinan el cuerpo en una posición encorvada y les duele el 
espinazo junto a la nuca; el pecho se deforma y se hunde. 
 
En mi primera visita a la fábrica pregunté a su gerente, persona muy ilustrada, por qué no 
acortaba la jornada. Me contestó: «Porque no lo piden, y no hay que apresurarse en este 
terreno». El gerente actual me contestó que acaba de visitar en Alemania la mejor fábrica 
de calzado que hay allí, y tenían la jornada de once horas efectivas. Pero este señor no 
se da cuenta de que aquí como allí esto es bárbaro, y que del clima de Alemania al de 
Córdoba hay una diferencia mayor que la distancia que las separa, y esto que es de más 
de 12.000 kilómetros. Le expliqué las ventajas de la jornada de ocho horas para los 
patrones y obreros; le dije que la ley no podía permitir estas jornadas homicidas y que le 
convenía ir rebajando de media en media hora para llegar a la jornada racional; me dijo 
que ensayaría; pero la huelga actual prueba que no lo ha hecho. La fábrica que sigue en 
importancia es la del señor Cuestas. Tiene doscientos operarios, de ellos diez extranjeros. 
El señor Cuestas encuentra también superioridad intelectual, de subordinación y actividad 
en el criollo. Los jornales que paga son: Cortadores: de 4, 3, 2.60, 1.70 a 1.50, y a los 
chicos, de 70 a 50 centavos. Máquinas: de 4, 3, 2.80, 2.60, 2.10, 1.80, 1.70 a 1.50 y 1.00. 
Aparadoras: de 3 a 1. Armadores: de 3 a 1. Peones: de 2 a 1.50. Chicos: de 80 a 60 
centavos. La jornada es de diez horas y media efectivas; tiene descanso dominical y 
festivo. En los accidentes del trabajo da asistencia y jornal; no tiene seguros ni otra 
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institución a favor del obrero. En lo demás sigue más o menos las costumbres de los 
señores Farga. Hay otras fábricas de menor cuantía que hacen lo mismo. 
 
 
Anticipándome al capítulo huelgas, debo fijarme en la que actualmente se ha producido 
en Córdoba en este gremio. Ella no podía dejar de producirse; por paciente y manso que 
sea el trabajador, llega el momento en que la naturaleza habla y se subleva. La huelga ha 
empezado por los cortadores, a los que se les exigen doce y más horas, a pretexto de 
que tienen que preparar el trabajo para el día siguiente, para que no se interrumpa. Hay 
en esta industria algo que extrañará a V. E.: es el cobro de dos centavos por el uso de la 
letrina; y ¡qué letrinas! se pueden pagar cinco por no usarlas. En Córdoba no ha entrado 
aún la civilización de la letrina, y las — 265 — Juan Bialet Massé fábricas de calzado 
cobran por el uso de sus pozos inmundos. ¡Qué extravagancias tiene la codicia! Han 
intervenido para arreglar el señor Intendente municipal, el Jefe de policía y otras 
personas. En vano convencer a un catalán con botas y dinero; una vez que ha dicho no, 
es inútil; sobre todo cuando cree herida su vanidad de hombre rico. Todos los fabricantes 
de calzado de Córdoba son ricos, y pueden, al parecer, resistir hasta vencer. Supongo 
que venzan; será un triunfo efímero, como todoslos de la barbarie contra la ciencia y la 
civilización; y la ley va a decirles que así es, porque hacer trabajar como se trabaja allí, es 
trabajo de negros, y ni la paciencia criolla lo aguanta. Pero los fabricantes de Córdoba no 
se aperciben de otra cosa, y es de que los de Buenos Aires, que ya les hacen una fuerte 
concurrencia en Tucumán y otras provincias del Norte, les están ganando aquellos 
mercados, y los que creen ahorrar jornales, se les va crecido en la baja de los precios. Es 
indiscutible que los fabricantes de Buenos Aires dan productos mejores, sin duda a causa 
de la jornada más racional, y si pueden mantener los precios, a pesar del mayor flete, 
porque pagan mejores jornales, el mercado va a dejar a los cordobeses. Dirán entonces 
que las causas son las ideas socialistas, la flojedad de las autoridades et sic de coeteris; 
pero la verdad está en su ignorancia y testarudez en no oir los consejos de la razón y de 
la ciencia. A nadie le falta su merecido. 
 
No pueden dejar de citarse en la industria de Córdoba, los molinos, desde el grandioso 
del señor Iturraspe en San Francisco, movido a vapor, hasta el de los señores Minetti 
Hermanos en la ciudad, que se mueven por motor eléctrico; del de los señores Ducasse y 
Tillard que tienen turbinas hidráulicas propias, hasta los menos poderosos de Escudero 
Hermanos en Marcos Juárez, y otros muchos, hasta los más modestos de las Huérfanas y 
el de Perrero en Sarmiento, otros en Río IV; hay un gran número de ellos. El molino del 
señor Iturraspe es sin duda el más grande del Interior de la República: paga desde 6 
pesos diarios a 1.50 a sus operarios, y muele 50.000 kilos por día. Las instalaciones 
amplias y grandiosas son lo más perfecto y completo que hay en el país; llenadas todas 
las condiciones de seguridad. El señor Iturraspe, en varias visitas que le hice en San 
Francisco, me — 271 — Juan Bialet Massé manifestó que buscaba la fórmula para dar 
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una participación en las utilidades a los empleados y obreros. El molino de los señores 
Minetti es un edificio reciente, de buena arquitectura, higiénico y bien comprendido, con 
máquinas modernas, con motor eléctrico de 75 kilowatts que toma de la Compañía de Luz 
y Fuerza; muele 27.000 kilos por día, con 25 operarios, de ellos 15 extranjeros. Los 
estibadores y bolseros son todos criollos. Pagan al molinero 1°, 2 pesos y 50 centavos, 90 
al 2° y 3°, 60 al capataz y 50 y 40 a los demás obreros. Por los accidentes del trabajo dan 
asistencia y jornal. La jornada es de sol a sol con el descanso del medio día, que es usual 
en el país, y los domingos trabajan hasta las diez a.m. 10 En Córdoba hay varias fábricas 
patentadas de venenos, quiero decir de licores; pagan buen sueldo a los 
confeccionadores droguistas, hasta 200 pesos y a los demás, sueldos que varían de 50 
pesos con comida a 40 sin comida, y tienen la jornada de nueve horas y media. Los 
obreros criollos en estas casas están en la proporción de 30 por 100. Todos prefieren al 
obrero criollo por su inteligencia y buena voluntad; los droguistas son extranjeros. Entre 
las fábricas de escobas y canasterías, la del señor Conti tiene 15 obreros, de ellos un 
extranjero. Trabajan por tantos, que les dan 3 pesos diarios a los que hacen las escobas y 
canastos, y 1.20 a los que arreglan la paja. Esta casa tiene 3 aprendices de quince a diez 
y ocho años; no se paga a estos trabajadores en los primeros seis meses; después según 
su trabajo. El local es bien ventilado y en buenas condiciones higiénicas. En la fábrica de 
dulces y tabletas del señor Chammás, hay 11 hombres y 3 mujeres: 1 extranjero; está 
bien instalado como condiciones higiénicas y paga bien a sus operarios, de 3 pesos a 
1.40 y la comida. Lo cito porque tiene estas particularidades: La jornada de ocho horas; y 
descanso dominical y festivo; pero, en cambio, en los accidentes del trabajo, por todo 
cumplimiento del deber de indemnización, hace adelantos sobre el sueldo. La fábrica de 
fósforos de los señores Urtubey, Sagalés y Cía., tiene 350 operarios de ambos sexos, de 
ellos 50 extranjeros. Paga a los operarios de pesos 2 a 1.80 y 1.50 y a las mujeres de 
1.30 a 0.60. Los encargados de máquinas reciben 10 pesos diarios, jornal máximo, a 2 
pesos. La jornada es de 6 a 8 horas por día, con descanso dominical y días festivos. La 
industria panadera está representada en Córdoba por 16 panaderías, en las que se 
seguía hasta el año 1902 el régimen más inhumano. La jornada era de 15 a 16 horas, y 
después de concluido el trabajo debían quedar en el establecimiento, donde dormían 
sobre lo que podían y como podían; se les daba de comer bien o mal, y se pagaban 
salarios que variaban de 3.30 pesos a los maestros de pala, a 2, 1.70 y 1.50 a los 
amasadores, y de 1.10 a 0.90 a los peones y aprendices. Los obreros se organizaron en 
sociedad e hicieron un movimiento serio en virtud del cual obtuvieron que se les diera un 
peso al día en vez de la comida y puerta franca después del trabajo. Excuso entrar en los 
detalles de la lucha, las defecciones y la manera con que unos patrones se hacían traición 
a los otros, que no le iban en zaga a las de los obreros. La mayoría de los panaderos de 
Córdoba se han elevado desde la clase obrera y han hecho fortuna al través de un largo y 
rudo trabajo. Cuando han llegado a las alturas, en vez de mejorar a sus obreros, han 
considerado que los debían estrujar hasta sacarles la última gota de sudor. A ellos los 
habían tratado como bestias, y ellos trataban a sus obreros peor que a las mulas que 
movían las atahonas. Pedir a estos señores que se den cuenta de lo que sufrieron y de 
las ventajas de igualar el tratamiento a los obreros al que dan a esas mulas, es tiempo 
perdido; sólo la ley puede imponérselo, o la fuerza de la huelga bien organizada. Es 
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preciso hacer notar que en Córdoba, como en toda la República y como en todas partes, 
el gremio de panaderos es el más ignorante y sus miembros los más rudos. Es raro 
encontrar patrones de la distinción de los señores Martínez Hermanos, de Tucumán, 
Cabanellas en el Rosario y otros del Paraná; y en los obreros, la mayoría analfabeta, está 
diciendo los grados de cultura que calzan. El herrero, el picapedrero, el estibador, tenidos 
por rudos, están muy por encima del panadero; y sus fuerzas musculares demuestran, 
como en ningún otro oficio, la influencia de la instrucción en su desarrollo. El panadero es 
agresivo, brusco y bebedor y hasta soez; para mí las causas son el trabajo de noche, la 
monotonía del oficio, las largas jornadas y las condiciones anormales en que se hace el 
trabajo; y tengo la prueba en que, en donde se mitigan esas condiciones, el obrero es 
más suave, más hábil y más fuerte. Y esto se refleja en los productos de la industria de tal 
modo, que yo no necesito ya preguntar el trato y la calidad de los patrones y obreros en 
las panaderías; me basta que me muestren el pan que ellos producen y con seguridad no 
me equivoco. El mejor pan corresponde al mejor régimen obrero y a las mejores 
condiciones higiénicas de instalación y a la instrucción de los obreros. Y para resumir mi 
concepto sobre esta industria en Córdoba, la expreso en estas palabras: el pan es bueno 
en Córdoba, porque la harina es buena; pero está muy lejos del pan del Rosario, del 
Paraná y aun de localidades subalternas de la misma provincia. La acción municipal sobre 
ellas es casi nula; la razón es el jornal mezquino. Hay en Córdoba varias fábricas de 
artículos alimenticios; me limitaré a citar la de fideos de los señores Arrechi y Cía., porque 
tiene la jornada de ocho horas, tiene descanso dominical y festivo, y paga bien a sus 
obreros. 
 
 
El motor general de todas las industrias en Córdoba es la Empresa de Luz y Fuerza, que 
capta ya como 5.000 caballos al río, en Casa Bamba y podrá elevar su producción a 10 ó 
12.000, a un precio fabulosamente barato. Concebidapor el buen vecino, el mecánico 
inglés señor Oulton, ha sido realizada por una empresa sin capital, y hasta sin dirección 
técnica al principio, a pura fuerza de voluntad y maña. Hoy tiene ya dirección técnica y 
capital que han formado rápidamente y con puras utilidades, está llamada a ser una de las 
más importantes empresas del Interior. Vende, por ahora, a un precio máximo de cuatro 
centavos oro el kilowatt hora, que no le cuesta 20 pesos oro por kilowatt año. Los 
conductores son de gran potencial, 10.000 volts, y tiene en la ciudad una oficina de 
transformación central, con transformadores secundarios en distintos puntos de la ciudad. 
Da el alumbrado público, mucho privado, y fuerza motriz para los establecimientos 
industriales. Paga bien a sus operarios; el jornal de los peones es de 1.60, y en los 
accidentes del trabajo hace arreglos ventajosos. 
 
Por lo que hace al alojamiento y condiciones higiénicas de las clases obreras es 
realmente desastroso. Los que viven mejor, son los que pueblan los numerosos ranchos 
de las orillas; al menos tienen luz y aire; pero los conventillos de la ciudad son atroces. 
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Como he dicho varias veces, en Córdoba no ha entrado la letrina civilizada, y debe 
suponerse que los conventillos no han de ser excepción; lo que extraña al visitarlos, es 
que puedan vivir en semejantes condiciones. Las piezas tienen pisos imposibles, sucias 
hasta repugnar, chicas y caras. La consecuencia es forzosa; Córdoba es la ciudad que 
tiene más mortalidad por enfermedades infecciosas de la República. Allí hay que 
preguntar qué microbios son los que faltan, porque de las excepciones, aparte del cólera, 
la fiebre amarilla y la bubónica, no tengo noticias. La acción municipal es nula o 
contraproducente; la higiene y la urbanización se hacen con dinero, y como el pueblo es 
refractario a los impuestos resulta que es imposible administrar. Todo se va en sueldos, y 
apenas si alcanza lo que cobra para barrer, alumbrar, las escuelas y las aguas 
corrientes.(…) 
 
 
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Manifiesto convocando a celebrar el primer día del trabajador en la Argentina 
El 1º de mayo de 1886 comenzó en Chicago un movimiento en reclamo de la jornada de 
trabajo de ocho horas. Las autoridades estadounidenses respondieron brutalmente y, 
fraguando un atentado, encarcelaron a un grupo de militantes populares en los que se 
intentó escarmentar a toda la clase trabajadora de los Estados Unidos. En un proceso 
plagado de irregularidades, fueron sentenciados los dirigentes anarquistas Adolph Fisher, 
Augusto Spies, Albert Parsons, George Engel, Louis Lingg, Michael Schwab, Samuel 
Fielden y Oscar Neebe. Los cuatro primeros fueron ahorcados el 11 de noviembre de 
1887 y pasaron a la historia como los mártires de Chicago. 
En 1889, la Segunda Internacional decidió instituir el 1º de mayo como jornada de lucha 
para perpetuar la memoria de estos trabajadores ejecutados. En la Argentina, la primera 
conmemoración tuvo lugar el 1º de mayo de 1890. A instancias del club de trabajadores 
alemanes Vorwärts,se constituyó un comité obrero para convocar a la movilización. Este 
comité estuvo a cargo de la redacción del manifiesto que a continuación reproducimos, 
que contenía las reivindicaciones obreras más elementales, como la jornada de trabajo de 
ocho horas, la prohibición del trabajo infantil, la supresión del trabajo a destajo, y la 
igualdad del salario por la misma actividad para varones y mujeres. El mitin, celebrado en 
Recoleta, reunió a unas 2000 personas, una cantidad nada desdeñable para la época. 
MANIFIESTO 
A todos los trabajadores de la República Argentina 
¡1° de Mayo de 1890! 
¡Trabajadores! 
Compañeras: Compañeros: ¡Salud! 
¡Viva el primero de Mayo: día de fiesta obrera universal! 
Reunidos en el Congreso de París el año pasado los representantes de los obreros de 
diferentes países, resolvieron fijar el primero de Mayo de 1890 como fiesta universal de 
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obreros, con el objeto de iniciar de nuevo y con mayor impulso y energía, en campo 
ampliado y armónica unión de todos los países, esto es, en fraternidad internacional, la 
propaganda en pro de la emancipación social. 
¡Viva el primero de Mayo! Pues este día la unión fraternal, fundada por los pocos de aquel 
Congreso, se debe aprobar por las masas de millones de todos los países para que a esta 
fecha de confederación conmemorada y renovada cada año, vuele por cima de los postes 
de límites de los países y naciones con un eco de millones y en los idiomas de todos los 
pueblos el ¡alerta! internacional de las masas obreras: ¡Proletarios de todos los países, 
uníos! 
Es esta la primera y grande importancia de la fiesta obrera del primero de Mayo de 1890, 
a cuya solemnidad os invitamos con esta hoja a todos los trabajadores y compañeras en 
la lucha por la emancipación. 
Compañeros y compañeras: Para indicar a este movimiento internacional un camino recto 
y seguro al fin común, nuestros representantes en el Congreso de París han marcado 
ciertos puntos del programa, los cuales se deben tomar en consideración con 
particularidad para el proceder práctico e inmediato. 
En realidad, esas resoluciones son tan importantes que, aun publicadas ellas en el 
anteriormanifiesto, nos parece conveniente, o más de urgente necesidad de 
proponérselas otra vez a los trabajadores, tanto más por deber ellas servir como 
fundamento para los primeros pasos positivos que las clases obreras de esta república 
quieran hacer en la lucha práctica de su emancipación. 
He aquí las resoluciones del congreso obrero de París: 
“El Congreso resuelve y reconoce como de absoluta necesidad: 
1° Crear leyes protectoras y efectivas sobre el trabajo para todos los países, con 
producción moderna. Para fundamento de lo mismo considera el Congreso: 
a. Limitación de la jornada de trabajo a un máximum de ocho horas para los adultos, 
 
b. Prohibición del trabajo de los niños menores de catorce años y reducción de la 
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jornada para los jóvenes de ambos sexos de 14 a 18 años. 
 
c. Abolición del trabajo de noche, exceptuando ciertos ramos de industria cuya 
naturaleza exige un funcionamiento no interrumpido; 
 
d. Prohibición del trabajo de la mujer en todos los ramos de industria que afecten con 
particularidad al organismo femenino. 
 
e. Abolición del trabajo de noche de la mujer y de los obreros menores de 18 años; 
 
f. Descanso no interrumpido de treinta y seis horas, por lo menos cada semana, 
para todos los trabajadores; 
 
g. Prohibición de cierto género de industrias y de ciertos sistemas de fabricación 
perjudiciales a la salud de los trabajadores; 
 
h. Supresión del trabajo a destajo y por subasta; 
 
i. Inspección minuciosa de talleres y fábricas por delegados remunerados por el 
Estado: elegidos, al menos la mitad, por los mismos trabajadores. 
2° El Congreso reconoce y declara que es preciso fijar todas estas medidas por leyes o 
acuerdos internacionales, y pide, a la clase obrera de todos los países del mundo el 
iniciar, por los medios que les sean posibles, estas protecciones y de velarlas; 
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3° Fuera de esto, el Congreso declara: “Es obligación de todos los trabajadores declarar y 
admitir a las obreras como compañeras, con los mismos derechos, haciendo valer para 
ellas la divisa: Lo mismo por la misma actividad. 
4° Para lograr esto, el Congreso considera la organización de la clase obrera por todos los 
medios que sean posibles, y también la manera de verificar las pretensiones para verificar 
la emancipación de la clase obrera, para lo cual reclama: La entera libertad de coalición y 
conciliación. 
Trabajadores: Como veis, todas estas resoluciones tienen por objeto, no los fines últimos, 
sino los próximos de nuestras aspiraciones disminuir la miseria social, mejorar nuestra 
suerte dura, resoluciones que se han tomado, sin duda en la persuasión de que la 
emancipación socialdefinitiva, por su dependencia de la evolución de la sociedad, de la 
inteligencia de las masas y de las fuerzas de nuestros adversarios capitalistas, precisará 
aún bastante tiempo de preparación y lucha, y de que el mejoramiento de la situación del 
proletario significa además una fortificación para la lucha y una garantía para la victoria 
definitiva. 
El Congreso obrero de París exhorta a los trabajadores de todos los países a pedir de sus 
respectivos gobiernos leyes protectoras al trabajo, fundando su proposición en el inmenso 
desarrollo de la protección capitalista y de la explotación, miseria y degeneración del 
proletariado, que son las consecuencias inmediatas y naturales de la primera. 
La justicia y oportunidad de estas demandas son tan evidentes que hasta los jefes de los 
mismos adversarios se ven en la necesidad de reconocerlas públicamente y de tentar por 
su parte a mejorarlas. 
Este hecho significativo prueba hasta la evidencia la justicia y legitimidad de las quejas y 
demandas del mundo obrero en la actualidad. 
Extendiendo de día en día la protección capitalista su régimen en todas las regiones, 
viene a hacer igualmente siempre más universal la miseria en las masas obreras. 
Sólo este motivo bastaría para que también nosotros, los obreros de las repúblicas del 
Plata, hagamos las resoluciones del Congreso de París como nuestras propias. 
A ello nos induce aun más la situación actual de este país, tan penosa, en medio de la 
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cual la clase obrera está labrando, viviendo y sufriendo. 
Ante el llamamiento del Congreso de París, ante el animoso ejemplo de los trabajadores 
de todos los países civilizados, en vista del creciente régimen capitalista, que cada día 
también a nosotros nos está amenazando más con su explotación y ruina, en vista, pues, 
de nuestra situación siempre más dura y triste ¿hay que titubear en elevar nuestra 
protesta contra estas miserias de que somos víctimas y nuestra voz en demanda de 
nuestros derechos y de la protección de las leyes para nosotros? 
Si al fin y al cabo hoy nosotros, las masas del proletariado, levantamos nuestra voz por 
millares reclamando leyes protectoras a los trabajadores, cual hombres que tienen aún un 
granito de amor a la justicia en su pecho, puede negar la legitimidad a nuestras 
demandas, a las quejas de estas clases más pobres, más explotadas y sin el mínimo 
amparo. 
Por centenares se presentan los especuladores, los industriales, los grandes propietarios 
y estancieros y vienen continuamente a golpear las puertas del Congreso Nacional: los 
unos para pedir impuestos protectores; los otros subvenciones, garantías, leyes o 
decretos de toda clase en su favor. Todo el mundo, todas las clases de la población: 
empleados, profesores y literatos, especuladores y comerciantes, industriales y 
agricultores, todos, todos han golpeado esas puertas y vuelven atendidos y remunerados 
por leyes especiales en su protección, y por subvenciones y garantías en sin número de 
millones. 
Únicamente nosotros, el pueblo trabajador, que vive de su pequeño jornal y tanto sufre de 
miseria, nos quedamos hasta ahora mudos y quietos con humilde modestia. 
Si al fin, ahora oprimidos por el duro yugo hasta besar el suelo, levantamos nuestro grito 
de dolor y angustia pidiendo ayuda y protección, ¿no estamos en nuestro derecho? ¿No 
se encontrará la suprema autoridad del país en el deber de oírnos y de atender nuestra 
voz, nuestras peticiones? 
Los pobres inmigrantes, careciendo de todos los medios de subsistencia, desconociendo 
las circunstancias del país, hasta el idioma, se encuentran expuestos, sin amparo y sin 
protección a tal explotación, en gran parte vergonzosa y desenfrenada, que raras veces 
se ve en otra parte del mundo. 
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Respecto al salario, al tiempo del trabajo, a los accidentes, a los talleres y habitaciones 
antihigiénicas, a la falsificación de nuestros alimentos, quedamos completamente 
abandonados a la explotación sin límite, en realidad y práctica abandonados por la ley, la 
justicia y la autoridad. 
La crisis actual del país ha agravado y empeorado en mucho la situación de todas las 
clases sociales, pero en ninguna en grado tan sensible y desastroso como en las obreras 
que viven únicamente de su trabajo diario. 
En medio de esta situación, el pueblo trabajador de la República Argentina levanta por 
primera vez su voz potente, compuesta de millares de desheredados, en demanda de la 
protección legislativa al trabajo y a los obreros. 
Siguiendo el ejemplo de los obreros de los demás países, donde el proletariado está 
organizándose para su propia defensa, es también nuestra voluntad y deber dirigirnos a la 
suprema autoridad del país proponiéndola al mismo tiempo ante la nación entera, en 
forma debida y legal, nuestras quejas y nuestras demandas. 
A este fin el 30 de marzo último una asamblea internacional de los obreros de Buenos 
Aires, resolvió, después de una extensa discusión, invitar a todos los trabajadores de la 
República Argentina a la petición que se hará al Congreso Nacional en demanda de una 
serie de leyes protectoras a la clase obrera. 
Estas leyes deben fundarse sobre las resoluciones del Congreso obrero de París, ya 
mencionadas como base. Además, esta legislación protectora tiene que extenderse a 
todos los puntos en que las circunstancias particulares del país demandan 
necesariamente el influjo protector de las leyes. 
Basta una mirada en la vida real de las clases obreras para convencerse nuestros 
legisladores de la legitimidad de nuestras demandas y de la urgente necesidad de tales 
resoluciones. 
Pedimos una jornada determinada por la ley, para impedir que el trabajador se arruine 
física e intelectualmente en edad temprana, debido a un duro trabajo de 11, 12, 13 y más 
horas. 
Pedimos la prohibición del trabajo de los niños en las fábricas, para que no degeneren sus 
tiernos cuerpos, tengan tiempo de crecer y desarrollarse en las escuelas sus inteligencias, 
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sus corazones y sus almas, en una palabra: para que crezcan y lleguen a ser ciudadanos 
robustos y valientes. 
Pedimos la prohibición del trabajo de mujeres en todos los ramos antihigiénicos, para 
evitar que la futura generación sea anémica por el germen de achaque que se infiltra ya 
en el vientre de la madre. 
Pedimos un día de descanso por semana, protegido por la ley, para proporcionar al pobre 
trabajador algunas horas de desahogo, las cuales reclama el mismo sentimiento como un 
derecho hasta para los seres irracionales; reclamamos este descanso para que el pobre 
trabajador tenga por lo menos algunas horas para dedicarlas a su querida esposa, hijos o 
padres en el hogar doméstico, impidiendo así la descomposición, la ruina y degeneración 
de la familia, que es el fundamento de toda sociedad natural. 
¿Tales proposiciones podrá rechazar un gobierno que desee un pueblo valiente para el 
trabajo, una juventud sana y bien desarrollada en su inteligencia, una familia moralmente 
robusta, cual plantel de todas las virtudes cívicas? 
¡Imposible! 
Por consecuencia pedimos: una jornada normal determinada en su máximum por la ley; 
prohibición del trabajo de los niños en las fábricas y ejecución práctica de la ley obligatoria 
de instrucción pública; prohibición del trabajo de la mujer en los ramos de industria 
perjudiciales a su organismo, y prohibición del trabajo los domingos. 
Estas demandas están en harmonía con las de los obreros de todos los países civilizados. 
Y si reclaman los gobernantes de este estado republicano para su patria un puesto entre 
las naciones civilizadas, entonces no podrán tratar con menos seriedad y atención que 
aquellos otros gobiernos, en parte hasta monárquicos, las grandes cuestiones de cultura 
que aquí les proponemos para resolverlas. 
Además, consta en qué peligro permanente se encuentra la población obrera de esta 
capital por el estado completamente antihigiénicode las habitaciones; peligro ya 
demostrado por las mismas memorias oficiales. La misma suerte corren gran parte de 
nuestros talleres, cuyas instalaciones se burlan de toda regla de salubridad, amenazando 
y perjudicando continuamente la salud de los trabajadores e imposibilitándoles en caso de 
accidentes, de incendio, a toda salvación posible. Y lo mismo sucede con la vergonzosa y 
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criminal falsificación de los alimentos, que se ha aumentado en tan enorme escala a 
causa de la crisis actual y de encarecimiento de todos los artículos. 
¡Prueban todo esto las memorias oficiales; prueba esto una sola inspección de los 
conventillos y talleres; lo prueba la estadística de fallecimientos y lo prueba con horrible 
evidencia la enorme mortalidad de los niños! 
Pues bien, ¿cómo podrán los gobernantes del país que gastan anualmente millones de 
pesos del erario público para traer inmigrantes, dejar en olvido y sin atención nuestras 
quejas sobre circunstancias que están causando anualmente a miles de habitantes 
obreros una muerte natural? 
¡Imposible! 
Por lo tanto pedimos: inspección sanitaria y enérgica de las habitaciones y talleres, 
vigilancia rigurosa sobre las bebidas y demás alimentos, ¡arresto y multas a los 
vergonzosos envenenadores, no al inocente consumidor! 
Innumerables son los accidentes que ocurren cada año en este país: en ferrocarriles, 
construcciones y empresas de todas clases, debidos en gran parte a la negligencia y 
avaricia criminal de los propietarios, a la de los contratistas y al descuido y corruptibilidad 
de los inspectores. Contra tales escandalosos abusos quedan completamente impotentes 
los trabajadores que caen en ellos víctimas, con sus vidas y sus familias expuestas 
entonces a la más triste miseria. 
Y estos escándalos, la enorme culpabilidad, de una parte, y de otra la desgracia ¿podrá 
mirarlos cruzado de brazos con toda indiferencia un Estado que debe sus riquezas y cifra 
un gran porvenir del esfuerzo de los tan abandonados trabajadores? ¡Imposible! 
Y si fuese posible esto, no lo es para nosotros los obreros. Queremos defender nuestra 
existencia y queremos también jueces que nos protejan con la ley nuestra vida y nuestra 
familia. 
Por lo tanto pedimos: el seguro obligatorio para los obreros contra los accidentes, a 
expensas de los empresarios y del Estado. 
Pedimos, además, leyes protectoras, no que sean letra muerta en los Códigos, sino 
eficaces y reales en la práctica; y pedimos a la par que justas leyes, justos jueces: raros, 
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en verdad, para los trabajadores de este país, sin duda porque nunca han sufrido la mala 
suerte de ser burlados en sus salarios por los patrones. 
También son raros los obreros que en estos casos han alcanzado una intervención eficaz 
de la justicia. Los lentos, largos y costosos procedimientos de nuestros Tribunales no 
están al alcance del pobre trabajador; de manera que no encuentra protección alguna ni 
aun en sus más justas quejas contra sus patrones, opresores, ricos e influyentes. 
En la gran República Argentina, país tan celebrado cual Eldorado del trabajador, ¿cómo 
en realidad no hay justicia ni jueces para los pioneros de la riqueza, de la cultura y de la 
civilización, ni protección de las leyes para los obreros? Si el Gobierno quiere salvar la 
honra del país, tiene que dar a los trabajadores una justicia verdadera, pronta, eficaz y 
barata, cuando no gratuita. 
Por esto pedimos tribunales especiales compuestos no tan solo de jurisconsultos, sino 
que también de árbitros de la clase obrera y de los patrones, los cuales se dediquen a la 
solución de todas las cuestiones entre obreros y patrones. Para esta clase de pleitos no 
deben causarse costas de ninguna clase a los procesantes, como sucede en otros países 
de los más civilizados. 
Estamos en país republicano cuya Constitución escrita garantiza a todos sus habitantes 
completa libertad de conciencia, de educación, de prensa y de reunión. En una palabra: 
todos los derechos y libertades que concede la democracia moderna a sus ciudadanos. 
Invocando estas garantías y el espíritu de los generosos legisladores que redactarán los 
sagrados renglones de esa suprema Ley de la nación, exigimos también los trabajadores, 
para nuestras opiniones y nuestros intereses, las mismas libertades y derechos que nos 
pertenecen como hombres y ciudadanos libres: leyes que no se pueden estropear ni robar 
sin destruir aquel mismo fundamento del Estado en su entera esencia y sin despedazar la 
suprema ley sagrada en su autoridad. 
Trabajadores: Es, pues, un deber poner en juego todos los resortes que estén a nuestro 
alcance para que la Constitución de la República venga a ser un hecho para nosotros. 
Exijamos ante todo la libertad de nuestras opiniones, la libertad de nuestras aspiraciones 
y propaganda para mejorar nuestra situación y exijamos las mismas garantías para la 
persona del obrero como para la de cualquier ciudadano. 
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Trabajadores, Compañeros: Estas son las ideas y los pedidos que pensamos proponer al 
Congreso Nacional en forma de petición; estas son las calamidades que pedimos 
subsanar a la suprema autoridad del país; esta es la protección que exigimos del Estado, 
a cuyas expensas contribuimos en gran escala nosotros, la masa de la clase obrera. 
Estas son las resoluciones que nos deben servir como el próximo fin de nuestra 
propaganda, por cuya realización lucharemos sin tregua ni descanso hasta la victoria. 
Este, trabajadores de la República Argentina, será nuestro programa, nuestro propósito 
para la gran festividad universal del 1° de Mayo. 
¿Qué es lo que pedimos? ¿Es algo injusto, algo imposible, algo irrealizable? No. 
Son justos estos pedidos. Pues bien: unámonos todos, todos, sin que falte uno solo, a un 
acto unánime de unión, fraternidad, solidaridad para la mejora de nuestra dura suerte, 
para adelantar en el camino de nuestra emancipación. 
Cual sea la suerte de nuestra petición ante el Congreso, ella será una demostración 
franca y enérgica del pueblo trabajador de esta República un grito potente dado en el 
momento de mayor sufrimiento y de menor amparo y esperanza. 
“Ante todo –dijo un gran hombre, ilustre campeón por la causa del proletario,- ante todo, 
obreros, es necesario esto: que constatéis que lleváis cadenas y las sentís; por esto 
tenéis que mostrar el deseo de ser librados de ellas. Si esto no hacéis, somos impotentes. 
Si dejáis sacar con mentiras vuestros grullos, o vos olvidáis tanto que las negáis vosotros 
mismos, en una palabra: si os abandonáis a vosotros mismos, seréis abandonados, y con 
razón, de Dios y del mundo entero.” 
Compañeros: Unámonos al fin, levantemos en masa nuestra voz, manifestemos que 
estamos arrastrando grillos y cadenas y que las sentimos. Hagámoslo evidente ante todo 
el mundo que estamos oprimidos, explotados, sin amparo y sin protección de las leyes. 
Liguémonos como hombres pidiendo nuestros derechos, y como tales veréis como al fin, 
tarde o temprano, nos oirán brindándonos con los debidos respetos. 
Esta petición a la cual os invitamos a todos los trabajadores de la República, a aprobar y 
firmar con su nombre en los respectivos pliegos, dirigida en tal manera por millares de 
habitantes a la suprema autoridad del país, debe ser el primer paso eficaz en la unión de 
nuestras fuerzas, en la ilustración de nuestras inteligencias y en la conquista de los 
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derechos, de la posición política y social que merecemos como obreros y ciudadanos. 
¡Viva el 1° de Mayo de 1890! 
¡Viva la Emancipación Social! 
Orden de la festividad 
1. El Comité Internacional en Buenos Aires invita a todos los trabajadores de la 
República a que festejen, en cuanto les sea posible, la festividad del día 1° de 
Mayo de 1890. 
 
2. Se celebrará un meeting obrero internacional, en el que se discutirán las ideas del 
Manifiesto y creación de una Asociación Obrera Regional Argentina,el cual se 
anunciará por medio de la prensa diaria y carteles, indicando la hora y el local para 
el meeting. 
En nombre de la Asamblea obrera Internacional del 30 de marzo de 1890. 
EL COMITÉ 
(Calle Comercio, 880) 
 
Fuente: Jacinto Oddone, El 1° de Mayo. La fiesta del trabajo. Orígenes. Causas. 
Antecedentes. Su celebración en la Argentina, Imprenta La Vanguardia, 1941, págs. 23-
26.

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