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CONFLICTOS POSTSOVIÉTICOS: DE LA SECESIÓN DE TRANSNISTRIA A LA DESMEMBRACIÓN DE UCRANIA RICARDO MARTÍN DE LA GUARDIA RODRIGO GONZÁLEZ MARTÍN CESAR GARCÍA ANDRÉS CONFLICTOS POSTSOVIÉTICOS: DE LA SECESIÓN DE TRANSNISTRIA A LA DESMEMBRACIÓN DE UCRANIA No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (art. 270 y siguientes del Código Penal). Diríjase a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con Cedro a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 917021970/932720407. Este libro ha sido sometido a evaluación por parte de nuestro Consejo Editorial Para mayor información, véase www.dykinson.com/quienes_somos © Copyright by Los autores Madrid Editorial DYKINSON, S.L. Meléndez Valdés, 61 - 28015 Madrid Teléfono (+34) 91 544 28 46 - (+34) 91 544 28 69 e-mail: info@dykinson.com http://www.dykinson.es http://www.dykinson.com Maquetación: Germán Balaguer - german.balaguer@gmail.com ISBN: 978-84-9148-110-2 ÍNDICE INTRODUCCIÓN ................................................................................................ 9 PRIMERA PARTE. PRIDNESTROVIE, UN PAÍS REALMENTE EXIS- TENTE................................................................................................................. 13 1. LOS ESTADOS DE FACTO POSTSOVIÉTICOS ........................................ 15 2. TIERRA, GENTES, PASADO. EL TRANSDNIÉSTER Y SU CONTEX- TO HISTÓRICO-POLÍTICO........................................................................ 19 3. DEL DERRUMBE DE LA UNIÓN SOVIÉTICA A LA GUERRA. EL PROCESO DE SECESIÓN TRANSNISTRIO .............................................. 25 3.1. LA DESINTEGRACIÓN DE LA URSS Y LA INCAPACIDAD DE LA CEI ................................................................................................ 25 3.2. LA DIFÍCIL INDEPENDENCIA MOLDAVA: TENSIONES SECESIONISTAS EN TRANSNISTRIA Y GAGAUZIA .................... 29 4. LA REPÚBLICA MOLDAVA DE PRIDNESTROVIE. DOS DÉCADAS DE INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN ESTATAL EN UN TERRITORIO DISPUTADO......................................................................... 35 4.1. ¿CAMBIAR TODO PARA QUE NADA CAMBIE? LA EVOLU- CIÓN DEL CONFLICTO TRANSNISTRIO .................................... 35 4.2. LA UNIÓN EUROPEA ANTE LA AMPLIACIÓN AL ESTE Y LOS CONFLICTOS FRONTERIZOS ............................................... 43 4.3. LA CONSTRUCCIÓN DE UN ESTADO: LA REPÚBLICA MOLDAVA DE PRIDNESTROVIE ................................................... 51 SEGUNDA PARTE. UCRANIA, UN DILEMA ENTRE EL ESTE Y EL OESTE ................................................................................................................. 65 1. UCRANIA EN SU CONTEXTO .................................................................... 67 Índice 8 2. LA TRANSICIÓN DE UCRANIA HACIA LA DEMOCRACIA (1991-1999) 71 2.1. UCRANIA COMO PAÍS INDEPENDIENTE .................................... 71 2.1.1. El proceso de independencia de Ucrania y la CEI ............... 71 2.2. LAS RELACIONES INICIALES DE UCRANIA CON LA UNIÓN EUROPEA .......................................................................................... 76 3. UNA DÉCADA DE ENCUENTROS Y DESENCUENTROS ENTRE UCRANIA, LA FEDERACIÓN RUSA Y LA UE (2000-2009) ....................... 83 3.1. EL CONVULSO PERIODO DE 2000-2004 ...................................... 83 3.1.1. La crítica situación política en Ucrania ................................. 83 3.1.2. Las relaciones con la Unión Europea ................................... 85 3.2. LA ETAPA DEL CAMBIO EN UCRANIA (2004-2007) ................... 86 3.2.1. La Revolución Naranja y sus consecuencias .......................... 86 3.2.2. Un nuevo acercamiento entre la UE y Ucrania .................... 90 3.3. LA ÚLTIMA ETAPA DE LA DÉCADA (2008-2009) ........................ 95 3.3.1. El fi nal de la “esperanza naranja” .......................................... 95 3.3.2. El momento de mayor acercamiento a la Unión Europea .. 97 4. LOS AÑOS DEL NUEVO GOBIERNO UCRANIANO (2010-2013) ........ 101 4.1. LAS CONSECUENCIAS DE LAS ELECCIONES PRESIDEN- CIALES DE 2010 ............................................................................. 101 4.2. LA VARIABILIDAD DE LAS RELACIONES ENTRE LA UE Y UCRANIA ........................................................................................ 105 5. UCRANIA, EN LA ENCRUCIJADA ............................................................ 111 5.1. DEL FALLIDO ACUERDO DE ASOCIACIÓN AL EUROMAI- DÁN .................................................................................................. 111 5.2. DE LA EXTENSIÓN DE LAS PROTESTAS AL CONFLICTO DE CRIMEA ..................................................................................... 114 5.3. UN CONTEXTO DESFAVORABLE PARA LA INTEGRACIÓN EN EUROPA .................................................................................... 117 6. GUERRA EN UCRANIA .............................................................................. 121 6.1. EL ENFRENTAMIENTO ARMADO EN EL ESTE ........................ 121 6.2. UN FUTURO VOLÁTIL ................................................................. 129 A MODO DE CONCLUSIÓN: TRANSNISTRIA Y UCRANIA, ¿UN MODELO DE GESTIÓN DEL HINTERLAND RUSO? .............................. 133 ANEXO .............................................................................................................. 141 INTRODUCCIÓN El 24 de agosto de 1991 Ucrania dejaba de ser una República Socialista Soviética para convertirse en un Estado independiente; apenas tres días después ratifi caba idéntico proceso su modesto vecino del Oeste, Moldavia. Ambos Estados nacían con graves problemas internos de índole económica, política y social, atravesados por problemas identitarios muy vinculados a un proceso de siglos de rusifi cación que en la práctica había continuado con la Unión Soviética. Si, por un lado, Ucrania conseguiría encauzar las aspira- ciones independentistas de la rusifi cada península de Crimea al concederle un alto grado de autonomía –que después no iba a respetar– y, por otro, Moldavia haría lo mismo con los gagaúzos –un grupo no muy numeroso de procedencia túrquica y religión cristiana ortodoxa que se concentra en una pequeña zona del sur del país–, la historia de la estrecha franja que separa el río Dniéster de la frontera con Ucrania sería bien distinta. Aunque había formado parte la República Socialista Soviética de Moldavia, en 1990 Trans- nistria decidió unilateralmente apartarse del proceso de independencia mol- davo y certifi có su propia independencia de facto después de una breve pero sangrienta guerra con Moldavia en 1992. Desde entonces, y pese a no contar con reconocimiento internacional, ha logrado ir consolidando estructuras estatales e incluso ha experimentado una cierta apertura política después de pasar casi dos décadas dirigido por el magnate Igor Smirnov, desalojado fi nalmente del poder a fi nales de 2011. La secesión del Transdniéster y el mantenimiento –hasta nuestros días– de esa independencia solo han sido posibles gracias el apoyo directo de Rusia. Moscú ha hecho valer una estrategia similar en Abjasia y en Osetia del Sur, que lograron, a su vez, desgajarse de la recién creada República de Georgia y son hoy sendos Estados de facto. Por esta vía Rusia ha conseguido apuntalar su papel de gendarme regional, asegurándose plazas estratégicas y debilitando a los países surgidos en sus fronteras tras la caída de la URSS. Si por razones culturales, étnicas, históricasy geográfi cas, los moldavos van a ir –una vez lograda la independencia– aproximándose con claridad a Rumanía, y con ello a Europa occidental, el porvenir de Ucrania, veinte Ricardo Martín de la Guardia, Rodrigo González Martín y César García Andrés 10 veces más extenso y diez veces más populoso que Moldavia, será un tanto diferente. En medio de una gravísima crisis económica que duró toda la década de los 90 Ucrania logró preservar su integridad territorial y construir una cierta independencia política con respecto a Rusia, al menos durante la presidencia de Leonid Kravchuk, hasta 1994, pero su sucesor Leonid Kuchma inauguró una década de política decididamente prorrusa. Impulsada por unos niveles fl agrantes de corrupción y de conculcación de las libertades, la llamada “Revolución Naranja” de 2004-2005 acabó con la derrota del Parti- do de las Regiones de Kuchma y Yanukóvich y la llegada al poder deVíktor Yúschenko y Yulia Timoshenko, liberales partidarios de la aproximación a la Unión Europea. Estos vaivenes refl ejaban entre otras cuestiones la fractura del país entre sectores prorrusos y prooccidentales, que tiene, además, una importante base territorial al ser los rusos la etnia mayoritaria en Crimea y en varias regiones del este del país. La presión rusa sobre el Gobierno liberal de Yúschenko (ejercida, por ejemplo, a través de la instrumentalización política de los su- ministros de gas a Ucrania) acabó facilitando la llegada a la Presidencia ucra- niana del antiguo vicepresidente de Kuchma, Viktor Yanukóvich, en 2010. Desde entonces, y especialmente a partir de 2012, el deterioro de la situación política en el país fue en aumento, favorecido por la deriva autoritaria del nuevo dirigente. En noviembre de 2013, después de que Yanukóvich optase por paralizar un acuerdo de asociación con la UE y fortaleciese su discurso prorruso, arreciaron las protestas. Las conocidas manifestaciones del Euro- maidán, encaradas por la vía represora por las autoridades, se radicalizaron hasta el punto de que grupos de extrema derecha tomaron varios edifi cios gubernamentales y Yanukóvich abandonó la presidencia del Gobierno a fi nales de febrero de 2015. La coyuntura fue aprovechada por Putin para dar un golpe sobre la mesa y anexionarse la península de Crimea en marzo de 2015. Poco después esta- llaría una auténtica rebelión armada en dos regiones prorrusas del este del país, Donetsk y Lugansk, que con ayuda directa de Rusia sostienen todavía hoy –en medio de un elocuente silencio mediático– un enfrentamiento ar- mado con las fuerzas armadas ucranianas y han logrado una independencia de facto agrupadas bajo el nombre de Unión de Repúblicas Populares (o Novorrusia, como se las conoce comúnmente). Tal es la situación a la que se enfrenta el actual presidente ucraniano, Piotr Poroshenko, el neoliberal prooccidental que resultó ganador en las elecciones celebradas tras la salida de Yanukóvich. La guerra en el Este ha dejado miles de muertos y cientos de miles de refugiados, mientras en la parte del país controlada por Poroshenko, aliado de la OTAN y de la UE, se vive un peligroso proceso de viraje hacia la extrema derecha. Por otra parte, la creciente agresividad de la política exterior rusa, cada vez más antioccidental, le ha servido a Putin para atenuar las protestas inter- Confl ictos postsoviéticos: de la secesión de Transnistria a la desmembración de Ucrania 11 nas derivadas de la falta de libertades y de la calamitosa situación económica del país. Aunque la denominación de “segunda guerra fría” por parte de algún analista resulta en exceso simplifi cadora, sí es cierto que la intervención rusa en Ucrania, defendida con el viejo argumento de proteger a la población rusa, viene de la mano de un discurso cada vez más nacionalista y antiocci- dental y ha constituido también una forma de contestar a las violaciones oc- cidentales del derecho internacional en Kosovo e Irak o al intervencionismo occidental en las llamadas “revoluciones de colores”. El libro que tiene entre sus manos el lector se divide en dos partes que, sin duda, habrían tenido sentido también por separado: la primera aborda la historia del confl icto transnistrio; la segunda analiza el devenir de Ucrania como país independiente y sus relaciones con Rusia y la Unión Europea. El hecho de unir ambas partes en un mismo volumen tiene, no obstante, la vir- tualidad de ofrecer una imagen más compleja y coherente de unos territorios que –no lo olvidemos– forman parte de la frontera Este de la Unión Europea. Al margen del importante papel desempeñado por Kiev en el confl icto de Transnistria y de la creciente importancia estratégica que otorga a esta zona la cada vez más expeditiva política exterior rusa, los recientes acontecimientos en Ucrania convierten a Transnistria en un referente a la hora de analizar hacia dónde puede dirigirse la situación ucraniana. Poner frente a frente la historia reciente de Ucrania y la del Transdniés- ter –esta última, tan desconocida– no solo es útil por mostrar la estrategia de Rusia de cara al control de su Hinterland, sino que sirve para entender mejor cómo puede el este de Ucrania evolucionar hasta constituirse como Estado independiente de facto. Es más: las posibles soluciones que vienen proponién- dose desde hace un cuarto de siglo para la situación transnistria, que pasan por convertir a Moldavia en un Estado federal o confederal en el que los transnistrios disfruten de un grado amplio de autonomía, resultan un refe- rente ineludible para el futuro ucraniano. Por último, la UE y Kiev –capital de un Estado al que cada vez le cabe mejor el califi cativo de “fallido”– harían bien en tener en cuenta la evolución de Moldavia después de la secesión de Transnistria y analizar las relaciones que, en los últimos veinticinco años, se han mantenido entre las dos orillas del Dniéster. PRIMERA PARTE. PRIDNESTROVIE, UN PAÍS REALMENTE EXISTENTE 1. LOS ESTADOS DE FACTO POSTSOVIÉTICOS Al mismo tiempo que el proceso de desintegración de la URSS consagraba las independencias de las quince Repúblicas Socialistas Soviéticas (RSS) que la integraban, algunos territorios con particularidades identitarias, a menu- do de raíz étnica y que no habían gozado del estatus de RSS, pretendieron también conformarse como nuevos Estados. En algunos casos, como los de Gagauzia en Moldavia, Crimea en Ucrania o Tatarstán en Rusia, las nuevas metrópolis postsoviéticas supieron reconducir las veleidades independentis- tas de manera relativamente pacífi ca y acertaron a acomodar estos territorios en la nueva arquitectura de los respectivos Estados ofreciéndoles diversos grados de autogobierno. En otras ocasiones, las entidades secesionistas lo- graron consolidar su independencia tras derrotar militarmente a los Estados metropolitanos. Así Transnistria lograría apuntalar su secesión de Moldavia, Nagorno-Karabaj de Azerbaiyán, Osetia del Sur y Abjasia de Georgia, y Che- chenia de la Federación Rusa. En tanto que Chechenia acabaría retornando a la disciplina de Moscú a resultas de la victoria rusa en un segundo confl icto bélico, los otros cuatro territorios han mantenido su independencia hasta nuestros días: casi un cuarto de siglo durante el cual se han ido dotando de las instituciones y los instrumentos característicos de los Estados-nación sin que ello haya supuesto cambios sustanciales en su situación de escaso o nulo reconocimiento internacional1. Si consideramos las características defi nitorias de la estatalidad que reco- ge la Convención de Montevideo sobre Derechos y Deberes de los Estados de 1933 (población y territorio permanentes, gobierno efectivo y capacidad para entablar relaciones con otros Estados) y hacemos caso del artículo 3 de dicha Convención, que afi rma que “la existencia política del Estado es independien- te de su reconocimiento por los demás Estados”2, poco podría objetarse a la 1 Para profundizar en el estudio delconfl icto checheno pueden consultarse Taibo, C., El confl icto de Chechenia, Madrid, La Catarata, 2000 y González, R., Martín de la Guardia, R., Chechenia, el infi erno caucásico. Historia de un confl icto inacabado, Valencia, La Xara, 2012. 2 Convención sobre Derechos y Deberes de los Estados, Montevideo, 26 de diciembre de 1933, http:// proteo2.sre.gob.mx/tratados/ARCHIVOS/DERECHOS%20Y%20DEBERES%20DE%20LOS%20 ESTADOS.pdf, consultado el 14.8.2014. Ricardo Martín de la Guardia, Rodrigo González Martín y César García Andrés 16 caracterización como Estados de los cuatro territorios secesionistas postsovié- ticos. Todos ellos funcionan, de hecho, como sistemas políticos de carácter estatal, independientes, y con plena soberanía sobre su territorio. Carecen, no obstante, de la legitimación y el apoyo de la comunidad internacional, lo que los sitúa en una situación opuesta a la de Estados fallidos como Somalia3, y escenifi ca la ruptura entre soberanía interna y externa, entre la estatalidad entendida empíricamente y su constatación jurídica4. Para caracterizar esta compleja realidad se han creado numerosas terminologías: Estados no reconocidos o parcialmente reconocidos 5, pseudo-Estados, semi-Estados, cuasi-Estados, Estados objeto de disputa o contestados6, Estados de facto7, etc. La más ajustada al caso que nos ocupa parece ser la última, que Scott Pegg aplica a territorios secesionistas donde un Gobierno con sufi ciente apoyo popular controla y proporciona servicios a la población por un período de tiempo prolongado8. El choque entre la soberanía nacional y el derecho de autodeterminación y la negativa de la comunidad internacional a reconocer nuevas entidades territoriales –que autores como Mayall han defi nido como un intento de forzar el fi n de la Historia desde el punto de vista territorial9– han situado a estos Estados de facto en un limbo jurídico10. Aunque no son una realidad exclusiva del espacio exsoviético, es indudable que la desintegración de la URSS ha producido un número muy alto de entidades de este tipo, ya sea por el militarismo que impregnaba a la Unión, ya por el papel de heredera de la misma pretendido por Rusia, ya por las posibilidades de subsistencia que la globalización ofrece a los Estados no reconocidos11. La ausencia de reconocimiento internacional remite a su condición de territorios disputados y, en consecuencia, de sujetos de un confl icto territorial vigente. En el caso de los cuatro Estados de facto postsoviéticos, estos confl ictos presentan similitudes evidentes: en todos los casos la independencia se logró a través de una victoria militar de los separatistas que dio lugar a sus respec- 3 Kolstø, P., “The Sustainability and Future of Unrecognized Quasi-States”, Journal of Peace Research, vol. 43, n.º 6, 2006, p. 724; Harvey, J. y Stansfi eld, G., “Theorizing Unrecognized States: Sovereignty, Secessionism, and Political Economy”, en Caspersen, N. y Stansfi eld, G. (eds.), Unrec- ognized States in the International System, Londres, Routledge, 2011, p. 11. 4 Lynch, D., Engaging Eurasia’s Separatist States. Unresolved Confl icts and De Facto States, Wash- ington, United States Institute of Peace Press, 2004, pp. 15-16. 5 Caspersen, N., “Playing the Recognition Game: External Actors and De Facto States”, The International Spectator. Italian Journal of International Affairs, vol. 44, n.º 4, 2009, pp. 47-60. 6 Geldenhuys, D., Contested States in World Politics, Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2009. 7 Pegg, S., International Society and the De Facto State, Aldershot, Ashgate Publishers, 1998, p. 2. 8 Pegg, S., De Facto States in the International System, Institute of International Relations, University of British Columbia, Working Paper n.º 21, 1998 (disponible en: http://www.liu.xplorex. com/sites/liu/fi les/Publications/webwp21.pdf); Pegg, S., International Society..., op. cit., p. 50. 9 Mayall, J., Nationalism and International Society, Cambridge, Cambridge University Press, 1990, p. 56. 10 Caspersen, N. y Stansfi eld, G., “Introduction: Unrecognized States in the International System”, en Caspersen, N. y Stansfi eld, G. (eds.), Unrecognized States..., op. cit., p. 2. 11 Lynch, D., Engaging Eurasia’s..., op. cit., p. 21. Confl ictos postsoviéticos: de la secesión de Transnistria a la desmembración de Ucrania 17 tivos altos el fuego entre 1992 y 1994 y a la creación de zonas de seguridad entre los territorios secesionistas y los Estados metropolitanos en las que se emplazaron fuerzas de paz, generalmente rusas12. Aunque en modo alguno nos encontramos ante confl ictos congelados (no hay más que mentar la gue- rra de Osetia de 2008, por ejemplo), sí es cierto que las relaciones entre las entidades en confl icto no han experimentado progresos sustanciales desde los altos el fuego13, estancándose en un relativo equilibrio que solo ha per- mitido alcanzar acuerdos puntuales sobre temas concretos14. Ello responde tanto a la debilidad de los Estados metropolitanos como a la consolidación de proyectos de construcción estatal en las entidades secesionistas y al rol de los actores externos –esencialmente de Rusia15–, aunque su explicación última radica en el contexto en que se independizaron estos territorios, en pleno derrumbe del sistema de la Guerra Fría16. Hasta bien entrada la primera década del siglo xxi Occidente apenas prestó atención a estos conflictos en la medida en que no eran puntos álgidos de fricción y afectaban a zonas empobrecidas y poco pobladas de Eu- ropa. Considerados como “agujeros negros informativos”17, estos territorios fueron estigmatizados como nidos de criminalidad, pero no se consideró que amenazasen directamente la seguridad internacional. Sin embargo, la propia realidad –la constatación de lo obvio: que estas entidades no iban a desaparecer por el mero hecho de ignorarlas18–, unida a determinados acontecimientos –la guerra de Osetia de 2008, la crisis ucraniana de 2014, etc.– han puesto de manifi esto el interés geoestratégico de estos pequeños Estados de facto, desde su papel clave en la política exterior rusa hasta su relevancia en el tránsito energético. De los cuatro Estados de facto postsoviéticos, Transnistria es, con gran diferencia, el más poblado e industrializado. Aunque más aislado geográ- fi camente y con un menor atractivo turístico que los otros tres, ha logrado también avanzar más en el proceso de construcción estatal. Posee su propio gobierno, una sólida base legislativa y judicial, un sistema económico que incluye red bancaria, moneda propia y un activo comercio internacional, una 12 Caspersen, N., “Democracy, Nationalism and (Lack of) Sovereignty: the Complex Dynamics of Democratisation in Unrecognised States, Nations and Nationalism, vol. 17, n.º 2, 2011, p. 337. 13 Lynch, D., Engaging Eurasia’s..., op. cit., pp. 6-7, 38-39. 14 Walker, E., No Peace, No War in the Caucasus: Secessionist Confl icts in Chechnya, Abkhazia and Na- gorno-Karabakh, Belfer Center for Science and International Affairs, Harvard University, Occasional Paper, 1998 (disponible en: http://belfercenter.ksg.harvard.edu/fi les/no_peace_no_war_csia_oc- casional_paper_1998.pdf). 15 King, Ch., “The Benefi ts of Ethnic War: Understanding Eurasia’s Unrecognized States”, World Politics, vol. 53, n.º 4, 2001, pp. 524-552. 16 Von Steinsdorff, S. y Frustorfer, A., “Post-Soviet De Facto States in Search of Internal and External Legitimacy. Introduction”, Communist and Post-Communist Studies, vol. 45, n.º 2, 2012, p. 118. 17 King, Ch., “The Benefi ts..., art. cit., p. 550. 18 Von Steinsdorff, S. y Frustorfer, A., “Post-Soviet De Facto..., art. cit., p. 119. Ricardo Martín de la Guardia, Rodrigo González Martín y César García Andrés 18 nada despreciable red de infraestructuras y todos los símbolos de identidad que acompañan a las naciones modernas (bandera, himno, pasaportes, festividades propias, referentes históricos, etc.). La presente obra ofrece una caracterizaciónde esta nación no reconocida, atendiendo a su evolución interna y a la del confl icto que sostiene con la República de Moldavia. 2. TIERRA, GENTES, PASADO. EL TRANSDNIÉSTER Y SU CONTEXTO HISTÓRICO-POLÍTICO Transnistria se ubica en la estrecha franja de terreno que media entre el tramo moldavo del río Dniéster y Ucrania. Cuatrocientos kilómetros de frontera con cada uno de sus vecinos delimitan un modesto territorio de 4.163 kilómetros cuadrados en el que habitan 555.347 personas según el último censo ofi cial, de 200419, y apenas 505.000 si damos por buenas las estimaciones que el propio Gobierno transnistrio presentó a principios de 201420. A pesar de sufrir una pérdida poblacional constante (las estadísticas ofi ciales recogen un saldo migratorio negativo de entre 2.000 y 3.000 perso- nas anuales21 en un territorio que en 1989 tenía unos 680.000 habitantes22), más del 12% de la población y de la superfi cie ofi cialmente atribuidas a la República de Moldavia están en la práctica bajo control del Gobierno de facto transnistrio. Gobernado bajo la denominación de República Moldava de Pridnestrovie (PMR), el territorio transnistrio está más urbanizado que el resto de Molda- via. En 2004 un 69% de la población vivía en núcleos urbanos, entre los que destacan la capital, Tiraspol, con 158.000 habitantes, la ciudad de Bender (también conocida como Tighina; de soberanía teóricamente compartida, pero controlada de facto por la PMR), con 97.000, y Rîbniţa, con 54.00023. La composición étnica de la población también difi ere notablemente de 19 “ОГЛАШЕНЫ ПРЕДВАРИТЕЛЬНЫЕ ИТОГИ ПРИДНЕСТРОВСКОЙ ПЕРЕПИСИ НАСЕЛЕНИЯ”, http://www.olvia.idknet.com/ol37-09-05.htm, consultado el 13.6.2014. 20 http://www.mepmr.org/gosudarstvennaya-statistika/informacziya/62-o-soczialno-ekonomi- cheskom-polozhenii-pmr/2051-soczialno-ekonomicheskoe-razvitie-pmr-za-2013-god-okonchatelnye- dannye , consultado el 9.7.2014. 21 Varios estudios apuntan que estas cifras son notablemente inferiores a las reales, debido, entre otras cuestiones, a los problemas para contabilizar la emigración ilegal. Crivenco, A., “Moldova: Country of Mass Labour Outmigration”, en Erőss, A. y Karácsonyi, D. (eds.), Discovering Migration between Visegrad Countries and Eastern Partners , Budapest, HAS RCAES Geographical Institute, 2014, pp. 178-179. 22 http://www.citypopulation.de/Moldova.html , consultado el 20.5.2014. 23 “ОГЛАШЕНЫ ПРЕДВАРИТЕЛЬНЫЕ ИТОГИ ПРИДНЕСТРОВСКОЙ ПЕРЕПИСИ НАСЕЛЕНИЯ”, http://www.olvia.idknet.com/ol37-09-05.htm, consultado el 13.6.2014. El censo Ricardo Martín de la Guardia, Rodrigo González Martín y César García Andrés 20 la que encontramos al oeste del Dniéster. Mientras allí la etnia moldava (o rumana, si se prefi ere) es claramente mayoritaria, en Transnistria moldavos, rusos y ucranianos tienen un peso demográfi co similar, en torno al 30%. Aunque los datos aportados por el Gobierno de la PMR han sido discutidos por la República de Moldavia, no cabe duda de que desde que se produjo la secesión del territorio el volumen relativo de los moldavos ha decrecido y ha aumentado el de los rusos (en 1989, un 39,9% de la población era moldava, frente al 28,3% de ucranianos y el 25,5% de rusos)24. Buena parte de las diferencias existentes entre el Transdniéster y el resto del territorio moldavo son susceptibles de ser explicadas en clave histórica. No en vano, el Estado transnistrio se ha construido sobre la base de un pasado propio y diferente del de la orilla occidental del Dniéster. Tales particularida- des históricas son la base de la construcción identitaria en la PMR y una de las causas de fondo del confl icto, junto a los intereses geopolíticos rusos, el miedo a la rumanización de Moldavia en el marco del derrumbe de la URSS y el desigual desarrollo socioeconómico de ambas márgenes del Dniéster, cuestiones que, por otra parte, remiten también a motivos históricos25. La actual República de Moldavia solo emergió como Estado independien- te en 1991, con el colapso de la URSS, razón por la que no han faltado voces que la califi can de “Estado artifi cial”26. Ubicada sobre un territorio que ha experimentado continuos cambios de fronteras e identidades27, tiene como principal referente histórico al Principado de Moldavia, establecido en el siglo xiv28 entre los Cárpatos Orientales y el río Dniéster y que mantuvo su de 2004 puede consultarse en http://archive.today/P6yVL (http://pridnestrovie.net/2004census. html, la página gubernamental que lo albergaba ya no es accesible). 24 O’Loughlin, J. et al., “Divided Space, Divided Attitudes? Comparing the Republics of Moldova and Pridnestrovie (Transnistria) using Simultaneous Surveys”, Eurasian Geography and Economics, vol. 54, n.º 2, 2013, pp. 227-258 (disponible en: http://www.colorado.edu/ibs/pec/johno/pub/ DividedSpace.pdf). Las autoridades transnistrias han señalado que esos cálculos no son precisos y que en realidad solo el 33,8% de la población que en 1989 residía en el actual territorio de Pridnestrovie era étnicamente moldava: Protsyk, O., “Representation and Democracy in Eurasia’s Unrecognized States: The Case of Transnistria”, Post-Soviet Affairs, vol. 25, n.º 3, 2009, p. 261. 25 Chamberlain-Creangă, R., “Identity and Industrial Change on Contested Borderland, Moldova and Secessionist Transnistria”, Regional Policy Symposium: Frozen Confl icts and Unrecognized States in Southeast Europe and Eurasia, Washington, abril de 2008 (disponible en: http://www.irex. org/system/fi les/Chamberlain-Creanga_Executive_Summary.pdf). 26 Véase, por ejemplo: Nantoi, O., “The East Zone Confl ict in the Republic of Moldova. A New Approach”, Chisinau, Institute for Public Policies, 2002 (disponible en: http://miris.eurac. edu/mugs2/do/blob.pdf?type=pdf&serial=1035994370893). 27 Herd, G. P., “Moldova and the Dniestr Region: Contested Past, Frozen Present, Speculative Futures?”, Camberley, Defend Academy of the United Kingdom-Confl ict Studies Research Centre, 2005 (disponible en: da.mod.uk/CSRC/documents/CEE/05(07)-GPH.pdf). 28 Zdaniuk, B., “The Republic of Moldova. A Statehood without National Unity”, ECPR General Conference, Burdeos, septiembre de 2013, p. 2 (disponible en: https://ecpr.eu/Filestore/ PaperProposal/d64ebac6-5602-4a9d-9b49-97335658c552.pdf). Confl ictos postsoviéticos: de la secesión de Transnistria a la desmembración de Ucrania 21 independencia hasta que en 1538 los otomanos lo sometieron a vasallaje29. Esteban III el Grande, príncipe de Moldavia entre 1467 y 1504, es conside- rado un héroe nacional tanto en Moldavia como en Rumanía30, donde hace unos años un programa de televisión lo designó como el rumano más grande de todos los tiempos31. La historia del actual territorio de Transnistria es bien distinta: hasta fi nales del siglo xviii una parte pertenecía a la Mancomuni- dad de Polonia-Lituania y otra al Kanato de Crimea, vasallo también de los otomanos32. En el siglo xviii la presión militar del Imperio ruso sobre los otomanos empezó a provocar cambios en el statu quo de la región. En 1792 un tratado de paz ruso-turco reconoció a Rusia el control del territorio situado entre los ríos Bug (hoy en Ucrania) y Dniéster, donde pronto empezó a dejarse notar la emigración eslava33. Ese mismo año el general ruso Alexander Suvo- rov fundaba Tiraspol. Es, cuando menos, simbólicamente signifi cativo que Suvorov, considerado un héroe nacional tanto en Rusia como en la actual Transnistria, sirva para ilustrar los billetes de rublos transnistrios y Esteban III haga lo propio con los lei moldavos. En 1806 Rusia invadió la parte este del Principado de Moldavia, conocida como Besarabia, entre los ríos Dniéster (al este) y Prut (al oeste)34, anexión que el Imperio otomano reconoció formalmente en la Paz de Bucarest de 181235. Así las cosas, las dos orillas del Dniéster quedaban por vez primera unifi cadas bajo un mismo poder: Rusia36. En 1818 Besarabia obtuvo cierta autonomía dentro del Imperioal convertirse en oblast autónomo, pero ape- nas una década más tarde le fue revocada. Turcos y tártaros abandonaron la zona, al igual que muchos rumanos, temerosos de las levas rusas. Al mismo tiempo fueron llegando otros grupos étnicos como los gagaúzos, cristianos ortodoxos turcos que huían de los otomanos y, sobre todo, eslavos. Los rusos coparon los principales puestos administrativos y, aunque fueron derrotados, tras la guerra de Crimea (1853-1856) el actual territorio de Moldavia continuó dependiendo de Moscú, que intensifi có las políticas de rusifi cación en las zonas bajo su dominio. En un intento de contrarrestar su menor capacidad de infl uencia sobre el Principado de Moldavia (que se extendía sobre todo 29 Lynch, D., Engaging Eurasia’s..., op. cit., p. 31. 30 Küchler, F., The Role of the European Union in Moldova´s Transnistria Confl ict, Stuttgart, Ibidem-Verlag, 2008, p. 37. 31 http://www.mariromani.ro/primapagina.php, consultado el 23.6.2014. 32 Solonari, V., “Moldova: Two Confl icts with Different Histories” en VV. AA., Societies in Confl ict: the Contributions of Law and Democracy in Confl ict Resolution, Estrasburgo, Council of Europe Publishing, 2000, p. 41. 33 Cojocaru, N., “Nationalism and Identity in Transnistria”, Innovation: The European Journal of Social Science Research, vol. 19, n.º 3/4, 2006, p. 261. 34 Küchler, F., The Role of the European..., op. cit., 2008, pp. 31, 37. 35 Solonari, V., “Moldova: Two Confl icts..., art. cit., p. 42. 36 Lynch, D., Engaging Eurasia’s..., op. cit., p. 31. Ricardo Martín de la Guardia, Rodrigo González Martín y César García Andrés 22 al oeste del río Prut –lo que hoy es la Moldavia rumana– y que en 1859 se uniría a Valaquia), los zares impusieron el ruso como única lengua ofi cial y en 1867 prohibieron la educación en rumano para evitar mayor pérdida de poder en la frontera oeste del Imperio. Si en 1817 el 90% de la población de Besarabia era étnicamente rumana, hacia 1900 ya solo lo era la mitad37, si bien el proceso de rusifi cación afectó preferentemente a las zonas urbanas y a las capas altas de la sociedad. En 1859, por otra parte, lo que quedaba del Principado de Moldavia se unió con el Principado de Valaquia para formar el Reino de Rumanía, que al menos formalmente siguió siendo vasallo de los otomanos hasta que el Congreso de Berlín de 1878 certifi có la plena independencia rumana38. Así quedaron las cosas hasta que en diciembre de 1917, en medio del proceso de desintegración del Imperio ruso, la Asamblea Nacional Legisla- tiva de la guberniya de Besarabia proclamó la independencia de la República Democrática de Moldavia y, apenas tres meses después, su unifi cación con Rumanía, ratifi cada en 1920 por el Tratado de París39. La nueva frontera que- dó fi jada en el río Dniéster, pero la joven Unión Soviética nunca reconocería los derechos rumanos sobre Besarabia. Las relaciones diplomáticas entre ambos países estuvieron rotas hasta 1936 y al otro lado del Dniéster la URSS decidió fundar en 1924 la República Socialista Soviética Autónoma (RSSA) de Moldavia, que comprendía el territorio de la actual Transnistria y parte del este de Ucrania40. La existencia de esta entidad, cuya autonomía real era muy reducida, es esgrimida por la República de Pridnestrovie como un antecedente histórico que justifi caría su independencia. No obstante, la crea- ción de esta RSSA y su denominación ofi cial no pretendían sino escenifi car la vigencia de la reclamación soviética sobre Besarabia; de hecho, Chisinau, ahora bajo soberanía rumana, fue designada como capital simbólica de la república, aunque la capital ofi cial era, desde 1929, Tiraspol41. Los territorios que ocupaba la RSSA nunca habían formado parte de la Moldavia histórica42, si bien el 25% de su población era de etnia rumanomoldava43. El Pacto Ribbentrop-Mólotov de 1939 dejó a la URSS las manos libres para anexionarse Besarabia, que ocupó militarmente en el verano de 1940. 37 Solonari, V., “Moldova: Two Confl icts..., art. cit., pp. 42-43. 38 Vahl, M. y Emerson, M., “Moldova and the Transnistrian Confl ict”, en Coppieters, B. et al., Europeanization and Confl ict Resolution. Case Studies from the European Periphery, Gante, Academia Press, 2004, pp. 151-152. 39 Postarencu, D., O Istorie a Basarabiei în date si documente (1812–1940), Chişinău, Editura Cartier, 1998. 40 Vahl, M. y Emerson, M., “Moldova and the Transnistrian..., art. cit., p. 153. 41 Skvortsova, A., “The Transnistrian People: an Identity of its Own?”, The Moldovan Academic Review, n.º 1, agosto de 2002 (disponible en: http://www.iatp.md/academicreview). 42 Asarov, B., “The New Architecture. The System of Foreign Politic”, Moldova-Azi, 12 de diciembre de 2003 (disponible en: http://www.azi.md/investigation?ID=27081). 43 Solonari, V., “Moldova: Two Confl icts..., art. cit., p. 42. Confl ictos postsoviéticos: de la secesión de Transnistria a la desmembración de Ucrania 23 En agosto se creaba la República Socialista Soviética (RSS) de Moldavia, que incluía Besarabia y parte de la anterior RSSA de Moldavia (concretamente, la actual Transnistria)44. Sin embargo, un año más tarde, con la invasión de la URSS por los países del Eje, se colocó bajo administración militar rumana el territorio de la RSSA de Moldavia, incluido el Transdniéster, que nunca antes había estado bajo control rumano45. Tal situación se revertiría en 1944 al reconquistar la zona el Ejército Rojo46, pero marcó una fractura importante entre los moldavos de ambas orillas del Dniéster: mientras en Transnistria percibieron la ocupación rumana como una agresión, los besarabios se apres- taron a luchar al lado rumano47. Terminada la Segunda Guerra Mundial, una Rumanía derrotada cedería formalmente Besarabia y Bucovina a la URSS mediante el Tratado de París de 194748. Desde los primeros momentos de la posguerra la URSS se apresuró a aplicar en la RSS de Moldavia un programa de desrumanización. Se fomentó la consolidación de una identidad étnica y cultural moldava distinta de la rumana y el moldavo empezó a escribirse utilizando el alfabeto cirílico en lugar del latino. Al mismo tiempo se imponía la rusifi cación, se deportaban a Siberia 500.000 personas –fundamentalmente, moldavos de Besarabia– bajo acusación de colaboracionismo49 y el idioma moldavo quedaba reducido al estatus de lengua vernácula, con el ruso como única lengua ofi cial50. Hubo también una importante inmigración rusa, aunque la mayoría de la población al oeste del Dniéster siguió siendo de etnia moldava. Besarabia fue sovieti- zada rápidamente, con una brusca colectivización agraria y extensas purgas entre las elites51, pero siguió arrastrando el estigma de su colaboración con Rumanía y, al parecer, incluso la propaganda soviética hacía por mantener la imagen de los besarabios como capitalistas indolentes52. Gran parte de la cúpula económica, militar y política de la RSS procedía del Transdniéster o de fuera de la república53, hasta el punto de que antes de los años ochenta ningún besarabio ostentó el cargo de secretario general del Partido Comu- 44 Cojocaru, N., “Nationalism and Identity..., art. cit., p. 263; King, Ch., The Moldovans: Romania, Russia, and the Politics of Culture, Stanford, Hoover Institution Press, 2000, p. 95. 45 Küchler, F., The Role of the European..., op. cit., p. 31. 46 Vahl, M. y Emerson, M., “Moldova and the Transnistrian..., art. cit., p. 154. 47 Cojocaru, N., “Nationalism and Identity..., art. cit., p. 264. 48 Coppieters, B. et al., Europeanization and Confl ict..., op. cit., p. 11; Vahl, M. y Emerson, M., “Moldova and the Transnistrian..., art. cit., p. 149. 49 Ibid., pp. 154-155. 50 “Appendix: Trans-Dniestr”, Moldova Country Review, CountryWatch, 2013, p. 77. 51 Lynch, D., Engaging Eurasia’s..., op. cit., p. 32. 52 Cojocaru, N., “Nationalism and Identity..., art. cit., p. 263. 53 Hill, R. J., Soviet Political Elites. The Case of Tiraspol, Londres, St. Martin´s Press; Troebst,S., “The ‘Transdnistrian Moldovan Republic’: From Confl ict-Driven State-Building to State-Driven Nation-Building”, European Yearbook of Minority Issues, vol. 2, 2002/2003, pp. 5-30. Ricardo Martín de la Guardia, Rodrigo González Martín y César García Andrés 24 nista moldavo54. Como se verá, la situación empezó a cambiar con la glásnost y la perestroika55. El desarrollo a ambas orillas del Dniéster siguió también caminos dife- rentes. Mientras Besarabia continuó centrada en la agricultura, la pequeña franja transnistria se convirtió en un polo importante de la industria pesada y armamentística56 y en los ochenta concentraba más de un tercio del PIB total de Moldavia57, copando algunos servicios estratégicos (por ejemplo, era responsable del 90% de la producción eléctrica58). La república presentaba, pues, dos zonas fácilmente diferenciables y separadas geográfi camente por el Dniéster: una étnicamente rumana, rural y agrícola al oeste; al este, otra más urbana, más industrializada y con un alto porcentaje de población eslava59. 54 Isachenko, D. y Schlichte, K., “The Crooked Ways of State-Building: how Uganda and Trans- nistria Muddle through the International System”, Working Papers Micropolitics, n.º 4, 2007, p. 19. 55 Isachenko, D., “The EU Border Mission at Work around Transdnistria: a Win-Win Case?”, Societés Politiques Comparées, n.º 21, 2010, p. 4. 56 Herd, G. P., “Moldova and the Dniestr..., art. cit.; Cojocaru, N., “Nationalism and Identity..., art. cit., p. 263. 57 Solonari, V., “Moldova: Two Confl icts..., art. cit., p. 57; Research Paper on Transnistria, Chisi- nau-Tiraspol, Center for Strategic Studies and Reforms (CISR), noviembre de 2003, p. 3 (disponible en: http://www.cisr-md.org/pdf/0311%20transn-research.pdf). 58 Ranieri, M., “The EU and the Confl ict in Transnistria”, SAfE Papers, n.º 1, 2007, p. 78. 59 Vahl, M. y Emerson, M., “Moldova and the Transnistrian..., art. cit., pp. 154-155. 3. DEL DERRUMBE DE LA UNIÓN SOVIÉTICA A LA GUERRA. EL PROCESO DE SECESIÓN TRANSNISTRIO 3.1. LA DESINTEGRACIÓN DE LA URSS Y LA INCAPACIDAD DE LA CEI La intensidad de los acontecimientos vividos en el corto periodo de tiempo transcurrido entre 1989 y 1991 supuso el colofón a aquella época de grandes cambios que fueron los años ochenta. El rápido proceso de descomposición de la Unión Soviética, acelerado tras el golpe de Estado de agosto de 1991, causó un fuerte impacto en la opinión pública internacional. Según los sovietólogos –y, en general, los estudiosos del mundo comunista–, el desarrollo de los hechos que condujeron a la extinción de la superpotencia desarticuló el aparato teórico y conceptual con el cual se había trabajado durante décadas y vació de contenido las indagaciones sobre el futuro de las relaciones entre los bloques, al desaparecer súbitamente de uno de ellos. El fracaso del amplio plan reformista trazado por Gorbachov desde su ascenso a la Secretaría General del Partido Comunista de la URSS en marzo de 1985 signifi có no solo la frustración de un nuevo intento de transformar el régimen soviético desde dentro, sino la imposibilidad real de una transforma- ción de esa naturaleza, como demostró entre 1985 y 1990 la inviabilidad de los sucesivos planes para regenerar la economía del país. La inercia del sistema, las resistencias al cambio y los intereses de grupo dentro de la nomenklatura tampoco facilitaron el cambio reformista aunque, más allá de todo ello, el auténtico problema era la propia incapacidad de la economía planifi cada de crecer y competir con su rival capitalista. El fi asco económico ocasionó una importante pérdida de poder adquisitivo, el aumento de la pobreza y de la delincuencia organizada y, en defi nitiva, la extensión de la desesperanza social en el teórico paraíso de los desposeídos de la tierra. Había que cambiar los fundamentos del sistema –como insistían algunos de los economistas y politólogos soviéticos más críticos– con el fi n de dar nuevos aires a todo el engranaje institucional de la URSS, pero ese cambio ya no suponía una regeneración del comunismo, sino su extinción. Así se vino abajo la convicción del socialismo marxista-leninista de que la realidad es homogénea y uniforme y, por tanto, puede ser aprehendida y ex- Ricardo Martín de la Guardia, Rodrigo González Martín y César García Andrés 26 plicada por un pensamiento coherente, cerrado sobre sí mismo, abarcador de aquella, capaz de articular toda la vida colectiva. La perestroika de Gorbachov, que en el campo de la economía trataba de salvar los fundamentos colectivis- tas y planifi cadores, introdujo en las arcaicas estructuras de producción y dis- tribución una serie de disfunciones que agravaron la crisis. De igual forma, las medidas reformistas introducidas en el funcionamiento político-institucional trastocaron el desarrollo normal de las actividades del Estado y lo condujeron a una parálisis funcional. La supresión, en marzo de 1990, del artículo sexto de la Constitución, donde se explicitaba la hegemonía del Partido Comunista en la vida soviética, dio lugar a una enorme confusión en los órganos de poder del Partido-Estado y a la absoluta descoordinación entre instituciones. El empuje de los movimientos nacionalistas, desde el Báltico a las repúblicas centroasiáticas, se vio favorecido por la situación creada: el confl icto entre el centro ruso y la periferia se radicalizó ante las reivindicaciones cada vez más generalizadas de respetar las culturas respectivas y, sobre todo, de acabar con el sometimiento a los dictados de Moscú. Si en 1986 Gorbachov todavía creía en la posibilidad de mantener la Unión Soviética como tal, a fi nales de 1989 había reconsiderado su postura para abogar por el establecimiento de un nuevo Tratado de la Unión. Sin embargo, los primeros pasos dados en este sentido en junio de 1990 tampoco prosperaron. Lituania, Letonia y Estonia no quisieron participar en las conversaciones, y pronto Moldavia, Georgia y Armenia abandonaron la negociación al proclamarse soberanas e independientes a todos los efectos. Las nueve repúblicas restantes aceptaron un texto cuya aprobación por todas las partes debía fi rmarse el 20 de agosto de 1991. El intento de golpe de Estado organizado por los sectores comunistas más ortodoxos del Partido el día antes del fi jado para la fi rma precipitó los acontecimientos: ante el asombro de la opinión pública internacional, el 2 de septiembre de 1991 se disolvía el Congreso de los Diputados Populares y, con él, el Soviet Supremo y el Gobierno de la Unión Soviética. La improvisación ocupó el lugar de los detallados planes realizados hasta entonces por las instancias soviéticas de poder. Ante la nueva situación de hecho, los dirigentes de los países surgidos tras el desplome insistieron desde un primer momento en su intención de poner en marcha procesos de tran- sición hacia la economía de mercado y hacia regímenes políticos pluralistas y democráticos, para lo cual solicitaban ayuda del Occidente capitalista, su enemigo irreconciliable apenas unos meses antes. Evidentemente, ni la transformación de las estructuras socioeconómicas y políticas totalitarias ni el aprendizaje democrático son cuestiones de fácil resolución en poco tiempo, y menos aún si consideramos la inexistencia de un modelo de transición de este tipo, múltiple y complejo al afectar a todas las estructuras sociales, eco- nómicas, políticas y culturales a la vez. Algún tiempo después, un analista tan agudo como Brzezinski lo exponía así: «No existía ningún modelo, ningún concepto que sirviera de guía para afrontar esta tarea»; de ahí que buena Confl ictos postsoviéticos: de la secesión de Transnistria a la desmembración de Ucrania 27 parte de los problemas de toda índole generados continúen hoy y que todavía no haya podido lograrse la estabilidad en los antiguos países soviéticos. El centro de todo aquel poder, Rusia, se vería también afectado por problemas cuya evolución despuésde 1991 ilustra las graves difi cultades por las que pasa el principal heredero de la superpotencia soviética, no solo para atajar la permanente crisis económica y robustecer sus todavía endebles instituciones políticas democráticas, sino también para asimilar los particularismos nacio- nalistas –el caso más conocido es, sin duda, Chechenia– y perseverar de esta forma en la edifi cación de un Estado de derecho descentralizado. La nueva realidad del espacio postsoviético era muy confusa y, sin duda alguna, demandaba una reordenación de la propia política exterior de Moscú ante los retos derivados directamente de la disolución de la URSS. Una de las primeras preocupaciones al respecto fue clarifi car lo antes posible las relaciones con las antiguas repúblicas federadas, donde habitaban más de veinte millones de rusos y con las que los vínculos económicos, comerciales y militares hacían urgente un reajuste de la posición rusa para preservar cierta infl uencia. Además, la volatilidad del Cáucaso y de algunas repúblicas de Asia central podían causar problemas al Kremlin en su afán de asegurar las fronteras. Brzezinski hablaba de un «pluralismo geopolítico» de la anti- gua Unión Soviética, lo cual presuponía que la Federación Rusa se hallaba rodeada de Estados de menor entidad en todos los aspectos pero a los que ya no podía dominar ni económica ni militarmente. Un ejemplo característico era el caso de Ucrania, potencia nuclear, y de algunas repúblicas caucásicas y asiáticas que comenzaban a fortalecer sus relaciones con Estados Unidos hasta el punto de permitir a Washington que mantuviera una presencia militar en su territorio60. Con la desaparición de la URSS los intentos de refl otar una unión de Estados en el antiguo espacio soviético encontraron escaso eco en las capitales de las nuevas Repúblicas, que aceptaron participar en la Comunidad de Esta- dos Independientes antes por motivos de dependencia económica que por voluntad propia61. La Carta de Fundación de la CEI data del 8 de diciembre de 1991, fecha de la reunión en Minsk de representantes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Pocos días después, el 21 del mismo mes, se sumaron en Alma- Ata Armenia, Azerbaiyán, Kazajistán, Kirguizistán, Tajikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. También lo hizo Moldavia, decisión que el Parlamento moldavo se negaría a ratifi car. Asimismo, dos años después, el 9 de diciembre de 1993, la República de Georgia ingresaba en la Comunidad62. 60 Brzezinski, Z., Out of Control, Nueva York, Scribner & Sons, 1993. 61 Holmes, L., “Russia’s Relations with the Former External Empire”, en Saikal, A. y Maley, W. (dirs.), Russia in Search of its Future, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, pp. 123-141. 62 Sobre la CEI, véanse Valdés, F. y Tarasov, O., “La Comunidad de Estados Independientes: génesis y perspectivas”, Política Exterior, vol. VII, n.º 33, 1993, pp. 25-46 y Walker, R. Six Years that Shook the World. Perestroika, the Impossible Project, Mánchester, Manchester University Press, 1993, pp. 289-307. Ricardo Martín de la Guardia, Rodrigo González Martín y César García Andrés 28 Los principales objetivos de la CEI eran mantener las privilegiadas relacio- nes económicas y comerciales entre estas Repúblicas exsoviéticas sin por ello dejar de fomentar los vínculos con otros espacios económicos. Sus miembros pretendían, además, preservar infraestructuras comunes de las que no con- venía prescindir para facilitar cuanto antes una salida viable a la crisis que en mayor o menor medida afectaba a todos. Sus postulados no preveían ni procesos de integración económica ni decisiones supranacionales, intentan- do así evitar cualquier reminiscencia del pasado soviético; por ello se defi nía como una entidad de «carácter consultivo y coordinador»63. La sede quedó establecida en Minsk, con una asamblea interparlamentaria constituida por delegaciones de cada uno de los países y un ejecutivo interestatal. Ya desde sus comienzos pudo comprobarse su falta de funcionalidad y el escaso alcance de las medidas adoptadas, muchas de las cuales no llegaron siquiera a cumplirse64. A las suspicacias de las capitales exsoviéticas se unía la falta de tacto de la diplomacia rusa, como revela su reacción ante la secesión de las Repúblicas bálticas: a principios de enero de 1992 el ministro Kózyrev se había referido a todos los países recientemente independizados como «algo que probablemente podría denominarse “extranjero cercano”». Sin instituciones propiamente supranacionales, durante los primeros años de su existencia la actividad de la CEI se redujo en la práctica a revitalizar los lazos multilaterales entre los distintos miembros. A partir de la Carta de la Comunidad de Estados Independientes, adoptada en la cumbre de Minsk IV del 22 de enero de 1993, nos hallaríamos ante una «organización inter- gubernamental de ámbito regional y de fi nes generales, caracterizada por la parcialidad, la asimetría y las geometrías variables»65: parcial, en el sentido de que no todos los Estados participantes asumían los acuerdos alcanzados; asimétrica, por la evidente posición hegemónica de la Federación Rusa y las profundas diferencias de todo tipo entre sus miembros; y de geometrías variables, dadas las numerosas combinaciones posibles entre los instrumentos de cooperación interestatal, siempre bajo la mirada vigilante de Moscú. Las reuniones de la organización en Achjabad (Turkmenistán), en diciembre de 1993, y Moscú, en abril de 1994, constituyeron un éxito de la diplomacia rusa al lograr que acudieran representantes de todas las antiguas repúblicas de la URSS (salvo las bálticas), ya que, como hemos visto, en la primera de ellas Georgia ingresó de forma efectiva en la Comunidad, convir- tiéndose así en el duodécimo Estado integrado. Aunque por aquellas mismas fechas –concretamente, en febrero de 1994– Kózyrev expuso como una de 63 Aguilera de Prat, C. R., La crisis del Estado socialista. China y la Unión Soviética durante los años ochenta, Barcelona, PPU, 1994, p. 234. 64 La escasa trascendencia de la Comunidad de Estados Independientes, desde una perspectiva de fi nales de los años noventa, queda recogida en Aguilera de Prat, C. R., “Rusia y la CEI, ¿relaciones de política exterior o interior?”, Revista CIDOB d’afers internacionals, n.º 42, 1998, pp. 7-20. 65 Blanc A., La herencia soviética. La Comunidad de Estados Independientes y los problemas sucesorios, Madrid, Tecnos, 2004, p. 59. Confl ictos postsoviéticos: de la secesión de Transnistria a la desmembración de Ucrania 29 las prioridades de su Ministerio potenciar los mecanismos de integración dentro de la CEI, lo cierto es que el recelo continuó presente en la actitud de las capitales del espacio exsoviético ante cualquier propuesta del Kremlin66. Junto a ello, el fracaso del establecimiento de un nuevo rublo para el espacio CEI, la incapacidad para solucionar confl ictos heredados en Chechenia y Transnistria y, por último, la dependencia energética de Rusia de muchos de los socios oscurecieron el empeño de profundizar en la integración67; sin olvidar que, por si esto no fuera sufi ciente, la política de seguridad rusa entendía las antiguas fronteras de la URSS como propias, a modo de cinturón de protección de su extenso territorio (de hecho, la teórica defensa colectiva de los límites de la CEI recaía en buena medida sobre la Federación). Para el Kremlin resultaban de vital interés, por un lado, contribuir a la estabilidad interna de estos países para evitar posibles contagios en el interior de sus fronteras y defender los derechos de sus amplias minorías en algunas de estas Repúblicas y, por otro, preservar su hegemonía frente a la aparición de potencias regionales como Turquía, India y China. Ello explica que el Concepto de Política Exterior Rusa de 1993 hiciera hincapié en los factores geopolíticos y considerase todos aquellos territorios ahora emancipados como una zona de interés prioritario.En defi nitiva, la voluntad de integración y colaboración entre las antiguas repúblicas soviéticas se vio superada por las políticas fuertemente naciona- listas de estos Estados sucesores que, en un intento de justifi car su existencia y afi rmar su identidad, mantuvieron una posición ambigua frente a Moscú, cuya asistencia económica y energética todavía necesitaban. 3.2. LA DIFÍCIL INDEPENDENCIA MOLDAVA: TENSIONES SECESIO- NISTAS EN TRANSNISTRIA Y GAGAUZIA El Frente Popular Moldavo inició su andadura en una reunión celebrada el 20 de mayo de 1989 en Chisinau, con participación de grupos diversos –en general, mal organizados– tales como la Liga Democrática de Estudiantes, la Asociación Cultural Moldava y el Movimiento Democrático Moldavo. Sus objetivos, muy similares a los de otros frentes surgidos en la mayoría de las repúblicas federativas de la URSS, ponían la mira en la consecución de la soberanía efectiva del país –cuyas consecuencias abarcaran todos los ámbitos, desde el económico al militar– y en el reconocimiento pleno de los derechos civiles. 66 Sobre la confi guración de la CEI y sus problemas iniciales, véase Ibidem, pp. 26-57. 67 Sakwa R. y Webber, M., “The Commonwealth of Independent States: Stagnation and Survival, 1991-1998”, Europe-Asia Studies, vol. 51, n.º 3, 1999, pp. 393-396. Por ejemplo, la Federación Rusa suministraba el 89% del petróleo y el 56% del gas natural consumidos en Ucrania; el 91% y el 100%, en Bielorrusia y el 82% y el 77%, en Georgia, respectivamente. Taibo, C., La Rusia de Yeltsin, Madrid, Síntesis, 1995, p. 226. Ricardo Martín de la Guardia, Rodrigo González Martín y César García Andrés 30 También, como en otros territorios soviéticos, las campañas de protesta para recuperar los signos distintivos (en este caso, la lengua moldava) reper- cutieron decisivamente en la toma de conciencia de la población respecto de su dependencia de Moscú. En los últimos meses de 1988 el Partido Comunista Moldavo reiteraba la diferencia existente entre el rumano y el moldavo y, aun cuando los consideraba ramas de un tronco común, se negaba a aceptar el cambio alfabético del cirílico al latino reclamado en Moldavia por distintas instancias culturales. Sin embargo, poco después, en una decisión inusitada, el Soviet Supremo hizo suyas las propuestas de la oposición y el 1 de sep- tiembre de 1989 aceptaba el moldavo como lengua ofi cial de la república federativa y restablecía el alfabeto latino, considerando dicha lengua como “precondición básica para la existencia de la nación moldava en la formación de su soberanía nacional”. No obstante, se reconocía el derecho a utilizar las otras lenguas extendidas en la república: el gagaúzo y el ruso, este como “lengua de comunicación interétnica”. En la administración de la república sería utilizado el moldavo de forma general, y el ruso para las traducciones que se estimaran necesarias. Para muchos no moldavos parecía confi rmarse la sospecha de que pudieran comenzar las arbitrariedades; de hecho, a partir de 1990 el Gobierno moldavo dirigió una campaña de nacionalización de la escuela pública cuya repercusión a estos efectos fue que el ruso quedase relegado: el fortalecimiento de una determinada identidad en detrimento de otras como la eslava iba a provocar que esta se sintiera cada vez más vulnerable aun cuando en principio no hubiera motivos de peso para ello. Mientras tanto, el robustecimiento del Frente en todo el territorio era un hecho patente: a principios de junio, uno de sus dirigentes no comunistas, Mircha Druk, era nombrado primer ministro y el 25 del mismo mes el Soviet de la república declaraba la independencia de Moldavia respecto de la URSS. Algún tiempo después, en septiembre de 1990, ante la deriva independentis- ta, gagaúzos y rusos del Transdniéster proclamaron a su vez su independencia respecto de Moldavia con el fi n de preservar los lazos con Moscú. Conviene puntualizar, por tanto, que esta declaración en Transnistria se produjo cuan- do Moldavia aún no había sido reconocida formalmente por otros países. Por su parte, en Moldavia, a pesar de la efervescencia de los sentimientos panrumanos en los momentos inmediatamente posteriores a la euforia de la independencia, la población de etnia moldava perdió rápidamente el interés por unirse a Rumanía. Económicamente, nada podía ofrecer un país tan atrasado y con unas elites políticas heredadas de Ceaucescu que entre 1991 y 1992 habían iniciado un proceso democratizador más formal que real. Por ello, en marzo de 1995 un 95% de los moldavos apostó por un país soberano con las fronteras reconocidas por la ONU. De los algo más de quinientos mil habitantes de la región oriental del Transdniéster prácticamente la mitad de ellos eran eslavos cuando se produjo el principio del fi n de la Unión Soviética. Como antes indicábamos, en 1990, Confl ictos postsoviéticos: de la secesión de Transnistria a la desmembración de Ucrania 31 adelantándose a los acontecimientos, la población rusófona proclamó su independencia respecto de la República Socialista Federativa Moldava para mostrar inmediatamente después su voluntad de mantener los vínculos con la URSS68. Sin embargo, esta rebelión de la población eslava no parecía rela- cionada con la conculcación de sus derechos, puesto que el Soviet moldavo contaba con representantes del Transdniéster; es más, en realidad solo fue una cuarta parte de la población de este territorio la que consiguió hacerse con el poder y dar comienzo a un “régimen” profundamente autoritario: si consideramos el censo soviético de 1989, solo el 25% de la población era rusa frente al 28%, ucraniana y el 40%, moldava69. Las autoridades moldavas reaccionaron con llamadas constantes a la negociación y entraron en contacto con los líderes secesionistas, aunque en vano. Incluso, en octubre de 1991 crearon una “comisión de conciliación” que, ante la beligerancia de los eslavos, dejaría de funcionar al mes siguiente. Consciente de la necesidad de mantener relaciones de buena vecindad con Rusia, el Gobierno moldavo no contrapuso una política de rumanización a las provocaciones de la población de la margen izquierda del Dniéster e insistió en que se respetasen las lenguas y culturas minoritarias. El 24 de febrero de 1992 el presidente Mircea Snegur anunció la concesión de la carta de ciudadanía moldava a todos los residentes en el país, incluidos los soldados soviéticos allí establecidos. De esta forma cortaba de raíz cualquier posibilidad de establecer leyes de ciudadanía discriminatorias parecidas a las aprobadas en Estonia o Letonia. Al hacer caso omiso de las peticiones del Gobierno moldavo, el enfren- tamiento armado fue inevitable. Tras una breve guerra entre junio y julio de 1992, el Estado moldavo hubo de aceptar la situación. No podía ser de otra manera, por su palmaria inferioridad ante el XIV Ejército Soviético: acantonado en la zona del Transdniéster, apoyó a los sublevados. Este cuerpo de ejército era un eslabón importante en el engranaje militar de la URSS; disponía de misiles nucleares tácticos y, en caso de guerra abierta, debía avan- zar por los Balcanes para controlar el estrecho del Bósforo y los Dardanelos. Aunque en abril de 1992 el presidente Yeltsin asumió el mando ruso del XIV, cuyo tamaño y operatividad se vieron muy reducidos desde entonces, las autoproclamadas autoridades de la “República del Transdniéster” utilizaron depósitos de munición y armas convencionales que desde la disolución de la Unión Soviética habían estado fuera de control o en manos de la denominada “Guardia Republicana” y otras organizaciones paramilitares prorrusas de este territorio. Todo ello repercutió en la multiplicación de difi cultades a la hora de lograr a corto plazo una solución pacífi ca para el confl icto, aunque, 68 López, J. A., “Las relaciones interétnicas en la Moldavia postsoviética: Gagauzia y Transnistria (1990-1994)”, Cuadernos Constitucionales de la CátedraFadrique Furió Ceriol, n.º 28-29, 1999, pp. 23-50. 69 Roper, S., “Ethnic Mobilization and Reactive Nationalism: the Case of Moldova”, Nationalities Papers, vol. 23, n.º 2, 1995, p. 306. Ricardo Martín de la Guardia, Rodrigo González Martín y César García Andrés 32 fi nalmente, en julio de aquel año se fi rmó el alto el fuego defi nitivo entre ambas partes. Las batallas principales se habían dado en torno a Bender, en la orilla derecha del Dniéster, con población en su mayoría de origen eslavo. Las cifras no son demasiado exactas, pero murieron cientos de personas en los enfrentamientos, los cuales, por otra parte, no tuvieron un carácter inte- rétnico o interreligioso, ya que en ambos bandos había ucranianos, moldavos, rusos y cristianos ortodoxos70. En efecto, no puede hablarse de una lucha de tipo fundamentalmente étnico –como a veces se ha dicho para califi car de forma simplista todos los confl ictos surgidos en el espacio postsoviético–, sino de vínculos históricos e intereses propios de una y otra orilla del Dniéster; por ello a lo largo del tiempo han terminado por implicarse directa o indirectamente Rusia, Ucrania y Rumanía. La posibilidad contemplada, en el confuso panorama de la desintegración de la URSS, de unifi carse Moldavia y Rumanía alentó a la elite transnistria a pugnar por su independencia, por miedo a terminar como ciudadanos de segundo orden. También era signifi cativo el hecho de que la práctica totalidad de los negocios moldavos en la zona, sobre todo los derivados de la industria, estuvieran dirigidos desde Moscú. Las conversaciones continuaron, no obstante, entre Moscú y Chisinau. De hecho, desde el Kremlin se había lanzado la idea de preservar la unidad estatal moldava dentro de la cual Gagauzia y Transnistria mantuvieran un esta- tuto especial de carácter autónomo, propuesta que no pudo surtir efecto por causa del levantamiento antes citado. El Soviet Supremo del Transdniéster defendió una confederación de los tres territorios que fue inmediatamente rechazada por Chisinau. Como veremos, tampoco la misión de la OSCE en Moldavia, establecida el 4 de febrero de 1993, dejó lugar a dudas sobre la necesidad de llegar a un acuerdo basado en el principio de la integridad territorial del Estado moldavo. Su falta de operatividad se debió a la escasa cooperación de las autoridades del territorio rebelde: la OSCE no consiguió el control de los depósitos de armas y municiones para destruirlos y, aunque mantuvo observadores en algunas consultas electorales y favoreció encuen- tros entre políticos y expertos para elaborar informes sobre la situación real de los Derechos Humanos en aquella zona, sus críticas a las violaciones constantes de la libertad de información, educación y participación política en el Transdniéster tuvieron, en general, escasa repercusión. El otro foco interno de problemas fue Gagauzia. Los gagaúzos son turcos de religión cristiana concentrados en el territorio moldavo limítrofe con la región ucraniana de Odessa, donde se establecieron a fi nales del siglo xviii. En esta zona viven algo más de ciento cincuenta mil, y para ellos la dominación soviética se recuerda mucho más benefi ciosa que la rumana, razón por la cual en el momento de la independencia moldava los líderes 70 Kolstø, P. y Edemsky, A., “The Dniéster Confl ict: between Irredentism and Separatism”, Europe-Asia Studies, vol. 45, n.º 6, 1993, p. 975. Confl ictos postsoviéticos: de la secesión de Transnistria a la desmembración de Ucrania 33 gagaúzos reafi rmaron su fi delidad a Moscú. Aunque por su número pudiera parecer una minoría insignifi cante, su situación al sur de Moldavia y entre Rumanía y Ucrania los convierte en un grupo potencialmente confl ictivo y desestabilizador de la región (no olvidemos las enormes difi cultades de las autoridades ucranianas para controlar Odessa, zona en la que viven otros treinta mil gagaúzos). Además, al ser la minoría étnica más numerosa en esa región moldava, y dada su dispersión, la petición de autonomía afectaba al 12% de todo el territorio de la República, a la parte donde predominan sobre ucranianos, moldavos y búlgaros. Por otra parte, según el censo de 1989 más del 90% de la población ga- gaúza tenía como primera lengua el gagaúzo, de la familia turca; el 73% sabía ruso y solo el 4% hablaba moldavo71. A pesar de las campañas gubernamen- tales dirigidas desde Chisinau para normalizar el uso del moldavo, poco ha variado esta situación, y el ruso sigue siendo la lengua principal del comercio y la educación. La cuestión lingüística ha sido, en este caso, un factor esencial en el inicio y desarrollo del confl icto. Cuando en agosto de 1989 se declaró el moldavo lengua ofi cial de la nueva República, los gagaúzos expresaron su deseo de emplear su lengua propia en igualdad de condiciones; poco tiempo después proclamaron una “república autónoma” dentro del Estado moldavo. Un año más tarde, el 19 de agosto de 1990, la autonomía dio paso unilateralmente a la independencia, eso sí, declarando expresamente la vin- culación con la Unión Soviética. El Soviet Supremo de Moldavia anuló estas decisiones por inconstitucionales mientras los enfrentamientos verbales y las acusaciones mutuas de actos violentos (en diciembre de 1991 el Parlamento gagaúzo decidió dar su apoyo a los rebeldes del Transdniéster como muestra de fraternidad entre los pueblos sojuzgados por los moldavos) fueron cons- tantes hasta diciembre de 1994, cuando los gagaúzos aceptaron un estatuto de autogobierno. La precariedad de su economía agrícola, la inexistencia de fuerzas armadas –al contrario que Transnistria– y la ausencia del apoyo ruso facilitaron el entendimiento fi nal. A pesar de ello, la aplicación efectiva del estatuto de autonomía sigue siendo dudosa. 71 Cit. en Zapater, L. T., La cuestión nacional en el espacio post-soviético, Tesis Doctoral inédita, Departamento de Derecho Constitucional y Ciencia Política de la Universidad de Valencia, 2002, p. 746. 4. LA REPÚBLICA MOLDAVA DE PRIDNESTROVIE. DOS DÉCADAS DE INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN ESTATAL EN UN TERRITORIO DISPUTADO 4.1. ¿CAMBIAR TODO PARA QUE NADA CAMBIE? LA EVOLUCIÓN DEL CONFLICTO TRANSNISTRIO Con la fi rma, el 21 de julio de 1992, de un alto el fuego permanente entre Moldavia y la Federación Rusa se abrieron las puertas al enquistamiento del confl icto y al mantenimiento de la independencia de facto de la autoproclama- da República Moldava de Pridnestrovie. Alrededor de la frontera del Dniéster se estableció un área de seguridad con una misión de mantenimiento de la paz en la que han venido participando hasta nuestros días un batallón ruso, uno moldavo y otro transnistrio72. Desde entonces, los procesos de nego- ciación y las propuestas para tratar de poner fi n al confl icto han sido tan numerosos como modestos los avances logrados. Cuestiones como el futuro estatus de Transnistria, el virtual reparto de poderes entre Transnistria y Moldavia o las garantías y papel de los distintos actores internacionales en el proceso de solución han acabado frustrando la media docena de propuestas serias que se han presentado hasta la fecha. Aun así, se han fi rmado entre 140 y 170 acuerdos bilaterales entre las partes en litigio, y si bien la mayoría no ha llegado a materializarse apropiadamente73, su existencia constata que existe una relativa voluntad de entendimiento74. En 1993 la CSCE (OSCE desde 1995) desplegó una misión de largo recorrido en Moldavia, con ofi cinas en Chisinau desde ese año y en Tiraspol desde 199575. Su cometido consiste fundamentalmente en supervisar la misión de paz en la zona de seguridad (labor obstruida sistemáticamente por la delegación transnistria76), promover la retirada de las tropas rusas y la 72 “Appendix: Trans-Dniestr”, art. cit., p. 77. 73 Wolff, S., “The Confl ict in Transnistria: Where Things Are, Why, and Where They Might Be Going”, 28-3-2011 (disponible en: http://www.stefanwolff.com/files/The%20confl ict%20in%20 Transnistria.pdf). 74 Vahl, M. y Emerson, M., “Moldova and the Transnistrian..., art. cit., pp. 180-181. 75 Wolff, S., “A Resolvable Frozen Confl ict? Designing a Settlement for Transnistria”, Nationalities Papers, vol. 39, n.º 6, 2011, p. 863. 76 Ibid., p. 865; Lynch, D., Engaging Eurasia’s..., op. cit., p. 34. Ricardo Martín de la Guardia, Rodrigo González Martín y César García Andrés 36 democratización y asistir a ambas partes en las negociaciones77. Precisamente, de la misión de la CSCE surgió, en noviembre del 93, la primera propuesta sólida para encauzar el problema, destinada a servir de base para futuros acuerdos78. Planteaba una descentralización de Moldavia, lo que garantizaría a Transnistria el estatus de “región especial”, un alto grado de autogobierno y la reserva de puestos clave en el Gobierno central, en el Parlamento y en los principales tribunales. Refl ejaba grosso modo los intereses de Moldavia y no convenció a los líderes transnistrios, que defendían la creación de una confederación con dos entidades estatales independientes79. Con todo, Yeltsin consiguió que los líderes de Moldavia y Transnistria se avinieran a fi rmar, el 28 de abril de 1994, los llamados “Acuerdos de Parcani”, comprometiéndose a entablar negociaciones no solo sobre el futuro estatus de Transnistria, sino también sobre temas económicos y sociales de interés para ambas partes. Los acuerdos reconocían asimismo el papel de la CSCE y de Rusia en el proceso80, y con ellos el Gobierno moldavo trató de avanzar en la cuestión del futuro estatus de Transnistria. La propia Constitución moldava de 1994 garantizaba a la región un estatus especial81, y a fi nales de 1995 el Parlamento del país presentó un proyecto de ley sobre el “Estatus Especial de las Localidades de la Margen Izquierda del Río Dniéster” que defi nía Transnistria como una república autónoma dentro de Moldavia y reconocía su derecho de autodeterminación en caso de que Moldavia perdiese su in- dependencia (lógicamente, a causa de una unión con Rumanía)82. En todo caso, estas situaciones no generaron ningún cambio en el statu quo. El 21 de octubre de 1994 los gobiernos de Rusia y Moldavia fi rmaron un acuerdo para que las tropas de aquel país se retirasen de este de forma escalonada y en un plazo no superior a tres años, acuerdo que se desbarató después de que la Duma lo rechazase y declarase la región de Transnistria “zona de interés estratégico ruso”83. En esta misma línea de actuación, en el transcurso de los dos años siguientes el Parlamento ruso aprobó diversas medidas económicas y políticas de cooperación con los rebeldes. A fi nales de 1995 la “República del Transdniéster” llegó, incluso, a aprobar una Cons- titución después de que en junio de ese mismo año la población participara 77 Vahl, M. y Emerson, M., “Moldova and the Transnistrian..., art. cit., p. 163. 78 Wolff, S., “A Resolvable..., art. cit., p. 865. 79 Vahl, M. y Emerson, M., “Moldova and the Transnistrian..., art. cit., pp. 163-164; Cojocaru, N., “Nationalism and Identity..., art. cit., p. 261. 80 Solonari, V., “Moldova: Two Confl icts..., art. cit., p. 62; Vahl, M. y Emerson, M., “Moldova and the Transnistrian..., art. cit., p. 164. 81 “Appendix: Trans-Dniestr”, art. cit., p. 77. 82 Solonari, V., “Moldova: Two Confl icts..., art. cit., p. 62-63. 83 López, J. A., “Transnistria: evolución de un modelo de secesionismo en el seno de la República de Moldova (1995-2000)” en Flores, C. (ed.), Estudios sobre la Europa Oriental, Valencia, Universidad de Valencia, 2002, p. 312. Confl ictos postsoviéticos: de la secesión de Transnistria a la desmembración de Ucrania 37 en un referéndum de unión con Rusia y Bielorrusia que resultó favorable por el 65 % de los votos. En ningún momento llegó a ponerse sobre la mesa un proyecto fi rme encaminado a crear una confederación ni, mucho menos, la posibilidad de reconocer la independencia transnistria. En enero de 1996 Moldavia, Rusia y Ucrania (que en 1995 se había convertido en el tercer mediador ofi cial, junto a Rusia y la OSCE) fi rmaron una declaración en la que reconocían la soberanía y la integridad territorial de Moldavia84. Al respecto, Ucrania no era un actor menos importante. Los cuatrocientos kilómetros de frontera con el Transdniéster suponían un auténtico paso franco para el contrabando, pero el presidente Yúschenko, a pesar de sus vínculos con la Unión Europea, mucho más estrechos que los de sus antecesores en el cargo, nunca se había mostrado favorable a bloquear la frontera, algo que en algunas ocasiones le habían pedido aquella y, sobre todo, el Gobierno moldavo como única forma de acabar con los negocios sucios que sufragaban la “independencia” del Transdniéster. Enquistado el confl icto, se fue haciendo cada vez más urgente llegar a acuerdos parciales. En febrero de 1996 Chisinau permitió a las compañías transnistrias exportar bienes sin tener que pagar impuestos extras al Gobier- no moldavo ni tasas a la importación85. Un año más tarde ambas partes fi rma- ron el llamado “Memorándum de Moscú”, que, impulsado por el Ministro de Exteriores ruso Evgeny Primakov, abordaba la normalización de relaciones y reconocía como objetivo último la creación de un único Estado común, aunque adolecía de una evidente ambigüedad86. El Acuerdo de Odessa, de 1998, profundizó en los ámbitos de colaboración y desarrollo de medidas que tendieran puentes y afi rmaran la confi anza mutua87, acordando la puesta en marcha de proyectos de inversión, industriales, infraestructurales y medioam- bientales conjuntos, así como la lucha contra el tráfi co de armas y drogas. De nuevo en 1999 se fi rmó en Kiev una Declaración Conjunta centrada en la normalización de relaciones y en la que se establecían varios espacios de intereses compartidos; en 2000, al tiempo que se renovaron los compromisos de trabajar para construir un “Estado común” –sin que las consabidas diver- gencias de fondo permitieran avances signifi cativos–, se lograron acuerdos de cooperación comercial, además de, por ejemplo, para la reconstrucción de dos puentes clave sobre el Dniéster88. Por su parte, el Gobierno del “presidente” Igor Smirnov, caudillo inde- pendentista elegido en 1996, desarrolló una política fi rmemente interven- 84 Vahl, M. y Emerson, M., “Moldova and the Transnistrian..., art. cit., p. 164. 85 “Appendix: Trans-Dniestr”, art. cit., pp. 77-78. 86 Vahl, M. y Emerson, M., “Moldova and the Transnistrian..., art. cit., p. 165. 87 Küchler, F., The Role of the European..., op. cit., p. 61; Lynch, D., Engaging Eurasia’s..., op. cit., p. 34. 88 Vahl, M. y Emerson, M., “Moldova and the Transnistrian..., art. cit., pp. 166-168. Ricardo Martín de la Guardia, Rodrigo González Martín y César García Andrés 38 cionista y antidemocrática con el fi n de evitar la oposición de los habitantes moldavos del territorio que controlaba. Smirnov había sido metalúrgico y empleado en una empresa hidroeléctrica. Militante del PCUS desde prin- cipios de los años sesenta, en 1989 alzó la bandera de la preservación de la lengua rusa como vínculo con la URSS. Participó de forma destacada en la creación del denominado “Consejo Colectivo del Trabajo”, el cual, en aque- llos años de efervescencia nacionalista, agrupó a trabajadores industriales de origen eslavo establecidos principalmente en Transnistria. En el año 90 salió elegido diputado en las primeras elecciones legislativas moldavas; su posición prosoviética le hizo, incluso, víctima de agresiones. En esas circunstancias, acabó por convencerse de que lo mejor era volver a Chisinau para organizar cómo separarse de Moldavia. Frente a lo que cabía esperar una vez dicho lo anterior, a mediados de los noventa Smirnov declaró la coofi cialidad del moldavo, el ucraniano y el ruso. Aun así, continuaron los confl ictos lingüísticos, ya que en la docu- mentación ofi cial la lengua moldava, legalmente diferenciada del rumano, se escribe todavía
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