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UNIVERSIDAD NACIONAL 
AUTÓNOMA DE MÉXICO 
UNIDAD DE ESTUDIOS DE POSGRADO 
FACULTAD DE MEDICINA 
 
PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN CIENCIAS MÉDICAS, 
ODONTOLÓGICAS Y DE LA SALUD 
 
“Validez factorial del Cuestionario sobre Opiniones hacia la Enfermedad 
Mental en el personal de primer nivel de atención de la Ciudad de México” 
 
Tesis para obtener el grado de Maestra en Ciencias 
Presenta: 
Carolina Abigail Altamirano García 
Directora de tesis: Dra. Elia Jazmín Mora Rios 
 
2012 
 
 
2011 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
2 
 
 
AGRADECIMIENTOS 
 
Primeramente, quiero agradecer al personal de salud y administrativo de las diferentes 
instituciones que abrieron sus puertas para permitirme y facilitarme la puesta en marcha de 
este proyecto. A mi familia, amigos, compañeros de clase y colaboradores del proyecto 
“Estigma y enfermedad mental. Desarrollo de un programa de intervención para su aplicación 
en población general y clínica”, por brindarme un gran apoyo y animarme a seguir adelante 
para alcanzar mis metas. 
También agradezco enormemente al Programa de Ciencias Médicas, Odontológicas y 
de la Salud de la Universidad Nacional Autónoma de México, por otorgarme un espacio de 
superación académica y personal. De la misma manera, estoy verdaderamente agradecida 
con los profesores y profesoras quienes me privilegiaron con invaluables enseñanzas, las 
cuales han sido y seguirán siendo las herramientas para construir éxitos en mi vida. 
Igualmente agradezco a mi Comité Tutoral: Dr. Francisco Lorenzo Juárez García, Dra. 
Gabriela De la Cruz Flores y la Dra. Elia Jazmín Mora Rios, por haber estado conmigo desde 
las primeras etapas de este trabajo, contribuyendo con sus valiosas y pertinentes 
observaciones para llevarlo a término. Muy especialmente a mi directora de tesis la Dra. 
Jazmín Mora por haber sido un ejemplo a seguir, por guiarme en los momentos en los que 
me desvié del camino, por motivarme a continuar mejorando y enseñarme a utilizar las 
dificultades como oportunidades de superación. 
Así mismo, quiero dar gracias a las evaluadoras de la tesis, la Dra. Ietza Rocío 
Bojórquez Chapela y la Dra. María Emily Reiko Ito Sugiyama, quienes a la par de mi Comité 
Tutoral, enriquecieron la culminación del trabajo con sus muy atinadas consideraciones, a 
partir de las cuales se pudo obtener una obra digna de ser parte de la producción de la 
máxima casa de estudios, la Universidad Nacional Autónoma de México. 
Finalmente, agradezco y manifiesto mi sincera admiración a toda la gente que se une 
a los esfuerzos para brindar una atención digna y eficiente en favor del autocuidado y el alivio 
de quienes enfrentan algún padecimiento mental. 
3 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Dedico este trabajo a las personas que han padecido algún trastorno mental y 
con todo mi cariño a Grecia y a Abraham, dos artistas que admiro mucho, por ser una 
gran inspiración para continuar fomentando el trato digno hacia las personas que 
padecen este tipo de trastornos. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
4 
 
Resumen 
 
OBJETIVO: Estimar la validez factorial del Cuestionario sobre Opiniones hacia la Enfermedad Mental 
(OMI) en personal de salud de Ciudad de México. 
 
MÉTODO: Se aplicó a una muestra no probabilística (n=312) integrada por personal de salud de 
instituciones públicas (79.2%) y privadas (20.8%) de Ciudad de México, la versión del OMI adaptada 
semánticamente para esta población en un estudio previo (Mora-Rios, Bautista, Natera y Pedersen, 
en prensa), la cual consta de 59 reactivos cuyo formato de respuesta tipo Likert va de 1.- Totalmente 
de acuerdo a 6.- Totalmente en desacuerdo. Los informantes provenían de distintas disciplinas: 
enfermería (37.2%), medicina familiar (29.8%), medicina general (26.9%) y trabajo social (5.8%); la 
edad promedio de la muestra fue de 31.66 años (DS=8.15 años), con un rango de 22 a 62 años 
(Moda: 26 años) y el 72.1% fueron mujeres. Los datos se capturaron y analizaron en el paquete 
estadístico SPSS, versión 17. 
 
RESULTADOS: En primer lugar, mediante la discriminación de reactivos realizada a partir del 
coeficiente alfa de Cronbach, fueron elegidos los treinta y un reactivos que obtuvieron correlaciones 
ítem-total mayores de 0.30 para llevar a cabo un análisis factorial abierto empleando el método de 
extracción de máxima verosimilitud y rotación oblimin; así se identificó una estructura de ocho 
factores que explicaron el 48.9 % de la varianza total, la cual no correspondió con la del cuestionario 
original (Cohen y Struening, 1962), por lo que se efectuaron análisis ajustados a cinco, cuatro y tres 
factores, con la intención de encontrar una estructura más consistente de acuerdo a los contenidos de 
sus reactivos, siendo ésta la obtenida mediante el ajuste a tres factores; las subescalas conformadas 
y sus respectivas consistencias internas (alfa de Cronbach) fueron las siguientes: a) Prejuicio 
(α 0.91), b) Mitos y creencias (α 0.87) y c) Restricción Social (α 0.78); la consistencia interna global de 
la prueba fue adecuada (α 0.89). Finalmente, se hicieron pruebas de comparación de medias (t de 
Student y análisis de varianza –ANOVA-), encontrando diferencias estadísticamente significativas 
(p < 0.05) en las tres subescalas, en la de “Prejuicio”, las actitudes más favorables hacia la 
enfermedad mental las obtuvieron los siguientes grupos: a) quienes laboraban en instituciones 
públicas, b) el rango de edad de los 30 a 39 años, c) quienes contaban con posgrado, d) los del área 
de trabajo social y e) los que tenían entre uno y cinco años de prácticas profesionales. Respecto a la 
subescala de “Mitos y creencias” hubo actitudes más favorables en los siguientes grupos: a) las 
mujeres, b) informantes de instituciones privadas, c) de nivel licenciatura y d) trabajo social. Por 
último, en la subescala de “Restricción social” los grupos con actitudes más favorables fueron: a) los 
informantes de instituciones públicas, b) los de 20 a 29 años de edad y c) los de trabajo social. 
 
DISCUSIÓN: La estructura factorial obtenida difiere de la original, conformada por cinco dimensiones: 
a) Autoritarismo, b) Benevolencia, c) Ideología de la Higiene Mental, d) Restricción Social y e) Idea 
Interpersonal de la Etiología (Cohen y Struening, 1962), estudios previos también han documentado 
estructuras del OMI distintas (Dielman, Stiefel, y Cattell, 1973; Pedrão, De Cássia y Malaguti, 2002; 
Robert y Perry,1974; Yllá, González-Pinto, Ballesteros, y Guillén, 2007). Al igual que en otros reportes 
(Parkhurst, 2010), se encontraron actitudes favorables hacia la enfermedad mental relacionadas con 
el sexo, la edad y el nivel de estudios, no obstante, se requiere que futuras investigaciones 
discriminen con mayor precisión esta posible asociación. 
 
CONCLUSIONES: La principal aportación del presente estudio es un instrumento válido y confiable 
(α de Cronbach= 0,89) para medir actitudes hacia la enfermedad mental en personal de salud de 
Ciudad de México, particularmente, porque se obtuvo a partir de la revisión minuciosa de sus 
contenidos con la cual se proporcionó información valiosa para los futuros trabajos interesados en 
continuaresta línea de investigación. 
 
PALABRAS CLAVE: Actitudes, Enfermedad Mental, Cuestionario, Análisis factorial, Personal de 
salud. 
5 
 
Abstract 
 
OBJECTIVE: To estimate the factorial validity of the Questionnaire about Opinions toward Mental 
Illness (OMI) in Mexico City health workers. 
 
METHOD: We applied to a non probabilistic sample (n = 312) comprised of health personnel from 
public (79.2%) and private (20.8%) institutions of Mexico City, a version of the OMI adapted 
semantically for this population in a prior study (Mora-Rios, Bautista, Natera and Pedersen, 
forthcoming), which consists of 59 items which Likert response format has a range from 1. - Strongly 
agree to 6. - Strongly Disagree. The informants came from different disciplines: nursing (37.2%), 
family medicine (29.8%), general medicine (26.9%) and social work (5.8%), the average age of the 
sample was 31.66 years (SD = 8.15), with a range of 22 to 62 years (Mode: 26 years) and 72.1% were 
women. The data were collected and analyzed in the computer program SPSS, version 17. 
 
RESULTS: First, in a discrimination of items obtained by the Cronbach alpha coefficient, thirty-one 
items with item-total correlations greater than 0.30 were selected to perform an open factor analysis 
using the method of maximum likelihood extraction and oblimin rotation; by this technique, a structure 
of eight factors was identified that explained 48.9% of the total variance, which did not correspond to 
the original questionnaire (Cohen and Struening, 1962), so adjusted analyzes to five, four and three 
factors were performed, with the intention of finding a more consistent structure according to the 
contents of its reagents; this being obtained by the three factors adjusted analyzes, the subscales 
formed and their internal consistency were as follows: a) Prejudice (α 0. 91), b ) Myths and beliefs 
(α 0.87) and c) Social Restrictiveness (α 0.78), the global internal consistency of the test was 
adequate (α 0.89). Finally, tests for comparison of means (t Student test and analysis of variance-
ANOVA-) were made, finding statistically significant differences (p<0.05) among the three subscales; 
in the "Prejudice" subscale, more favorable attitudes toward the mental illness were found in the 
following groups: a) those who worked in public institutions, b) the age range of 30 to 39 years, c) who 
had a postgraduate degree, d) social workers and e) those between one and five years of professional 
practice. Regarding the subscale of "Myths and beliefs", attitudes were more favorable in the following 
groups: a) women, b) private institutions, c) undergraduate and d) social workers. Finally, in the 
subscale "Social Restrictiveness”, the groups with more favorable attitudes were: a) public institutions, 
b) 20 to 29 years old and c) social workers. 
 
DISCUSSION: The factor structure obtained differs from the original, composed by five dimensions: 
a) Authoritarianism, b) Benevolence, c) Mental Hygiene Ideology, d) Social Restrictiveness, and 
e) Interpersonal Etiology (Cohen and Struening, 1962). Previous studies have also documented 
different structures of the OMI (Dielman, Stiefel, and Cattell, 1973; Pedrão, De Cassia and Malaguti, 
2002, Robert and Perry, 1974; Yllá, Gonzalez-Pinto, Ballesteros, and Guillen, 2007). As in other 
reports (Parkhurst, 2010), positive attitudes towards mental illness were found related to sex, age and 
educational level, however, further research is required to discriminate this potential association more 
accurately. 
 
CONCLUSIONS: The main contribution of this study is a valid and reliable instrument 
(Cronbach's α = 0.89) to measure attitudes towards mental illness on health workers in Mexico City, 
particularly because it was obtained from a detailed review of its contents which provided valuable 
information for future works interested in continuing this line of research. 
 
KEY WORDS: Attitudes, Mental Illness, Questionnaire, Factor analysis, Health personnel. 
 
 
6 
 
ÍNDICE 
 
Resumen 4 
Abstract 5 
Introducción 7 
Capítulo 1. Panorama sobre los desafíos para la salud mental pública 17 
1.1 Consecuencias de los trastornos mentales a nivel internacional 17 
1.2 Prevalencia y repercusiones de los trastornos mentales en 
México 
21 
Capítulo 2. Actitudes hacia la enfermedad mental: una revisión teórica y 
metodológica 
25 
2.1 Teorías sobre actitudes 25 
2.2 Aportaciones del concepto de actitud, para la definición del 
término “actitud hacia la enfermedad mental” 
29 
2.3 Instrumentos para medir actitudes hacia la enfermedad mental 34 
2.3.1 Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental 35 
Capítulo 3. Revisión de la investigación sobre actitudes hacia la 
enfermedad mental en personal de salud. 
 
41 
3.1 Estudios internacionales. 41 
3.2 Estudios realizados en México. 47 
Capítulo 4. Método 52 
4.1 Objetivo general 52 
4.2 Objetivos específicos 52 
4.3 Muestra 53 
4.4 Instrumento 55 
4.5 Procedimiento 57 
4.6 Análisis 59 
4.7 Consideraciones éticas 60 
Capítulo 5. Resultados 61 
Capítulo 6. Discusión 88 
Conclusiones 100 
Bibliografía 102 
Apéndice 1. Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental 115 
Apéndice 2. Formato de consentimiento informado 119 
7 
 
Introducción 
El objetivo de esta investigación fue estimar la validez factorial en personal de salud 
de primer nivel de atención de Ciudad de México del Cuestionario de Opiniones hacia la 
Enfermedad Mental (Opinions about Mental Illness –OMI-), el cual fue diseñado 
originalmente por Cohen y Struening (1962) para medir las actitudes hacia la enfermedad 
mental. La propuesta del presente estudio se fundamenta en tres aspectos relevantes que se 
describen a continuación: 
 
a) El aumento de la prevalencia de los trastornos mentales a nivel nacional e 
internacional y las repercusiones de estos trastornos en términos de la 
discapacidad que provocan y de los costos sociales debidos a la afección en 
la calidad de vida de quienes los padecen. 
b) La necesidad de hacer frente a los fenómenos sociales relacionados con el 
estigma hacia la enfermedad mental, como es el caso de los prejuicios, los 
estereotipos negativos, las actitudes desfavorables y la discriminación hacia 
quienes desarrollan alguna enfermedad mental. 
c) Las actitudes hacia la enfermedad mental son un elemento teórico y una 
herramienta de medida que se plantea desde la psicología social a fin de 
obtener un mayor conocimiento de las variables psicosociales que 
intervienen en los procesos de discriminación hacia las enfermedades 
mentales y las personas que las padecen. 
d) La pertinencia de capacitar al personal de salud en materia de salud mental 
a fin de evitar la discriminación hacia las personas con padecimientos 
8 
 
mentales, lo cual conduce a su exclusión social y a la no observancia de sus 
derechos. 
 
En lo referente a la prevalencia de los trastornos mentales a nivel mundial, la 
Organización Mundial de la Salud (OMS) desde el año 2000 publica una serie de trabajos 
sobre el registro de los problemas de salud mental en diferentes países del mundo. Algunos 
de los datos que se refieren en la edición del 2001 son los siguientes: las enfermedades 
neuropsiquiátricas tuvieron una prevalencia puntual acumulada aproximadamente del 10% 
en la población adulta; se estimó que 450 millones de personas en el mundo padecía alguna 
forma de trastorno mental, de 121 a 150 millones de ellos sufrían depresión, 70 y 90 millones 
padecían trastornos por el abuso de alcohol o diversas drogas, 24 a 25 millones sufrían 
esquizofrenia, 37 millones tenían demencia; también se estimó que alrededor de un millón de 
personas se suicidan cada año y que entre 10 y 20 millones intentan suicidarse. Además, se 
reportó que una de cada 4 personas se verá afectada por algún trastorno mental en su vida. 
Por otra parte, en los centros de atención primaria se estimó que una proporcióndel 24% de 
todos los pacientes padecía un trastorno mental, siendo los más frecuentemente reportados 
la depresión, la ansiedad y los debidos al consumo de sustancias (OMS, 2001). 
 
Sin embargo, estas cifras de prevalencia no reflejan por completo la magnitud de las 
repercusiones de los trastornos mentales pues, si además se considera el grado de 
discapacidad que provocan, se hace evidente la razón de que representen uno de los 
desafíos de mayor prioridad a enfrentar desde diversos sectores. El informe del 2001 
anteriormente referido, indica que desde el año 2000 se propuso considerar la magnitud de la 
enfermedad mental en términos de los años de vida perdidos por su causa, medidos como 
9 
 
Años de Vida Ajustados en función de la Discapacidad (AVAD) y como Años de buena salud 
Perdidos por Discapacidad (APD), esta fue la primera vez que se expuso a las 
consecuencias de estos trastornos, con una medida objetiva del grado de discapacidad que 
provocan. Una de las estimaciones de este reporte que captó mayor atención, fue el 
pronóstico de que para el 2020, la depresión será la segunda causa de discapacidad a nivel 
mundial (OMS, 2001). 
 
Como segundo punto, se hace notar que no es suficiente abordar las repercusiones 
de los padecimientos mentales en términos de pérdidas económicas, puesto que existen 
otras limitaciones debidas a las creencias, estereotipos, prejuicios y conductas de 
discriminación hacia quienes padecen enfermedades mentales, todos estos elementos se 
han conjuntado en un concepto conocido como “estigma”, el cual ha adquirido diferentes 
definiciones a lo largo del tiempo de acuerdo con la disciplina desde la que se ha abordado, 
como la sociología o la psicología social. De acuerdo con la primera, el concepto de estigma 
implica la interrelación de cinco componentes: 
1) etiquetaje, el cual se refiere a la asignación de etiquetas a los miembros de una sociedad 
con respecto a algún rasgo o marca sobresaliente que los diferencia del resto del grupo; 
2) estereotipos negativos, son los atributos desfavorables o indeseables adjudicados a la 
marca característica de un miembro de la sociedad; 3) exclusión, la cual ocurre cuando las 
etiquetas sociales implican la separación “nosotros” de “ellos”, debido a que los estereotipos 
negativos se consideran verdaderos; 4) discriminación, sucede cuando a la gente etiquetada 
se le es confinada a la devaluación, le exclusión y el rechazo; y 5) pérdida del estatus social, 
se reviere a la disminución o falta de oportunidades que los sujetos estigmatizados tienen 
10 
 
para estar incluidos en actividades sociales entre su comunidad, por ejemplo: desempeñar 
un oficio o tener empleo (Link y Phelan, 2001). 
 
Desde la perspectiva de la psicología social, uno de los modelos más difundidos entre 
las investigaciones sobre estigma hacia la enfermedad mental es el que propone que los 
estímulos descriptivos como los signos, síntomas, déficit de habilidades, apariencia, o las 
etiquetas, llevan a mediadores cognitivos, tales como los estereotipos y los prejuicios, los 
cuales a su vez provocan una conducta acorde a ellos, como es el caso de la discriminación 
(Corrigan, Mueser, Bond, Drake y Solomon, 2008). 
 
En lo referente a las consecuencias del estigma hacia la enfermedad mental, están las 
asociadas a la alteración de la calidad de vida, a la disminución de oportunidades de 
educación e inserción laboral y a la perturbación de la vida en familia de las personas que 
padecen tales enfermedades (Pedersen, 2005). La necesidad de hacer frente a este 
fenómeno es una razón más por la cual los trabajos sobre la percepción y las actitudes hacia 
la enfermedad tienen una gran relevancia, pues la información obtenida de ellos contribuye a 
explicar los procesos que conforman el estigma hacia la enfermedad mental (Corrigan y 
Wassel, 2008), considerado uno de los principales obstáculos para la atención adecuada de 
quienes padecen estos trastornos (Corrigan et al., 2008). 
 
Por lo tanto y dado que todos estos aspectos inciden en la calidad de vida de los 
pacientes que padecen alguna enfermedad mental, así como la de sus familiares y la gente 
cercana a ellos, es de crucial importancia entender los mecanismos involucrados en las 
conductas de discriminación para poder proponer estrategias efectivas para la protección de 
11 
 
sus derechos y que faciliten su reincorporación a la sociedad; en este sentido, son los 
estudios sobre actitudes hacia la enfermedad mental los que han logrado un gran número de 
aportaciones. 
 
En lo concerniente al tercer punto, sobre la importancia de la capacitación del personal 
de salud para hacer frente a los padecimientos mentales, un reporte realizado por Saraceno 
(2004) señala que 41% de los países no cuenta con un programa de capacitación en salud 
mental para los profesionales del primer nivel de atención; una tercera parte de la población 
mundial (2 billones) vive en países que gastan menos del 1% de su presupuesto para la 
atención a la salud mental; casi el 20% de los países no disponen de un antidepresivo 
común, un antipsicótico ni un antiepiléptico en el primer nivel de atención; alrededor del 
mundo, 40% de los países no cuentan con políticas para la salud mental, 25% no tienen 
legislación en esta área y el 30% de los países no dispone de un programa nacional de 
atención para los trastornos mentales. 
 
Posteriormente, en el 2005, se publicó una actualización del primer Atlas de Salud 
Mental de 2001. En esta edición no se documentaron cambios sustanciales respecto a las 
tendencias reportadas en el informe de 2001 acerca de los recursos de salud mental. No 
obstante, se reporta un ligero aumento del número total de psiquiatras, de 3.96 a 4.15 por 
cada 100,000 personas a nivel mundial, y que la distribución de psiquiatras entre las diversas 
regiones varía de 9.8 en Europa a sólo 0.04 por cada 100,000 personas en África. Además, 
el informe reveló que sólo la quinta parte de los más de 100 países, gastan menos del 1% de 
su presupuesto sanitario en salud mental, lo cual contrasta de manera importante con la 
estimación de la OMS de que el 13% de toda la carga de morbilidad se debe a trastornos 
12 
 
neuropsiquiátricos, es decir, se evidenció que el gasto destinado a la salud mental es limitado 
(OMS, 2005). 
 
Tales cifras revelan la desproporción existente entre la necesidad de recursos para la 
salud mental y la cantidad insuficiente de los mismos para cubrir tal demanda. Ante esta 
situación, es imprescindible fomentar la capacitación continua de recursos humanos acerca 
del manejo de las enfermedades mentales y sus consecuencias. Contar con personal de 
salud actualizado en estos temas puede incidir de manera contundente sobre la salud 
pública, particularmente si estas medidas se implementan desde el primer nivel de atención. 
El gran alcance de promoción a la salud que se puede obtener en este nivel se debe en parte 
a que un estado de salud mental óptimo permite que las personas cuiden de sí mismas de 
forma integral, favoreciendo la recuperación de sus trastornos físicos y facilitando así sus 
oportunidades de productividad y desarrollo (Federación Mundial para la Salud Mental, 
2009). 
 
Existen diversas contribuciones obtenidas a partir de las investigaciones llevadas a 
cabo en profesionales de la salud acerca de sus creencias y actitudes en materia de salud 
mental, por ejemplo, se ha evidenciado un desencuentro entre la percepción que tienen los 
médicos de primer nivel de atención acerca de la necesidad de atención especializada en 
salud mental y aquella percibida por la población general. Tal es el caso de una 
investigación llevada a cabo en el Reino Unido la cual encontró que los médicos generales 
consideran que los trastornos mentales severos ameritan ser manejados por losespecialistas, mientras que los pacientes prefieren resolver estas situaciones con el médico 
general que ya conocen y en quien confían (Lester, Tritter y Sorohan, 2005). 
13 
 
Otro ejemplo son los hallazgos del trabajo de investigación realizado en Alemania, 
Escandinavia y Finlandia, cuyo interés era a contrastar la habilidad percibida por los médicos 
generales para detectar los trastornos mentales con las habilidades que efectivamente tenían 
en su práctica clínica para llevar a cabo tal labor, lo que se observó fue que hubo 
discrepancias pues, en general, los médicos consideraron tener mayores habilidades para 
identificar estos problemas de las que en realidad tenían. Este contraste refleja la falta de 
reconocimiento de la necesidad de intervenciones para mejorar tales habilidades por parte 
del personal de salud, y por ende, explica la falta de interés en participar en programas de 
actualización en salud mental (Olsson, Mykletun y Dahl, 2006). 
 
Pero además, aunada a la demanda de capacitación de los recursos humanos 
destinados al manejo de la salud mental, también está la necesidad de sensibilizarlos en 
materia del estigma hacia la enfermedad mental y otros temas relacionados. Al respecto, en 
una investigación llevada a cabo en Suiza con la finalidad de contrastar el punto de vista de 
la población general con el de los profesionales de la salud mental en relación a diferentes 
estereotipos de enfermedades mentales, los resultados revelaron que en general no hubo 
diferencias entre ambas poblaciones, por lo que una de las propuestas que se hicieron en 
este estudio es que las actitudes de los profesionales de la salud mental deben de continuar 
siendo evaluadas para identificar estrategias que contribuyan a sensibilizarlos en materia de 
los derechos de las personas que padecen algún trastorno mental (Lauber, Nordt, 
Braunschweig y Rosler, 2006). 
 
En México, desde hace algunas décadas se reconoció la necesidad de disminuir la 
exclusión de los pacientes con padecimientos mentales y de facilitar su reincorporación a sus 
14 
 
comunidades (Casco, Natera y Herejón, 1987). Desde entonces a la fecha, se han 
continuado los esfuerzos encaminados a contribuir a una mejor atención de las 
enfermedades mentales, la rehabilitación de las personas que las padecen y la disminución 
de las actitudes desfavorables hacia estos trastornos, los estudios de actitudes hacia la 
enfermedad mental han sido parte de esta labor. 
 
Finalmente, en relación a la cuarta línea de interés, se hace notar que el presente 
trabajo se abordará desde la perspectiva de la psicología social, ya que retoma la definición 
de actitud incluida en la Teoría de la Acción Planeada de Fishbein y Ajzen (1975), que la 
describe como una evaluación en favor o en contra de un objeto; esta teoría propone una 
explicación del papel de las actitudes en la puesta en marcha de la conducta, ubicándolas 
como un elemento que influye en la intención de realizar una conducta determinada. 
 
En nuestro país ya se han presentado modelos teóricos similares, tal es el caso de un 
modelo explicativo de la conducta hacia la enfermedad mental que propone que con base en 
las creencias adquiridas de procesos informativos, se desarrollan actitudes e intenciones 
conductuales que, influenciadas por la necesidad experimentada y la disponibilidad de 
servicios de atención percibida, conducen a conductas específicas relacionadas con el apoyo 
a los enfermos mentales y la búsqueda oportuna de ayuda profesional; el trabajo donde se 
documentó tal modelo también reportó que a pesar de las evidencias en la literatura que 
indican que las actitudes tienden a ser más favorables con el avance del tiempo, la conducta 
de la población no parece coincidir con las actitudes expresadas como favorables (García-
Silberman, 2002). 
 
15 
 
Cabe señalar que aún existen limitaciones metodológicas en las investigaciones sobre 
actitudes hacia la enfermedad mental realizados hasta el momento, esto se ha documentado 
en revisiones como la llevada a cabo por Álvarez y Pernía (2007), la cual pone en evidencia 
el uso de diseños de muestreo inadecuados para los objetivos de estudio, limitaciones para 
la generalización de los hallazgos, pobre información sobre las características 
sociodemográficas de las muestras, e instrumentos muy variados que dificultan la 
comparación de los datos documentados. 
 
En lo referente a las estrategias de medición, se ha reportado que desde la década de 
los años sesenta han surgido diversos instrumentos sobre actitudes hacia la enfermedad 
mental en diferentes poblaciones, uno de ellos y que tiene mayor tradición, es el Cuestionario 
de Opiniones hacia la Enfermedad Mental (OMI, por sus siglas en inglés –Opinions about 
Mental Illness-), creado por Cohen y Struening (1962) para ser aplicado en el personal de 
dos grandes hospitales psiquiátricos de Nueva York. En la época en la que fue diseñado, no 
se contaba con la tecnología con la que actualmente se calculan las pruebas estadísticas, y 
sólo hasta hace algunos años es que se ha puesto a prueba con los programas de cómputo 
recientes. Además, aunque sí se ha traducido al español, no se cuenta con trabajos 
publicados que documenten la validez semántica de estas versiones del instrumento 
aplicadas entre los profesionales de la salud. 
 
Con base en lo anterior, el objetivo general de esta investigación consiste en estimar 
la validez factorial del Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental en personal de 
salud de Ciudad de México, por el interés de proporcionar un instrumento de medición de las 
16 
 
actitudes hacia la enfermedad mental entre la población que labora en el campo de la 
atención a la salud, con características psicométricas adecuadas. 
 
Para la realización del trabajo, en el primer capítulo de este estudio, se revisan 
algunos de los datos sobre las repercusiones de los trastornos mentales a nivel internacional 
y nacional para brindar un panorama general de la importancia de continuar la investigación 
en materia de salud mental; posteriormente, en el capitulo dos, se exponen las principales 
contribuciones teóricas y metodológicas para los estudios de actitudes hacia la enfermedad 
mental, particularmente entre los profesionales del área de la salud. En el tercer capítulo, se 
efectúa una breve revisión de algunos trabajos llevados a cabo a nivel internacional y en 
México sobre este tema, para exponer sus aportaciones y limitaciones, así como de los 
instrumentos utilizados en ellos para el estudio de las actitudes hacia la enfermedad mental. 
Posteriormente, en el cuarto capítulo, se presenta el desarrollo del estudio; los resultados y 
una discusión en torno a las limitaciones y aportaciones obtenidas, así como algunas 
propuestas para las futuras investigaciones, se presentan en los capítulos quinto y sexto 
respectivamente. Finalmente, se exponen las conclusiones de mayor relevancia para 
continuar los trabajos de investigación interesados en el tema de las actitudes hacia las 
enfermedades mentales, o bien, dedicados a comprender los fenómenos de exclusión social 
entre quienes las padecen. 
 
 
Capítulo 1. Panorama sobre los desafíos para la salud mental pública 
 
En este apartado se presenta un breve panorama acerca de los principales datos 
obtenidos de diferentes investigaciones epidemiológicas relacionadas con las consecuencias 
17 
 
de los trastornos mentales, específicamente en términos de la discapacidad que provocan y 
del costo a nivel social que esto representa. 
 
La intención de tal tarea es contextualizar las aportaciones obtenidas de los estudios 
sobre actitudes hacia la enfermedad mental, sobre la solución de los desafíos que 
representan tales trastornos para la salud pública. 
 
1.1 Consecuencias de los trastornos mentales a nivel internacional 
 
El aumento en la prevalencia de los trastornos mentalesconstituye un uno de los 
problemas de salud pública más relevantes debido a los costos sociales que generan, entre 
las principales destacan la discapacidad que provocan así como la disminución en las 
oportunidades laborales y de desarrollo entre las personas que los padecen. 
 
En este sentido, se ha documentado que entre las 20 primeras causas de Años de 
buena salud Perdidos por Discapacidad (APD) en el mundo, se han encontrado seis 
enfermedades neuropsiquiátricas: 1) el trastorno depresivo unipolar, 2) los trastornos por 
consumo de alcohol, 3) la esquizofrenia, 4) el trastorno afectivo bipolar, 5) la enfermedad de 
Alzheimer y 6) la migraña (OMS, 2001). 
 
Por otra parte, el estudio de la Carga Mundial de Morbilidad (Global Burden of 
Disease) (OMS, 2004), estimó que durante el año 2000 las enfermedades mentales y 
neurológicas fueron responsables de 30.8% de todos los años perdidos por discapacidad, 
siendo la depresión la que arrojó un porcentaje mayor (12%). 
18 
 
 
Un estudio más, llevado a cabo en 73,441 habitantes de seis diferentes países de 
escasos recursos (Colombia, Líbano, México, China, Sud África y Ucrania) y en nueve de 
altos recursos (Bélgica, Francia, Alemania, Italia, Japón, Países Bajos, Nueva Zelanda y 
España), con el propósito de contrastar la discapacidad causada por trastornos físicos y la 
causada por trastornos mentales entre ambos tipos de países, y reportó que la alta 
discapacidad debida a trastornos mentales fue similar entre ellos. Además, documentó que la 
discapacidad era mayor debida a trastornos mentales en comparación con la provocada por 
trastornos físicos, específicamente en términos de la discapacidad para las relaciones 
sociales y personales, más que en lo referente al área productiva. En el reporte también se 
destacó que al momento del estudio, los participantes de los países de escasos recursos 
contaban con menos tiempo de tratamiento y que por lo tanto, presentaban cuadros más 
severos del trastorno que padecían en comparación con los participantes de países de altos 
recursos (Ormel et al., 2008). 
 
En un trabajo posterior llevado a cabo en el 2010, se estimaron los días de 
incapacidad laboral debidos a condiciones físicas y mentales, en 62,971 habitantes de 24 
diferentes países pertenecientes a la OMS. Entre los hallazgos más relevantes destacó que 
el 12.8% de los participantes tuvo algún día de incapacidad laboral. Los efectos (es decir, los 
días perdidos al año), más sobresalientes a nivel individual, se asociaron a algún trastorno 
neurológico (17.4 días), al trastorno bipolar (17.3 días), o al trastorno de estrés postraumático 
(15.2 días). En cambio, los efectos más sobresalientes a nivel poblacional (riesgo atribuible 
poblacional), fueron debidos a condiciones relacionadas con dolor, las cuales aportaron 
21.5% de la probabilidad de incapacidad laboral (Alonso et al., 2010). 
19 
 
 
Estas cifras dan cuenta de las repercusiones de la discapacidad provocada por los 
trastornos mentales en diferentes países, lo cual revela una necesidad que se comparte a 
nivel internacional, que es la de incidir en la mejor de la calidad de vida de las personas que 
los padecen, pero además de sus familiares y de la comunidad, pues la carga de 
discapacidad también recae en sus redes sociales de estos pacientes. Así mismo, existen 
otras repercusiones de los padecimientos psiquiátricos que no cuentan con una medida 
específica para ser evaluadas en su totalidad y ocurren en el área afectiva y emocional tanto 
de los pacientes como de sus familiares, ya que estas enfermedades pueden provocar falta 
de oportunidades laborales y de superación personal, así como discriminación y rechazo por 
parte de la comunidad. 
 
Sin embargo, dado que la calidad de vida de quienes padecen trastornos mentales así 
como de las personas que forman parte de su entorno, puede generar una serie de 
necesidades de servicios tales como: tratamiento psiquiátrico, apoyo social y rehabilitación, 
entre otros (Lehman, 1995); medir la calidad de vida de quienes padecen dichos trastornos 
ha sido tema de interés desde hace décadas. Un ejemplo de ello se encuentra en la 
investigación realizada en Suecia por Björkman y Hansson (2002), la cual concluyó que el 
hecho de que los pacientes contaran con el apoyo de redes sociales y presentaran 
disminución de los síntomas, predecía cambios favorables en su calidad de vida. Por ello, 
también se ha propuesto agregar la mejoría en la calidad de vida como un indicador más 
para evaluar la eficacia de los tratamientos y estrategias para controlar los trastornos 
mentales (Basu, 2004). 
 
20 
 
De igual modo, cabe mencionar los hallazgos del proyecto internacional llevado a cabo 
en el 2007 en las comunidades de 17 países de África, Asia, América, Europa y el Medio 
Oriente; el cual se propuso obtener la edad de inicio, la tasa de sobrevida y la probabilidad 
de sobre vida de los trastornos clasificados en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental 
Disorders versión IV (DSM-IV) (American Psychiatric Association, 1994), tras aplicar la 
entrevista estructurada Composite International Diagnostic Interview (CIDI) (Kessler y Üstün, 
2004). Los datos obtenidos de los 85,052 participantes mostraron que la edad promedio de 
comienzo de ciertos trastornos de ansiedad entre los 7 y 14 años; para los trastornos del 
control de impulsos la edad de comienzo fue entre los 7 y 15 años; para los trastornos del 
humor fue de 29 a 43 años, para los trastornos de ansiedad fue de 24 a 50 años y para los 
trastornos de uso de sustancias fue entre los 18 y 29 años. La tasa de sobrevida para los 
trastornos de ansiedad fue de 4.8 a 31%, para los trastornos del humor de 3.3 a 21.4%, para 
los trastornos de control de impulsos de 0.3 a 25%, para los trastornos de uso de sustancias 
de 1.3 a 15% y para otros trastornos fue de 12 a 47.4%. La relevancia del reporte de estas 
cifras radica en que dan una estimación de la cantidad de años que viven las personas con 
tales trastornos, así como de la pertinencia de dirigir campañas para la detección de los 
mismos a edades más tempranas (Kessler et al., 2007). 
 
Finalmente, en un reporte realizado por Kohn et al. (2005), se concluyó que la 
transición epidemiológica y los cambios en la composición poblacional acentuarán aun más 
la brecha en la atención en América Latina y el Caribe, y que para evitarlo se requiere 
formular nuevas políticas de salud mental o actualizar las existentes, procurando incluir en 
ellas la extensión de los programas y servicios. Por lo tanto, es de crucial importancia 
continuar la investigación en materia de salud mental ya que entre sus aportaciones se 
21 
 
encuentra el diseño de estrategias encaminadas a mejorar la calidad de atención a los 
trastornos mentales. 
 
Una vez presentado el panorama a nivel internacional, se procederá a exponer los 
datos obtenidos de estudios epidemiológicos realizados en población mexicana, 
encaminados de igual modo a describir las consecuencias de los trastornos mentales 
relacionadas a la discapacidad e impacto social que ocasionan. 
 
1.2 Prevalencia y repercusiones de los trastornos mentales en México 
 
Con base en la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica realizada en el año 
2003, se informó que el 28.6% de la población presentó alguna vez en su vida alguno de los 
23 trastornos de la Clasificación Internacional de Enfermedades en su décima edición (CIE-
10) (Organización Panamericana de la Salud, 1996), que el 13.9% lo reportó en los últimos 
12 meses y el 5.8% en los últimos 30 días. Respecto a las prevalencias por tipo de 
trastornos, los más frecuentes fueron los de ansiedad (14.3% alguna vez en la vida), 
seguidos por los trastornos de uso de sustancias (9.2%) y los trastornos afectivos (9.1%). Al 
analizar las cifras por sexo, los resultados indican que los hombres presentaron prevalencias 
másaltas de cualquier trastorno alguna vez en su vida (30.4%), en comparación con las 
mujeres (27.1%). Sin embargo, las mujeres presentaron prevalencias globales más elevadas 
para cualquier trastorno en los últimos 12 meses (14.8%) en comparación con las de los 
hombres (12.9%). Los tres principales trastornos para las mujeres fueron las fobias 
(específicas y sociales), seguidas del episodio depresivo mayor. Para los hombres, la 
dependencia al alcohol, los trastornos de conducta y el abuso de alcohol (sin dependencia). 
22 
 
Solamente uno de cada 10 sujetos con un trastorno mental recibió atención, uno de cada 
cinco de aquellos que padecieron dos o más trastornos recibió atención, y sólo uno de cada 
10 de quienes padecieron tres o más trastornos obtuvo atención (Medina-Mora et al., 2003). 
 
Posteriormente, el estudio del 2005 sobre la prevalencia de los trastornos mentales y 
el uso de servicios en México, concluyó que la prevalencia de algún trastorno mental en 12 
meses, fue de 12.1%, los trastornos más comunes fueron las fobias específicas (4%), la 
depresión mayor (3.7%) y la dependencia o abuso del alcohol (2.2%); el estudio también 
reveló que sólo el 24% de los trastornos mentales severos reportados en 12 meses fueron 
atendidos en ese mismo periodo, lo cual indica una utilización de servicios de salud mental 
extremadamente baja en relación a la alta demanda de los mismos, pero además, con estos 
datos se puede asumir que la gente que recién comienza con algún trastorno mental no 
recibe oportunamente la ayuda que requiere (Medina-Mora et al., 2005). 
 
Respecto a las implicaciones de los trastornos mentales en términos del grado de 
discapacidad, en México se cuenta con instrumentos objetivos para evaluar tales 
repercusiones; ejemplo de ello es el estudio llevado a cabo entre los años 2001 y 2002, en 
una muestra de la población de áreas urbanas de México (5826 individuos de 18 a 65 años 
de edad), y que consistió en aplicar una versión computarizada de la Entrevista Internacional 
Compuesta de Diagnóstico (CAPI, versión 15 certificada del CIDI), durante la Encuesta 
Nacional de Epidemiología Psiquiátrica. Los hallazgos de este trabajo revelaron que los 
trastornos que producen los niveles más elevados de discapacidad fueron la depresión, la 
fobia social y el trastorno por estrés postraumático. También reportó que los trastornos que 
produjeron mayor nivel de discapacidad fueron el estrés postraumático y la depresión, y que 
23 
 
cuando se compararon los días perdidos por enfermedades crónicas (6.89 días) con los 
perdidos por trastornos mentales, la cantidad fue aún mayor entre éstos: depresión (25.51 
días), agorafobia (18.56 días), ansiedad generalizada (9.5 días), trastorno de pánico (20 
días) y trastorno por estrés postraumático (14.21 días). Cabe mencionar que este es el 
primer trabajo en América Latina en que se reporta el impacto de los trastornos mentales con 
base en la discapacidad y los días de actividad perdidos que generan (Lara, Medina-Mora, 
Borges y Zambrano, 2007). 
 
Otra de las repercusiones de la falta de atención oportuna de estos trastornos, es el 
aumento de las complicaciones tales como la ideación e intento suicidas, incluso se ha 
documentado que los trastornos mentales son predictores de tales conductas. Por ejemplo, 
en el 2010, un trabajo realizado en una muestra de 5,782 habitantes mexicanos, reportó que 
el 48.8% de aquellos que tuvieron ideación suicida y el 62.2% de aquellos con intento 
suicida, tenían antecedentes de algún trastorno psiquiátrico (Medina-Mora, Borges, Benjet, 
Lara y Berglundt, 2010). 
 
Lo que revelan estas cifras es que los trastornos mentales más prevalentes son 
además los que provocan las cifras más elevadas de discapacidad, pero también, que el 
tiempo perdido por estos trastornos es significativo y que de contar con programas de 
prevención y diagnóstico oportuno, se podrían disminuir las complicaciones debidas a dichos 
trastornos, como es el caso de la ideación e intento suicidas. Ante estos desafíos, se ha 
contemplado que México cuenta con los servicios de atención pero que aún se requiere 
adecuar tales recursos a la creciente demanda. Como lo señaló Lara (2006), la demanda de 
médicos generales con entrenamiento en salud mental está en aumento, pero también se 
24 
 
requiere una cantidad suficiente de especialistas para tratar y prevenir efectivamente estos 
trastornos. 
 
Aunadas a las crecientes cifras de prevalencia de los trastornos mentales, otras 
circunstancias que el personal de salud tiene que enfrentar son: el estigma social que 
segrega a los pacientes psiquiátricos; el desconocimiento de los beneficios de la atención 
médico-psiquiátrica y psicosocial; e incluso, las diferencias entre las necesidades sentidas 
por la población y el tipo de ayuda que ofrecen los servicios (Medina-Mora et al., 2003). 
 
El panorama expuesto con base en los datos presentados, hace evidente la 
importancia de planear una serie de reformas que permitan la reorganización de los 
servicios de atención a la salud mental, de modo que se rebasen las limitaciones 
comentadas previamente. La información obtenida en los estudios interesados en describir 
las creencias, percepciones y actitudes hacia la enfermedad mental puede contribuir a tal 
labor, pues éstas se han relacionado a la explicación de las conductas estigmatizantes. En el 
siguiente apartado se presenta una breve revisión sobre las microteorías en las que se han 
apoyado los diferentes estudios interesados en abordar el tema de las actitudes hacia la 
enfermedad mental. 
 
Capítulo 2. Actitudes hacia la enfermedad mental: una revisión teórica y 
metodológica 
 
A continuación se describen las teorías desde las que se ha estudiado el tema de las 
actitudes, se abordan algunas de las definiciones conceptuales de actitud que han sido 
25 
 
adoptadas por estas aproximaciones teóricas y, de igual modo, se exponen las definiciones 
de actitud hacia la enfermedad mental utilizadas en los trabajos dedicados a este tema. 
Finalmente, se señalan algunos de los instrumentos usados para medir las actitudes hacia la 
enfermedad mental. 
 
2.1 Teorías sobre actitudes 
 
En la década de 1960 a 1970, se llevaron a cabo diversidad de trabajos de 
investigación dirigidos a esclarecer las discrepancias referentes a la relación entre actitudes y 
conducta. Entre 1970 y 1980 aumentaron las investigaciones que concluyeron que las 
actitudes influyen en las acciones, únicamente bajo ciertas circunstancias: cuando las 
influencias externas en las palabras y acciones son mínimas, cuando la actitud es específica 
de la conducta y cuando las personas son conscientes de sus actitudes (Myers, 2005). 
 
Los estudios que abordan el tema de las actitudes se han planteado desde diferentes 
disciplinas teóricas, pero es en el campo de la psicología social en donde se han hecho 
mayores aportaciones en esta línea de investigación, dando lugar a diversas microteorías 
que se han dedicado a proponer las posibles relaciones entre actitud y comportamiento. En 
este trabajo se expondrán cinco de ellas: 1) Teoría de la Autorepresentación, 2) Teoría de la 
Disonancia Cognoscitiva, 3) Teoría de la Autopercepción, 4) Teoría de la Acción Razonada y 
5) Teoría de la Acción Planeada. 
 
La Teoría de la Autorepresentación considera que el “papel” o “desempeño” que se 
juega dentro de una sociedad, se define por las acciones esperadas de quienes ocupan una 
26 
 
posición social particular, lo cual implica que las acciones prescritas por las funciones 
sociales moldean las actitudes de quienes las llevan a cabo (Tedeschi, Schlenker y Bonoma, 
1971). Esta teoría afirma que, por estrategia, se expresan posturas que nos hacen parecer 
consistentes, es decir, que se expresan actitudes que coinciden con nuestros actos (Paulhus, 
1982). 
 
La Teoría de la Disonancia Cognoscitiva se refierea la divergencia entre el 
comportamiento y las actitudes, propone que nuestras actitudes cambian debido a que 
estamos motivados a mantener la consistencia entre nuestras cogniciones. Explica que 
cuando se tiene inconsistencia entre una cognición (creencia o actitud) y una acción, se 
experimenta una sensación de tensión (disonancia), la cual es la motivación para que la 
cognición se ajuste a la acción (Festinger y Carlsmith, 1959). 
 
La Teoría de la Autopercepción propuesta por Bem (1972), expresa que las acciones 
revelan las actitudes de uno mismo; de igual modo en que se disciernen las actitudes de los 
demás al observar de cerca sus actos, así se disciernen las posturas propias. Al escucharse 
a uno mismo, se recibe información sobre las actitudes y al observar las acciones de uno 
mismo, se obtiene un indicio de qué tan fuertes son las propias creencias. 
 
Las otras dos teorías que han contribuido a dar una explicación de la relación entre 
actitudes y conducta, son la Teoría de la Acción Razonada y la Teoría de la Acción Planeada 
de Ajzen y Fishbein, las cuales surgieron a mediados de 1970: la Teoría de la Acción 
Razonada propone que a la conducta la antecede la intención que la persona tiene para 
realizarla, y que ésta a su vez depende de dos factores: 1) la actitud hacia la propia conducta 
27 
 
y 2) la norma subjetiva, es decir, la influencia social o el grado de presión que una persona 
percibe en su entorno para comportarse de un modo determinado (Fishbein y Ajzen, 1975). 
 
A diferencia de la Teoría de la Acción Razonada, la Teoría de la Acción Planeada 
incorpora la idea de que la intención de realizar determinada conducta no es producto 
únicamente de la actitud hacia la conducta y de la norma subjetiva, sino que también 
interviene el control conductual percibido, definido como el grado de facilidad o dificultad que 
la persona cree que tiene para ejecutar (o no), la conducta en cuestión (Fishbein y Ajzen, 
1975). 
 
Con respecto a este último aspecto, es pertinente señalar otro concepto importante 
que se propone en la explicación de las actitudes como parte del proceso en que se 
manifiesta la conducta, y este es el de “autoeficacia”, el cual se deriva de la Teoría Cognitiva 
Social propuesta por Bandura (1982), la cual supone que la persona es un ser activo que 
responde a las influencias del ambiente, pero que también actúa reflexiva y conscientemente 
sobre el medio, este nuevo esquema asume algo más que el reconocimiento de los procesos 
cognitivos como parte de la explicación del comportamiento, también considera que un 
mecanismo central que influye en la conducta es la autoeficacia, definida como la percepción 
de la eficiencia personal, la cual determina el tipo de conductas elegidas, la cantidad de 
esfuerzo dedicado a enfrentarse a situaciones difíciles y el tiempo que se persistirá en el 
intento de solucionarlas. Este postulado plantea que las personas son capaces de regular 
sus acciones a partir de los juicios que hacen de sus propias capacidades y también incluye 
la dimensión simbólica en la explicación de la conducta. 
 
28 
 
Una revisión acerca del tema de las actitudes realizada por Garrido y Álvaro (2007), 
documentó que una de las aportaciones de las teorías de Ajzen y Fishbein, fue la clara 
distinción que estos autores establecieron entre cuatro conceptos centrales: 
 
1) Actitud: definida como la evaluación favorable o desfavorable que una persona 
hace de un objeto, distinguiendo la dimensión afectiva como uno de sus rasgos más 
definitorios; 
2) Creencias: de carácter fundamentalmente cognitivo, se refieren a la 
información sobre un determinado objeto o bien, a las asociaciones que la persona establece 
entre un objeto y determinados atributos; 
3) Intenciones: son las predisposiciones para ejecutar determinada conducta y 
4) Conducta: son las acciones llevadas a cabo. 
 
Todas estas teorías han hecho importantes contribuciones al estudio de las actitudes y 
los factores asociados a ellas a través de modelos explicativos que han surgido en las última 
décadas, generando un campo extenso y variado de investigación; sin embargo, debido a 
sus aportaciones aún vigentes, el presente trabajo obedecerá al enfoque propuesto por la 
Teoría de la Acción Razonada y la Acción Planificada. A continuación se revisan algunas 
definiciones del concepto de actitud surgidas de los trabajos realizados en el tema y 
posteriormente, se mencionan las definiciones de actitud hacia la enfermedad propuestas 
por las investigaciones llevadas a cabo en diferentes poblaciones de estudio. 
 
2.2 Aportaciones del concepto de actitud, para la definición del término 
“actitud hacia la enfermedad mental” 
29 
 
 
El concepto de actitud es central en la Psicología Social, a lo largo de su historia han 
surgido diferentes definiciones no siempre compatibles entre sí; sin embargo la mayoría de 
los autores muestran acuerdo en considerarla una tendencia evaluativa hacia algún objeto 
socialmente relevante. 
 
Allport definió la actitud como: “Un estado mental y neural de disponibilidad que ejerce 
influjo directivo o dinámico sobre las respuestas del individuo a todos los objetos y 
situaciones con que está relacionado y que se forma a base de la experiencia”. En relación 
con las características de este concepto también señala lo siguiente: ”Una actitud se refiere 
siempre a un objeto […] las actitudes son por lo general a favor o en contra […] conducen a 
aproximarse al objeto o a alejarse de él […] Este atributo de aproximación da un matiz 
definitivamente motor al concepto de actitud” (Allport,1986, pp. 412 y 413). Esta definición 
enfatiza que “la actitud no es todavía un comportamiento actual, sino una disposición latente, 
preparatoria de respuestas conductuales ante ciertos estímulos” (Pastor, 2008, p. 448). 
 
Posteriormente, surgieron otras formas de describir a la actitud como la de Rosenberg 
y Hovland (1960), quienes propusieron el modelo tripartito de actitud según el cual, la 
persona presenta ante un estímulo actitudinal, tres clases de respuesta: la cognitiva, 
compuesta por aquellas creencias relevantes o salientes acerca del objeto; la evaluativa, en 
la que confluyen los sentimientos asociados a dicho objeto, y la conductual, que incluye las 
intenciones de comportarse hacia ese objeto de manera determinada. 
 
30 
 
También se ha descrito a las actitudes en términos de sus funciones, como lo postuló 
Katz (1959), al referirse a cuatro tipos de funciones: 
 
1) Conocimiento: las actitudes permiten agrupar estímulos que poseen una 
misma connotación evaluativa proveyendo así un marco de referencia para organizar y 
acomodar la información; 
2) Utilitaria: las actitudes colaboran con la evitación de castigos y obtención de 
recompensas; 
3) Ego-defensiva: para lidiar con conflictos emocionales que podrían socavar el 
autoconcepto o la autoestima, y 
4) Valor-defensiva o adaptativa: las actitudes estarían al servicio de la expresión 
de valores y de la identidad dado que ello aumenta o mantiene la propia aceptabilidad social. 
 
Sin embargo, una de las desventajas encontradas en estas definiciones es que 
presuponen una relación directa entre actitud y conducta, lo cual no siempre es evidenciado, 
por lo tanto surgieron otras explicaciones como la de Fishbein y Ajzen (1975), comentada en 
párrafos anteriores, que alude a la actitud sólo como un componente evaluativo dentro de la 
explicación de la conducta, y es desde esta perspectiva que se llevará a cabo el presente 
trabajo. 
 
En años posteriores surgieron otras definiciones similares como la propuesta por 
Zanna y Rempel (1988), que definen actitud como la categorización de un estímulo u objeto a 
lo largo de una dimensión evaluativa basada en tres clases de información: la cognitiva, la 
afectiva y la relativa a conductas pasadas. Dentro de esta definición, las creencias,los 
31 
 
sentimientos y las conductas, constituyen las formas en que la actitud se genera y se 
expresa. 
 
Más recientemente, un estudio realizado por Sánchez et al. (2001), se refirió al 
concepto de actitud como sigue: 
 
“El concepto de actitud ha mantenido a lo largo del tiempo un lugar relevante en el 
campo de la Psicología Social. Este concepto se ha abordado teóricamente desde diversos 
paradigmas y constituye un instrumento útil para la investigación debido a su estructura y 
componentes (cognitivo, afectivo y de intención conductual) que lo convierten en un concepto 
y, por ello eficaz, incluso en el estudio de áreas específicas de la psicopatología. Mediante el 
conocimiento de las actitudes podemos indagar en los estereotipos, prejuicios y 
comportamientos de la población hacia diversos objetos sociales. A su vez, el propio 
concepto ha evolucionado y enriquecido desde las primeras definiciones hasta la 
configuración de relaciones con otros conceptos actuales como el de las representaciones 
sociales y el de identidad social en consonancia con la creciente importancia que ha 
adquirido el orden social. Conociendo las actitudes podemos comprender y explicar cómo se 
mantienen creencias sobre cuestiones que en muchas ocasiones dificultan el avance cultural 
y científico y con ello el crecimiento personal, familiar y grupal” (Sánchez et al., 2001, p. 54). 
 
Por lo tanto, se puede apreciar que el concepto de actitud es un constructo aún 
vigente y relevante para seguir abordando temas como el del estigma hacia la enfermedad 
mental (Corrigan y Wassel, 2008), que como se señaló previamente, ha tenido un particular 
32 
 
interés entre los investigadores de diferentes áreas, ya que constituye un desafío para 
mejorar la calidad de atención de los trastornos mentales. 
 
En lo referente a la definición de actitud hacia la enfermedad mental, es evidente que 
ésta se ha propuesto y construido de acuerdo con los intereses de los estudios realizados 
sobre el tema de las actitudes hacia la enfermedad mental. Por ejemplo: uno de los autores 
pionero en estos trabajos de investigación es Thurstone (1937), quien diseñó una estrategia 
para medir las actitudes y quien propuso la siguiente definición: actitud es la suma de las 
inclinaciones y sentimientos del hombre, prejuicios o desviaciones, nociones preconcebidas, 
ideas, temores y convicciones sobre cualquier tópico específico. Posteriormente, uno de los 
trabajos que retomó esta definición para conceptualizar el término de actitud hacia la 
enfermedad mental, es el llevado a cabo por Stefani (1977), en el cual se describió de la 
siguiente manera: “es una predisposición del individuo […] que lo conduce a evaluar 
positivamente o negativamente la enfermedad mental” (Stefani, 1977, p.203); con el objetivo 
de diseñar una escala de actitudes hacia la enfermedad mental. 
 
De los trabajos hechos en México que se pueden mencionar como ejemplo de estas 
definiciones de actitud hacia la enfermedad mental, está el que se llevó a cabo en 1990 en el 
personal de enfermería de un hospital psiquiátrico para conocer las posibles diferencias entre 
sus actitudes hacia la enfermedad mental, a partir de los cuatro turnos en los que laboraban; 
dicho estudio consideró los conceptos siguientes: 1) Actitud: es la suma total de las 
inclinaciones y sentimientos de una persona, prejuicios o desviaciones, nociones 
preconcebidas, ideas, temores, amenazas y convicciones sobre cualquier tópico específico; 
2) Opinión: expresión verbal de la actitud, una opinión simboliza una actitud y 3) Actitud hacia 
33 
 
la enfermedad mental: predisposición del individuo adquirida directa o indirectamente que le 
conduce a evaluar positiva o negativamente la enfermedad mental. Los resultados indicaron 
que no se encontraron diferencias significativas entre las actitudes hacia la enfermedad 
mental entre los cuatro turnos del personal de enfermería (Juárez, 1990). La relevancia de 
hacer distinción entre estas definiciones, radica en que así es posible tener mayor claridad en 
la interpretación de las mediciones obtenidas con el instrumento utilizado en este trabajo; sin 
embargo, no se precisó si dicho instrumento fue sometido a alguna prueba de confiabilidad 
para medir las actitudes bajo la misma definición. 
 
De acuerdo con la perspectiva de la medicina institucional, el término “enfermedad 
mental” es impreciso y en su lugar se utiliza el término “trastorno mental” ello se debe a que 
se asigna el título de “enfermedad” sólo cuando existe evidencia fisiopatológica de daño en 
algún órgano, aparato o sistema, y dado que la mente no pertenece a ninguno de éstos, las 
alteraciones mentales no son llamadas enfermedades (de la Fuente, 2000). Por lo tanto y 
dado que los instrumentos se han diseñado para abarcar a diferentes poblaciones además 
de la de profesionales de salud con enfoque clínico, el término “enfermedad mental” 
considerado por éstos, es más amplio y permite entenderlo conforme al contexto socio-
cultural de los sujetos de estudio para los que han sido diseñados. 
 
 
 
2.3 Instrumentos para medir actitudes hacia la enfermedad mental 
 
34 
 
En revisiones realizadas sobre el tema de las actitudes hacia la enfermedad mental, 
se han señalado los instrumentos utilizados con mayor frecuencia para medirlas, muchos de 
ellos se formulan en escala tipo Likert y se han aplicado en diferentes poblaciones como la 
de pacientes con trastornos mentales y sus familiares, población general, personal de 
distintas áreas que laboran en los centros de atención a la salud, y otras más (Casco, Natera 
y Herejón, 1987). Algunos de estos instrumentos son: el cuestionario sobre enfermedad 
mental de Nunnally (1961), el Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental 
(Opinions about Mental Illness–OMI- ) de Cohen y Struening (1962),la Escala de Ideología 
Comunitaria hacia la Enfermedad Mental (Comunity Mental HealthIdeology – CMHI -) 
elaborada por Baker y Schulberg (1967), el Cuestionario de Actitudes hacia la Enfermedad 
Mental (Attitues toward Mental Illness – AMI-), desarrollado por Stefani (1977), la Escala de 
Actitudes de la Comunidad hacia la Enfermedad Mental (Community Attitudes Toward the 
Mentally Ill–CAMI-) elaborada por Taylor y Dear (1981), Cuestionario de Opiniones hacia la 
Enfermedad Mental en la Comunidad China (Opinions about Mental Illness in Chinese 
Community- OMICC) (Hahn,1990). 
 
De estos instrumentos, el más frecuentemente utilizado en la investigación sobre 
actitudes hacia la enfermedad mental en el personal de salud, es el Cuestionario de 
Opiniones hacia la Enfermedad Mental elaborado por Cohen y Struening en 1962 (Link, 
Yang, Phelan y Collins, 2004). 
 
 
2.3.1 Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental 
 
35 
 
A continuación se hará una breve reseña acerca de esta escala, la cual ha sido 
seleccionada para la realización de la presente investigación. El cuestionario OMI tuvo su 
origen a partir de un trabajo realizado con los objetivos de: 1) identificar y desarrollar las 
mediciones de las dimensiones contenidas en las opiniones hacia las enfermedades 
mentales severas del personal de dos hospitales, y 2) explorar la validez de constructo de 
estas mediciones, al relacionarlas con las características demográficas de los participantes 
(ocupación, escolaridad, edad y sexo). La muestra se obtuvo del personal de dos grandes 
hospitales neuropsiquiátricos de Nueva York, 541 sujetos de uno y 653 del otro; en primer 
lugar se aplicó una batería de aproximadamente 200 ítems sobre la causa, descripción, 
tratamiento y pronóstico de las enfermedades mentales severas obtenida a partir de las 
conferencias, conversaciones casuales e ideas parafraseadas escuchadas en el hospital 
psiquiátrico. Tras la revisión de un grupo de expertos, estos ítems fueron editados con base 
en el balance de su contenido a favor o encontra y en aquellos que se traslapaban, 
quedando un total de 55 reactivos. A éstos se les agregaron reactivos de tres escalas: la 
escala Custodial Mental Illness Ideology (SMI) diseñada por Gilbert y Levinson en 1956, La 
escala F de California diseñada por Struening en 1957 y el trabajo de Nunnally realizado en 
1957, conformándose así, un set de 70 ítems que fueron aplicados a la muestra antes 
mencionada (Cohen y Struening, 1962). 
 
La correlación entre reactivos se obtuvo con el coeficiente producto momento, los 
resultados del análisis factorial reportaron el hallazgo de cinco dimensiones: 
 
36 
 
A) Autoritarismo: se refiere al supuesto de que la obediencia a la autoridad es crucial 
para atender a la gente con enfermedad mental, por tratarse de una clase social inferior que 
requiere manejo por coerción, 
B) Benevolencia: es una visión amablemente paternalista hacia la gente con 
enfermedad mental, apoyada por el humanismo y la religión más que en la ciencia, 
C) Ideología de la higiene mental: es la idea de que la enfermedad mental es una 
enfermedad como cualquier otra enfermedad física y de que un acercamiento racional, 
profesional a la gente con enfermedades mentales es crucial para su tratamiento adecuado, 
D) Restricción social: indica que la actividad de la gente con enfermedades mentales 
debe ser restringida en asuntos como el matrimonio, la votación, la maternidad, el empleo y 
la formación de una familia, 
E) Idea interpersonal de la etiología: se refiere a la noción de que las enfermedades 
mentales se presentan debido a experiencias interpersonales y particularmente por la 
carencia de un ambiente familiar cariñoso. 
 
La consistencia interna del cuestionario fue evaluada mediante el coeficiente Kuder-
Richardson, fórmula 20 y los coeficientes de validez factorial se obtuvieron mediante el 
consenso de medias cuadradas. Posteriormente, se hizo una comparación del 
comportamiento de la escala entre ambos hospitales mediante la correlación de Pearson 
(Cohen y Struening, 1962). 
 
Los 70 reactivos originales fueron reducidos a 51, conservando solamente aquellos 
referentes a la enfermedad mental y, en un subsecuente estudio (Struening y Cohen, 1963), 
se obtuvieron las consistencias internas de cada dimensión, llamando la atención la baja 
37 
 
consistencia de la dimensión de “Ideología sobre la higiene mental”; las consistencias 
internas de las dimensiones encontradas fueron las siguientes: “Autoritarismo”, 0.77- 0.8; 
“Benevolencia”, 0.7 – 0.73;“Ideología de la higiene mental”, 0.29-0.39; “Restricción social”, 
0.71-0.77 e “Idea interpersonal de la etiología”, 0.65-0.66. Como se puede apreciar, las 
subescalas de “Ideología de la higiene mental” y la de “Idea interpersonal de la etiología”, 
fueron las que presentaron consistencias internas más bajas, sin embargo, fueron retomadas 
en las investigaciones subsecuentes. 
 
Se han hecho otros estudios con la intención de corroborar la estructura factorial y la 
confiabilidad del instrumento en diferentes versiones del mismo, cuyos contenidos fueron 
modificados por sus autores dependiendo de sus objetivos de estudio. A continuación se 
presentarán algunos de los más representativos. 
 
Una investigación realizada por Dielman, Stiefel y Cattell (1973) con 138 estudiantes 
de psicología de una universidad estadounidense, se llevó a cabo con el objetivo de 
examinar la estructura factorial del Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental a 
través de de análisis factorial, así como de revisar la estructura factorial obteniendo 
coeficientes de congruencia con dos aplicaciones del cuestionario; como resultado 
obtuvieron siete factores cuyas consistencias internas se presentan a continuación: 1) 
Autoritarismo: 0.48, 2) Benevolencia: 0.44, 3) Ideología de la higiene mental: 0.54, 4) 
Restricción social: 0.49, 5) Idea interpersonal de la etiología: 0.54, 6) Modelo de orientación 
médica: 0.47 y 7) Un solo reactivo (44, Mucha gente que no ha estado en un hospital 
psiquiátrico está más enferma mentalmente que los pacientes hospitalizados): 0.38. Tales 
38 
 
puntajes representan consistencias internas menores a los valores considerados como 
óptimos para la confiabilidad, es decir entre 0.70 y 0.90 (Oviedo y Campo, 2005). 
 
Robert y Perry (1974) realizaron en Estados Unidos el análisis factorial del 
cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental en una versión de 70 reactivos, tras 
haberlo aplicado a 488 cuidadores de pacientes psiquiátricos, encontrando siete factores, los 
cinco de la escala original, más otros dos que nombraron “Autoritarismo II” y “Autoritarismo 
benevolente”. En este estudio no se presentaron datos sobre la consistencia interna de las 
subescalas encontradas. 
 
En los últimos veinte años, otras investigaciones han retomado y modificado el 
cuestionario para aplicarlo a diferentes poblaciones como por ejemplo: familiares de 
pacientes con alguna enfermedad mental (Wong et. al., 2009), población general (Kobau, 
Diiorio , Chapman y Delvecchio, 2010), farmacéuticos (Phokeo, Sproule y Raman-Wilms, 
2004), estudiantes de terapia ocupacional (Penny, Kasar y Sinay, 2000) o estudiantes de 
trabajo social (Drolen, 1993); siendo utilizado en versiones adaptadas para los objetivos 
particulares de estos estudios. 
En relación con los usos que ha tenido el instrumento en su versión para la población 
de habla hispana, en un estudio del 2004 se aplicó el Cuestionario sobre Opiniones hacia la 
Enfermedad Mental, a 141 miembros del personal de salud de los centros de primer nivel de 
atención en España para medir la fiabilidad del mismo y de conocer dichas actitudes y su 
asociación con variables demográficas y laborales; esta versión fue previamente adaptada al 
castellano por Ylla et al. en 1979 y los hallazgos de su aplicación se presentan a 
continuación: la tasa de respuesta fue del 70%, el análisis factorial obtuvo los siguientes 
39 
 
cinco factores: 1) asistencia a cursos, 2) conocimientos, 3) tratamiento mayor, 4) tratamiento 
menor y 5) atención por el centro de salud mental. La consistencia interna de las cinco 
dimensiones obtenidas fue de 0.95, 0.92, 0.85, 0.83 y 0.65, respectivamente. Sin embargo, 
entre las limitaciones de este trabajo se puede destacar que dicho estudio no propone una 
definición conceptual de actitud hacia la enfermedad mental (Arrillaga, Sarasqueta, Ruiz y 
Sánchez, 2004). 
 
Posteriormente, Yllá, González-Pinto, Ballesteros, y Guillén (2007) llevaron a cabo la 
aplicación de la versión del Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental 
modificada en 1979 en un trabajo de tesis por los mismos autores a 346 sujetos de la 
población general de Vizcaya (Bilbao) e identificaron cinco factores con sus respectivos 
porcentajes de varianza total explicada: 1) Negativismo: 14.0% ; 2) Etiología 
social/interpersonal: 7.2% , 3) Autoritarismo: 4.8%; 4) Restrictividad: 3.1%, y 5) Prejuicio: 
3.0%. En este estudio sólo se documentaron los porcentajes de varianza explicados por cada 
factor, no se reportaron datos relacionados con la consistencia interna. 
 
Siguiendo esta línea, en un estudio previo, se llevó a cabo la adaptación semántica de 
tres instrumentos de gran tradición en la investigación sobre Estigma hacia la enfermedad 
mental, incluyendo el Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental OMI (Cohen y 
Struening, 1962), como parte de una investigación más amplia titulada “Estigma y 
enfermedad mental. Desarrollo de un programa de intervención para su aplicación en 
población general y clínica” (Mora-Rios, Medina-Mora y Natera, 2007); esta validación 
semántica consistió en la traducción del cuestionario del idioma inglés al idioma español 
realizada por un especialista, la traducción fue revisada por un grupo multidisciplinario de 
40 
 
expertos en el campo de la salud mental para corroborar la correspondencia semántica entrelas versiones en idioma inglés y español, y posteriormente compartieron sus observaciones 
sobre los contenidos de los instrumentos entre un grupo de jueces, como resultado de esta 
experiencia se obtuvo una versión del cuestionario de 59 reactivos (ver apéndice 1). Sin 
embargo, esta validación semántica (Mora-Rios, Bautista, Natera y Pedersen, en prensa) no 
sustituye a la validación psicométrica, que es el objetivo central que se plantea en la presente 
investigación. 
 
Una vez terminada esta breve revisión sobre uno de los instrumentos más utilizados 
para medir actitudes hacia la enfermedad mental, el Cuestionario sobre Opiniones hacia la 
Enfermedad Mental, en el siguiente capítulo se presentan los hallazgos de las 
investigaciones llevadas a cabo entre personal de salud en las que se ha utilizado dicha 
escala, tal revisión tiene la intención de enfatizar la importancia de continuar realizando 
estudios en ese sector de la población. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
41 
 
Capítulo 3: Revisión de la investigación sobre actitudes hacia la enfermedad 
mental en personal de salud. 
 
El interés por abordar al personal de salud se ha tenido desde hace más de una 
década y en diferentes países continúan los esfuerzos por dar mayor claridad a las 
características de las actitudes hacia la enfermedad mental en esta población; las principales 
limitaciones de estos trabajos tienen que ver con aspectos metodológicos concernientes al 
tipo de instrumentos utilizados. 
 
3.1 Estudios internacionales. 
 
Entre los hallazgos reportados por las diversas investigaciones realizadas alrededor 
del mundo, podemos mencionar aquellos que han puesto a prueba la posible relación entre 
las actitudes hacia la enfermedad y diferentes variables sociodemográficas incluyendo a 
aquellas relacionadas con la formación profesional. No obstante, como se verá a 
continuación, los hallazgos no han sido consistentes, así que implementar mayor rigor 
metodológico a las estrategias utilizadas en estas investigaciones podría contribuir a abordar 
el tema de las actitudes hacia la enfermedad mental con más claridad y precisión. 
 
Uno de los trabajos de investigación que da ejemplo de la necesidad de contar con 
instrumentos de actitudes adecuados, se realizó en 1992 con el objetivo de conocer las 
actitudes hacia los enfermos mentales en los profesionales de la salud de un hospital general 
después de haber instalado una unidad de atención psiquiátrica; el estudio consideró a estas 
actitudes como: predisposiciones relativamente estables, de tipo emocional, ante los 
42 
 
enfermos mentales y fueron medidas mediante una versión modificada del Cuestionario de 
Opiniones hacia la Enfermedad Mental de Cohen y Struening (1962). El estudio concluyó que 
las actitudes fueron más favorables a partir de la instalación de la unidad psiquiátrica en el 
hospital general (Núñez del Arco y Gómez, 1992). Sin embargo, la definición conceptual de 
actitud hacia la enfermedad mental no fue la misma que la propuesta por los autores del 
cuestionario utilizado y en este trabajo no se menciona la pertinencia de utilizar un 
instrumento que mida las actitudes en los términos de la definición conceptual propuesta. 
 
Más adelante, en el 2001, se realizó una investigación para registrar el efecto de un 
programa educativo en las actitudes hacia la enfermedad mental de los estudiantes de 
medicina de dos universidades de Japón. Para tal fin, 95 sujetos recibieron un curso sobre 
trastornos mentales y 94 formaron parte de un grupo control, a todos ellos se les aplicaron 
dos cuestionarios, uno sobre actitudes hacia la enfermedad mental y otro sobre aceptación o 
distanciamiento social de las personas con trastornos psiquiátricos. Los resultados 
evidenciaron cambios en las actitudes hacia la enfermedad mental después de la aplicación 
del programa educativo, siendo estas actitudes más favorables entre los estudiantes que 
recibieron el curso, en comparación con las del grupo control (Mino, Yasuda, Tsuda y 
Shimodera, 2001). 
 
Un año después, se llevó a cabo un estudio en Brasil que tuvo como objetivo conocer 
las actitudes hacia la enfermedad mental entre un grupo de estudiantes de enfermería, al 
inicio de su formación; para tal efecto, se aplicó una versión en portugués del cuestionario 
sobre Opiniones hacia la Enfermedad Mental (Cohen y Struening, 1962) a 68 estudiantes de 
primer semestre. Lo que se encontró fue que los estudiantes tenían actitudes desfavorables 
43 
 
hacia la enfermedad mental, particularmente en las concernientes al autoritarismo y la 
restricción social, por lo que el estudio propuso que era importante adecuar el contenido 
teórico de los cursos con información suficiente sobre salud mental, para así disminuir estas 
actitudes entre el alumnado (Pedrão, De Cássia y Malaguti, 2002). 
 
Más adelante, en el 2005, fueron publicados los resultados de un estudio de cohorte 
realizado en estudiantes de enfermería de Nueva Zelanda, cuyo objetivo fue conocer la 
asociación entre las actitudes hacia la enfermedad mental y las variables sociodemográficas 
de los alumnos. El estudio consistió en la aplicación de un cuestionario de Actitudes hacia la 
Enfermedad Mental en diferentes momentos de la formación de los estudiantes. Uno de los 
principales hallazgos mostró que los alumnos de primer año tuvieron más actitudes 
desfavorables hacia la enfermedad mental en comparación con los estudiantes del último 
año de cursos, lo cual fue atribuido al mayor contacto con pacientes psiquiátricos que se 
tiene en la última etapa de su formación (Surgenor, Dunn y Horn, 2005). 
 
Como se puede apreciar en estos tres ejemplos, la relación entre las variables sobre 
formación profesional y las actitudes hacia la enfermedad mental se ha documentado en 
diferentes países, lo cual es relevante dado que estos hallazgos pueden aportar información 
valiosa para diseñar los contenidos en los planes de estudio de las disciplinas encargadas de 
la atención a la salud. 
 
Sin embargo, una revisión publicada en el 2007 sobre los estudios de actitudes hacia 
la enfermedad mental llevados a cabo en Europa, Estados Unidos, Latinoamérica y el Caribe, 
expuso diversas limitaciones encontradas en estos trabajos de investigación, algunas de las 
44 
 
cuales fueron las siguientes: diseños de muestreo inadecuados a los objetivos de las 
investigaciones, dificultad para la generalización de los hallazgos debido a los tamaños de 
muestra insuficientes, la escasa información sobre las características sociodemográficas de 
las muestras y la gran variedad de instrumentos utilizados que dificulta la comparación de 
los hallazgos (Álvarez y Pernía, 2007). Por lo tanto, es pertinente tomar en cuenta que 
muchos de los hallazgos reportados por estas investigaciones difícilmente serían 
generalizables o reproducibles. 
 
En investigaciones posteriores a la revisión comentada previamente, han persistido 
los hallazgos que sugieren que a mayor conocimiento sobre enfermedad mental, mayor 
grado de favorabilidad en las actitudes hacia la misma (Hamaideh y Mudallal 2009; 
Parkhurst, 2010; Walters et al., 2007), no obstante, también hay trabajos que han 
documentado actitudes similares entre el personal con conocimientos amplios sobre salud 
mental y el personal que no los tiene (Ewhrudjakpor, 2009; Foster et al., 2008). Por lo tanto, 
las inconsistencias entre los estudios continúan y esto podría deberse a las dificultades 
metodológicas presentadas en ellos, de allí la necesidad de continuar mejorando tales 
estrategias de modo que permitan la comparación entre los estudios realizados en diferentes 
países. 
 
Entre los datos sociodemográficos relacionados con las actitudes favorables hacia la 
enfermedad mental, diferentes estudios han encontrado actitudes favorables, así como hacia 
la búsqueda de ayuda profesional predominantemente en mujeres de zonas urbanas

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