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1 UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO UNIDAD DE ESTUDIOS DE POSGRADO FACULTAD DE MEDICINA PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN CIENCIAS MÉDICAS, ODONTOLÓGICAS Y DE LA SALUD “Validez factorial del Cuestionario sobre Opiniones hacia la Enfermedad Mental en el personal de primer nivel de atención de la Ciudad de México” Tesis para obtener el grado de Maestra en Ciencias Presenta: Carolina Abigail Altamirano García Directora de tesis: Dra. Elia Jazmín Mora Rios 2012 2011 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 2 AGRADECIMIENTOS Primeramente, quiero agradecer al personal de salud y administrativo de las diferentes instituciones que abrieron sus puertas para permitirme y facilitarme la puesta en marcha de este proyecto. A mi familia, amigos, compañeros de clase y colaboradores del proyecto “Estigma y enfermedad mental. Desarrollo de un programa de intervención para su aplicación en población general y clínica”, por brindarme un gran apoyo y animarme a seguir adelante para alcanzar mis metas. También agradezco enormemente al Programa de Ciencias Médicas, Odontológicas y de la Salud de la Universidad Nacional Autónoma de México, por otorgarme un espacio de superación académica y personal. De la misma manera, estoy verdaderamente agradecida con los profesores y profesoras quienes me privilegiaron con invaluables enseñanzas, las cuales han sido y seguirán siendo las herramientas para construir éxitos en mi vida. Igualmente agradezco a mi Comité Tutoral: Dr. Francisco Lorenzo Juárez García, Dra. Gabriela De la Cruz Flores y la Dra. Elia Jazmín Mora Rios, por haber estado conmigo desde las primeras etapas de este trabajo, contribuyendo con sus valiosas y pertinentes observaciones para llevarlo a término. Muy especialmente a mi directora de tesis la Dra. Jazmín Mora por haber sido un ejemplo a seguir, por guiarme en los momentos en los que me desvié del camino, por motivarme a continuar mejorando y enseñarme a utilizar las dificultades como oportunidades de superación. Así mismo, quiero dar gracias a las evaluadoras de la tesis, la Dra. Ietza Rocío Bojórquez Chapela y la Dra. María Emily Reiko Ito Sugiyama, quienes a la par de mi Comité Tutoral, enriquecieron la culminación del trabajo con sus muy atinadas consideraciones, a partir de las cuales se pudo obtener una obra digna de ser parte de la producción de la máxima casa de estudios, la Universidad Nacional Autónoma de México. Finalmente, agradezco y manifiesto mi sincera admiración a toda la gente que se une a los esfuerzos para brindar una atención digna y eficiente en favor del autocuidado y el alivio de quienes enfrentan algún padecimiento mental. 3 Dedico este trabajo a las personas que han padecido algún trastorno mental y con todo mi cariño a Grecia y a Abraham, dos artistas que admiro mucho, por ser una gran inspiración para continuar fomentando el trato digno hacia las personas que padecen este tipo de trastornos. 4 Resumen OBJETIVO: Estimar la validez factorial del Cuestionario sobre Opiniones hacia la Enfermedad Mental (OMI) en personal de salud de Ciudad de México. MÉTODO: Se aplicó a una muestra no probabilística (n=312) integrada por personal de salud de instituciones públicas (79.2%) y privadas (20.8%) de Ciudad de México, la versión del OMI adaptada semánticamente para esta población en un estudio previo (Mora-Rios, Bautista, Natera y Pedersen, en prensa), la cual consta de 59 reactivos cuyo formato de respuesta tipo Likert va de 1.- Totalmente de acuerdo a 6.- Totalmente en desacuerdo. Los informantes provenían de distintas disciplinas: enfermería (37.2%), medicina familiar (29.8%), medicina general (26.9%) y trabajo social (5.8%); la edad promedio de la muestra fue de 31.66 años (DS=8.15 años), con un rango de 22 a 62 años (Moda: 26 años) y el 72.1% fueron mujeres. Los datos se capturaron y analizaron en el paquete estadístico SPSS, versión 17. RESULTADOS: En primer lugar, mediante la discriminación de reactivos realizada a partir del coeficiente alfa de Cronbach, fueron elegidos los treinta y un reactivos que obtuvieron correlaciones ítem-total mayores de 0.30 para llevar a cabo un análisis factorial abierto empleando el método de extracción de máxima verosimilitud y rotación oblimin; así se identificó una estructura de ocho factores que explicaron el 48.9 % de la varianza total, la cual no correspondió con la del cuestionario original (Cohen y Struening, 1962), por lo que se efectuaron análisis ajustados a cinco, cuatro y tres factores, con la intención de encontrar una estructura más consistente de acuerdo a los contenidos de sus reactivos, siendo ésta la obtenida mediante el ajuste a tres factores; las subescalas conformadas y sus respectivas consistencias internas (alfa de Cronbach) fueron las siguientes: a) Prejuicio (α 0.91), b) Mitos y creencias (α 0.87) y c) Restricción Social (α 0.78); la consistencia interna global de la prueba fue adecuada (α 0.89). Finalmente, se hicieron pruebas de comparación de medias (t de Student y análisis de varianza –ANOVA-), encontrando diferencias estadísticamente significativas (p < 0.05) en las tres subescalas, en la de “Prejuicio”, las actitudes más favorables hacia la enfermedad mental las obtuvieron los siguientes grupos: a) quienes laboraban en instituciones públicas, b) el rango de edad de los 30 a 39 años, c) quienes contaban con posgrado, d) los del área de trabajo social y e) los que tenían entre uno y cinco años de prácticas profesionales. Respecto a la subescala de “Mitos y creencias” hubo actitudes más favorables en los siguientes grupos: a) las mujeres, b) informantes de instituciones privadas, c) de nivel licenciatura y d) trabajo social. Por último, en la subescala de “Restricción social” los grupos con actitudes más favorables fueron: a) los informantes de instituciones públicas, b) los de 20 a 29 años de edad y c) los de trabajo social. DISCUSIÓN: La estructura factorial obtenida difiere de la original, conformada por cinco dimensiones: a) Autoritarismo, b) Benevolencia, c) Ideología de la Higiene Mental, d) Restricción Social y e) Idea Interpersonal de la Etiología (Cohen y Struening, 1962), estudios previos también han documentado estructuras del OMI distintas (Dielman, Stiefel, y Cattell, 1973; Pedrão, De Cássia y Malaguti, 2002; Robert y Perry,1974; Yllá, González-Pinto, Ballesteros, y Guillén, 2007). Al igual que en otros reportes (Parkhurst, 2010), se encontraron actitudes favorables hacia la enfermedad mental relacionadas con el sexo, la edad y el nivel de estudios, no obstante, se requiere que futuras investigaciones discriminen con mayor precisión esta posible asociación. CONCLUSIONES: La principal aportación del presente estudio es un instrumento válido y confiable (α de Cronbach= 0,89) para medir actitudes hacia la enfermedad mental en personal de salud de Ciudad de México, particularmente, porque se obtuvo a partir de la revisión minuciosa de sus contenidos con la cual se proporcionó información valiosa para los futuros trabajos interesados en continuaresta línea de investigación. PALABRAS CLAVE: Actitudes, Enfermedad Mental, Cuestionario, Análisis factorial, Personal de salud. 5 Abstract OBJECTIVE: To estimate the factorial validity of the Questionnaire about Opinions toward Mental Illness (OMI) in Mexico City health workers. METHOD: We applied to a non probabilistic sample (n = 312) comprised of health personnel from public (79.2%) and private (20.8%) institutions of Mexico City, a version of the OMI adapted semantically for this population in a prior study (Mora-Rios, Bautista, Natera and Pedersen, forthcoming), which consists of 59 items which Likert response format has a range from 1. - Strongly agree to 6. - Strongly Disagree. The informants came from different disciplines: nursing (37.2%), family medicine (29.8%), general medicine (26.9%) and social work (5.8%), the average age of the sample was 31.66 years (SD = 8.15), with a range of 22 to 62 years (Mode: 26 years) and 72.1% were women. The data were collected and analyzed in the computer program SPSS, version 17. RESULTS: First, in a discrimination of items obtained by the Cronbach alpha coefficient, thirty-one items with item-total correlations greater than 0.30 were selected to perform an open factor analysis using the method of maximum likelihood extraction and oblimin rotation; by this technique, a structure of eight factors was identified that explained 48.9% of the total variance, which did not correspond to the original questionnaire (Cohen and Struening, 1962), so adjusted analyzes to five, four and three factors were performed, with the intention of finding a more consistent structure according to the contents of its reagents; this being obtained by the three factors adjusted analyzes, the subscales formed and their internal consistency were as follows: a) Prejudice (α 0. 91), b ) Myths and beliefs (α 0.87) and c) Social Restrictiveness (α 0.78), the global internal consistency of the test was adequate (α 0.89). Finally, tests for comparison of means (t Student test and analysis of variance- ANOVA-) were made, finding statistically significant differences (p<0.05) among the three subscales; in the "Prejudice" subscale, more favorable attitudes toward the mental illness were found in the following groups: a) those who worked in public institutions, b) the age range of 30 to 39 years, c) who had a postgraduate degree, d) social workers and e) those between one and five years of professional practice. Regarding the subscale of "Myths and beliefs", attitudes were more favorable in the following groups: a) women, b) private institutions, c) undergraduate and d) social workers. Finally, in the subscale "Social Restrictiveness”, the groups with more favorable attitudes were: a) public institutions, b) 20 to 29 years old and c) social workers. DISCUSSION: The factor structure obtained differs from the original, composed by five dimensions: a) Authoritarianism, b) Benevolence, c) Mental Hygiene Ideology, d) Social Restrictiveness, and e) Interpersonal Etiology (Cohen and Struening, 1962). Previous studies have also documented different structures of the OMI (Dielman, Stiefel, and Cattell, 1973; Pedrão, De Cassia and Malaguti, 2002, Robert and Perry, 1974; Yllá, Gonzalez-Pinto, Ballesteros, and Guillen, 2007). As in other reports (Parkhurst, 2010), positive attitudes towards mental illness were found related to sex, age and educational level, however, further research is required to discriminate this potential association more accurately. CONCLUSIONS: The main contribution of this study is a valid and reliable instrument (Cronbach's α = 0.89) to measure attitudes towards mental illness on health workers in Mexico City, particularly because it was obtained from a detailed review of its contents which provided valuable information for future works interested in continuing this line of research. KEY WORDS: Attitudes, Mental Illness, Questionnaire, Factor analysis, Health personnel. 6 ÍNDICE Resumen 4 Abstract 5 Introducción 7 Capítulo 1. Panorama sobre los desafíos para la salud mental pública 17 1.1 Consecuencias de los trastornos mentales a nivel internacional 17 1.2 Prevalencia y repercusiones de los trastornos mentales en México 21 Capítulo 2. Actitudes hacia la enfermedad mental: una revisión teórica y metodológica 25 2.1 Teorías sobre actitudes 25 2.2 Aportaciones del concepto de actitud, para la definición del término “actitud hacia la enfermedad mental” 29 2.3 Instrumentos para medir actitudes hacia la enfermedad mental 34 2.3.1 Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental 35 Capítulo 3. Revisión de la investigación sobre actitudes hacia la enfermedad mental en personal de salud. 41 3.1 Estudios internacionales. 41 3.2 Estudios realizados en México. 47 Capítulo 4. Método 52 4.1 Objetivo general 52 4.2 Objetivos específicos 52 4.3 Muestra 53 4.4 Instrumento 55 4.5 Procedimiento 57 4.6 Análisis 59 4.7 Consideraciones éticas 60 Capítulo 5. Resultados 61 Capítulo 6. Discusión 88 Conclusiones 100 Bibliografía 102 Apéndice 1. Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental 115 Apéndice 2. Formato de consentimiento informado 119 7 Introducción El objetivo de esta investigación fue estimar la validez factorial en personal de salud de primer nivel de atención de Ciudad de México del Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental (Opinions about Mental Illness –OMI-), el cual fue diseñado originalmente por Cohen y Struening (1962) para medir las actitudes hacia la enfermedad mental. La propuesta del presente estudio se fundamenta en tres aspectos relevantes que se describen a continuación: a) El aumento de la prevalencia de los trastornos mentales a nivel nacional e internacional y las repercusiones de estos trastornos en términos de la discapacidad que provocan y de los costos sociales debidos a la afección en la calidad de vida de quienes los padecen. b) La necesidad de hacer frente a los fenómenos sociales relacionados con el estigma hacia la enfermedad mental, como es el caso de los prejuicios, los estereotipos negativos, las actitudes desfavorables y la discriminación hacia quienes desarrollan alguna enfermedad mental. c) Las actitudes hacia la enfermedad mental son un elemento teórico y una herramienta de medida que se plantea desde la psicología social a fin de obtener un mayor conocimiento de las variables psicosociales que intervienen en los procesos de discriminación hacia las enfermedades mentales y las personas que las padecen. d) La pertinencia de capacitar al personal de salud en materia de salud mental a fin de evitar la discriminación hacia las personas con padecimientos 8 mentales, lo cual conduce a su exclusión social y a la no observancia de sus derechos. En lo referente a la prevalencia de los trastornos mentales a nivel mundial, la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde el año 2000 publica una serie de trabajos sobre el registro de los problemas de salud mental en diferentes países del mundo. Algunos de los datos que se refieren en la edición del 2001 son los siguientes: las enfermedades neuropsiquiátricas tuvieron una prevalencia puntual acumulada aproximadamente del 10% en la población adulta; se estimó que 450 millones de personas en el mundo padecía alguna forma de trastorno mental, de 121 a 150 millones de ellos sufrían depresión, 70 y 90 millones padecían trastornos por el abuso de alcohol o diversas drogas, 24 a 25 millones sufrían esquizofrenia, 37 millones tenían demencia; también se estimó que alrededor de un millón de personas se suicidan cada año y que entre 10 y 20 millones intentan suicidarse. Además, se reportó que una de cada 4 personas se verá afectada por algún trastorno mental en su vida. Por otra parte, en los centros de atención primaria se estimó que una proporcióndel 24% de todos los pacientes padecía un trastorno mental, siendo los más frecuentemente reportados la depresión, la ansiedad y los debidos al consumo de sustancias (OMS, 2001). Sin embargo, estas cifras de prevalencia no reflejan por completo la magnitud de las repercusiones de los trastornos mentales pues, si además se considera el grado de discapacidad que provocan, se hace evidente la razón de que representen uno de los desafíos de mayor prioridad a enfrentar desde diversos sectores. El informe del 2001 anteriormente referido, indica que desde el año 2000 se propuso considerar la magnitud de la enfermedad mental en términos de los años de vida perdidos por su causa, medidos como 9 Años de Vida Ajustados en función de la Discapacidad (AVAD) y como Años de buena salud Perdidos por Discapacidad (APD), esta fue la primera vez que se expuso a las consecuencias de estos trastornos, con una medida objetiva del grado de discapacidad que provocan. Una de las estimaciones de este reporte que captó mayor atención, fue el pronóstico de que para el 2020, la depresión será la segunda causa de discapacidad a nivel mundial (OMS, 2001). Como segundo punto, se hace notar que no es suficiente abordar las repercusiones de los padecimientos mentales en términos de pérdidas económicas, puesto que existen otras limitaciones debidas a las creencias, estereotipos, prejuicios y conductas de discriminación hacia quienes padecen enfermedades mentales, todos estos elementos se han conjuntado en un concepto conocido como “estigma”, el cual ha adquirido diferentes definiciones a lo largo del tiempo de acuerdo con la disciplina desde la que se ha abordado, como la sociología o la psicología social. De acuerdo con la primera, el concepto de estigma implica la interrelación de cinco componentes: 1) etiquetaje, el cual se refiere a la asignación de etiquetas a los miembros de una sociedad con respecto a algún rasgo o marca sobresaliente que los diferencia del resto del grupo; 2) estereotipos negativos, son los atributos desfavorables o indeseables adjudicados a la marca característica de un miembro de la sociedad; 3) exclusión, la cual ocurre cuando las etiquetas sociales implican la separación “nosotros” de “ellos”, debido a que los estereotipos negativos se consideran verdaderos; 4) discriminación, sucede cuando a la gente etiquetada se le es confinada a la devaluación, le exclusión y el rechazo; y 5) pérdida del estatus social, se reviere a la disminución o falta de oportunidades que los sujetos estigmatizados tienen 10 para estar incluidos en actividades sociales entre su comunidad, por ejemplo: desempeñar un oficio o tener empleo (Link y Phelan, 2001). Desde la perspectiva de la psicología social, uno de los modelos más difundidos entre las investigaciones sobre estigma hacia la enfermedad mental es el que propone que los estímulos descriptivos como los signos, síntomas, déficit de habilidades, apariencia, o las etiquetas, llevan a mediadores cognitivos, tales como los estereotipos y los prejuicios, los cuales a su vez provocan una conducta acorde a ellos, como es el caso de la discriminación (Corrigan, Mueser, Bond, Drake y Solomon, 2008). En lo referente a las consecuencias del estigma hacia la enfermedad mental, están las asociadas a la alteración de la calidad de vida, a la disminución de oportunidades de educación e inserción laboral y a la perturbación de la vida en familia de las personas que padecen tales enfermedades (Pedersen, 2005). La necesidad de hacer frente a este fenómeno es una razón más por la cual los trabajos sobre la percepción y las actitudes hacia la enfermedad tienen una gran relevancia, pues la información obtenida de ellos contribuye a explicar los procesos que conforman el estigma hacia la enfermedad mental (Corrigan y Wassel, 2008), considerado uno de los principales obstáculos para la atención adecuada de quienes padecen estos trastornos (Corrigan et al., 2008). Por lo tanto y dado que todos estos aspectos inciden en la calidad de vida de los pacientes que padecen alguna enfermedad mental, así como la de sus familiares y la gente cercana a ellos, es de crucial importancia entender los mecanismos involucrados en las conductas de discriminación para poder proponer estrategias efectivas para la protección de 11 sus derechos y que faciliten su reincorporación a la sociedad; en este sentido, son los estudios sobre actitudes hacia la enfermedad mental los que han logrado un gran número de aportaciones. En lo concerniente al tercer punto, sobre la importancia de la capacitación del personal de salud para hacer frente a los padecimientos mentales, un reporte realizado por Saraceno (2004) señala que 41% de los países no cuenta con un programa de capacitación en salud mental para los profesionales del primer nivel de atención; una tercera parte de la población mundial (2 billones) vive en países que gastan menos del 1% de su presupuesto para la atención a la salud mental; casi el 20% de los países no disponen de un antidepresivo común, un antipsicótico ni un antiepiléptico en el primer nivel de atención; alrededor del mundo, 40% de los países no cuentan con políticas para la salud mental, 25% no tienen legislación en esta área y el 30% de los países no dispone de un programa nacional de atención para los trastornos mentales. Posteriormente, en el 2005, se publicó una actualización del primer Atlas de Salud Mental de 2001. En esta edición no se documentaron cambios sustanciales respecto a las tendencias reportadas en el informe de 2001 acerca de los recursos de salud mental. No obstante, se reporta un ligero aumento del número total de psiquiatras, de 3.96 a 4.15 por cada 100,000 personas a nivel mundial, y que la distribución de psiquiatras entre las diversas regiones varía de 9.8 en Europa a sólo 0.04 por cada 100,000 personas en África. Además, el informe reveló que sólo la quinta parte de los más de 100 países, gastan menos del 1% de su presupuesto sanitario en salud mental, lo cual contrasta de manera importante con la estimación de la OMS de que el 13% de toda la carga de morbilidad se debe a trastornos 12 neuropsiquiátricos, es decir, se evidenció que el gasto destinado a la salud mental es limitado (OMS, 2005). Tales cifras revelan la desproporción existente entre la necesidad de recursos para la salud mental y la cantidad insuficiente de los mismos para cubrir tal demanda. Ante esta situación, es imprescindible fomentar la capacitación continua de recursos humanos acerca del manejo de las enfermedades mentales y sus consecuencias. Contar con personal de salud actualizado en estos temas puede incidir de manera contundente sobre la salud pública, particularmente si estas medidas se implementan desde el primer nivel de atención. El gran alcance de promoción a la salud que se puede obtener en este nivel se debe en parte a que un estado de salud mental óptimo permite que las personas cuiden de sí mismas de forma integral, favoreciendo la recuperación de sus trastornos físicos y facilitando así sus oportunidades de productividad y desarrollo (Federación Mundial para la Salud Mental, 2009). Existen diversas contribuciones obtenidas a partir de las investigaciones llevadas a cabo en profesionales de la salud acerca de sus creencias y actitudes en materia de salud mental, por ejemplo, se ha evidenciado un desencuentro entre la percepción que tienen los médicos de primer nivel de atención acerca de la necesidad de atención especializada en salud mental y aquella percibida por la población general. Tal es el caso de una investigación llevada a cabo en el Reino Unido la cual encontró que los médicos generales consideran que los trastornos mentales severos ameritan ser manejados por losespecialistas, mientras que los pacientes prefieren resolver estas situaciones con el médico general que ya conocen y en quien confían (Lester, Tritter y Sorohan, 2005). 13 Otro ejemplo son los hallazgos del trabajo de investigación realizado en Alemania, Escandinavia y Finlandia, cuyo interés era a contrastar la habilidad percibida por los médicos generales para detectar los trastornos mentales con las habilidades que efectivamente tenían en su práctica clínica para llevar a cabo tal labor, lo que se observó fue que hubo discrepancias pues, en general, los médicos consideraron tener mayores habilidades para identificar estos problemas de las que en realidad tenían. Este contraste refleja la falta de reconocimiento de la necesidad de intervenciones para mejorar tales habilidades por parte del personal de salud, y por ende, explica la falta de interés en participar en programas de actualización en salud mental (Olsson, Mykletun y Dahl, 2006). Pero además, aunada a la demanda de capacitación de los recursos humanos destinados al manejo de la salud mental, también está la necesidad de sensibilizarlos en materia del estigma hacia la enfermedad mental y otros temas relacionados. Al respecto, en una investigación llevada a cabo en Suiza con la finalidad de contrastar el punto de vista de la población general con el de los profesionales de la salud mental en relación a diferentes estereotipos de enfermedades mentales, los resultados revelaron que en general no hubo diferencias entre ambas poblaciones, por lo que una de las propuestas que se hicieron en este estudio es que las actitudes de los profesionales de la salud mental deben de continuar siendo evaluadas para identificar estrategias que contribuyan a sensibilizarlos en materia de los derechos de las personas que padecen algún trastorno mental (Lauber, Nordt, Braunschweig y Rosler, 2006). En México, desde hace algunas décadas se reconoció la necesidad de disminuir la exclusión de los pacientes con padecimientos mentales y de facilitar su reincorporación a sus 14 comunidades (Casco, Natera y Herejón, 1987). Desde entonces a la fecha, se han continuado los esfuerzos encaminados a contribuir a una mejor atención de las enfermedades mentales, la rehabilitación de las personas que las padecen y la disminución de las actitudes desfavorables hacia estos trastornos, los estudios de actitudes hacia la enfermedad mental han sido parte de esta labor. Finalmente, en relación a la cuarta línea de interés, se hace notar que el presente trabajo se abordará desde la perspectiva de la psicología social, ya que retoma la definición de actitud incluida en la Teoría de la Acción Planeada de Fishbein y Ajzen (1975), que la describe como una evaluación en favor o en contra de un objeto; esta teoría propone una explicación del papel de las actitudes en la puesta en marcha de la conducta, ubicándolas como un elemento que influye en la intención de realizar una conducta determinada. En nuestro país ya se han presentado modelos teóricos similares, tal es el caso de un modelo explicativo de la conducta hacia la enfermedad mental que propone que con base en las creencias adquiridas de procesos informativos, se desarrollan actitudes e intenciones conductuales que, influenciadas por la necesidad experimentada y la disponibilidad de servicios de atención percibida, conducen a conductas específicas relacionadas con el apoyo a los enfermos mentales y la búsqueda oportuna de ayuda profesional; el trabajo donde se documentó tal modelo también reportó que a pesar de las evidencias en la literatura que indican que las actitudes tienden a ser más favorables con el avance del tiempo, la conducta de la población no parece coincidir con las actitudes expresadas como favorables (García- Silberman, 2002). 15 Cabe señalar que aún existen limitaciones metodológicas en las investigaciones sobre actitudes hacia la enfermedad mental realizados hasta el momento, esto se ha documentado en revisiones como la llevada a cabo por Álvarez y Pernía (2007), la cual pone en evidencia el uso de diseños de muestreo inadecuados para los objetivos de estudio, limitaciones para la generalización de los hallazgos, pobre información sobre las características sociodemográficas de las muestras, e instrumentos muy variados que dificultan la comparación de los datos documentados. En lo referente a las estrategias de medición, se ha reportado que desde la década de los años sesenta han surgido diversos instrumentos sobre actitudes hacia la enfermedad mental en diferentes poblaciones, uno de ellos y que tiene mayor tradición, es el Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental (OMI, por sus siglas en inglés –Opinions about Mental Illness-), creado por Cohen y Struening (1962) para ser aplicado en el personal de dos grandes hospitales psiquiátricos de Nueva York. En la época en la que fue diseñado, no se contaba con la tecnología con la que actualmente se calculan las pruebas estadísticas, y sólo hasta hace algunos años es que se ha puesto a prueba con los programas de cómputo recientes. Además, aunque sí se ha traducido al español, no se cuenta con trabajos publicados que documenten la validez semántica de estas versiones del instrumento aplicadas entre los profesionales de la salud. Con base en lo anterior, el objetivo general de esta investigación consiste en estimar la validez factorial del Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental en personal de salud de Ciudad de México, por el interés de proporcionar un instrumento de medición de las 16 actitudes hacia la enfermedad mental entre la población que labora en el campo de la atención a la salud, con características psicométricas adecuadas. Para la realización del trabajo, en el primer capítulo de este estudio, se revisan algunos de los datos sobre las repercusiones de los trastornos mentales a nivel internacional y nacional para brindar un panorama general de la importancia de continuar la investigación en materia de salud mental; posteriormente, en el capitulo dos, se exponen las principales contribuciones teóricas y metodológicas para los estudios de actitudes hacia la enfermedad mental, particularmente entre los profesionales del área de la salud. En el tercer capítulo, se efectúa una breve revisión de algunos trabajos llevados a cabo a nivel internacional y en México sobre este tema, para exponer sus aportaciones y limitaciones, así como de los instrumentos utilizados en ellos para el estudio de las actitudes hacia la enfermedad mental. Posteriormente, en el cuarto capítulo, se presenta el desarrollo del estudio; los resultados y una discusión en torno a las limitaciones y aportaciones obtenidas, así como algunas propuestas para las futuras investigaciones, se presentan en los capítulos quinto y sexto respectivamente. Finalmente, se exponen las conclusiones de mayor relevancia para continuar los trabajos de investigación interesados en el tema de las actitudes hacia las enfermedades mentales, o bien, dedicados a comprender los fenómenos de exclusión social entre quienes las padecen. Capítulo 1. Panorama sobre los desafíos para la salud mental pública En este apartado se presenta un breve panorama acerca de los principales datos obtenidos de diferentes investigaciones epidemiológicas relacionadas con las consecuencias 17 de los trastornos mentales, específicamente en términos de la discapacidad que provocan y del costo a nivel social que esto representa. La intención de tal tarea es contextualizar las aportaciones obtenidas de los estudios sobre actitudes hacia la enfermedad mental, sobre la solución de los desafíos que representan tales trastornos para la salud pública. 1.1 Consecuencias de los trastornos mentales a nivel internacional El aumento en la prevalencia de los trastornos mentalesconstituye un uno de los problemas de salud pública más relevantes debido a los costos sociales que generan, entre las principales destacan la discapacidad que provocan así como la disminución en las oportunidades laborales y de desarrollo entre las personas que los padecen. En este sentido, se ha documentado que entre las 20 primeras causas de Años de buena salud Perdidos por Discapacidad (APD) en el mundo, se han encontrado seis enfermedades neuropsiquiátricas: 1) el trastorno depresivo unipolar, 2) los trastornos por consumo de alcohol, 3) la esquizofrenia, 4) el trastorno afectivo bipolar, 5) la enfermedad de Alzheimer y 6) la migraña (OMS, 2001). Por otra parte, el estudio de la Carga Mundial de Morbilidad (Global Burden of Disease) (OMS, 2004), estimó que durante el año 2000 las enfermedades mentales y neurológicas fueron responsables de 30.8% de todos los años perdidos por discapacidad, siendo la depresión la que arrojó un porcentaje mayor (12%). 18 Un estudio más, llevado a cabo en 73,441 habitantes de seis diferentes países de escasos recursos (Colombia, Líbano, México, China, Sud África y Ucrania) y en nueve de altos recursos (Bélgica, Francia, Alemania, Italia, Japón, Países Bajos, Nueva Zelanda y España), con el propósito de contrastar la discapacidad causada por trastornos físicos y la causada por trastornos mentales entre ambos tipos de países, y reportó que la alta discapacidad debida a trastornos mentales fue similar entre ellos. Además, documentó que la discapacidad era mayor debida a trastornos mentales en comparación con la provocada por trastornos físicos, específicamente en términos de la discapacidad para las relaciones sociales y personales, más que en lo referente al área productiva. En el reporte también se destacó que al momento del estudio, los participantes de los países de escasos recursos contaban con menos tiempo de tratamiento y que por lo tanto, presentaban cuadros más severos del trastorno que padecían en comparación con los participantes de países de altos recursos (Ormel et al., 2008). En un trabajo posterior llevado a cabo en el 2010, se estimaron los días de incapacidad laboral debidos a condiciones físicas y mentales, en 62,971 habitantes de 24 diferentes países pertenecientes a la OMS. Entre los hallazgos más relevantes destacó que el 12.8% de los participantes tuvo algún día de incapacidad laboral. Los efectos (es decir, los días perdidos al año), más sobresalientes a nivel individual, se asociaron a algún trastorno neurológico (17.4 días), al trastorno bipolar (17.3 días), o al trastorno de estrés postraumático (15.2 días). En cambio, los efectos más sobresalientes a nivel poblacional (riesgo atribuible poblacional), fueron debidos a condiciones relacionadas con dolor, las cuales aportaron 21.5% de la probabilidad de incapacidad laboral (Alonso et al., 2010). 19 Estas cifras dan cuenta de las repercusiones de la discapacidad provocada por los trastornos mentales en diferentes países, lo cual revela una necesidad que se comparte a nivel internacional, que es la de incidir en la mejor de la calidad de vida de las personas que los padecen, pero además de sus familiares y de la comunidad, pues la carga de discapacidad también recae en sus redes sociales de estos pacientes. Así mismo, existen otras repercusiones de los padecimientos psiquiátricos que no cuentan con una medida específica para ser evaluadas en su totalidad y ocurren en el área afectiva y emocional tanto de los pacientes como de sus familiares, ya que estas enfermedades pueden provocar falta de oportunidades laborales y de superación personal, así como discriminación y rechazo por parte de la comunidad. Sin embargo, dado que la calidad de vida de quienes padecen trastornos mentales así como de las personas que forman parte de su entorno, puede generar una serie de necesidades de servicios tales como: tratamiento psiquiátrico, apoyo social y rehabilitación, entre otros (Lehman, 1995); medir la calidad de vida de quienes padecen dichos trastornos ha sido tema de interés desde hace décadas. Un ejemplo de ello se encuentra en la investigación realizada en Suecia por Björkman y Hansson (2002), la cual concluyó que el hecho de que los pacientes contaran con el apoyo de redes sociales y presentaran disminución de los síntomas, predecía cambios favorables en su calidad de vida. Por ello, también se ha propuesto agregar la mejoría en la calidad de vida como un indicador más para evaluar la eficacia de los tratamientos y estrategias para controlar los trastornos mentales (Basu, 2004). 20 De igual modo, cabe mencionar los hallazgos del proyecto internacional llevado a cabo en el 2007 en las comunidades de 17 países de África, Asia, América, Europa y el Medio Oriente; el cual se propuso obtener la edad de inicio, la tasa de sobrevida y la probabilidad de sobre vida de los trastornos clasificados en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders versión IV (DSM-IV) (American Psychiatric Association, 1994), tras aplicar la entrevista estructurada Composite International Diagnostic Interview (CIDI) (Kessler y Üstün, 2004). Los datos obtenidos de los 85,052 participantes mostraron que la edad promedio de comienzo de ciertos trastornos de ansiedad entre los 7 y 14 años; para los trastornos del control de impulsos la edad de comienzo fue entre los 7 y 15 años; para los trastornos del humor fue de 29 a 43 años, para los trastornos de ansiedad fue de 24 a 50 años y para los trastornos de uso de sustancias fue entre los 18 y 29 años. La tasa de sobrevida para los trastornos de ansiedad fue de 4.8 a 31%, para los trastornos del humor de 3.3 a 21.4%, para los trastornos de control de impulsos de 0.3 a 25%, para los trastornos de uso de sustancias de 1.3 a 15% y para otros trastornos fue de 12 a 47.4%. La relevancia del reporte de estas cifras radica en que dan una estimación de la cantidad de años que viven las personas con tales trastornos, así como de la pertinencia de dirigir campañas para la detección de los mismos a edades más tempranas (Kessler et al., 2007). Finalmente, en un reporte realizado por Kohn et al. (2005), se concluyó que la transición epidemiológica y los cambios en la composición poblacional acentuarán aun más la brecha en la atención en América Latina y el Caribe, y que para evitarlo se requiere formular nuevas políticas de salud mental o actualizar las existentes, procurando incluir en ellas la extensión de los programas y servicios. Por lo tanto, es de crucial importancia continuar la investigación en materia de salud mental ya que entre sus aportaciones se 21 encuentra el diseño de estrategias encaminadas a mejorar la calidad de atención a los trastornos mentales. Una vez presentado el panorama a nivel internacional, se procederá a exponer los datos obtenidos de estudios epidemiológicos realizados en población mexicana, encaminados de igual modo a describir las consecuencias de los trastornos mentales relacionadas a la discapacidad e impacto social que ocasionan. 1.2 Prevalencia y repercusiones de los trastornos mentales en México Con base en la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica realizada en el año 2003, se informó que el 28.6% de la población presentó alguna vez en su vida alguno de los 23 trastornos de la Clasificación Internacional de Enfermedades en su décima edición (CIE- 10) (Organización Panamericana de la Salud, 1996), que el 13.9% lo reportó en los últimos 12 meses y el 5.8% en los últimos 30 días. Respecto a las prevalencias por tipo de trastornos, los más frecuentes fueron los de ansiedad (14.3% alguna vez en la vida), seguidos por los trastornos de uso de sustancias (9.2%) y los trastornos afectivos (9.1%). Al analizar las cifras por sexo, los resultados indican que los hombres presentaron prevalencias másaltas de cualquier trastorno alguna vez en su vida (30.4%), en comparación con las mujeres (27.1%). Sin embargo, las mujeres presentaron prevalencias globales más elevadas para cualquier trastorno en los últimos 12 meses (14.8%) en comparación con las de los hombres (12.9%). Los tres principales trastornos para las mujeres fueron las fobias (específicas y sociales), seguidas del episodio depresivo mayor. Para los hombres, la dependencia al alcohol, los trastornos de conducta y el abuso de alcohol (sin dependencia). 22 Solamente uno de cada 10 sujetos con un trastorno mental recibió atención, uno de cada cinco de aquellos que padecieron dos o más trastornos recibió atención, y sólo uno de cada 10 de quienes padecieron tres o más trastornos obtuvo atención (Medina-Mora et al., 2003). Posteriormente, el estudio del 2005 sobre la prevalencia de los trastornos mentales y el uso de servicios en México, concluyó que la prevalencia de algún trastorno mental en 12 meses, fue de 12.1%, los trastornos más comunes fueron las fobias específicas (4%), la depresión mayor (3.7%) y la dependencia o abuso del alcohol (2.2%); el estudio también reveló que sólo el 24% de los trastornos mentales severos reportados en 12 meses fueron atendidos en ese mismo periodo, lo cual indica una utilización de servicios de salud mental extremadamente baja en relación a la alta demanda de los mismos, pero además, con estos datos se puede asumir que la gente que recién comienza con algún trastorno mental no recibe oportunamente la ayuda que requiere (Medina-Mora et al., 2005). Respecto a las implicaciones de los trastornos mentales en términos del grado de discapacidad, en México se cuenta con instrumentos objetivos para evaluar tales repercusiones; ejemplo de ello es el estudio llevado a cabo entre los años 2001 y 2002, en una muestra de la población de áreas urbanas de México (5826 individuos de 18 a 65 años de edad), y que consistió en aplicar una versión computarizada de la Entrevista Internacional Compuesta de Diagnóstico (CAPI, versión 15 certificada del CIDI), durante la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica. Los hallazgos de este trabajo revelaron que los trastornos que producen los niveles más elevados de discapacidad fueron la depresión, la fobia social y el trastorno por estrés postraumático. También reportó que los trastornos que produjeron mayor nivel de discapacidad fueron el estrés postraumático y la depresión, y que 23 cuando se compararon los días perdidos por enfermedades crónicas (6.89 días) con los perdidos por trastornos mentales, la cantidad fue aún mayor entre éstos: depresión (25.51 días), agorafobia (18.56 días), ansiedad generalizada (9.5 días), trastorno de pánico (20 días) y trastorno por estrés postraumático (14.21 días). Cabe mencionar que este es el primer trabajo en América Latina en que se reporta el impacto de los trastornos mentales con base en la discapacidad y los días de actividad perdidos que generan (Lara, Medina-Mora, Borges y Zambrano, 2007). Otra de las repercusiones de la falta de atención oportuna de estos trastornos, es el aumento de las complicaciones tales como la ideación e intento suicidas, incluso se ha documentado que los trastornos mentales son predictores de tales conductas. Por ejemplo, en el 2010, un trabajo realizado en una muestra de 5,782 habitantes mexicanos, reportó que el 48.8% de aquellos que tuvieron ideación suicida y el 62.2% de aquellos con intento suicida, tenían antecedentes de algún trastorno psiquiátrico (Medina-Mora, Borges, Benjet, Lara y Berglundt, 2010). Lo que revelan estas cifras es que los trastornos mentales más prevalentes son además los que provocan las cifras más elevadas de discapacidad, pero también, que el tiempo perdido por estos trastornos es significativo y que de contar con programas de prevención y diagnóstico oportuno, se podrían disminuir las complicaciones debidas a dichos trastornos, como es el caso de la ideación e intento suicidas. Ante estos desafíos, se ha contemplado que México cuenta con los servicios de atención pero que aún se requiere adecuar tales recursos a la creciente demanda. Como lo señaló Lara (2006), la demanda de médicos generales con entrenamiento en salud mental está en aumento, pero también se 24 requiere una cantidad suficiente de especialistas para tratar y prevenir efectivamente estos trastornos. Aunadas a las crecientes cifras de prevalencia de los trastornos mentales, otras circunstancias que el personal de salud tiene que enfrentar son: el estigma social que segrega a los pacientes psiquiátricos; el desconocimiento de los beneficios de la atención médico-psiquiátrica y psicosocial; e incluso, las diferencias entre las necesidades sentidas por la población y el tipo de ayuda que ofrecen los servicios (Medina-Mora et al., 2003). El panorama expuesto con base en los datos presentados, hace evidente la importancia de planear una serie de reformas que permitan la reorganización de los servicios de atención a la salud mental, de modo que se rebasen las limitaciones comentadas previamente. La información obtenida en los estudios interesados en describir las creencias, percepciones y actitudes hacia la enfermedad mental puede contribuir a tal labor, pues éstas se han relacionado a la explicación de las conductas estigmatizantes. En el siguiente apartado se presenta una breve revisión sobre las microteorías en las que se han apoyado los diferentes estudios interesados en abordar el tema de las actitudes hacia la enfermedad mental. Capítulo 2. Actitudes hacia la enfermedad mental: una revisión teórica y metodológica A continuación se describen las teorías desde las que se ha estudiado el tema de las actitudes, se abordan algunas de las definiciones conceptuales de actitud que han sido 25 adoptadas por estas aproximaciones teóricas y, de igual modo, se exponen las definiciones de actitud hacia la enfermedad mental utilizadas en los trabajos dedicados a este tema. Finalmente, se señalan algunos de los instrumentos usados para medir las actitudes hacia la enfermedad mental. 2.1 Teorías sobre actitudes En la década de 1960 a 1970, se llevaron a cabo diversidad de trabajos de investigación dirigidos a esclarecer las discrepancias referentes a la relación entre actitudes y conducta. Entre 1970 y 1980 aumentaron las investigaciones que concluyeron que las actitudes influyen en las acciones, únicamente bajo ciertas circunstancias: cuando las influencias externas en las palabras y acciones son mínimas, cuando la actitud es específica de la conducta y cuando las personas son conscientes de sus actitudes (Myers, 2005). Los estudios que abordan el tema de las actitudes se han planteado desde diferentes disciplinas teóricas, pero es en el campo de la psicología social en donde se han hecho mayores aportaciones en esta línea de investigación, dando lugar a diversas microteorías que se han dedicado a proponer las posibles relaciones entre actitud y comportamiento. En este trabajo se expondrán cinco de ellas: 1) Teoría de la Autorepresentación, 2) Teoría de la Disonancia Cognoscitiva, 3) Teoría de la Autopercepción, 4) Teoría de la Acción Razonada y 5) Teoría de la Acción Planeada. La Teoría de la Autorepresentación considera que el “papel” o “desempeño” que se juega dentro de una sociedad, se define por las acciones esperadas de quienes ocupan una 26 posición social particular, lo cual implica que las acciones prescritas por las funciones sociales moldean las actitudes de quienes las llevan a cabo (Tedeschi, Schlenker y Bonoma, 1971). Esta teoría afirma que, por estrategia, se expresan posturas que nos hacen parecer consistentes, es decir, que se expresan actitudes que coinciden con nuestros actos (Paulhus, 1982). La Teoría de la Disonancia Cognoscitiva se refierea la divergencia entre el comportamiento y las actitudes, propone que nuestras actitudes cambian debido a que estamos motivados a mantener la consistencia entre nuestras cogniciones. Explica que cuando se tiene inconsistencia entre una cognición (creencia o actitud) y una acción, se experimenta una sensación de tensión (disonancia), la cual es la motivación para que la cognición se ajuste a la acción (Festinger y Carlsmith, 1959). La Teoría de la Autopercepción propuesta por Bem (1972), expresa que las acciones revelan las actitudes de uno mismo; de igual modo en que se disciernen las actitudes de los demás al observar de cerca sus actos, así se disciernen las posturas propias. Al escucharse a uno mismo, se recibe información sobre las actitudes y al observar las acciones de uno mismo, se obtiene un indicio de qué tan fuertes son las propias creencias. Las otras dos teorías que han contribuido a dar una explicación de la relación entre actitudes y conducta, son la Teoría de la Acción Razonada y la Teoría de la Acción Planeada de Ajzen y Fishbein, las cuales surgieron a mediados de 1970: la Teoría de la Acción Razonada propone que a la conducta la antecede la intención que la persona tiene para realizarla, y que ésta a su vez depende de dos factores: 1) la actitud hacia la propia conducta 27 y 2) la norma subjetiva, es decir, la influencia social o el grado de presión que una persona percibe en su entorno para comportarse de un modo determinado (Fishbein y Ajzen, 1975). A diferencia de la Teoría de la Acción Razonada, la Teoría de la Acción Planeada incorpora la idea de que la intención de realizar determinada conducta no es producto únicamente de la actitud hacia la conducta y de la norma subjetiva, sino que también interviene el control conductual percibido, definido como el grado de facilidad o dificultad que la persona cree que tiene para ejecutar (o no), la conducta en cuestión (Fishbein y Ajzen, 1975). Con respecto a este último aspecto, es pertinente señalar otro concepto importante que se propone en la explicación de las actitudes como parte del proceso en que se manifiesta la conducta, y este es el de “autoeficacia”, el cual se deriva de la Teoría Cognitiva Social propuesta por Bandura (1982), la cual supone que la persona es un ser activo que responde a las influencias del ambiente, pero que también actúa reflexiva y conscientemente sobre el medio, este nuevo esquema asume algo más que el reconocimiento de los procesos cognitivos como parte de la explicación del comportamiento, también considera que un mecanismo central que influye en la conducta es la autoeficacia, definida como la percepción de la eficiencia personal, la cual determina el tipo de conductas elegidas, la cantidad de esfuerzo dedicado a enfrentarse a situaciones difíciles y el tiempo que se persistirá en el intento de solucionarlas. Este postulado plantea que las personas son capaces de regular sus acciones a partir de los juicios que hacen de sus propias capacidades y también incluye la dimensión simbólica en la explicación de la conducta. 28 Una revisión acerca del tema de las actitudes realizada por Garrido y Álvaro (2007), documentó que una de las aportaciones de las teorías de Ajzen y Fishbein, fue la clara distinción que estos autores establecieron entre cuatro conceptos centrales: 1) Actitud: definida como la evaluación favorable o desfavorable que una persona hace de un objeto, distinguiendo la dimensión afectiva como uno de sus rasgos más definitorios; 2) Creencias: de carácter fundamentalmente cognitivo, se refieren a la información sobre un determinado objeto o bien, a las asociaciones que la persona establece entre un objeto y determinados atributos; 3) Intenciones: son las predisposiciones para ejecutar determinada conducta y 4) Conducta: son las acciones llevadas a cabo. Todas estas teorías han hecho importantes contribuciones al estudio de las actitudes y los factores asociados a ellas a través de modelos explicativos que han surgido en las última décadas, generando un campo extenso y variado de investigación; sin embargo, debido a sus aportaciones aún vigentes, el presente trabajo obedecerá al enfoque propuesto por la Teoría de la Acción Razonada y la Acción Planificada. A continuación se revisan algunas definiciones del concepto de actitud surgidas de los trabajos realizados en el tema y posteriormente, se mencionan las definiciones de actitud hacia la enfermedad propuestas por las investigaciones llevadas a cabo en diferentes poblaciones de estudio. 2.2 Aportaciones del concepto de actitud, para la definición del término “actitud hacia la enfermedad mental” 29 El concepto de actitud es central en la Psicología Social, a lo largo de su historia han surgido diferentes definiciones no siempre compatibles entre sí; sin embargo la mayoría de los autores muestran acuerdo en considerarla una tendencia evaluativa hacia algún objeto socialmente relevante. Allport definió la actitud como: “Un estado mental y neural de disponibilidad que ejerce influjo directivo o dinámico sobre las respuestas del individuo a todos los objetos y situaciones con que está relacionado y que se forma a base de la experiencia”. En relación con las características de este concepto también señala lo siguiente: ”Una actitud se refiere siempre a un objeto […] las actitudes son por lo general a favor o en contra […] conducen a aproximarse al objeto o a alejarse de él […] Este atributo de aproximación da un matiz definitivamente motor al concepto de actitud” (Allport,1986, pp. 412 y 413). Esta definición enfatiza que “la actitud no es todavía un comportamiento actual, sino una disposición latente, preparatoria de respuestas conductuales ante ciertos estímulos” (Pastor, 2008, p. 448). Posteriormente, surgieron otras formas de describir a la actitud como la de Rosenberg y Hovland (1960), quienes propusieron el modelo tripartito de actitud según el cual, la persona presenta ante un estímulo actitudinal, tres clases de respuesta: la cognitiva, compuesta por aquellas creencias relevantes o salientes acerca del objeto; la evaluativa, en la que confluyen los sentimientos asociados a dicho objeto, y la conductual, que incluye las intenciones de comportarse hacia ese objeto de manera determinada. 30 También se ha descrito a las actitudes en términos de sus funciones, como lo postuló Katz (1959), al referirse a cuatro tipos de funciones: 1) Conocimiento: las actitudes permiten agrupar estímulos que poseen una misma connotación evaluativa proveyendo así un marco de referencia para organizar y acomodar la información; 2) Utilitaria: las actitudes colaboran con la evitación de castigos y obtención de recompensas; 3) Ego-defensiva: para lidiar con conflictos emocionales que podrían socavar el autoconcepto o la autoestima, y 4) Valor-defensiva o adaptativa: las actitudes estarían al servicio de la expresión de valores y de la identidad dado que ello aumenta o mantiene la propia aceptabilidad social. Sin embargo, una de las desventajas encontradas en estas definiciones es que presuponen una relación directa entre actitud y conducta, lo cual no siempre es evidenciado, por lo tanto surgieron otras explicaciones como la de Fishbein y Ajzen (1975), comentada en párrafos anteriores, que alude a la actitud sólo como un componente evaluativo dentro de la explicación de la conducta, y es desde esta perspectiva que se llevará a cabo el presente trabajo. En años posteriores surgieron otras definiciones similares como la propuesta por Zanna y Rempel (1988), que definen actitud como la categorización de un estímulo u objeto a lo largo de una dimensión evaluativa basada en tres clases de información: la cognitiva, la afectiva y la relativa a conductas pasadas. Dentro de esta definición, las creencias,los 31 sentimientos y las conductas, constituyen las formas en que la actitud se genera y se expresa. Más recientemente, un estudio realizado por Sánchez et al. (2001), se refirió al concepto de actitud como sigue: “El concepto de actitud ha mantenido a lo largo del tiempo un lugar relevante en el campo de la Psicología Social. Este concepto se ha abordado teóricamente desde diversos paradigmas y constituye un instrumento útil para la investigación debido a su estructura y componentes (cognitivo, afectivo y de intención conductual) que lo convierten en un concepto y, por ello eficaz, incluso en el estudio de áreas específicas de la psicopatología. Mediante el conocimiento de las actitudes podemos indagar en los estereotipos, prejuicios y comportamientos de la población hacia diversos objetos sociales. A su vez, el propio concepto ha evolucionado y enriquecido desde las primeras definiciones hasta la configuración de relaciones con otros conceptos actuales como el de las representaciones sociales y el de identidad social en consonancia con la creciente importancia que ha adquirido el orden social. Conociendo las actitudes podemos comprender y explicar cómo se mantienen creencias sobre cuestiones que en muchas ocasiones dificultan el avance cultural y científico y con ello el crecimiento personal, familiar y grupal” (Sánchez et al., 2001, p. 54). Por lo tanto, se puede apreciar que el concepto de actitud es un constructo aún vigente y relevante para seguir abordando temas como el del estigma hacia la enfermedad mental (Corrigan y Wassel, 2008), que como se señaló previamente, ha tenido un particular 32 interés entre los investigadores de diferentes áreas, ya que constituye un desafío para mejorar la calidad de atención de los trastornos mentales. En lo referente a la definición de actitud hacia la enfermedad mental, es evidente que ésta se ha propuesto y construido de acuerdo con los intereses de los estudios realizados sobre el tema de las actitudes hacia la enfermedad mental. Por ejemplo: uno de los autores pionero en estos trabajos de investigación es Thurstone (1937), quien diseñó una estrategia para medir las actitudes y quien propuso la siguiente definición: actitud es la suma de las inclinaciones y sentimientos del hombre, prejuicios o desviaciones, nociones preconcebidas, ideas, temores y convicciones sobre cualquier tópico específico. Posteriormente, uno de los trabajos que retomó esta definición para conceptualizar el término de actitud hacia la enfermedad mental, es el llevado a cabo por Stefani (1977), en el cual se describió de la siguiente manera: “es una predisposición del individuo […] que lo conduce a evaluar positivamente o negativamente la enfermedad mental” (Stefani, 1977, p.203); con el objetivo de diseñar una escala de actitudes hacia la enfermedad mental. De los trabajos hechos en México que se pueden mencionar como ejemplo de estas definiciones de actitud hacia la enfermedad mental, está el que se llevó a cabo en 1990 en el personal de enfermería de un hospital psiquiátrico para conocer las posibles diferencias entre sus actitudes hacia la enfermedad mental, a partir de los cuatro turnos en los que laboraban; dicho estudio consideró los conceptos siguientes: 1) Actitud: es la suma total de las inclinaciones y sentimientos de una persona, prejuicios o desviaciones, nociones preconcebidas, ideas, temores, amenazas y convicciones sobre cualquier tópico específico; 2) Opinión: expresión verbal de la actitud, una opinión simboliza una actitud y 3) Actitud hacia 33 la enfermedad mental: predisposición del individuo adquirida directa o indirectamente que le conduce a evaluar positiva o negativamente la enfermedad mental. Los resultados indicaron que no se encontraron diferencias significativas entre las actitudes hacia la enfermedad mental entre los cuatro turnos del personal de enfermería (Juárez, 1990). La relevancia de hacer distinción entre estas definiciones, radica en que así es posible tener mayor claridad en la interpretación de las mediciones obtenidas con el instrumento utilizado en este trabajo; sin embargo, no se precisó si dicho instrumento fue sometido a alguna prueba de confiabilidad para medir las actitudes bajo la misma definición. De acuerdo con la perspectiva de la medicina institucional, el término “enfermedad mental” es impreciso y en su lugar se utiliza el término “trastorno mental” ello se debe a que se asigna el título de “enfermedad” sólo cuando existe evidencia fisiopatológica de daño en algún órgano, aparato o sistema, y dado que la mente no pertenece a ninguno de éstos, las alteraciones mentales no son llamadas enfermedades (de la Fuente, 2000). Por lo tanto y dado que los instrumentos se han diseñado para abarcar a diferentes poblaciones además de la de profesionales de salud con enfoque clínico, el término “enfermedad mental” considerado por éstos, es más amplio y permite entenderlo conforme al contexto socio- cultural de los sujetos de estudio para los que han sido diseñados. 2.3 Instrumentos para medir actitudes hacia la enfermedad mental 34 En revisiones realizadas sobre el tema de las actitudes hacia la enfermedad mental, se han señalado los instrumentos utilizados con mayor frecuencia para medirlas, muchos de ellos se formulan en escala tipo Likert y se han aplicado en diferentes poblaciones como la de pacientes con trastornos mentales y sus familiares, población general, personal de distintas áreas que laboran en los centros de atención a la salud, y otras más (Casco, Natera y Herejón, 1987). Algunos de estos instrumentos son: el cuestionario sobre enfermedad mental de Nunnally (1961), el Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental (Opinions about Mental Illness–OMI- ) de Cohen y Struening (1962),la Escala de Ideología Comunitaria hacia la Enfermedad Mental (Comunity Mental HealthIdeology – CMHI -) elaborada por Baker y Schulberg (1967), el Cuestionario de Actitudes hacia la Enfermedad Mental (Attitues toward Mental Illness – AMI-), desarrollado por Stefani (1977), la Escala de Actitudes de la Comunidad hacia la Enfermedad Mental (Community Attitudes Toward the Mentally Ill–CAMI-) elaborada por Taylor y Dear (1981), Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental en la Comunidad China (Opinions about Mental Illness in Chinese Community- OMICC) (Hahn,1990). De estos instrumentos, el más frecuentemente utilizado en la investigación sobre actitudes hacia la enfermedad mental en el personal de salud, es el Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental elaborado por Cohen y Struening en 1962 (Link, Yang, Phelan y Collins, 2004). 2.3.1 Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental 35 A continuación se hará una breve reseña acerca de esta escala, la cual ha sido seleccionada para la realización de la presente investigación. El cuestionario OMI tuvo su origen a partir de un trabajo realizado con los objetivos de: 1) identificar y desarrollar las mediciones de las dimensiones contenidas en las opiniones hacia las enfermedades mentales severas del personal de dos hospitales, y 2) explorar la validez de constructo de estas mediciones, al relacionarlas con las características demográficas de los participantes (ocupación, escolaridad, edad y sexo). La muestra se obtuvo del personal de dos grandes hospitales neuropsiquiátricos de Nueva York, 541 sujetos de uno y 653 del otro; en primer lugar se aplicó una batería de aproximadamente 200 ítems sobre la causa, descripción, tratamiento y pronóstico de las enfermedades mentales severas obtenida a partir de las conferencias, conversaciones casuales e ideas parafraseadas escuchadas en el hospital psiquiátrico. Tras la revisión de un grupo de expertos, estos ítems fueron editados con base en el balance de su contenido a favor o encontra y en aquellos que se traslapaban, quedando un total de 55 reactivos. A éstos se les agregaron reactivos de tres escalas: la escala Custodial Mental Illness Ideology (SMI) diseñada por Gilbert y Levinson en 1956, La escala F de California diseñada por Struening en 1957 y el trabajo de Nunnally realizado en 1957, conformándose así, un set de 70 ítems que fueron aplicados a la muestra antes mencionada (Cohen y Struening, 1962). La correlación entre reactivos se obtuvo con el coeficiente producto momento, los resultados del análisis factorial reportaron el hallazgo de cinco dimensiones: 36 A) Autoritarismo: se refiere al supuesto de que la obediencia a la autoridad es crucial para atender a la gente con enfermedad mental, por tratarse de una clase social inferior que requiere manejo por coerción, B) Benevolencia: es una visión amablemente paternalista hacia la gente con enfermedad mental, apoyada por el humanismo y la religión más que en la ciencia, C) Ideología de la higiene mental: es la idea de que la enfermedad mental es una enfermedad como cualquier otra enfermedad física y de que un acercamiento racional, profesional a la gente con enfermedades mentales es crucial para su tratamiento adecuado, D) Restricción social: indica que la actividad de la gente con enfermedades mentales debe ser restringida en asuntos como el matrimonio, la votación, la maternidad, el empleo y la formación de una familia, E) Idea interpersonal de la etiología: se refiere a la noción de que las enfermedades mentales se presentan debido a experiencias interpersonales y particularmente por la carencia de un ambiente familiar cariñoso. La consistencia interna del cuestionario fue evaluada mediante el coeficiente Kuder- Richardson, fórmula 20 y los coeficientes de validez factorial se obtuvieron mediante el consenso de medias cuadradas. Posteriormente, se hizo una comparación del comportamiento de la escala entre ambos hospitales mediante la correlación de Pearson (Cohen y Struening, 1962). Los 70 reactivos originales fueron reducidos a 51, conservando solamente aquellos referentes a la enfermedad mental y, en un subsecuente estudio (Struening y Cohen, 1963), se obtuvieron las consistencias internas de cada dimensión, llamando la atención la baja 37 consistencia de la dimensión de “Ideología sobre la higiene mental”; las consistencias internas de las dimensiones encontradas fueron las siguientes: “Autoritarismo”, 0.77- 0.8; “Benevolencia”, 0.7 – 0.73;“Ideología de la higiene mental”, 0.29-0.39; “Restricción social”, 0.71-0.77 e “Idea interpersonal de la etiología”, 0.65-0.66. Como se puede apreciar, las subescalas de “Ideología de la higiene mental” y la de “Idea interpersonal de la etiología”, fueron las que presentaron consistencias internas más bajas, sin embargo, fueron retomadas en las investigaciones subsecuentes. Se han hecho otros estudios con la intención de corroborar la estructura factorial y la confiabilidad del instrumento en diferentes versiones del mismo, cuyos contenidos fueron modificados por sus autores dependiendo de sus objetivos de estudio. A continuación se presentarán algunos de los más representativos. Una investigación realizada por Dielman, Stiefel y Cattell (1973) con 138 estudiantes de psicología de una universidad estadounidense, se llevó a cabo con el objetivo de examinar la estructura factorial del Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental a través de de análisis factorial, así como de revisar la estructura factorial obteniendo coeficientes de congruencia con dos aplicaciones del cuestionario; como resultado obtuvieron siete factores cuyas consistencias internas se presentan a continuación: 1) Autoritarismo: 0.48, 2) Benevolencia: 0.44, 3) Ideología de la higiene mental: 0.54, 4) Restricción social: 0.49, 5) Idea interpersonal de la etiología: 0.54, 6) Modelo de orientación médica: 0.47 y 7) Un solo reactivo (44, Mucha gente que no ha estado en un hospital psiquiátrico está más enferma mentalmente que los pacientes hospitalizados): 0.38. Tales 38 puntajes representan consistencias internas menores a los valores considerados como óptimos para la confiabilidad, es decir entre 0.70 y 0.90 (Oviedo y Campo, 2005). Robert y Perry (1974) realizaron en Estados Unidos el análisis factorial del cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental en una versión de 70 reactivos, tras haberlo aplicado a 488 cuidadores de pacientes psiquiátricos, encontrando siete factores, los cinco de la escala original, más otros dos que nombraron “Autoritarismo II” y “Autoritarismo benevolente”. En este estudio no se presentaron datos sobre la consistencia interna de las subescalas encontradas. En los últimos veinte años, otras investigaciones han retomado y modificado el cuestionario para aplicarlo a diferentes poblaciones como por ejemplo: familiares de pacientes con alguna enfermedad mental (Wong et. al., 2009), población general (Kobau, Diiorio , Chapman y Delvecchio, 2010), farmacéuticos (Phokeo, Sproule y Raman-Wilms, 2004), estudiantes de terapia ocupacional (Penny, Kasar y Sinay, 2000) o estudiantes de trabajo social (Drolen, 1993); siendo utilizado en versiones adaptadas para los objetivos particulares de estos estudios. En relación con los usos que ha tenido el instrumento en su versión para la población de habla hispana, en un estudio del 2004 se aplicó el Cuestionario sobre Opiniones hacia la Enfermedad Mental, a 141 miembros del personal de salud de los centros de primer nivel de atención en España para medir la fiabilidad del mismo y de conocer dichas actitudes y su asociación con variables demográficas y laborales; esta versión fue previamente adaptada al castellano por Ylla et al. en 1979 y los hallazgos de su aplicación se presentan a continuación: la tasa de respuesta fue del 70%, el análisis factorial obtuvo los siguientes 39 cinco factores: 1) asistencia a cursos, 2) conocimientos, 3) tratamiento mayor, 4) tratamiento menor y 5) atención por el centro de salud mental. La consistencia interna de las cinco dimensiones obtenidas fue de 0.95, 0.92, 0.85, 0.83 y 0.65, respectivamente. Sin embargo, entre las limitaciones de este trabajo se puede destacar que dicho estudio no propone una definición conceptual de actitud hacia la enfermedad mental (Arrillaga, Sarasqueta, Ruiz y Sánchez, 2004). Posteriormente, Yllá, González-Pinto, Ballesteros, y Guillén (2007) llevaron a cabo la aplicación de la versión del Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental modificada en 1979 en un trabajo de tesis por los mismos autores a 346 sujetos de la población general de Vizcaya (Bilbao) e identificaron cinco factores con sus respectivos porcentajes de varianza total explicada: 1) Negativismo: 14.0% ; 2) Etiología social/interpersonal: 7.2% , 3) Autoritarismo: 4.8%; 4) Restrictividad: 3.1%, y 5) Prejuicio: 3.0%. En este estudio sólo se documentaron los porcentajes de varianza explicados por cada factor, no se reportaron datos relacionados con la consistencia interna. Siguiendo esta línea, en un estudio previo, se llevó a cabo la adaptación semántica de tres instrumentos de gran tradición en la investigación sobre Estigma hacia la enfermedad mental, incluyendo el Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental OMI (Cohen y Struening, 1962), como parte de una investigación más amplia titulada “Estigma y enfermedad mental. Desarrollo de un programa de intervención para su aplicación en población general y clínica” (Mora-Rios, Medina-Mora y Natera, 2007); esta validación semántica consistió en la traducción del cuestionario del idioma inglés al idioma español realizada por un especialista, la traducción fue revisada por un grupo multidisciplinario de 40 expertos en el campo de la salud mental para corroborar la correspondencia semántica entrelas versiones en idioma inglés y español, y posteriormente compartieron sus observaciones sobre los contenidos de los instrumentos entre un grupo de jueces, como resultado de esta experiencia se obtuvo una versión del cuestionario de 59 reactivos (ver apéndice 1). Sin embargo, esta validación semántica (Mora-Rios, Bautista, Natera y Pedersen, en prensa) no sustituye a la validación psicométrica, que es el objetivo central que se plantea en la presente investigación. Una vez terminada esta breve revisión sobre uno de los instrumentos más utilizados para medir actitudes hacia la enfermedad mental, el Cuestionario sobre Opiniones hacia la Enfermedad Mental, en el siguiente capítulo se presentan los hallazgos de las investigaciones llevadas a cabo entre personal de salud en las que se ha utilizado dicha escala, tal revisión tiene la intención de enfatizar la importancia de continuar realizando estudios en ese sector de la población. 41 Capítulo 3: Revisión de la investigación sobre actitudes hacia la enfermedad mental en personal de salud. El interés por abordar al personal de salud se ha tenido desde hace más de una década y en diferentes países continúan los esfuerzos por dar mayor claridad a las características de las actitudes hacia la enfermedad mental en esta población; las principales limitaciones de estos trabajos tienen que ver con aspectos metodológicos concernientes al tipo de instrumentos utilizados. 3.1 Estudios internacionales. Entre los hallazgos reportados por las diversas investigaciones realizadas alrededor del mundo, podemos mencionar aquellos que han puesto a prueba la posible relación entre las actitudes hacia la enfermedad y diferentes variables sociodemográficas incluyendo a aquellas relacionadas con la formación profesional. No obstante, como se verá a continuación, los hallazgos no han sido consistentes, así que implementar mayor rigor metodológico a las estrategias utilizadas en estas investigaciones podría contribuir a abordar el tema de las actitudes hacia la enfermedad mental con más claridad y precisión. Uno de los trabajos de investigación que da ejemplo de la necesidad de contar con instrumentos de actitudes adecuados, se realizó en 1992 con el objetivo de conocer las actitudes hacia los enfermos mentales en los profesionales de la salud de un hospital general después de haber instalado una unidad de atención psiquiátrica; el estudio consideró a estas actitudes como: predisposiciones relativamente estables, de tipo emocional, ante los 42 enfermos mentales y fueron medidas mediante una versión modificada del Cuestionario de Opiniones hacia la Enfermedad Mental de Cohen y Struening (1962). El estudio concluyó que las actitudes fueron más favorables a partir de la instalación de la unidad psiquiátrica en el hospital general (Núñez del Arco y Gómez, 1992). Sin embargo, la definición conceptual de actitud hacia la enfermedad mental no fue la misma que la propuesta por los autores del cuestionario utilizado y en este trabajo no se menciona la pertinencia de utilizar un instrumento que mida las actitudes en los términos de la definición conceptual propuesta. Más adelante, en el 2001, se realizó una investigación para registrar el efecto de un programa educativo en las actitudes hacia la enfermedad mental de los estudiantes de medicina de dos universidades de Japón. Para tal fin, 95 sujetos recibieron un curso sobre trastornos mentales y 94 formaron parte de un grupo control, a todos ellos se les aplicaron dos cuestionarios, uno sobre actitudes hacia la enfermedad mental y otro sobre aceptación o distanciamiento social de las personas con trastornos psiquiátricos. Los resultados evidenciaron cambios en las actitudes hacia la enfermedad mental después de la aplicación del programa educativo, siendo estas actitudes más favorables entre los estudiantes que recibieron el curso, en comparación con las del grupo control (Mino, Yasuda, Tsuda y Shimodera, 2001). Un año después, se llevó a cabo un estudio en Brasil que tuvo como objetivo conocer las actitudes hacia la enfermedad mental entre un grupo de estudiantes de enfermería, al inicio de su formación; para tal efecto, se aplicó una versión en portugués del cuestionario sobre Opiniones hacia la Enfermedad Mental (Cohen y Struening, 1962) a 68 estudiantes de primer semestre. Lo que se encontró fue que los estudiantes tenían actitudes desfavorables 43 hacia la enfermedad mental, particularmente en las concernientes al autoritarismo y la restricción social, por lo que el estudio propuso que era importante adecuar el contenido teórico de los cursos con información suficiente sobre salud mental, para así disminuir estas actitudes entre el alumnado (Pedrão, De Cássia y Malaguti, 2002). Más adelante, en el 2005, fueron publicados los resultados de un estudio de cohorte realizado en estudiantes de enfermería de Nueva Zelanda, cuyo objetivo fue conocer la asociación entre las actitudes hacia la enfermedad mental y las variables sociodemográficas de los alumnos. El estudio consistió en la aplicación de un cuestionario de Actitudes hacia la Enfermedad Mental en diferentes momentos de la formación de los estudiantes. Uno de los principales hallazgos mostró que los alumnos de primer año tuvieron más actitudes desfavorables hacia la enfermedad mental en comparación con los estudiantes del último año de cursos, lo cual fue atribuido al mayor contacto con pacientes psiquiátricos que se tiene en la última etapa de su formación (Surgenor, Dunn y Horn, 2005). Como se puede apreciar en estos tres ejemplos, la relación entre las variables sobre formación profesional y las actitudes hacia la enfermedad mental se ha documentado en diferentes países, lo cual es relevante dado que estos hallazgos pueden aportar información valiosa para diseñar los contenidos en los planes de estudio de las disciplinas encargadas de la atención a la salud. Sin embargo, una revisión publicada en el 2007 sobre los estudios de actitudes hacia la enfermedad mental llevados a cabo en Europa, Estados Unidos, Latinoamérica y el Caribe, expuso diversas limitaciones encontradas en estos trabajos de investigación, algunas de las 44 cuales fueron las siguientes: diseños de muestreo inadecuados a los objetivos de las investigaciones, dificultad para la generalización de los hallazgos debido a los tamaños de muestra insuficientes, la escasa información sobre las características sociodemográficas de las muestras y la gran variedad de instrumentos utilizados que dificulta la comparación de los hallazgos (Álvarez y Pernía, 2007). Por lo tanto, es pertinente tomar en cuenta que muchos de los hallazgos reportados por estas investigaciones difícilmente serían generalizables o reproducibles. En investigaciones posteriores a la revisión comentada previamente, han persistido los hallazgos que sugieren que a mayor conocimiento sobre enfermedad mental, mayor grado de favorabilidad en las actitudes hacia la misma (Hamaideh y Mudallal 2009; Parkhurst, 2010; Walters et al., 2007), no obstante, también hay trabajos que han documentado actitudes similares entre el personal con conocimientos amplios sobre salud mental y el personal que no los tiene (Ewhrudjakpor, 2009; Foster et al., 2008). Por lo tanto, las inconsistencias entre los estudios continúan y esto podría deberse a las dificultades metodológicas presentadas en ellos, de allí la necesidad de continuar mejorando tales estrategias de modo que permitan la comparación entre los estudios realizados en diferentes países. Entre los datos sociodemográficos relacionados con las actitudes favorables hacia la enfermedad mental, diferentes estudios han encontrado actitudes favorables, así como hacia la búsqueda de ayuda profesional predominantemente en mujeres de zonas urbanas
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