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Nº47 AGOSTO DE 2015P Á G I N A S D E A N I M A C I Ó N A L A L E C T U R A Nº77 F E B R E R O D E 2 0 1 8 Para que triunfe el mal solo hace falta que la buena gente no reaccione. EDMUND BURKE (1729-1797) Para leer: Edmund Burke, Reflexiones sobre la revolución en Francia, Alianza Editorial, Madrid, 2016. FOTO: GETTY IMAGES DR. J . ALFONSO ESPARZA ORTIZ Rector DR. JAIME VÁZQUEZ LOPEZ Secretario General MTRO. JOSÉ CARLOS BERNAL SUÁREZ Director de Comunicación Institucional MTRA. ANA ELSA URÍAS HERNÁNDEZ Subdirectora de Comunicación Institucional LEER EN iCiCLETA Director: Hugo Diego*. Diseño: Armando Hatzacorsian. Administración y distribución: Dirección de Comunicación Institucional. Concepto: El taller de la bicicleta. Dirección: 4 Sur 303, Centro Histórico, Puebla, C.P. 72000. Tel: (01 222) 2295500 ext. 5270 Correo electrónico: leerenbicicleta@msn.com *Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” LEER EN BICICLETA, Año 8, No. 77, febrero de 2018, es una publicación mensual, editada por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, con domicilio en 4 Sur No. 104, Colonia Centro, C.P. 72000, Puebla, Pue, y distribuida a través de la Dirección de Comunicación Institucional, con domicilio en calle 4 sur No. 303, Colonia Centro Histórico, C.P. 72000, Puebla, Pue., Tel. (222) 2295500, Ext. 5270 y 5289, página electrónica: http://www.leerenbicicleta.com, correo electrónico: leerenbicicleta@msn.com Editor responsable: Hugo Diego Blanco, correo electrónico:hugodiego@msn.com, Reserva de derechos al uso exclusivo 04-2014- 021310065900-102, ISSN: (en trámite), ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Con Número de Certificado de Licitud de Título y Contenido: 16594, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por Editorial Lapislázuli S.A. de C.V., Tecamachalco 43-A, La Paz, Puebla, C.P. 72160. Tel.: 248 94 93, correo electrónico: editorial.lapislazuli@gmail.com, este número se terminó de imprimir en febrero de 2018 con un tiraje de 10 mil ejemplares. Ejemplar Gratuito. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. www.leerenbicicleta.com PROHIBIDA SU VENTA U na de las causas de la atmósfera asfixiante en la que vivimos sin escapatoria posible y sin recursos, y de la que todos formamos parte, incluso los más revolucionarios, es aquello que se ha escrito, formulado o pintado, y que ha tomado forma, como si toda expresión no tuviera finalidad, y no hubiera llegado al punto en que las co- sas se agotan para renovarse y recomenzar. Debemos terminar con esa idea de las obras maestras reservadas a una supuesta élite, y que la multitud no comprende, y debemos decir que no hay para el espíritu barrios re- servados como ocurre para las relaciones sexuales clandestinas. Las obras maestras del pasado son buenas para el pasado: no son buenas para nosotros. Nosotros tenemos derecho a decir lo que ya ha sido dicho y lo que no ha sido dicho de una manera que nos pertenece, una manera inmediata, directa, que responda a las maneras de sentir actuales, y que todo el mundo puede comprender. Es idiota reprochar al vulgo, acusándolo de no tener sentido de lo su- blime, cuando lo sublime se confunde con una de sus manifestaciones formales, que por otro lado son manifestaciones muertas. Y si, por ejemplo, en la actualidad el vulgo ya no comprende Edipo Rey, me atrevería a decir que la culpa es de Edipo Rey, y no del vulgo. Edipo Rey trata el tema del incesto, y la idea de que la naturaleza se burla de la moral, y la de que hay cierta parte de fuerzas errantes de la que nos convendría cuidarnos, ya sea que las llamemos destino o de otro modo. Hay, además, la presencia de una epidemia de peste que es una encarnación física de esas fuerzas. Pero todo eso bajo una apariencia y en un lenguaje que han perdido todo contacto con el ritmo epiléptico y grosero de esa época. Sófocles habla con voz potente pero con modales que ya no son de nuestra época. Habla de manera demasiado fina para esta época, en la que podríamos creer que habla en voz baja. Sin embargo, una turba a la que hacen temblar las catástrofes ferroviarias, que conoce los terremotos, la peste, la revolución, la guerra, que es sensible a los desordenados vaivenes del amor, puede comprender todas esas ideas elevadas, y sólo es necesario que tome conciencia de ellas, pero a condición de que se sepa hablarle en su propio lenguaje, y de que la idea de las cosas no le llegue a través de costumbres y palabras anticuadas, que pertenecen a épocas muertas que ya no volverán. Hoy como ayer, el vulgo está ávido de misterios. […] Dejemos a los escribientes la crítica de los textos, a los estetas la crítica de las formas, y re- conozcamos que lo que se ha dicho ya no se dice más, y que una expresión no vale dos veces, no vive dos veces, que toda palabra pronunciada está muerta y que sólo obra en el momento en que se la pronuncia, que una forma ya empleada no sirve más y que sólo invita a encontrar otra, y que el teatro es el único lugar del mundo en el que un gesto hecho no se hace dos veces. Si el vulgo no acude a las obras maestras literarias es porque esas obras maestras son lite- rarias, es decir, fijas, y fijadas a formas que ya no responden a las necesidades de los tiempos. Lejos de acusar al vulgo y al público, debemos acusar a la valla formal que interponemos entre nosotros y el vulgo, y a esa forma nueva de idolatría, esa idolatría de las obras maestras estáticas que es uno de los aspectos del conformismo burgués. ANTONIN ARTAUD (1896-1948) Tomado del libro de Antonin Artaud, El teatro y su doble, Grupo editorial Tomo, México, 2012. CONTRA LAS OBRAS MA ES TRA S Dadme salud y un día, y haré que el fasto de los emperadores re- sulte ridículo. El alba es mi Asiria. * Finalmente, nada es sagrado, excepto la integridad de tus ideas. * Resulta fácil vivir en el mundo siguiendo las opciones de los de- más. Resulta fácil vivir en soledad siguiendo tus propias opinio- nes; pero el hombre verdaderamente grande es aquel que en me- dio de la multitud mantiene con absoluta gallardía la independencia de la soledad. * Insiste en ti mismo; jamás imites. * En general, el mal al que no sucumbimos es un benefactor. * Ama y deberás ser amado. Todo amor es matemáticamente justo, tanto como las dos partes de una ecuación algebraica. * Rechazamos el cariño y la intimidad con la gente, como si espe- rásemos un cariño y una intimidad mejores que están por llegar. Pero ¿de dónde y cuándo? Mañana será como hoy. Malgastamos la vida mientras nos preparamos para vivir. * Lo único que buscamos con insaciable avidez es olvidarnos de nosotros mismos, descubrirnos privados de nuestras posesiones, borrar nuestra sempiterna memoria y hacer algo sin saber ni có- mo ni por qué; en resumen, trazar un nuevo círculo. Sin entu- siasmo jamás se ha logrado nada extraordinario. El camino de la vida es hermoso y lo es gracias al abandono. * No temas al ridículo ni a la derrota. ¡Levántate otra vez, viejo co- razón! * Antes de adquirir un gran poder, debemos adquirir la sabiduría para saber utilizarlo. * El hombre que renuncia a sí mismo, llega a sí mismo. Solo es rico aquel que es dueño de su tiempo. * Clausura cada día antes de iniciar el siguiente, e interpón un só- lido muro de reposo entre ambos. Es algo que no puede lograrse sin temperancia. * Una de las ventajas fundamentales de la vejez es la absoluta in- significancia de obtener un éxito más o menos. * Perdemos algo por cada cosa que ganamos. * Cualquiera que sea el camino que elijas, siempre hay alguien que dice que te equivocas. Siempre surgen dificultades que te tientan a pensarque tus detractores tienen razón. Trazar un ma- pa de acción y seguirlo hasta el final requiere mucho coraje. * El talento solo no basta para hacer un escritor. Detrás del libro debe haber un hombre. * La cortesía ha sido definida, algo cínicamente, como un artificio de las personas inteligentes para mantener a cierta distancia a los necios. * La sociedad es en todos los sitios una conspiración contra la per- sonalidad de cada uno de sus miembros. * Los hombres grandes son aquellos que sienten que lo espiritual es más poderoso que cualquier fuerza material, y que son las ideas las que rigen el mundo. * Todo libro que ha sido echado a la hoguera ilumina al mundo. * Una injusticia hecha en perjuicio de uno solo es una advertida amenaza contra todos. * Al que juró hasta que ya nadie confió en él, mintió tanto que ya nadie le cree, y pide prestado sin que nadie le dé, le conviene ir- se a donde nadie lo conozca. PENSAMIENTOS RALPH WALDO EMERSON (|803-1882) Para leer: Ralph Waldo Emerson. Ensayos, Editorial Cátedra, Madrid, 2014. N athanaël, ahora, tira mi libro. Emancípate de él. Abandóname. Aban- dóname; ahora me importunas; me retienes, el amor por ti, al que he dado un exagerado valor, me distrae demasiado. Estoy cansado de fin- gir que estoy educando a alguien. ¿Cuándo he dicho yo que deseaba que fueras semejante a mí? Precisamente te amo porque difieres de mí. Solo amo en ti lo que difiere de mí. ¡Educar!, ¿a quién podría yo educar si no es a mí mismo? Nathanaël, te lo voy a decir: me he educado interminable- mente y sigo haciéndolo. Solo me estimo por lo que podría hacer. Nathanaël, tira mi libro; no te sientas satisfecho con él. No pienses que tu verdad puede encon- trarla otro; avergüénzate de eso más que de cualquier otra cosa. Si yo buscara tus alimentos no tendrías hambre para comerlos; si yo te preparara tu lecho no ten- drías sueño para dormir en él. Tira mi libro; repítete a ti mismo que lo que en él se dice es solo una de las mil posibles posturas ante la vida. Busca la tuya. Lo que otro hubiera hecho tan bien como tú, no lo hagas. Lo que otro hubiera dicho tan bien como tú, no lo digas; o lo que hubiera escrito tan bien como tú, no lo escri- bas. No te apegues sino a lo que tú sientas que no existe en ningún otro lugar más que en ti mismo, y crea de ti, con paciencia o con impaciencia, ¡ah!, el más in- sustituible de los seres. ~ Ningún evolucionista podría suponer que existiera alguna relación entre la oruga y la mariposa si no se supiera que son precisamente el mismo ser. La filiación parece imposible y hay identidad. Creo que, si yo hubiera sido naturalista, habría dirigido todas las fuerzas y todas las interrogaciones de mi espíritu hacia ese enigma. “Conócete a ti mismo.” Máxima tan perniciosa como fea. El que se observa detiene su desarrollo. La oruga que tratara de “conocerse bien”, nunca se con- vertiría en mariposa. Siento claramente a través de mi diversidad una constancia; lo que siento diver- so es siempre yo. Pero precisamente porque sé y siento que esa constancia existe, ¿por qué tratar de obtenerla? ~ —Lo que yo quisiera —decía Luciano— es contar la historia, no de un personaje, sino de un sitio —mira, por ejemplo, de una de esas avenidas, contar lo que sucede en ella— desde por la mañana hasta la noche. Llegan primero niñeras, nodrizas llenas de lazos... No, no... primero gentes muy grises, sin sexo ni edad, a barrer la avenida, a regar el césped, a cambiar las flores, a fin de preparar el escenario y la decoración antes de abrirse las puertas, ¿comprendes? Entonces es cuando llegan las nodrizas. Unos rapazuelos juegan con la arena y riñen entre ellos; las niñeras les pegan. Des- pués, es la salida de los colegios, y más tarde de las obreras. Hay pobres que vienen a comer, en un banco. Luego gentes que se buscan; otras que se huyen; otras que se aíslan, soñadoras. Y después la multitud, en el momento de la música y de la salida de los almacenes. Estudiantes, como ahora. Al atardecer, amantes que se besan y otros que se separan, llorando. Y finalmente, al anochecer, una pareja de viejos... Y de pronto, un redoble de tambor: cierran. Todo el mundo sale. Se acabó la comedia. ¿Comprendes? Algo que diese la impresión del final de todo, de la muerte... pero sin hablar de la muerte, naturalmente. ANDRÉ GIDE (1869-1951) Para leer: André Gide, La pasión moral (Ensayos escogidos), UNAM, México, 2008. FOTO: OPERA AUSTRALIA (www.opera.org.au) MICHEL H. KATER (1937- ) Tomado del libro de Michel H. Kater, Las Juventudes Hitlerianas, Editorial Kailas, Madrid,2016. I rma Grese se crio en un pueblecito de Wrechen, en Mecklenburg, no lejos de Berlín, durante la década de 1920 y comienzos de la de 1930. Hija de un agri- cultor, Irma se unió a las Juventudes Hitlerianas cuando todavía era una preadolescente. Esta mucha- cha rubia, que había perdido a su madre de peque- ña, era hermosa pero nada delicada. Era «una jovencita asustada», como admitiría después, predestinada a sufrir el acoso de sus compañeros de clase. Quería destacar, pero su rendimiento escolar dejaba bastante que desear. Sin embargo, el servicio en las jóvenes patrullas de las HJ le agradaba, a pesar de que su padre lo desaprobara. Pronto se convirtió en uno de los miembros más fanáticos de la organización femenina de las HJ, la BDM. En 1942, con solo dieciocho años y des- pués de trabajar como asistente de enfermería y ayudante en una lechería, la convencie- ron para entrar de voluntaria en la base de entrenamiento de Asistentes Femeninas de las SS situado en el campo de concentración para mujeres de Ravensbrück. En el campo se sometía a estas asistentes o SS-helferinnen a duras tareas. Aprendían la disciplina nazi ob- servando y practicando la crueldad con los prisioneros y manteniendo relaciones sexua- les promiscuas con los guardias varones de las SS. Esta disciplina tenía por objeto eliminar cualquier vestigio de moralidad convencional en las muchachas. Una vez completada la instrucción en las SS, Irma fue transferida a Auschwitz en marzo de 1943. Allí se hizo cé- lebre bajo el apodo de la Bella Bestia. «Era una de las mujeres más hermosas que había visto jamás —recuerda la exreclusa Gisella Perl—. Su cuerpo era perfecto en todas sus lí- neas, su rostro despejado y angelical y sus ojos azules, los más alegres y más inocentes que uno pueda imaginar». Consciente de su despampanante aspecto hasta el punto de que se obsesionó con la idea de convertirse en estrella de cine después de la guerra, Gre- se, siempre ataviada con un estrecho uniforme, con el pelo dorado perfectamente peina- do y una fusta en la mano, era temida debido al sadismo con el que trataba a las presas. Un fiscal la acusaría después de golpear «a las mujeres hasta que se desplomaban en el suelo» y de patearlas a continuación «con sus pesadas botas tan fuerte como podía». Gre- se se ganó la reputación de ser una ninfómana que obligaba a presas y presos a mantener relaciones sexuales y que además contó con amantes nazis, entre ellos, el médico del campo Josef Mengele y el comandante Josef Kramer. En Auschwitz, era la vigilante feme- nina más joven y también la más cruel, y tenía a su cargo 30,000 presas. Debido a la re- lación que mantenía con un guardia de las SS trasladado al campo de Bergen-Belsen en la primavera de 1945, más o menos por la época en la que Ana Frank moría allí de tifus, Grese fue trasladada también. Allí fue donde la encontraron los soldados británicos tras liberar el horripilante campo de concentración. El Tribunal Militar Británico sentaría a Grese junto a otras SS-helferinnen en el banquillo de los acusados durante el Juicio de Bergen-Belsen, celebrado en Lüneburg. El proceso contra Grese tuvo un gran eco en la prensa alemana, y los antiguos súbditos de Hitler no podían creer que una mujer tan bo- nita fuese capaz de hacer ningún mal. Grese fue condenada por crímenes de guerra y colgada en la prisión de Hamelinel 13 de diciembre de 1945. La noche antes de la eje- cución, Grese y otras dos mujeres de las SS también condenadas permanecieron despier- tas, riéndose y cantando sin cesar himnos nazis. Su rostro no mostraría señal alguna de arrepentimiento cuando le dijo al verdugo: «Venga, acaba de una vez», mientras este le colocaba la soga al cuello. En el momento de su muerte, Irma Grese tenía veintiún años. No todas las muchachas entrenadas en la BDM seguirían ni mucho menos los pasos de Grese. Aun así, su caso llama a plantearse dos cuestiones muy importantes, en primer lu- gar, qué hacían las muchachas después de graduarse en las Juventudes Hitlerianas, y, en segundo lugar, hasta qué punto participaron activamente en dar forma al Reich nazi. LA BELLA BESTIA FOTO: www.visualawareness.info R ecuerdo dos casos de suicidio frustrado que guardan entre sí mucha simi- litud. Ambos prisioneros habían comentado sus intenciones de suicidarse basando su decisión en el argumento típico de que ya no esperaban nada de la vida. En ambos casos se trataba por lo tanto de hacerles comprender que la vida todavía esperaba algo de ellos. A uno le quedaba un hijo al que él adoraba y que estaba esperándole en el extranjero. En el otro caso no era una persona la que le esperaba, sino una cosa, ¡su obra! Era un científico que había iniciado la publicación de una colección de libros que debía concluir. Nadie más que él podía realizar su trabajo, lo mismo que nadie más podría nunca reem- plazar al padre en el afecto del hijo. La unicidad y la resolución que diferencian a cada individuo y confieren un sig- nificado a su existencia tienen su incidencia en la actividad creativa, al igual que la tienen en el amor. Cuando se acepta la imposibilidad de reemplazar a una per- sona, se da paso para que se manifieste en toda su magnitud la responsabilidad que el hombre asume ante su existencia. El hombre que se hace consciente de su res- ponsabilidad ante el ser humano que le espera con todo su afecto o ante una obra inconclusa no podrá nunca tirar su vida por la borda. Conoce el “porqué” de su existencia y podrá soportar casi cualquier “cómo”. De todo lo expuesto debemos sacar la consecuencia de que hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la “raza” de los hombres decentes y la raza de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales. Ningún grupo se compone de hombres decentes o de hombres indecentes, así sin más ni más. En este sentido ningún grupo es de “pura raza” y, por ello, a veces se podía encontrar, entre los guardias, a alguna persona decente. La vida en un campo de concentración abría de par en par el alma humana y sacaba a la luz sus abismos. ¿Puede sorprender que en estas profundidades encontremos, una vez más, únicamente cualidades huma- nas que, en su naturaleza más íntima, eran una mezcla del bien y del mal? La es- cisión que separa el bien del mal, que atraviesa imaginariamente a todo ser huma- no, alcanza a las profundidades más hondas y se hizo manifiesta en el fondo del abismo que se abrió en los campos de concentración. Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración. * La felicidad es como una mariposa. Cuanto más la persigues, más huye. Pero si vuel- ves la atención hacia otras cosas, ella viene y suavemente se posa en tu hombro. La felicidad no es una posada en el camino, sino una forma de caminar por la vida. * Todo puede serle arrebatado a un hombre, menos la última de las libertades humanas: el elegir su actitud en una serie dada de circunstancias, de elegir su propio camino. ¿No podemos cambiar la situación? Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento. V IKTOR FRANKL (1905-1997) Para leer: Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido, Editorial Herder, Madrid,2015. SIGNIFICADOS A un en las mejores condiciones posibles, la vida en el mar (al menos hasta el siglo XIX) se antojaba al hom- bre de tierra, no sin razón, como una prueba espanto- sa. Aunque también él perteneció a una gran nación marítima, Samuel Johnson resumió perfectamente este sentimiento: «Ningún hombre se hará nunca marinero si encuentra alguna manera de que lo envíen a prisión. Pues la vida a bordo de un barco es ni más ni menos la de una cárcel, con el riesgo añadido de morir ahogado». Y era, efectivamente, una vida de una inimaginable brutalidad; el catálogo de sus ho- rrores es interminable: la desagradable fetidez (a bordo del Bata- via no había, para más de trescientas personas, más que cuatro letrinas, dos de ellas a cielo abierto y directamente barridas por el rocío del mar; solo la élite de la gran cabina tenía derecho además a un servicio de orinales), la promiscuidad, la falta de ai- re y de espacio, la perpetua humedad, el calor, el frío, las ratas, los parásitos, la mugre (para economizar el agua dulce, los ma- rineros se veían obligados a veces a lavar su ropa blanca con su propia orina), los víveres estropeados, enmohecidos o rebosan- tes de gusanos, el agua estancada, la grosería de los compañeros de a bordo, la ferocidad sádica de la disciplina, la amenaza per- petua y aterradora del escorbuto, que hinchaba y pudría las car- nes de sus víctimas, transformando estas en cadáveres ambulan- tes antes incluso de rematarlas (a bordo de los navíos que hacían la ruta de Insulindia el escorbuto se llevaba una media de veinte a treinta hombres por viaje). […] Sin embargo, no a todos estos naufragios se los tragó el olvido. De hecho, justo el primero, el del Batavia que se hundió en 1629 contra un arrecife de los Houtman Abrolhos, un grupo de islotes coralinos, a unos ochenta kilómetros mar adentro del continente australiano, ha quedado también como el más célebre y el mejor documentado de todos. Los cerca de trescientos supervivientes del naufragio, refugiados en cuatro islotes, cayeron bajo la férula de uno de ellos, un psicópata que los sometió a un régimen de te- rror; este personaje, secundado por algunos acólitos a los que ha- bía conseguido seducir y adoctrinar, se dedicó a masacrar a los otros náufragos de manera progresiva y metódica, sin perdonar la vida ni a las mujeres ni a los niños. Tres meses más tarde, cuando había ya liquidado a más de dos tercios de estos infelices, vio in- terrumpida su extravagante carnicería por la llegada inopinada de un navío mandado de Java con auxilios. El instigador y sus prin- cipales cómplices fueron ejecutados in situ, tras haber sido debi- damente interrogados, torturados y condenados siguiendo las for- mas y los procedimientos prescritos por la ley holandesa. Las actas del proceso —minutas de los interrogatorios, deposiciones de los testigos— fueron cuidadosamente conservadas. A estos do- cumentos vinieron también a sumarse unos informes interiores de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, así como las memorias redactadas inmediatamente después de estos sucesos por dos de los principales supervivientes. Un libro que reunía lo esencial de estas informaciones apareció menos de diez años después, convirtiéndose enseguida en un best-seller reeditado va- rias veces y pirateado (fue incluso objeto de una fragmentaria adaptación francesa). Puede decirse sin exageración que, en su tiempo, la tragedia del Batavia impresionó al público más aún si cabe de lo que pudo hacerlo el naufragio del Titanic en el siglo XX; la comparación viene, por otra parte, a la mente de forma na- tural, pues se trata en uno y otro caso de un navío que, habiendo encarnado el orgullo y el poderío de su época, se hundió justo en su primer viaje. […] Sin la presencia de un criminal superiormente dotado,es evi- dente que las aberrantes atrocidades que siguieron al naufragio del Batavia no se habrían producido jamás. Este factor fue deci- sivo, pero era también imprevisible. Además, hay que señalar la existencia de otro factor, este institucional y permanente, que contribuyó en gran medida al desastre: se trata de la manera en que se ejercía el mando en los buques mercantes de la Compa- ñía Holandesa de las Indias Orientales. […] Navío enorme para su época, el Batavia, con sus cincuenta me- tros de eslora, era en realidad apenas dos veces más largo que un gran balandro actual; pero debía transportar durante ocho meses — con la única interrupción de una breve escala— a cerca de tres- FOTO: www.writingrighter.wordpress.com cientas personas hacinadas en una inimaginable promiscuidad. Es- ta población bulliciosa estaba tradicionalmente dividida en dos grupos muy desiguales: los ocupantes del castillo de popa y la in- fantería del castillo de proa; por una parte, la gran cabina que com- partían el estado mayor y los pasajeros distinguidos —un puñado de individuos— y, por la otra, los entrepuentes que llenaba la tur- bamulta formada por los gavieros, los artilleros y los soldados. La aristocracia de la popa, amén del sobrecargo, el patrón y el timonel, contaba también con un sobrecargo ayudante (onderko- opman), Jeronimus Cornelisz, un individuo de unos treinta años que justo acababa de ser contratado por la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Cornelisz era un hombre instruido; había sido boticario, pero diversos contratiempos le habían llevado al borde de la quiebra. No obstante, cuando se embarcó para Insu- lindia, no era de sus acreedores de los que huía, sino de la perse- cución de la justicia: había estado relacionado con un inquietan- te personaje, el pintor Torrentius (1589-1644), quien acababa de ser detenido, torturado y condenado por crímenes de inmorali- dad, de satanismo y de herejía; y las autoridades estaban tras la pista de todos sus posibles cómplices. En cuanto a los pasajeros, había un eclesiástico, un predikant [predicador] calvinista, Gijs- bert Bastiaensz, un buen hombre, piadoso y corto de entendede- ras, que viajaba con toda su familia —su mujer, siete hijos y una sirvienta—, rumbo para las colonias en la esperanza de encontrar allí finalmente una parroquia que pudiera nutrir a su excesiva- mente numerosa prole. Y, por último, había una joven de veinti- siete años, perteneciente a la buena sociedad de Ámsterdam, Lu- cretia van der Mijlen. Esta había tomado, según parece, la decisión repentina de ir a reunirse con su marido, que estaba em- pleado en los establecimientos asiáticos. No era algo habitual que las burguesas holandesas compartieran la vida de sus esposos en los insalubres lugares de residencia de Insulindia, pero Lucre- tia era huérfana y sus tres hijos acababan de morir a temprana edad, uno tras otro. Le pesaba la soledad. Su belleza, reconocida por varios testigos, iba a ejercer, muy a su pesar, un efecto explo- sivo sobre los hombres que la rodeaban en el espacio confinado de la gran cabina. Iba acompañada de una joven sirvienta, Zwa- antie, imprudentemente contratada a última hora: era una zorra insolente que había de dar mucha guerra a su señora. […] Una noche, en el puente desierto, ocho hombres enmascara- dos, elegidos entre los conspiradores, atacaron a Lucretia. La in- movilizaron boca arriba sobre la tablazón, y, arremangándole falda y enaguas, la embadurnaron de forma obscena con alqui- trán y excrementos. La agresión fue ejecutada en un abrir y ce- rrar de ojos; los atacantes desaparecieron al punto en la noche. El ruido de esta fechoría se propagó enseguida por todo el navío. Pelsaert, que apenas estaba restablecido, no pudo aguantarse la rabia y realizó una rigurosa investigación. Para gran desencanto de los conjurados, no obstante, no adoptó unas represalias dis- ciplinarias inmediatas y la rutina de a bordo no se vio afectada por el incidente. Pero parece que Lucretia había reconocido a uno de sus agresores, un íntimo del patrón. Esta información de la que ella debió de hacer partícipe al comendador dio que pen- sar a este último: si Jacobsz estaba detrás de aquel acto abomi- nable, todo el asunto tomaba de golpe un cariz más inquietante todavía. Lo más prudente sería, pues, no precipitar nada, siem- pre habría tiempo, una vez que se llegara a Java, de ir al fondo de las cosas en unas condiciones de mayor seguridad. […] Cuando resultó evidente que el Batavia estaba definitivamen- te perdido [por el naufragio], reinó el caos a bordo, mercenarios y gavieros se hicieron con las reservas de alcohol y de vino, y se entregaron a una orgía salvaje. S IMON LEYS (1935-2014) Tomado del libro de Simon Leys, Los náufragos del Batavia (Anatomía de una masacre), Editorial El Acantilado, Barcelona, 2014. R espondióle el rubio Menelao: —Sí, mujer, con gran exactitud lo has contado. Co- nocí el modo de pensar y de sentir de muchos héroes, pues llevo recorrida gran parte de la tierra; pero mis ojos jamás pudieron dar con un hombre que tuviera el corazón de Odiseo, de ánimo paciente. ¡Qué no hizo y sufrió aquel fuerte varón en el caballo de pulimentada madera, cuyo interior ocupábamos los mejores ar- givos para llevar a los troyanos la carnicería y la muerte! Viniste tú en persona — pues debió de moverte algún numen que anhelaba dar gloria a los troyanos— y te seguía Deífobo seme- jante a los dioses. Tres veces anduviste alrededor de la hueca emboscada tomándola y llamando por su nombre a los más valientes dánaos; y, al hacerlo, remedabas la voz de las esposas de cada uno de los ar- givos. Yo y el Tidida, que con el divinal Odiseo estábamos en el centro, te oímos cuando nos llamaste y queríamos salir o responder desde dentro, mas Odiseo lo impidió y nos contuvo a pesar de nuestro deseo. Entonces todos los demás hijos de los aqueos permanecieron en silencio y sólo Anticlo deseaba respon- derte con palabras, pero Odiseo le tapó la boca con sus robustas manos y salvó a todos los aqueos con sujetarle continuamente hasta que te apartó de allí Palas Atenea. Respondióle el prudente Telémaco: —¡Atrida Menelao, alumno de Zeus, príncipe de hombres! Más doloroso es que sea así, pues ninguna de estas cosas le libró de una muerte deplorable, ni la evitara, aun- que tuviese un corazón de hierro. Mas, mándanos a la cama para que, acostándonos, nos regalemos con el dulce sueño. Así dijo. La argiva Helena mandó a las esclavas que pusieran lechos debajo del pórtico, los proveyesen de hermosos cobertores de púrpura, extendiesen por encima colchas, y dejasen en ellos afelpadas túnicas para abrigarse. Las doncellas salieron del palacio con hachas encendidas y aderezaron las camas, y un heraldo acompañó a los huéspedes. Así se acostaron en el vestíbulo de la casa el héroe Telémaco y el ilustre hijo de Néstor; mientras que el Atrida durmió en el interior de la excelsa morada y junto a él He- lena la de largo peplo, la divina sobre todas las mujeres. Mas, al punto que apareció la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, Menelao, valiente en el combate, se levantó de la cama, púsose sus vestidos, colgose al hombro la aguda espada, calzó sus blancos pies con hermosas sandalias y parecido a un dios, salió de la habitación, fue a sentarse junto a Telémaco, llamóle y así le dijo: ¡Héroe Telémaco! ¿Qué necesidad te ha obligado a venir aquí, a la divina Lacedemonia, por el ancho dorso del mar? ¿Es algún asunto del pueblo o propio tuyo? Dímelo francamente. Respondióle el prudente Telémaco: —¡Atrida Menelao, alumno de Zeus, príncipe de hombres! he venido por si me pudieras dar alguna nueva de mi padre. Consúmese todo lo de mi casa y se pierden las ricas heredades: el palacio está lleno de hombres ma- lévolos que, pretendiendo a mi madre y portándose con gran insolencia, matan continuamente las ovejas de mis copiosos rebaños y los flexípedes bueyes de retorcidos cuernos. Portal razón vengo a abrazar tus rodillas, por si quisieras contarme la triste muerte de aquél, ora la hayas visto con tus ojos, ora la hayas oído referir a algún peregrino, que muy sin ventura lo parió su madre. Y nada atenúes por respeto o compasión que me tengas; al contrario, entérame bien de lo que hayas visto. Yo te lo ruego: si mi padre, el noble Odiseo, te cumplió algún día su palabra o llevó a cabo alguna acción que te hubiese prometido, allá en el pueblo de los troyanos donde tantos males padecisteis los aqueos, acuérdate de la misma y dime la verdad de lo que te pregunto. HOMERO (c. Siglo VIII a. C.) Tomado del libro de Homero, La Odisea, Editorial Cátedra, Madrid, 2010. H É R O E S S oy negro, pero soy rey. Tal vez un día haré grabar en el tímpano de mi palacio esta paráfrasis del cántico de la Sulamita Nigra sum, sed formosa. Porque, ¿acaso hay mayor belleza para un hombre que la corona re- al? En mí ésta era una certidumbre tan firme que ni si- quiera pensaba en ella. Hasta el día en que lo rubio irrumpió en mi vida. Todo empezó en la última luna de invierno con una adverten- cia bastante confusa de mi principal astrólogo, Barka Mai. Es un hombre honrado y escrupuloso, cuya ciencia me inspira con- fianza en la medida en que él mismo desconfía de ella. Yo estaba meditando en la terraza del palacio ante el cielo nocturno tachonado de estrellas, sintiendo las primeras ráfagas tibias del año. Después de un viento de arena que había durado ocho largos días, la calma, y yo hinchaba mis pulmones con la sensación de respirar el desierto. Un leve ruido me advirtió que había un hombre a mis espal- das. Le reconocí por la manera discreta de acercarse: sólo podía ser Barka Mai. —La paz sea contigo, Barka. ¿Qué quieres decirme? —le pre- gunté. —No sé casi nada, señor —me respondió con su habitual prudencia—, pero esta nada no te la puedo ocultar. Un viajero que viene de las fuentes del Nilo nos anuncia un cometa. —¿Un cometa? A ver, explícame qué es un cometa y qué sig- nifica su aparición. —Me será más fácil responder a tu primera pregunta que a la segunda. Debemos la palabra a los griegos: αστηρ χμητηζ, lo cual quiere decir astro cabelludo. Es una estrella errante que aparece y desaparece de forma imprevisible en el cielo, y que se compone esencialmente de una cabeza que arrastra la masa flo- tante de una cabellera. —En resumen, una cabeza cortada que vuela por los aires. Continúa. —Por desgracia, señor, la aparición de los cometas raras ve- ces es signo de buen augurio, aunque las desdichas que anuncia casi siempre traen consigo promesas de consuelo. Cuando pre- cede a la muerte de un rey, por ejemplo, ¿cómo saber si no ce- lebra ya el advenimiento de su joven sucesor? Y las vacas flacas, ¿acaso no preparan años de vacas gordas? Le rogué que fuera derechamente al asunto, sin más rodeos. —En resumidas cuentas, este cometa que tu viajero nos pro- mete, ¿qué tiene de notable? —En primer lugar, viene del sur y se dirige hacia el norte, pe- ro con paradas, saltos caprichosos, cambios de dirección, de tal manera que no tiene la menor seguridad de que pase por nuestro cielo. ¡Sería un gran alivio para tu pueblo! —En las estrellas errantes se suelen ver formas extraordinarias, espada, corona, puño cerrado del que brota sangre, cosas así. —No, ésta no tiene nada de extraordinario. Como te decía, una cabeza con una ola de cabellos. De todos modos, acerca de esos cabellos me han dicho algo muy extraño. —¿Qué es? —Pues, bien, según me dicen son de oro. Sí, un cometa con melena dorada. —¡No me parece algo muy amenazador! —Sin duda, sin duda, pero créeme, señor —repitió bajando la voz—, tu pueblo se sentiría muy aliviado si se desviara de Meroe. Yo ya había olvidado esta conversación cuando, dos semanas después, recorría con mi séquito el mercado de Baaluk, que tie- ne fama por la variedad y el origen lejano de lo que allí se ven- de. Siempre he sentido curiosidad por las cosas extrañas y los se- res raros que la naturaleza se ha complacido en inventar. Siguiendo mis órdenes, han instalado en mis parques una es- pecie de reserva zoológica en la que hay muestras muy notables de la fauna africana. Allí tengo gorilas, cebras, oryx, ibis sagra- dos, serpientes pitón de Seba, cercopitecos que ríen. He prescindido, por ser demasiado comunes y de un simbo- lismo vulgar, de los leones y de las águilas, pero espero que me traigan un unicornio, un ave fénix y un dragón, que unos viaje- ros de paso me han prometido, y a los que he pagado por ade- lantado, para mayor seguridad. GASPAR MICHEL TOURNIER (1924-2016) Tomado del libro de Michel Tournier, Gaspar, Melchor y Baltasar, Edhasa, Barcelona,1996. FOTO: J. LINDER / ESO Y no mucho después de esto firmó su testamento, con los sellos de todos los magistrados principales. Luego de lo cual, antes de que pudiese seguir adelante, se lo impidió y obsta- culizó Agripinila, a quien todos los que eran cómplices suyos y la aconsejaban, si bien eran delatores, la acusaron, además de éste, de muchos otros crímenes. Y en verdad, todos aceptan que fue muerto por el veneno, pero en cuanto a quién se lo administró, y qué ve- neno fue, hay algunas discrepancias. Algunos escriben que mientras participaba en una fiesta del castillo del Capitolio, con los sacerdotes, le fue administrado por Haloto, su eunuco proba- dor de comidas; otros afirman que, en una comida, en su propio hogar, y por la propia Agripinila, quien le ofreció un hongo envenenado, sabiendo que esos manjares le gustaban muchísimo. En cuan- to a los accidentes que siguieron después de eso, los informes varían. Algunos dicen que inmediata- mente después de recibir el veneno quedó sin habla, y continuó toda la noche en dolorosos tormen- tos, hasta morir un poco antes del día. Otros afirman que al principio cayó dormido, y luego, mientras la carne del hongo fluía y flotaba de un lado al otro dentro de su cuerpo, lo vomitó todo. Pero en cuan- to a si el veneno que se le administró después fue incluido en un potaje espeso (haciendo ver que tenía necesidad de volver a alimentarse, ya que había quedado con el estómago vacío), o si se le ad- ministró por medio de un enema, fingiendo que se lo creía recargado de alimentos y repleto, a fin de que pudiese ser aliviado por ese tipo de digestión y purificación, ello es incierto. Su muerte fue man- tenida en secreto durante un tiempo, hasta que quedaron arregladas todas las cosas en lo referente a su sucesor. Y luego se hicieron votos en su favor, y también se llevaron actores cómicos al lugar, como si todavía estuviera enfermo, en apariencia para solazarlo y deleitarlo, como si tuviese una enorme ansia de tales diversiones. Murió tres días antes de los Idus de octubre, cuando Asinio Marcelo y Acilio Aviola eran cónsules, en el año 64 de su edad, y en el decimocuarto de su imperio. Su funeral se llevó a cabo con solemne pompa y una procesión de magistrados, y fue canonizado santo en el cielo, honor que, eliminado y abolido por Nerón, recobró después gracias a Vespasiano. Hubo signos especiales que presagiaron y pronosticaron su muerte; a saber, la aparición de una estrella velluda que llaman cometa; también que el monumento de su padre Druso fue herido por el rayo, y el hecho de que en el mismo año habían muerto la mayor parte de magistrados de todo tipo. Pero él mismo no parece haber ignorado que su fin se aproximaba, ni haber tratado de eludir- lo, lo que puede entenderse por una buena cantidad de elementos y demostraciones. Porque en la ordenación de sus cónsules no designó a ninguno de ellos para más de un mes, plazo en el cual murió, y además en el Senado, la última vez que presidió la sesión, después de una larga y sincera exhortación a la concordia entre sus hijos, recomendó humildemente su juventud a los miembros de la honorable casa; y en su última sesión judicial en el tribunal pronunció una o dos veces, abier- tamente, que había llegado ya al fin de sumortalidad, a pesar de que los que lo escucharon se la- mentaron de oír semejantes palabras, y rezaron a los dioses para que no resultaran ciertas. SUETONIO (c.70-c. 126) Tomado del libro de Suetonio, Vidas de los doce Césares, Editorial Cátedra, Madrid, 2008. EL E M PE RA D O R FOTO: www.coinarchives.com E n medio de esta vasta acumulación de ansiedades, Claudio fue atacado de enfermedad, y para la recuperación de su salud recurrió al aire suave y a las aguas saludables de Si- nuessa. Fue entonces cuando Agripinila, decidida desde hacía mucho tiempo a la acción impía, y aprovechando ávidamente la ocasión, ayudada como estaba por perversos agen- tes, deliberó en cuanto a la naturaleza del veneno que utilizaría, respecto de «si debía ser repentino e instantáneo en su funcionamiento», y si en ese caso la desesperada medida no surgiría a la luz; y si elegía materiales lentos y corrosivos en su operación, si Claudio, cuando se aproximara su fin, y habiendo descubierto quizá la traición, no reanudaría su afecto para con su hijo. Entonces se decidió por algo de una naturaleza muy sutil, «que le desordenase el cerebro y exigiera tiempo para matar». Se eligió a una experimentada artista en tales preparaciones, lla- mada Locusta, últimamente condenada por envenenamiento, y reservada desde hacía mucho tiempo como uno de los instrumentos de la ambición. Gracias a la destreza de esa mujer, se pre- paró el veneno; para administrarlo se designó a Haloto, uno de los eunucos, cuyo oficio consistía en servir las comidas del emperador y probar las viandas. En rigor, todos los aspectos de esa transacción se conocieron después tan en detalle, que los escritores de estos tiempos están en condiciones de relatar «cómo el veneno fue vertido en una fuente de hongos, que le gustaban sobremanera; pero no se percibió de inmediato su efecto, ya fuera porque sus sentidos quedaron anulados, o por efecto del vino que acababa de beber». Al mismo tiempo cierto relajamiento de los intestinos pareció hacerle algún bien. Entonces Agripinila se sintió desconsolada, pero como su vida estaba en peligro, pensó muy poco en lo odioso del procedimiento y pidió ayuda a Jenofonte, el médico a quien ya había implicado en sus culpables propósitos. Se cree que entonces él, como si tratara de ayudar a Claudio en sus esfuerzos por vo- mitar, le introdujo en la garganta una pluma untada de mortal veneno, sin ignorar que en los actos desesperados de villanía la tentativa sin el hecho es peligrosa, en tanto que para asegurar la re- compensa deben ser llevados a cabo en el acto. Entretanto se reunió el Senado, y los cónsules y pontífices ofrecieron votos para la recuperación del emperador, mientras éste, ya muerto, fue cubierto con ropas y aplicaciones cálidas, para ocul- tar la muerte hasta que las cosas estuviesen dispuestas de modo que Nerón recibiera el imperio. Primero actuó Agripinila, quien fingiendo sentirse abrumada por la pena, y buscando ansioso con- suelo, tomó a Británico entre sus brazos, y lo llamó «el modelo mismo de su padre», y por varios artificios le impidió abandonar la estancia. De la misma manera detuvo a Antonia y Octavia, sus hermanas, e hizo vigilar estrechamente todos los accesos a palacio. De vez en cuando hacía saber que el príncipe estaba recuperándose y que los soldados podrían abrigar esperanzas hasta el aus- picioso momento, predicho por los cálculos de los astrólogos. Al final, el decimotercer día de octubre, al mediodía, las puertas de palacio se abrieron de pron- to de par en par y Nerón, acompañado de Burrho, se adelantó hacia la cohorte que, de acuerdo con la costumbre del ejército, mantenía la guardia. Allí, a una señal hecha por el prefecto, fue re- cibido con gritos de alegría, e instantáneamente colocado en una litera. Se informó que hubo al- gunos que vacilaron, que miraron hacia atrás con ansiedad y preguntaron con frecuencia dónde estaba Británico, pero como nadie se adelantó para oponerse, abrazaron la elección que se les ofrecía. De tal modo, Nerón fue llevado al campamento, donde, después de un discurso adecuado a la exigencia, y de promesas de regalos iguales a los que había hecho el extinto emperador su padre, fue saludado como emperador. TÁCITO (c.55-c. 120) Tomado del libro de Tácito, Anales, Editorial Akal, Madrid, 2007. CLA U D IO CHINA POBLANA Aun en los más insignificantes pueblos de la república se en- cuentra una plaza de gallos. Cuando la población aumenta y el lugar progresa, entonces se construye una plaza de toros. El tea- tro anuncia ya un grado de civilización muy elevado, y en con- secuencia sólo algunas capitales de los departamentos poseen estos edificios. La plaza de Gallos de Puebla (donde además se- gún queda dicho, hay un bonito teatro) es a poco menos igual a las demás; es decir, construida con vigas y tablones, con un foro improvisado cuando las urgencias teatrales lo requieren. Estaba alumbrada con una araña (zancona) en el centro, que contendría hasta diez candilejas, y quince o veinte más repartidas en el proscenio y palcos. Así esta luz escasa, vacilante y rojiza, comu- nicaba a la concurrencia un cierto aire fantástico e imponente. La cazuela estaba llena de gente de ambos sexos, y presentaba un conjunto bronceado de fisonomías severas y rarísimas. En los palcos había tal cual familia medianamente vestida, y uno que otro militar con ancho sombrero jarano y oscuro bigote, que cru- zaba una pierna sobre otra, jugaba con la guarnición de su espa- da con una mano, mientras al descuido hacía con la otra signi- ficativas señas a una o más mozuelas que estaban cerca de él. En las gradas había menos gente, y podía distinguirse entre la mul- titud de anchos sombreros blancos y de palma, uno que otro semblante de ángel, de alguna de esas preciosas chinitas, de que hablaré después. MANUEL PAYNO (1810-1894) Para leer: Manuel Payno, Los bandidos de Río Frío, Editorial Porrúa, México, 2006 TIERRA ÁRIDA “A ver. A ver. Dices que naciste el día de san Vicente, ¿no? Muy bien: el diecinueve de julio y el año en que murió don Alberto Fuentes. Eso sería allá cuando el cólera grande llegó a San An- drés. El año del cólera y la muerte de don Alberto, que en paz descanse.” Hizo números, los borró, rehízo mentalmente sus cálculos, con el lápiz entre los dientes, y no se dio por vencido. “¡Me lleva el tren! Eres más viejo que los cuervos. Tienes noven- ta y dos años.” Dijo noventa y dos, naturalmente, como pudo haber dicho ochenta, noventa, cien o ciento veinte. En realidad, no había sacado en claro nada. Lo del cólera grande no pasaba de ser mera presunción; la referencia bien pudo aludir a una es- carlatina, una peste de tifo o cualquiera otra calamidad. Pero Bo- nifacio llegó muy orondo a contarle a Lugarda que tenía noventa y dos años y que el amo Melquiades le había sacado al fin su edad. Por cierto que Lugarda contestó con un asombrado “¡cuántos!” a la noticia sin darle mayor importancia que si hu- biera quedado enterada de que las estrellas eran un millón y me- dio o las piedras del rancho sumaban cien mil. Allá, cuando era mozo, cargaba en vilo una carreta de bueyes, reteniéndola sobre la espalda. ¡Qué bofes! Todavía hacía dos años cargaba sin es- fuerzos a dos muertos en los lomos y subía y bajaba cuestas, de San Juan Nepomuceno a San Andrés de la Cal, como si no lle- vase más que dos arrobas de leña. Pero todo se acaba, hasta las fuerzas del indio, y ahora se resentía de frecuentes dolores en los pulmones y de una constante fatiga. Eso ha de ser la muerte cuando llega para quien ha vivido demasiado: un poco de fatiga y un poco de descanso después. Y después… pues después el cielo para los justos y las llamas del infierno para los pecadores. ¡Ahí estaba lo bueno, ahí estaba lo bueno! ¿Quién no es peca- dor? ¡Si todo terminara en el acabarse, en el descansar, en el dor- mir! Sería como echarse a andar leguas y más leguas —allá tras lomita queda el punto de destino— con laspiernas rendidas, la respiración vencida y ahogada la resistencia, y caer por fin en los primeros jacales del rancho, o donde fuera, y dormir. Pero lo otro…, lo del cielo y el infierno de que hablaba el padre Ramí- rez… Sintió miedo, oteando con un poco de calosfrió el final, y sin moverse se adhirió fuertemente a la tierra de su rancho, la tie- rra árida y polvosa de San Andrés de la Cal. MAURICIO MAGDALENO (1906-1986) Tomado del libro de Mauricio Magdaleno, El resplandor, Editorial Lectorum, México, 2001. FO TO : F O TO G R A M A D E LA P EL ÍC U LA L A P ER LA , 1 94 7. F O TO G R A FI A D E G A B R IE L FI G U ER O A . Noche fabricadora de embelecos, loca, imaginativa, quimerista, que muestras al que en ti su bien conquista, los montes llanos y los mares secos; habitadora de cerebros huecos, mecánica, filósofa, alquimista, encubridora vil, lince sin vista, espantadiza de tus mismos ecos; la sombra, el miedo, el mal se te atribuya, solícita, poeta, enferma, fría, manos del bravo y pies del fugitivo. Que vele o duerma, media vida es tuya; si velo, te lo pago con el día, y si duermo, no siento lo que vivo. LOPE DE VEGA (1562-1635) Para leer: Lope de Vega, Arcadia, prosas y versos, Editorial Cátedra, Madrid, 2012. FOTO: www.astrophotos.pbworks.com
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