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Benemérita Universidad Autónoma de Puebla 
Programa de Estudios Universitarios 
Seminario La Cultura del Bien Pensar 
 
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Los 8 males del profesor universitario: 
“es uno de los trabajos más tóxicos que existen” 
Héctor G. Barnés 
07/07/2014 
Hasta hace relativamente poco, la de profesor universitario era una ocupación 
privilegiada. No sólo gozaba de una buena reputación entre todos los estamentos 
de la sociedad, sino que esta se correspondía con una gran influencia social y una 
remuneración acorde con el puesto. John Edward Masefield, poeta inglés, escribió 
que “hay pocas cosas terrenas más hermosas que la universidad: un lugar donde 
los que odian la ignorancia pueden luchar por el conocimiento, y donde quienes 
perciben la verdad pueden luchar para que otros la vean”. 
 
No obstante, y de manera paralela al crecimiento de la población universitaria 
durante la segunda mitad del siglo XX, el profesor universitario parece estar 
sometido a más estresantes que nunca. No sólo ha perdido su categoría social, 
sino que también ha visto cómo su sueldo ha disminuido de manera inversamente 
proporcional al del estrés que ha de afrontar. Todo ello formando parte de una 
institución cuyas estructuras apenas han evolucionado en siglos. 
 
“El trabajo del profesor universitario es uno de los más tóxicos”, recuerda con 
contundencia el psicólogo y profesor de Recursos Humanos de la Universidad de 
Alcalá Iñaki Piñuel. “Se valora poco porque se cree que el trabajo del sector 
educativo es de guante blanco, pero contrariamente a ello, el entorno del profesor 
universitario produce niveles de estrés superior a otros y quiebra la capacidad 
laboral de muchos profesores a una edad más temprana”. Se desprecia el valor del 
conocimiento por la eficiencia 
 
Hace ya ocho años que un estudio de la Universidad de Murcia puso de manifiesto 
que el 83,6% del profesorado sufría de estrés crónico, y aunque su autor, el 
profesor ya retirado de Psicopatología de la Universidad de Murcia José Buendía 
reconoce que “los datos son perecederos”, la situación parece haber empeorado 
tras la implantación del Plan Bolonia. Es una situación que se repite en otros países 
vecinos, como el Reino Unido, donde recientemente una investigación publicada 
por el UCU (Universitary and College Union) ponía de manifiesto que las 
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enfermedades mentales habían aumentado sensiblemente entre la población 
académica. 
 
El estudio sintetizaba algunos de los principales escollos para la felicidad del 
profesor, entre los que se encuentran el constante escrutinio externo, la 
imposibilidad de conciliar la vida personal con la laboral y la necesidad de 
proporcionar constantemente resultados positivos. Como recuerda la profesora 
titular de sociología de la Universidad de La Coruña Rosa Caramés, “se desprecia el 
valor del conocimiento por la eficiencia”. Estos son los principales “jinetes del 
Apocalipsis” a los que tiene que enfrentarse el profesor contemporáneo. 
 
1. Es una institución del siglo XXI que sigue funcionando de manera 
medieval 
 
Quizá la comparación más reveladora para definir la universidad sea la que utiliza 
Piñuel: las universidades siguen reflejando con gran fidelidad las características de 
la sociedad feudal en la que nacieron. “El feudalismo genera sus cabecillas y sus 
súbditos, que están obligados a respetar ciertos códigos ajenos al siglo XXI, como 
cuando te dicen ‘no te presentes a esta plaza porque ya está adjudicada’ o ‘tú no 
puedes publicar en esta revista hasta que yo lo haga”, explica el autor de La 
dimisión interior (Ed. Pirámide). 
Se ha conseguido consumir el tiempo dedicado a la preparación de las clases y 
dedicar más tiempo a labores puramente administrativas 
 
Como dejó escrito el administrador de la Universidad de Harvard Henry Rosovsky 
en The University: an Owner’s Manual, “las universidades aman los rangos 
jerárquicos tanto o más que el ejército”. El psicólogo añade que, a diferencia de la 
educación primaria o secundaria, la universidad está formada por alumnos ya 
adultos, “que son gente más exigente”, y el profesor está obligado a actualizarse 
continuamente. Ello da lugar a factores de riesgo psicosocial como “la rivalidad, la 
competitividad, las camarillas de poder o las guerras intestinas”, frecuentes en el 
ámbito universitario y que minan poco a poco la resistencia del profesor. 
 
2. El día que el profesor pasó a ser un burócrata 
 
El Plan Bolonia ha traído consigo, entre muchas otras cosas, una burocratización 
de la enseñanza que ha provocado que los profesores pasen más tiempo 
rellenando formularios, pruebas y revisiones que dedicados a la preparación de sus 
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clases y a sus proyectos de investigación. “Bolonia se ha implantado de manera 
desastrosa”, sintetiza Rosa Caramés. “Sólo se ha conseguido consumir el tiempo 
dedicado a la preparación de las clases y dedicar más tiempo a labores puramente 
administrativas”. El Plan Bolonia ha añadido nuevas cargas a los cuerpos docentes 
universitarios. 
 
Piñuel se muestra de acuerdo: “Son un montón de horas de trabajo que 
sobrecargan a un profesor que ya está suficientemente sobrecargado de por sí. 
Para conseguir nada estamos incrementando una carga que no tiene mucho valor 
añadido. No por rellenar más papeles es mejor, al contrario, el tiempo disponible 
para preparar clases e investigar se emplea en reuniones y consignar papeles”. 
También disminuyen las horas de descanso y esparcimiento, vitales para el 
bienestar de cualquier trabajador. 
Esta “maquinaria”, como la define el psicólogo, conlleva otro problema: el aumento 
de las pruebas sobre el control del profesorado. Algo que en principio tendría como 
objetivo garantizar la calidad de la enseñanza, se añade a las montañas de 
burocracia ya existentes y someten al profesor a un continuo escrutinio. “Es la 
paradoja tras la ilusión del control”, explica Piñuel. “Es un efecto de la 
centralización de las políticas de la UE que necesita sistemas de control. La idea de 
consignar papeles, documentos o comisiones da la sensación de que las cosas se 
están gestionando mejor. Es pura entelequia”. 
 
Pablo, profesor durante quince años tanto en España como en Inglaterra, cree que 
ello ha provocado, no obstante, que haya un mayor control sobre el acceso a los 
puestos docentes. “Antes, cualquier catedrático o profesor con influencia podía 
enchufar a quien le diese la gana (te sorprendería saber en cuántos 
departamentos de la universidad pública hay padres e hijos o maridos y mujeres)”, 
explica. “Ahora, al menos, el enchufado ha de pasar un filtro, aunque sea un filtro 
de mínimos, no del todo exigente, discutible, etc.” 
 
3. Acoso por parte de los alumnos… y por parte de los compañeros 
 
Aunque el acoso por parte de los estudiantes no es tan frecuente como en la 
educación secundaria, los profesores también manifiestan ser víctimas de 
amenazas por parte de sus alumnos. El desprestigio reciente de la educación no ha 
ayudado precisamente: “En los últimos años ha entrado una corriente que 
desprestigia la labor del docente. En ocasiones parece haber un afán reduccionista, 
un tanto persecutorio, de la labor de las personas que se dedican a la docencia”, 
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explica Rosa Caramés, que sugiere que muchas veces el profesor es acusado de 
una serie de cosas –“que no corrige bien, que tiene manía a los alumnos, que no 
sabe dar clase”– que tan sólo son ciertas en un número limitado de casos, pero 
que suele hacerse extensible a todo el cuerpo docente. 
La creciente competencia provocaque las zancadillas sean frecuentes 
 
A este hay que añadirle el mobbing ocasionado por los propios compañeros: según 
el estudio anteriormente citado, realizado en la Universidad de Murcia en el año 
2004, hasta el 44% del personal manifestaba sufrir acoso laboral. Algo que, como 
señaló en aquella ocasión el profesor José Buendía, “tiene como objetivo que se 
abandone el centro, puesto que al ser funcionarios, no se les puede despedir”. 
Piñuel añade que la creciente competencia provoca que las zancadillas sean 
frecuentes: “Quien no acata las reglas, se convierte en un chivo expiatorio y es 
perseguido”. 
 
4. Hay que luchar mucho para ascender 
 
El del acceso a la docencia universitaria es un camino lleno de palos y piedras y, 
sobre todo, sacrificios obligados. Pasan años hasta que se pueda impartir clase, 
mucho más hasta que alguien se convierte en profesor titular y ya no digamos 
convertirse en catedrático. Abundan las horas extras, las asignaturas impartidas a 
cambio de nada o el “tráfico” de artículos que permite a algunos profesores seguir 
un año más aferrados a su puesto gracias a trabajos realizados por sus 
estudiantes. 
 
Aún hoy se ven rencillas entre profesores que se enfrentaron unos a otros por 
plazas 
 
“El motivo de conflicto más grande que puede haber en un departamento es casi 
siempre las plazas”, explica Pablo, que matiza que al no haber plazas nuevas 
durante los últimos años, los conflictos han desaparecido. “En el pasado, cuando 
no existía el método de las acreditaciones, las plazas las decidía el catedrático de 
turno, y siempre terminaba favoreciendo a sus preferidos, mientras que los otros 
se jodían y tenían que esperar años hasta conseguir sacar su plaza. Aún hoy se 
ven rencillas entre profesores que vivieron ese sistema y que se enfrentaron unos 
a otros por plazas”. 
 
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Algo que, no obstante, no siempre es percibido de forma necesariamente negativa, 
especialmente como una solución al piloto automático que provoca la falta de 
ilusión entre los docentes de mayor edad. Luna Paredes goza de una beca FPU 
(Formación del Profesorado Universitario) e imparte clases de «Análisis y 
comentario de textos literarios» en la Universidad de Alcalá. “El hecho de que un 
becario imparta una asignatura completa me parecía a priori una 
irresponsabilidad”, explica. “Sin embargo, un becario también va a afrontar las 
clases con un entusiasmo que algunos profesores (no todos, no siempre) han 
perdido”. Preparar bien una hora de clase puede llevarte entre ocho y diez horas 
 
El esfuerzo exigido a los primerizos, frente al de los funcionarios, “sólo puede traer 
cosas buenas”, señala, aunque “implica que las horas de preparación de una sola 
clase sean ingentes”. Como recuerda Pablo, que imparte ocho horas de clase a la 
semana, “preparar bien una hora de clase que impartes por primera vez puede 
llevarte entre ocho y diez horas”. “El becario debe hacerlo bien porque, en primer 
lugar, está inseguro y se esfuerza ante los alumnos y en segundo lugar, porque no 
quiere cagarla ante el director de tesis ni el departamento”, concluye Paredes. 
 
5. Se cobra menos de lo que se piensa 
 
El de los sueldos de los profesores universitarios es un tema complicado, en 
cuanto que estos varían sensiblemente dependiendo del centro, de la categoría del 
docente o de los diferentes incentivos autonómicos. Las categorías inferiores son 
las principales perjudicadas de un sistema que se complementa con los célebres 
quinquenios y sexenios –períodos dedicados a la investigación–, pero a los que no 
todo el mundo tiene acceso. El salario base puede llegar a encontrarse en unos 
1.100 euros. Rosa Caramés recuerda que, aunque ella no pertenezca a dicho 
grupo, los más jóvenes sufren una mayor precariedad, “con contratos de muy 
pocas horas por las que se paga muy poco, a pesar de que el tiempo de 
preparación de las clases sigue siendo el mismo. La docencia se concentra en poco 
tiempo para ahorrar presupuesto”. 
 
Los alumnos también sufren las consecuencias de la desmotivación de los 
profesores. (Corbis) 
 
 6. Sistema educativo “marketinizado”: el estudiante siempre tiene la 
razón 
 
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Existe cierto consenso entre los profesores en señalar que el alumno ha pasado de 
ser un estudiante a convertirse en un cliente, algo en consonancia con la tendencia 
privatizadora del sistema universitario. Ello obliga a que el docente redefina sus 
tareas y se vea obligado a reinterpretar su labor, lo que en opinión de Rosa 
Caramés, da lugar a una relación “un tanto viciada”. “Todas las cosas materiales e 
inmateriales tienen un precio y un valor, que no tienen por qué coincidir”, explica 
la socióloga. “No se entiende que los conocimientos y su proceso de adquisición es 
un proceso mutuo. Como todo se ha mercantilizado, lo único que parece sustentar 
la relación entre profesor y alumno es el precio de la matrícula”. 
 
Como señalaba el filósofo José Luis Pardo en 2008, “todo comenzó con la 
sustitución de las “asignaturas” por “créditos”. Piñuel lo interpreta como una 
liberación del estudiante de las cadenas que el sistema feudal le había impuesto. 
“Uno de los factores novedosos es que el profesor se tiene que poner al servicio 
del alumno, algo que antes no se entendía así, sino que se ponía énfasis en el 
profesorado. El alumno ha evolucionado a ser alguien que tiene derechos, que 
puede exigir, que puede pensar y reclamar”. Algo a priori positivo pero de lo que, 
sin embargo, el profesor no parece haberse beneficiado: “Precisamente, el burnout 
en el profesor genera situaciones de maltrato hacia los alumnos impropia de este 
tiempo, como arrogancia, prepotencia…” 
 
7. La investigación, ¿sirve para algo? 
 
A finales del año pasado, la comunidad científica se vio sacudida después de que el 
Premio Nobel Randy Schekman denunciase que el factor de impacto de las revistas 
–es decir, la puntuación recibida por cada publicación sobre el número de veces 
que sus artículos son citados– vicia la investigación, y crea burbujas en torno a 
determinados temas. Algo semejante ocurre con el funcionamiento de los 
diferentes departamentos de investigación, que se centran exclusivamente en 
aquellos temas que les pueden dar una mayor visibilidad, despreciando aquello 
que no está de moda. Una parte importante de los ingresos de los departamentos 
dependen de la productividad de los miembros 
 
La máquina de la producción científica no puede pararse. Como recuerda Pablo, en 
países como Inglaterra, “una parte importante de los ingresos de los 
departamentos se los juegan con la productividad de los miembros. Es decir, si un 
profesor se pasa tres años sin publicar un artículo de prestigio o sin conseguir un 
proyecto de investigación, baja los promedios del departamento y este pierde 
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dinero”. No obstante, se trata de una situación que afecta más en el extranjero 
que en nuestro país. “Un profesor titular (y conozco no a uno o a dos, sino a 
muchos) puede tirarse, no tres años, sino toda una vida sin dar un palo al agua, 
excepto prepararse sus horas de clase semanales, corregir exámenes y punto”, 
explica el profesor. 
 
8. Sentimiento de inutilidad 
 
En una reciente investigación llamada It’s a Bittersweet Symphony, This Life: 
Fragile Academic Selves, el profesor de gestión de las organizaciones de la 
Universidad de Lancaster David Knights, tras analizar los problemas de identidad 
entre el cuerpo lectivo inglés, llegó a la conclusión de que la mayor parte de 
sentimientos de los profesores hacia sus centrosestaban marcados por la 
ambivalencia. Por una parte, porque su idea del mundo académico estaba marcada 
por la pasión, por el entusiasmo y por unas elevadas expectativas. Pero, al mismo 
tiempo, estas se encontraban matizadas por una agria sensación de que muchas 
de sus aspiraciones parecían “irrealizables, si no irreales”. 
 
“Los que tenemos más vocaciones de hacer cosas nos vamos desgastando”, afirma 
Pablo. “Muchos de estos profesores que sólo hacen docencia en realidad no tienen 
interés en nada y por eso no investigan, lo único que les apetece es leerse el 
periódico, hablar por teléfono y tomar cafés”. Es la última etapa de un proceso que 
erosiona poco a poco las ilusiones privilegias y que, como recuerda Piñuel, aparece 
mucho antes que en otras profesiones. “Si bien la respuesta a nivel institucional a 
sus esfuerzos no alcanzaba el reconocimiento jerárquico, social o por parte de los 
compañeros, la dulzura de una carrera potencialmente estimada y una identidad 
reconocida de manera pública disparó sus esfuerzos”, concluía el estudio sobre 
esos frustrados, pero ilusionados, profesores. 
 
“Así como periódicamente hacemos una revisión de nuestro vehículo, deberíamos 
hacer la ITV psicológica de los profesores”, concluye Piñuel. “Tenemos entre 
nuestras manos el mejor capital simbólico del país”. No se trata únicamente de 
preservar la calidad de vida de los docentes, sino también, de evitar que el 
alumnado sea la última víctima de un sistema desencantado y cada vez más 
oprimido. 
 
Fuente: www.el confidencial.com

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