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I S B N 9 5 8 - 6 9 5 - 2 1 8 - 5 Publicaciones recientes Departamento de Filosofía Ignacio Abello (compilador): Hacer visible lo visible: Lo privado y lo público, Razón en Situación 2. Ignacio Abello: Violencias y Culturas. Felipe Castañeda: El indio: entre el bárbaro y el cristiano. Ensayos sobre filosofía de la Conquista en las Casas, Sepúlveda y Acosta. Mauricio González: Fuera de casa o de la existencia impropia. Hacia otra lectura de «Ser y Tiempo» de Heidegger. Carlos B. Gutiérrez: Temas de Filosofía Hermenéutica. Carlos B. Gutiérrez (editor): No hay hechos, sólo interpretaciones, Razón en Situación 1. Traducciones Anselmo de Canterbury: Tratado de la caída del demonio. Anselmo de Canterbury: Fragmentos sobre filosofía del lenguaje. Agustín de Hipona: Principios de dialéctica. Últimos Documentos CESO - Filosofía Nº 80. María Jimena Cadavid: Libertad y necesidad en Nietzsche. Nº 81. 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Hugo Fazio: Rusia en el largo siglo XX. Entre la modernización y la globalización. Últimos Documentos CESO- Historia Nº 88. Luis Eduardo Bosemberg: La ofensiva alemana en Colombia, 1933-1939. Nº 94. Mauricio Nieto y Nicolás Sánchez: Aristotelismo, teología y física: concepciones medievales del movimiento. Galileo Galilei y el debate sobre el nacimiento de la ciencia moderna. Nº 98. Paola Castaño y Andrés Barragán: Pase a la Historia Uniandina. Los «otros protagonistas» de la memoria Uniandina: los vendedores ambulantes de la universidad de los Andes. Nº 99. Mauricio Nieto y Tomás Martín: 1492, el «descubrimiento» de Europa y la comprensión del Nuevo Mundo. Nº 102. Daniel Rojas: El telar mundial o la evolución de los conceptos de economía-mundo y sistema mundial. PORTADA.pmd 30/05/2006, 10:421 JUAN DE SOLÓRZANO Y PEREIRA: PENSAR LA COLONIA DESDE LA COLONIA ESTUDIOS INTERDISCIPLINARIOS SOBRE LA CONQUISTA Y LA COLONIA DE AMÉRICA 2 Pocos eventos han condicionado de una manera tan profunda y permanente nuestra historia como la con- quista y la colonia de América. En efecto, se trata de acontecimientos cuyas implicaciones se siguen mani- festando y que exigen reelaboraciones continuas para poder afirmar, configurar, complementar, corregir o alterar la propia comprensión general del presente. Este volumen está dedicado al estudio de la obra de Juan de Solórzano y Pereira (1575-1655), oidor de la Audiencia de Lima, gobernador de las minas de Huan- cavelica, juez de contrabando del Callao y consejero de Indias. Comité Editorial: Diana Bonnett, Felipe Castañeda, Enriqueta Quiroz y Jörg Alejandro Tellkamp. JUAN DE SOLÓRZANO Y PEREIRA: PENSAR LA COLONIA DESDE LA COLONIA DIANA BONNETT / FELIPE CASTAÑEDA EDITORES Heraclio Bonilla � Rafael Díaz Martha Herrera � Jorge Augusto Gamboa �Mauricio Novoa � Enriqueta Quiroz Paolo Vignolo UNIVERSIDAD DE LOS ANDES BOGOTÁ, 2006 Primera edición, mayo de 2006 © Diana Bonnett V. / Felipe Castañeda © Universidad de los Andes. Facultad de Ciencias Sociales, Departamentos de Historia y de Filosofía. 2006 Teléfonos: 3394949 / 3394999. Ext. 2530/2501 Ediciones Uniandes Carrera 1 N° 19-27. Edificio AU 6 Apartado Aéreo 4976 Bogotá D.C., Colombia Teléfonos: 3394949 - 3394999. Ext. 2181/ 2071 / 2099. Fax: ext. 2158 Correo electrónico: infeduni@uniandes.edu.co / libreria@uniandes.edu.co ISBN: 958-695-218-5 Diagramación electrónica y diseño de cubierta: Éditer Estrategias Educativas Ltda. Bogotá, tel. 3205119. ctovarleon@yahoo.com.mx Impresión: Corcas Editores Ltda. Revisión de estilo: Santiago Jara Ramírez Ilustración de portada: Hernán Cortes, Historia de Nueva España, tomo 2, Carvajal SA, Santander de Quilichao, 1989 Ilustración de contraportada: Emblemata centum, Madrid (s.n, 1651?) Impreso en Colombia / Printed in Colombia Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o trasmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma o por ningún otro medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de los editores. Juan de Solórzano y Pereira: Pensar la Colonia desde la Colonia / Diana Bonnett, Felipe Castañeda, compiladores. Bogotá: Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia, Edi- ciones Uniandes, 2006. pp. 284; 14,5x21,5 cm. Autores: Heraclio Bonilla, Diana Bonnett, Felipe Castañeda, Rafael Díaz, Martha Herrera, Jorge Augusto Gamboa, Mauricio Novoa, Enriqueta Quiroz, Paolo Vignolo. ISBN 958-695-218-5 1. Solórzano y Pereira, Juan de, 1575-1655 - Crítica e interpretación 2. América - Descubrimiento y exploraciones - Españoles 3. América - Historia - Hasta 1810 I. Bonnett Vélez, Diana, comp. II. Castañeda Salamanca, Felipe, comp. III. Universidad de los Andes (Colombia). Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Historia. CDD 980.01 SBUA ÍNDICE PRESENTACIÓN IX «NUESTROS ANTÍPODAS Y AMERICANOS»: SOLÓRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO 1 Paolo Vignolo I. DE INDIARUM IURE: UNA OBRA-MUNDO 1 II. MÁS ALLÁ DE LA ZONA TÓRRIDA 5 III. QUAESTIO DE ANTIPODIBUS 10 IV. EL POBLAMIENTO DEL NUEVO MUNDO 14 V. MUNDUS INVERSUS ET PERVERSUS 20 VI. ENDEREZANDO UN MUNDO AL REVÉS 24 VII. EL MITO DEL IMPERIO UNIVERSAL 29 VIII. CARLOS V Y EL RETORNO DEL DISEÑO IMPERIAL 33 IX. LA REPARTICIÓN DEL MUNDO 38 X. DE LAS ANTÍPODAS AL GLOBO REUNIDO 43 OBRA DE IMPERIO: COLONIALIDAD, HECHO IMPERIAL Y EUROCENTRISMO EN LA POLÍTICA INDIANA 47 Rafael Antonio Díaz Díaz I. INTRODUCCIÓN 47 II. AMÉRICA: CONTINENTE SIN CONTENIDO 51 III. GUERRA JUSTA, JUSTICIA DIVINA E IMPERIO PROVIDENCIAL 59 IV. ÁFRICA: FUENTE DE LA ESCLAVITUD 63 V. LA SOCIEDAD COLONIAL DUAL: PUROS E IMPUROS O LA RETÓRICA SOBRE LA LEGITIMIDAD E ILEGITIMIDAD 66 VI. CONSIDERACIONES FINALES 71 FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA 76 vi PRESENTACIÓNÍNDICE LOS PIES DE LA REPÚBLICA CRISTIANA: LA POSICIÓN DEL INDÍGENA AMERICANO EN SOLÓRZANO Y PEREIRA 79 Martha Herrera Ángel I. INTRODUCCIÓN 79 II. LOS HOMBRES, LAS BESTIAS Y LAS CIUDADES 83 III. LA CIUDAD, EL ARCA DE NOÉ Y EL CUERPO DE LA REPÚBLICA 94 IV. CONCLUSIONES 100 BIBLIOGRAFÍA 104 EL DERECHO DE RETENCIÓN DEL NUEVO MUNDO EN SOLÓRZANO Y PEREIRA COMO SUPERACIÓN DEL IUS AD BELLUM DE LA CONQUISTA 109 Felipe Castañeda I. EL ASUNTO 109 II. EL DERECHO DE POSESIÓN FRENTE AL DE ADQUISICIÓN 112 III. LA COSTUMBRE FUNDAMENTA LA LEY 113 IV. LA RETENCIÓN POR PRESCRIPCIÓN Y POR USUCAPIÓN 115 V. LO JUSTO PUEDE SER ENEMIGO DE LO BUENO 119 VI. EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS 121 VII. OBSERVACIONES CONCLUSIVAS 124 LA PRÁCTICA JUDICIAL Y SU INFLUENCIA EN SOLÓRZANO: LA AUDIENCIA DE LIMA Y LOS PRIVILEGIOS DE INDIOS A INICIOS DEL SIGLO XVII 127 Mauricio Novoa APÉNDICE BIBLIOGRÁFICO 148 LOS CACIQUES EN LA LEGISLACIÓN INDIANA: UNA REFLEXIÓN SOBRE LA CONDICIÓN JURÍDICA DE LAS AUTORIDADES INDÍGENAS EN EL SIGLO XVI 153 Jorge Augusto Gamboa M. I. LOS INDIOS AMERICANOS Y SU CAPACIDAD DE AUTOGOBIERNO 154 II. LA PROTECCIÓNDEL CACICAZGO EN LA LEGISLACIÓN INDIANA 165 III. LOS LÍMITES DE LA AUTORIDAD DE LOS CACIQUES 177 IV. ALGUNAS REFLEXIONES FINALES 186 BIBLIOGRAFÍA 188 vii PRESENTACIÓNÍNDICE JUAN DE SOLÓRZANO Y PEREIRA Y LA POLÍTICA FISCAL 191 Enriqueta Quiroz I. FISCALIDAD Y POLÍTICA IMPERIAL: A MODO DE CONTEXTO 194 II. LA LABOR DE SOLÓRZANO 200 III. ESTRUCTURA DEL LIBRO VI 203 IV. LA CONTINUIDAD DE LA OBRA DE SOLÓRZANO: A MODO DE CONCLUSIÓN 215 BIBLIOGRAFÍA 220 SOLÓRZANO Y PEREIRA EN LA GUATAVITA DE 1644 223 Heraclio Bonilla I. LA DOCTRINA DE SOLÓRZANO Y PEREIRA 223 II. LAS CUENTAS DE GUATAVITA 232 III. CONSIDERACIONES FINALES 239 BIBLIOGRAFÍA 242 JUAN DE SOLÓRZANO Y PEREIRA, EL SERVICIO PERSONAL Y LA SERVIDUMBRE INDÍGENA 245 Diana Bonnett Vélez I. DE SERVIDORES DEL ESTADO A SIRVIENTES DOMÉSTICOS 248 II. SOBRE LA LEY: «QUE CADA UNO HAGA DE SÍ LO QUE QUISIERE» 252 III. ¿MANTENER O QUITAR LA SERVIDUMBRE? HOMBRES DE ESTAÑO Y ORO 255 IV. «EL PULPO MUDA COLORES SEGÚN EL LUGAR A DONDE SE PEGA» 260 V. CONSIDERACIONES FINALES 262 BIBLIOGRAFÍA 263 INDICACIONES BIOGRÁFICAS 265 ix PRESENTACIÓN PRESENTACIÓN La extensa obra de Juan Solórzano y Pereira1, producida en Amé- rica y España durante la primera mitad del siglo XVII, encierra múltiples posibilidades investigativas. Por una parte, permite ob- servar el vasto entramado de relaciones políticas, sociales y jurídicas conformadas por la corona española para administrar el Nuevo Mundo; por otra, refleja aspectos destacables de la tradición inte- lectual europea para intentar fundamentar ese proyecto colo- nial. Sin embargo, vale la pena subrayar, ante todo, que se trata no sólo de un intento, tanto reflexivo como omnicomprensivo, de dar cuenta de todo ese complejo fenómeno de generación, mantenimiento, implementación y crítica de la Colonia, sino de un esfuerzo que se adelanta y se propone por alguien imbuído, comprometido e inmerso en el mundo colonial mismo. En efecto, en la persona de Solórzano se conjugan no sólo la experiencia del funcionario indiano, sino la del relativamente prestante consejero de Indias. Se trata de alguien que vivió suficiente tiempo en el Nuevo Mundo como para tomar distancia del Viejo y hasta para 1 El conjunto de sus obras comprende: “Política Indiana. Sacada en lengua castella- na de los dos tomos del Derecho y Govierno Municipal de las Indias Occidentales” (publicada en Madrid en 1648, reimpresa en Amberes en 1703); “De Indiarum iure, sive de Iusta Indiarum Occidentalium Inquisitione, Acquisitione, et Retentiones Tribus Libris Comprehensam” (1629); “Memorial y Discurso de las razones que se ofrecen para que el Real y Supremo Consejo de las Indias deba preceder en todos los actos públicos al que llaman de Flandes” (1629); “Decem conclusionum manus in augustissimo totius orbis terrarum Salmanticensis Scholae Teatro” (publicadas en Salamanca en 1607); “De Parricidii Crimene Disputatio. Duobus Libris comprensa” (1605); “El Doctor Ioan de Solorzano Pereira, Fiscal del Real Consejo de las Indias. Con los bienes y herederos del Governador don Francisco Venegas, cabo que fue de las galeras de Cartagena. Sobre si se pueden seguir, y sentenciar contra ellos los cargos en que quedaron hechos al dicho don Francisco, aunque el aya muerto pendiente este pleito. Y generalmente sobre todos los casos en que se puede inquirir y proceder contra los juezes, y ministros difuntos, en visitas, deman- das y residencias” (publicado en Madrid en 1629); “Discurso y Alegacion en Dere- x PRESENTACIÓN entrar en conflictos con él, pero que, a la vez, pudo generar un pensamiento sobre esta América desde el punto de vista del hom- bre de Estado maduro que se ocupa de las Indias desde la misma España. Así, a su obra no la anima ni la óptica del español no indiano que nunca ha puesto un pie «allende la mar océano», ni la del indiano que ya no encuentra propiamente apoyo ni reflejo ni reconocimiento en España, sino la de alguien que de una u otra manera logra sintetizar, obviamente a su manera, lo que sig- nifica ser, a la vez, el que coloniza desde el Nuevo Mundo coloni- zado y desde la España colonizadora. En pocas palabras y para proponer un hilo conductor y una hipótesis de trabajo, que tan sólo se pretende dejar mencionada, en su obra se concreta una propuesta de pensar la Colonia desde la Colonia. Y esto es algo que un muy somero recorrido histórico de la vida de Solórzano puede ayudar a confirmar. Graduado en Salamanca, universidad a la que ingresa en 1587 y donde se familiarizó con el derecho civil y canónico, posteriormente se dedicó algunos años a cho, sobre la culpa que resulta contra el General Don Iuan de Benavides Baçan, y Almirante Don Iuan de Leoz, Cavallero del Orden de Santhiago, y otros consortes, en razon de haver desamparado la flota de su cargo, que el año pasado de 1628 venia a estos reinos de la Provincia de Nueva España, dexandola sin hazer defensa, ni resistencia alguna, en manos del corssario olandés, en el puerto y bahia de Matança, donde se podero dell y de su tesoro” (publicado en Madrid en 1631); “Por el Fiscal del Real Consejo de las Indias. En el pleyto con Geronimo de Fonseca sobre que se declaren por perdidas las treze barras de plata y dos trozos de otra, que se le tomaron y embargaron por descaminadas y sin registro, sin fecha memorial o discurso informativo iuridico, historico, politico de los derechos, honores, preemi- nencias, y otras cosas, que se deven dar, y guardar a los consejeros honorarios y jubilados y en particular si se le deve la pitança que llaman de la Candelaria” (publicado en Madrid en 1642); “Relacion del pleyto y causa que en Govierno Iusticia se sigue por los interesados, y dueños de barras del Peru, y en particular por Gregorio de Ibarra, y don Juan Fermin de Izu, cuyo derecho coadyuva el señor Fiscal, con los compradores de oro y plata de Sevilla Iuan de Olarte, Lope de Olloqui, Luis Rodriguez de Medina, Andres de Arriola, y Bernardo de Valdes sobre la apelacion y renovacion de tres autos proveidos por el Presidente y Iuezes Letra- dos de la Casa de la Contratación” (en él se encuentra un parecer de Solórzano fechado el 6 de julio de 1636); “Emblemata Centum, Regio Politica” (publicados en Madrid en 1653, Obras Varias); “Recopilacion de diversos tratados, memoria- les, y papeles, escritos en algunas causas fiscales, y llenos todos de mucha enseñança, y erudición” (publicadas en Madrid en 1676). Muchas de éstas fueron publicadas en “Obras Varias Póstumas”, publicadas en Madrid en 1676 y reeditadas en la misma villa en 1776. Véase al respecto http://www.solorzano.cl/biografia.htm. xi PRESENTACIÓN actividades docentes, antes de ocuparse de lleno en asuntos rela- cionados con el servicio a la monarquía. En efecto, fue nombrado oidor de la Audiencia de Lima, con el encargo específico de co- menzar a adelantar una recopilación general de las leyes de las Indias. Así, viaja al Perú en 1610. Siete años después fue nombra- do gobernador y visitador de las minas de azogue de Huancaveli- ca, donde permaneció un par de años que le permitieron tener contacto directo con el trabajo y la condición de los indios, pero también, con la importancia decisiva de la producción minera. Más adelante fue nombrado juez de contrabando en el Callao. Estas nuevas obligaciones le mostraron cuan difíciles y complicadas po- dían ser las relaciones entre América y la Madre Patria, y lo motiva- ron a preparar y a acelerar su regreso a España, que efectivamente se dio en 1627 tras 17 años de experiencia y de bagaje indianos. Empero, sus actividades públicas se mantuvieron: fue designado fis- cal del Consejo de Hacienda hasta llegar al cargo de consejero de Indias. Aproximadamente treinta años después, dedicados al ejer- cicio profesional e intelectual, murió en Madrid en 1655. Los trabajos que se presentan en este libro giran alrededor de tópicos que contribuyen al conocimiento de la época, las institu- ciones, los hombres y los espacios estudiados por Solórzano. Si bien estos aportesno alcanzan a abarcar la totalidad del amplio espectro de asuntos abordados por el jurista, son una aproxima- ción a aspectos nodales de su obra. Paolo Vignolo dedica su texto «Nuestros antípodas y americanos»: Solórzano y la legitimidad del Imperio al tema de la constitución del imaginario propuesto por nuestro oidor de Lima para darle senti- do al Nuevo Mundo como colonia, a partir de un estudio centra- do principalmente en el primer libro del De Indiarum iure sobre el descubrimiento de las Indias. En efecto, América no se deja asimi- lar meramente como un lugar geográfico, que a medida que se va descubriendo, conviene ir conquistando, para así asentar las bases de su dominación. Esa otra realidad contrapuesta y complemen- taria es también algo generado por una mentalidad. Así, su senti- do y su existencia dependen también de la manera cómo se la logre inscribir e idear en función no sólo de una historia universal, xii PRESENTACIÓN sino de una concepción integrada del orbe como un todo ordena- do, en la que España aspira a consolidar un papel predominante tanto en el ámbito político como religioso. Rafael Díaz, en su artículo Obra de Imperio: colonialidad, hecho imperial y eurocentrismo en la Política indiana, fija su mirada en tres puntos que en Solórzano determinan y anudan el proyecto colonial, mediante la relación entre lo religioso y lo secular: una colonialidad entendida en términos de dependencia jerárquica entre pueblos; el hecho imperial basado en la necesidad de disol- ver las diferencias; y el eurocentrismo, producto de la hegemonía dominante. Martha Herrera, en su escrito Los pies de la república cristiana: la posición del indígena americano en Solórzano y Pereira, centra su estudio en la Política Indiana para encontrar en ella la concepción de Solórzano acerca de los hombres, particularmente de los indíge- nas, en «contraposición a las bestias». Su interés se enfoca en la comparación del pensamiento de Solórzano con algunas expresio- nes del pensamiento amerindio, particularmente el de los grupos ette (chimila), con el fin de «cuestionar presupuestos implícitos de la tradición hispánica». Herrera afirma que la forma de legitimidad del ordenamiento de la sociedad colonial se basa en la afinidad que Solórzano encuentra en la tríada cuerpo–ciudad–república y que «los pies de la República», es decir los indígenas, permitieron a los españoles apropiarse de los recursos del territorio americano. Continuando con el tema de la fundamentación la legitimidad del dominio español en América, Solórzano propone, por otro lado, algunos títulos de retención del Nuevo Mundo que no re- sultan compatibles con el derecho clásico a la guerra justa, del que también se podría haber desprendido una justificación de la Colo- nia. En efecto, sus argumentos al respecto tienden a presuponer una concepción positivista y realista del derecho, desde la cuál deja de importar si la adquisición bélica de América fue justa o injusta, si durante la guerra se respetaron los preceptos básicos del ius in bello, a la vez que se cuestiona seriamente que tenga algún sentido debatir sobre el asunto. Así, el derecho de retención de la Colonia se puede entender como una superación del derecho a la xiii PRESENTACIÓN guerra de corte ius naturalista de la Conquista, representado por pensadores como Francisco de Vitoria y Juan Ginés de Sepúlveda. Éste es el tema que trabaja Felipe Castañeda en su texto. El trabajo de Mauricio Novoa analiza las ideas de Solórzano en torno a la condición jurídica del indígena americano, particular- mente los privilegios procesales que les fueron otorgados a éstos y que habían sido usados en el virreinato del Perú y en la Audiencia de Lima desde finales del siglo XVI. El trabajo señala dos privile- gios procesales incluidos en Política indiana a raíz de la condición «miserable» de los indígenas. Esta condición miserable era deriva- da del estado de gentilidad y pobreza en que éstos vivían; los pri- vilegios fueron la restitutio in integrum y la autorización de contratos por el protector de indios. Novoa también se preocupa por exami- nar la significación de estos privilegios en el contexto del pensa- miento jurídico de inicios del siglo XVII. Jorge Gamboa, en Los caciques en la legislación indiana: una re- flexión sobre la condición jurídica de las autoridades indígenas en el siglo XVI, se propone dilucidar los tipos de gobierno tradicio- nal legitimados y reconocidos por la Corona para administrar las comunidades indígenas. El autor se pregunta por la incidencia de estas autoridades en el nuevo orden social instaurado, estable- ciendo los resquicios a través de los que lograron encontrar las oportunidades que el sistema les brindaba, para concluir que las «condicion(es) jurídica(s) de los caciques (...) fueron similares a las de los encomenderos». La contribución de Solórzano para explicar y señalar las bases de la administración y gobierno de la Real Hacienda en América, es el centro de la investigación de Enriqueta Quiroz, titulada Juan de Solórzano y Pereira y la política fiscal. Su estudio permite compren- der las continuidades en política fiscal desde la Casa de los Austrias hasta la de los Borbones. Para Quiroz, en contravía de lo que ha dicho la historiografía sobre el siglo XVII, la política estatal desde aquella centuria se propuso tomar «crecientes medidas de control y afianzamiento del poder imperial», con el objeto de definir una única política estatal en Hispanoamérica. xiv PRESENTACIÓN Heraclio Bonilla se propone contrastar el texto de la Política In- diana y sus referencias a la encomienda, al trabajo de la población indígena y al tributo, en el contexto de lo ocurrido en Guatavita, es decir, en un caso particular contemporáneo a la escritura y a la difusión de la obra de Solórzano. De esta manera, el artículo se propone encontrar «la distancia entre la norma y la realidad colo- nial de la Nueva Granada», marcando, a partir de las diferencias regionales, los matices de la legislación. Juan de Solórzano y Pereira, el servicio personal y la servidumbre indí- gena, es el título del artículo de Diana Bonnett Vélez. Como su nombre lo indica, el hilo conductor de su texto es el recorrido histó- rico por el trabajo servil indígena y los tipos de argumentación usados por Solórzano para entender las razones en que se basaron sus transformaciones. La autora hace referencia a los diferentes tipos de trabajo coactivo vigentes en la época de Solórzano, a sus características y a las percepciones que éste tenía de cada uno de los tipos de pobladores en las colonias, desde la perspectiva de su relación con la servidumbre. LOS EDITORES «NUESTROS ANTÍPODAS Y AMERICANOS»: SOLÓRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO Paolo Vignolo I. DE INDIARUM IURE: UNA OBRA-MUNDO De Indiarum iure, de Juan de Solórzano y Pereira, se nos presenta, ante todo, como un intento grandioso de afianzar el dominio espa- ñol en el Nuevo Mundo, a través de la puesta en marcha de una «política indiana», como lo recuerda el título con el que la obra, adaptada y traducida al castellano, ha circulado por siglos en el mundo hispánico. Esta obra, culmen de un conjunto de reflexiones teóricas y doctrinales que se venían gestando desde el Medioevo tardío y, al mismo tiempo, herramienta político-legal para manejar los asuntos del reino, tuvo como fin explícito, según lo admite el autor mismo: «poder descubrir y adquirir y, una vez adquiridas, retener las provincias occidentales y meridionales de este así lla- mado Nuevo Mundo y sus reinos de dimensiones amplísimas».1 Las discusiones alrededor del esfuerzo monumental de organiza- ción de un espacio colonial en tierras de ultramar han vuelto céle- bre este texto y han despertado mayor interés entre sus lectores, desde su publicación en 1629 hasta nuestros días. «El De Indiarum iure –escribe Muldoon– fue sobre todo un tratado legal que lidia- ba con el derecho de los castellanos de conquistar y retener pose- 1 Juan de Solórzano y Pereira, De Indiarum iure (LibroI: De inquisitione Indiarum), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2001, I, 1-5, p. 45. 2 PAOLO VIGNOLO siones en las Américas. Era, en otras palabras, la aplicación del pensamiento tradicional sobre la naturaleza de la guerra justa a la situación en la cual se encontraba Castilla, a raíz del descubri- miento de las Américas».2 La fama de esta obra (hoy en día materia exclusiva de pocos espe- cialistas) entre juristas, funcionarios, políticos e historiadores no se restringió a la temperie cultural del humanismo del siglo dieci- séis. Por el contrario, como nos recuerda Góngora, «gozó de un prestigio sin rivales en los círculos oficiales y legales en las Indias a lo largo de un siglo y medio».3 Gracias también a la publicación de la Política indiana, que tiene un estilo «… jurídico por su conteni- do, barroco por su tiempo, clásico por su impecable castellano …»4, el pensamiento de Solórzano ha sido un punto de referencia im- prescindible para todos aquellos que, a los lados del Atlántico, se han interesado por el debate sobre el gobierno de las posesiones ibéricas en el Nuevo Mundo. La obra ha llegado, incluso, a des- bordar las fronteras nacionales: «… el trabajo de Solórzano siguió siendo una referencia obligada para resolver problemas de gober- nabilidad imperial hasta el comienzo del siglo XIX, cuando abo- gados en los Estados Unidos lo citaban en casos que surgieron a partir de la adquisición de la Florida por parte de España entre 1810 y 1818».5 Desde esta perspectiva, podría parecer, a primera vista, que el pri- mer libro del De Indiarum iure (cuyos lineamientos generales ocu- pan los primeros ocho capítulos del primer tomo de la Política indiana) no es más que un pretencioso excursus erudito cuya fina- lidad es simplemente introducir, con un énfasis completamente barroco, el verdadero corpus de la obra. En otras palabras, esta 2 James Muldoon, The Americas in the Spanish World Order. The Justification for Conquest in the Seventeenth Century, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1994, p. 15 (traducción del autor). 3 Mario Góngora, Studies in the Colonial History of Spanish America, Cambridge, Cambridge University Press, 1975, p. 62 (traducción del autor). 4 Francisco Tomás y Valiente, «Prólogo», en Juan de Solórzano y Pereira, Política indiana (tomo I), Madrid, Castro, 1996, p. XXIII. 5 Muldoon, op. cit., p. 9 (traducción del autor). 3 «NUESTROS ANTÍPODAS Y AMERICANOS»: SOLÓRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO primera parte (la menos conocida y comentada) sería un mero ejer- cicio retórico, un prólogo prolijo previo a las argumentaciones jurídicas necesarias para poner en marcha una profunda reorgani- zación del Nuevo Mundo. Sin embargo, otra lectura de este primer libro nos permite abrir interesantes horizontes en la interpretación del trabajo de Solór- zano. Detrás del «scholar-bureaucrat»6, obsesionado por el rigor argumentativo y la eficacia pragmática de sus aserciones, es posi- ble divisar el Solórzano hombre de letras consciente de la impor- tancia de los artificios del lenguaje y de la persuasión retórica en el arte de gobernar. Él mismo sugiere al lector prestarle atención a los que, a primera vista, parecen simples adornos estilísticos: Y si por el contrario en algunos puntos hallares algo del ornato de buenas letras, no debes asimismo notarlos o despreciarlos como superfluos, pues el propio dote y fin de los árboles es llevar fruto, y vemos que quiso la naturaleza que éste se acompañe con hojas y flores, y lo mismo han de tener los estudios en sentencia de Justo Lipsio.7 Si por un momento abandonamos el hilo de Ariadna de los razona- mientos jurídicos y nos entregamos al laberinto de citas clásicas, medievales y contemporáneas que comprenden, de manera aparen- temente disparatada, antiguas leyendas sobre un Oriente fabuloso y recetas para apreciar las virtudes del chocolate, eventos milagrosos y acontecimientos militares, querellas diplomáticas y disputas teo- lógicas, lo que va apareciendo, poco a poco, es, en la mejor tradi- ción humanista, una obra-mundo. La de Solórzano se nos presenta entonces como una visión grandiosa del orbe terráqueo, en particu- lar del Novus Orbis, capaz de movilizar un imaginario sedimentado a lo largo de siglos en función de los intereses de la Corona: … no puede con razón juzgarse grande un libro que abraza la inmensidad del grande y espacioso orbe o mundo que llaman «nue- vo», y en que se pretende principalmente descubrir y enseñar al 6 La expresión «scholar-bureaucrat» es de Muldoon, op. cit., p. 8. 7 Juan de Solórzano y Pereira, Política indiana, t. 1, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1972, (Al lector), p. 19. 4 PAOLO VIGNOLO antiguo no tanto su fertilidad y riquezas, como los fundamentos de la fe, piedad, religión, justicia y gobierno cristiano político que en él se ha entablado.8 Tras las líneas de un tratado político-legal, podemos divisar la super- ficie historiada de un planisferio renacentista que con el pasar de los capítulos se anima con rutas hormigueantes de soldados, merca- deres, misioneros... Así como las obras maestras de Ariosto, Shakes- peare, Cervantes, Rabelais, Burton o Bodin, el De Indiarum iure actúa como un «teatro de la memoria» en el que se proyectan imáge- nes de la historia de la humanidad entera, desde Noé hasta el siglo XVII.9 Hombre de erudición impresionante, Solórzano logró generar un consenso amplio sobre sus tesis entre las esferas más influyentes del mundo católico, moviéndose en un doble registro. Por un lado, gracias a su desbordante conocimiento práctico y teórico, madura- do durante sus años de servicio a la corte española en Perú, erigió una poderosa defensa jurídica en contra de los enemigos internos y sobre todo externos que atentaban contra la seguridad del Esta- do español, y por el otro, alimentó una ideología imperial de gran impacto en el imaginario colectivo de la clase dirigente española que temía una resaca después de casi un siglo y medio de embria- gantes triunfos a escala planetaria. Como político y hombre de estado, Solórzano sabía que no era posible manejar los asuntos económicos, administrativos y jurídi- cos del imperio español sin anclarlos en un sólido pasado mítico- histórico que estuviera bien arraigado en el relato bíblico y en la tradición clásica del humanismo.10 Como jurista, era consciente de que se necesitaba rigor argumentativo y gran habilidad retórica 8 Ibid., (Al rey), p. 8. 9 Véase Frances A. Yates, L’art de la mémoire, traducción de D. Arasse, París, Gallimard, 1975. 10 Algo parecido había hecho, pocos años antes, Francis Bacon en la Nueva Atlántida. La nueva ciencia, la obra de uno de sus máximos padres fundadores, se encuentra fundamentada en el primer gran mito de la modernidad, el mito de Utopía, alimen- tada de reminiscencias platónicas y de milagros cristianos. Así mismo, allá se expo- ne la nueva concepción británica de Imperio, en sus relaciones con las potencias 5 «NUESTROS ANTÍPODAS Y AMERICANOS»: SOLÓRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO para archivar de una vez por todas el debate sobre la legitimidad de la Conquista, que podía debilitar a España frente a las preten- siones de las potencias rivales. Pero Solórzano era, primero que todo, heredero de la gran tradi- ción humanista del Renacimiento. Por eso buscaba, tanto en la autoridad de los antiguos como en la experiencia de los moder- nos, los motivos imaginarios, las técnicas estilísticas y los recursos literarios para rechazar la leyenda negra que amenazaba con arre- batar el monopolio de España en las Indias y para reafirmar los derechos de la Corona sobre el Nuevo Mundo. II. MÁS ALLÁ DE LA ZONA TÓRRIDA El meollo mítico de toda la estrategia narrativa de Solórzano está en la idea de imperio universal que se fundamenta en una imago mundi aún anclada en la tradición. «El De Indiarum iure –nos recuerda Muldoon– aunque escrito en el siglo XVII, puede ser considerado la más plena expresión de una concepción cristiano- medieval de un ordenreligioso y social».11 Las largas disquisiciones geo-políticas del primer libro son, en este sentido, los fundamentos sobre los que se apoyó todo el edificio jurídico construido en el resto de la obra. La metáfora arquitectóni- ca no es arbitraria ni gratuita: en la dedicatoria al rey, el autor com- para su trabajo con esos «tantos templos no menos magníficamente fabricados que con largueza dotados y enriquecidos», en donde las «leyes y costumbres son sus más seguras murallas».12 rivales y en su manejo del conocimiento científico y tecnológico: los mercaderes de luz. Véase Francis Bacon, Nova Atlantide. Nova Atlantis. New Atlantis, Milán, 1995. 11 Muldoon, op. cit., p. 11 (traducción del autor). Al respecto véase también Jaime Borja, Los indios medievales de fray Pedro de Aguado. Construcción de idolatría y escritura de la historia en una crónica del siglo XVI, Bogotá, Ceja, 2002. 12 Solórzano, Política indiana, op. cit., (Al rey), p. 85. 6 PAOLO VIGNOLO En el interior de esta grandiosa construcción, el autor dibuja un gran fresco de la época en alabanza y gloria de una monarquía cristiana que tenía como centro de acción la península ibérica y se extendía hasta el más recóndito rincón del globo. En efecto, a lo largo de la obra, el planeta entero es el escenario ideal para el desarrollo de la empresa expansionista: entre los dédalos y los meandros de las complejas estructuras del derecho y de la ley, se pone en escena el gran espectáculo barroco de la conquista del mundo por parte de los soberanos ibéricos. Solórzano es conscien- te de la necesidad, para reformar el Nuevo Mundo, de moldear las representaciones de estas tierras en el imaginario colectivo de su tiempo: «… es a las veces muestra de mayor artificio encubrir o aflojar algo los preceptos del arte y acomodarse a lo que pide o puede llevar el gusto del vulgo, haciendo que con estas sombras campée más la luz de la pintura».13 El De Indiarum iure arranca con un excursus geográfico de respi- ro cósmico.14 Para describir el globo terráqueo, forjado a imagen y semejanza divina, Solórzano privilegia la mirada aérea, el vue- lo ascensional, según una consolidada tradición que fue desde Eratóstenes hasta Macrobius, pasando por el Somnius Scipio de Cicerón: … si el nombre de mundo lo restringimos a los elementos inferio- res, a saber, el agua y la tierra, que juntas forman un solo cuerpo esférico y que llamamos orbe terráqueo, consta que los antiguos lo dividieron más comúnmente en tres partes, a saber, Europa, África y Asia …15 13 Ibid., (Al lector), p. 17. 14 En la Política indiana el espacio dedicado a descripciones geográficas es más redu- cido, pero el ritmo de la narración gana en vigor. Véase sobre todo ibid., I, I. 15 Solórzano, De Indiarum iure, op. cit., I, I, 23, p. 53. Sobre el tema del vuelo alado véase también Paolo Vignolo, Clavileño y el Hipogrifo. Imaginarios geográficos en el Quijote y en el Orlando Furioso, Universidad de Salamanca en América (en preparación). 7 «NUESTROS ANTÍPODAS Y AMERICANOS»: SOLÓRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO Sin embargo, desde las primeras páginas, junto con la descripción de la ecoumene tripartita de la tradición antigua, se anuncia la presencia de un hemisferio Austral: Habiéndose después hallado ésta que vulgarmente llaman Améri- ca, la comenzaron a contar por cuarta y a llamarla «Nuevo Orbe» o «Nuevo Hemisferio» con mucha razón por la inmensa grandeza de sus provincias, que aun con faltar tantas por descubrir, sobre- pujan las ya descubiertas a las de las otras tres partes juntas del mundo. Y por la diversidad de las costumbres y ritos de sus habi- tadores, diferencias de los animales, árboles y plantas que en ellas se hallaron tampoco parecidas a las de Europa.16 Nos encontramos frente a una ekfrasis, una representación textual de un mapamundi del Renacimiento tardío, que divide el mundo en dos hemisferios separados y opuestos el uno al otro. Para des- cribir el primero, Solórzano se remite a un espacio geográfico de origen clásico en el que se ponen en escena tanto las fatigas de Hércules, Ofiris y Baco, como las hazañas de macedonios, romanos y portugueses o las historias edificantes de apóstoles y misioneros en Oriente. En los confines del Viejo Mundo hay tierras aún pobla- das por los seres fabulosos del imaginario antiguo y medieval. Gi- gantes y pigmeos, caníbales y brahmanes, tierras paradisiacas y tesoros fabulosos siguen siendo los rastros propios de esos marginalia que, sin embargo, tienden a desbordarse en un segundo planisferio, to- davía vacío en gran parte, donde se mezclan con elementos pro- piamente americanos en una asombrosa visión barroca.17 Sin embargo, el énfasis acá ya no es, como en Mandeville, en lo monstruoso pliniano ni en las exorbitantes posibilidades de co- mercio de las riquezas de Oriente de los viajes de Marco Polo; Solórzano quería subrayar, más bien, las posibilidades de expan- sión del Estado español y de su misión civilizadora y evangelizadora que había sido desarrollada por «… tantos arzobispos, obispos, 16 Solórzano, Política indiana, op. cit., I, III, p. 35. 17 Sobre el bárroco de Indias agradezco a Francisco Ortega haberme facilitado su brillante escrito «Ayer se fue; mañana no ha llegado. Returns of the Barroque or the History of a Phantom» (en vía de publicación). 8 PAOLO VIGNOLO prebendados y beneficiados de ellos, tantos sacerdotes seculares y regulares diputados para la doctrina y catecismo de los indios y sus misiones y conversiones …», además de «… todos sus ministros, virreyes, presidentes, gobernadores, corregidores, contadores y otros innumerables cargos …».18 Nos encontramos frente a una multi- tud de clérigos y funcionarios que circulan en los dos mundos: es casi una dedicatoria del autor a los probables lectores de su obra. Este mapamundi mental en el que se movía Solórzano, tanto en sus viajes como en sus especulaciones geopolíticas, está moldeado por la teoría de las zonas, piedra angular de la ciencia cosmográfica helenística. Pocos paradigmas científicos han logrado gozar de tan larga fortuna y duración: presente desde la tradición homérica, la teoría de las zonas entró a jugar un papel importante en el sistema aristotélico desde el que se perfecciona y se difunde a lo largo de más de dos mil años, durante los cuales campea sin rivales como la doctrina más acreditada en el campo de la geografía.19 En términos contemporáneos, se trata de un modelo que trata de establecer relaciones entre territorio, clima y población. La Tierra es representada con cinco bandas horizontales: dos polares, don- de el frío intenso impide cualquier tipo de asentamiento humano; una ecuatorial, tampoco habitable a causa del calor tórrido; y dos intermedias, de clima templado, aptas para el desarrollo de pue- blos y civilizaciones. El conjunto de tierras conocidas se encuentra en la zona septentrional, mientras que la otra banda habitable –designada con el término antichtone o antípodas–, en el hemisfe- rio meridional. En la visión antigua y medieval ésta se considera inalcanzable, a causa de la presencia en la zona Tórrida de barre- ras naturales infranqueables como mares tempestuosos y desiertos extensos.20 18 Solórzano, Política indiana, op. cit., (Al rey), pp. 9-12. 19 Gabriela Moretti, Gli antipodi. Avventure letterarie di un mito scientifico, Parma, 1994. 20 Véase Paolo Vignolo, «Nuevo Mundo: ¿Un mundo al revés? Los antípodas en el imaginario del Renacimiento», en Diana Bonnett y Felipe Castañeda (eds.), El Nuevo Mundo. Problemas y debates, EICCA I, Bogotá, Uniandes, 2003, pp. 23-60. 9 «NUESTROS ANTÍPODAS Y AMERICANOS»: SOLÓRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO A lo largo de toda la obra de Solórzano, cuya escritura está embe- bida de humanismo, los referentes a esta subdivisión del globo son innumerables. En el capítulo XI, por ejemplo, el autor cita al res- pecto a muchas auctoritas, entre otras a Plinio quien, después de describir bellísimamente la separación de dichas zonas, añade es- tas palabras: «Solamente hay dosque están atemperadas entre las abrasadas y las rígidas y ellas mismas no son transitables entre sí por el incendio del astro».21 El hallazgo de la geografía de Tolomeo, en la mitad del siglo XV, confirmó a los ojos de los hombres del Renacimiento esta visión de la Tierra. En esos mismos años, sin embargo, se produjo un acontecimiento de gran trascendencia para la época: los portu- gueses, en sus viajes por las costas occidentales de África, se abrie- ron paso a través de la zona Tórrida y descubrieron que era habitable y que, de hecho, estaba habitada.22 Así, el camino hacia las antí- podas se abrió: Pues las muchas y seguras experiencias habidas en este último siglo evidencian que existen los antípodas y que todas las regio- nes del mundo, tanto las que pertenecen a las zonas glaciales como a la tórrida, no sólo son habitables, sino que de hecho están pobladas por el género humano y que incluso en muchos lugares, sobre todo precisamente bajo la zona equinoccial se 21 Solórzano, De Indiarum iure, op. cit., I, XI, 33-36, p. 395. También téngase en cuenta: «Unos autores antiguos admitían, sin embargo, que jamás ha sido posible conocer dichos antípodas, y la situación de las tierras que habitaban y pensaban que eran de otra estirpe de mortales, no de la nuestra: porque, a causa del calor de la zona media interpuesta, que llamaron Tórrida, ninguno de los nuestros ha podido llegarse hasta ellos o ninguno de ellos hasta nosotros. Así lo expresó claramente Cicerón al decir que los que habitan una y otra parte del mundo están separados de tal manera, que nada entre ellos puede pasar de unos a otros …». Lo mismo enseña en otro lugar cuando dice: «El globo de la Tierra, que emerge del mar y está fijo en el lugar céntrico del universo mundo, es habitable y está poblado en los dos hemis- ferios alejados entre sí …» (ibid., I, XI, 33-36, p. 393). 22 Solórzano, como siempre, tiende a destacar las hazañas de los españoles: «Los nuestros [los españoles capitaneados por Vasco Núñez de Balboa] iniciaron la navegación por él y llegó un momento en que, al cruzar la línea equinoccial y bajar al otro hemisferio, perdieron de vista las estrellas del septentrión y el polo ártico y en su lugar dieron alcance al antártico, que suele recibir también la denominación de Austral por el viento Austro …» (ibid., I, VIII, 27, p. 287). 10 PAOLO VIGNOLO hallan regiones llenas de riquezas y muy agradables y del todo accesibles para ser pobladas y arribar a ellas. Sólo, pues, una mente del todo trastocada y loca puede poner en duda estos da- tos y dar más crédito a las razones filosóficas, con frecuencia engañosas, que a nuestros ojos... 23 El cambio de perspectiva tendría consecuencias revolucionarias en el proceso de expansión europea, a pesar de que la teoría de las zonas, a falta de una alternativa epistemológica creíble, no fue derrumbada de inmediato y estuvo sujeta a replanteamientos su- cesivos.24 El trabajo de Solórzano se inscribió precisamente en este proceso fatigoso de búsqueda de un nuevo orden global. Siguien- do a Acosta, que a finales del siglo XVI había hecho una contri- bución decisiva a la tarea, afirma: Con toda seguridad lo descubierto hasta ahora debe bastarnos para comprender que por esta otra parte se extiende una porción del orbe terráqueo no menor que el conjunto de Europa, África y Asia y que ambos hemisferios los antiguos pudieron impunemen- te negar o poner en duda. Y prueba lo mismo la afirmación de Tomás Bozio: Estas regiones de los antípodas recientemente des- cubiertas abarcan la mitad de todo el orbe terráqueo y de todos los seres que Dios ha creado para los hombres.25 III. QUAESTIO DE ANTIPODIBUS La cuestión relativa a las antípodas, lejos de ser una simple mues- tra de erudición humanista, juega un papel crucial en la argu- mentación de Solórzano. Desde Platón –inventor del término anti-podos que quiere decir, literalmente, anti-pies– las especu- laciones sobre tierras y pueblos al otro lado del mundo se movie- ron en un doble riel. Por un lado, eran el fruto de las especulaciones 23 Ibid., XI, 39-44, p. 397. 24 A este propósito véase Paul Zumthor, La medida del mundo. Representación del espacio en la Edad Media, Madrid, Cátedra, 1994, sobre todo los capítulos XI y XVI. 25 Solórzano, De Indiarum iure, op. cit., I, IV, 55, p. 161. 11 «NUESTROS ANTÍPODAS Y AMERICANOS»: SOLÓRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO teórico-deductivas de la geografía griega: si la tierra es esférica, es posible designar un punto opuesto al del observador que está «pies al revés» con respecto a nosotros.26 Por el otro, la imagen de una gente cabeza abajo y patas arriba contiene, en germen, las caracte- rísticas de inversión simbólica y de subversión del sentido común que estuvieron en la base de su fortuna literaria.27 Solórzano, de igual manera que los grandes pensadores antiguos y medievales, explotó ambos filones para poner la quaestio de antipodibus al servicio de la ideología de la corona española. Sus conocimientos enciclopédicos le permitían moverse con agilidad entre Tolomeo y Lucrecio, Cicerón y San Isidoro, en busca de ar- gumentos para legitimar la conquista; pero los antípodas son mu- cho más que un topos poético, un motivo literario o una hipótesis científica; se trataba más bien de un poderoso dispositivo retórico que permitía generar mundos posibles a partir de un sistema con dos características cruciales: un conjunto bien rodado de reglas de inversión basado en la tradición aristotélico-tomística y una gran reserva de imaginario social.28 Punto de conjunción entre el vasto imaginario del mundo al revés medieval, del cual no constituyen sino una parte, y las fabulaciones sobre los confines remotos del mundo, las antípodas fueron, des- de la antigüedad, un recurso para justificar la expansión imperial y a la vez un peligroso elemento de subversión del orden constitui- 26 Vignolo, «Nuevo Mundo: ¿Un mundo al revés? Los antípodas en el imaginario del Renacimiento», op. cit., p. 23. 27 «La utilización del vocablo como adjetivo –aclara Moretti– parece preceder de todas maneras su empleo como nombre propio: en efecto, en el Timeo no se habla de las antípodas ni como continente, ni como pueblo, sino como un lugar geomé- tricamente opuesto en el globo terrestre. Por otra parte, es cierto que en la obra platónica en su conjunto se encuentra una cantidad de sugestiones cosmológico- geográficas que van a influenciar profundamente la cultura posterior, y que estable- cen unas conexiones más o menos directas con el motivo de los antípodas …» (Moretti, op. cit., p. 17-18 –traducción del autor–). Véase también Genevieve Droz, Les mythes platoniciens, Paris, Editions du Seuil, 1992, pp. 175-185. En la obra platónica véase Timeo 24d-25d y Critias 120e-121c. 28 Esta hipótesis tiene muchas analogías con la de «capital mimético» de Stephen Greenblatt, Marvelous Possessions. The Wonder of the New World, Oxford, Clarendon Press, 1991. Véase sobre todo la introducción. 12 PAOLO VIGNOLO do. En otras palabras, se trataba de una herramienta formidable, capaz de moldear, subvertir y trastocar las representaciones socia- les a partir de un vasto repertorio de mitos, leyendas y creencias sedimentado durante siglos. Sus misteriosos habitantes, considerados inalcanzables hasta la mitad del siglo XV, se presentaban, al mismo tiempo, como pare- cidos y opuestos a nosotros: por razones de simetría, se considera- ba que en ese otro hemisferio la vida se daba en un contexto natural y climático parecido, lo que hacía razonable considerar los seme- jantes a sus pobladores; por vivir cabeza abajo, se los veía como gente estrafalaria con costumbres trastocadas, «inversas y perver- sas». Esta descripción sería el modelo narrativo a partir del cual se establecería el estatus del indio americano.29 La doctrina de las antípodas generó una serie de problemas exe- géticos de ardua solución para adaptar la geografía grecorromana al relato bíblico que se impuso a partir de San Agustín sobre la elaboración del cosmos. La posiblepresencia de gentes al otro lado del mundo amenazaba los fundamentos mismos de la doctri- na cristiana, que estaban basados sobre las categorías fundamen- tales del pecado original y de la redención.30 Tanto el origen común de Adán como el alcance universal de la palabra de Cristo eran incompatibles con la idea de barreras naturales insuperables entre el hemisferio Boreal y el hemisferio Austral. «San Agustín y otros Padres de la Iglesia no admitieron los antípodas, porque juzgaron 29 Giuliano Gliozzi, Adam et le Nouveau Monde. La naissance de l’anthropologie comme idéologie coloniale: des généalogies bibliques aux théories raciales, 1500- 1700, trad. A. Estève et P. Gabellone, préf. F. Lestringant, Théétète, Lecques, 2000. 30 Piero Camporesi escribe: «Ubicado en una posición intermedia entre lo alto y lo bajo, entre los dos extremos del bien y el mal, de la felicidad y de la abyección, entre el apogeo de la dicha y el abismo de la perdición, el mundo mediano, el orbis terrarum, lugar de refugio temporáneo por los vivos y centro de paso para las almas de los difuntos, depende de esta posición particular escogida por la insondable Providencia» (La casa dell’eternità, Milano, Garzanti, 1987, p. 15 –traducción del autor–). Esta concepción deja poco espacio para una polarización de la Tierra en dos hemisferios habitados e incomunicables. Las oposiciones fundamentales se orientan en un plano más metafísico que geográfico, en el triplex habitaculum del gran edificio construido por Dios. 13 «NUESTROS ANTÍPODAS Y AMERICANOS»: SOLÓRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO imposible que los descendientes de Adán hubieran pasado por el Océano a estas regiones.»31 A pesar de aceptar la idea de la esfericidad de la Tierra y la teoría de las zonas, San Agustín se había negado a avalar la hipótesis –proveniente, a su juicio, de un razonamiento deductivo carente de prueba– de un hemisferio habitable opuesto y especular al nues- tro. Para él, la existencia, en un continente inalcanzable, de seres humanos excluidos de la descendencia de Adán y absolutamente ignorantes de la noticia de los Evangelios, ponía en tela de juicio la vocación ecuménica del Cristianismo. Por el contrario, la pre- sencia de monstruos y mirabilia en el remoto más allá no era in- compatible con los dogmas de la Iglesia de Roma. Sin embargo, las exploraciones europeas de los últimos dos siglos desmintieron, a los ojos de los contemporáneos de Solórzano, la doc- trina agustiniana: en las antípodas se encontraban pueblos, ciudades e imperios, y los viajeros habían aprendido a navegar hasta allá. ¿Cómo conciliar las auctoritas antiguas con la experiencia de los modernos? Solórzano procedió de manera inexorable, primero demostrando (ta- rea fácil) lo absurdo de pensar la tierra como no esférica y luego, disculpando el «encumbrado ingenio de San Agustín» por su error de creer que los antípodas tenían que ser monstruos y no «hombres racionales, verdaderos descendientes de Adán»: Pero entre nosotros, los que profesamos la fe católica, es absolu- tamente cierto y de todos sabido que todo el linaje de los morta- les, por cualesquiera partes del mundo en que se halle extendido, se ha propagado por descendencia de nuestro primer padre Adán, a quien Dios formó del barro de la tierra, para que fuera el padre de las tierras del orbe entero y recibiera el poder de todo lo que había sobre la tierra. (…) Agustín concluye que todo lo que algunos autores publican sobre gentes monstruosas carece de todo fundamento: Si las hay, no son hombres; y si son hombres, son de Adán.32 31 Solórzano, De Indiarum iure, op. cit., I, XI, 48, p. 379; I, XI, 22-24, p. 391. 32 Ibid., I, IX, 1-5, p. 321. 14 PAOLO VIGNOLO Como ya había indicado López de Gomara, San Agustín se equi- vocó porque seguía asumiendo la zona Tórrida como insuperable, a pesar de estar en lo correcto, desde el punto de vista doctrinal, por no transigir sobre la descendencia común de Adán, dogma central en la visión monogenética cristiana.33 IV. EL POBLAMIENTO DEL NUEVO MUNDO Si el otro hemisferio existía y era alcanzable, era imprescindible darle un nombre apropiado. Desde el primer capítulo, «que desig- na propiamente el nombre de Indias», la cuestión parece obsesio- nar a nuestro autor. La etimología, para un humanista de la talla de Solórzano, era un elemento revelador de la apropiación simbó- lica de las nuevas tierras de ultramar. Así como el bautizo para los hombres, y el requerimiento para las tierras –prácticas a las cuales el autor dedica varias reflexiones–, el acto de ponerle nombre a las provincias y pueblos de las antípodas de Europa era, de por sí, una forma de dominio que permitía defender los derechos de la Corona en las cortes, consejos, foros y tribunales. De entrada descartó tanto el «falso e impropio nombre de Indias», como el de América, fruto, a su pareceer, de las astucias maquiavé- licas de Vespucio; pero tampoco resultaron convincentes otras pro- puestas fantasiosas, como la de llamar las nuevas tierras Antilianas, Amazonias, Orellanas, o de la Santa Cruz, a pesar de haber sido respaldadas por figuras prestigiosas como Acosta, Ortelio o inclu- so el mismísimo Tolomeo. Si acrósticos como Ferisabélicas o Pizarrinas, aunque «políticamente correctos», resultaban tediosos y poco sugestivos, expresiones como Islas Atlánticas o Atlántidas no soportaban un juicio riguroso, ya que éste implicaría dar por buenas las fábulas de Platón. 33 La condena de la creencia en la doctrina de las antípodas, nos recuerda Solórzano, condujo al lamentable accidente de la condena de Virgilio, obispo de Salzburgo. Se trata de todas maneras de un error persistente, pues incluso el mismísimo Pico de la Mirandola, célebre por su erudición, siguió condenándola frente a Alejandro VI. 15 «NUESTROS ANTÍPODAS Y AMERICANOS»: SOLÓRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO Ni hablar de un término como Francia Antártica, acuñado para acreditar las pretensiones ilegítimas de los hugonotes franceses en Brasil. Más preciso habría sido algo como Colonia o Columbonia que por lo menos aludían a la hazaña realizada por Colón mien- tras estaba al servicio de los soberanos españoles. El término Orbe Carolino también habría podido ser adecuado, de no ser por su poca difusión. A raíz de estas motivaciones el nombre más conve- niente, en definitiva, fue Nuevo Mundo o Novus Orbis, Nuevo Hemisferio: Entre los nombres que hasta hoy se han dado a nuestras Indias Occidentales, ninguno hallo más conveniente y significante de su grandeza que el de «Nuevo Mundo», en latín «Novus Orbis». No porque yo crea ni siga la opinión de los que dijeron que había muchos mundos, sino porque los antiguos dividieron en tres partes todo lo que conocían del ya descubierto, conviene a saber, África, Europa y Asia, como lo dije en el capítulo prime- ro.34 Aunque se afana en precisar, las palabras, como las monedas, de- penden de su valor de uso: Éstas son las indagaciones cuidadosas que, entre otros, hemos podido hacer sobre la verdadera y apropiada denominación de estas regiones, que en el transcurso de esta obra no tendremos inconveniente en señalar con el nombre corriente y más conoci- do de Indias Occidentales o América. La razón está en que, si hacemos caso a Quintiliano, se tiene que usar la palabra, como una moneda, que posee una configuración pública y el uso co- rriente del habla es más poderoso que la propiedad de las pala- bras …35 Toda la argumentación etimológica, que en el De Indiarum iure llena más de diez páginas, se construye alrededor de exigencias geopolíticas. En primer lugar hay que celebrar las hazañas de los hombres al servicio de la Corona (Colón, Núñez de Balboa, Cor- tés, Magallanes) y desacreditar a quienes, como el florentino Ves- 34 Solórzano, Política indiana, op. cit., I, III, 1, p. 35. 35 Solórzano, De Indiarum iure, op. cit., I, IV, 58-60, p. 163. 16 PAOLO VIGNOLO pucio, podrían usurpar sus méritos, con el fin de asegurar que otras potencias europeas no se insertaran en el juego colonial y amenazaran elmonopolio ibérico. En segundo lugar, se insiste en el cambio de imagen del mundo comprobada por la expansión, más allá de las columnas de Hércu- les, de los territorios portugueses y españoles. Nos encontramos con uno de los artificios más frecuentemente usados por Solórzano en su meticulosa justificación de la Conquista: la emulación de los antiguos por parte de los modernos que ha llevado a los reinos cristianos, gracias a la Providencia Divina y al progreso técnico, a superar a los grandes campeones del pasado. «Las fatigas de Hércules, Baco y Ofiris», así como las hazañas de los ejércitos de Alejandro Magno y de los emperadores romanos, preconizan las empresas de conquistadores como Cortés y Pizarro que Solórzano relata con acentos épicos propios de los libros de caballería.36 Así mismo, la actividad evangelizadora de los após- toles Bartolomé y Tomás en las Indias Orientales representaba la vanguardia de la gran empresa misionera de la España de la épo- ca, que señaló al jesuita Francisco Javier como héroe y mártir ejemplar. En fin, el proceso de conquista se celebraba por haber construido una imagen global del orbe, en toda su redondez. Así como el viaje mítico de los argonautas había abierto las vías a la navega- ción y al comercio, marcando el fin de la Aurea Aetatis y el co- mienzo de la historia propiamente dicha, los navíos ibéricos lograron ir plus ultra, rompiendo, de esta manera, las fronteras del mundo clásico y abriendo paso a una nueva época en la que el cristianismo triunfante estaba a punto de envolver al mundo ente- ro. De Magallanes, por ejemplo, Solórzano escribe: … una de sus naves, de que Sebastián Cano iba por piloto, llamada «Victoria», dio vuelta a todo el mundo, mereciendo que a él se le diese su globo por armas con una letra, que decía: «Tú fuiste el 36 Véase Borja, op. cit., sobre todo la introducción y el primer capítulo. 17 «NUESTROS ANTÍPODAS Y AMERICANOS»: SOLÓRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO primero que me rodeaste». Y a ella hayan celebrado los escritores más que a la Argos.37 Una vez aclarada la cuestión del nombre, el autor reseña el asunto del «origen de los pueblos descubiertos en las regiones del Nuevo Mundo, [preguntándose,] ¿cómo pudieron pasar a ellas?». Aun- que admite la existencia de las antípodas, queda por comprender cómo se poblaron de plantas, animales y, sobre todo, de seres hu- manos: Con razón, pues, personas doctísimas suelen poner en duda cuál sea el origen de estos indios occidentales y meridionales y de qué manera, por qué camino, bajo qué guía han podido llegar pueblos tan numerosos a estas provincias separadas de las otras por casi todo el océano y, al parecer, totalmente ignoradas de los antiguos. En efecto, como dice admirablemente José de Acosta, no pode- mos pensar que haya llegado acá una segunda arca de Noé ni que algún ángel haya transportado volando por los aires a los progeni- tores de los pueblos indianos …38 Solórzano revisa las hipótesis principales al respecto. No se puede confiar, en absoluto, en las fábulas de los indios sobre sus propios orígenes, ya que son «simples sueños y delirios de enfermos»39 de gentes bárbaras que no tienen escritura. Las especulaciones filo- sóficas sobre la Atlántida tampoco parecen dignas de confianza: «esa narración de Platón es pura patraña».40 Además, rechaza y condena, con vehemencia, la no menos estúpida y errónea opi- nión, basada en la doctrina de Avicenna, de que los primeros na- turales de estas regiones pudieron haberse generado de la tierra o de alguna materia pútrida mediante el calor del sol.41 37 Solórzano, Política indiana, op. cit., I, II, 6, p. 29. En una nota Solórzano cita: «Occeanum reserans Navis-Victoria totum, Hispanum Imperium clausit utroque Polo», (ibid., nota 46, p. 14). 38 Solórzano, De Indiarum iure, op. cit., I, IX, 14-15, p. 323 s. 39 Ibid., I, IX, 21, p. 327. 40 Ibid., I, IX, 55-56, p. 341. 41 Ibid., I, IX, 37, p. 331. 18 PAOLO VIGNOLO Esta idea, subversiva a toda luz, fomenta la opinión «necia, impía, y herética»42 de quien piensa que se pueda generar y formar un hom- bre verdadero por arte de alquimia. Así mismo, carecen de todo fundamento las argumentaciones de quienes buscan los orígenes de los indios del Nuevo Mundo en las diez tribus perdidas de Israel, o «… en los fenicios o cartagineses, o en los romanos o italianos, o en los tártaros y chinos».43 Si bien acepta que se trata de un problema de difícil solución, para el que «… más fácil es reprobar opiniones ajenas que proponer alguna propia que satisfaga»44, Solórzano propende por otra vía de salida moldeada a partir de la teoría de las migraciones sucesivas del jesuita José de Acosta: Más parece que se llegan a la razón y verdad los que dicen que los primeros habitadores de estas provincias pasarían a ellas con naves fabricadas para este intento, como ahora lo hacemos los españoles y lo han hecho siempre los que han pretendido mudarse de unas regiones a otras transmarinas. O que cuando no intentasen pasar a él de propósito, pudo ser que navegando para sus comercios u otros fines a provincias vecinas se derrotasen con tormentas y arrojados por el océano, arribasen a algunas de las islas de estas Indias, y allí, poco a poco, fuesen poblando las otras; la cual opinión tiene por probable el padre Acosta y la siguen muchos autores.45 La teoría de las migraciones sucesivas de Acosta logró generar, a partir de a finales del siglo XVI, un amplio consenso sobre un asunto trascendental: «La fe católica mantiene la paternidad de Adán sobre todo el género humano; y ahí se obtiene (…) una garantía de la unidad y universalidad del hombre».46 Se cierran de esta manera decenios de debates ásperos e incertidumbre genera- lizada. 42 Ibid., I, IX, 40-41, p. 333. 43 Ibid., I, IX, 55-56 p. 339. 44 Solórzano, Política indiana, op. cit., I, V, 7, p. 53. 45 Ibid., I, V, 18, p. 55. 46 F. Javier de Ayala, Ideas políticas de Juan de Solórzano, Sevilla, Escuela de Estu- dios Hispano-americanos, 1946, p. 108. 19 «NUESTROS ANTÍPODAS Y AMERICANOS»: SOLÓRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO La idea de que los pobladores del Nuevo Mundo llegaron por el estrecho de Boering o por otros puntos donde las tierras emergidas casi se tocan, para luego difundirse por todo el continente, sigue siendo todavía una de las teorías más acreditadas en el campo cien- tífico. Su éxito en el siglo XVII se debió, en gran parte, al hecho de que permitía solucionar, al mismo tiempo, muchos problemas. Los teólogos y las jerarquías eclesiásticas abrazaron con entusiasmo la idea por ser una eficaz herramienta teórica en contra de la peligrosa propagación de teorías poligenístas. Los filósofos naturales encon- traron en ella una hipótesis creíble, a partir de la cual era posible emprender un estudio sistemático de la fauna y de la flora del Novus Orbis. Los sostenedores de la Corona, como Solórzano, por otra parte, no tardaron en considerar plausible la idea por motivos po- líticos, es decir, para demostrar la validez de la sujeción de los in- dios a Castilla. Los habitantes del Nuevo Mundo, en sus vagabundeos migratorios entre un continente y otro, se volvieron nómadas, degenerando, así, sus costumbres, desarrollando prácticas «incivilizadas, vulga- res e inhumanas»47: canibalismo, incesto, idolatría. «Vistos a la luz del modelo aristotélico –nos señala Muldoon– las gentes de las Américas han caído lejos de su original forma de vivir en comuni- dades organizadas».48 No se puede olvidar que la historia de la humanidad, en la con- cepción cristiana, es ante todo la historia de una caída: sólo a partir de la llegada de Dios, hecho carne, a la Tierra, se abre la posibilidad de la redención. Sin embargo, los pueblos americanos siguieron cayendo desde que fueron echados del Paraíso Terrenal, y sólo en tiempos recientes la actividad misionera de los ibéricos ha logrado llevar hasta allá la palabra salvadora de Cristo. La pro- longada dispersión por la faz de la Tierra y la caída a lo largo de todos esos siglos explica la degeneraciónde los habitantes del Nuevo Mundo, pero también abre las puertas de su salvación. 47 Muldoon, op. cit., p. 71 (traducción del autor). Véase también Anthony Padgen, The Fall of Natural Man: the American Indian and the Origins of Comparative Ethnology, Cambridge, Cambridge University Press, 1982. 48 Muldoon, op. cit., p. 71 (traducción del autor). 20 PAOLO VIGNOLO V. MUNDUS INVERSUS ET PERVERSUS Solórzano razonaba desde la óptica contrarreformista de la época: «… se había restaurado, en toda su vigencia y con nuevos impulsos, el dogma del pecado original y la servidumbre y grandeza de la naturaleza caída, la necesidad de las obras para la justificación, el valor de la voluntad en la tarea de su destino trascendente».49 Los indios, en su historia de desplazamientos, tomaron un camino tor- cido que hay que corregir. Esta visión moldeó no solo la imagen de los pobladores, sino tam- bién la de las tierras americanas. En la descripción de la «Naturale- za y excelencia del Nuevo Mundo» se distingue el funcionamiento de lo que podríamos llamar el «dispositivo antipódico». Citando a Gomara y Acosta, entre otros, Solórzano describe tierras paradi- síacas donde se perpetúa una eterna primavera, «huerta de delei- te, alabanza del Temple», que hace recordar tanto el Edén perdido de los cristianos, como los Campos Elíseos y las Islas Atlánticas o Fortunadas de los paganos. Para los europeos, lo que se encontra- ron era un mundo de los orígenes aún no purgado por la interven- ción divina, un paraíso perdido que debía ser rescatado: «[Cristóbal Colón] vino casi a pensar que en ellas podía haber estado el paraí- so terrenal que muchos dicen estuvo plantado debajo de la equi- noccial».50 Ese mundo podría ser mejor que el conocido, tan sólo si la civili- zación europea pudiera trabajar esa tierra inculta para volverla una viña del Señor, extirpando sus pecados abominables y reco- giendo sus frutos: «Verdaderamente hay autores que se la conce- den [la ventaja respecto al Viejo Continente], y yo los siguiera si este nuevo orbe estuviera tan cultivado, poblado y habitado como el antiguo».51 49 Ayala, op. cit., p. 108. 50 Solórzano, Política indiana, op. cit., I, IV, 3, p. 42. 51 Ibid., I, IV, 5, p. 42. 21 «NUESTROS ANTÍPODAS Y AMERICANOS»: SOLÓRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO La insistencia en sus maravillas y riquezas, pero también en los «frecuentes terremotos y montañas de fuego» que lo sacuden, se volvió un argumento en favor de la colonización y evangelización que se llevaba a cabo en medio de innumerables dificultades. El imaginario relacionado con ese mundo al revés permitió presentar el mundo precolombino como caótico y confuso: de allí se des- prendió la motivación moral para el despliegue de las fuerzas civi- lizadoras. Una vez aclarado el asunto del origen y llegada de los indios y de la naturaleza del Nuevo Mundo, nos encontramos frente al eje de la construcción argumentativa: la prioridad del descubrimien- to. Solórzano, como de costumbre, lo enfrenta desde su oficio de jurista, al comenzar por enumerar los argumentos ab contrario: «… son muchos, y muy graves los autores que, o porque así de verdad lo sintieron, o por quitar esta gloria a los españoles, quie- ren persuadir que hubo noticia de él y su grandeza, que aunque no tan distinta como la que después habemos tenido».52 Solórzano procede a exponer las más variadas hipótesis de viajes ultraoceánicos de la Antigüedad, para luego demolerlas una a una. A pesar de su valentía y poder, los antiguos no conocían la navega- ción en mar abierto, ni la aguja de marear, ni el imán, ni el astrola- bio, ni la pólvora o la artillería, ni el origen del Nilo; problemas técnicos impidieron a griegos, tiros, fenicios, cartagineses y roma- nos semejante hazaña. «Por eso no tenían semejante noticia [de un Nuevo Mundo], o por lo menos práctica, ya que alguno o algu- nos filosofando la tuviesen especulativa».53 Pero Solórzano sabía que en los foros de los tribunales y en las audiencias públicas se ganaban las causas y se convence al público y al jurado no sólo filosofando, sino sobre todo con hechos prác- ticos: «No hay que dar a los argumentos filosóficos más crédito que a los ojos».54 Y desmontar los débiles hechos que demostra- 52 Ibid., I, VI, 2, p. 61. 53 Ibid., I, VI, 8, p. 63. 54 Solórzano, De Indiarum iure, op. cit., I, XI, 42, p. 379. 22 PAOLO VIGNOLO rían la llegada de los romanos al Nuevo Mundo no resulta en absoluto complicado. Tanto el hallazgo de una moneda romana en Nueva España, como la presencia de escudos con el águila imperial en Chile –dos su- puestas «pruebas» de la presencia romana en el otro hemisferio– podrían bien ser considerados falsos, como se había demostrado en un caso de impostura parecido, develado por los portugueses en las Indias Orientales. En cuanto a la improbable asociación de la tierra bíblica de Ofir con Perú (donde Solórzano vivió dieciocho años), es probable que se trate más bien de Taprobana. Una vez expuestos los argumentos de la contraparte, el autor expresa su tesis: las supuestas llegadas de otros exploradores antes de Colón deben ser reputadas como inventadas «más por amor de novedad que de verdad»: … tengo por mucho más cierto que no se tuvo ni halla en la anti- güedad rastro alguno que muestre ni pruebe que en ella se alcanzó ni aun pequeña o remota noticia del orbe de que tratamos; opi- nión que ha sido seguida por muchos más autores y no menos graves que la pasada, así españoles como extranjeros.55 Por lo que concierne al anuncio de la palabra de Cristo en el Nue- vo Mundo, en cambio, no hay que descartar la posibilidad de que las Sagradas Escrituras hayan anunciado o profetizado el descu- brimiento, aunque con tal cubrimiento y oscuridad de palabras que muchas veces no se entienden hasta que las vemos cumpli- das.56 La cuatro extremidades de la Tierra, sostiene Solórzano siguiendo a San Jerónimo, parecen preconizar las cuatro partes del mundo, así como ciertas oscuras profecías de Isaías. El mismo San Pablo, cuando refiere que el nombre de Jesús llegaría a ser adorado entre «todos los del cielo, tierra e infiernos», podría estar refiriéndose al Nuevo Mundo, ya que con la palabra «infiernos» pudo haber querido significar «nuestros antípodas y americanos» que estaban 55 Solórzano, Política indiana, op. cit., I, VI, 7, p. 63. 56 Ibid., I, VII, 1, p. 71. 23 «NUESTROS ANTÍPODAS Y AMERICANOS»: SOLÓRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO escondidos o sepultados en lo más bajo de tales abismos de mares y tierras que respecto a las nuestras, en toda propiedad, se llaman «infernas».57 Acá, Solórzano contaba con una consolidada tradición literaria que él, sin lugar a duda, conocía bien: ya Servio, comentador de Virgilio, afirmaba: … se puede llegar navegando a los antípodas, que están debajo de nosotros [inferi] como nosotros debajo de ellos. Por eso llamamos infiernos a lo que está bajo la tierra. Tiberiano dice también que los antípodas nos enviaron traída por el viento una carta con esa inscripción: Los de arriba saludan a los de abajo.58 Superi inferis salutem: ellos son los de arriba, a sus ojos los inferio- res somos nosotros. La misteriosa misiva, que pone en marcha una típica inversión antipódica, había tenido cierta fortuna literaria en ambientes humanistas, gracias sobre todo a Petrarca. A partir de esta vaga alusión de San Pablo a la palabra de Cristo que llegaría hasta los infiernos, Solórzano logró establecer un puente entre la visión virgiliana del otro hemisferio como morada de los difuntos y las exigencias de establecer unas pautas jurídicas sobre el trato a los indios. Con elegancia formal y gran despliegue retórico, sigue trazando poco a poco el retrato de «nuestros antípodas y americanos». En el Nuevo Mundo no se encuentra lo mismo que hay en el Tártaro ni en los Campos Elíseos de los antiguos, sino seres vivos, racionales y aptos para ser convertidos en súbditos de la Corona de Castilla y en buenos cristianos de la Iglesia de Roma. Y sin embargo hay algo infernal en losmoradores de esas tierras. El diablo, «príncipe de este mundo», parece haber reinado sin rivales en el otro, hasta la llegada de los cristianos. Es por eso que las naves aladas de los ángeles y las palomas de Isaías –que preco- nizan el nombre de Colón (Colombo, quiere decir paloma en ita- 57 Ibid., I, VI, 6, p. 90. 58 Solórzano, De Indiarum iure, op. cit., I, IX, 39-44, p. 397. Véase también en este mismo volumen Rafael Díaz, «Obra de Imperio: colonialidad, hecho imperial y eurocentrismo en la Política indiana» y Gliozzi, op. cit. 24 PAOLO VIGNOLO liano)– bien pueden ser consideradas profecías de los triunfos es- pañoles, aunque se trate de hipérboles poéticas y no de descrip- ciones factuales. En cuanto a los testimonios de testigos que se refieren a la costumbre de ciertos indios de vestirse como clérigos o al hallazgo de cruces en la Nueva España, es necesario, una vez más, tomarlos con cuidado: podrían ser imposturas de los indios o incluso artimañas del «demonio, simio de Cristo». En el siglo XVII, el simio ya reemplaza a los monstruos plinianos en la representación de lo exótico lejano. El diablo imita a Dios, como el simio imita al hombre: no es casual que en el Nuevo Mun- do, poblado de simios, de demonios y de seres salvajes y bestiales, prolifere la idolatría, es decir, la veneración de falsas imágenes, de imitaciones demoniacas de lo sagrado.59 Los antípodas remiten entonces a un mundo invertido a merced del demonio que, vale la pena recordarlo, se presenta ante todo como portador de falsas verdades y dedicado a disfrazar y pervertir ritua- les, hábitos y sermones auténticamente cristianos. Sí, porque ese Nuevo Mundo al revés está hecho a imagen y semejanza del Anti- guo, pero está trastocado por el poderío del Señor de las tinieblas: sólo en tiempos recientes, la luz del Evangelio está empezando a lacerar la oscuridad del pecado en que viven sus habitantes. VI. ENDEREZANDO UN MUNDO AL REVÉS Los antípodas también permitieron establecer una relación metafó- rica entre cuerpo humano y cuerpo social, según pautas simbólicas bien arraigadas en la cultura de la época. En el pensamiento del Renacimiento tardío, la concepción de una monarquía universal como máxima aspiración política se conjugó con la idea de que había un complejo sistema de correspondencias, analogías y simpa- tías entre micro y macrocosmos: el cuerpo social se debía gobernar 59 Véase Carmen Bernand y Serge Gruzinski, De l’idolâtrie: une archéologie des sciences religieuses, Paris, Seuil, 1988 y Borja, op. cit. 25 «NUESTROS ANTÍPODAS Y AMERICANOS»: SOLÓRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO como se gobierna el cuerpo humano. Europa –o, por translación metonímica, una de sus regiones– se representaba a sí misma como cabeza, centro, caput mundi: una imagen recurrente en las alegorías manieristas, en las estampas populares, en la literatura, en los trata- dos políticos. El portugués Luis de Camôes, sólo para citar un ejem- plo entre muchos, en las Lusiades escribe: «Y apareció la nobre España que es como la cabeza de toda Europa. La rueda fatal a menudo gira a favor de su imperio y de su gran gloria ...».60 La lucha por la supremacía a escala mundial de los diferentes es- tados nacionales se traduce en una visión jerarquizada del espacio moldeada sobe la anatomía humana. La geografía moderna se construye a partir de un doble proceso: por un lado, se aplican categorías espaciales universales a lugares todavía fuertemente impregnados de particularidades irreducibles a un modelo único, y por el otro, se defienden pretensiones regionales en nombre de un idealismo universal. Derrida, al desarrollar las implicaciones etimológicas de la raíz cap, afirma: En su geografía y en lo que se ha llamado a menudo, como en Husserl por ejemplo, su geografía espiritual, Europa se ha identi- ficado como un «cap», un punto de partida para el descubrimien- to, la invención y la colonización, bien sea como la avanzada extrema de un continente hacia el oeste y hacia el sur, bien sea como el centro mismo de este idioma en forma de cap, la Europa del medio, encerrada, recogida en su memoria.61 Según esta ‘lógica capital’ –continúa Derrida, criticando las pre- tensiones expansionistas del Viejo Continente– lo que amenaza a la identidad europea no amenaza a Europa, sino a la universa- lidad a la cual ella responde, de la cual es la reserva, el capital o la capital.62 60 Citado en Yves Hersant y Fabienne Durand-Bogaert (eds.), Europes. De l’Antiquité au XXe siècle, Anthologie critique et commentée, París, Laffont, 2000, p. 88 (traducción del autor). Camôes también enmarca su descripción poética de Europa en una visión de la teoría de las zonas. 61 Jacques Derrida, «L’ autre cap», en Hersant y Durand-Bogaert, op. cit., p. 517 (traducción del autor). 62 Ibid., p. 525 (traducción del autor). 26 PAOLO VIGNOLO Desde los primeros tiempos de la conquista del Nuevo Mundo ya estaban en marcha las dramáticas contradicciones entre expansión global y afirmación local, entre dominio universal y fragmentación particular. Al mismo tiempo es necesario enmarcar al nuevo hemisferio dentro de esta metáfora organicista del poderío europeo. En Solórzano, la organización jerárquica de la faz de la Tierra a partir de un modelo centro-periferia tomado de la medicina, encuentra su apogeo en la visión de los indios como «pies de la república»: si España es desti- nada, por voluntad divina, a ser la cabeza del mundo, sus extensio- nes en el Nuevo Orbe no pueden ser sino las extremidades: Porque según la doctrina de Platón, Aristóteles, Plutarco y los que le siguen, de todos estos oficios hace la República un cuerpo com- puesto de muchos hombres como de muchos miembros que se ayudan y sobrellevan unos a otros, entre los cuales, a los pastores, labradores, y otros oficiales mecánicos unos los llaman pies, y otros brazos, otros dedos de la misma República, siendo todos en ella forzosos, y necesarios, cada uno en su ministerio, como grave y santamente da a entender el apóstol san Pablo.63 Es por ende parte de las leyes naturales que: ... los indios, por ser vasallos y como pies de la República, tengan obligación de servir en los ministerios en común útiles para ella.64 Los labradores son el hígado ó los pies, como dijo Plutarco escri- biendo a Trajano, que sustentan todo el peso de la República.65 La cabeza del Imperio está en la Corona que se apoya sobre el trabajo de los nuevos súbditos, mano (y pie) de obra destinada al trabajo manual en las minas y en las encomiendas. Marta Herrera escribe: … con la homología cuerpo-ciudad-república lo que el autor bus- có fue legitimar un ordenamiento de la sociedad fundamentado en la desigualdad que, además, no debía ser objeto de cuestiona- 63 Solórzano, Política indiana, op. cit., II, VI, 6, p. 171. 64 Ibid., II, XVI, 7, p. 275. 65 Ibid., II, IX, 11, p. 205. 27 «NUESTROS ANTÍPODAS Y AMERICANOS»: SOLÓRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO miento alguno. Tal desigualdad, que se expresaba en dos niveles, el de la división del trabajo y el de la dicotomía gobernantes- gobernados, identificaba a los indígenas como los pies del cuerpo social. De esta forma justificó que fueran los responsables de sos- tener todo el peso del cuerpo social y, además, de producir el máximo de recursos que, en últimas, deberían engrosar las arcas de la ‘cabeza’ de la república, es decir, de la Corona. (…) En la Política indiana, Juan de Solórzano y Pereira formuló una estrati- ficación socio-racial de la población del imperio español, en par- ticular de la americana, que se articuló con la concepción que tenía de América como parte accesoria de la Corona, en la que sus vasallos establecían colonias y lugares de españoles, para confor- mar «un cuerpo, y un Reyno». Este proceso, según el autor, dio como resultado que las «dos Repúblicas de los Españoles, é In- dios, así en lo espiritual, como en lo temporal, se hallan oy unidas, y hacen un cuerpo en estas Provincias».66 Sin embargo, los que tendrían que ser los pies de la República se
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