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0 INSTITUTO UNIVERSITARIO JUAN VUCETICH (IUV) ESTADO, SOCIEDAD Y POLITICAS PUBLICAS EN SEGURIDAD 1 CLASE 4 Sobre las violencias, los conflictos, y los paradigmas en pugna Estimados y estimadas estudiantes en esta clase abordaremos las dinámicas de las violencias en los territorios, y como ellas traen aparejadas distintas aristas y problemáticas que el autor Alberto Binder, esquematizo de una forma particular, que nos sirve de puntapié para pensar las posibles intervenciones del Estado ante estos fenómenos. Es importante mencionar que cuando hablamos de violencias y conflictos en los territorios hacemos mención a un campo problemático donde intervienen distintos intereses, y actores disputando sentidos y formas de intervención, si bien intentar dar cuenta de esto, no es una tarea sencilla, y muchas veces hay estrategias de un paradigma yuxtapuestas en en el otro y viceversa, esta clasificación como mencionamos antes nos va a permitir , generar una caja de herramientas para complejizar las intervenciones del Estado ante la violencia y los conflictos. Tanto desde el campo académico como político, fueron emergiendo diferentes propuestas sobre cómo abordar la complejidad de la problemática y los modos de intervención posibles. Como señala Binder (2009), las propuestas pueden ser sintetizadas en dos modelos diametralmente opuestos: como se ha mencionado anteriormente, de la seguridad nacional a la seguridad ciudadana: el paradigma del orden vs. el paradigma de gestión de la conflictividad. El paradigma del orden El primero de los modelos, el “paradigma del orden” explica la conflictividad social como un desequilibrio de la armonía social. Por ende, desde este enfoque, una política de seguridad debe contribuir al restablecimiento del orden perdido o violado. 2 Ahora bien, vale plantear el siguiente interrogante: ¿quiénes definen ese orden? ¿a quiénes incluye? La ilusión de la idea de orden –señala Binder- ha fundado una visión esquemática, lineal y simplista acerca del conjunto de fenómenos atrapados por las políticas de seguridad. Los conflictos que acarrean las diferencias y las desigualdades sociales quedan excluidos de este universo, no son puestos en cuestión ni comprendidos como parte de la problemática. El modo de afrontar los conflictos conlleva problemáticas explicitas, ya que: sólo se promueven formas violentas y poco eficientes de intervención. Ahora bien, en vistas a diseñar políticas de seguridad que den respuesta a los conflictos que atraviesan el problema de la convivencia humana, se debe atender la complejidad de estos fenómenos (las diferentes maneras de pensar, la desigualdad social, etc.), y este paradigma no da respuestas ni marcos de acción. El paradigma de la gestión de la conflictividad Frente a ello, el paradigma de la gestión de la conflictividad viene a poner en cuestión las ideas del sentido común que consideran al conflicto social como algo negativo, y en su lugar propone pensar el potencial transformador de la conflictividad social. Muchas situaciones, que en otros contextos históricos fueron consideradas conflictivas, finalmente constituyeron los motores de cambios y reformas y de la consolidación de nuevos órdenes, siempre provisorios y en relación con las dinámicas sociales. Es en este sentido que el conflicto debe ser considerado como algo inherente a toda sociedad y, por lo tanto, inevitable. Es expresión de la diversidad y a la vez motor de cambio y de mejoría de situaciones inadecuadas. El conflicto es necesario para el desarrollo de toda colectividad que cambia y avanza cuando busca y encuentra la solución a sus problemas. El conflicto no es positivo ni negativo, y sí un elemento estructural y estructurador de la vida en comunidad y cuando tiene solución puede dar 3 resultados beneficiosos. La forma de gestionarlos es la base para asegurar resultados positivos o negativos. Únicamente asumiendo esto, intentando entenderlo, y analizándolo es posible ofrecer una alternativa que permita superarlo y generar la necesaria satisfacción de los intereses y necesidades de las partes. Cabe destacar que el paradigma de la gestión de la conflictividad no implica una política permisiva sobre la criminalidad, sino una de mayor complejidad. Se busca comprender el fenómeno, pero no para justificarlo o relativizarlo. Con esto queremos aclarar una confusión común que es asociar las políticas de gestión de la conflictividad con políticas permisivas o que justifican los delitos. Reconocer la naturaleza conflictiva de la vida en sociedad, y estudiar sus causas, no conduce a minimizar ni relativizar el delito y las violencias. Tabla Paradigmas de intervención Paradigma del orden Paradigma de la gestión de la conflictividad El conflicto es visto como algo negativo que altera la armonía social El conflicto es visto como algo inevitable y no necesariamente negativo La forma de gestionar los conflictos es la que dará resultados positivos o negativos. El objetivo de la política de seguridad es restablecer el orden El objetivo es que el conflicto no se resuelva violentamente. Los conflictos se afrontan de forma reactiva Busca intervenir sobre las causas del conflicto de forma preventiva y a través de numerosos actores estatales y comunitarios (pluralización de actores) No se pregunta por las causas de los conflictos. Se pregunta por las causas de los conflictos para lograr una intervención eficaz De esta manera y en consonancia con lo anterior podemos inferir que, si los conflictos sociales son fenómenos complejos y multicausales, entonces no 4 corresponde que las respuestas a ellos provengan de la intervención exclusiva del Ministerio de Seguridad. El ministerio es una de las agencias, pero deberá coordinar su intervención con otras agencias del Estado (Ministerio de Desarrollo o Educación, o como en el caso de la Pandemia del Covid-19, el ministerio de transporte y el de salud, por ejemplo), procurando la participación de los gobiernos locales que son, en última instancia, los que se miden diariamente con los conflictos sociales en sus territorios. El sistema institucional de gestión de conflictos Una determinada forma de conflictividad puede ser gestionada mediante formas sociales no estatales, mediante la existencia de modelos ejemplares (ley, decisiones judiciales, etc.), a través de la creación de ámbitos o niveles de conciliación, por medio de funcionarios que resuelven conflictos (todas las formas de tribunales) o mediante la amenaza o la aplicación de violencia (política de seguridad y política criminal). Estos conjuntos de mecanismos conforman la trama propia del sistema institucional de gestión de conflictos, es decir, del conjunto de niveles, instancias e instrumentos con que cuenta una determinada sociedad para intervenir en la conflictividad, en especial para que ella no sea resuelta bajo formas violentas (Binder, 2009, pág. 30) Es así que podemos entender, de acuerdo a las ideas de este especialista, que este sistema de gestión de la conflictividad es todo lo contrario al predominio del más fuerte, y por ello, muy pertinente a un modelo de Seguridad eficiente y responsable: Siempre es valioso para una sociedad democrática que en esa conflictividad no predomine el más fuerte. Todo el sistema de gestión de conflictividad es la contracara del predominio del más 5 fuerte y podemos establecer como un principio democrático que la sociedad debe ir resolviendo (en un proceso social largo y complejo) cómo se distribuyen las ganancias en los conflictos, evitando en todo momento el abuso de poder y la violencia. Si el fuerte debe ganar, que no lo sea porque es el más fuerte sostiene el autor. (Binder, 2009, pág. 31) Esta idea contraria al predominio del más fuerte, es según Binder, el principio regulador de todas las políticas de gestión de la conflictividad y es, precisamente, la idea contraria al concepto de orden. La intervención estatal frente a los conflictos requiere, por un lado, una: […] base de información sobre las características del conflicto y el sector de conflictividad y de la eficacia relativa de cada una de las formas de gestión de la conflictividad”, y por el otro, el acompañamiento de todo el “aparato técnico y político propio de las políticas públicas modernas que permitan un debate, un diseño, una ejecución y una evaluación de esas políticas, más participativa y controlada (Binder, 2009, pág. 32) Estas dos instancias que delimita Binder son centrales en la planificación estratégica. Son relevantes para las administraciones gubernamentales que se plantean qué hacer frente al problema de la prevención del delito y las violencias. Con este apartado culminamos el primer módulo del curso. A continuación, pasaremos a abordar el fenómeno del delito junto a sus principales estrategias preventivas y sus modelos de intervención. En lo que sigue, examinaremos con mayor detenimiento el lugar del Estado ante los fenómenos de la violencia, los conflictos y el delito de manera más general, pero profundizando en los marcos conceptuales adecuados para el tratamiento de la inseguridad: 6 Inseguridad y Control del Delito A partir de mediados de los años ‘90, en Argentina se fue construyendo social y políticamente la inseguridad frente al delito como una de las mayores problemáticas de los centros urbanos. Al mismo tiempo, inseguridad y violencia han estado cada vez más estrechamente ligados. Como ha señalado Máximo Sozzo (2009: 59), la “crisis de la inseguridad” ha estado integrada por dos componentes: 1. Un componente de tipo ‘objetivo’, vinculado al crecimiento en la cantidad de hechos delictivos, fundamentalmente de aquellos que integran la “criminalidad de calle” o “microcriminalidad” (es decir, delitos contra la propiedad y contra las personas que ocurren sobre todo en el espacio público y suelen implicar un contacto directo, a veces violento, entre ofensor y ofendido) 2. Un componente de tipo ‘subjetivo’, conocido como “sensación de inseguridad”, que traduce un malestar en los sentimientos y expectativas de los ciudadanos respecto de la posibilidad de ser víctimas de un delito. Este proceso ha implicado, además, una fuerte crisis en relación al rol de los actores estatales tradicionalmente competentes en este campo de las políticas públicas —policía, justicia penal, prisión—, y una creciente politización de la problemática de la inseguridad que la ha transformado en un tema central del debate electoral. Siguiendo los desarrollos que David Garland realizó sobre todo a partir de los contextos estadounidenses y británicos, es posible distinguir dos respuestas estatales frente a la crisis de la inseguridad. Por un lado, una “respuesta denegatoria” que muestra que los actores estatales involucrados parecen negar el agotamiento de sus modos de pensar y actuar y, al mismo tiempo, los reafirman intentando intensificar y endurecer el empleo de viejas técnicas de intervención sobre el delito. Según Sozzo 7 (2009), esta respuesta, que ha sido la predominante en Argentina a partir de mediados de la década del ‘90, fue impulsada por el “brazo político” de las estructuras estatales que han promovido la politización del problema de la inseguridad y generado una especie de perspectiva que no termina de solucionar las problemáticas concretas de seguridad. Se incluyen aquí decisiones y acciones tales como el aumento exponencial del encarcelamiento y el incremento de los factores relacionados a estrategias penales. Por otro lado, una “respuesta adaptativa” (en Argentina, minoritaria en comparación con la respuesta denegatoria) en la que los actores estatales involucrados reconocen las limitaciones en las formas de pensar el delito y de responder a él, y buscan producir innovaciones. Se trata de un tipo de respuesta que incluye una multiplicidad de acciones heterogéneas entre las que se encuentran la “racionalización” y “comercialización” de la administración de justicia penal, la implementación de penas alternativas a la privación de la libertad y una redefinición de las responsabilidades en materia de control del delito. En Argentina, el proceso de responsabilización de nuevos actores se ha observado sobre todo en el desplazamiento de tareas y deberes hacia un actor estatal que antes no estaba involucrado en la producción de seguridad: el Gobierno Local. Según Sozzo, este proceso de ‘descentralización’, que otorga un mayor protagonismo a los gobiernos locales, es producto del encuentro entre dos tendencias: 1. Una tendencia descendente o ‘de arriba hacia abajo’, que ubica a este actor frente al desafío de actuar para producir seguridad. Esta delegación de tareas es impulsada por las estructuras estatales centralizadas. “Los actores centrales impulsan a que los actores locales se transformen en centros de imputación de la demanda ciudadana” (Sozzo, 2008: 61). 2. Una tendencia ascendente o ‘de abajo hacia arriba’, que surge de la demanda seguridad de los ciudadanos de urbes medianas y grandes producto del crecimiento en la “criminalidad de calle” y de la “sensación 8 de seguridad”. También se conjuga con que ciertos actores locales han reivindicado su capacidad de hacerse cargo de la seguridad ciudadana en el plano local. “Ciudadanos y actores políticos locales, por caminos diversos, coinciden de esta forma en ubicar en el centro de la escena de las políticas de seguridad frente al delito, al gobierno municipal” (Sozzo, 2008: 62). Las iniciativas de los gobiernos locales han sido múltiples y heterogéneas, aunque en su mayoría se han centrado en producir intervenciones que permitan la prevención del delito. Más adelante veremos en detalle las diferentes estrategias que emergen a partir de la crisis de la inseguridad y de la consolidación del gobierno local como un actor clave, pero antes examinaremos una distinción analítica importante entre represión y prevención del delito. Represión y Prevención del Delito Es posible distinguir dos finalidades de la política criminal: la represión del delito y la prevención del delito. La primera de estas finalidades refiere a la intervención luego de que el delito ha ocurrido para castigar al sujeto que lo ha cometido. Por su parte, la segunda de estas finalidades refiere a la intervención antes de que el hecho delictivo ocurra para evitar que efectivamente suceda. Ambas intervenciones requieren la movilización de diferentes recursos (técnicas de intervención, programas políticos, dispositivos institucionales), los cuales pueden ser de naturaleza penal o extra-penal. Los recursos penales se vinculan directamente a la finalidad de represión del delito, aunque se ha resaltado también su utilidad en términos de prevención del delito. No obstante, la criminología crítica ha señalado que: “Los resultados que ha llegado a obtener, desde hace tiempo, el análisis histórico y social de la justicia criminal, se pueden sintetizar en la afirmación de que el sistema de justicia criminal se manifiesta incapaz de resolver lo concerniente a sus funciones declaradas. Esto significa que la pena como instrumento principal de este sistema, falla en lo que respecta a la función de 9 prevención de la criminalidad. Este estado de crisis se registra en todos los frentes: sea el de la prevención negativa general, es decir, de la intimidación de los potenciales delincuentes, sea el de la prevención positiva especial, es decir, de la reinserción social de los actuales infractores de la ley penal. Estos fines preventivos son, a la luz de los hechos, simplemente inalcanzables. Por otra parte, otras funciones de prevención que parecen ser efectivamente realizables para el sistema penal, como la prevención negativa especial, es decir, la neutralización o la intimidación específica del criminal, y la prevención general positiva, es decir, la afirmación simbólica de la validez de las normas que favorecen el proceso de integración social, son en realidad inadecuadas respecto de los criterios de valor que preceden a nuestras constituciones, a saber las constituciones del Estado social y democrático de derecho” (Baratta, 1998 5-6, citado en Sozzo, 2008: 70). Por su parte, los recursos extra-penales no refieren a la imposición de castigos legales, aunque apuntan al control del delito. Los mismos nacieron y se desarrollaron históricamente vinculados a la finalidad de prevención del delito. Como sostuvo Sozzo: “La emergencia de los recursos extrapenales de la política criminal tiene como hitos fundamentales algunos procesos sociales e institucionales iniciados en el siglo XIX en diferentes horizontes culturales: la consolidación de las técnicas preventivas de la institución policial en la primera mitad del siglo XIX en Europa Occidental y en la segunda mitad del siglo XIX en Argentina y América Latina; la promoción de las reformas sociales en el marco del surgimiento de las primeras políticas sociales típicas del Estado Social del siglo XX la promoción de las llamadas "medidas de seguridad predelictuales" a principios de este siglo en Italia, España y América Latina; etc.” (Sozzo, 2008: 71). Estrategias de Prevención del Delito 10 Como sostuvimos más arriba, la crisis de la inseguridad ha dado lugar a una serie de respuestas estatales diversas respecto del control del delito. Los procesos de descentralización y la emergencia de los Gobiernos Locales como actores claves en la gestión de la seguridad han sido respuestas adaptativas muy visibles en Argentina, sobre todo a partir de los últimos 15 años. Las iniciativas de los gobiernos municipales, enfocadas en la prevención del delito, pueden agruparse en tres grupos: estrategia situacional-ambiental; estrategia social; y estrategia comunitaria. a. Estrategia situacional-ambiental: Comprende un conjunto de intervenciones dirigidas a impactar en el plano ‘situacional’ o ‘ambiental’ que se considera involucrado en la producción del delito. “Se trata de producir diseños, manipulaciones o transformaciones de las ‘situaciones’ o ‘ambientes’ en los que se considera posible que se desarrollen ciertas formas de actividad delictiva, reduciendo las oportunidades para su comisión” (Sozzo, 2009: 62). Según las técnicas que se emplean, es posible distinguir dos grupos: i) Acciones que pretenden impactar en la situación física y espacial del ambiente. Por ejemplo, iluminar espacios oscuros, instalación de cámaras de seguridad, desmalezamiento de terrenos baldíos, etc. ii) Acciones que buscan impactar en la situación social del ambiente, mediante la instalación de ‘vigilantes’ que puedan desalentar a los potenciales ofensores. Por ejemplo, la creación de ‘guardias urbanas’ orientadas a la vigilancia de espacios públicos, a la realización de actividades de control del cumplimiento de normativas municipales, etc. Aquí también se incluyen acciones que buscan activar ‘vigilantes no profesionales’, es decir, ciudadanos desarrollan actividades individuales o colectivas de “autoprotección” en la cuadra donde residen. Críticas a las estrategia situacional-ambiental: Una de las principales críticas a este tipo de prevención pero que tienen como fin la modificación de los espacios está orientada a que muchas veces 11 produce desplazamientos del delito, y resulta beneficioso sólo para espacios específicos en determinados momentos con efectos temporarios. b. Estrategia social: Se trata de un conjunto de intervenciones que se proponen actuar sobre los procesos sociales y culturales que se entienden como forjadores de las condiciones de posibilidad para que un individuo cometa un delito. Es decir, se proponen actuar sobre las causas de esos comportamientos. Algunos de los espacios donde se busca intervenir son la familia, la escuela, el grupo de pares y el individuo mismo ya que se presupone que algunos de los motivos de la ‘criminalidad de calle’ (que es, como vimos, protagonista en esta crisis de la inseguridad) refieren a que los individuos no han incorporado debidamente reglas sociales fundamentales, lo cual no les permite ‘auto- limitarse’ en torno a dichas reglas (‘déficit cultural’). Es decir, se trataría de un problema de socialización, control social y autocontrol. Al ‘déficit cultural’ se agrega también un ‘déficit material’ para explicar estos comportamientos delictivos. Por eso en esta estrategia se incluyen también “intervenciones que luchen contra la exclusión social, produciendo alternativas y oportunidades de inserción social en sus diversos planos, pero sin abandonar la dimensión ‘material’” (Sozzo, 2008: 66). Según Sozzo, se trata de la estrategia menos adoptada en el contexto argentino debido al ascenso de una estructura relacionada a la reducción del Estado. Esta politización ha impulsado medidas que produzcan efectos ‘a corto plazo’ y que sean visibles para los ciudadanos, mientras que las acciones que integran esta estrategia son más bien de mediano y largo plazo y muchas veces solo tangibles para los grupos destinatarios. 12 c. Estrategia comunitaria: Las acciones comprendidas en esta estrategia apelan fuertemente a la comunidad “como el espacio local de interacción social en que los problemas de seguridad frente al delito se producen y por ende, donde deben ser enfrentados” (Sozzo, 2008: 69). A su vez, apelan a la comunidad como un actor que debe activarse y movilizarse junto con actores políticos locales. Las expresiones seguridad comunitaria y prevención comunitaria han estado muy presentes en los últimos años en Argentina. Se pueden distinguir dos tipos de intervenciones: i) aquellas que buscan movilizar a los residentes de determinadas manzanas o barrios para que actúen como vigilantes no profesionales (que son, como vimos antes, también estrategias ambientales). ii) Aquellas que consisten en crear espacios de debate público sobre la situación de la seguridad en la ciudad. Estos espacios pueden ser periódicos u organizados como reacción a partir de situaciones particulares. Las acciones comprendidas en la estrategia comunitaria pueden a su vez estar atravesadas por otras estrategias, fundamentalmente las ambientales o situacionales. Como podemos notar Sozzo desarrolla las premisas teóricas, fortalezas, debilidades y consideraciones de cada una de esas tácticas, a partir de la síntesis de las diversas teorizaciones y conceptualizaciones existentes. Por otra parte, este autor reflexiona respecto del rol de la institución policial en este tipo de estrategias extrapenales y hace referencia a la “metáfora de un movimiento de péndulo” en el que en un extremo se ubicaría la táctica comunitaria -con un habitual mayor grado de participación policial-; en el centro, la táctica situacional-ambiental, que registraría un grado medio de participación policial y, finalmente, en el otro extremo, ubicaría la táctica social, en la que se observa habitualmente un grado muy bajo de participación policial o, directamente, su inexistencia (si bien esta metáfora responde a generalizaciones y en la práctica se dan muchas excepciones y especificidades). 13 Pese a la centralidad de la institución policial en la táctica comunitaria, hace referencia al proceso de multiplicación de actores con respecto al tradicional monopolio de la política de seguridad urbana por parte de la institución policial. En este sentido, tienen lugar como actores relevantes los individuos que forman parte de las comunidades locales, organizados de diferentes formas y en particular, las llamadas instituciones intermedias. El autor hace referencia también a la habitual combinación, en técnicas de intervención orientadas a la prevención, elementos provenientes de las diversas tácticas de prevención del delito contemporáneas, dando lugar a lo que se ha denominado la prevención integrada. Al mismo tiempo que crece la conciencia de que no se puede hacer “nueva prevención” o “prevención integrada” comprendiendo el rol esencial que cumplen las fuerzas policiales y de seguridad, pero a la vez integrar otros actores de la sociedad, para lograr una mayor complementación. Con todo este contenido desarrollado, podemos reflexionar: ¿Entonces qué función tiene el Estado con respecto a la problemática de la inseguridad? ¿Tiene relación únicamente con el abordaje de los delitos en sus distintos niveles? Esto también es necesario reflexionar, la respuesta como venimos observando es que no solamente. Hay distintas instancias que hacen a la seguridad ciudadana y que están relacionadas con el trabajo sobre las violencias, los conflictos, el resguardo de los derechos y por último los delitos. Sentirnos seguros, implica que podamos desarrollarnos en contextos donde las violencias, los conflictos, y los delitos sean considerablemente bajos. Y también donde todos nuestros derechos (como por ejemplo el acceso al trabajo, la educación, la salud, o la posibilidad de realizar reclamos justos) estén garantizados y no sean vulnerados. Las violencias en sus distintas modalidades es uno de los factores que se deben gestionar desde el Estado, para poder brindar seguridad, teniendo en cuenta todas las complejidades que la atraviesan. al igual que la conflictividad. 14 Por lo tanto, como plantea el autor Alberto Binder “el Estado no puede quedarse absorto frente a la conflictividad, tiene que hacer algo con ella, porque si deja a la conflictividad librada a su propia dinámica, lo que posiblemente ocurra es que se imponga la lógica interna del conflicto, y en ese conflicto va a ganar el más fuerte, va a ganar el que tenga más poder.Si el conflicto es una contradicción de intereses, y uno lo deja librado a su propia dinámica, ese conflicto va a ir generando que gane el más fuerte(Binder,2015). Las políticas públicas de seguridad deben encontrar en la comunidad, y la planificación estratégica, los ámbitos privilegiados para la gestión de la conflictividad y la prevención de la violencia . Bibliografía obligatoria SOZZO, Máximo, “Seguridad urbana y tácticas de prevención del delito”, en Inseguridad, Prevención y Policía, Quito, FLACSO Ecuador, pp. 67-74, 2008. SOZZO, Máximo, “Gobierno local y prevención del delito en la Argentina”, en Urvio, Revista Latinoamericana de Seguridad Ciudadana, Número 6, pp. 58-73, 2009. Bibliografía optativa Binder, Alberto . Políticas de seguridad y gestión de la conflictividad. Lugar de publicación: Centro de Estudios para el Cambio Social, 2015 https://www.youtube.com/watch?v=s2DdAC5wees
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