Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
Problemas de bioética en Pediatría Los orígenes de la bioética se relacionan directamente con los progresos científicos y tecnológicos de la segunda mitad del siglo XX. Se desarrollan una serie de avances técnicos importantes, que ocasionan situaciones en las que es necesario valorar la corrección de las actuaciones médicas. La creación de las unidades de cuidados intensivos, inicialmente para el adulto y posteriormente en neonatología y pediatría, conlleva la introducción de una nueva filosofía de la asistencia y de la relación entre el médico y el paciente. Se desarrollan técnicas como la hemodiálisis o los trasplantes, que plantean enormes desafíos de orden antropológico y ético en torno al sentido de la corporeidad y a su integridad. Se introduce el diagnóstico de muerte cerebral, se desarrolla la biología molecular y la psicofarmacología y se consigue la regulación hormonal de la procreación y el diagnóstico prenatal. En el ámbito de la investigación médica y debido a los abusos cometidos con seres humanos, se hace patente la necesidad de proteger a las personas que van a participar en diversos ensayos clínicos. La bioética podría definirse como la disciplina que analiza de qué manera hay que actuar en el terreno de la biomedicina en las decisiones que afectan al nacimiento, la muerte, la naturaleza humana y la calidad de vida. La finalidad de la ética médica consiste en analizar los conflictos morales que ocurren en la práctica médica asistencial y en la investigación, planteando su solución. Los aspectos éticos impregnan la relación existente entre médicos, pacientes y sus familias y la sociedad. En cualquier práctica pediátrica, ya sea clínica, preventiva o social, pueden surgir problemas y a veces dilemas éticos a los que es necesario dar respuesta; además, estos problemas van cambiando a la luz de los avances técnicos. De esta forma, situaciones que hoy día nos preocupan se verán solucionadas en el futuro, siendo reemplazadas por otras que ocasionarán a su vez nuevos problemas morales. Existe el riesgo de que los que practican una medicina altamente tecnificada y de elevado nivel asistencial, como suele ocurrir en los grandes hospitales, consideren superflua la bioética y, en su relación con los pacientes o sus padres, adopten posturas paternalistas como ha sido habitual en la relación médico-paciente hasta prácticamente nuestros días, no respetando las opiniones y deseos de los enfermos o de sus familias. Hoy día, la práctica pediátrica debe ser inviable sin tener en cuenta los aspectos éticos por lo que, aceptada su trascendencia, un paso fundamental consiste en incluirlos en los programas docentes. Tiene importancia señalar el carácter interdisciplinar de la bioética, la utilización del diálogo como metodología de trabajo y la gran trascendencia de compartir valores, filosofías o culturas y responsabilidades en la elección de los fundamentos que han de guiar la evolución de la humanidad. Los problemas bioéticos pueden considerarse de fondo y de forma. Los problemas de fondo responden a la pluralidad de la cosmovisión de nuestra sociedad. Los de forma se refieren a la toma racional de decisiones. Los primeros son objetivo prioritario, aunque no exclusivo, de los centros e institutos de bioética y los segundos son más propios de los comités de ética asistencial. Algunos datos históricos La bioética actual se comienza a desarrollar en los Estados Unidos en la década de los sesenta como una expresión de la necesidad de científicos y moralistas de abordar los diversos problemas que aparecen a la luz de los avances científico-técnicos. Se repite que el primer autor que utilizó el término bioética (según dice él mismo, pero algunos lo ponen en duda, ya que lo utilizó antes Fritz Jahr) fue Potter en 1971, subrayando la importancia de los biólogos en esta disciplina. En la era moderna ellos deberían decidir qué hay que hacer para asegurar la supervivencia y mejorar la calidad de vida. En todo caso, la bioética no es una moda reciente y pasajera. Resalta la figura de Hipócrates, cuya larga vida (posiblemente, desde el año 460 al 370 a.C.) fue contemporánea de Sócrates y Platón. Durante muchos siglos, casi hasta nuestros días, ha prevalecido el llamado “Juramento Hipocrático” como regulador de la compleja relación entre el médico y su paciente, en un clima de mutua confianza. La primera parte de este documento está dedicada a las normas relativas a las relaciones con maestros, colegas y familiares; en su segunda parte expone las obligaciones con los enfermos, “aplicaré mis tratamientos para beneficio de los enfermos y me abstendré de hacerles daño o injusticia”. Puede considerarse como el primer documento de bioética. Para Hipócrates y después para Galeno (siglo II d.C.), se resumen así los deberes para el enfermo: “es necesario no omitir nada que sea provechoso para el enfermo; es necesario, además, que el enfermo obedezca al médico y que no sea indulgente con su propia voluntad”; la enfermedad perturba el juicio moral del enfermo, es decir, su capacidad de discernir lo que es bueno o malo para él. Así pues, desde ese punto de vista, el enfermo es un sujeto falto de firmeza in firmus, no sólo física, sino también moral, con el que hay que actuar como si se tratara de un niño pequeño. Lógicamente, pues, la actitud del médico hipocrático ha sido claramente “paternalista”, en el sentido de considerar a los enfermos como personas que no pueden ni deben decidir sobre su propia enfermedad. Otras manifestaciones en culturas diversas son el “Juramento Asaph” en el mundo hebreo y el “Carata Samhita” en la India. Destacable es la bella “Plegaria del Médico” de Maimónides (1135-1204 d.C.) que, entre otras frases plenamente actuales, cita: “que no admita que la sed de ganancia y el afán de gloria me influencien en el ejercicio de mi arte”, o bien “haz que mis enfermos tengan confianza en mí y en mi arte, y que sigan mis consejos y mis prescripciones”, y termina con “que yo pueda hoy descubrir en mi ciencia unas cosas que ayer ni llegaba a sospechar”. Difundidos estos principios y enriquecidos por el cristianismo, fueron escasas las aportaciones en el mundo occidental hasta el siglo XIX. De manera paralela a los grandes cambios científicos y sociales, toda la medicina experimentó modificaciones trascendentales, como ya fue señalado al describir los fundamentos de la pediatría científica. También antes de Potter T. Percival escribió su tratado “Medical Ethics”, publicado en 1803, considerado actualmente como un hito revolucionario. Defiende una profesión comprometida con el desarrollo de una medicina científica, empírica, basada en sesiones clínicas y colaboración profesional, propia de hospitales docentes de hoy en día y orientada al tratamiento de los enfermos. Preconizó aunar la ternura con la firmeza, la condescendencia con la autoridad, siempre dentro del binomio “benevolencia y deber”. Este texto inspiró y formó parte, con las variaciones pertinentes a la cultura americana, del primer código de la Asociación Médica Americana (AMA) de 1847, revisado de manera periódica posteriormente. La relación médico paciente basada en la amistad y el paternalismo benevolente recibió un duro golpe con motivo de los juicios llevados a cabo en Nuremberg por un tribunal militar americano contra los médicos acusados de crímenes contra la humanidad. Este tribunal formuló unos principios de los que derivó “Declaraciones acerca de la ética: carta o código de Nuremberg” (1947), redactado para proteger los derechos de los pacientes como sujetos de investigación. El decálogo del código consta de ocho artículos que están destinados a proteger la salud y el bienestar de los sujetos que deciden participar en un proyecto de investigación, puede decirse que se orientan a los investigadores y otros dos artículos, el primero y el noveno,que protegen los derechos del individuo como ser humano autónomo que tiene el poder de veto, es decir, participar o rehusar participar en una investigación. Recomendaciones para guiar a los médicos en la investigación biomédica en seres humanos han ido apareciendo posteriormente. En 1964, la 18a Asamblea Médica Mundial, en su Declaración, distinguía entre experimentación terapéutica y experimentación sin finalidad terapéutica y se establecía el principio de que no debía permitirse ningún experimento que comportase un riesgo considerado importante para el sujeto. Esta Declaración fue revisada en posteriores asambleas, 29a en Tokyo, 1975; 35a en Venecia, 1983; 41a en Hong Kong en 1989, 48a en Sommerset West 1996 y en la 52a en Edimburgo 2000. Son aportaciones de nuestra especialidad en cuanto al comienzo de la difusión de la bioética pediátrica las presentadas en los congresos internacionales de pediatría de Barcelona (1980) y Manila (1983), la conferencia internacional de la IPA en París y el coloquio sobre “Ética y Pediatría” en el Centro Internacional de la Infancia, con intervención fundamental de P. Royer (1982), la sesión plenaria sobre “Current Problems in Pediatrics Bioethics” en el Congreso Internacional de Pediatría de Honolulu (1986), el congreso dedicado por la Asociación Europea de Enseñanza pediátrica a “Bioethics in Paediatrics: educational aspects” (Barcelona, 1998) y luego la presencia constante en reuniones científicas, congresos y publicaciones. Situaciones motivadoras de la bioética en Pediatría Como se ha comentado, los problemas de tipo ético han ido apareciendo ante la eclosión de nuevos conocimientos y renovación continua de la tecnología, ya sea en la prevención y el diagnóstico, como en el tratamiento en sus vertientes médica o quirúrgica. La catástrofe de la talidomida, fármaco administrado a mujeres gestantes que propició en 1962 el nacimiento de niños afectos de focomielia (síndrome de Lenz), hizo patente la necesidad ineludible de una investigación cuidadosa ante la administración de fármacos a seres humanos. La aparición de nuevas enfermedades con claras connotaciones éticas, como la infección VIH y el sida, en las que la confidencialidad, la posibilidad de contagio a profesionales sanitarios y a otras personas o la necesidad imperiosa de investigación de nuevos fármacos suponen cuestiones fundamentales. Los progresos en neonatología con la posibilidad de recuperar a los prematuros extremos (peso de 400 g y 23 semanas de gestación), con un inherente riesgo de secuelas. El aumento de traumatismos craneoencefálicos graves con la posibilidad de muerte cerebral o gracias a la mejoría de sus posibilidades terapéuticas de un incremento en la supervivencia sin secuelas pero que en ocasiones se consigue con grave afectación neurológica, como el estado vegetativo permanente o estados de mínima conciencia. Otros aspectos destacables son las diversas técnicas de cuidados intensivos, los trasplantes de órganos, el empleo de células madre y toda la nueva genómica. Todo lo comentado en las líneas anteriores y otras diversas cuestiones, incluida la informática, conllevan ciertamente, junto a la solución de problemas vitales y la curación de graves enfermedades, la aparición de problemas éticos. A la luz de estas perspectivas, la organización médica ha debido redactar nuevos códigos deontológicos cuyo radio de acción puede considerarse mundial, estatal o de ámbito más local. Cuestión fundamental supone su cumplimiento, ya sea en nuestro medio o fuera de él. Existen situaciones en las que la moralidad de los actos queda claramente en entredicho, por ejemplo, la detección prenatal del sexo hace que en China (2002) la proporción de niños/niñas al nacer, normalmente de 102/100 haya pasado en Pekín a 116/100 y en algunas regiones a 135/100, indicando que se utiliza la ecografía prenatal para decidir la interrupción de buena parte de gestaciones en las que el feto es de sexo femenino. Además, a las demandas de la medicina moderna, se unen las propias de la administración, que tiene la necesidad de desarrollar una mayor protección frente a posibles conflictos. Las cuestiones políticas que pueden influir en situaciones como las relacionadas con la prescripción y dispensación de la píldora postcoital a menores de edad. Los profesionales pueden demandar ayuda ante problemas asistenciales y defensa frente a reclamaciones. Los juristas constatan el crecimiento de sus intervenciones y las dificultades en la redacción de nuevas leyes. Los farmacólogos tropiezan con problemas en el ensayo de nuevos medicamentos, sobre todo en la edad pediátrica. Los investigadores deben seguir unas normas morales para realizar su trabajo y se deben respetar una serie de requisitos éticos para poder publicar. En suma, hoy día no se concibe una actividad médica importante sin su correspondiente evaluación ética. Consecuencia lógica es la difusión del conocimiento de la bioética mediante congresos, libros y revistas especializadas, así como la creación de comisiones asesoras de diversas instituciones oficiales, como consejerías o ministerios. Ha sido y es muy importante la colaboración de los institutos de bioética y de los comités de bioética. Institutos de bioética Los dos primeros institutos de bioética en crearse fueron: Hastings Center. En 1969, el filósofo D. Callahan y el psiquiatra W. Gayling comenzaron a reunirse con un grupo de científicos, investigadores y filósofos con interés en ciencias biomédicas, fundándose el “Institute of Society, Ethics and the Life Sciences”, en Hastings -on- the Hudson (Nueva York), conocido como Hastings Center. La idea primordial de los participantes era “Qué debe hacer la sociedad en general y las profesiones en particular ante los notables avances de las ciencias biomédicas”. Ayudar a la comprensión, de los profesionales y del público en general, de los problemas éticos y sociales derivados de los progresos en las ciencias de la vida. Kennedy Institute. En octubre de 1971 se inauguró oficialmente en Washington DC el “The Joseph and Rose Kennedy Institute for the Study of Human Reproduction and Bioethics”, la primera institución en la que aparecía el término “bioética”. Su fundador fue A. Hellegers, profesor de obstetricia y ginecología en la Universidad de Georgetown. El proyecto de este Instituto era eminentemente interdisciplinar, integrando a profesionales de diferentes disciplinas, como biólogos, médicos, moralistas o abogados. Para este diálogo era menester que los humanistas se familiarizasen con los progresos científicos que hacen patente la influencia del hombre sobre la vida, una influencia a la vez esperanzadora y peligrosa. Los científicos tampoco pueden ignorar el mundo de la cultura y de los valores humanos. Instituto de Bioética de Montreal. L’Institut de Recherches Cliniques de Montreal inauguró su Centre de Bioéthique en 1976 como centro de reflexión e intercambio de ideas en el ámbito de la ética. Fundado por D. Roy, estaba dedicado a la investigación clínica experimental. Esta concepción de un centro de bioética en el seno de un centro investigador cabe considerarla como pionera. Instituto Borja de Bioética. Es el primero creado en Europa y en España, fundado y dirigido por el Dr. Francisco Abel. Luego en Europa se crearon varios centros con rapidez. Ha tenido su sede en dependencias del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona. Sus objetivos fundamentales son analizar los problemas filosóficos y teológicos que plantean los progresos biomédicos y su repercusión en la sociedad y su sistema de valores, y promover el diálogo interdisciplinario como metodología de trabajo entre científicos y humanistas. Comités de bioética Pueden clasificarse en tres grupos: Comités de ética asistencial. Comités ubicados en el ámbito hospitalario que procuran resolver los conflictoséticos que se plantean en la asistencia hospitalaria. En nuestro país son los llamados Comités Éticos de Ética Asistencial y se corresponden con los “Institutional Ethics Committees” u “Hospital Ethics Committees” de los EEUU. Las funciones más importantes son: protección de los derechos de los pacientes. Facilitar el proceso de decisión en los casos más conflictivos desde la perspectiva médica. Elaboración de protocolos de actuación en aquellos casos en que con frecuencia se presentan conflictos de tipo ético, por ejemplo, criterios de reanimación en RN de muy bajo peso, determinación de muerte cerebral, criterios de ingreso en cuidados intensivos. Función docente destacada, atendiendo a la formación en bioética de los propios miembros del comité, del personal del hospital y de aquellos que lo soliciten. Debe subrayarse que los comités no toman decisiones, es decir, tienen un papel asesor y dejan la toma de decisiones en las manos del paciente, el médico, la familia o la autoridad judicial. Por tanto, no se consideran funciones del comité: amparo jurídico directo de las personas o del hospital. No obstante, el comité protege de manera indirecta a los profesionales sanitarios, ya que los pleitos son menos probables en aquellos casos que han sido precedidos de las deliberaciones de un comité correctamente constituido. Los comités no van a juzgar la conducta profesional y no ejercen ninguna función sancionadora. Estas funciones deben quedar reservadas a los respectivos comités deontológicos de los colegios profesionales. Comités éticos de investigación clínica. Su finalidad consiste en velar por la calidad de la investigación en sujetos humanos y la protección de los mismos. Se denominan en EEUU “Institutional Review Boards”. Comités nacionales. Incluyen las instituciones, con o sin reconocimiento estatal que, por la calidad de sus reflexiones, directrices éticas o jurídicas, ejercen o han ejercido una influencia en la configuración de valores sociales y profesionales en el ámbito biomédico. Recientemente se ha introducido el concepto de “Ética de organizaciones o instituciones”. Según la definición de la American Society for Bioethics and Humanities, sería la que se ocupa de las posiciones y conductas de una organización en sus relaciones con las personas, grupos y comunidades, así como con otras organizaciones. Principios básicos en bioética En el año 1974, el Congreso Norteamericano creó una comisión nacional (National Commission for the Protection of Human Subjects of Biomedical and Behavioral Sciences, EEUU) cuyo objetivo consistió en establecer una serie de criterios de protección para proteger a las personas que fueran a entrar en un estudio de investigación. Esta comisión trabajó durante cuatro años y su labor cristalizó en el denominado Informe Belmont. Se identificaron los siguientes principios éticos básicos: autonomía, beneficencia y justicia, que pretendían garantizar la protección deseada en el ámbito de la investigación biomédica. La posibilidad de que no sólo fueran útiles en la investigación sino también en la práctica clínica habitual se vio refrendada un año después con la publicación del texto “Principios de Ética” escrito por T.L. Beauchamp y J.F. Childress, en el que se desarrollaba la aplicación de estos principios en el ámbito asistencial. Estos autores añadieron un cuarto principio, No maleficencia, y consideraban que estos cuatro principios debían ser asumidos por todo el mundo sanitario. En efecto, proporcionan un fundamento válido para el análisis de los problemas morales en el ejercicio médico. Se describen a continuación sus características fundamentales, necesarias para su aplicación en la práctica asistencial. Respeto a la autonomía Se refiriere a la capacidad del ser humano de desarrollar, a partir de sí mismo, una representación de los fines de su vida y de los medios para alcanzarlos, y de obrar sin constricción exterior de acuerdo con esta representación. En el ejercicio de la medicina a lo largo de su historia se ha infravalorado este principio, fundamentalmente como consecuencia de la preocupación por parte del médico de hacer el bien a sus pacientes desde su punto de vista. Este principio, tal y como se contempla en el Informe Belmont, presenta dos convicciones éticas fundamentales: los individuos deberían ser tratados como entes autónomos y las personas cuya autonomía está disminuida deben ser objeto de protección y establece dos requerimientos morales separados, el de reconocimiento de la autonomía y el de protección a aquellos con autonomía disminuida; este detalle es fundamental en el ámbito pediátrico. Respetar la autonomía consiste en valorar las opiniones de las personas consideradas autónomas y no hacerlo supone no tener en cuenta sus criterios o no dar la información necesaria para que puedan emitir un juicio, cuando no hay razones convincentes para hacerlo. Es importante señalar que no todos los seres humanos son capaces de tomar sus propias decisiones. Esta capacidad madura durante la vida de un individuo. En consecuencia, se irá adquiriendo de manera progresiva con la edad y no será la misma en un niño de 5 años, de 10 o de un adolescente; además, una vez adquirida, puede perderse parcial o totalmente debido a enfermedad, incapacidad mental o a diversas circunstancias que puedan restringir gravemente su libertad. Las personas con una disminución o pérdida total de su autonomía deben ser objeto de protección, cuyo grado debería depender del riesgo de sufrir daño y de la probabilidad de obtener un beneficio. Referido a la investigación con seres humanos, el respeto por las personas exige que los sujetos que participen en un estudio de investigación lo hagan de manera voluntaria después de ser informados correctamente. En cuanto a su aplicación en la práctica asistencial, debe tenerse en cuenta que se vive un proceso de emancipación del enfermo, que pretende decidir en libertad en todas las situaciones relacionadas con su salud. La expresión práctica de este principio es el consentimiento informado (Cuadro 1.2.1) y éste debe contener tres elementos fundamentales: información, comprensión y constatación de esa comprensión, y voluntariedad. Cuadro 1.2.1. Consentimiento informado y conceptos próximos en la toma de decisiones en la edad pediátrica Asentimiento: Respuesta positiva después de una información y petición de conformidad en un niño mentalmente normal a partir de los 5-6 años de edad. La negativa no impide la práctica de los procedimientos diagnóstico-terapéuticos considerados necesarios y permitidos por la familia. Permiso paterno informado: Después de una información correcta y suficiente, los padres o representantes del menor no competente deciden por él y otorgan el consentimiento. Consentimiento informado: En sentido estricto, en pediatría se debería reservar para el que es dado por el propio menor cuando se considera con capacidad de autonomía, madurez o competencia, sea por la edad (mayor de 14 años) o por sus circunstancias personales (emancipado mayor de 16 años, casado). Beneficencia Este principio ha sido fundamental en la historia de la ética médica. En el Juramento Hipocrático se remarcaba la obligación de actuar en “beneficio de los enfermos, según la capacidad y el recto entender del médico”. En el ámbito de la investigación, Claude Bernard se declaró a favor de la experimentación con seres humanos, pero aplicó la máxima hipocrática, “no hacer daño”, argumentando que no se puede lesionar a una persona a costa del beneficio que se puede conseguir para otras. No obstante, para evitar el daño, se requiere aprender lo que es perjudicial y, durante ese tiempo, algunas personas pueden ser expuestas a sufrir lesión. Dos cuestiones son fundamentales: por una parte, la honradez del investigador y, por otra, el consentimiento del sujetode experimentación después de ser informado correctamente de los riesgos inherentes a la participación en el estudio de experimentación. En el marco asistencial, el profesional sanitario actuará de la forma que considere más adecuada, buscando el máximo bien de su paciente. No obstante, ese supuesto bien tiene un límite que viene dado por su consentimiento. Es necesario admitir que el paciente puede definir su propio bien de una manera diferente a la del profesional sanitario. Nunca el médico puede imponer su criterio en contra de la opinión de su paciente por muy seguro que crea estar de lo que mejor le conviene a éste. Cuando el consentimiento no es posible, como en casos de urgencia, debe buscarse siempre el mayor bien del paciente desde el punto de vista del profesional sanitario, cuando existe defecto en la capacidad para procesar la información, como en el caso de los niños. Se considera que ética y derecho otorgan, o reconocen, a los padres la facultad de decidir respecto a las intervenciones médicas en el menor de edad. Su autoridad resulta ética y legalmente incontrovertible, y viene estructurada como función fiduciaria, que se ejerce en nombre del titular incapaz (presumiendo su voluntad) y en beneficio del mismo. La expresión práctica del principio de beneficencia son las indicaciones correctas, siendo indispensable una adecuada capacitación del profesional sanitario y unos recursos materiales suficientes. Cuando se pretende imponer el criterio de beneficencia del profesional sanitario por encima del criterio del paciente se actúa de una manera paternalista, es decir, se decide por el paciente eligiendo aquello que es mejor para él desde el punto de vista del médico. El paternalismo ha sido una forma habitual de actuación del profesional sanitario desde la antigüedad y no puede considerarse como una aberración moral sino una manera consecuente de actuar con los enfermos. Sin embargo, en la actualidad en la que los pacientes aspiran a comportarse como agentes morales autónomos, difícilmente puede defenderse una actuación paternalista. No obstante, es necesario señalar que, desde una responsabilidad del médico hacia sus pacientes, puede defenderse el llamado por algunos autores “paternalismo benevolente”, encaminado a proteger a aquellas personas que puedan presentar alguna dificultad en la toma de decisión y que soliciten el consejo del facultativo, pero es injustificable un paternalismo que socave la capacidad de decisión de un enfermo bien informado y con capacidad para elegir aquello que crea conveniente en relación con su salud. No maleficencia Este principio obliga a no hacer daño intencionadamente. Está íntimamente relacionado con la máxima primun non nocere (en primer lugar, no hacer daño). Debe subrayarse que existe una mayor obligación moral de no hacer daño que de realizar un bien. La expresión práctica de este principio son las contraindicaciones. En el ámbito de la actuación médica debe convenirse en que siempre existe el riesgo de provocar un daño y resulta primordial la ponderación de ese riesgo daño-beneficio cuando los profesionales sanitarios pretenden tratar a sus pacientes. Justicia Relacionado con la investigación, este principio ilustra la relación de equidad que debe existir en el reparto de riesgos y beneficios. No puede tolerarse que los riesgos de la investigación sean arrostrados por colectivos minoritarios u oprimidos, como diversos grupos étnicos o clases sociales bajas, y que los beneficios se utilicen en las personas que pueden pagar por ello. En la práctica asistencial, un aspecto importante de este principio radica en la distribución equitativa de unos recursos que pueden ser insuficientes. La medicina tiene un coste creciente debido a la introducción constante de innovaciones técnicas, y en el futuro los problemas de asignación de recursos se harán más importantes, siendo fundamental establecer prioridades en su asignación. En la práctica diaria el pediatra debe tener en cuenta estos conceptos e intentar decidir por aquellas opciones menos costosas siempre que no vayan en detrimento de una asistencia al niño en la que la excelencia debe ser el objetivo a conseguir. En esta equidad debe enmarcarse también la concepción de una igualdad de acceso a la asistencia sanitaria. Esta situación diferirá según el sistema de salud que rija en los diversos países y también será diferente en relación con las coordenadas geográficas (proximidad o lejanía a los diferentes centros sanitarios) o con la propia formación del individuo teniendo en cuenta que a mayor preparación existirá habitualmente una mayor capacidad de acceso a los diferentes recursos sanitarios. Es necesario destacar que pueden surgir con relativa frecuencia conflictos entre los principios de autonomía y beneficencia que requieren deliberación y, en muchas ocasiones, su jerarquización; tampoco puede olvidarse que el resto de principios también pueden entrar en conflicto. En general, el niño y su familia ostentan el principio de autonomía, el pediatra el de beneficencia y la sociedad el de justicia. Los comités de ética asistencial constituyen un excelente marco para la profunda deliberación de las situaciones conflictivas. Los principios que se han comentado deben considerarse como un instrumento eficaz para identificar los diferentes problemas éticos que pueden surgir en la toma de decisiones en la práctica clínica, además de cumplir una función claramente pedagógica al facilitar la introducción en el ámbito de la bioética; no obstante, como en todo instrumento, deben reconocerse ciertos límites. En este sentido, es oportuno señalar que las posibilidades de una deliberación no se agotan con estos principios y que se proponen otros que pueden introducir matices que faciliten la toma de decisiones. Desde ese punto de vista, algún concepto como la vulnerabilidad tiene una gran importancia y más aún en el ejercicio de la pediatría, señalando la fragilidad del niño enfermo. Información. Consentimiento informado Una de las cuestiones más importantes actualmente en la relación médico paciente es el de la información. La toma de decisiones pasa, inexcusablemente, por una correcta información que debe ser suministrada por el pediatra de forma clara y comprensible, dedicándole el tiempo necesario y en un lugar adecuado. El documento de consentimiento informado intenta describir los riesgos y beneficios a los que está sometido el paciente con el objeto de que él o sus responsables legales admitan la asunción de éstos y lo confirmen mediante la firma de un documento. El proceso de consentimiento informado pasa por una correcta información que debe reunir las siguientes características: Clara y comprensible. Huyendo de un lenguaje excesivamente técnico y críptico que muchas veces no será entendido y que además puede propiciar un distanciamiento en la relación. General. Al inicio para que el enfermo o los padres puedan hacerse una idea cabal del cuadro y de una forma gradual ir introduciendo las posibles variaciones del pronóstico, pruebas diagnósticas o tratamientos que puedan ser necesarios. Concreta. Subrayando las cuestiones más frecuentes o más importantes. Veraz. La información deberá ser esencialmente verdadera aunque, según la situación, podamos matizarla e introducirla gradualmente; siempre que sea posible mantendremos un mensaje de esperanza. En ocasiones el pediatra será interrogado abiertamente sobre las posibilidades de muerte o de graves secuelas y se debería responder con honestidad si se consideran esas posibilidades como razonablemente posibles. Los niños, si están en condiciones, deberán ser informados de una manera adecuada para su edad, ya que es más positivo para ellos y el pediatra debe animarles a que comuniquen sus inquietudes. Así se les podrá ayudar a paliar su angustia. Repetida.Las situaciones críticas y las malas noticias pueden producir una gran dificultad en los padres para entender la situación y asimilar la información motivo por el cual deberemos estar dispuestos a repetirla con la frecuencia con la que los padres la demanden. Personalizada. Es primordial que la información se adapte a las características del paciente y de sus padres, sobre todo edad y nivel sociocultural. La capacidad de asimilación de la información puede verse claramente restringida en situaciones graves, por lo que debe indagarse durante las entrevistas el grado de comprensión de la situación por parte de los padres; para conseguir este objetivo puede recurrirse a preguntas del tipo: ¿entienden ustedes la situación de su hijo?, ¿comprenden lo que les quiero decir? En el proceso informativo debe utilizarse el tiempo necesario para que exista un clima de confianza y deberá realizarse en un lugar adecuado que permita la creación de ese clima y mantener la confidencialidad. Un punto de debate es la cantidad de información en relación con los riesgos que es correcto exponer, debiéndose señalar aquellos más importantes y frecuentes. El documento de consentimiento informado debería contener en el aspecto de identificación el nombre del enfermo y el de sus padres o tutores y el de la persona que da la información y ser firmado por estos. Los pacientes o sus tutores pueden cambiar de opinión y anular el documento firmado, y debe tenerse en cuenta que no existe obligación de firmar ningún documento y de que su elección es libre. Toma de decisiones Si se trata de pacientes adultos, son estos quienes, en virtud del principio de autonomía, consienten y deciden. Si el paciente es considerado capaz para tomar una decisión, el médico debe siempre admitir la decisión de su paciente aunque ésta sea diferente a la que él mismo tomaría. Cuando se plantean una serie de interrogantes sobre la elección de una conducta a seguir respecto a personas que no pueden expresar su opinión, es decir, frente a terceros, como ocurre en pediatría, la dificultad primordial radica, por un lado, en dirimir cuáles son los mejores intereses de esas personas. Por otra parte, si se admite que en el ámbito pediátrico, en función de la edad y experiencia del niño pueden darse diversos grados de autonomía que se deben respetar, aunque la edad no alcance la mayoría legal, se añade una mayor complejidad a la situación al intentar evaluar la autonomía. Los padres o tutores tienen la capacidad de decidir en relación a las intervenciones médicas en el menor de edad. Su autoridad resulta ética y legalmente incontrovertible, viene estructurada como función fiduciaria, ejercida en nombre del titular incapaz (presumiendo su voluntad y en beneficio del mismo). Los padres buscarán lo mejor para sus hijos y es por esta realidad por la que se les otorga su capacidad de decisión. Situaciones difíciles Admitiendo que los padres o tutores legales ostentan el derecho y también el deber de decidir lo mejor para el niño, hay que considerar las situaciones en las que se observaría con reserva su parecer, siendo deseable que no asumieran el peso de la decisión: 1. Cuando no son capaces de entender los aspectos más relevantes del caso a pesar de una información correcta. 2. Presentan inestabilidad emocional importante. 3. Anteponen sus propios intereses a los de sus hijos. En relación con el primer punto, debe conseguirse que el nivel de información de los padres sea óptimo, es decir, entiendan de una forma “correcta” la información comunicada sobre el diagnóstico, los juicios pronósticos y el tratamiento a efectuar. En principio, quien juzgará si la información es bien asimilada por los padres del paciente será el médico que informe a la familia que, a su vez, será el que haga más o menos asequible dicha información y que, además, será el responsable del curso clínico del paciente. En relación con el segundo y tercer punto también serán el médico y el personal de enfermería cercano al niño los que en primera instancia advertirán las condiciones enumeradas. En situaciones graves pueden definirse dos tipos de actitud consideradas incorrectas como extremos de un espectro de decisión: por un lado, se pueden proponer actitudes vitalistas ante situaciones en las que sería más razonable limitar cuidadosamente las acciones terapéuticas y por el contrario, en una sociedad competitiva y perfeccionista como es fácil defender en ocasiones posturas abstencionistas desde el punto de vista terapéutico al temer precisamente la supervivencia de un hijo con discapacidades o al que tuvieran que dedicarle más tiempo y esfuerzos de los deseados. La ética y el derecho otorgan a los padres la facultad de decidir respecto a las intervenciones médicas en el menor de edad, pero si se observa claramente que la decisión tomada por los padres es perjudicial para el niño, se debería ir en contra de ella como garantes del bienestar del niño, lo que no quiere decir que no se deba admitir la opinión de los padres si no coincide con la del pediatra, ya que hay situaciones en las que, obviamente, los pareceres pueden ser distintos y se deba transigir con la decisión paterna. Menor maduro El concepto de menor maduro defiende la posibilidad de que, en función de la madurez percibida por el pediatra en su paciente, puedan tomarse diversas decisiones aún sin haber alcanzado la mayoría de edad. No puede considerarse a todos los pacientes menores de edad desde el punto de vista legal como incapaces para tomar decisiones. La adquisición de la autonomía es un proceso dinámico y lógicamente no puede valorarse igual un RN, cuya capacidad decisoria es nula, un niño de siete años o un adolescente de catorce que en muchas ocasiones es capaz de tomar decisiones en cuestiones que le afecten desde el punto de vista de la salud y que puede plantear exigencias para mantener su intimidad y su autonomía respecto a sus padres. Son situaciones relativamente frecuentes en el adolescente las relacionadas con la toma de anticonceptivos o enfermedades de transmisión sexual. La legislación actual sobre derechos de los pacientes reconoce al menor maduro legitimidad para participar en su proceso de salud. Junto a ello el ejercicio de la patria potestad por parte de los padres o tutores no alcanza los derechos del menor, que podrá ejercerlos si tiene la madurez suficiente. El menor de 12 años debe ser informado de forma adecuada a su capacidad de entendimiento, siendo incorporado si es posible al proceso terapéutico, pero será considerado como incompetente en lo relativo a la toma de decisiones y serán los padres, tutores o la autoridad judicial en su defecto, los que decidirán. Entre los 12 y los 15 años deberán ser informados en función de su grado de madurez y escuchada su opinión frente a la decisión a tomar, siempre que se considere capaz desde el punto de vista intelectual y emocional. Si es así, debe dar personalmente su consentimiento ya que tiene competencia suficiente y, por tanto, debe ser respetado y no puede ser completado ni sustituido por el de los padres o representantes legales. En estos casos queda en manos del profesional la responsabilidad de valorar la madurez del menor y sus aptitudes para decidir por sí solo o derivar la decisión a los padres, buscando siempre su mejor beneficio. El menor de edad con 16 años cumplidos debe ser considerado en la relación clínica como mayor de edad y se llevará a cabo sólo con el proceso de información y toma de decisiones, salvo clara situación de incompetencia. Según la normativa jurídica española, en el caso de menor entre 16 y 18 años, si está emancipado, se considera igual que si tuviera 18 años. A partir de los 16 años, la ley (2002) exonera del consentimiento paterno, con la limitación en el caso de inmadurez o incapacidad, determinadas con criterios objetivosy dejando constancia en la historia clínica. Se recuerda que, como donante en los trasplantes en vivo y la reproducción asistida, sólo se pueden realizar en mayores de 18 años, aun con el consentimiento de los padres. La Ley especifica tres ámbitos para los que es exigida la mayoría de edad civil, remitiéndose a los 18 años cumplidos y que son las técnicas de reproducción asistida, la participación en ensayos clínicos y la interrupción voluntaria del embarazo. Este último concepto es discutible, ya que la Ley 41/2002 remite la toma de decisiones a la Ley específica, que en este caso está en el Código Penal y que en el artículo 417 regulador de la de las causas de la despenalización del aborto se refiere siempre a la mujer embarazada y sin ninguna especificación para acogerse a ella relacionado con la mayoría de edad. Por tanto, una menor a la que se considerara con la madurez suficiente para una decisión de esa trascendencia podría acogerse a las causas legales de despenalización del aborto. Actualmente nuestro país está inmerso en un proceso legal en el que se dirime la posibilidad de autorizar la interrupción del embarazo en menores de 16 años sin necesidad de permiso paterno, situación que produce una profunda división ideológica y política. En relación a la toma de decisiones por parte del adolescente, queda en manos del pediatra valorar el grado de madurez que pueda presentar el menor de edad, situación ésta muy compleja y que hace necesario un estudio individualizado de cada caso en el que el pediatra pueda calibrar la madurez del menor, así como la trascendencia de la decisión, no pudiendo considerar igual una determinación de la que pueda depender la vida del adolescente u otras cuyas consecuencias puedan ser menos graves. El criterio general a seguir sería el de que a mayor riesgo y menor beneficio respecto a la posible decisión, debería exigirse más competencia en el paciente, y viceversa. El menor maduro tiene derecho a la intimidad por lo que sus datos sanitarios deben ser confidenciales salvo en el caso de grave riesgo para él. La ruptura de esta confidencialidad por parte del pediatra frente a los padres o tutores debería justificarse desde los puntos de vista legal y ético y no sería correcto aplicar criterios exclusivamente paternalistas. Problemas de bioética en Pediatría Algunos datos históricos Situaciones motivadoras de la bioética en Pediatría Institutos de bioética Comités de bioética Principios básicos en bioética Respeto a la autonomía Beneficencia No maleficencia Justicia Información. Consentimiento informado Toma de decisiones Situaciones difíciles Menor maduro
Compartir