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Leale, H.; Lenta, M. y Zaldúa, G. (2018). La masacre del tren de Once y los trabajadores de la estación: una intervención de promoción de la salud. En Castillo, T. (coord.). Recuperación de la experiencia universitaria en intervención en desastres. Ciudad de México, México: UNAM. En prensa. El miércoles 22 de febrero de 2012, a las 08:33 el tren N° 3772 de la línea ferroviaria Sarmiento, identificado con la chapa 16, que se encontraba llegando a la plataforma número 2 de la estación terminal denominada Once (en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina), no detuvo su marcha y colisionó contra el paragolpes de contención del final de la vía; paragolpes que se encontraba fuera de funcionamiento. La formación, de ocho coches, transportaba en plena hora pico a más de mil doscientos pasajeros a bordo. Fallecieron 52 personas y 702 resultaron heridas. El equipo del Observatorio de Prevención y Promoción de Salud Mental Comunitaria, que tiene sede en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, fue convocado a intervenir con aquellos trabajadores que auxiliaron en forma inmediata a los damnificados. En relación con esta experiencia proponemos debatir la pertinencia y los objetivos de la intervención psicosocial en tal acontecimiento. Presentaremos en primer lugar al Observatorio, sus objetivos y modo de intervención. En segundo lugar, desde el enfoque de la psicología social comunitaria caracterizaremos a los “desastres socio-ambientales”, a partir de lo cual enmarcamos nuestra tarea. Y, en tercer lugar, presentaremos la descripción de la intervención que realizamos junto con algunas reflexiones y conclusiones. Qué es y cómo interviene el Observatorio de Prevención y Promoción de Salud Mental Comunitaria La Cátedra de Psicología Preventiva (Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires) organizó el Observatorio como parte de sus actividades de Extensión Universitaria en el año 2000. En la perspectiva que la Cátedra hubo trazado en la docencia, se propuso intervenir psico- socialmente con un objetivo de prevención y promoción de salud desde el enfoque de la psicología social comunitaria. Esto implica trabajar aquellos problemas que generan sufrimiento psíquico, con las personas concernidas (ya fuese con afectación individual o colectiva), y en los territorios en que esos problemas acontecen. De este modo, nuestras intervenciones se inscriben en una perspectiva de psicología social comunitaria en cuya praxis se plantea la desnaturalización y transformación de las situaciones psicosociales de opresión y subalternización de sujetos y colectivos sociales, abordando diferentes procesos de vulnerabilización que implican los planos singulares, relacionales, jurídicos y políticos (Zaldúa, Bottinelli, Longo, Sopransi y Lenta, 2016). Desarrollamos diversas metodologías participativas, dándole un lugar central a la voz de los sujetos invisibilizados y a las construcciones narrativas que otorgan sentido a sus prácticas, así como también a la co-producción de procesos singulares y colectivos de agenciamiento y exigibilidad de derechos. Trabajamos con planes diseñados junto con los grupos y actores sociales bajo la modalidad de gestión asociada (Zaldúa, Lenta y Leale, 2017; Poggiese, 2011). Las acciones que se llevan adelante son objeto de evaluaciones de proceso y resultados, y sobre ellas se va reflexionando, con un claro énfasis en la producción y apropiación de técnicas, saberes y prácticas emergentes durante los procesos de intervención, por parte de todos los participantes: el colectivo territorial convocante, los actores de la experiencia y el propio colectivo universitario. Operamos con una concepción de los sujetos como actores sociales capaces de transformar la realidad social; e incorporamos a nuestra práctica los saberes de la comunidad, escuchando y respetando sus voces. Definimos también a una intervención como una praxis que responde a un proyecto explícito e intencional de cambio o transformación; que tiende a explorar las construcciones simbólicas colectivas elaboradas por los sujetos, y en esa exploración, a destacar las que obstruyen o facilitan las prácticas deseadas para corregirlas o reforzarlas. La intervención entonces se orientará hacia los planos de la resignificación de la experiencia de los sujetos, hacia la concientización de los actores y hacia el cuestionamiento de los sistemas de pensamientos hegemónicos (Jodelet, 2007). Abordar problemas en psicología social comunitaria requiere de personas y colectivos con actitudes de compromiso en la construcción de lo común; en la capacidad de establecer y sostener relaciones que se convierten en la “base de las consideraciones éticas al interior del campo de la psicología social comunitaria, ya que las personas se construyen en relaciones, las que, al mismo tiempo, son creadas por ellos” (Sopransi, 2011: 114). En estas relaciones que establecemos, nuestro lugar estará definido por ser un co-constructor, por ser un ‘interviniente’ más que un interventor. El acto que funda una intervención del Observatorio es la expresión de una demanda de un grupo, “que deberá ser identificado; esto es saber quién tiene el poder de originar la intervención y permitir su desarrollo” (Lourau, 2001: 40). Demanda que se produce básicamente cuando una situación ha devenido gravemente conflictiva en instituciones públicas, de la sociedad civil o comunidades. Esto sucede cuando el gasto de energía psíquica, necesario para sostener con éxito los mecanismos de represión o supresión sobre el malestar generado, pone en insoportable tensión a toda la estructura institucional o comunitaria y/o se ponen en evidencia las contradicciones y conflictos de interés entre los grupos que habitan en un territorio o participan de la dinámica institucional. La situación/problema que motiva el pedido de ayuda, tendrá que ser objeto de un proceso de elaboración conjunta, que definimos desde el Observatorio como “construcción de la demanda”. Demanda que se construye sosteniendo un lugar de respeto ante los solicitantes, reconociendo que ellos tienen un saber acerca de lo que sucede en su territorio; y sosteniendo, al mismo tiempo, un lugar de interrogación para elucidar las creencias que determinan sus percepciones de la realidad y que fundamentan sus prácticas. Es habitual que los equipos que intervienen centren su actividad en la transmisión de información con la ‘creencia propia’ que la actividad preventiva se realiza de esa manera. Cualquier conocimiento que se construya tendrá que interactuar con comportamientos, emociones y prejuicios, y esa construcción requiere de una clara “actitud ética relacional” (Sopransi, op. cit.). Las intervenciones con colectivos de trabajadores/as para abordar los malestares generados en el espacio y/o por las tareas en que desempeñan, son escasas en nuestro medio académico y/o técnico-profesional; de manera que las mismas fueron adquiriendo centralidad en las tareas del Observatorio. En una articulación de investigación y de búsqueda de transformación de los malestares y sufrimientos generados por las condiciones del trabajo, hemos sido demandado por trabajadores/as ferroviarios, de subterráneo, del área de la salud, del campo de las políticas sociales y de la educación (Zaldúa, 2010, 2017). Asimismo, hemos intervenido en emergencias socio-ambientales, integrando un equipo de asistencia directa a población afectada por inundaciones; o requeridos por compañías de bomberos voluntarios, -encargados en nuestro país de la recuperación de cuerpos en accidentes viales- ; y a demanda de un grupo de trabajadores ferroviarios en el evento que denominamos ‘masacre’, motivo del presente texto.Consideramos que intervenir en desastres socio-ambientales desde una perspectiva de salud mental comunitaria, implica considerar dos poblaciones; damnificadas ambas por haber estado en cercanía con la muerte. En primer lugar, aquella afectada directamente por el evento en cuestión; y, en segundo lugar, aquella población integrada por quienes acuden a asistirlos (rescatistas, personal sanitario, de defensa civil, bomberos, de fuerzas de seguridad, voluntarios, otros/as). Las tareas del Observatorio se han centrado en este segundo grupo. Las catástrofes socio-ambientales: de accidentes, desastres y tragedias ante las políticas de “descuido” Desde el Observatorio compartimos la definición de accidentes, desastres y tragedias como emergencias socio-ambientales. En cada una de ellas opera como factor central ‘lo social’, pues incluimos en esta dimensión todo aquello que concierna a lo colectivo: lo político, económico, histórico, etc. Aún en los eventos en que lo social pareciera no actuar como determinante (en terremotos o huracanes, por ejemplo), esa dimensión se expresaría bajo la forma de planes de contingencia, de la previsión o prevención, de la preparación comunitaria, asumiendo un papel de relevancia en la mitigación de daños. La diferencia que hubo en la preparación comunitaria para afrontar al reciente huracán Irma -setiembre 2017-, entre una sociedad de alto desarrollo tecnológico y alto individualismo como la de los EEUU, y una sociedad con alta conciencia y desarrollo de trabajo colectivo como la de Cuba, ilustran acerca del lugar de relevancia que tiene el factor social. Es que la naturaleza tiene “baja responsabilidad” en eventos climáticos extremos, para los que no cabe admitir una definición de desastre ni de una catástrofe natural. “La naturaleza se declara inocente”, escribió el equipo que dirigió Rolando García en la evaluación de las sequías a finales de los años sesenta. Hace años que desde el movimiento de salud colectiva latinoamericana venimos trabajando en la concepción de emergencias socio-ambientales y en la necesidad de una gestión integral; ya que consideramos que la destrucción del ambiente y el subsecuente cambio climático impacta negativamente en la vida y en la salud de nuestras sociedades, lo que genera cada vez más eventos de estas características. Las descripciones que intentan “naturalizar” este tipo de emergencias expresan sólo relatos de la impotencia y las limitaciones respecto de cómo enfrentarlas en cuanto a su gestión integral de prevención, preparación y respuesta. En estas emergencias, como en otros eventos similares, hablar de la “ausencia del Estado”, es una mentira encubridora (o una aseveración “teológica” - ‘¡Dios nos ha castigado!’-). “Ausencia” implicaría que el Estado ‘no intervenga’ a través de políticas públicas. En cambio, lo que suele suceder es que el tipo de políticas que los Estados priorizan a menudo, tienen objetivos divergentes con la protección de la comunidad como, por ejemplo, promoviendo el rentismo inmobiliario que deja la planificación del espacio público urbano librada al mercado; o favoreciendo mecanismos de corrupciones varias (incumplimiento de partidas presupuestarias, desvío de fondos, operaciones de evasión, pago de sobornos, etc.); o no desarrollando oportunas campañas de prevención y actuando siempre ex post facto, llegando tarde -cuando llega-, muy por detrás de los hechos y empujado por la presión de la sociedad. La importancia de subrayar la dimensión social de estos eventos tiene, además, consecuencias práxicas, ya que una etapa necesaria en el proceso de tramitación del impacto psíquico post-emergencia consiste en la identificación y atribución de responsabilidades; con una consiguiente búsqueda de justicia o reparación. Las acciones que se realicen en este sentido conllevan valor de reparación psicológica para los/as damnificados/as; en especial si se asumen en forma organizada y colectiva. Preferimos, a este respecto, la denominación de ‘damnificado/a’ sobre la de ‘víctima’, porque entendemos que esta última connota significados antropológicos de pasividad sacrificial; y portan una carga de fuerte estigmatización. ¿Eventos traumáticos o eventos disruptivos? El significado que tiene la palabra trauma en el campo de la salud mental es el de ‘discontinuidad o interrupción que se produce en un proceso psíquico, o en un modo de procesar psíquico’; y creemos necesario volver sobre ello para hacer una precisión conceptual. Suele emplearse la fórmula ‘situación traumática’ para calificar a un evento acontecido en el mundo externo -accidentes, desastres o catástrofes individuales o colectivas-; lo que implica adjudicar un rasgo propio de lo psíquico (‘mundo interno’), a un evento del orden de lo fáctico (‘mundo externo’). “Este esfuerzo de discriminación tiene el propósito de fundamentar una estrategia de intervención adecuada” (Benyakar, 2006:42). Este autor propone la denominación de evento disruptivo para toda situación que tenga el potencial de irrumpir en el psiquismo y producir reacciones que alteren su capacidad integradora y de elaboración; es decir, que alteren la capacidad de percibir y pensar. Se apoya en la definición de evento como aquello que acontece y que no es afectado por lo que podamos pensar del mismo, es decir, ‘aquello que es, con independencia de lo que podamos pensar’. La denominación se completa con la palabra ‘disruptivo’, que “define a un fenómeno que actúa sobre alguien desorganizando, desestructurando o provocando discontinuidad” (Benyakar 2006:47). Calificar como disruptivo un evento o situación propicia el trabajo de investigación sobre los múltiples impactos que tiene sobre las personas; el modo en que se articula con sus vivencias. Desde esta perspectiva, es posible abordar lo generalizable (lo acontecido) con lo que no podremos generalizar de ninguna manera (la vivencia). El ‘vivenciar’, -es decir, el modo en que la vivencia es asumida y ‘hecha propia’ por el sujeto-, es el proceso en el que se despliega la capacidad de los sujetos, de articular el afecto con la representación y así procesar los eventos fácticos a los se ve expuesto en el transcurso de la vida (Benyakar, 1998). Enfrentarse a eventos desagradables produce montos variables de displacer, pero si se cuenta con la capacidad de articular el afecto con la representación, ese evento puede ser elaborable. Una parte de nuestra tarea en tanto miembros del Observatorio, será entonces identificar a aquellas personas que se encuentren con serias dificultades de ligar lo acontecido e integrarlo a su propia historia; ya que ellos requerirán una estrategia de intervención diferenciada. Si el impacto en el psiquismo de un evento fáctico preciso es de una calidad que |rompe la articulación existente y el evento se presenta y se conserva y conserva en el psiquismo como hecho no elaborado ni elaborable, da lugar a lo que conocemos como vivencia traumática (Baranger, Baranger y Mom, 1988). Un funcionamiento psíquico en el que exista una cierta continuidad entre mundo interno y mundo externo (continuidad que constituye una ‘condición psicológica de existencia’) requiere de una capacidad de mediatización apropiada. Ello es diferente a lo que sucede en la vivencia traumática, la que remite a una interrupción del proceso articulador, tanto en el espacio intrapsíquico como en la interacción mundo interno/mundo externo. Esa capacidad de mediatización por supuesto no disminuye el potencial de amenaza que conlleva el evento fáctico; sino que le posibilita al psiquismo actuar en situaciones de riesgo. Identificar esta capacidad es un elemento clave a tener en cuenta en la práctica clínica (Castoriadis-Aulagnier, 2014),pero también en las intervenciones colectivas desde el enfoque de la psicología social comunitaria. ¿Víctimas o damnificados? La nominación de los/as afectados/as como damnificado/a implica, simbólicamente, una toma de distancia de la experiencia atravesada, y una apropiación activa de la misma. Es necesario tener presente que algunas subjetividades vulnerables o vulnerabilizadas (y quien ha sido dañado es, al menos temporariamente, vulnerable) pueden instalarse en el papel de víctima, y asumirlo al modo de rasgo identitario; constituyendo un ‘núcleo de certeza’ psicológica que será de difícil resolución. Si la persona resulta “victimizada”, cuanto más se debilite su identidad anclada en su historia pasada y más se fortalezca la identidad asociada al daño, más victimizada estará. El riesgo que conlleva esa salida es hacer crónica una situación que tendría que poder incluirse en el decurso de una historia, en lugar de constituir el punto de detención de la misma. Aun cuando la solidaridad o la compasión son necesarias, es preciso cuidar que las actividades de asistencia, ayuda y reparación de los daños, no confinen a los/as dañados/as a la condición de víctimas; un rol definido en forma rígida, del que cuesta mucho desprenderse. El respeto por la posición de esos/as otros/as que han sufrido daños implica no sumarse al imaginario dominante, que ubica a la víctima en un lugar de impotencia, o debilidad, o incapacidad de reponerse de las adversidades; menospreciando y desconociendo la subjetividad de las personas. Como trabajadores del campo de la salud mental, el uso de la palabra damnificado nos permite saber que alguien ha atravesado por un hecho infausto, y será tarea nuestra investigar cual ha sido el efecto que produjo en él/ella. En tanto mantengamos ese interrogante, la persona damnificada conserva a priori su capacidad de respuesta, su movilidad psíquica. Los procesos de asunción y adjudicación de roles que se ponen en juego en relación con la victimización tienen expresión a través de los mecanismos psicológicos de proyección y sobreidentificación con aquellos y aquellas que han sufrido la clase de daño que el grupo no acepta dejar pasar impunemente. Es preciso consignar también, que estos mecanismos de proyección y sobreidentificación enfatizan el hecho de que quien ha sido dañado es otro que no soy yo; aunque, como pude haberlo sido, refuerzan o realimentan un sentimiento de culpa. Ver perdurar en otro el daño nos ‘ayuda’ a creer que estamos a salvo, y al mismo tiempo y en forma contradictoria, promueve la idea de que pude ser yo el dañado. Estos mecanismos se ponen en funcionamiento ante cada evento o acontecimiento; y nos concierne tomarlos en cuenta y abordarlos para que sean elucidados y elaborados en forma tanto individual como colectiva. Sobre la masacre de la estación Once y nuestra intervención El desastre socioambiental al que aludimos en el comienzo de este texto ha sido el tercer desastre ferroviario más grave de la Argentina; y, en línea con lo que venimos desarrollando, no admite la denominación de “accidente”. La política de desinversión, los desvíos de fondos hacia otras empresas del mismo grupo económico que gerenciaba la línea ferroviaria o hacia cuentas bancarias de funcionarios y políticos, la no renovación de equipos (los frenos no funcionaban, los paragolpes estaban inutilizados, entre otras faltas técnicas), la no-provisión de repuestos, las presiones sobre los trabajadores para que operasen en condiciones inseguras bajo amenaza de despido; integran un conjunto de causas que de ninguna manera puede ser calificado como “accidental”. Otra vez apareció, desnudo o descarnado, un Estado que operó siguiendo las lógicas del capital y la ganancia a cualquier costo, con políticas que priorizaron otros objetivos en vez de ser el garante del derecho a viajar seguro. Y tal como lo denunciaba públicamente el propio colectivo de trabajadores que nos convocó para realizar la intervención, se trató de una “masacre anunciada”. Al comienzo del capítulo señalamos que la catástrofe ferroviaria sucedió en un día hábil laboral, donde el tren se encontraba colmado de pasajeros. Las mil doscientas personas que viajaban en el transporte se dirigían mayormente a sus trabajos, por lo cual, un gran número de ellas, para ahorrarse unos minutos en la salida de la estación, se comprimieron en los primeros vagones, lo que potenció aún más la magnitud de las afectaciones. En esos momentos se encontraban prestando servicios en la propia estación cerca de treinta trabajadores/as de diferentes áreas: boletería, talleres mecánicos, evasión, limpieza y comunicación. Del impacto se enteraron algunos en forma directa, otros por mensajes en sus teléfonos móviles, otros por verlo en los portales televisivos de noticias. Acudieron todos en forma inmediata y voluntaria, y se involucraron en el evento del modo que pudieron, del modo que se les ocurrió. Aquellos que tenían conocimientos técnicos operaron de inmediato el corte de energía eléctrica en el lugar; otros ayudaron a salir a los que estaban en condiciones de hacerlo por sus medios, otros acompañaron a heridos. A medida que fueron llegando al lugar equipos de bomberos y de medicina de urgencias, comenzaron a ser desplazados o a ponerse a las órdenes de quienes necesitaban precisiones del lugar (o algún equipo específico) para desplegar sus acciones. A sabiendas de que les resultaría imposible tolerar quedarse en el lugar, algunos se dispusieron a realizar las gestiones necesarias en otros espacios de la estación; y otros se quedaron intentando asistir a quienes se apiñaban básicamente en los dos primeros vagones, de donde, en medio de un remolino de cuerpos entremezclados, emergían algunas manos en pedido desesperado de auxilio. Alguna de esas manos fueron asidas por trabajadores, quienes relatarían después el recuerdo de como aquellas manos se iban enfriando entre las propias. Días después del desastre, comenzaron a aparecer entre esos trabajadores diversos síntomas de malestar. Los representantes sindicales plantearon a la empresa gerenciadora de los trenes la necesidad de que diera una respuesta a esa situación, ya que le cabían responsabilidades por haber ocurrido en el espacio y en el tiempo de trabajo.1 La empresa ofreció entrevistas terapéuticas individuales, ya que “los problemas son de cada uno, y cada uno debe resolverlos”; sin embargo, el cuerpo de delegados de base – enfrentado tanto a la empresa como a las direcciones sindicales de los gremios concernidos, cómplices de las empresas concesionarias–, entendió que algo vivido colectivamente debía asimismo tener un afrontamiento colectivo. El equipo universitario del Observatorio fue contactado entonces por el cuerpo de delegados ferroviarios, y en reuniones de trabajo conjunto se re-elaboró la demanda de intervención, y se desarrolló una propuesta cogenerativa que incluyó: 1) implementación de dispositivo de relato integrado; 2) registro de cargas físicas, psíquicas y mentales; 3) desarrollo de estrategias creativas; y 4) derivación de casos graves. La perspectiva metodológica que adoptamos combinó la investigación participativa con el monitoreo estratégico. Se trata de un conjunto de dispositivos de evaluación estratégica de salud, construidos desde las experiencias y los saberes colectivos en procesos de trabajo. El objetivo es la prevención profunda y la promoción real, activa, crítica y reflexiva de las condiciones que moldean el bienestar y la salud, en contexto de trabajo. Es una modalidad alternativa a los enfoques 1 El reclamo hacía referencia específicamente al impacto del hecho sobre los trabajadores enfunción del lugar y el momento en que hubo tradicionales que ponen el acento en la salud y la enfermedad como responsabilidad individual y que hacen recaer los efectos del deterioro laboral sobre los mismos trabajadores. El proceso de intervención se inició una semana después del acontecimiento catastrófico - estas fueron las reuniones con el cuerpo de delegados-, las reuniones grupales se realizaron a partir de la tercer semana, y culminó dos meses después. El proceso implicó la realización de tres reuniones preparatorias de la intervención propiamente dicha con el cuerpo de delegados que enunció la demanda al Observatorio, una reunión con la empresa para facilitar la realización de las actividades, tres encuentros de trabajo en las que se realizó la intervención propiamente dicha y, finalmente, la articulación de espacios posteriores para el abordaje de las afectaciones de la salud y el trabajo. A continuación, describiremos las características de las personas participantes en la intervención propiamente dicha y analizaremos las afectaciones y elaboraciones en relación con la vivencia de la catástrofe. Sobre las personas damnificadas participantes en la intervención. En función de la demanda plantada por el cuerpo de delegados del ferrocarril, se acordó realizar tres encuentros grupales y voluntarios de los/as trabajadores/as que se encontraban en la estación de Once en el momento de la catástrofe y que habían realizado algún tipo de tareas de rescate. Finalmente, el número de participantes de los encuentros fue de 26 personas. La media de edad era de 45,71 años, aunque el rango fue de entre 24 y 65 años de edad. En cuanto al tiempo de trabajo en la empresa, la media fue de 9,45 años de antigüedad y el rango entre 8 meses y 28 años. En relación a los puestos de trabajo, las ocupaciones eran las siguientes: talleres de electromecánica (28%), evasión (24%), limpieza (24%), asistente operativo en telecomunicaciones (16%) y obras civiles (8%). Respecto del género, solo dos participantes eran mujeres y el resto (24) eran varones. Estos datos señalaban que las experiencias personales y laborales serían muy diferentes. Asimismo, la hegemonía masculina permitía prever ciertas dificultades en cuanto a la verbalización de las afectaciones frente a lo acontecido, lo cual fue considerado en la modalidad de implementación de las técnicas de trabajo. ocurrido. No se refería a responsabilidades penales o civiles, que recién se comenzarían a juzgar en el año 2017. La construcción del relato integrado acerca de la catástrofe ferroviaria. Con el objetivo de morigerar las afectaciones asociadas a la vivencia de la masacre de la estación desde la participación en las tareas de rescate, desde el equipo del Observatorio, se realizó el primer encuentro con el colectivo de los/as 26 trabajadores/as ubicando la demanda de la intervención y los alcances propuestos para la misma (objetivos generales, duración estimada, posibles actividades). Asimismo, se señalaron aspectos generales de la intervención en donde se garantizaba un compromiso de confidencialidad2 y respeto entre los participantes para que pudieran expresar de modo seguro sus pensamientos y emociones relacionados a lo vivido. De este modo, se buscó crear un espacio de apoyo intragrupal entre los implicados en la situación catastrófica, a partir de compartir las experiencias y sensaciones que podrían ser similares, pero incluso también, opuestas de cada uno de los miembros del grupo, frente a lo acontecido. El espacio pretendía también prevenir o detectar afectaciones psicopatológicas de los miembros del grupo, normales luego de una vivencia como la acontecida, así como también, identificar a las personas especialmente vulnerables que requerirían un acompañamiento singular, ya sea por una problemática previa o por el desencadenamiento de alguna sintomatología compleja. A partir de los siguientes interrogantes trabajados, primero de manera singular y, luego de manera, colectiva, se buscó construir un relato integrado y grupal sobre lo acontecido. Las preguntas que promovieron las narrativas sobre los sucesos fueron: ¿Cómo me enteré de lo acontecido?, ¿dónde estaba?, ¿qué sentí?, ¿qué pensé?, ¿qué hice? Partiendo del trabajo colectivo con las narrativas singulares, se definieron las siguientes líneas de sentido, las que permitieron organizar una secuencia de los acontecimientos, desde las diferentes ubicaciones de los/as trabajadores/as daminificados/as. De este modo, se pudo producir un relato grupal a partir de algunas de las narrativas individuales; el mismo, se construyó estableciendo una distinción entre: a) imágenes sobre la catástrofe, b) sensaciones percibidas y c) 2 Cabe señalar que, de manera explícita, tanto oral como escrita, se acordó con los participantes el registro escrito de cada uno de los encuentros para retroalimentar el encuentro posterior y elaborar un documento de síntesis final de la intervención. Asimismo, se acordó explicaciones o construcciones de sentido sobre lo acontecido. a) Imágenes sobre la catástrofe • Marcó el GPS 8:30, veo un ruido fuerte, explosión, algo que se raja, gente gritando. • Al principio no podía ver la magnitud. • Los vimos desencajados a los que nos avisaron. • Subí al techo y vi todo. • No podíamos sacar a nadie porque había mucha gente. • Racimo de personas enmarañadas. • Veías gente que ya estaba muerta. • El chico entre el furgón y el vagón estaba negro. Muerto en vida. b) Sensaciones percibidas sobre la catástrofe • El olor y el calor. El olor a hueso molido es un olor muy especial y ese día era todo. • Gente cagada, vomitada, desvestida, desnuda. • Quedó impregnado en todo. Tiré la remera. Voy al baño y siento el olor. También cuando barro el tren. • Olor a muerte, lo sentimos en todos lados. c) Construcciones discursivas sobre la catástrofe • Tan blandito es el tren cuando choca y tan duro cuando lo querés cortar. • Ya nos pasó en Flores, la barrera estaba levantada. • No entiendo. En un accidente chico, la empresa manda el tren hasta Liniers y en este caso, no hicieron nada. La gente seguía llegando a Once. • Ese dolor lo tenemos nosotros. Una señora me pedía auxilio y esa señora murió. Eso vive en mí. • Acá lo que permaneció fue el instinto humano. • Todo lo que hicimos de ayuda fue por impulso. Las diferentes imágenes fueron vividas como fragmentos impactantes que se habían “incrustado en el pensamiento”. La tarea de construir un relato integrado de las mismas abrió la posibilidad de realizar un profundo trabajo de discriminación de las mismas. En este proceso se permitió que la vivencia caótica fuese rearmada de un modo más organizado y pudiese ser incorporada a la vida psíquica de los participantes (con las que, como contrapartida de la intervención, el equipo del Observatorio podría utilizar la información producida durante la intervención en publicaciones científicas o pedagógicas, resguardando la identidad individual de las personas participantes. características propias que cada singularidad le pudo o le podrá dar al evento vivido). El hecho de compartir, en un dispositivo ‘ad hoc’, el relato de la vivencia, “abre otro tiempo y otro espacio”. Otro tiempo en tanto la duración y la perioricidad de los encuentros funcionan como un límite temporal posible al ‘rumiar psíquico’. Y otro espacio en tanto el decir y el escuchar propician una salida del soliloquio donde cada uno queda a merced de su labilidad/fortaleza subjetiva. Ofrecer y compartir experiencias, información y dudas construye un ‘nosotros’ en el que cada uno/a es al mismo tiempo construido y constructor, sostén de los demás ysostenido por los demás. En el encuentro posterior se prosiguió trabajando sobre el registro de las cargas físicas y mentales de las personas participantes, habida cuenta de la persistencia de la angustia percibida entre los participantes y que se expresaban en sueños traumáticos: “Sueño con personas muertas”, “Tuve pesadillas, sueño con personas muertas. Gente que gritaba en un tren, que la ponían en una bolsa” o situaciones que desencadenaban vivencias de flashback: “Te empieza a caer la ficha a la noche”, “Angustia cuando veo una película”. Vale señalar que la necesidad de articular los elementos que quedaron por fuera del campo de representaciones e intentan encontrar dentro un representante en el psiquismo, implican al mecanismo de la repetición a través de diferentes modalidades y ello da lugar a la angustia. La posibilidad de articular la carga psíquica a la palabra para intentar salir del orden de la repetición, fue trabajado a partir de un instrumento mediador. Sobre siluetas previamente impresas en papel que operaron como soporte, se propuso a las personas participantes que dibujen, coloreen y/o describan las cargas mentales registradas en el cuerpo a partir de la vivencia de la angustia. En la instancia colectiva se pudo identificar la prevalencia tanto del corazón como de la cabeza, en la localización de las cargas. La relevancia del corazón fue comprendida en relación con los fuertes sentimientos relacionados con los hechos y compartidos por todos. Especialmente se destacaron la “pena”, la “tristeza” y el “dolor”. La relevancia de la cabeza fue interpretada como necesidad de racionalizar la situación para poder actuar en el momento de la catástrofe y, a su vez, de comprender lo acontecido para recuperar la capacidad de actuar, retomando la cotidianeidad en el trabajo y en otros espacios de la vida. En el tercer encuentro se trabajo sobre las dinámicas del reconocimiento como soporte para el restablecimiento o no, de la vida cotidiana de los afectados. Frente a este eje, las personas participantes pudieron indicar tres situaciones vividas en la cotidianidad laboral del tiempo post catástrofe: a) la invisibilización: “Los bomberos son héroes, todos”, “Me parece falso que un jefe venga a agradecer” y “Yo no quiero seguir llorando solo”. b) el enfrentamiento: “Lo primero que pensé fue en irme del andén porque nos va agarrar la gente” y “Pasan por al lado y nos murmuran cosas y nos dicen asesinos. c) la gratificación: “También te dicen cosas, pero algunos también te agradecen por la ayuda cuando pasan”, “El reconocimiento tuve de mis allegados y compañeros”. El reconocimiento en sus diferentes esferas (intersubjetivo, jurídico y comunitario), constituye un elemento central para el apuntalamiento de la identidad y la tramitación del sufrimiento. La relación del sufrimiento con la injusticia social, desde este enfoque, se encuentra entre otras dimensiones, mediatizada por el reconocimiento. En este caso, mientras que la invisibilización aludía a situaciones de no reconocimiento o insuficiente reconocimiento social por la participación en las tareas de rescate, lo que generaba sensación de aislamiento o soledad frente al dolor de lo acontecido; el enfrentamiento daba cuenta de la percepción de un reconocimiento devenido en culpabilización por parte de diferentes actores sociales, especialmente, los pasajeros, lo que exacerbaba el malestar. En cambio, el reconocimiento de los/as trabajadores/as ferroviarios de la estación tanto como damnificados por la catástrofe y, más aún, como actores sociales en la defensa del ferrocarril y en la lucha contra la impunidad constituyó el principal camino para la recuperación y el fortalecimiento singular y del colectivo. Las demandas de reconocimiento conforman las condiciones necesarias para que se constituya la relación entre el sufrimiento y la injusticia social. Honneth (1997:205), sostiene que las experiencias de injusticia están impulsadas por falta de reconocimiento y “gran parte de los cambios sociales son motivados, impulsados por las luchas moralmente motivadas de grupos sociales, que pretenden lograr un mayor reconocimiento institucional y cultural de algún aspecto clave de su identidad”. La relevancia de la autoconfianza, del autorrespeto y la autoestima social, cuyo resultado garantiza el reconocimiento recíproco, resulta un elemento central para poder apuntalar dicha relación, constituida en este caso, por la catástrofe anunciada y la impunidad de los responsables. Como primer cierre de la intervención, se trabajó especialmente en la posibilidad de que las personas participantes del espacio pudieran erigir alguna marca o huella propia, a través de alguna mediación artística, que pusiera de manifiesto de manera pública, su participación como actores en el acontecimiento. Esto se viabilizó a través de la participación en un mural realizado poco tiempo después del cese de la intervención, en el andén donde ocurrió la catástrofe. En este sentido, la posibilidad de que se produzcan movimientos sociales que luchan por la justicia social promueve que las personas afectadas experimenten sus prácticas no desde un reconocimiento represivo, degradante o restringido, sino activo y positivo. Por lo tanto, consideramos que las actividades que la mayoría de las personas participantes continuaron realizando como parte del movimiento social que aun hoy sigue denunciando el desguace del sistema ferroviario y contra la impunidad de la denominada “masacre de Once”, también conformado por familiares de las personas fallecidas, las personas heridas y los pasajeros, constituye una estrategia colectiva de acción social que ha operado progresivamente en la recuperación frente al sufrimiento. Algunas consideraciones finales En estos últimos párrafos queremos subrayar la idea de que los espacios grupales de elaboración son necesarios para la tramitación del impacto subjetivo producido por eventos disruptivos; y son de una necesariedad absoluta cuando esos eventos fueron vividos colectivamente. Las y los participantes en los encuentros reconocieron -como uno de los efectos del trabajo conjunto-, un alivio en los malestares que sentían; en parte debido a la “recuperación de la capacidad de pensar”; y en parte, a que ciertas situaciones confusionales (“confusiones” normales en la mayoría de las personas con posterioridad a tales eventos) que pudieron haber devenido paralizantes o traumáticas, fueron disminuyendo en la medida en que se desarrollaba la capacidad de comprender; en tanto se encontraban explicaciones de causas y procedimientos. El aumento de la comprensión permitió también aproximarse con menor temor a los fuertes sentimientos relacionados con los hechos; de modo que tanto la pena, como la tristeza y el dolor pudieran circular, ser compartidas; y en este sentido, que afectos y representaciones puedan ser articulados e integrados a la existencia cotidiana. El trabajo de elaboración grupal permitió que la pena, la tristeza y el dolor no fuesen patologizadas, sino que con ellas se haga lo que corresponde; vale decir, transitarlas. Poder pensar lo acontecido constituye, además, un necesario punto de partida para que los participantes puedan definir acciones y para la toma de decisiones del ‘como continuar’; retomamos aquí un párrafo anterior donde hablamos de otro tiempo y otro espacio. En ‘otro tiempo y otro espacio’ caben otras dimensiones; el trabajo elaborativo no debería cerrarse en las subjetividades individuales, sino abrir a otras dimensiones de la existencia: aquellas concernientes al lugar como trabajadores del transporte ferroviario y a las responsabilidades que conlleva; no sólo a aquellas que ya venían asumiendo,sino también a las que deberán enfrentar ante las acusaciones de culpabilidad de las que podrían ser objeto (sabemos todos que ‘el hilo se corta por lo más delgado’, y lo más delgado son los trabajadores. Siempre). Abrir, además, a la dimensión de ciudadanos, testigos de un evento que dejará una marca en la historia. Estos/as trabajadores/as tendrán la posibilidad de encontrar y asumir un lugar, en el proceso que se abrirá, de resistencia a la impunidad de los poderes involucrados. En tanto ciudadanos damnificados indirectos, podrán participar de la disputa de sentidos que se abrirá en torno al uso de los hechos (a la utilización política, mediática) y a la investigación judicial. De los modos de participación en esa disputa, y de cuáles serían los efectos subjetivos en tanto continuación de la elaboración bajo otras formas, daremos cuenta en otro artículo. Referencias bibliográficas Baranger, M.; Baranger, W.; y Mom, J. (1988). El trauma psíquico infantil: Trauma, Retroactividad y Reconstrucción, en International Journal of Psychoanalysis, 69 (2), 113:128. Benyakar, M. (2006). Lo disruptivo. Amenazas individuales y colectivas. Buenos Aires, Argentina: Biblos. Castoriadis-Aulagnier, P. (2014). La violencia de la interpretación. Del pictograma al enunciado. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu. Honneth, A. (1997). La lucha por el reconocimiento. Barcelona, Estado Español: Crítica Grijalbo-Mondadori. Jodelet, D. 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(2010). “Cuestiones desde la Epidemiología Crítica: trabajo y salud”, en Zaldúa, G. (comp.) Praxis psico-social comunitaria en salud. Buenos Aires, Argentina: Eudeba. Zaldúa, G., Bottinelli, M, Longo, R., Sopransi, B. y Lenta, M. (2016). “Exigibilidad y justiciabilidad desde la epidemiología territorial”, en Zaldúa, G. (comp.) Intervenciones en Psicología Social Comunitaria. Buenos Aires, Argentina: Teseo. Zaldúa, G.; Lenta, M.; Leale, H. (2017). “Trabajar con niños, niñas y adolescentes en situación de vulnerabilidad: del sufrimiento abyecto a la potencia de lo colectivo”, en Navarra, J. y Barnes, F. (comps.) Cuadernos TAS: Trabajo, Actividad y Subjetividad Escritos entre pares 2016. Córdoba, Argentina: TAS.
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