Logo Studenta

La masacre del tren de Once y los trabajadores de la estación Una intervención de promoción de la salud

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

Leale, H.; Lenta, M. y Zaldúa, G. (2018). La 
masacre del tren de Once y los trabajadores de 
la estación: una intervención de promoción de la 
salud. En Castillo, T. (coord.). Recuperación de 
la experiencia universitaria en intervención en 
desastres. Ciudad de México, México: UNAM. 
En prensa. 
 
 El miércoles 22 de febrero de 2012, a las 
08:33 el tren N° 3772 de la línea ferroviaria 
Sarmiento, identificado con la chapa 16, que se 
encontraba llegando a la plataforma número 2 de la 
estación terminal denominada Once (en la Ciudad 
Autónoma de Buenos Aires, Argentina), no detuvo 
su marcha y colisionó contra el paragolpes de 
contención del final de la vía; paragolpes que se 
encontraba fuera de funcionamiento. La formación, 
de ocho coches, transportaba en plena hora pico a 
más de mil doscientos pasajeros a bordo. 
Fallecieron 52 personas y 702 resultaron heridas. 
 El equipo del Observatorio de Prevención 
y Promoción de Salud Mental Comunitaria, que 
tiene sede en la Facultad de Psicología de la 
Universidad de Buenos Aires, fue convocado a 
intervenir con aquellos trabajadores que auxiliaron 
en forma inmediata a los damnificados. En relación 
con esta experiencia proponemos debatir la 
pertinencia y los objetivos de la intervención 
psicosocial en tal acontecimiento. 
 Presentaremos en primer lugar al 
Observatorio, sus objetivos y modo de intervención. 
En segundo lugar, desde el enfoque de la psicología 
social comunitaria caracterizaremos a los “desastres 
socio-ambientales”, a partir de lo cual enmarcamos 
nuestra tarea. Y, en tercer lugar, presentaremos la 
descripción de la intervención que realizamos junto 
con algunas reflexiones y conclusiones. 
 
Qué es y cómo interviene el Observatorio de 
Prevención y Promoción de Salud Mental 
Comunitaria 
 La Cátedra de Psicología Preventiva 
(Facultad de Psicología, Universidad de Buenos 
Aires) organizó el Observatorio como parte de sus 
actividades de Extensión Universitaria en el año 
2000. En la perspectiva que la Cátedra hubo trazado 
en la docencia, se propuso intervenir psico-
socialmente con un objetivo de prevención y 
promoción de salud desde el enfoque de la 
psicología social comunitaria. Esto implica trabajar 
aquellos problemas que generan sufrimiento 
psíquico, con las personas concernidas (ya fuese 
con afectación individual o colectiva), y en los 
territorios en que esos problemas acontecen. 
 De este modo, nuestras intervenciones se 
inscriben en una perspectiva de psicología social 
comunitaria en cuya praxis se plantea la 
desnaturalización y transformación de las 
situaciones psicosociales de opresión y 
subalternización de sujetos y colectivos sociales, 
abordando diferentes procesos de vulnerabilización 
que implican los planos singulares, relacionales, 
jurídicos y políticos (Zaldúa, Bottinelli, Longo, 
Sopransi y Lenta, 2016). 
 Desarrollamos diversas metodologías 
participativas, dándole un lugar central a la voz de 
los sujetos invisibilizados y a las construcciones 
narrativas que otorgan sentido a sus prácticas, así 
como también a la co-producción de procesos 
singulares y colectivos de agenciamiento y 
exigibilidad de derechos. 
 Trabajamos con planes diseñados junto 
con los grupos y actores sociales bajo la modalidad 
de gestión asociada (Zaldúa, Lenta y Leale, 2017; 
Poggiese, 2011). Las acciones que se llevan 
adelante son objeto de evaluaciones de proceso y 
resultados, y sobre ellas se va reflexionando, con un 
claro énfasis en la producción y apropiación de 
técnicas, saberes y prácticas emergentes durante los 
procesos de intervención, por parte de todos los 
participantes: el colectivo territorial convocante, los 
actores de la experiencia y el propio colectivo 
universitario. 
 Operamos con una concepción de los 
sujetos como actores sociales capaces de 
transformar la realidad social; e incorporamos a 
nuestra práctica los saberes de la comunidad, 
escuchando y respetando sus voces. Definimos 
también a una intervención como una praxis que 
responde a un proyecto explícito e intencional de 
cambio o transformación; que tiende a explorar las 
construcciones simbólicas colectivas elaboradas 
por los sujetos, y en esa exploración, a destacar las 
que obstruyen o facilitan las prácticas deseadas para 
corregirlas o reforzarlas. La intervención entonces 
se orientará hacia los planos de la resignificación de 
la experiencia de los sujetos, hacia la 
concientización de los actores y hacia el 
cuestionamiento de los sistemas de pensamientos 
hegemónicos (Jodelet, 2007). 
 Abordar problemas en psicología social 
comunitaria requiere de personas y colectivos con 
actitudes de compromiso en la construcción de lo 
común; en la capacidad de establecer y sostener 
relaciones que se convierten en la “base de las 
consideraciones éticas al interior del campo de la 
psicología social comunitaria, ya que las personas 
se construyen en relaciones, las que, al mismo 
tiempo, son creadas por ellos” (Sopransi, 2011: 
114). En estas relaciones que establecemos, nuestro 
lugar estará definido por ser un co-constructor, por 
ser un ‘interviniente’ más que un interventor. 
El acto que funda una intervención del 
Observatorio es la expresión de una demanda de un 
grupo, “que deberá ser identificado; esto es saber 
quién tiene el poder de originar la intervención y 
permitir su desarrollo” (Lourau, 2001: 40). 
Demanda que se produce básicamente cuando una 
situación ha devenido gravemente conflictiva en 
instituciones públicas, de la sociedad civil o 
comunidades. Esto sucede cuando el gasto de 
energía psíquica, necesario para sostener con éxito 
los mecanismos de represión o supresión sobre el 
malestar generado, pone en insoportable tensión a 
toda la estructura institucional o comunitaria y/o se 
ponen en evidencia las contradicciones y conflictos 
de interés entre los grupos que habitan en un 
territorio o participan de la dinámica institucional. 
La situación/problema que motiva el 
pedido de ayuda, tendrá que ser objeto de un 
proceso de elaboración conjunta, que definimos 
desde el Observatorio como “construcción de la 
demanda”. Demanda que se construye sosteniendo 
un lugar de respeto ante los solicitantes, 
reconociendo que ellos tienen un saber acerca de lo 
que sucede en su territorio; y sosteniendo, al mismo 
tiempo, un lugar de interrogación para elucidar las 
creencias que determinan sus percepciones de la 
realidad y que fundamentan sus prácticas. Es 
habitual que los equipos que intervienen centren su 
actividad en la transmisión de información con la 
‘creencia propia’ que la actividad preventiva se 
realiza de esa manera. Cualquier conocimiento que 
se construya tendrá que interactuar con 
comportamientos, emociones y prejuicios, y esa 
construcción requiere de una clara “actitud ética 
relacional” (Sopransi, op. cit.). 
Las intervenciones con colectivos de 
trabajadores/as para abordar los malestares 
generados en el espacio y/o por las tareas en que 
desempeñan, son escasas en nuestro medio 
académico y/o técnico-profesional; de manera que 
las mismas fueron adquiriendo centralidad en las 
tareas del Observatorio. En una articulación de 
investigación y de búsqueda de transformación de 
los malestares y sufrimientos generados por las 
condiciones del trabajo, hemos sido demandado por 
trabajadores/as ferroviarios, de subterráneo, del 
área de la salud, del campo de las políticas sociales 
y de la educación (Zaldúa, 2010, 2017). 
Asimismo, hemos intervenido en 
emergencias socio-ambientales, integrando un 
equipo de asistencia directa a población afectada 
por inundaciones; o requeridos por compañías de 
bomberos voluntarios, -encargados en nuestro país 
de la recuperación de cuerpos en accidentes viales-
; y a demanda de un grupo de trabajadores 
ferroviarios en el evento que denominamos 
‘masacre’, motivo del presente texto.Consideramos que intervenir en desastres 
socio-ambientales desde una perspectiva de salud 
mental comunitaria, implica considerar dos 
poblaciones; damnificadas ambas por haber estado 
en cercanía con la muerte. En primer lugar, aquella 
afectada directamente por el evento en cuestión; y, 
en segundo lugar, aquella población integrada por 
quienes acuden a asistirlos (rescatistas, personal 
sanitario, de defensa civil, bomberos, de fuerzas de 
seguridad, voluntarios, otros/as). Las tareas del 
Observatorio se han centrado en este segundo 
grupo. 
 
Las catástrofes socio-ambientales: de accidentes, 
desastres y tragedias ante las políticas de 
“descuido” 
Desde el Observatorio compartimos la 
definición de accidentes, desastres y tragedias como 
emergencias socio-ambientales. En cada una de 
ellas opera como factor central ‘lo social’, pues 
incluimos en esta dimensión todo aquello que 
concierna a lo colectivo: lo político, económico, 
histórico, etc. Aún en los eventos en que lo social 
pareciera no actuar como determinante (en 
terremotos o huracanes, por ejemplo), esa 
dimensión se expresaría bajo la forma de planes de 
contingencia, de la previsión o prevención, de la 
preparación comunitaria, asumiendo un papel de 
relevancia en la mitigación de daños. La diferencia 
que hubo en la preparación comunitaria para 
afrontar al reciente huracán Irma -setiembre 2017-, 
entre una sociedad de alto desarrollo tecnológico y 
alto individualismo como la de los EEUU, y una 
sociedad con alta conciencia y desarrollo de trabajo 
colectivo como la de Cuba, ilustran acerca del lugar 
de relevancia que tiene el factor social. 
Es que la naturaleza tiene “baja responsabilidad” en 
eventos climáticos extremos, para los que no cabe 
admitir una definición de desastre ni de una 
catástrofe natural. “La naturaleza se declara 
inocente”, escribió el equipo que dirigió Rolando 
García en la evaluación de las sequías a finales de 
los años sesenta. 
Hace años que desde el movimiento de 
salud colectiva latinoamericana venimos trabajando 
en la concepción de emergencias socio-ambientales 
y en la necesidad de una gestión integral; ya que 
consideramos que la destrucción del ambiente y el 
subsecuente cambio climático impacta 
negativamente en la vida y en la salud de nuestras 
sociedades, lo que genera cada vez más eventos de 
estas características. Las descripciones que intentan 
“naturalizar” este tipo de emergencias expresan 
sólo relatos de la impotencia y las limitaciones 
respecto de cómo enfrentarlas en cuanto a su 
gestión integral de prevención, preparación y 
respuesta. En estas emergencias, como en otros 
eventos similares, hablar de la “ausencia del 
Estado”, es una mentira encubridora (o una 
aseveración “teológica” - ‘¡Dios nos ha 
castigado!’-). “Ausencia” implicaría que el Estado 
‘no intervenga’ a través de políticas públicas. En 
cambio, lo que suele suceder es que el tipo de 
políticas que los Estados priorizan a menudo, tienen 
objetivos divergentes con la protección de la 
comunidad como, por ejemplo, promoviendo el 
rentismo inmobiliario que deja la planificación del 
espacio público urbano librada al mercado; o 
favoreciendo mecanismos de corrupciones varias 
(incumplimiento de partidas presupuestarias, 
desvío de fondos, operaciones de evasión, pago de 
sobornos, etc.); o no desarrollando oportunas 
campañas de prevención y actuando siempre ex post 
facto, llegando tarde -cuando llega-, muy por detrás 
de los hechos y empujado por la presión de la 
sociedad. 
La importancia de subrayar la dimensión 
social de estos eventos tiene, además, 
consecuencias práxicas, ya que una etapa necesaria 
en el proceso de tramitación del impacto psíquico 
post-emergencia consiste en la identificación y 
atribución de responsabilidades; con una 
consiguiente búsqueda de justicia o reparación. Las 
acciones que se realicen en este sentido conllevan 
valor de reparación psicológica para los/as 
damnificados/as; en especial si se asumen en forma 
organizada y colectiva. Preferimos, a este respecto, 
la denominación de ‘damnificado/a’ sobre la de 
‘víctima’, porque entendemos que esta última 
connota significados antropológicos de pasividad 
sacrificial; y portan una carga de fuerte 
estigmatización. 
 
¿Eventos traumáticos o eventos disruptivos? El 
significado que tiene la palabra trauma en el campo 
de la salud mental es el de ‘discontinuidad o 
interrupción que se produce en un proceso psíquico, 
o en un modo de procesar psíquico’; y creemos 
necesario volver sobre ello para hacer una precisión 
conceptual. Suele emplearse la fórmula ‘situación 
traumática’ para calificar a un evento acontecido en 
el mundo externo -accidentes, desastres o 
catástrofes individuales o colectivas-; lo que 
implica adjudicar un rasgo propio de lo psíquico 
(‘mundo interno’), a un evento del orden de lo 
fáctico (‘mundo externo’). “Este esfuerzo de 
discriminación tiene el propósito de fundamentar 
una estrategia de intervención adecuada” 
(Benyakar, 2006:42). Este autor propone la 
denominación de evento disruptivo para toda 
situación que tenga el potencial de irrumpir en el 
psiquismo y producir reacciones que alteren su 
capacidad integradora y de elaboración; es decir, 
que alteren la capacidad de percibir y pensar. Se 
apoya en la definición de evento como aquello que 
acontece y que no es afectado por lo que podamos 
pensar del mismo, es decir, ‘aquello que es, con 
independencia de lo que podamos pensar’. La 
denominación se completa con la palabra 
‘disruptivo’, que “define a un fenómeno que actúa 
sobre alguien desorganizando, desestructurando o 
provocando discontinuidad” (Benyakar 2006:47). 
Calificar como disruptivo un evento o situación 
propicia el trabajo de investigación sobre los 
múltiples impactos que tiene sobre las personas; el 
modo en que se articula con sus vivencias. Desde 
esta perspectiva, es posible abordar lo generalizable 
(lo acontecido) con lo que no podremos generalizar 
de ninguna manera (la vivencia). 
El ‘vivenciar’, -es decir, el modo en que la 
vivencia es asumida y ‘hecha propia’ por el sujeto-, 
es el proceso en el que se despliega la capacidad de 
los sujetos, de articular el afecto con la 
representación y así procesar los eventos fácticos a 
los se ve expuesto en el transcurso de la vida 
(Benyakar, 1998). Enfrentarse a eventos 
desagradables produce montos variables de 
displacer, pero si se cuenta con la capacidad de 
articular el afecto con la representación, ese evento 
puede ser elaborable. 
Una parte de nuestra tarea en tanto 
miembros del Observatorio, será entonces 
identificar a aquellas personas que se encuentren 
con serias dificultades de ligar lo acontecido e 
integrarlo a su propia historia; ya que ellos 
requerirán una estrategia de intervención 
diferenciada. Si el impacto en el psiquismo de un 
evento fáctico preciso es de una calidad que |rompe 
la articulación existente y el evento se presenta y se 
conserva y conserva en el psiquismo como hecho 
no elaborado ni elaborable, da lugar a lo que 
conocemos como vivencia traumática (Baranger, 
Baranger y Mom, 1988). 
Un funcionamiento psíquico en el que 
exista una cierta continuidad entre mundo interno y 
mundo externo (continuidad que constituye una 
‘condición psicológica de existencia’) requiere de 
una capacidad de mediatización apropiada. Ello es 
diferente a lo que sucede en la vivencia traumática, 
la que remite a una interrupción del proceso 
articulador, tanto en el espacio intrapsíquico como 
en la interacción mundo interno/mundo externo. 
Esa capacidad de mediatización por supuesto no 
disminuye el potencial de amenaza que conlleva el 
evento fáctico; sino que le posibilita al psiquismo 
actuar en situaciones de riesgo. Identificar esta 
capacidad es un elemento clave a tener en cuenta en 
la práctica clínica (Castoriadis-Aulagnier, 2014),pero también en las intervenciones colectivas desde 
el enfoque de la psicología social comunitaria. 
 
¿Víctimas o damnificados? La nominación de 
los/as afectados/as como damnificado/a implica, 
simbólicamente, una toma de distancia de la 
experiencia atravesada, y una apropiación activa de 
la misma. Es necesario tener presente que algunas 
subjetividades vulnerables o vulnerabilizadas (y 
quien ha sido dañado es, al menos temporariamente, 
vulnerable) pueden instalarse en el papel de 
víctima, y asumirlo al modo de rasgo identitario; 
constituyendo un ‘núcleo de certeza’ psicológica 
que será de difícil resolución. Si la persona resulta 
“victimizada”, cuanto más se debilite su identidad 
anclada en su historia pasada y más se fortalezca la 
identidad asociada al daño, más victimizada estará. 
El riesgo que conlleva esa salida es hacer crónica 
una situación que tendría que poder incluirse en el 
decurso de una historia, en lugar de constituir el 
punto de detención de la misma. 
Aun cuando la solidaridad o la compasión 
son necesarias, es preciso cuidar que las actividades 
de asistencia, ayuda y reparación de los daños, no 
confinen a los/as dañados/as a la condición de 
víctimas; un rol definido en forma rígida, del que 
cuesta mucho desprenderse. El respeto por la 
posición de esos/as otros/as que han sufrido daños 
implica no sumarse al imaginario dominante, que 
ubica a la víctima en un lugar de impotencia, o 
debilidad, o incapacidad de reponerse de las 
adversidades; menospreciando y desconociendo la 
subjetividad de las personas. Como trabajadores del 
campo de la salud mental, el uso de la palabra 
damnificado nos permite saber que alguien ha 
atravesado por un hecho infausto, y será tarea 
nuestra investigar cual ha sido el efecto que produjo 
en él/ella. En tanto mantengamos ese interrogante, 
la persona damnificada conserva a priori su 
capacidad de respuesta, su movilidad psíquica. 
Los procesos de asunción y adjudicación 
de roles que se ponen en juego en relación con la 
victimización tienen expresión a través de los 
mecanismos psicológicos de proyección y 
sobreidentificación con aquellos y aquellas que han 
sufrido la clase de daño que el grupo no acepta dejar 
pasar impunemente. Es preciso consignar también, 
que estos mecanismos de proyección y 
sobreidentificación enfatizan el hecho de que quien 
ha sido dañado es otro que no soy yo; aunque, como 
pude haberlo sido, refuerzan o realimentan un 
sentimiento de culpa. Ver perdurar en otro el daño 
nos ‘ayuda’ a creer que estamos a salvo, y al mismo 
tiempo y en forma contradictoria, promueve la idea 
de que pude ser yo el dañado. Estos mecanismos se 
ponen en funcionamiento ante cada evento o 
acontecimiento; y nos concierne tomarlos en cuenta 
y abordarlos para que sean elucidados y elaborados 
en forma tanto individual como colectiva. 
 
Sobre la masacre de la estación Once y nuestra 
intervención 
El desastre socioambiental al que aludimos 
en el comienzo de este texto ha sido el tercer 
desastre ferroviario más grave de la Argentina; y, 
en línea con lo que venimos desarrollando, no 
admite la denominación de “accidente”. La política 
de desinversión, los desvíos de fondos hacia otras 
empresas del mismo grupo económico que 
gerenciaba la línea ferroviaria o hacia cuentas 
bancarias de funcionarios y políticos, la no 
renovación de equipos (los frenos no funcionaban, 
los paragolpes estaban inutilizados, entre otras 
faltas técnicas), la no-provisión de repuestos, las 
presiones sobre los trabajadores para que operasen 
en condiciones inseguras bajo amenaza de despido; 
integran un conjunto de causas que de ninguna 
manera puede ser calificado como “accidental”. 
Otra vez apareció, desnudo o descarnado, un Estado 
que operó siguiendo las lógicas del capital y la 
ganancia a cualquier costo, con políticas que 
priorizaron otros objetivos en vez de ser el garante 
del derecho a viajar seguro. Y tal como lo 
denunciaba públicamente el propio colectivo de 
trabajadores que nos convocó para realizar la 
intervención, se trató de una “masacre anunciada”. 
Al comienzo del capítulo señalamos que la 
catástrofe ferroviaria sucedió en un día hábil 
laboral, donde el tren se encontraba colmado de 
pasajeros. Las mil doscientas personas que viajaban 
en el transporte se dirigían mayormente a sus 
trabajos, por lo cual, un gran número de ellas, para 
ahorrarse unos minutos en la salida de la estación, 
se comprimieron en los primeros vagones, lo que 
potenció aún más la magnitud de las afectaciones. 
En esos momentos se encontraban 
prestando servicios en la propia estación cerca de 
treinta trabajadores/as de diferentes áreas: boletería, 
talleres mecánicos, evasión, limpieza y 
comunicación. Del impacto se enteraron algunos en 
forma directa, otros por mensajes en sus teléfonos 
móviles, otros por verlo en los portales televisivos 
de noticias. Acudieron todos en forma inmediata y 
voluntaria, y se involucraron en el evento del modo 
que pudieron, del modo que se les ocurrió. 
Aquellos que tenían conocimientos 
técnicos operaron de inmediato el corte de energía 
eléctrica en el lugar; otros ayudaron a salir a los que 
estaban en condiciones de hacerlo por sus medios, 
otros acompañaron a heridos. A medida que fueron 
llegando al lugar equipos de bomberos y de 
medicina de urgencias, comenzaron a ser 
desplazados o a ponerse a las órdenes de quienes 
necesitaban precisiones del lugar (o algún equipo 
específico) para desplegar sus acciones. 
A sabiendas de que les resultaría imposible 
tolerar quedarse en el lugar, algunos se dispusieron 
a realizar las gestiones necesarias en otros espacios 
de la estación; y otros se quedaron intentando asistir 
a quienes se apiñaban básicamente en los dos 
primeros vagones, de donde, en medio de un 
remolino de cuerpos entremezclados, emergían 
algunas manos en pedido desesperado de auxilio. 
Alguna de esas manos fueron asidas por 
trabajadores, quienes relatarían después el recuerdo 
de como aquellas manos se iban enfriando entre las 
propias. 
Días después del desastre, comenzaron a 
aparecer entre esos trabajadores diversos síntomas 
de malestar. Los representantes sindicales 
plantearon a la empresa gerenciadora de los trenes 
la necesidad de que diera una respuesta a esa 
situación, ya que le cabían responsabilidades por 
haber ocurrido en el espacio y en el tiempo de 
trabajo.1 La empresa ofreció entrevistas 
terapéuticas individuales, ya que “los problemas 
son de cada uno, y cada uno debe resolverlos”; sin 
embargo, el cuerpo de delegados de base –
enfrentado tanto a la empresa como a las 
direcciones sindicales de los gremios concernidos, 
cómplices de las empresas concesionarias–, 
entendió que algo vivido colectivamente debía 
asimismo tener un afrontamiento colectivo. 
El equipo universitario del Observatorio 
fue contactado entonces por el cuerpo de delegados 
ferroviarios, y en reuniones de trabajo conjunto se 
re-elaboró la demanda de intervención, y se 
desarrolló una propuesta cogenerativa que incluyó: 
1) implementación de dispositivo de relato 
integrado; 2) registro de cargas físicas, psíquicas y 
mentales; 3) desarrollo de estrategias creativas; y 4) 
derivación de casos graves. 
La perspectiva metodológica que 
adoptamos combinó la investigación participativa 
con el monitoreo estratégico. Se trata de un 
conjunto de dispositivos de evaluación estratégica 
de salud, construidos desde las experiencias y los 
saberes colectivos en procesos de trabajo. El 
objetivo es la prevención profunda y la promoción 
real, activa, crítica y reflexiva de las condiciones 
que moldean el bienestar y la salud, en contexto de 
trabajo. Es una modalidad alternativa a los enfoques 
 
1 El reclamo hacía referencia específicamente al 
impacto del hecho sobre los trabajadores enfunción del lugar y el momento en que hubo 
tradicionales que ponen el acento en la salud y la 
enfermedad como responsabilidad individual y que 
hacen recaer los efectos del deterioro laboral sobre 
los mismos trabajadores. 
El proceso de intervención se inició una 
semana después del acontecimiento catastrófico -
estas fueron las reuniones con el cuerpo de 
delegados-, las reuniones grupales se realizaron a 
partir de la tercer semana, y culminó dos meses 
después. El proceso implicó la realización de tres 
reuniones preparatorias de la intervención 
propiamente dicha con el cuerpo de delegados que 
enunció la demanda al Observatorio, una reunión 
con la empresa para facilitar la realización de las 
actividades, tres encuentros de trabajo en las que se 
realizó la intervención propiamente dicha y, 
finalmente, la articulación de espacios posteriores 
para el abordaje de las afectaciones de la salud y el 
trabajo. 
A continuación, describiremos las 
características de las personas participantes en la 
intervención propiamente dicha y analizaremos las 
afectaciones y elaboraciones en relación con la 
vivencia de la catástrofe. 
 
Sobre las personas damnificadas participantes 
en la intervención. En función de la demanda 
plantada por el cuerpo de delegados del ferrocarril, 
se acordó realizar tres encuentros grupales y 
voluntarios de los/as trabajadores/as que se 
encontraban en la estación de Once en el momento 
de la catástrofe y que habían realizado algún tipo de 
tareas de rescate. Finalmente, el número de 
participantes de los encuentros fue de 26 personas. 
La media de edad era de 45,71 años, aunque el 
rango fue de entre 24 y 65 años de edad. En cuanto 
al tiempo de trabajo en la empresa, la media fue de 
9,45 años de antigüedad y el rango entre 8 meses y 
28 años. En relación a los puestos de trabajo, las 
ocupaciones eran las siguientes: talleres de 
electromecánica (28%), evasión (24%), limpieza 
(24%), asistente operativo en telecomunicaciones 
(16%) y obras civiles (8%). Respecto del género, 
solo dos participantes eran mujeres y el resto (24) 
eran varones. 
Estos datos señalaban que las experiencias 
personales y laborales serían muy diferentes. 
Asimismo, la hegemonía masculina permitía prever 
ciertas dificultades en cuanto a la verbalización de 
las afectaciones frente a lo acontecido, lo cual fue 
considerado en la modalidad de implementación de 
las técnicas de trabajo. 
ocurrido. No se refería a responsabilidades 
penales o civiles, que recién se comenzarían a 
juzgar en el año 2017. 
 
La construcción del relato integrado acerca de la 
catástrofe ferroviaria. Con el objetivo de 
morigerar las afectaciones asociadas a la vivencia 
de la masacre de la estación desde la participación 
en las tareas de rescate, desde el equipo del 
Observatorio, se realizó el primer encuentro con el 
colectivo de los/as 26 trabajadores/as ubicando la 
demanda de la intervención y los alcances 
propuestos para la misma (objetivos generales, 
duración estimada, posibles actividades). 
Asimismo, se señalaron aspectos generales de la 
intervención en donde se garantizaba un 
compromiso de confidencialidad2 y respeto entre 
los participantes para que pudieran expresar de 
modo seguro sus pensamientos y emociones 
relacionados a lo vivido. De este modo, se buscó 
crear un espacio de apoyo intragrupal entre los 
implicados en la situación catastrófica, a partir de 
compartir las experiencias y sensaciones que 
podrían ser similares, pero incluso también, 
opuestas de cada uno de los miembros del grupo, 
frente a lo acontecido. 
El espacio pretendía también prevenir o 
detectar afectaciones psicopatológicas de los 
miembros del grupo, normales luego de una 
vivencia como la acontecida, así como también, 
identificar a las personas especialmente vulnerables 
que requerirían un acompañamiento singular, ya sea 
por una problemática previa o por el 
desencadenamiento de alguna sintomatología 
compleja. 
A partir de los siguientes interrogantes 
trabajados, primero de manera singular y, luego de 
manera, colectiva, se buscó construir un relato 
integrado y grupal sobre lo acontecido. Las 
preguntas que promovieron las narrativas sobre los 
sucesos fueron: ¿Cómo me enteré de lo 
acontecido?, ¿dónde estaba?, ¿qué sentí?, ¿qué 
pensé?, ¿qué hice? 
Partiendo del trabajo colectivo con las narrativas 
singulares, se definieron las siguientes líneas de 
sentido, las que permitieron organizar una 
secuencia de los acontecimientos, desde las 
diferentes ubicaciones de los/as trabajadores/as 
daminificados/as. De este modo, se pudo producir 
un relato grupal a partir de algunas de las narrativas 
individuales; el mismo, se construyó estableciendo 
una distinción entre: a) imágenes sobre la 
catástrofe, b) sensaciones percibidas y c) 
 
2 Cabe señalar que, de manera explícita, tanto 
oral como escrita, se acordó con los 
participantes el registro escrito de cada uno de 
los encuentros para retroalimentar el encuentro 
posterior y elaborar un documento de síntesis 
final de la intervención. Asimismo, se acordó 
explicaciones o construcciones de sentido sobre lo 
acontecido. 
 a) Imágenes sobre la catástrofe 
• Marcó el GPS 8:30, veo un ruido fuerte, 
explosión, algo que se raja, gente 
gritando. 
• Al principio no podía ver la magnitud. 
• Los vimos desencajados a los que nos 
avisaron. 
• Subí al techo y vi todo. 
• No podíamos sacar a nadie porque había 
mucha gente. 
• Racimo de personas enmarañadas. 
• Veías gente que ya estaba muerta. 
• El chico entre el furgón y el vagón estaba 
negro. Muerto en vida. 
b) Sensaciones percibidas sobre la catástrofe 
• El olor y el calor. El olor a hueso molido 
es un olor muy especial y ese día era todo. 
• Gente cagada, vomitada, desvestida, 
desnuda. 
• Quedó impregnado en todo. Tiré la 
remera. Voy al baño y siento el olor. 
También cuando barro el tren. 
• Olor a muerte, lo sentimos en todos lados. 
c) Construcciones discursivas sobre la catástrofe 
• Tan blandito es el tren cuando choca y tan 
duro cuando lo querés cortar. 
• Ya nos pasó en Flores, la barrera estaba 
levantada. 
• No entiendo. En un accidente chico, la 
empresa manda el tren hasta Liniers y en 
este caso, no hicieron nada. La gente 
seguía llegando a Once. 
• Ese dolor lo tenemos nosotros. Una 
señora me pedía auxilio y esa señora 
murió. Eso vive en mí. 
• Acá lo que permaneció fue el instinto 
humano. 
• Todo lo que hicimos de ayuda fue por 
impulso. 
Las diferentes imágenes fueron vividas 
como fragmentos impactantes que se habían 
“incrustado en el pensamiento”. La tarea de 
construir un relato integrado de las mismas abrió la 
posibilidad de realizar un profundo trabajo de 
discriminación de las mismas. En este proceso se 
permitió que la vivencia caótica fuese rearmada de 
un modo más organizado y pudiese ser incorporada 
a la vida psíquica de los participantes (con las 
que, como contrapartida de la intervención, el 
equipo del Observatorio podría utilizar la 
información producida durante la intervención 
en publicaciones científicas o pedagógicas, 
resguardando la identidad individual de las 
personas participantes. 
características propias que cada singularidad le 
pudo o le podrá dar al evento vivido). 
El hecho de compartir, en un dispositivo 
‘ad hoc’, el relato de la vivencia, “abre otro tiempo 
y otro espacio”. Otro tiempo en tanto la duración y 
la perioricidad de los encuentros funcionan como 
un límite temporal posible al ‘rumiar psíquico’. Y 
otro espacio en tanto el decir y el escuchar propician 
una salida del soliloquio donde cada uno queda a 
merced de su labilidad/fortaleza subjetiva. Ofrecer 
y compartir experiencias, información y dudas 
construye un ‘nosotros’ en el que cada uno/a es al 
mismo tiempo construido y constructor, sostén de 
los demás ysostenido por los demás. 
En el encuentro posterior se prosiguió 
trabajando sobre el registro de las cargas físicas y 
mentales de las personas participantes, habida 
cuenta de la persistencia de la angustia percibida 
entre los participantes y que se expresaban en 
sueños traumáticos: “Sueño con personas 
muertas”, “Tuve pesadillas, sueño con personas 
muertas. Gente que gritaba en un tren, que la 
ponían en una bolsa” o situaciones que 
desencadenaban vivencias de flashback: “Te 
empieza a caer la ficha a la noche”, “Angustia 
cuando veo una película”. Vale señalar que la 
necesidad de articular los elementos que quedaron 
por fuera del campo de representaciones e intentan 
encontrar dentro un representante en el psiquismo, 
implican al mecanismo de la repetición a través de 
diferentes modalidades y ello da lugar a la angustia. 
La posibilidad de articular la carga 
psíquica a la palabra para intentar salir del orden de 
la repetición, fue trabajado a partir de un 
instrumento mediador. Sobre siluetas previamente 
impresas en papel que operaron como soporte, se 
propuso a las personas participantes que dibujen, 
coloreen y/o describan las cargas mentales 
registradas en el cuerpo a partir de la vivencia de la 
angustia. En la instancia colectiva se pudo 
identificar la prevalencia tanto del corazón como de 
la cabeza, en la localización de las cargas. La 
relevancia del corazón fue comprendida en relación 
con los fuertes sentimientos relacionados con los 
hechos y compartidos por todos. Especialmente se 
destacaron la “pena”, la “tristeza” y el “dolor”. La 
relevancia de la cabeza fue interpretada como 
necesidad de racionalizar la situación para poder 
actuar en el momento de la catástrofe y, a su vez, de 
comprender lo acontecido para recuperar la 
capacidad de actuar, retomando la cotidianeidad en 
el trabajo y en otros espacios de la vida. 
En el tercer encuentro se trabajo sobre las 
dinámicas del reconocimiento como soporte para el 
restablecimiento o no, de la vida cotidiana de los 
afectados. Frente a este eje, las personas 
participantes pudieron indicar tres situaciones 
vividas en la cotidianidad laboral del tiempo post 
catástrofe: 
a) la invisibilización: “Los bomberos son 
héroes, todos”, “Me parece falso que un 
jefe venga a agradecer” y “Yo no quiero 
seguir llorando solo”. 
b) el enfrentamiento: “Lo primero que pensé 
fue en irme del andén porque nos va 
agarrar la gente” y “Pasan por al lado y 
nos murmuran cosas y nos dicen asesinos. 
c) la gratificación: “También te dicen cosas, 
pero algunos también te agradecen por la 
ayuda cuando pasan”, “El 
reconocimiento tuve de mis allegados y 
compañeros”. 
El reconocimiento en sus diferentes 
esferas (intersubjetivo, jurídico y comunitario), 
constituye un elemento central para el 
apuntalamiento de la identidad y la tramitación del 
sufrimiento. La relación del sufrimiento con la 
injusticia social, desde este enfoque, se 
encuentra entre otras dimensiones, mediatizada por 
el reconocimiento. 
En este caso, mientras que la 
invisibilización aludía a situaciones de no 
reconocimiento o insuficiente reconocimiento 
social por la participación en las tareas de rescate, 
lo que generaba sensación de aislamiento o soledad 
frente al dolor de lo acontecido; el enfrentamiento 
daba cuenta de la percepción de un reconocimiento 
devenido en culpabilización por parte de diferentes 
actores sociales, especialmente, los pasajeros, lo 
que exacerbaba el malestar. En cambio, el 
reconocimiento de los/as trabajadores/as 
ferroviarios de la estación tanto como damnificados 
por la catástrofe y, más aún, como actores sociales 
en la defensa del ferrocarril y en la lucha contra la 
impunidad constituyó el principal camino para la 
recuperación y el fortalecimiento singular y del 
colectivo. 
Las demandas de reconocimiento 
conforman las condiciones necesarias para que se 
constituya la relación entre el sufrimiento y la 
injusticia social. Honneth (1997:205), sostiene que 
las experiencias de injusticia están impulsadas por 
falta de reconocimiento y “gran parte de los 
cambios sociales son motivados, impulsados por 
las luchas moralmente motivadas de grupos 
sociales, que pretenden lograr un mayor 
reconocimiento institucional y cultural de algún 
aspecto clave de su identidad”. La relevancia de la 
autoconfianza, del autorrespeto y la autoestima 
social, cuyo resultado garantiza el reconocimiento 
recíproco, resulta un elemento central para poder 
apuntalar dicha relación, constituida en este caso, 
por la catástrofe anunciada y la impunidad de los 
responsables. 
Como primer cierre de la intervención, se 
trabajó especialmente en la posibilidad de que las 
personas participantes del espacio pudieran erigir 
alguna marca o huella propia, a través de alguna 
mediación artística, que pusiera de manifiesto de 
manera pública, su participación como actores en el 
acontecimiento. Esto se viabilizó a través de la 
participación en un mural realizado poco tiempo 
después del cese de la intervención, en el andén 
donde ocurrió la catástrofe. 
En este sentido, la posibilidad de que se 
produzcan movimientos sociales que luchan por la 
justicia social promueve que las personas afectadas 
experimenten sus prácticas no desde un 
reconocimiento represivo, degradante o restringido, 
sino activo y positivo. Por lo tanto, consideramos 
que las actividades que la mayoría de las personas 
participantes continuaron realizando como parte del 
movimiento social que aun hoy sigue denunciando 
el desguace del sistema ferroviario y contra la 
impunidad de la denominada “masacre de Once”, 
también conformado por familiares de las personas 
fallecidas, las personas heridas y los pasajeros, 
constituye una estrategia colectiva de acción social 
que ha operado progresivamente en la recuperación 
frente al sufrimiento. 
 
Algunas consideraciones finales 
En estos últimos párrafos queremos 
subrayar la idea de que los espacios grupales de 
elaboración son necesarios para la tramitación del 
impacto subjetivo producido por eventos 
disruptivos; y son de una necesariedad absoluta 
cuando esos eventos fueron vividos colectivamente. 
Las y los participantes en los encuentros 
reconocieron -como uno de los efectos del trabajo 
conjunto-, un alivio en los malestares que sentían; 
en parte debido a la “recuperación de la capacidad 
de pensar”; y en parte, a que ciertas situaciones 
confusionales (“confusiones” normales en la 
mayoría de las personas con posterioridad a tales 
eventos) que pudieron haber devenido paralizantes 
o traumáticas, fueron disminuyendo en la medida en 
que se desarrollaba la capacidad de comprender; en 
tanto se encontraban explicaciones de causas y 
procedimientos. El aumento de la comprensión 
permitió también aproximarse con menor temor a 
los fuertes sentimientos relacionados con los 
hechos; de modo que tanto la pena, como la tristeza 
y el dolor pudieran circular, ser compartidas; y en 
este sentido, que afectos y representaciones puedan 
ser articulados e integrados a la existencia 
cotidiana. 
El trabajo de elaboración grupal permitió que la 
pena, la tristeza y el dolor no fuesen patologizadas, 
sino que con ellas se haga lo que corresponde; vale 
decir, transitarlas. 
Poder pensar lo acontecido constituye, 
además, un necesario punto de partida para que los 
participantes puedan definir acciones y para la toma 
de decisiones del ‘como continuar’; retomamos 
aquí un párrafo anterior donde hablamos de otro 
tiempo y otro espacio. En ‘otro tiempo y otro 
espacio’ caben otras dimensiones; el trabajo 
elaborativo no debería cerrarse en las subjetividades 
individuales, sino abrir a otras dimensiones de la 
existencia: aquellas concernientes al lugar como 
trabajadores del transporte ferroviario y a las 
responsabilidades que conlleva; no sólo a aquellas 
que ya venían asumiendo,sino también a las que 
deberán enfrentar ante las acusaciones de 
culpabilidad de las que podrían ser objeto (sabemos 
todos que ‘el hilo se corta por lo más delgado’, y lo 
más delgado son los trabajadores. Siempre). 
 
Abrir, además, a la dimensión de ciudadanos, 
testigos de un evento que dejará una marca en la 
historia. Estos/as trabajadores/as tendrán la 
posibilidad de encontrar y asumir un lugar, en el 
proceso que se abrirá, de resistencia a la impunidad 
de los poderes involucrados. 
En tanto ciudadanos damnificados indirectos, 
podrán participar de la disputa de sentidos que se 
abrirá en torno al uso de los hechos (a la utilización 
política, mediática) y a la investigación judicial. De 
los modos de participación en esa disputa, y de 
cuáles serían los efectos subjetivos en tanto 
continuación de la elaboración bajo otras formas, 
daremos cuenta en otro artículo. 
 
Referencias bibliográficas 
Baranger, M.; Baranger, W.; y Mom, J. (1988). El 
trauma psíquico infantil: Trauma, 
Retroactividad y Reconstrucción, en 
International Journal of Psychoanalysis, 
69 (2), 113:128. 
Benyakar, M. (2006). Lo disruptivo. Amenazas 
individuales y colectivas. Buenos Aires, 
Argentina: Biblos. 
Castoriadis-Aulagnier, P. (2014). La violencia de la 
interpretación. Del pictograma al 
enunciado. Buenos Aires, Argentina: 
Amorrortu. 
Honneth, A. (1997). La lucha por el 
reconocimiento. Barcelona, Estado 
Español: Crítica Grijalbo-Mondadori. 
Jodelet, D. (2007). “Imbricaciones entre 
representaciones sociales e intervención”, 
en Rodríguez Salazar, T. y García Curiel, 
http://www.scielo.edu.uy/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1688-70262016000200003#Honneth1997
M. (coord.) Representaciones sociales. 
Teoría e investigación. Guadalajara, 
México: Universidad de Guadalajara. 
Leale, H. (2017). “Psicología social comunitaria: 
Intervenciones preventivas y 
promocionales de salud”, en Zaldúa, G. 
(comp.) Intervenciones en Psicología 
Social Comunitaria. Buenos Aires, 
Argentina: Teseo. 
Lourau, R. (2001). Libertad de movimientos. 
Buenos Aires, Argentina: Eudeba. 
Poggiese, H. (2011). Planificación Participativa y 
Gestión Asociada. Buenos Aires, 
Argentina: Espacio. 
Sopransi, B. (2011) “Criticidad y relación: 
dimensiones necesarias de la ética en la 
psicología comunitaria”, en Zaldúa, G. 
(comp.) Epistemes y prácticas en 
psicología preventiva. Buenos Aires, 
Argentina: Eudeba. 
Zaldúa, G. (2010). “Cuestiones desde la 
Epidemiología Crítica: trabajo y salud”, en 
Zaldúa, G. (comp.) Praxis psico-social 
comunitaria en salud. Buenos Aires, 
Argentina: Eudeba. 
Zaldúa, G., Bottinelli, M, Longo, R., Sopransi, B. y 
Lenta, M. (2016). “Exigibilidad y 
justiciabilidad desde la epidemiología 
territorial”, en Zaldúa, G. (comp.) 
Intervenciones en Psicología Social 
Comunitaria. Buenos Aires, Argentina: 
Teseo. 
Zaldúa, G.; Lenta, M.; Leale, H. (2017). “Trabajar 
con niños, niñas y adolescentes en 
situación de vulnerabilidad: del 
sufrimiento abyecto a la potencia de lo 
colectivo”, en Navarra, J. y Barnes, F. 
(comps.) Cuadernos TAS: Trabajo, 
Actividad y Subjetividad Escritos entre 
pares 2016. Córdoba, Argentina: TAS.

Otros materiales