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UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS FACULTAD DE PSICOLOGÍA – ESCUELA PROFESIONAL DE PSICOLOGIA MATERIAL DEL CURSO: INTERVENCIÓN EN EMERGENCIAS Y DESASTRES PROFESOR: Guillermo Gerardo Rivas Castro EL MIEDO, ANSIEDAD Y FOBIA (Sassaroli, S. y Lorenzini, R. (2000). Miedos y fobias, causas, características y terapias. Barcelona: Paidós.) LA UTILIDAD DEL MIEDO El miedo es producto de la evolución. Esto significa que una especie animal que no fuera capaz de experimentar miedo se extinguiría rápidamente porque no se podría percatar inmediatamente de los peligros y reaccionar a tiempo. Por lo tanto, tener miedo es algo necesario; como lo es también ser capaz de experimentar dolor, que es la señal indispensable que nos indica que algo nos está dañando y que es preciso encontrar rápidamente el modo de defenderse. El miedo aparece antes del dolor, puesto que es producido por la anticipación de que se producirá un posible daño en un futuro inmediato, aunque aún no se haya producido: por lo tanto, es la alarma roja que se enciende para señalarnos la inminencia de un daño y del dolor consiguiente. En realidad no se trata solamente de una alarma; el miedo hace mucho más que señalar simplemente un peligro: prepara al organismo para afrontarlo de la mejor manera posible a fin de no perecer. La sensación subjetiva de miedo no precisa de descripciones detalladas, puesto que no existe ser humano que no la haya experimentado alguna vez en su vida. En general se considera al miedo como una emoción desagradable; sin embargo, algunas veces lo buscamos activamente porque conlleva una «descarga de adrenalina» que nos hace sentir especialmente vivos (así se explica la atracción por las películas de horror, las diferentes formas de ruleta rusa de los jóvenes aburridos, y en general, la búsqueda de situaciones de riesgo). Todo el mundo conoce bien la vivencia subjetiva del miedo, pero son menos conocidos todos los cambios que se producen en el organismo y que están encaminados a situar al individuo en las mejores condiciones para combatir (si puede enfrentarse al peligro) o para huir (si el peligro le sobrepasa claramente). El corazón empieza a bombear más rápidamente para poder irrigar más copiosamente de sangre los músculos que han de ponerse en movimiento; la respiración se hace más frecuente para poder disponer de más oxígeno, necesario para llevar a cabo todas las actividades; la piel se vuelve más pálida porque la sangre va a los músculos, con una doble ventaja: aumentar la fuerza muscular y reducir el riesgo de pérdida de sangre en caso de producirse una herida cutánea; el tono muscular aumenta notablemente llegando a producir leves temblores, como les sucede a los atletas que se preparan para una carrera; el tubo digestivo suspende su actividad, para no malgastar energías en actividades tan marginales para la supervivencia inmediata; todos los sentidos aumentan su vigilancia sobre el ambiente, haciéndose más sensibles a los estímulos externos. Todas estas reacciones son mediadas por el sistema nervioso autónomo simpático y por un neurotransmisor llamado adrenalina presente en algunas áreas del cerebro, en las terminaciones nerviosas simpáticas y en las glándulas suprarrenales. No todas las personas tienen la misma predisposición genética a experimentar miedo, pero sin embargo el miedo es un componente esencial del patrimonio genético y una de las cinco emociones básicas (con la alegría, la tristeza, la rabia y el asco), cuya expresión es transcultural, es decir, no aprendida sino genéticamente determinada y comprensible para todos los seres humanos sin distinción de raza, cultura o lengua. Todos reconocemos cuando alguien está asustado, porque todos expresamos el miedo del mismo modo: dicha expresión constituye un canal comunicativo extremamente potente y difícilmente dado a equívocos. Cuando el Padre Eterno, o quien fuera, decidió confundir las lenguas de los hombres debido a la Torre de Babel (o debido a un soborno por parte de las escuelas de idiomas), se olvidó de confundir el lenguaje de las emociones, de tal manera que los humanos pudieron continuar comunicándose unos a otros lo que sentían a través de la expresión del rostro. En cualquier raza o cultura, en cualquier época y lugar, los hombres saben reconocer cuándo uno de sus semejantes está asustado, alegre, triste, rabioso o siente asco, sin necesidad de ningún intérprete: el lenguaje corporal de las emociones básicas es universal e innato. Cuando el miedo es muy fuerte las sensaciones subjetivas que se experimentan son violentas y múltiples, y afectan a casi todo el organismo. Hasta aquí hemos hablado del miedo, pero ¿en qué se diferencia de la ansiedad? ANSIEDAD: EL MIEDO SIN PELIGRO Si experimentamos la reacción de alarma que acabamos de describir porque un perro feroz nos persigue, o porque un tren descarrilado se nos echa encima, o porque hay un incendio en nuestra habitación, todo el mundo estaría absolutamente de acuerdo en definirla como miedo, en considerarla comprensible y natural y en no hacer nada para eliminarla. TABLA 1. Los síntomas del pánico. 1. Manifestaciones subjetivas • Sensación de malestar • Sensación de irrealidad respecto a las cosas o respecto a uno mismo • Sensación de catástrofe inminente • Miedo a morir • Miedo a desmayarse y perder la conciencia • Miedo a enloquecer • Miedo a perder el control • Miedo a provocar desastres • Miedo a llamar la atención 2. Manifestaciones corporales • Ráfagas de calor o escalofríos • Dolor en el corazón • Opresión en el pecho • Dificultades para respirar, o sensación de ahogo • Sensación de mareo, de inestabilidad o de desmayo • Sensación de atragantamiento • Sensación de vértigo • Náuseas • Calambres o dolor abdominal • Sensación de hormigueo, entumecimiento o adormecimiento de alguna parte del cuerpo (parestesia) • Cefalea • Palpitaciones o ritmo cardíaco acelerado (taquicardia) • Sudoración • Hiperventilación • Inspiraciones forzadas • Aumento de la presión arterial sistólica • Temblores • Aumento de la temperatura del cuerpo (hipertermia) • Frecuencia exagerada de la micción • Diarrea 3. Manifestaciones psicosensoríales • Desrealización, sensación de jamáis vu • Cambios de la intensidad luminosa • Cambios de la intensidad auditiva • Sensación epigástrica tipo aura • Despersonalización • Sensaciones vestibulares en el oído • Aceleración del ritmo del pensamiento • Modificación perceptiva de la distancia • Enlentecimiento de la noción del tiempo 4. Manifestaciones comportamentales • Autocontrol sostenido • Interrupción de la actividad en curso • Huida del lugar o de la situación • Rara vez actos incontrolados o peligrosos En cambio, si la misma activación fisiológica, o incluso mayor, acompañada tal vez de la reacción comportamental de huida, se manifiesta ante la idea de cruzar una plaza, o bien frente a un ascensor, o ante un cuchillo de cocina, o un pajarito indefenso, o incluso en el momento de invitar a cenar a una chica o de pedir un aumento de sueldo al jefe, entonces se hablará de ansiedad, porque para la mayoría de la gente no se trata de situaciones peligrosas en las que esté justificado sentir miedo. La ansiedad, por lo tanto, es una reacción de miedo frente a un acontecimiento desencadenante que «normalmente» no se considera algo que provoque miedo. La persona que la experimenta no es capaz de explicarla; incluso la juzga como algo injustificado e involuntario y termina considerándola como una enfermedad, o bien como un aspecto del carácter del cual hay que librarse. Pero esto es solamente lo que aparece en un examen superficial. Con un análisis más profundo emerge el verdadero motivo por el que aquel hecho inocuo es vivido por el sujeto como algo extremadamente peligroso, que justifica sobradamente la reacción de miedo.Cuando va a cruzar la plaza, el sujeto se imagina que caerá desmayado al suelo y quedará a merced de los transeúntes que abusarán de él; el cuchillo de cocina le evoca la posibilidad de perder el control y cortar el cuello a sus seres queridos; el ascensor le hace imaginar la posibilidad de quedarse encerrado y morir asfixiado después de una larga y terrible agonía; la chica a quien invita a cenar y el jefe a quien pide un aumento le hacen anticipar un posible rechazo y las consiguientes burlas de los demás, es decir, la posibilidad de hacer el ridículo, cosa que el sujeto considera insoportable. Así pues, en estos casos aparentemente inocuos, el sujeto se asusta por algo que a sus ojos es tan peligroso como un perro feroz, un incendio, o un tren descarrilado, con la diferencia que mientras estos últimos están a la vista de todo el mundo, los peligros existentes en las otras situaciones los ve sólo la persona, generalmente sin ser plenamente consciente. La ansiedad no es ciertamente inmotivada y sin sentido, sino que deriva de razonamientos precisos, aunque exagerados y absolutizados, que transforman algo aparentemente inocuo para la mayoría de la gente en un acontecimiento extremamente peligroso para el sujeto. Por lo demás, también es cierto lo contrario: los hechos que asustan terriblemente a la mayoría de las personas no obtienen el mismo resultado con otras que están preparadas para afrontarlos y los conocen bien; el león no asusta a su domador, el incendio no produce miedo a los bomberos y el tren descarrilado deja totalmente tranquilo a un piloto acrobático. De todo lo anterior se puede sacar una conclusión general: no son los acontecimientos externos, cualesquiera que sean, los que desencadenan la reacción de miedo, sino lo que nosotros pensamos sobre éstos, en particular la valoración que hacemos de nuestra capacidad para hacerles frente. Sobre esto puede ser útil un ejemplo que se sitúa en el límite entre ansiedad y miedo, precisamente para subrayar la identidad sustancial, y el hecho que dependen siempre de anticipaciones y de valoraciones del sujeto. Hablamos de la llamada ansiedad o miedo a los exámenes. Dos estudiantes están esperando su turno para ser entrevistados por el profesor. El primero se encuentra bastante tranquilo, si bien está muy atento a las preguntas y totalmente concentrado preparando sus respuestas, es decir, hace «calentamiento». En cambio, el segundo estudiante está aterrorizado y pálido, suda muchísimo, tiembla y balbucea de modo llamativo, no consigue estar quieto y va continuamente al baño; ciertamente no se encuentra en las mejores condiciones para enfrentarse al examen y, llegado a cierto punto, no soporta más la tensión, huye y renuncia a realizarlo. ¿Dónde está la diferencia entre los dos? Ciertamente no en la menor preparación del segundo; incluso podemos pensar, a juzgar por la importancia que atribuía al examen, que estaba mejor preparado que el primero. Ni tampoco podemos saldar la cuestión diciendo que el segundo era una persona ansiosa: es una definición que no explica nada puesto que se limita simplemente a aplicar una etiqueta a cuanto hemos observado; no ayuda a comprender el problema, sino que tan sólo nos da una descripción sintética. La verdadera diferencia entre los dos estudiantes está en los pensamientos que tienen mientras esperan ser examinados y en las valoraciones que más o menos conscientemente hacen. El primero probablemente dice para sí: «Esperemos que el examen vaya bien, de lo contrario habré desperdiciado tres meses de estudio y sería un verdadero rollo, porque este verano tendré que sacrificar parte de mis vacaciones para recuperar la asignatura». Este estudiante, en el peor de los casos, se imagina que tendrá que afrontar un «rollo», y está sólo ligeramente preocupado por evitarlo. En cambio, el segundo está pensando: «Debo aprobar absolutamente, de lo contrario esto querrá decir que no soy bueno para nada y será inútil que continúe los estudios. Mis padres, que han hecho tantos sacrificios por mí, sufrirán terriblemente por mi culpa y mi novia me dejará. Todo lo que he construido hasta ahora se irá a pique, y mi vida será una desgracia». Es evidente que el joven vive este examen como una prueba decisiva e inapelable de su valor y de su propia vida y, por lo tanto, es comprensible que esté aterrorizado como si se encontrara ante una ruleta rusa. Así pues, los dos estudiantes se diferencian solamente por su modo de valorar el examen, por la importancia que le atribuyen; son ellos los que hacen que sea un simple «rollo» o contratiempo, o bien una prueba decisiva y peligrosísima. Los ejemplos que hemos citado hasta el momento se referían exclusivamente al miedo y a la ansiedad, pero todo lo dicho vale para todas las emociones (a excepción quizás de las más primitivas, ligadas a la supervivencia y comunes a las diferentes especies animales) puesto que son siempre debidas a procesos cognitivos de valoración y anticipación de los acontecimientos que nos acompañan constantemente y guían nuestro comportamiento. LA FOBIA Después de haber aclarado el estrecho parentesco, e incluso identidad, entre miedo y ansiedad, intentemos ahora definir brevemente qué es una fobia. Dos son los elementos característicos que nos permiten hablar de fobia: el primero consiste en que la ansiedad se experimenta exclusivamente en circunstancias muy precisas (en presencia de determinados lugares, objetos, situaciones, etc.), lejos de los cuales el sujeto se encuentra bien, a salvo y, como mucho, siente temor de poder encontrarse de nuevo en tales circunstancias; el segundo elemento es el esfuerzo enorme, sistemático y consciente que el sujeto realiza para evitar las circunstancias que considera que causan ansiedad. La evitación* a. la larga, hace disminuir las crisis de ansiedad y generalmente logra eliminarlas por completo, pero el remedio resulta peor que la enfermedad en la medida en que el sujeto se acostumbra a vivir con mil limitaciones, protegido de la ansiedad pero encerrado en una jaula asfixiante. En conclusión, el miedo es una emoción útil e indispensable para la supervivencia, y la ansiedad una experiencia común a todos los hombres que en pequeñas dosis resulta incluso un estímulo útil para la acción. En cambio, las fobias son con toda seguridad un trastorno que no tiene ninguna ventaja y ocasiona muchas molestias y daños. Intentemos, pues, descubrir algo más sobre la historia de esta extraña «enfermedad» y ver cómo se la concibe en la actualidad.
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