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Chile runmbo al desarrollo Miradas críticas p 173 Cultura y desarrollo

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CHILE RUMBO AL DESARROLLO
Miradas Críticas
FOTO EN COLOR
Edición:
Felipe Cousiño Donoso
Ana María Foxley Rioseco
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CHILE RUMBO AL DESARROLLO
Miradas Críticas
Edición:
Felipe Cousiño Donoso
Ana María Foxley Rioseco
Colaboración:
Catalina Frías de la Fuente
Portada:xxxxx
Registro de Propiedad Intelectual: xxxxx
Diagramación:
Maite Urrutia
Portada: 
Foto de Ana María Foxley
Enero de 2012
Impresión:xxxxx
Santiago de Chile
Comisión Nacional Chilena de Cooperación con UNESCO
(Libro de distribución gratuita).
NOTA: 
El contenido de los txtios es de exclusiva responsabilidad de sus autores 
y no representa - necesariamente - la opinión del Ministerio de Educación.
 
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INDICE PÁG
 
Prólogo: 7
Introducción: 11
“Más allá del PIB per cápita: el enfoque en las capacidades”: Daniel Loewe. 17
“La meta de Chile: I+I+D”: Gabriel Rodríguez García Huidobro. 47
 
“Chile en la mirada de la OCDE”: Marcelo García Silva. 67
“América Latina y Chile en la geopolítica de conocimiento”: 97
José Joaquín Brunner.
“Centrando los Márgenes”: Colin M. Kennedy y Warwick E. Murray 113
“Calidad y equidad en la educación: desde la cuna a la universidad”: 147
Eliana Chamizo Álvarez.
“Cultura y desarrollo”: Ana María Foxley R. 173
“Desafíos ambientales para un desarrollo sustentable”: 203
Oscar Parra, Jorge Rojas Hernández, Claudio Zaror.
“Derechos Humanos: aportes para una reflexión”: 241
Abraham Magendzo, Eliana Bronfman, Nora Gatica y María Teresa Pozzoli.
“Desde el género: desarrollo en entredicho”: 255
Carolina Franch Maggiolo, Luna Follegati Montenegro, Paula Hernández Hirsch, 
Isabel Pemjean Contreras.
“Requisitos para un desarrollo sin violencia”: Dra. Laura Germain 277
“Inclusión y Ciudadanía: ¿Particularidades del mundo Mapuche?”: 301
Aldo Meneses y Carlos Castro Gil.
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PRÓLOGO
¿Qué entendemos por desarrollo?
¿Qué tipo de desarrollo queremos?
¿Basta con el crecimiento económico para decir que estamos entre los países 
desarrollados?
¿Cómo visualizamos un país desarrollado en: Educación, Salud, Vivienda, Cultura, 
Ciencias, Tecnología e Innovación, Medio ambiente, Derechos Humanos, Equidad de 
Género e Igualdad de Oportunidades entre hombres y mujeres y Participación Ciudadana?
Son algunas de las múltiples preguntas que nos condujeron a la edición de este libro.
Con ocasión del Bicentenario de la República de Chile, en 2010, se plantearon 
públicamente una serie de predicciones, promesas y propuestas y también se expresaron 
sueños sobre el desarrollo de Chile en el próximo futuro, a través de variopintos artículos 
periodísticos, textos académicos, libros y discursos.
 
Algunos planteamientos e investigaciones señalaron que - ya en 2020 - supuestamente 
lograríamos tener un ingreso per capita de 20.000 USD, equivalente al status mínimo 
considerado como de un país desarrollado. 
Desde el Gobierno, el propio Presidente Sebastián Piñera se refirió al tema, el 21 de Mayo 
de 2011, en su Mensaje Presidencial frente a Parlamento: “Hace un año concurrí a este 
Congreso Pleno para convocar a las chilenas y chilenos a asumir una misión y abrazar 
una causa noble y factible: hacer de nuestra patria, antes que termine esta década, un 
país desarrollado y sin pobreza. Este fue el sueño que nuestros padres y abuelos siempre 
acariciaron, pero nunca lograron. Y esta es la misión y deber de nuestra generación, la 
generación del Bicentenario”. 
Muchos otros políticos, economistas, y profesionales aportaron al debate. La CEPAL, 
cumpliendo con su rol, había dado su opinión fundamentada en estudios, encuestas 
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y estadísticas, en Marzo de 2011. Alicia Bárcena, su Secretaria Ejecutiva, hablando del 
desarrollo de América Latina y El Caribe, afirmó en una asamblea de Gobernadores del BID, 
en Canadá: “En la región llegó la hora de la igualdad”, y la condicionó a la aplicación de 
una estrategia económica con énfasis en la inversión, la integración y la innovación, que 
garantice la convergencia productiva, más y mejor empleo, y sostenibilidad ambiental. 
La misma funcionaria, en una exposición en Santiago, del mes de julio, refiriéndose a 
los retos pendientes del desarrollo en América Latina y el Caribe enumeró, entre otros: 
el jerarquizar objetivos sociales y productivos en la política macroeconómica; disminuir 
las brechas en innovación y productividad para el crecimiento con igualdad; crear más y 
mejor empleo; resolver los lentos avances en la reducción de la pobreza y la desigualdad; 
cambiar los sistemas tributarios regresivos; enfrentar los cambios de tendencia 
demográfica; gestionar una agenda de igualdad de género; preocuparse del cambio 
climático y de la necesidad de desarrollar economías bajas en carbono e incrementar la 
eficiencia energética y el uso de energías renovables. 
Todos esos desafíos aparecen como válidos y urgentes a aplicar en el modelo de 
desarrollo del Chile actual. 
El desafío se entiende mejor a la luz de los Ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio 
(ODM), señalados por las Naciones Unidas para 2015. 
La Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), abundó sobre el 
tema focalizando su mirada en nuestro país. En el texto “Mejores Políticas para el 
Desarrollo: Perspectivas OCDE sobre Chile”, de 2011.1 Ahí los expertos de OCDE evalúan 
acuciosamente los avances y brechas del desarrollo del país y trazan el desarrollo 
futuro, profundizando en los procesos y metas a enfatizar desde un punto de vista 
económico desde las siguientes perspectivas. Su Director General, el mexicano Miguel 
Ángel Gurría presenta a Chile -nuevo integrante de la organización desde mayo de 
2010- como un país con progresos significativos, en las últimas dos décadas y con una 
extraordinaria transformación económica y social. Afirma que los países de la OCDE 
pueden aprender mucho de Chile y éste también aportará prácticas que enriquecerán 
a ese “club de las mejores políticas”, así como la OCDE puede apoyar a Chile en el 
desarrollo de mejores prácticas que le permitan elevar la calidad de vida. Dice Gurría: 
OCDE (2011), Mejores políticas para el desarrollo: Perspectivas OCDE sobre Chile, 
OECD Publishing http:/dx.doi.org/10.1787/9789264095755-es
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“La economía chilena ha tenido un desempeño sólido gracias al apoyo de instituciones 
fuertes y de una democracia estable. (…) Pero aún quedan muchos desafíos para que 
Chile alcance todo su potencial”. El texto de la OCDE los aborda uno por uno: Desafíos 
macroeconómicos y de políticas estructurales; Fortalecimiento de la competencia, el 
emprendimiento y la innovación; Calidad, igualdad y equidad en el sistema educativo; 
Retos del empleo: flexibilidad laboral, informalidad y oportunidades laborales; Mejora 
de la igualdad y reducción de la pobreza; mejora de la capacidad de la administración 
pública; Fortalecimiento del sistema financiero; Políticas de desarrollo regional con 
coordinación entre diferentes niveles de Gobierno; Promoción del crecimiento verde; 
Diversificación de las exportaciones y mejora de la competitividad; Aprovechamiento 
mayor del régimen de inversión extranjera y Medición del progreso y bienestar. 
Estos y otros antecedentes 2, se pusieron a disposición de las 12 Cátedras asociadas 
a UNESCO existentes en las universidades chilenas y de otros expertos y académicos, 
para elaborar algunas respuestas tentativas a los candentes interrogantes y desafíos 
planteados. 
El objetivo central fue motivar un debate, desde miradas disciplinarias diversas y desde 
perspectivas transversales, con el finde elaborar un pensamiento y unas propuestas que 
iluminen el camino al desarrollo de Chile. También estuvo en el horizonte el afán de 
aportar con ideas al diseño, ejecución y evaluación de políticas de Estado, acercando 
así el pensamiento académico al mundo de las decisiones públicas. El llamado fue 
respondido por quince coordinadores e integrantes de Cátedras UNESCO de Chile y seis 
profesionales e investigadores invitados, lo que resultó en una multifacética reflexión 
crítica desde distintas áreas del saber. 
Esperamos que este libro, Chile rumbo al desarrollo, enriquezca la discusión y colabore 
en la tarea titánica de garantizar una agenda de equidad e igualdad para la sociedad 
chilena.
Ana María Foxley Rioseco
Secretaria Ejecutiva
Comisión Nacional de Cooperación con UNESCO
Ver también El Chile que se viene: 
Ideas, miradas, perspectivas y sueños, de Ricardo Lagos Escobar y Oscar Landerretche, Ed Catalonia, 2011
2.-
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INTRODUCCIÓN
Una mirada crítica al desarrollo chileno
Existe un amplio consenso en la necesidad de nuestro país de avanzar decididamente 
hacia el desarrollo. Desde el retorno de la democracia, en 1990, todos los Presidentes 
lo han introducido como un objetivo principal de sus mandatos. El Presidente Patricio 
Aylwin, por ejemplo, incorporó el concepto de “justicia social” como un elemento 
fundamental del desarrollo. A lo que sumó la necesidad de integrar esa dimensión en 
el concepto de economía de mercado, vigente en el país hasta ese momento, con un 
énfasis en la superación de la pobreza.
El Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle, por su parte, hizo del desarrollo un eje central 
de su discurso, buscando otorgarle un enfoque multidimensional a un concepto hasta 
entonces entendido - principalmente - como económico. En ese periodo se comenzó a 
incorporar variables de desarrollo social entendido desde una perspectiva más amplia.
El Presidente Ricardo Lagos puso el énfasis en un desarrollo más equitativo, buscando 
mejorar la distribución del ingreso y reducir las desigualdades. Éstas ya se hacían 
evidentes en un país que mantenía tasas importantes de crecimiento económico pero 
con distancias crecientes entre los sectores de mayores y menores ingresos.
La Presidenta Michelle Bachelet, por su parte, mantuvo el énfasis en la equidad y agregó 
un componente importante de protección social, para permitir que los ciudadanos de 
menores ingresos pudieran recibir la ayuda necesaria para aprovechar las oportunidades 
generadas por el creciente desarrollo del país.
El Presidente Sebastián Piñera, finalmente, no sólo ha mantenido al desarrollo como 
objetivo principal, sino que ha impuesto la meta ambiciosa de que Chile sea un país 
desarrollado para el año 2018. Eso requiere, por cierto, un fuerte nivel de crecimiento 
económico en los próximos años, pero también un crecimiento en el ámbito social, 
educacional, cultural y otros, si queremos asegurar el desarrollo integral del país.
Conscientes de lo anterior, la Comisión Nacional de Cooperación con la UNESCO 
convocó a los académicos representantes de las Cátedras UNESCO a reflexionar sobre 
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lo que necesita Chile para ser realmente un país desarrollado en el futuro. Del mismo 
modo, recibió aportes de destacados académicos nacionales y extranjeros que se 
unieron a esta discusión, todos ellos desde una perspectiva de reflexión crítica.
En ese sentido, si bien muchos de los artículos contenidos en el libro se centran más en 
las debilidades que en las fortalezas del país, ello no debe ser interpretado como una 
visión negativa del desarrollo del Chile, sino como un aporte constructivo a un debate 
más amplio y profundo sobre la sociedad que estamos construyendo. Ese fue el llamado 
que inspiró este libro, y el eje de las contribuciones recibidas.
Por ejemplo, Daniel Loewe se centró en la necesidad de identificar y definir las 
características que distinguen a una sociedad desarrollada, haciendo notar que el 
concepto de desarrollo es, en sí mismo, difuso. Este investigador sostiene la tesis de que 
el paradigma desarrollista dominante en la actualidad, que identifica o define desarrollo 
como crecimiento del producto interno, resulta reduccionista, pues favorece una 
disociación con la experiencia humana y, por lo tanto, pierde relevancia en la definición 
del desarrollo y en el diseño de políticas públicas. Su propuesta es hacer un cambio de 
paradigma hacia un denominado “enfoque en las capacidades”. 
Gabriel Rodríguez, por su parte, nos muestra cómo no sería posible el salto hacia el 
desarrollo, si nos concentramos solamente en el aumento del volumen de exportaciones 
de recursos naturales. Señala que el país debe ingresar fuertemente en la sociedad del 
conocimiento, con una educación de calidad, mayor productividad, aumento del valor 
agregado de nuestras exportaciones y una distribución del ingreso más justa, por la vía 
de un acceso más amplio de los ciudadanos a los beneficios económicos y sociales del 
desarrollo. Para ello debe invertir fuertemente en investigación y desarrollo, como lo 
hacen los países más avanzados del planeta.
Marcelo García realiza una primera evaluación de la pertenencia de Chile a la 
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE. Así, indaga sobre 
el estado de avance de nuestros compromisos por diseñar y aplicar estándares más 
altos, y mejores prácticas, en nuestras políticas públicas. Asimismo, enumera las áreas 
en las cuales deberíamos concentrarnos si queremos asegurar ser UN país desarrollado- 
Entre ellas, un aumento de la productividad y una mejoramiento de la equidad; 
reformas educativas y formación de capital humano; reforma de las leyes laborales; 
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crecimiento y desarrollo sustentables; diversificación de las exportaciones y aumento 
de la competitividad. 
José Joaquín Brunner, por su parte, se concentra en lo que denomina una ideología 
predominante, que exalta las enormes oportunidades y beneficios que la Educación 
Superior traería consigo, en un mundo crecientemente globalizado y expuesto a 
desafíos que trascienden las esferas nacionales. No obstante, advierte el autor, para que 
ello sea posible las universidades deben tener un fuerte componente de investigación 
y estar interconectadas entre ellas y con el mundo. Al respecto, muestra la posición 
desmedrada en la cual se encuentra América Latina en ese ámbito, donde el número 
de publicaciones mundialmente reconocidas o de patentes registradas, por nombrar 
solo dos parámetros objetivos, es muy menor en relación al tamaño relativo de la 
región. En su análisis identifica las debilidades de la Educación Superior en la región, 
y en nuestro país, y los cambios que deberían efectuarse para que sea realmente una 
fuente de oportunidades de desarrollo personal y colectivo.
Colin Kennedy y Warwyick Murray nos aportan una mirada crítica a las inequidades en 
el área de la educación en nuestro país. El artículo hace un balance crítico de las políticas 
públicas realizadas por los gobiernos democráticos de los últimos veinte años, y cómo 
ellas no han podido superar la desigualdad de origen que existe entre los estudiantes, 
ya que unos acceden a una educación pública de baja calidad y otros pueden optar 
a la educación privada. Loa académicos se refieren a las políticas implementadas por 
los gobiernos de la Concertación como inspiradas en una visión neo-estructuralista, 
buscando el crecimiento con equidad, enfoque que también se mantuvo dentro del 
sector educativo, sin que ello impidiera la persistencia de las desigualdades detectadas.
Eliana Chamizo, asume una perspectiva más técnica, revisando aquellos sectores de 
la educaciónque resulta indispensable considerar al momento de pensar en mejorar 
la calidad y equidad de la misma. Entre ellas menciona la educación prescolar; la 
Subvención Escolar Preferencial (SEP); así como la formación docente y la educación 
superior, tanto universitaria como técnico – profesional.
Un aporte desde las políticas públicas de cultura es el que nos entrega, por su parte, 
Ana María Foxley. Revisa las diversas visiones que existen sobre lo que es cultura y que 
se entiende por “política cultural” y como ésta, si está bien formulada, puede tener 
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un efecto liberalizador de la creatividad de los ciudadanos, con un positivo impacto en 
el conjunto de la sociedad. Así, destaca la necesidad de que el país se oriente a un 
desarrollo sustentable, con una sociedad más integrada, en la cual todos los grupos 
puedan ser actores y beneficiarios de los bienes culturales que se produzcan y se 
protejan.
Otro aporte relevante es que el realizan Oscar Parra, Jorge Rojas y Claudio Zaror sobre 
la necesidad de definir una estrategia de desarrollo que permita respetar y conservar la 
diversidad de su sistema natural y el patrimonio ambiental de su territorio. Los autores 
hacen presente que el tema ambiental ha dejado de ser una mera externalidad del 
desarrollo económico y que ya no es posible entender el desarrollo sin considerar ni 
respetar los ecosistemas.
De la Cátedra de Derechos Humanos nos aportan cuatro reflexiones paralelas, los 
profesores Abraham Magendzo, Eliana Bronfman, Nora Gatica y María Teresa Pozzoli. 
En ellas se destaca cómo, desde la recuperación de la democracia se ha declarado 
que la educación debe asumir como desafío un rol central en la enseñanza de los 
Derechos Humanos y en el desarrollo de actitudes y comportamientos que se condicen 
con una sociedad democrática. Ésta debe ser respetuosa de todos los derechos, no solo 
de los derechos civiles y políticos, sino también de los derechos económicos, sociales, 
culturales y ambientales, entre otros. En los textos se enfatiza la necesidad de generar 
sinergias entre las distintas universidades y otros actores de la sociedad civil, con miras 
a influir en el desarrollo de un pensamiento crítico que sirva de sustento a una sociedad 
más justa y respetuosa de los Derechos Humanos.
Una mirada al desarrollo desde la perspectiva de género es lo que proponen Carolina 
Franch, Luna Follegati, Paula Hernández e Isabel Pemjean, integrantes de la Cátedra 
que dirige la antropóloga Sonia Montecino, de la Universidad de Chile. Al respecto, 
nos ilustran cómo el enfoque de género elaboró una crítica profunda a los cauces del 
desarrollo y logró, gracias a la relevancia que adquirieron los movimientos feministas, 
incorporarse en los lineamientos del desarrollo, situación que también se vio reflejada 
en las políticas públicas chilenas. Por ello, las autoras se interrogan sobre si dicha 
incorporación de la dimensión de género ha redundado en un desarrollo con perspectiva 
de género en el país, o bien persisten aún falencias y desafíos que enfrentar.
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Laura Germain pone el foco en el tema de la violencia y, en particular en el de la 
violencia infantil, como un factor social altamente limitante en el camino a un 
desarrollo integral. Aboga por un enfoque abierto y multidisciplinario del tema, que dé 
cuenta del desarrollo social alcanzado, protegiendo a los niños y jóvenes chilenos de las 
manifestaciones de violencia que han afectado y siguen afectando su desarrollo como 
seres humanos integrales.
Finalmente, culminamos nuestra reflexión con un interesante artículo de Aldo Meneses 
y Carlos Castro respecto a las particularidades del mundo mapuche y, en general, a la 
necesidad de incorporar a los pueblos originarios en forma activa en el desarrollo del 
país. Los autores muestran cómo los objetivos del pueblo mapuche están orientados a 
la integración y reconocimiento sociales, al respeto a su diversidad y a sus tradiciones, 
haciendo énfasis en su deseo de integración a un mundo globalizado, como parte 
integrante de Chile. Por lo anterior, se desprende la necesidad de asumir que el 
desarrollo de Chile debe incorporar una visión que acoja la diversidad cultural y étnica 
del país.
En resumen, ofrecemos al lector un libro con enfoques diversos, multidisciplinarios y 
multidimensionales sobre lo que debe aspirar a lograr Chile si desea ser considerado 
un país desarrollado. 
La diversidad de enfoques y acercamientos refleja la complejidad del tema y el mismo 
libro da cuenta de un debate inconcluso y abierto. 
Resulta evidente que éste es solo un aporte más, entre muchos, a un debate plenamente 
vigente y del mayor interés para todos los sectores del país. La invitación, entonces, 
es a formar parte de esta reflexión y a colaborar, cada uno desde su ámbito y sus 
particularidades, a construir un mejor país para todos los chilenos. 
FELIPE COUSIÑO DONOSO
Licenciado en Filosofía PUC, 
Master of Strategic Studies Victoria University of Wellington, Nueva Zelandia. 
VicePresidente Comision Nacional de Cooperación con UNESCO (hasta Enero 2012)
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MÁS ALLÁ DEL PIB PER CAPITA: 
El enfoque 
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MÁS ALLÁ DEL PIB PER CAPITA: 
EL ENFOQUE EN LAS CAPACIDADES
Daniel Loewe1 
¿Qué necesita Chile para ser un país desarrollado? 
Para articular una respuesta, es necesario identificar y definir las características qué 
distinguen a una sociedad desarrollada. 
La tarea no es fácil. Por una parte, el concepto de desarrollo es difuso. Por otra parte, la 
utilización normativa de este concepto da lugar a concepciones y políticas que rivalizan 
entre sí. 
De acuerdo a la tesis que sostendré, el paradigma desarrollista dominante en la 
actualidad, que identifica o define desarrollo como crecimiento del producto interno 
bruto (PIB) per capita, adolece de dificultades serias. Por una parte es reduccionista. 
Dicho de otro modo, limita ilegítimamente las características definitorias del desarrollo 
y, por lo mismo, ofrece explicaciones distorsionadas del mismo. Por otra parte, y 
estrechamente ligado al punto anterior, produce una disociación con la experiencia 
humana y, por lo tanto, pierde relevancia en la definición del desarrollo y en el diseño 
de políticas públicas. 
Tomar en serio estas dificultades implica un cambio de paradigma. Esta es ciertamente 
una tendencia en las ciencias humanas y en algunos de los últimos desarrollos de 
las ciencias políticas y económicas, que se empiezan a guiar por el así denominado 
enfoque en las capacidades. Este nuevo paradigma define desarrollo atendiendo a 
las múltiples variables que lo componen, y se focaliza primeramente en los individuos 
singulares y no en agregaciones.
En este artículo procederé en cinco pasos. 1. Primero me referiré al concepto 
“desarrollo”; 2. Luego criticaré la concepción desarrollista dominante en las ciencias 
económicas y en la política que lo identifica con el crecimiento del PIB per capita; 3. 
Dr. Daniel Loewe es profesor titular de Filosofía Política de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez en Santiago de Chile y 
miembro del Research Centre for Political Philosophy y del International Centre for Ethics in the Sciences and Humanities de la Universidad 
Tübingen. Este artículo se inscribe en el proyecto de investigación Fondecyt: Ética del medioambiente (1120736). 
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En tercer lugar me referiré y criticaré, muy someramente, la concepción utilitarista y 
concepcionesdesarrollistas basadas en la felicidad; 4. Luego me referiré al enfoque en 
las capacidades; muchas simplificaciones serán necesarias; 5. Por último, me referiré, 
con referencia al aparataje conceptual desarrollado, a algunos desafíos - a mi juicio - 
importantes para el desarrollo de Chile.
1) Desarrollo: un concepto difuso 
El concepto de desarrollo es extraordinariamente difuso. Un término “paraguas” bajo 
el cual se agrupan posiciones diversas e incluso antagónicas. En las ciencias, también 
en las ciencias sociales, no es inusual proponer un uso neutral del concepto. “Neutral” 
quiere decir que podemos estar de acuerdo con su definición sin referencia a juicios 
evaluativos con base normativa. Por ejemplo, para referirse al desarrollo como proceso 
(orgánico, económico, social, humano, tecnológico, etc.) que produce un cambio 
estructural, o como una intervención en un contexto particular, no es necesario 
referir a bases normativas para juzgar el proceso o la intervención. Un proceso social 
caracterizado por el aumento de la drogadicción o de la criminalidad es, en este sentido 
limitado del término, desarrollo, independientemente de cómo lo evaluemos. 
Este uso es metodológicamente importante, pero muy limitado. Si bien es posible 
referirse, por ejemplo, tanto al desarrollo de una célula como al desarrollo económico 
o al desarrollo multicultural, sin realizar juicios evaluativos normativos (la bipartición de 
la célula, el crecimiento del Producto Interno Bruto, el fortalecimiento de las tradiciones 
culturales, etc.), esto tiene poco valor y ninguna utilidad si queremos diseñar políticas 
cuyo objetivo es fomentar algún tipo de desarrollo. 
Esto último exige referir al desarrollo en un sentido normativo: para que un proceso o 
una intervención se entiendan como desarrollo, debe poder considerarse que el proceso 
o sus resultados son, en algún sentido, positivos. “Desarrollo” implica así la idea de 
“mejoramiento” (independientemente de lo que se entienda por mejoramiento), 
lo que requiere una evaluación basada en algún tipo de criterio normativo. Así, la 
referencia a una ética del desarrollo (una teoría, principios o valores que ofrezcan 
criterios normativos para guiar las evaluaciones con respecto a lo que es desarrollo en 
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un contexto particular) es insoslayable (compare Loewe 2011).Desde esta perspectiva 
normativa es importante distinguir dos concepciones usuales. 
En un primer sentido se entiende desarrollo como un estado final o resultado (achievement): 
desarrollo es un mejoramiento que es el resultado de un proceso o de una intervención. 
La pregunta es, entonces, qué se considera como mejoramiento. Las respuestas suelen ir 
desde una perspectiva objetivista (mayor alfabetización, satisfacción de necesidades básicas, 
más recursos, acceso a la salud, más oportunidades), hasta concepciones exclusivamente 
subjetivistas: cualquier cosa que un individuo, un grupo, o una nación (tres categorías 
irreducibles entre sí) considere como mejoramiento es mejoramiento y, por tanto, desarrollo. 
En un segundo sentido se entiende el desarrollo de un modo instrumental, como 
precondición de lo que se desea: son oportunidades o medios para la alcanzar un 
estado final o un resultado. De igual modo, estas oportunidades pueden ser entendidas 
de un modo más o menos objetivista. En un extremo pueden ser medios que reclaman 
validez universal (por ejemplo, los así denominados “bienes primarios” en la teoría 
de la justicia elaborada por John Rawls (1971)). En el otro, pueden reclamar validez 
exclusivamente por referencia a ciertos contextos particulares (culturales, sociales, 
históricos, etc.), como es usual en las teorías de corte comunitario (Walzer 1984) y 
multicultural (Parekh 2000).
2) La simplificación: Producto Interno Bruto (PIB) per capita
De acuerdo al modelo dominante, de la economía del desarrollo, el progreso de un 
país se determina mediante el crecimiento económico medido como Producto Interno 
Bruto (PIB) per capita. Con el aparataje conceptual presentado en la sección anterior, 
desarrollo sería un estado final objetivo. 
Este modelo tiene ciertas ventajas. Ya que el valor monetario permite agregar y comparar 
bienes y servicios diversos, el PIB es relativamente fácil de medir. De este modo, no es 
complicado realizar comparaciones entre los niveles de desarrollo de diferentes países o 
entre un país en distintos puntos temporales. El modelo es transparente, en el sentido de 
que es relativamente difícil para un país trucar los datos para aparecer mejor de lo que es. 
Además, si bien algunos economistas reconocen que el PIB per capita no es identificable con 
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desarrollo (es decir, habría variables que se le escaparían), este enfoque daría cuenta de, al 
menos, un elemento en la dirección correcta: más recursos permitirían una mejor calidad de 
vida (o cualquier otra variable que se considere como desarrollo). En un extremo se lo puede 
considerar como instrumentalmente valioso. Este tipo de razonamiento puede ser reforzado 
por la confianza en las fuerzas distributivas de un mercado en crecimiento.
Sin embargo, las dificultades de este modelo son múltiples. La identificación o definición 
de desarrollo como crecimiento del PIB per capita descansa en simplificaciones extremas. 
Como ya examiné, desarrollo es un concepto normativo. Aplicado a un estado o un proceso, 
implica un mejoramiento. En un país en la punta del desarrollo las cosas estarían mejor que 
en uno al final de la lista. Pero si no queremos quedarnos con la vana afirmación tautológica 
de que el crecimiento del PIB es un mejoramiento económico, hay que explicitar qué es lo 
que lo tornaría en algo valioso. 
El concepto que surge de inmediato es el de calidad de vida. El desarrollo de un país 
debiese implicar que a las vidas (al menos) humanas les va, en algún sentido, mejor. Desde 
esta perspectiva, entender el crecimiento del PIB como desarrollo debiese implicar que (al 
menos) a los seres humanos les va mejor. No en pocas ocasiones se ha hecho explicita en la 
economía la equiparación entre PIB y calidad de vida. Pero los problemas de este paradigma 
son evidentes y se relacionan en buena medida con su simplificación extrema.
Primero: resulta evidente que el PIB per capita, como otras medidas que se basan en 
promedios (o en totales), es indiferente a la distribución. De este modo, un crecimiento del 
PIB per capita es compatible con sociedades que contienen grandes desigualdades. En el 
aparataje conceptual del PIB no hay ningún límite a estas desigualdades. El PIB per capita no 
nos dice quienes controlan la riqueza ni quienes se ven desposeídos. Es un chiste conocido 
que la estadística es la ciencia que afirma que si usted tiene una manzana y yo ninguna, 
cada uno de nosotros tiene media manzana. Con el PIB per capita ocurre lo mismo. Aunque 
supongamos que el PIB per capita es identificable con la calidad de vida promedio (y hay 
buenas razones para poner esto en cuestión), todavía no nos dice nada acerca de la calidad 
de vida de ningún individuo.
Segundo: incluso pasando por alto el factor distributivo, el PIB no nos dice cómo va la 
vida de un individuo. Esto se debe a que la calidad de vida se ve influenciada de modos 
importantes por factores que no son reducibles al valor monetario de bienes y servicios. 
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Piense en una sociedad en que una parte de la población es estigmatizada y sistemáticamente 
discriminada (aunque no sean pobres). Sociedades de castas, racistas, o clasistas, pero 
también patriarcales, homofóbicas o nacionalistas son buenos ejemplos. La calidad de vida 
como ciudadanos de segunda clase no dependeexclusivamente de la participación en el PIB.
Tercero: conceptualmente el entendimiento del desarrollo como crecimiento del PIB per 
capita agrega aspectos diversos de la vida de un individuo en un único elemento numérico. 
Esto es un despropósito: de este modo se funden aspectos de la vida humana que, en 
muchos casos, son distintos y están poco relacionados entre sí y, a fin de cuenta, no nos dice 
nada acerca de ninguno de esos aspectos. El PIB per capita es un representante de aspectos 
tan variados en la vida de un individuo como tiempo libre, salud, esperanza de vida, calidad 
del medioambiente, seguridad, tiempo libre, oportunidades de empleo, educación, derechos 
políticos, libertades fundamentales, reconocimiento social, etc. Aunque la distribución del 
PIB fuese igualitaria, todavía no sabríamos nada sobre cada uno de estos (u otros) aspectos. 
Pero sin referirnos a estos, la afirmación de que el crecimiento del PIB per capita es desarrollo 
se basa, o bien en una soberbia economicista o bien en una franca ignorancia.
Cuarto: estrechamente relacionado con el punto anterior, la representación numérica del 
PIB per capita necesariamente debe suponer la tesis de la conmensurabilidad de bienes y 
valores. Es decir, la tesis de que es posible reducir todos los bienes y valores a un mínimo 
común. Suponer la conmensurabilidad de bienes y valores ya es complicado (y posiblemente 
insostenible). Pero suponer que el mínimo común múltiple es monetario, lo torna todavía 
más abstruso: ¿Qué pago estaría usted dispuesto a aceptar para renunciar a su libertad 
religiosa o sexual? ¿O a su dedo meñique?
Quinto: incluso si su interés es dar cuenta del desarrollo meramente en términos 
monetarios y sin considerar la distribución, es discutible que el PIB sea el mejor 
mecanismo para reflejar la calidad de vida. Ésta parece estar mejor reflejada en 
el ingreso promedio de los hogares (que en el PIB per capita). Pero, en un mundo 
de capitales móviles, en que las empresas internacionales pueden retirar estos 
capitales, el crecimiento del PIB no es está bien correlacionado con el ingreso 
promedio de los hogares.
Sexto: el entendimiento usual del PIB per capita, como desarrollo, no sólo nos 
puede decir muy poco acerca de la calidad de vida de los habitantes del país. Más 
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allá de esta carencia explicativa, este entendimiento se aleja de la percepción 
fenomenológica de todos aquellos que no se ven favorecidos por el crecimiento 
económico. Por ejemplo, para una mujer cuyos ingresos corresponden al 
percentil más desfavorecido, que no ha tenido acceso a educación, que sufre 
de violencia intrafamiliar, y que no encuentra mecanismos institucionales en 
la sociedad que habita que le permitan superar su situación de desventaja e 
indefensión, es probablemente una información curiosa el que ella vive en un 
país desarrollado porque ha superado la marca de las 20 mil dólares per capita. 
Esta es una información de otro mundo, pero no del suyo. Y la afirmación de que 
la organización institucional de la sociedad es correcta, porque es la que permite 
avanzar en el desarrollo (definido de este modo limitado) es probablemente para 
ella no sólo curiosa, sino que, y en base a buenas razones, indignante.
3) Un camino errado: la felicidad
La teoría economicista que identifica el desarrollo con el crecimiento del PIB per capita 
define el desarrollo como un estado final objetivo. Resulta evidente que este modo 
de entender el desarrollo es insensible con respecto a lo que los individuos consideran 
como partes integrantes de su calidad de vida. En vez de centrarnos en el PIB para 
diseñar políticas de desarrollo ¿no deberíamos centrarnos en índices que den cuenta 
de estados subjetivos? 
El utilitarismo
Un modo común de medir la calidad de vida y, en forma agregativa, el nivel de 
desarrollo de una sociedad, remite a la utilidad, ya sea como total o como promedio. 
El utilitarismo es la doctrina moral que ha articulado y popularizado esta concepción. 
De acuerdo a una formulación corriente, nuestras acciones, reglas e instituciones deben 
promover la mayor felicidad del mayor número de personas. Expresado con conceptos 
contemporáneos, lo correcto es maximizar el bienestar. El recurso al PIB, en la economía 
de bienestar, se retrotrae a esta teoría. Pero, si bien el utilitarismo comparte con la 
teoría desarrollista dominante la indiferencia con respecto a la distribución y es, en un 
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cierto sentido, objeto de críticas similares,2 en otro sentido el utilitarismo es, aun en sus 
formas más burdas, más sensible frente a aquello que constituye la calidad de vida de un 
agente, que el PIB per capita. Esto se debe a que la doctrina utilitarista es eminentemente 
subjetiva. Sea como sea que se entienda la felicidad o bienestar que debe ser maximizado, 
se relaciona con un estado subjetivo. Lo que considero como mi bienestar es mi bienestar. 
Esta concepción es más sensible hacia lo que constituye el bienestar de un individuo que la 
teoría desarrollista que estipula que el PIB per capita es el índice apropiado para dar cuenta 
del bienestar o calidad de vida de un agente. 
El utilitarismo clásico es hedonista. Es decir, el bienestar correspondería a un estado 
de la mente, placentero. La versión más popular de esta concepción caracteriza la 
felicidad como “disfrute del placer, resguardo de dolores” (Bentham 1948, cap. 7). 
Pero la teoría hedonista del valor es objeto de críticas certeras. De acuerdo a una de 
éstas, los individuos desean muchas cosas que no se dejan subsumir bajo un estado de 
la mente (Gibbard 1986, 169; compare el experimento mental de Robert Nozick “la 
máquina de las experiencias” (Nozick 1974). 
Es por esto que, en sus desarrollos posteriores, el utilitarismo recurre a una concepción 
diferente de felicidad o bienestar. La felicidad o bienestar se identifica como la 
satisfacción de preferencias. A diferencia de la concepción hedonista, que identifica la 
felicidad con estados de la mente, esta concepción identifica la felicidad con estados 
del mundo en los que mis preferencias son satisfechas. La labor de una política de 
desarrollo sería, entonces, maximizar la satisfacción de las preferencias de los individuos. 
Mientras más preferencias sean satisfechas, más bienestar. 
Nuevas teorías de la felicidad
La crítica usual al utilitarismo es que permitiría el sacrificio de algunos en pos de la maximización de la felicidad total o promedio. 
Si bien esta es una crítica que el utilitarismo puede, en versiones más refinadas, contrarrestar, el fondo de esta crítica sigue estando 
vigente. Considere el siguiente caso: cinco personas gravemente enfermas requieren un trasplante para no morir. En la sala contigua 
hay un paciente completamente sano realizando su chequeo anual. Curiosamente sus órganos son compatibles con los de los cinco 
enfermos. Usted es un médico muy capaz que podría realizar las intervenciones en pocos minutos. Si lo hace, cinco personas vivirían 
y una dejaría de existir. Si no lo hace, una persona continuaría existiendo pero cinco morirían. Si Usted es un médico utilitarista 
que aspira a fomentar la mayor felicidad del mayor número entonces mucho parece hablar a favor de los trasplantes. El modo de 
debilitar este tipo de conclusiones recurre a reflexiones también utilitarias: si esta conducta fuese permitida entonces viviríamos 
en una sociedad atemorizada (todas las personas sanas podrían ser secuestradas a la vuelta de la esquina). El miedo generalizado 
produciría una situación en que la utilidad general se vería menoscabada. Por esta razón, conductas como las señaladas no pueden 
ser permitidas. Todavía más, como algunos autores utilitaristas han señalado, es necesario identificar intereses fundamentales que 
debemos reconocer y respetar en todos,porque no hacerlo disminuiría –a la larga– la utilidad general. En esta línea de razona-
miento es incluso posible derivar algún tipo de derechos desde la teoría utilitarista. Sin embargo, todos estos límites a la acción de 
individuos e instituciones descansa en un ejercicio empírico acerca de las ventajas y desventajas que se desprenden de un curso de 
acción en comparación a los otros cursos disponibles. Por lo tanto, es siempre posible imaginar mundos en que los resultados del 
cálculo de utilidad podrían ser distintos, y este tipo de operaciones involuntarias, o la esclavitud, estuviesen permitidas o fuesen 
incluso obligantes. Para una consideración crítica interesante de la doctrina utilitarista compare Sen/Williams (1982).
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La tesis de que la felicidad relatada de un agente es un índice apropiado de su bienestar 
y debe, por tanto, constituir el foco de las políticas públicas direccionadas a mejorar 
la calidad de vida, ha adquirido hoy en día fuerza como una alternativa para definir el 
desarrollo. 
Los nuevos estudios de la felicidad y los desarrollos de la psicología positiva reclaman 
para sí el ser un buen indicador de la calidad de vida de un individuo y, agregativamente, 
del nivel de desarrollo de una nación. De acuerdo a estos estudios sobre la felicidad: 
“La evidencia empírica que ha sido acumulada sugiere la existencia de una dimensión 
de felicidad singular y medible” (Argyle 1999, 2). El desarrollo de una nación se 
relacionaría (al menos parcialmente) con el nivel de felicidad relatado en esa nación. Y 
las políticas públicas desarrollistas debiesen estar encaminadas a maximizar los índices 
de felicidad sociales. 
A continuación mencionaré concisamente algunos de los resultados más populares de 
estas investigaciones:
Un estudio, ya clásico, realizado con ganadores de premios de loterías (con una media 
de 500 mil dólares) mostró que, pasada la euforia inicial, el bienestar subjetivo de los 
ganadores no se diferenciaba del de los no ganadores, y que en las tareas cotidianas 
los primeros relataban niveles menores de placer que con anterioridad al premio 
(Brickman/Coates/Janoff-Bulman 1978).
Las tasas de infelicidad presentadas por los desempleados involuntarios, así como las 
tasas relativas a sus tendencias suicidas, son significativamente más altas que las de 
los activos en el mundo laboral. Este vínculo también es válido en el caso de países 
con sistemas sociales que permiten controlar la pérdida de la renta asociada con el 
desempleo. Por otra parte, los pensionados, a pesar de no estar empleados, dan 
cuenta de niveles de satisfacción ligeramente superiores a los de aquellos activos en 
el mundo del trabajo (Oswald 1997; Argyle 1999).
El fuerte crecimiento económico sostenido durante décadas en Estados Unidos, 
Japón y Europa no alteró la proporción de individuos que se consideran felices e 
infelices en los países correspondientes. Si bien en países pobres el crecimiento 
de la renta se relaciona con un aumento de la felicidad, esta correlación tiende a 
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desaparecer con cada crecimiento adicional de la renta, que se produce luego de 
que la nación ha alcanzado un determinado nivel de ésta (similar al de Corea del 
Sur o Portugal), que permite satisfacer necesidades básicas. (Para estudios acerca de 
la relación entre crecimiento económico, renta y felicidad, compare, entre muchos 
otros, Frey/Stutzer 2002; Oswald 1997; Agyle 1999; Diener/Oishi 1999; Inglehart 
1996; Graham/Pettinato 2002).
Si la aspiración es definir el desarrollo y diseñar políticas encaminadas a éste, los 
nuevos estudios de la felicidad son tan problemáticos como la definición utilitarista 
de la felicidad. En mi opinión, si bien los resultados particulares de las investigaciones 
pueden ser fuentes útiles para las evaluaciones individuales acerca del mejor modo 
de promover el propio bienestar (¿debería comprar una propiedad espaciosa en las 
cercanías del aeropuerto, o utilizar los mismos recursos para adquirir una más bien 
modesta en las cercanías de mi lugar de trabajo?), decisiones acerca de las políticas 
públicas no deben basarse en un nuevo tipo de welfarism estructurado de acuerdo 
a este índice de la felicidad. Por el contrario, hay buenas razones (entre otras, las 
calificaciones a las que debería estar sujeto este índice de la felicidad) para defender 
la idea de que, aunque el índice de la felicidad diese cuenta de un modo apropiado 
del bienestar subjetivo de los individuos, políticas públicas de alcance mayor deberían 
basarse en índices con un cierto nivel de objetividad (Loewe 2011b). Por ejemplo, 
métricas basadas en bienes básicos (Rawls 1971; 1996), o en recursos (Dworkin 1981; 
2000), o todavía mejor, como argumentaré en la siguiente sección, en capacidades 
para alcanzar funcionamientos valiosos (Nussbaum 2000; 2006) o libertad efectiva 
(Sen 1997; 1999). 
Aceptar que el índice de la felicidad es adecuado para definir el bienestar subjetivo, 
no implica aceptar que el welfarism es una teoría política correcta (como a menudo 
asumen investigadores en sus intentos por otorgar relevancia política a los resultados 
de sus investigaciones empíricas sobre la felicidad). A continuación me referiré a un 
problema central de este enfoque.
Esta concepción es objeto de la misma crítica que se realiza contra la definición hedonista 
de la felicidad y la identificación de la felicidad con la satisfacción de preferencias. Lo 
que yo considero como un estado mental agradable puede estar, en un cierto sentido, 
distorsionado por experiencias vitales. De igual modo, la formación misma de las preferencias 
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puede estar distorsionada. Esto se debería a que no todos los juicios valorativos en que se 
basa aquello que consideramos que es nuestra felicidad pueden ser considerados como 
apropiados. El fenómeno no es desconocido en la filosofía, y usualmente se lo subsume 
bajo el concepto de “preferencias adaptativas”. De acuerdo a este fenómeno, los individuos 
adaptan sus expectativas a las oportunidades disponibles, mediante un mecanismo causal 
no escogido, que tiene lugar sin su control o conciencia. Una preferencia es adaptativa, si 
ella tiene la estructura de la fábula del zorro y las uvas: el zorro quiere las uvas pero, porque 
no las puede alcanzar, juzga que ellas están agrias (Elster 1983).3 
En otras palabras, los procesos valorativos estarían distorsionados por influencias 
inapropiadas. Así, el bienestar de individuos con preferencias adaptativas se puede 
retrotraer a circunstancias de dominación e injusticia. Individuos acostumbrados a 
situaciones de escasez, o a ser objeto de violencia, y que no piensan que tienen una 
demanda legítima a los medios que acabarían con la escasez o a los derechos que 
acabarían con el trato violento, pueden tener un bienestar relativamente alto, aunque 
vivan situaciones de profunda injusticia. 
La posición de un individuo con preferencias adaptativas puede ser ilustrado con el caso del 
esclavo feliz: como el esclavo feliz, todos aquellos que pueden alcanzar poco, a menudo 
desean poco. Esto se aplica, particularmente, a situaciones en las que, en el medio social, 
condiciones fundamentales de injusticia son efectivas, como por ejemplo, desigualdades 
relativas a la raza, a la casta, a la clase social o al género. También se puede pensar en el caso 
de un gobierno autoritario que exitosamente implementa políticas públicas direccionadas a 
llevar a cabo un “lavado de cerebro” entre sus ciudadanos.
Esta es una de las razones por las que la felicidad relatada de los individuos (lo que 
ellos relatan como su nivel de felicidad) no debe ser considerado un índice apropiado 
para determinar el desarrollo de una nación, ni para diseñar políticasde desarrollo. 
Independientemente del nivel relatado de felicidad, los individuos tienen demandas 
Jon Elster ha formulado una concepción estrecha de preferencias adaptativas (Elster 1983). De acuerdo a esta concepción, éstas se dife-
rencian del caso en el que nos obligamos a nosotros mismos a un determinado propósito para de este modo (quizás) generar una nueva 
preferencia. Esta última es una limitación intencional del conjunto de oportunidades: para evitar beber, evito los bares. Éstas se diferencian 
también de las preferencias que se pueden retrotraer a un intento intencional de otros para manipular nuestras preferencias. Éstas se dife-
rencian de las preferencias que han cambiado debido a un proceso de aprendizaje o a determinadas experiencias –éstas no son reversibles, 
mientras que las preferencias adaptativas son sumamente flexibles (si las uvas caen al suelo, ya no están agrias). Éstas se diferencian de 
preferencias que se retrotraen a un cambio intencional de carácter, y de preferencias que se basan en reflexiones profundas –éstas últimas 
cambian la percepción de la situación y no la preferencia. A diferencia de todos estos casos, las preferencias adaptativas se forman mediante 
un mecanismo causal no escogido por nosotros y sin nuestro control o conciencia. En oposición a las preferencias adaptativas, Elster sitúa las 
preferencias autónomas, que él entiende como preferencias que son objeto de nuestra reflexión, y que nosotros escogemos o aceptamos 
de un modo intencional.
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legítimas, que deben ser tomadas en serio desde la perspectiva de una ética del 
desarrollo.
4) Un enfoque alternativo: las capacidades 
Los estudios empíricos han dejado en claro las insuficiencias del entendimiento 
economicista del desarrollo. Esto hace más extraño que muchos economistas y 
políticos se aferren a él. Por ejemplo, los estudios comparativos realizados por Jean 
Drèze y Amartya Sen (1989; 1995) entre diferentes estados, en India, han demostrado 
claramente que el crecimiento económico no es suficiente para mejorar la calidad de 
vida en muchos contextos, como salud y educación. Como es conocido, mejoramientos 
en estas áreas dependen fuertemente de la acción estatal. 
En el mismo contexto, los estudios realizados por Martha Nussbaum han mostrado 
claramente cómo la calidad de vida de las mujeres se relaciona fuertemente con 
aspectos como alfabetización y derechos de propiedad, y no se desprende del 
crecimiento económico (Nussbaum 2000). 
Y los datos recogidos por el Informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas que 
se basa, en buena medida, pero de un modo restringido, en los desarrollos del enfoque 
en las capacidades realizados sobre todo por Sen, muestran claramente que el ranking 
de los países de acuerdo al PIB per capita difiere, en ocasiones, de un modo notable, 
del ranking establecido mediante el Índice de Desarrollo Humano.
Incluso si utilizamos alguna función igualitaria distributiva (lo que va mucho más allá de la 
simple referencia al PIB per capita), es insatisfactorio definir niveles de desarrollo por relación 
exclusiva a la tenencia de bienes monetarios. Si los bienes tienen valor es porque permiten 
alcanzar algo que valoramos. Estar preocupado de los bienes en cuanto tal, sin atender a 
qué es lo que estos bienes “hacen a los seres humanos” es un tipo de fetichismo (Sen 1980, 
218): “mientras que los bienes y servicios son valiosos, ellos no son valiosos en sí mismos. 
Su valor descansa en lo que ellos pueden hacer por la gente o, más bien, en lo que la gente 
puede hacer con esos bienes y servicios.” (Sen 1984, 510). 
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El desarrollo se tiene que relacionar con lo que los individuos pueden alcanzar con 
los bienes. Dicho de un modo indiferenciado, si el desarrollo es un estado deseable, 
lo es porque mejora la calidad de vida de los individuos. Para preguntarnos acerca 
de la calidad de vida, y poder así entender los procesos de desarrollo, debemos 
plantear preguntas acerca de la vida de los individuos singulares. Recurriendo a Sen, 
preguntas acerca de lo que un individuo es capaz de hacer y de llegar a ser. Es decir, 
sus capacidades para desarrollar diversas formas de vida. Incluso vivir en un país con 
un PIB elevado no es sinónimo de las capacidades de las que se dispone. Usted puede 
disponer de menos medios, pero incluso si dispone de más medios que el promedio 
puede ser sujeto de discriminación histórica o sistémica, o tener requerimientos 
especiales de algún tipo, etc. 
En vez de recurrir a un espacio evaluativo insensible a los individuos singulares, el 
enfoque propone un cambio de paradigma: el espacio evaluativo es “el de las libertades 
sustantivas – las capacidades– para elegir una vida que uno tiene razón para valorar” 
(Sen 1999, 74). 
La relevancia de este enfoque, y su alejamiento del PIB como medida de desarrollo, 
queda claramente en evidencia al considerar que los seres humanos son distintos, pero 
distintos en modos diferentes (Sen 1997, 85). Por una parte, los seres humanos son 
distintos porque persiguen fines diferentes. Esto no es problemático para el enfoque 
que, en principio, considera a los seres humanos como responsables por sus fines. Pero 
por otra parte, y relevante para el enfoque, los seres humanos difieren en su habilidad 
para convertir bienes en ventajas. Este modo de ser diferente torna evidentes los límites 
del enfoque economicista tradicional. Siguiendo a Sen en la formulación de esta crítica 
a las métricas que se articulan, exclusivamente, sobre la base de bienes, individuos de 
diferente constitución y situados en contextos diferentes tienen diferentes tasas de 
convertibilidad de bienes en ventajas. Por lo tanto, requieren diferentes cantidades de 
bienes, y diferentes tipos de bienes, para satisfacer las mismas necesidades. Recurriendo 
a una ilustración muy citada de Sen: la conversión de comida en alimentación está 
influenciada por edad, sexo, metabolismo, tamaño corporal, estado general de salud, 
nivel de actividad, condiciones higiénicas, y muchas otras contingencias.
Una métrica más apropiada para una teoría del desarrollo debe centrarse en la 
capacidad para alcanzar formas de funcionamiento. 
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Todas las formas de vida abiertas a un individuo componen el marco de su libertad efectiva. 
Entendido de este modo, el desarrollo se entiende como un proceso de ampliación de 
la libertad de los individuos. Este foco en las capacidades o libertades efectivas implica 
que se deben considerar las características personales y medioambientales relevantes 
que gobiernan la conversión de bienes en la habilidad de la persona para promover sus 
fines. Sen refiere a los siguientes parámetros que deben ser considerados para asegurar 
la capacidad –o libertad efectiva (Sen 1999, 70-71): 
a. Heterogeneidades personales: características físicas dispares, asociadas con 
impedimentos, enfermedad, edad o género. Ellas hacen que los requerimientos de los 
individuos sean diferentes. 
b. Diversidades medioambientales: circunstancias climáticas pueden, por ejemplo, 
influenciar lo que una persona logra conseguir con sus ingresos. Esto también se 
relaciona con enfermedades endémicas en algunas zonas geográficas ( por ejemplo, 
malaria), pero también con un medioambiente contaminado.
c. Variaciones en el clima social: la conversión mencionada está influenciada por 
factores como las organizaciones educativas públicas o la ausencia o prevalencia de 
crimen y violencia. También el tipo de comunidad puede ser central, como muestra la 
literatura sobre el “capital social”. 
d. Diferencias en perspectivas relacionales: los bienes requeridos para cumplirpatrones de conducta establecidos varían entre comunidades, dependiendo de 
convención y costumbre (por ejemplo, vestimenta: ¿qué implica “aparecer en público 
sin vergüenza”?). El auto-respeto de un individuo estaría estrechamente relacionado 
con este último factor. 
En todos estos parámetros los individuos difieren en los modos que deben ser 
considerados, si lo que nos interesa es su calidad de vida, ya que afectan su 
capacidad para alcanzar determinadas ventajas. Guiándose por este enfoque, es 
posible dar cuenta de la calidad de vida de los individuos y diseñar políticas de 
desarrollo que aspiren a fortalecer sus capacidades centrales. A continuación, 
explicitaré sucintamente tres características muy discutidas del enfoque.4
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Capacidades y funcionamientos
Junto al de capacidad, el segundo concepto central para el enfoque es el de 
funcionamiento. Los funcionamientos son componentes de cómo una persona vive - lo 
que es y lo que hace. Por ejemplo, su estado de salud, de alimentación, pero también 
el referirse a sus derechos, es decir, son estados finales. Un conjunto (o vector) de todos 
estos funcionamientos compone la vida de una persona. La capacidad de una persona 
es el conjunto de vectores alternativos de modos de funcionamiento que ella podría 
alcanzar. Es decir, las vidas alternativas abiertas a esta persona (o con otros términos: la 
extensión de su libertad efectiva). 
Dicho de otro modo, las capacidades de una persona refieren a los funcionamientos 
particulares que podrían ser alcanzables para ella (por ejemplo, la capacidad de tener 
buena salud, de estar bien alimentado, de referirse a los propios derechos). De este 
modo, éstas son medios que, actualizados, permiten alcanzar estados finales. Disponer 
de estas capacidades tiene un valor, con independencia del hecho de que se actualicen 
o no los funcionamientos correspondientes. Por ejemplo, disponer de la capacidad de 
estar bien alimentados es valioso, independientemente, de que en razón de una dieta 
- por razones, médicas, estéticas, religiosas, etc. - no nos alimentemos. Para el enfoque 
en las capacidades, tanto el entendimiento objetivo (las capacidades disponibles) como 
el subjetivo (las actualización de capacidades en los funcionamientos que cada agente 
considere valiosos), juegan un papel en una concepción integral de desarrollo.5
Si bien el concepto de funcionamiento es crucial para el enfoque (es la determinación 
de funcionamientos valiosos lo que permite individualizar las capacidades), este enfoque 
aspira, bajo condiciones normales, fomentar capacidades y no funcionamientos.6 La 
autonomía ocupa un lugar central: el enfoque no estipula cómo los individuos deben vivir 
sus vidas, sino que establece que en la vida se debe disponer de las capacidades que tornan 
posible desarrollar funcionamientos valiosos. Los individuos deben decidir, en cada caso, 
si actualizan los funcionamientos y cuáles. De este modo, Nussbaum puede rechazar las 
críticas que apuntan a que el enfoque en las capacidades sería paternalista y afirma, por el 
Una discusión más detallada de éstas y otras características en Loewe 2009
Combinando estos entendimientos con el sentido de desarrollo como estado final y como medio se individualizan cuatro posibilidades. 
Sen refiere a: (i) “well-being achievement”: cuanto bienestar una persona alcanza –para evaluar esto hay que atender especialmente a los 
funcionamientos actuales (no sólo a la satisfacción) de una persona; (ii) “well-being freedom”: lo que esta persona era libre de alcanzar; (iii) 
“agency achievement”: lo que ella alcanza en relación a sus valores; y (iv) “agency freedom”: lo que ella era libre de alcanzar en relación 
a sus valores (lo que incluye su relación hacia otros individuos y entidades). Todos estos elementos juegan un papel al definir el desarrollo 
humano alcanzado por un grupo o clase de individuos en un contexto social particular.
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contrario, su carácter pluralista. Sen es, en ocasiones, ambivalente acerca de la prioridad 
de la capacidad dentro de su enfoque. A diferencia de Nussbaum, que focaliza su atención 
en el desarrollo de una teoría de justicia, Sen aspira también a elaborar instrumentos para 
evaluar y comparar la calidad de vida. Para esto Sen refiere tanto a funcionamientos como 
a capacidades (compare Sen 1999, 74 y siguientes). 
Sin embargo, la referencia a la capacidad –y no al funcionamiento– caracteriza el trabajo 
de Sen (Sen, 1997, 87).7 De este modo, el autorl acentúa el valor de la libertad para elegir: 
carecer de alimentos debido a una hambruna, no es lo mismo que ayunar. La diferencia 
es que en el primer caso no disponemos de la capacidad para estar bien alimentados, 
mientras que en el segundo sí. En este caso, disponiendo de la capacidad, nos decidimos 
por diferentes razones (religiosas, dietéticas, etc.) a no actualizarla.
Capacidades centrales
Fundamental para el enfoque es que no todas las capacidades humanas son 
igualmente importantes. La capacidad para jugar baloncesto no puede ser equiparable 
a la capacidad de estar bien alimentado. Para diferenciar entre las capacidades que son 
objeto del enfoque y las que no, es necesario identificar aquellas que resultan centrales 
para la vida humana.
En la teoría de Sen hay un criterio particular para determinar la prioridad de ciertas 
capacidades: lo que la gente tiene razón para valorar. Algunas capacidades (por ejemplo, 
la capacidad de estar bien alimentado) son consideradas básicas. La idea parece ser que, 
bajo condiciones normales, todo agente tendría una buena razón para valorar estas 
capacidades. En estricto sentido, su enfoque es uno de libertad razonada. 
Nussbaum diferencia entre tres tipos de capacidades: básicas, internas, y combinadas 
(Nussbaum 2000, 84 y siguientes). Capacidades básicas refieren al equipamiento 
El proviso “bajo condiciones normales” es razonable. Ya que el enfoque recurre a la autonomía o libertad razonada, es consistente con 
éste que, cuando éstas no alcanzan el nivel mínimo estipulado, los funcionamientos (y no las capacidades) sean protegidas y fomentadas. 
Algunos casos ejemplares refieren a niños y a minusvalías graves: los funcionamientos protegidos y fomentados no pueden depender –en 
muchos casos– de las decisiones de ellos relativas a la actualización de las capacidades (por ejemplo, la capacidad de estar bien alimentados). 
Otro caso en que los funcionamientos y no las capacidades deben ser directamente protegidos y fomentados, lo encontramos en el intento 
de Nussbaum de ampliar el campo de validez del enfoque al caso de los animales no-humanos (Nussbaum 2006). Una discusión de esta 
estrategia en Loewe 2008.
Si consideramos su caracterización del desarrollo como libertad, es claro que las capacidades ocupan un lugar central dentro de su enfoque, 
lo que por cierto fundamenta su título: el enfoque en la capacidad. Para un análisis del enfoque en el contexto de las teorías de desarrollo 
compare Gasper (2004).
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innato de los individuos (por ejemplo, la capacidad para escuchar o ver). Ya que éstas 
son la base necesaria para desarrollar capacidades más avanzadas, deben ser objeto 
de atención. A diferencia de éstas, las capacidades internas refieren a condiciones 
maduras, esto es: estados desarrollados que son condición suficiente para poder 
ejercer los funcionamientos. En ocasiones, estas capacidades requieren sólo tiempo 
para desarrollarse: la capacidad de tener funcionamientos sexuales se adquiere al 
crecer (lo que por cierto requiere, entre otras cosas, de una alimentación adecuada). 
Para aprender un lenguaje, la mayoría de los niños sólo requiere haber estado expuesto 
a éste durante un período crítico. 
En ocasiones,el desarrollo de la capacidad requiere soporte del medioambiente (cuando 
aprendemos a jugar o a participar en política, etc.) Sin embargo, aunque los individuos 
hayan desarrollado estas capacidades, es posible que estén impedidos de llevar a cabo 
los funcionamientos. Para considerar este aspecto, Nussbaum introduce la idea de 
capacidades combinadas. Éstas son capacidades internas combinadas con condiciones 
externas propicias para el ejercicio del funcionamiento correspondiente. Por ejemplo, 
en una sociedad tradicional una mujer que no ha sufrido una mutilación genital tiene 
la capacidad interna para alcanzar expresión sexual. Sin embargo, si ella ha enviudado 
y no le está permitido casarse nuevamente, no tiene la capacidad combinada para 
alcanzar un funcionamiento sexual (Nussbaum 2000, 85). 
De acuerdo a su articulación, el enfoque refiere a aquellas capacidades combinadas 
que son relevantes en relación a funcionamientos humanos considerados como 
especialmente valiosos, porque posibilitan una vida con dignidad humana. Nussbaum 
tiene la pretensión de poder reunir estas capacidades en una lista de diez puntos 
(Nussbaum 2000, 78-80; la lista reconsiderada en 2006, 76-78). En esta lista – si bien 
la afiliación y la razón práctica son especialmente importantes – todas las capacidades 
combinadas deben ser consideradas como igualmente relevantes.8
Capacidades e instituciones 
La pretensión del enfoque es institucional. Nussbaum intenta establecer un marco 
conceptual y normativo que permita diseñar los principios más importantes de la vida 
política de la sociedad, como la constitución y las leyes. 
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La identificación de capacidades es central para establecer principios de justicia 
productivos para el diseño constitucional. Su enfoque no aspira a garantizar la igualdad 
en la disposición de capacidades, sino un mínimo necesario para poder desarrollar una 
vida digna: “Una lista de capacidades centrales no es una teoría completa de justicia. 
Una lista de este tipo nos da las bases para determinar un mínimo social decente en 
una variedad de áreas” (Nussbaum 2000, 75). Sin embargo, con respecto a cierto tipo 
de bienes, no es admisible una distribución que no sea igualitaria. Con las palabras 
de Nussbaum: “Ciertas capacidades deben ser aseguradas a los ciudadanos sobre la 
de la igualdad, o la igual dignidad no ha sido respetada” (Nussbaum 2006, 295). 
En ausencia de muy buenas razones, todos aquellos bienes definidos como derechos 
y libertades básicas – y que Nussbaum incorpora en su lista: libertad de conciencia 
y religión, libertad de reunión, así como el derecho a no discriminación, el derecho 
a participación política, a la libertad de expresión y de asociación – no pueden ser 
restringidos o distribuidos de un modo desigual. Estos bienes posibilitarían el auto-
respeto y así la dignidad de las personas, y una distribución desigual atentaría contra 
esta dignidad y auto-respeto.
 
Sen no es tan claro al respecto. Él no se refiere a las capacidades, específicamente, como 
un modo para establecer marcos constitucionales sino que, como se desprende de sus 
ejemplos, recurre a éstas para justificar políticas públicas de diversa índole. En todo caso, 
las dos versiones del enfoque deben distinguirse de cualquier teoría que aspire a estipular 
el modo en que los individuos guíen sus vidas – estableciendo, por ejemplo, que los 
funcionamientos deben ser actualizados. En vez de esto, el enfoque aspira a establecer una 
base para diseñar estructuras institucionales y para determinar políticas públicas.
5) Desafíos
A continuación me referiré a algunos contextos en que, guiándonos por el enfoque, 
es necesario realizar grandes avances para poder considerarnos relativamente 
desarrollados. La lista no es exhaustiva y tampoco aspira a reunir los aspectos más 
importantes.
Aunque es una lista abierta, que puede ser elaborada y complementada, este esfuerzo diferencia su estrategia de la de Sen, quien no sólo 
piensa que no es posible obtener una operacionalización completa del enfoque, sino también que, aspirar a lograrla, es una mala idea (Sen 
1997, 46 y siguientes).
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Género
Los estudios de Amartya Sen han dejado en claro cómo, en muchos países en Asia, las 
mujeres sufren de una desventaja fundamental con respecto a su capacidad de llegar a vivir 
y de vivir una vida de duración normal. Esto se debe a que, debido a aspectos y prácticas 
culturales, pero también a políticas públicas e instituciones, no sólo se producen abortos 
selectivos de acuerdo al género sino que, el cuidado dado a las niñas es peor que el dado a 
los niños, lo que se traduce en una tasa de sobrevivencia menor. 
Por su parte, con sus estudios comparativos, Martha Nussbaum ha demostrado, con 
claridad, cómo el status social de las mujeres depende de aspectos como su capacidad para 
adquirir educación y acceder al mercado de trabajo, así como de las leyes de propiedad. 
El caso de Chile, ciertamente, no es tan extremo. Pero si queremos ser desarrollados 
debemos medirnos con los que sí lo son. Y con respecto a la igualdad entre los géneros nos 
encontramos muy lejos de ellos. (compare fuentes 2012)
Considere la igualdad salarial. De acuerdo a los datos del PNUD (2009), entre las 43 naciones 
más desarrolladas de las cuales se tiene información, Chile ocupa el lugar 40. Dicho de 
otro modo, la capacidad de adquirir ingresos está mediada, entre otros, por un aspecto 
tan arbitrario como el género. Y ya que las capacidades están interconectadas entre sí, 
esta desventaja se refleja en muchas otras desventajas, como la capacidad de escapar de 
relaciones caracterizadas por la opresión y la violencia. 
Si nos guiamos por el “Empoderamiento de Género” de las Naciones Unidas (2009) 
que considera, entre otros, posiciones en el Congreso, acceso al voto y mujeres en 
posiciones de alto nivel, nos encontramos en el lugar 46 de las 49 naciones con 
mayor nivel de desarrollo humano. Muy atrás de todos aquellos países hacia los cuales 
miramos. Chile se encuentra no sólo por debajo de la media mundial, sino que por 
debajo de la media latinoamericana. Mientras más escalamos en la pirámide del poder, 
más disminuye la presencia de las mujeres. Este tipo de consideraciones es por cierto 
importante: genera una percepción social acerca del status y el valor de las mujeres 
como participantes con el mismo nivel en la sociedad.
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Por cierto, realizar cambios con respecto a la igualdad entre los géneros requiere 
cambios culturales. Nuestra sociedad continúa teniendo fuertes resabios patriarcales. 
Pero más allá de fomentar estos cambios, es necesario generar realidades. Se requiere 
una acción decidida de los diferentes actores, políticos, privados y estatales, para 
fomentar la inclusión de las mujeres en el espacio público. 
Por ejemplo, en el ámbito privado se pueden establecer incentivos para promover la 
inclusión de la mujer en cargos superiores, así como premiar públicamente cierto tipo 
de conductas empresariales inclusivas. Se requiere cambios, también, en la norma de 
guarderías infantiles, para evitar sus efectos discriminatorios, así como en la fiscalización 
real de la norma de igualdad de salario. También se debe avanzar en un postnatal que 
permita (e incentive) la participación de los padres - hombres - en el cuidado de los hijos. 
Estas políticas son realidad en muchos países europeos, como Alemania y Suecia. 
En el sector político es fácil imaginarse sistemas que incentiven la participación de la 
mujer, por ejemplo mediante financiamiento electoral estatal. Y en el ámbito social hay 
que incentivar la idea de la distribución de cargasen las labores domésticas y el cuidado 
de los hijos. Usualmente, esto corre por cuenta de las mujeres, generando un sistema 
de jornada de trabajo doble, que no deja tiempo libre para actualizar capacidades 
centrales, como la creatividad. 
Discriminación
Chile es un país que discrimina.9 La Ley Antidiscriminación que se discute es un paso en 
la dirección correcta. Pero hay que ir más allá. 
La discriminación, es decir exclusión por motivos ilegítimos, produce un daño profundo. 
Más allá de limitar el acceso a bienes y oportunidades, es una expresión del valor que se 
percibe en el otro. Y el valor que se expresa es denigrante. En definitiva, atenta contra 
el auto-respeto y la igual dignidad. Siguiendo a John Rawls, el bien primario quizás 
más necesario se refiere a las bases sociales del auto-respeto (Rawls 1971). Con este 
autor podemos decir que una persona tiene auto-respeto, (1) cuando está convencida 
de su propio valor y de que sus metas y planes de vida son valiosos de ser llevados a 
Compare la encuesta Tolerancia y no Discriminación de la Fundación Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Sociología, Universidad 
de Chile (2003); y la encuesta Tolerancia y Discriminación en Chile (2006) de la Universidad Diego Portales.
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cabo (autoestima), y (2) cuando confía no sólo en poder proyectar planes de vida, sino 
también en poderlos desarrollar (autoconfianza). 
Por lo tanto, el auto-respeto es una condición basal para que nosotros podamos 
diseñar planes de vida, para que los intentemos llevar a cabo y para que nos alegremos 
cuando se logran. Es en este sentido que Rawls caracteriza (ya que el auto-respeto, en 
cuanto tal, no se deja repartir del mismo modo que, por ejemplo, los recursos) las bases 
sociales del auto-respeto como un bien primario fundamental para el bienestar de los 
individuos. De este modo, al atentar contra el auto-respeto, la discriminación atenta 
profundamente contra las capacidades centrales de los seres humanos para hacer y 
llegar a ser lo que consideren valioso.
La discriminación es un modo de lidiar con las diferencias en la sociedad. Pero es la 
respuesta errada, una respuesta que no sólo limita ilegítimamente las oportunidades de 
los individuos, sino una que los daña y ofende su dignidad. Los tipos de discriminación 
son múltiples. Por nombrar algunos, puede ser sexista, homofóbica, racista, nacionalista, 
xenofóbica, con respecto a la edad, religiosa, relativa al origen étnico, etc. Pero las 
principales causas de discriminación en Chile se refieren al nivel socioeconómico y al 
origen social. 
De acuerdo a la encuesta Tolerancia y Discriminación en Chile (2006) de la Universidad Diego 
Portales, ello se traduce principalmente “en las dificultades que las personas pobres tendrían 
para encontrar trabajo y en el hecho de que, tener un buen apellido, le abre oportunidades 
a las personas”. Por otra parte “tener un origen indígena cerraría oportunidades”.
Las prácticas discriminatorias se adquieren a temprana edad, al categorizar a los individuos 
otorgándoles valor sobre la base de estereotipos. Se expresa fuertemente en el lenguaje. Las 
referencias al “hombrecito”, la “mujercita” son obvias. Pero también se ancla en prácticas 
sociales y, en ocasiones, en reglamentos evidentemente discriminatorios. Piense en casos 
tan actuales y discutidos en la prensa como el de “las nanas de Chicureo”. Un club que se 
niega a que las empleadas domésticas (o “asesoras del hogar”) utilicen las instalaciones y 
sólo las acepta en tanto estén cuidando niños y porten uniforme de nanas. Un condominio 
que no permite que ellas caminen por los sectores comunes, es decir por sus calles. ¿Qué 
expresan este tipo de prácticas sino juicios denigrantes acerca del valor de los otros? ¿Se 
imagina un caso como éste, en Finlandia? 
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Educación
Como es conocido, la educación en nuestro país no hace sino perpetuar los privilegios 
asociados a la clase, es decir, a la suerte del nacimiento. Estadísticamente la movilidad 
social es una quimera, sobre todo si atendemos a los más desfavorecidos. Además de 
prácticas discriminatorias que aspiran a proteger los intereses propios (de la propia 
familia, círculo de amigos, clase, etc.), esto se debe a la extraordinaria mala calidad 
de la educación pre-escolar y escolar pública, y al valor de mercado de la educación 
de calidad. En definitiva, mientras más pobres tus padres, peor tu educación. Es decir, 
nuestra sociedad penaliza a todos aquellos desfavorecidos por la fortuna.
La educación juega un rol central en las teorías liberales igualitarias y en las políticas 
públicas que tratan de garantizar igualdad de oportunidades. La situación no es 
diferente para el enfoque en las capacidades. La educación (de niños y adultos) está 
en el núcleo del enfoque, en tanto fomenta las capacidades de los individuos. Aunque 
desde la perspectiva de neutralidad estatal hay discusiones importantes relativas al 
tipo de valor de la educación (como fuente de oportunidades para desarrollar una vida 
productiva, como generadora de ciudadanos responsables, o como un valor en sí), 
resulta evidente que sus consecuencias repercuten en múltiples aspectos de la vida, 
creando capacidades valiosas que amplían la libertad efectiva de los seres humanos.
Con respecto a este tema, nuestro país está lejos de los países desarrollados. Pero, 
más allá de los problemas de calidad de la educación pública y de los problemas de un 
acceso a la educación de calidad, mediado de acuerdo a la capacidad de pagar, hay 
problemas profundos con respecto al modo en que se suele entender la educación. 
Es evidente que la educación prepara a los individuos para la vida laboral. Pero es 
importante no confundir capacidad con simple habilidad. Una verdadera educación 
para el desarrollo humano requiere mucho más que un foco estrecho, centrado en 
habilidades transables en el mercado, que permitan a los individuos tener acceso 
a mejores oportunidades de empleo y a los países rendir mejor en el mercado 
internacional, acrecentando su PIB. Más allá de esto, la educación debe preparar a 
ciudadanos responsables y, todavía más, a a que los individuos puedan tener vidas 
significativas. 
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Es por esto que resulta central fomentar el pensamiento crítico y la empatía, la 
capacidad para imaginar y entender a otra persona desde dentro, así como tener 
conocimientos de historia nacional y mundial y del sistema económico. Y el mejor 
modo de fomentarlos es mediante las humanidades y el arte (Nussbaum 1997; 2010). 
La importancia del arte es claramente mostrada por Nussbaum en relación a Tagore y 
su escuela Santiniketan (Nussbaum 2007). 
Ciertamente todo esto se opone a los desarrollos curriculares actuales que tienden a 
disminuir las horas de arte, educación cívica e historia, en las escuelas a las que asisten todos 
aquellos que no tienen los medios para acceder a algo mejor. 
Animales no-humanos
Probablemente un buen método para medir un aspecto importante del desarrollo de una 
sociedad, es atender al modo cómo se trata y reglamenta el trato de los más débiles, los 
más indefensos cuyo trato está sólo limitado por la propia disposición de los poderosos para 
poner frenos a su arbitrariedad. Me estoy refiriendo a los animales no-humanos.10
¿Por qué atender a los animales no-humanos? Desde la perspectiva del enfoque hay 
diferentes respuestas.11 
La más tradicional –y limitada– reconoce sólo el valor en sí de las capacidades 
humanas pero advierte que, otras capacidades de animales no-humanos, pueden 
ser instrumentalmente valiosas porque promueven esas capacidades humanas. Una 
segunda posibilidad, que va más allá de la primera en cuanto a la asignación de valor 
moral a los animales