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Las últimas tendencias de literatura comparada (resúmenes)

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Las últimas tendencias: La Literatura comparada a finales del siglo XX.
Otredad. La literatura comparada y la diferencia (Gilbert Chaitin)
Desde el comienzo del siglo XIX, la literatura comparada ha estado preocupada por la definición, la descripción y la investigación de unidades. Tanto si el estudio de las literaturas nacionales se contemplaba como un fin en sí mismo o como el primer paso hacia la construcción de una historia universal de la literatura, tanto si se consideraba que la literatura contaba con su propia historia como que ésta se subordinaba a otros eventos sociales o políticos, la noción de literatura comparada dependía, en términos lógicos, de la existencia anterior de unidades discretas e idénticas consigo mismas, las naciones, que luego podían compararse y contrastarse entre sí.
	Cuando el comparatismo decimonónico hubo establecido sus unidades, describió sus respectivas interacciones de cuatro modos distintos. En primer lugar, un género o grupo de géneros evoluciona hasta conseguir un estado de madurez o de perfección que traiciona a sus orígenes. En segundo lugar, las unidades o subunidades pueden emigrar a través de las fronteras y así ejercer su “influencia”. En tercer lugar, cada unidad existe y evoluciona acorde a unas condiciones, a una naturaleza y a unas circunstancias particulares. En cuarto y último lugar, se postula la existencia de una evolución global del “género”, llamado literatura universal o literatura europea, en la que, como en el avance de la marea, cada nación tiene un turno para estar en la cresta de la ola. Aunque cada nación lucha por mantener su predominio sobre las otras naciones, consigue mantener esta posición solamente durante un periodo de tiempo limitado. Así, el objetivo cosmopolita consistía en demostrar la interdependencia de las literaturas nacionales a través de fronteras lingüísticas y, por tanto, su participación mutua en un único proceso superior.
	En breve, el método comparatista busca semejanzas más allá de las fronteras nacionales y o bien encuentra lo que tienen en común las naciones o bien deja de ser una disciplina viable: ahora bien, necesariamente encuentra algo común puesto que, al menos en occidente, todas las naciones forman parte de una única civilización. 
	También es necesario mencionar que la literatura comparada se ha basado en tres principios: 1) lo individual existe en y por sí mismo; 2) los individuos o bien son especies de una clase superior, la totalidad o el género, definido por lo que tiene de común con el primero, o la totalidad es el único individuo que existe total y completamente, teniendo las especies una existencia solamente parcial; 3) el método comparativo debe buscar lo que es común, similar, lo mismo en las especies y los géneros. 
Dentro de los problemas centrales de la literatura comparada están aquellos sobre las relaciones entre los períodos, estilos, y literaturas nacionales también pueden tratarse de acuerdo con los principios dialógicos de Otredad. De ese modo, ya que la referencia ocurre solamente en relación con un sistema, un estudio intertextual de este tipo es un requisito necesario de cualquier análisis sólido sobre la relación del texto o del estilo con el mundo. 
La literaturas africanas en el campo de los estudios comparatistas (Jacques Chevrier)
En el campo de la literatura africana contemporánea se desenvuelve un juego de interferencias cuya comprensión pasa necesariamente por una aproximación interdisciplinar que aúne la antropología, la historia y la sociología con cuestiones más específicamente retóricas. La aproximación a las literaturas emergentes permite preguntarse con provecho sobre la noción misma de la literatura, sobre las relaciones que establece con el sustrato de la tradición oral, o incluso sobre la función del escritor, al que la ideología de la descolonización inviste frecuentemente con una especie de “misión” simbólica respecto de su “pueblo”.
	Dentro de un análisis que realiza Sartre, se aprecia ya cómo se perfilan dos actitudes que definen un doble sistema de lectura en relación con la literatura africana. De una parte, una aproximación ecuménica, dispuesta a recuperar esta literatura y englobarla en una serie de corrientes más generales, surrealismo, literatura revolucionara y proletaria, etc.; de otra, una lectura que procura más bien identificar sus características propias, su especificidad. 
	Como expresión de una conciencia que durante mucho tiempo ha estado oculta, es natural que las literaturas africanas intenten desembarazarse de la aproximación globalizadora y eurocentrista que no veía en ellas más que la rama exótica de las literaturas europeas. Para delimitar el campo de los estudios literarios africanos, por tanto debemos situar las obras en un contexto histórico dado, lo que permite a la vez mostrar su escalonamiento en el tiempo, su diversidad y, sobre todo, sus diferencias de estatuto. 
	En este panorama, la literatura oral ocupa, evidentemente, el primer lugar cronológico: esta literatura secular, cuyo orígenes se pierden en la noche de los tiempos, está constituida por mitos, cuentos, panegíricos y epopeyas y ha sido objeto de muchos trabajos de orientación antropológica o lingüística y más raramente literaria; su importancia se reconoce hoy unánimemente aunque no sea más que por la función cultural dominante que continúa ejerciendo para el 80% de los africanos que está al margen de la alfabetización. Otra forma de abordar el problema consiste en preguntarse sobre la estructura misma de las obras literarias producidas por escritores africanos, de tal forma que puedan discernirse, tanto en el plano del contenido como en el de la forma, la parte de influencia autóctona de la parte de la influencia extranjera. El peso de la herencia tradicional varía, evidentemente, de un autor a otro y de un período a otro. 
	Por otro lado, la literatura es, en sí misma, una respuesta a las solicitaciones e incluso a los desafíos de nuestro medio y de nuestro tiempo, y por ello se impregnan, naturalmente, de las corrientes ideológicas que subyacen e informan el lugar de la producción. La literatura se constituye en el espejo de la consciencia colectiva. En efecto, se puede decir que una literatura existe desde el momento en el que pone a disposición del lector un número de obras específicas que, por su temática o por su escritura, las arraigan en una cultura o en los modelos en lo que ésta se inspira. 
El imperio contraescrbe: introducción a la teoría y la práctica del postcolonialismo. (Bill Ashcroft, Gareth Griffiths y Helen Tiffin)
La literatura constituye una de las vías de expresión más importantes de estas nuevas percepciones ya que la realdad diaria de la gente colonizada se encuentra codificada en la escritura y en otras artes como la pintura, la música y la danza, en virtud de las cuales ha ejercido una profunda influencia.
	Puede parecer que las bases semánticas del término “postcolonial” sugieren exclusivamente una preocupación por la cultura nacional después de la marcha del poder colonial. En ocasiones anteriores, el término se ha utilizado para distinguir entre los períodos anteriores y posteriores a la independencia (período colonial y período postcolonial). Sin embargo, en términos generales, la palabra “colonial” se ha usado para designar el período anterior a la independencia, y la expresión que indica literatura nacional, se ha usado para el período posterior a la independencia. A pesar de ello, usamos el término “postcolonial” para referirnos a toda cultura afectada por el proceso imperial desde el momento de la colonización hasta nuestros días. En este sentido, el postcolonialismo se interesa por el mundo durante y después de la dominación imperial europea y los efectos de ésta en las literaturas contemporáneas. 
Las literaturas postcoloniales se han desarrollado en varios estadios en los que puede verse una correspondencia con la conciencia nacional y regional y con el proyecto de afirmación de la diferencia respecto del centro del imperio. Duranteel período imperial, la escritura en la lengua de la metrópoli está producida, naturalmente, por una élite literaria que se identifica, en primera instancia, con el poder colonizador. Por ello, los primeros textos coloniales en la nueva lengua suelen ser obra de “representantes” del poder imperial. 
Uno de los rasgos principales de la opresión imperial es el control sobre la lengua. La educación imperial impone una versión estándar del lenguaje metropolitano como norma y margina todas las variantes por impuras. Así, la lengua es el medio por el que se perpetúa la estructura jerárquica del poder, y el medio por el que se establecen los conceptos de verdad, orden y realidad. El surgimiento de una voz postcolonial efectiva rechaza ese poder. Por este motivo, el debate que sigue sobre la escritura postcolonial es, en gran medida, un debate sobre el proceso por el cual la lengua, con su poder, y la escritura, con su significado de autoridad, han conseguido desembarazarse del poder hegemónico europeo. 
Una de las características principales de las literaturas postcoloniales es su interés por tratar las consecuencias de lo que significa estar dentro y fuera de lugar. La singular crisis postcolonial de identidad nace con la preocupación por el desarrollo o la recuperación de una relación significativa y eficaz entre el yo y su lugar. La dialéctica del estar dentro y fuera de lugar es siempre un rasgo principal de las sociedades postcoloniales tanto si éstas han aparecido como resultado de la colonización, de la intervención política o de ambas. 
La práctica discursiva más ampliamente compartida y donde puede identificarse esta alienación es en la construcción del “lugar”. La brecha que se abre entre la experiencia del lugar y el lenguaje disponible para describirlo forma un rasgo clásico y omnipresente de los textos postcoloniales. Por último, la idea de una teoría literaria postcolonial emerge de la incapacidad de la teoría europea para tratar de forma adecuada la complejidad y la variedad cultural de la escritura postcolonial. Las teorías europeas surgen de tradiciones culturales concretas que se esconden tras falsas nociones de lo universal. Las prácticas postcoloniales cuestionan radicalmente teorías sobre estilo y género, prejuicios sobre los rasgos universales del lenguaje, epistemologías y sistemas de valores. La teoría postcolonial surge de la necesidad de tratar esta práctica diferente. 
La literatura comparada como disciplina de descolonización. (Armando Gnisci)
La literatura comparada es una disciplina académica que nació en Europa y América del Norte. Desde sus orígenes, se ha definido siempre como una disciplina “en crisis”. A medida que extienda la amplitud de sus conocimientos, esta forma de estudio de la literatura desde el punto de vista internacional se interrogaba sobre su identidad, su legitimidad, sus límites, sus objetivos. Esta autocrítica incesante, pero a fin de cuentas fisiológica y constitutiva está hoy a punto de llegar a su término. Otros consideran inevitable a partir de ahora la superación de la literatura comparada por nuevos intereses de estudio, expresión directa de los problemas fundamentales de la cultura mundial de nuestra época. Se trata de a) los estudios sobre la traducción, b) los estudios sobre la descolonización cultural, c) los estudios interculturales. Algunos añaden a dicha lista: d) los estudios feministas. 
	La literatura comprada no puede segur siendo considerada un sector de especialización, una disciplina ya trasnochada, típica de la tradición académica euroamericana. Por el contrario, en los últimos años se ha transformado en una ciencia del encuentro que ofrece a los intelectuales de cualquier origen la ocasión de medirse unos a otro y de compararse entre sí. Lo que permite ese diálogo no es la existencia de un mismo tema de estudio o de un mismo campo de investigación, sino la experiencia del encuentro en sí, cuyo fin es el diálogo sobre todas las literaturas a todos los niveles. 
	Lo que hoy constituye el objeto de investigación de la literatura comparada son los contenido mismo, por así decir, y los problemas comunes al nuevo orden mundial de los estudios literarios, esto es: a) el proceso de descolonización cultural; b) el fenómeno mundial y omnipresente de la traducción; c) las comparaciones entre las diferentes culturas por medio de sus tradiciones literarias. 
	La literatura comparada encarna un saber literario que nace de la comparación y el diálogo entre identidades diferentes mediante los cuales es posible comprender mejor la diversidad y aumentar las oportunidades y las razones de la unicidad. Comparar significa, pues, estudiar y trabajar juntos en el respeto de las diferencias para crear una nueva dimensión comunicativa: la de la hospitalidad recíproca. Una hospitalidad que se realiza y caracteriza por nuestra disponibilidad para escuchar y traducir al otro, y viceversa. Como última cuestión, como los demás hombres de letras, creo que la literatura constituye en todo el mundo la única forma de relación lingüística compartida por todas las culturas, la única capaz de considerarlas iguales y traducirlas. Ninguna literatura ha exterminado o reemplazado jamás a otras. 
¿Comparado con qué? Feminismo global, comparatismo, y las herramientas del amo. (Susan Sniader Lanser)
Mientras el comparatismo a veces ha hecho feminismo sin perturbar significativamente sus fundamentos teóricos como disciplina, el feminismo académico occidental, por el contrario, se ha definido en su formulación teórica como comparatista sin hacer comparatismo en la práctica. El predomino de los estudios de “influencia” en la literatura comparada refleja ese compromiso intertextual del modo más literal al suponer que las obras son lo que son por la literatura (universal) que las ha precedido. Las obras “menores” se estudian generalmente en relación con las “grandes” obras o para apoyar una textualidad universal. Las diferencias políticas y lingüísticas se vuelven “barreras…artificiales” que han “confinado el estudio de la literatura”. Tal entorno excluye fácilmente de la grandeza los escritos de las mujeres de todas las razas que no cumplan las normas o carezcan de conexiones comparatistas con los textos tradicionales. Los cánones de la literatura comparada han incluido mujeres esencialmente al seleccionar obras individuales que acatan sus valores estéticos y pueden estudiarse sin tener que plantearse el tipo de cuestiones que planteara el feminismo. 
	Obviamente la predilección por las viejas obras y las culturas largamente alfabetizadas devalúa implícitamente los escritos de mujeres y las literaturas “emergentes”. El comparatismo creció en una era de nacionalismo imperialista que algunos comparatistas esperaban combatir al proclamar el espíritu transnacional de las ciencias humanas. Este programa deba parecer especialmente urgente en los años en los que la literatura comparada se estaba desarrollando en Europa y Estados Unidos, ya que eran los años en que los países más de lleno colaboraban en el proyecto comparatista, Francia y Alemania, eran enemigos acérrimos. “Por encima” de los límites nacionales y las identidades partidistas había seguramente una crucial estrategia de resistencia, una manera de preservar no sólo las relaciones personales y universitarias, o incluso el proyecto académico de literatura comparada, son la propia “cultura”.
	Toda práctica literaria implica una concepción del comparatismo que se basa en la presunción de la diferencia como premisa al menos igual a la presunción de similitud. Esta posición abre maneras infinitamente más complejas de entender las relaciones textuales de raza, sexo, región o colona, y de reconocer que una parte considerable de la literatura universal es “fronteriza”. La clave para esta práctica revisada está en la idea de lo que llamo especificidad comparativa, que englobaría diferencia y similitud, pero nunca disolvería un texto, idea, escritor, grupo o momento en un todo seguro y homogéneo. Así una literatura comparada globalfeminista debería tener en cuenta que los comparatistas son individuos formados en una cultura. “Comparar” no significaría ni una negación de esas especificidades ni un confinamiento en ellas, sino un compromiso dialéctico entre lo que Adrienne Rich llama una “política de localización” y lo que Virginia Woolf llama una “libertad de lealtades irreales”, que juntas permitirían que uno se quedara “fuera” de la cultura misma en la que se sitúa a si mismo y a su trabajo. 
La literatura comparada y la traducción. (André Lefevere)
La reserva con la que los primeros comparatistas trataron la traducción se vuelve comprensible cuando nos damos cuenta de que las primeras formulaciones sobre literatura comparada estaban atrapadas en un momento histórico de cambio entre la primera y la segunda generación de escritores románticos de Europa. La primera generación tenía una actitud cosmopolita, y una de sus figuras más representativas fue Madame de Staël. Los representantes de la segunda generación de escritores y pensadores románticos se retiraron tras las fronteras de las literaturas nacionales, abandonando el cosmopolitismo que sus predecesores habían heredado de la ilustración. El cosmopolitismo fue sustituido por el nacionalismo, por el sentimiento de pertenecer a un pueblo determinado. 
	Esta nueva actitud nacionalista fue probadamente perniciosa para el pensamiento teórico sobre la traducción, aunque algo menos para su práctica, cuando las universidades de Europa empezaron a implantar cursos en las literaturas nacionales del continente. El estudio de las literaturas nacionales pudo organizarse en las universidades sin demasiada oposición, pero tuvo que establecer su propia respetabilidad académica en contra de su principal competidor: el estudio de las literaturas clásicas, que era mucho más antiguo y rehusaba las traducciones o, al menos, eso afirmaba. 
	Las traducciones se convirtieron en necesarias en la literatura comparada en el momento en el que la disciplina intentó moverse más allá de las literaturas europeas. Sin embargo, las traducciones fueron tratadas como un mal, aunque necesario, durante un largo tiempo: se producían y criticaban principalmente desde el punto de vista de la exactitud, que se corresponda con el uso que se hacía de la traducción en la enseñanza de literaturas clásicas y nacionales pero que, de nuevo, no aportaba ninguna reflexión sobre el fenómeno de la traducción como tal. Se dio, de igual manera, una sacralización de textos canónicos, la cual llega muy lejos para dar razón de las diferentes fortunas de la traducción y de la crítica en el estudio de la literatura. Aunque esencialmente ambas reescriben el texto, y ambas lo hacen al servicio de alguna ideología y de alguna poética, esto parece obvio en el caso de la traducción mientras que no lo parece en el caso de la crítica. En la primera y la segunda década del siglo XX, Walter Benjamin y Ezra Pound, independientemente y desde dos tradiciones diferentes, afirmaron que las traducciones renovaban u otorgaban una nueva vida a los originales. El punto más importante de dicho argumento es la idea de traductor como dador de vida. Esto otorga al traductor cierto poder: los textos que no se traducen no perviven. 
	Sin embargo, en las décadas de los setenta y ochenta fue progresivamente más difícil evitar reflexionar sobre el fenómeno de la traducción por dos razones: el advenimiento de una manera de pensar sobre la literatura que enfatizaba la recepción de los textos, y no su producción, y la llegada de la deconstrucción. La teoría de la recepción establecía que la influencia que una obra literaria tiene en su propia cultura depende, en buena medida, de su recepción, es decir, de la imagen que crea la crítica. La relación con la traducción es obvia: el impacto de una obra traducida no sólo depende de la imagen creada por la crítica, sino principalmente de la imagen creada por los traductores. 
La literatura comparada y la aproximación sistémica a la literatura y la cultura. (Steven Tötösy de Zepetnek)
Se pretende presentar, en este artículo, los principios y postulados básicos de varias aproximaciones teóricas y metodológicas actuales al estudio de la literatura que, en conjunto, pueden designarse como “sistémicas” Estas aproximaciones a la literatura y la cultura tienen un rasgo común: poseen un método sólido y, a pesar de su semejanza con los estudios culturales, se centran en primera instancia, en la literatura. Así, esta aproximación es, en lo fundamental, la de los estudios culturales y como tal propone una consideración de la literatura en su inmediato contexto cultural; de ese modo la literatura comparada es la que más puede beneficiarse de estos postulados, porque, de este modo, la naturaleza incluyente noción sistémica (per se) de la literatura comparada se enfatiza ulteriormente. 
	En el estudio de la literatura, los orígenes de la aproximación sistémica pueden rastrearse en el estructuralismo, la sociología de la literatura y el formalismo ruso; tanto conceptual como en históricamente, la noción de sistema puede retrotraerse a la idea goethiana de Weltliteratur. La visión de la literatura como un campo interrelacionado de partes en el que las partes son las distintas literaturas nacionales, y en las que los géneros son partes aún más pequeñas, se desarrolló posteriormente en la idea de que esas literaturas debían estudiarse de un modo determinado. 
	En el estudio de la literatura se ha utilizado también el concepto de institución, que, en más de un aspecto, es paralelo a la noción de sistema. En la situación actual, las teorías sistémicas aplicadas al estudio de la literatura proceden, fundamentalmente, de la sociología, de la sociología de la literatura y de las teorías de la comunicación. Debe observarse que la aproximación sistémica a la literatura, en general, se refiere a una microestructura, aunque también puede entenderse en el contexto de una literatura como macroestructura. 
	La aproximación sistémica calificada de ‘institucional’ ha sido descrita pormenorizadamente por Jacques Dubois. La análoga conceptual de “sistema literario” y de “institución literaria” puede explicarse a partir del siguiente punto: las instituciones (o subsistemas) son componentes de los sistemas cuando la literatura se concibe como un sistema de sistemas. En la aproximación sistémica y comparativa, y en los postulados de la SEALC, el temprano trabajo de Douwe Fokkema, “Comparative Literature and the New Paradigm” (1982), contiene la sucinta sugerencia siguiente: “el nuevo paradigma se compone de a) una nueva concepción del objeto de la investigación literaria; b) la introducción de nuevos métodos; c)una nueva percepción de la relevancia científica del estudio de la literatura y d) una nueva visión de la justificación social del estudio de la literatura”. Esta definición operativa parece la más eficaz, tanto en su construcción como en sus postulados. 
Raúl Martín Hernández Juárez

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