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Hay algo más que subjetiviad en la investigación?

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¿HAY ALGO MÁS QUE SUBJETIVIDAD EN LA INVESTIGACIÓN?
Complicado exponer en cinco cuartillas las complicaciones que han ocurrido con el trabajo y con el equipo, pues el tema no deja de desbordarnos todo el tiempo. Aun así, haré un esfuerzo por presentar una panorámica y no chorear demasiado, pero antes situaré a éste que, me dicen, soy yo.
Sobre la implicación
Un creciente interés por la experiencia psicodélica surgió en mí desde hace poco más de un año, y no sé bien por qué. Varios factores pudieron haber influido. En un primer momento la curiosidad me llevó al consumo de cannabis, la primera experiencia (en primer trimestre) fue terriblemente impactante por lo sensorialmente novedoso del asunto, luego fui descubriendo que, bien intencionada, facilita emergencias inconscientes de las que uno puede sorprenderse, asustarse y aprender simultáneamente; y como segundo factor que ahora observo como relevante para el surgimiento de tal interés: durante nuestra investigación (en cuarto trimestre) en el temazcal del Centro Holístico Tlalocan, nos hablaron sobre una ceremonia que llevaban a cabo cada tanto en la que involucraban el consumo de peyote (jícuri, le llamaban), una ceremonia con propósitos espirituales y de sanación. Este interés por la experiencia psicodélica me abrió a un tema totalmente desconocido y cuya perspectiva estaba cambiando radicalmente en mí, comenzaron a derrumbarse muchos de mis prejuicios. Luego de un tiempo encontré, en relatos de personas que habían experimentado con sustancias psicodélicas, que los efectos más significativos que posibilitaban éstas no eran los que popularmente más se presumían, como la visualización de caleidoscopios coloridos o la sinestesia, que es un entrecruzamiento de los sentidos, sino unos tal vez más sutiles y complicados de comunicar: la remembranza autobiográfica; la vivencia de traumas pasados; la despersonalización, donde uno es capaz de observarse desde fuera, desde la mirada de algún otro, y por tanto, sinceramente, sin juicios ni justificaciones; o la muerte del ego, donde la persona transita por un proceso de muerte subjetiva, que se vive como real, y que culmina en la plena desidentificación del cuerpo físico y los contenidos subjetivos, para experimentar la plenitud de una fundición con la totalidad de la existencia y que se experimenta como una verdad absoluta.
Este apasionante recorrido me fue llevando de una cosa a la otra, fui cayendo, rebotando como una pelotita de pinball, hasta que miré atrás y ya no me reconocía en aquel quien fuera hasta la mitad de mi trayecto por la carrera. Racionalmente (no podía ser de otra forma por aquel momento) fueron irrumpiendo en el aparato conceptual (perfectamente articulado sobre cómo según yo funcionaban las cosas) desde el que me movía, pensaba, sentía (aunque por aquel momento fuera sólo un poco más sensible que una piedra), ideas de la espiritualidad y la mística, que, hasta entonces, hubiera criticado incisivamente y desacreditado como absolutamente falsas, irrelevantes, sin valor de ningún tipo, de regresiones infantiles y pre-psicóticas, o ya psicóticas de plano (qué tradicionalmente académico me veía…). Este recorrido terminó (en realidad sólo empezaba) desembocando en un proceso que transformó, no sólo mi representación del mundo, sino mi experiencia de vida, una vez interiorizados tales conceptos comencé a sentirlos. Comencé a experimentar conscientemente cómo es que está desmoronándose todo el tiempo ese cascarón que nos rodea el cuerpo, cómo uno quisiera tener mil manos para sostener todos los trozos fracturados, deteniéndolos para evitar que se desprendan, sintiendo cómo la nada nos asecha, hasta que fui experimentando, poco a poco y con mucho miedo, que en realidad no nos asecha nada, sino que incluso nos guía, aunque no deja de dar vértigo.
En algún momento de la caída di con eso que le llaman “psicologías transpersonales”, disciplinas que se acercan rigurosamente a estos conceptos y experiencias de la espiritualidad y la mística, partiendo de una transformación sobre lo que, modernamente, se ha intentado entender de la consciencia, y aquí me veo obligado a copiar y pegar, descaradamente, un párrafo de otro ensayo:
Estos paradigmas que están haciendo estudios rigurosos desde la observación y la experiencia de que la consciencia no es producto ni de un proceso neuroelectroquímico del cerebro, ni de la sujeción de un cuerpo a un mundo simbólico, sino que todo esto es sólo un medio que posibilita su manifestación, su manifestación como el espacio vacío que posibilita que el mundo se manifieste; la consciencia como el continente entre cuyos contenidos se encuentran el propio cuerpo material, físico, biológico, así como el sujeto histórico que se ha hecho de ese cuerpo, contenido con el que la consciencia se identifica erróneamente. Si tanto el cuerpo como el sujeto (ego) con los que nos identificamos pueden ser observados por uno mismo, es porque hay algo que los observa. No podemos mirar directamente nuestros propios ojos, el ojo no forma parte del campo de visión, pero es absolutamente necesario para que tal fenómeno visual se produzca. Esta es otra forma con la que me gusta ejemplificarlo: entre la proyección y la pantalla donde se proyecta hacen la película, así como entre lo observado y el observador hacen al mundo, la proyección es el contenido que requiere de un espacio para manifestarse, la pantalla es el continente, el espacio vacío que posibilita su manifiestan, ese espacio vacío es el observador, la consciencia, y no el sujeto ni el cuerpo. Aquí sucede algo curioso con nuestra tendencia a la identificación, a sujetarnos de algo para tapar el agujero: si me identifico erróneamente con la consciencia, entendida en estos términos, dos afirmaciones contradictorias se afirman simultáneamente, la dualidad comienza a fracturarse: o todo es un “afuera” de mí (incluso aquello que creo que soy), mi cuerpo, mis emociones, mis pensamientos, así como los árboles, el suelo, los otros, pues “soy” distinto de todo lo que observo; o todo es un “adentro” de mí, pues “soy” la condición que posibilita todo contenido, toda manifestación. Pero no es un adentro ni un afuera, el observador y lo observado no son elementos distintos, lo uno no puede ser sin lo otro, el observador es lo observado, pero como fijamos (¿“fijamos” quién?) nuestra identidad en un punto de lo observado, vivimos cotidianamente ensimismados, encerrados en una figura egoica que no es más que una imagen, un fragmento.
Y de aquí: de entender a la consciencia como unificada en algún momento de su evolución, evolución a la que dedicar la vida a través de una disciplina espiritual (lo que sea que eso signifique) que de a poco vaya desbordando la singularidad propia; de entenderme como un “yo” que no soy, como un yo que no es más que condición de posibilidad, que deja de ser lo que es en el momento de la enunciación, una no-identidad vertiginosa, que me arrastra (así como a los planetas y las motas de polvo) desde mi ilusión de control, y me arrastra porque me resisto; de entenderme como el monitor frente a mí, consciente, observándose, como las teclas que se pulsan a sí mismas usando mi cuerpo como medio para escribir esto; de entender tales cuestiones no sólo intelectualmente, sino con la disposición suficiente para poder rendirme y experimentarlo (haciendo un esfuerzo por prestar plena atención al momento eterno de la acción y por no entrometerme en este flujo espontáneo e inteligente, sin intentar predecir el movimiento, descolocándome absolutamente del saber); y de coincidir con mis compañeros de equipo, es más o menos de donde surge la investigación, y con ella, todas las dificultades que ha implicado.
La problemática de la problemática
Soy de la creencia… de que uno verdaderamente no conoce algo hasta el momento en que lo percibe, que lo experimenta, hasta entonces sólo son creencias, por más lógico y convincente que pueda ser el hilo argumentativo de la cuestión, pues la razón es curiosa, del mismo punto de partida puede llegara conclusiones absolutamente opuestas, pero la experiencia es contundente, no deja espacio a la duda a menos que una creencia se entrometa en ella, de ser así entonces uno ya quedó ciego. ¿Y por qué en ocasiones uno llega a experimentar de forma distinta el mismo evento?, bueno, porque en realidad no es el mimo evento, es lo que tienen los conceptos, capturan, fijan las ideas, las cosifican, hacen creer que son objetos fijos, cuando en realidad son procesos, permanentemente cambiando. Y en ese permanente cambio se encuentran las ideas que sirven de soporte a la investigación, me gustaría alardear que así lo quisimos, pero en realidad fue porque, cada vez que las teníamos en frente, a punto de ser sujetadas, se nos escurrían entre los dedos y nos tocaba volver a buscarlas, a repensarlas.
Este tema vivo y permanente moviéndose, quitándose, a veces me agobia, otras, me frustra, me enseña, me calma, me cautiva, me desborda, me conmueve y vuelve a agobiarme. Me muestra claramente ese flujo entre opuestos, pues me lleva de una punta a la otra en todo momento: a veces quisiera devorar tantos textos que termino no leyendo más que índices y contraportadas; días completos puedo pasarlos subrayando y haciendo notas sobre cosas que no entiendo por lo complejas que son, por lo simples que son, o porque tienen que quedarse así, sin entenderse; y luego semanas enteras sólo no quiero saber nada de la investigación. Es finalmente el vértigo, lo incierto (con el que siempre nos las arreglamos para ignorarlo), el que me mantiene así, fluctuando, pues a veces quiero confiar en él y sentirlo, y a veces no, porque me da miedo. ¿Que los afectos infantiles son ambivalentes?, miremos, pues, al frente y adentro, veremos que no hay más que niños jugando a ser adultos, señalando a los “adultos” para llamarles ficciones, locos o santos, según el ánimo.
¿Cómo tratar con ideas inabarcables, inconceptualizables?, ¿cómo puede mantenerse en pie una investigación cuyos cimientos son tales? Hemos probado algunas alternativas y aún no conseguimos erguir nada, pues ¿cómo erguir algo con ideas que buscan abarcar lo impensable, lo irrepresentable?, ¿qué de lo irrepresentable es representable?, ¿con qué de eso podemos trabajar?, ¿qué de eso debemos soltar?, ¿qué fijación obsesiva no nos permite soltarlo?, luego de meses siento que seguimos con las mismas dificultades a las que desde el principio nos enfrentamos, aunque, no sé ni cómo, alguna forma tiene el trabajo, el vértigo hace sus cosas aunque parezca que no. ¿Cómo es que me resulta tan complicado llevar a lo académico articulaciones discursivas que no me cuesta ningún trabajo mirar en mi vida cotidiana?, ¿y qué lo académico no forma parte de mi vida cotidiana?, ¿dónde empieza lo uno y termina lo otro?, intentemos resolver esta dicotomía.
Lo cotidiano y lo académico. En lo cotidiano esta “lógica conciliadora” brota por sí sola en mis observaciones, lógica que no funciona en la intelección académica, ¿por qué?, sigamos un hilo de pensamiento espontáneo (inauténtico, posteriormente corregido en busca de la coherencia, dentro de los límites académicos) para intentar resolverlo: la mejor manera de hacer esto es soltando el control, pensando en “tiempo real”, permitiendo a la espontaneidad hablar, que mi cuerpo se vuelva medio, tratar de no oponerme, no resistirme, entregarme a la experiencia… pero la lógica académica no me lo permite, lo detiene (lo detuvo), vuelve a sujetarme al pensamiento concreto, a la articulación de procesos pre-pensados por lógicas teóricas, por dinámicas argumentativas, cayendo una y otra vez en lo mismo, pero de manera distinta. De alguna forma uno necesita permanecer constantemente remitiendo a lo que ya fue (lo que ya se dijo), y que creemos, es lo que sigue siendo. No puedo pensar algo sin pensar lo ya pensado, ¿dónde queda la auténtica creatividad ahí, si sólo estoy reciclando ideas? De alguna forma es como si lo académico absorbiera lo cotidiano, me hace parar constantemente, ver si lo que ideé es coherente, entendible, si está bien argumentado, y eso me hace caer nuevamente sobre las misas cosas, como sucede ahora. Pensamiento circular, intento por capturar la multidireccionalidad del flujo de la vida. ¿En lo cotidiano cómo ocurre?, sólo suelto, si tiene sentido o no da igual, no puedo congelar el tiempo (como se supone que hago al articular la reflexión intelectual sobre algo, como si ese algo dejara de moverse), y cuando creo que sí, en realidad sólo me congelo yo, en un recuerdo, una fantasía, una predicción, me congelo y me pierdo de lo que sí está aconteciendo, por ello prefiero soltar, soltar la coherencia, el sentido, la representación, permito al movimiento andar, me gusta sólo prestar mi atención, mi sensibilidad. La lógica académica me obliga a fragmentar para intelectualizar, trabajar con los fragmentos. A mi lógica cotidiana (cuando reubico a la razón, quitándole su protagonismo) no le importa ser capturada por lo académico, decir o no lo que realmente quiero decir, ser malentendido, el peso que lo académico pone sobre mí lo borra, entiendo entonces que lo académico se trata de esto y lo acepto, reconociendo que el intelecto no lo es todo, que no tiene sentido lo que pretende hacer, que tiene una manera chistosa de hacer las cosas. Entonces, ¿quién absorbe a quién?
El discurso académico me limita en mi exploración, pues me obliga a entrar en su lógica discursivo-argumentativa para, desde ahí, pretender salir de ella. Y en esa limitación, buscando cómo continuar acercando estos paradigmas (que no entiendo) emergentes de “lo transpersonal” al mundillo académico, me encontré con la idea de la muerte del sujeto (un concepto que tampoco entiendo, pero que me deja pensando cosas) desde Heidegger: un anti-humanismo, partir de que el poder de manifestación del Ser necesita del “hombre”, así como el hombre es hombre sólo en tanto que se encuentra en dicha manifestación, una onto-antropología, retirada del sujeto como substancia fundamento de todas las cosas, temporalización del tiempo, entendiendo que el sujeto es un ente constitutivamente histórico, plástico, mutable, esencialmente, pues, vacío, condición de posibilidad[footnoteRef:2]. Y desde aquí pretendernos movernos por ahora (desde aquí y desde delegar el trabajo, de conceptualizar las ideas-cimiento de la investigación, a los entrevistados) ubicando lo transpersonal como un momento post mortem, hasta que vuelva a derrumbarse este jenga llamado investigación. [2: Martin A. De Mauro, “De sujetos y representaciones: la muerte del sujeto en M. Heidegger, Cuadernos FHyCS, 2009. Consultable en:
	https://www.aacademica.org/martindemauro/15] 
Una pregunta olvidada
“¿Cómo es que la experiencia transpersonal resignifica la vida cotidiana?”, esta fue la pregunta de investigación que planteamos en el primer coloquio, una pregunta que no recordé desde la entrega del primer borrador-propuesta, hasta la invitación a redactar este ensayo. ¿No se supone que tal pregunta es lo que dirige un proceso de investigación?, ¿cómo hacer eso cuando el proceso nos burla, nos dirige?, aunque mirando el contenido de las entrevistas que se han realizado, algunas tentativas respuestas hubo, curioso. Y no sólo eso, pues introducimos a los entrevistados en nuestra reflexión, no para interpretar sus discursos nosotros como investigadores, sino literalmente, pensamos en conjunto con ellos, se ubicaron en nuestro vértigo bajo la consigna de: “el trabajo es sobre experiencias que tienen que ver con la extrañeza de uno mismo, como si uno fuera otro, con el no reconocimiento del cuerpo, de su movimiento, o de contacto con algo que va más allá de uno. No sé si te suene a algo que hayas vivido”. Se contradijeron, conciliaron sus contradicciones, hablaron apasionadamente, describieron su sensación de no alcanzar con palabras lo que querían decir, y nos sentimos tan identificados… nos ayudaron a seguir pensando, a ver que no hay nada que pensar, y ahora, luego de buscar sus similitudes para construir de alguna forma el campo, toca pensarsus diferencias. ¿Cómo pensar las diferencias cuando no escucho más que lo común en sus descripciones, en sus énfasis, en sus ritmos?, es como escuchar a alguien del equipo, y eso me incomoda un poco, ¿será que estoy sesgando todo?, ¿será que todo el equipo estamos sesgando todo?, o ¿por qué coincidimos tanto?
***
¿Cuál es mi interés por el trabajo?, muchas veces siento que no sé, construyo algo, luego se me olvida, lo recuerdo, observo que ya no es lo que siento, vuelvo a construirlo y entonces la investigación se mueve…
Qué pregunta tan interesante (me incomoda tener que decirlo yo) la del título de este ensayo. Mucho de mi mirada no lo miro como subjetivo, porque ni es mío, entiendo que requiero traer al discurso tales observaciones para comunicarlas, pero yo las vivo como otro, como otro que es el yo que se pierde en el enunciado. Ya ni sé a quién decirle “yo”, a quién decirle “yo”, a quién decirle “otro”, el “yo sujeto”, el “yo observador”, el “yo observado”, el “yo institución”, el “yo cotidiano”, el “yo académico”, todos fragmentos producidos por el intelecto para intentar conocer, sin sospechar que cuando los fragmenta perdió toda posibilidad de verdaderamente conocer. Aquí referiré a un señor indio a quien me gusta escuchar, le dicen Sadhguru: cuando habla del intelecto menciona que es como un cuchillo afilado, que lo que hace es cortar, despedazar las cosas con la intención de conocerlas, conocer su interior, sus detalles, pero termina obteniendo sólo datos sobre ellas. Lo que hace el intelecto con una flor, por ejemplo, es cortarla, mirar su interior, sus pétalos, sus pistilos, las moléculas que le dan su aroma, pero no se da cuenta de que lo que tiene ya no es una flor, destruyó la experiencia de la flor en su intento por conocerla. Está bien para hacer tecnología, pero al basar la experiencia de vida en el intelecto uno termina despedazándose a uno mismo. No sé por qué salió esto, pero no me importa, lo voy a dejar.
Y si la respuesta a la pregunta del título fuera un “sí”, qué más da, ¿eso descalificaría todo lo dicho?, otra crítica académica tal vez pudiese descalificar el conocimiento producido, pero, ¿quién me quita lo que me dejó, lo que me está dejando, lo que deja en quienes nos escuchan? No sé qué es la experiencia, no sé qué pretendo con el trabajo, tengo la duda de si estoy sabiendo escuchar a los entrevistados, y aunque a veces no me dé cuenta, estoy tranquilo con ello.
Bibliografía
De Mauro, M. A., “De sujetos y representaciones: la muerte del sujeto en M. Heidegger”, Cuadernos FHyCS, 2009.
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