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iLK, L. Para que los padres comprendan a sus hijos. Emece. enos Aires, 1973. \ L T E R , B.D. , Nuevos métodos de educación sexual Emece, )rme. 3a. edición 1972. Buenos Aires, 1973. 27 ¿Qué es el Complejo de Edipo? ^ Ana Teresa Torres E l niño, antes del Edipo, experimenta pulsiones parciales, activas y pasivas, en las cuales el placer y el displacer están ligados a la libido pregenital. Cerca de los tres años se distingue como predominante una nueva fuente de satisfacción ligada a las zonas genitales, que constituye la pulsión fálica. Antes de desarrollar esta etapa psicosexual conviene subrayar una diferencia importante entre necesidad y deseo: las necesidades de hambre, calor, contacto, se localizan en distintas partes del cuerpo, son diferentes a las pulsiones que corresponden a la erogeneidad, y que aparecen predominantemente en la boca, ano y genitales. Entre el niño y los padres se ha ido estableciendo desde el inicio de la vida un código de necesidades y pulsiones que se entrecruzan y confunden; se ha estructurado también, y esto es un concepto fundamental del psicoanáHsis, un vínculo de deseo erótico, que está más allá de la satisfacción afectiva o pulsional y que corresponde a la atracción hacia un objeto sexual. Si durante las primeras etapas las relaciones entre el niño y los padres fueron lo suficientemente adecuadas, se habrá construido una estructura coherente de afecto, de lenguaje, de erotismo en la que coexisten múltiples códigos de necesidades, deseos, pulsiones, organizados en una relación de amor, ligada a un Versión corregida de La fase fálica en el desarrollo de la psicosexualidad infantlL Revista PsicoANÁusis. Vol. 2. Caracas. 1985. 28 anhelo de satisfacción que se obtiene en la relación con el Otro y en una tensión que expresa un "quiero estar ahí donde tu estás"; ser ese objeto de admiración y a la vez ocupar su lugar para poseerlo. Eso sería, en síntesis, lo que el psicoanáHsis conidera "entrar en el Edipo". E l Edipo es verdaderamente una entrada, una inauguración, una puerta fundamental que todos debemos atravesar para convertirnos en personas sociales. Es la matriz de nuestras futuras relaciones afectivas, sexuales, de nuestra ubicación en la organización social, de nuestras posibiüdades de creación. Es también un drama fundamental. E l niño, desde el inicio de' la vida, se ha estructurado en el deseo de re-encontrar en la percepción algo que le recuerde su última relación de placer, donde, unido a la madre, hacían un deseo complementario, y he aquí que, cuando adquiere nombre para él mismo, sexo para él mismo, habla y puede reconocerse como una persona distinta, varón o hembra, con sus zonas genitales completas dentro de una erogeneidad poco a poco construida, entonces surgirá ese drama fundamental en un niño y una niña, de tres a cinco años, como es conocer la relación de amor que lo marcará para siempre y a la que deberá renunciar. Si Freud le dio a este acontecimiento de la vida el nombre de una tragedia no fue por comodidad de lenguaje, sino para significarnos algo esencial. E l Edipo impüca que el deseo del niño se ha humanizado por dos razones, porque es ya un sujeto que ama a otros sujetos, y porque encontrará que a su deseo se opone una ley social fundamental, la prohibición del incesto. Tanto así como decir, "a quien más amas, es precisamente a quien no podrás tener". E l Edipo es un juego en el que hay que perder para poder ganar, la vida le demanda al niño que juegue su deseo, que lo arriesgue, que 29 tenga la capacidad de perder ahora para ganar después, que conserve la esperanza de ganar aunque haya perdido la primera vez. ¿Por qué ha perdido? ¿Acaso sus padres no lo aman, no lo quieren, no lo educan y lo protegen? ¿Acaso él no seguirá queriéndolos? Sí, por supuesto, el afecto sale o debería salir sin daños, pero en esa relación del niño y los padres, no hay sólo afecto, sólo necesidad, hay también deseo erótico, deseo prohibido, para el niño y para sus padres, por la ley de la cultura. Si los padres aman verdaderamente al niño, y si sus propios padres se lo permitieron, tendrán que simbolizar ese deseo, tendrán que aceptarlo y rechazarlo. ¿Por qué aceptarlo? Porque si la madre no acoge que el hijo varón desea con ella una relación erótica, si anula esa pulsión fundamental de querer penetrarla y hacerle bebés como el padre le ha hecho, le anulará la confianza en su pene, en su capacidad de hacer gozar a una mujer, de ser padre para otros niños. Pero si responde a ese deseo, no le permitirá un goce poético, lo hará confuso, no le permitirá simbolizar su deseo por ella, no lo dejará abrirse a la invención, a la modulación de lo imaginario. Si el padre no acoge el deseo de la niña de ser penetrada y fecundada por él, en creer que sus muñecos son los bebés que él le dio, en jugar a que su coquetería y su seducción son bien recibidas por ese hombre admirado, le impedirá algo fundamental, la esperanza de llegar a ser objeto para el deseo del hombre, la posibihdad de valorizar su feminidad; pero si le hace creer que ella es para él más seductora que su propia madre, la sostendrá ligada a un padre inalcanzable y a una madre desvalorizada. E l juego no es fácil, como se desprende, es una trama bien complicada entre padres e hijos, en la cual los padres muestran su propia ubicación con respecto al deseo y los hijos saldrán con una marca definitiva. Tratemos, entonces, de ver cuáles son los pasos fundamentales en el proceso. 30 Existe un momento en la vida de los niños, en que si las cosas han ido razonablemente bien, pueden hablar y nombrarse a sí mismos, disponer de cierta libertad para separarse de la madre y para cumphr con sus necesidades básicas, adquirir la capacidad de observar su cuerpo y diferenciar su sexo, así como la capacidad de decir "ese hombre es mi papá y esa mujer es mi mamá, estos son mis hermanos, yo pertenezco a esta famiüa". Es decir, suficiente capacidad motora y lingüística para ser una pequeña persona, para ir a la escuela, y para darse cuenta de un hecho fundamental: los seres humanos pertenecemos a dos clases, unos tienen pene y otros no. Hasta ese momento el varón pensaba que todos lo tenían incluyendo su mamá, ¿cómo a alguien tan importante podría faltarle algo?, y la niña pensaba que todo el mundo era como ella. Ahora se va a establecer una diferencia entre la gente, los hay con pene y sin él, es decir, hay seres fálicos y seres castrados. Esto no es todavía una comprensión de la diferencia de los sexos, esto no es una conceptuación de la condición genérica del ser humano como varón o hembra, es una aproximación imaginaria; un descubrimiento empírico que se estructura en una condición imaginaria. Esta condición dice así para el varón: "Yo tengo un pene, yo soy fálico, yo soy maravilloso, pobrecitas las mujeres y las niñas, les falta algo. ¿Será que las castigaron? ¿Será que son imperfectas? Bueno, quizás les crezca más adelante. ¿Será posible que mamá tampoco lo tenga? No, seguramente mamá es mejor que las otras y sí lo tiene. Hay que tener cuidado, podría ocurrirme lo mismo y quedar convertido en niña". Para la niña dice así: "Yo pensé que era una niña completa, que mamá me hizo completa, y ahora descubro que me falta algo muy importante, estoy castrada, no sirvo para nada. Quizás algún día me crezca, o quizás los varones dejen de tenerlo y seremos todos iguales". 31 En la observación de niños de tres y cuatro años, se comprueba que preguntan constantemente si los adultos y niños que conocen tienen o no pene. No es fácil, para el niño, elevar su observación concreta a una ley universal. Y es un buen momento para que los padres establezcan, en la multitud de ejemplos concretos, que los niños y las niñas tienen una anatomía diferente. Pero ahí, desde luego, no terminan las cosas. Esto que hasta aquí se ha descrito es la castración imaginaria. Aclaremos el concepto de castración.En sentido estricto la palabra significa mutilación de los órganos sexuales, éste no es el sentido psicoanalítico del término sino por derivación. Castración significa prohibición del deseo en relación a ciertas modalidades de obtención de placer, separación del objeto de placer. Así podemos hablar de castración con referencia al nacimiento, de castración oral con referencia al destete, de castración anal con respecto a las heces. Castración es, pues, prohibición de estar unido al objeto por vía del placer y porque un tercero lo impide. Cuando el niño descubre la diferencia de los sexos entra en la castración imaginaria; el varón se siente muy orgulloso de pertenecer a la especie fálica, él tiene un pene que le permite unirse a mamá, pero tiene un grave peligro, papá podría impedirlo, podría hacerlo niña y quitárselo; si sabe de sus deseos, es necesario esconderlo. La niña no siente peligro, no tiene ningún miedo, no hay nada que quitarle puesto que no lo tiene, pero siente ima gran decepción y una herida narcisista; ella vino incompleta, pertenece a la especie castrada. No tiene un pene para unirse a mamá, y papá la despreciará, no tiene algo tan valioso como él. Está llena de vergüenza y también de rencor hacia la madre que la produjo así. 32 Este momento es importante para reasegurar en el varón su posesión del pene, descartar su temor imaginario de perderlo, y diferenciar en él la función urinaria de la sexual. En el síntoma de la ennresis, frecuente en los varones, puede observarse esta confusión entre orina y semen. En la niña debe reasegurarse su completud y la existencia de sus órganos genitales internos que le permitirán cumplir su rol sexual. Más que la complicada explicación anatómica y fisiológica, lo que el niño está demandando de los padres es que en sus palabras y en sus actos se confirme la diferencia sexual y su destino fumro con respecto a la sexualidad. La palabra y la ubicación de los padres es quien puede llevar al niño a comprender la diferencia real de los sexos, que no está centrada en el pene, como lo cree el niño cuando atraviesa la organización fálica, ya que no es el pene lo que divide a los seres entre fálleos y castrados, sino la existencia de dos géneros completos en sí, diferentes entre sí, y complementarios. Es, quizás, la posibilidad de acceder a la comprensión del valor complementario del deseo y el amor entre los sexos, a través de padres que se aman, se estiman y se desean, lo que finalmente ubica al niño en su propia identidad sexual. Esto, sin duda, no se realiza sin dificultades. Aquí es necesario introducir el concepto de castración simbólica, para diferenciarla de la imaginaria. La castración imaginaria está teñida de todas las ansiedades que experimenta el niño al descubrir la diferencia de los sexos y a las que ya aludimos. La castración simbólica es cultural, es la aceptación de que el deseo incestuoso está prohibido, es la renuncia al placer imaginario que ha concebido conquistar el lugar de los padres. En la lucha con la castración imaginaria, el varón y la niña necesitan de la presencia de ambos padres, si uno de ellos falta, es indispensable que su función simbólica sea asegurada por el otro. ¿Qué quiere decir esto? Significa 33 que la niña, en su intento de compensar lo que cree que le falta, puede organizar una fantasía de omnipotencia maternal, creer que es la madre quien produce los bebés y que a ella le pertenecen, creer en el poderío fáhco de su maternidad. Puede senthse, entonces, como producto y posesión de la madre, de ella para ella, sin acceso a un tercero, con graves dificultades para superar su propio vínculo homosexual con la madre, o convertirse a su vez el día de mañana en una madre narcisista que se cree todo para el hijo, que niega que el hijo no es de ella sola, sino del padre, de la sociedad por tanto. E l Edipo no imphca sólo amor hacia el padre del sexo contrario, sino también hacia el padre del mismo sexo. La niña, tan fuertemente vinculada a la madre que ha sido su primer objeto de amor, sólo podrá abandonarla si encuentra por una parte, en la madre, la posibilidad de identificarse con una mujer que desea al hombre/su padre real, u otro hombre que simbólicamente lo represente, si encuentra en las palabras y en la actitud de la madre respeto hacia la figura del padre, y si encuentra en el padre otro objeto diferente a la madre, que satisface narcisísticamente su necesidad de seducir y gustar, que la valora sin pene y la ama sin deseo. Estas son condiciones importantes para que la niña pueda superar la homosexualidad, la frigidez, y el poderío de la maternidad. E l varón, intentando superar sus angustias de mutilación, si logra una buena identificación con el padre, creerá por un tiempo en el poderío fálico del pene, le otorgará poderes omnipotentes, y el más omnipotente será el pensar que conquistará así a la madre. Es de nuevo, a través de la madre que muestra al hijo que su objeto de deseo está en el padre o en otros hombres, como el niño tendrá que aceptar que su lugar no está allí, aunque él lo siga buscando. U n padre creído omnipotente lo sumergirá en una lucha contra un 34 fantasma imaginario que siempre lo derrota o quizás también en un vínculo homosexualizante, esperando del pene del hombre todo el poder y la potencia que le atribuye. Pero a su vez, una madre sin deseo por el hombre, anulará en él su capacidad de identificarse con el padre, lo retraerá a un vínculo dual con ella y a una identificación que perturbará su rol sexual. Son tantas las vicisitudes que para cada ser humano adquiere el drama edípico que resulta imposible predecirlas, están en él las raíces de la neurosis y las perversiones, las múltiples trampas que pueden enredar a los deseos humanos. E l amor y la muerte van ügados indisolublemente. Cuando entramos en la dimensión del amor también lo hacemos en la muerte, esa castración definitiva, ley mexorable, que termina separándonos de nuestro placer y de nuestros objetos de amor. E l niño edípico, cuando ama, sin duda introduce la muerte, y de varias maneras. La muerte está presente en el Edipo porque si el niño acepta que es hijo de sus padres, y no su contemporáneo, su posible pareja, acepta su lugar en la cadena de generaciones, en el proceso vital, en la irreversibilidad del tiempo. Y está también presente como la muerte del rival imaginario. Quien ama desea la muerte de todo aquél y todo aquello que ünpide la unión con el objeto amado. Se produce entonces un cruce de deseos de muerte; la niña puede querer que la madre desaparezca (desaparecer y morir es lo mismo para el inconsciente) para ser ella quien tome su lugar, pero también puede querer que sea el padre el ausente, que se vaya ese padre que rompe la unión narcisista que ella tenía con la madre, porque envidia y odia a ese pene que la separa de la madre, a la vez que lo admira y lo desea. Y otro tanto podríamos decir del varón, quien desea que muera un sujeto tan admirado como lo es alguien que posee a su madre. Pero también desea la muerte del objeto amado. 35 porque fiiistra, porque no se entrega, también el sujeto humano puede odiar lo mismo que desea, para no sentirse capturado, dominado por su propio deseo. E l amor y el odio, se sabe bien, no se oponen, son dos caras de una moneda, y el odio lleva fácilmente a desear la muerte del rival, en tanto se cree que es el Otro quien le quita su objeto de amor, en tanto no se entiende que no es el Otro sino la cultura, las leyes sociales que rigen la vida sexual. Para ambos padres existe un convenio social por el cual los hijos no pueden sustituir el lugar sexual de la pareja. Este concepto ayuda al niño en su lucha contra el rival imaginario. Es importante destacar el hecho de la ausencia que, por muerte o ^ separación, puede producirse en este período de la vida y de / ' la importancia que adquiere para el niño que no es su " rivalidad, susdeseos de muerte los que han triunfado, sino z\ destino personal de los padres y no su omnipotencia infantil. También el deseo de muerte se introducirá con respecto a los padres unidos, con respecto al amor entre ellos, lo que en psicoanáHsis se llama eícena primaría; escena imaginaria, en la cual supone un placer continuo entre dos seres que ama y que lo excluyen. Querrá estar, él o ella, en esa escena y creerá que su entrada se dará por la muerte de alguno. Efectivamente, los gestos de amor van siempre acompañados de la muerte, pero es importante entender que hablamos de una muerte omnipotentemente dada, de la fuente de un sentimiento de culpabilidad inconsciente, ligado a la omnipotencia de los sentimientos. Se entiende que la mayor paxte de este proceso pasa oculto por la represión que dará lugar posteriormente a la amnesia infantil. Durante el período fálico es frecuente observar en el niño manifestaciones de las angustias que evoca y también derivados de las pulsiones y deseos correspondientes. Es 36 posible que aparezcan manifestaciones sexuales francas, como la masturbación, el exhibicionismo o los juegos sexuales entre hermanos y amigos; si son aisladas y no acaparan la actividad lúdica del niño, es decir si no son compulsivas, no deben ser motivo de alarma para los adultos, ya que con frecuencia desaparecen, si son tomadas con tranquiUdad y no se culpabiliza, ridicuUza o estimula, excitándolo o seduciéndolo a continuarlas. Si el niño no está seriamente perturbado, y los padres lo ayudan, convertirá gran parte de estas actividades sexuales en juegos sociales. Algunos de los más típicos son el juego del doctor que permite satisfacer las pulsiones exhibicionistas y voyeristas, los juegos de muñecos que realizan simbóhcamente los deseos de la niña de tener bebés, de mantener la relación nutricia con la madre, los juegos de rivalidad y lucha, que satisfacen la incansable necesidad del varón de probarse frente al padre. La cultura y la tecnología proporcionan múltiples alternativas para que la energía sexual encuentre caminos a una descarga que no podrá ser realizada sino mucho después. Con frecuencia, en esta etapa aparecerán manifestaciones de angustia que son expresión de los conflictos por los que el niño está atravesando. Son síntomas típicos las pesadillas, los temores a la oscuridad y a la soledad, las fobias comunes. La persistencia e intensidad de estos síntomas dará el criterio para emprender un tratamiento. Uno de los pocos casos infantiles que Freud estudió a través de un tratamiento fue el de Juanito, niño fóbico que desarrolló un intenso temor a los caballos y que progresivamente fue inhibiéndolo hasta temer el saUr de su casa. En el profundo estudio de la fobia infantil, Freud conceptualizó los componentes edípicos que se condensaban en el síntoma y que ilustran ampUamente las dificultades de un niño atravesando la fase fáhca. A partir de 37 ella, el sujeto humano consoUda su identificación sexual, instaura la estructura del Super Yo, es decir, el conjunto de normas inconscientes que regirán su deseo, y el Ideal del Yo, el conjunto de aspiraciones y modelos identifícatorios. De modo que si bien los conflictos edípicos son la fuente de la neurosis, son también el modelo y la base que permitirán el futuro crecimiento y desarrollo psíquico de cada sujeto. ¿Qué sucedería si el niño encuentra unos padres que le muestran la triangulación de las relaciones humanas, que le enseñan el amor y el deseo entre los sexos, que con sus palabras mitigan los fantasmas de la mutilación imaginaria, que proporcionan confianza en el futuro de placer de su rol sexual, que imprimen la castración simbólica excluyéndolo de su deseo mutuo? Sin que nunca la perfección sea posible, ni tengamos la omnipotencia de pedírsela a los padres, quizás así el niño salga de la situación edípica con el menor saldo posible de neiu-osis, con la frustración de renunciar a su deseo incestuoso que le abre el paso a la latencia. Ese período intermedio y basculante entre dos momentos tormentosos, el Edipo y la pubertad, en el cual reprimirá sus deseos eróticos y dejará aflorar su afecto y estima, en que la sublimación dará • sus frutos en el ejercicio creativo y social, en la búsqueda de nuevos vínculos fuera de la famiUa, de otros intereses, de otros triunfos en los que podrá mostrar sus habilidades y capacidades recibiendo la gratificación social y en la que las pulsiones libidinales de todos los estadios pueden encontrar algún lugar. A este período se le denomina latencia, momento significativo ya que imphca que el niño ha renunciado a algo, y es crucial que los padres respeten esa renuncia, que no sean ellos los que quieran de nuevo atraerlo y fijarlo a ellos mismos, que acepten lo que dicen los versos de Khalil Gibran: "tus hijos no son tus hijos, son los hijos y las hijas de la vida".
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