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852 CAPÍTULO © 2017. Elsevier España, S.L.U. Reservados todos los derechos Ahogamiento, disbarismos y vuelos en avión en los enfermos respiratorios AHOGAMIENTO Concepto La condición clínica que se produce tras un accidente rela- cionado con la inmersión en un medio líquido se designa en la literatura científica con más de 30 términos distintos, incluyendo ahogamiento (drowning), semiahogamiento (near- drowning), preahogamiento, hidrocución y síndrome de inmersión. Todavía son más numerosas y heterogéneas las definiciones asignadas a tales términos. El International Liaison Committee on Resuscitation (ILCOR) propuso en 2005 definir el ahogamiento como el proceso que causa un deterioro respiratorio prima- rio, como consecuencia de la inmersión de la vía aérea en un medio líquido que impide la entrada del aire en los pulmones. Tal definición se mantiene con independencia de que la vícti- ma sobreviva o fallezca. El ILCOR desaconseja el empleo del término ahogado, en contraposición al de semiahogado, y el de otras denominaciones muy empleadas con anterioridad, como ahogamiento húmedo y seco o ahogamiento activo y pasivo. Epidemiología Unas 500.000 personas mueren ahogadas cada año en el mundo. El 80% de estas muertes ocurre en países con niveles socioeconómicos medios o bajos. Las estadísticas disponibles en algunos países desarrollados reflejan una incidencia anual que oscila entre 0,4 y 3,1 muertes por ahogamiento por cada 100.000 habitantes. El ahogamiento es la causa de fallecimien- to más común en los varones de edades comprendidas entre los 5 y los 14 años, la tercera causa de muerte accidental en la población general y la segunda en los niños. La distribución por edades muestra un patrón bimodal, con el primer pico en los niños menores de 5 años y el segundo en los jóvenes entre 15 y 25 años. Mientras que los niños se ahogan con mayor frecuencia en bañeras, barreños, piscinas o depósitos de agua próximos a su entorno doméstico, los adultos generalmente son víctimas de un ahogamiento en ríos, lagos, pantanos y playas. Aunque el número de los accidentes no fatales es difícil de estimar, podría ser cientos de veces superior al de muertes por ahogamiento, que en todo caso son siempre mucho más habituales durante los meses de verano. El consumo de alcohol está presente hasta en el 70% de los casos. Otros factores de riesgo son el sexo masculino, la epilepsia, el autismo, el síndrome del QT largo y la práctica de buceo autónomo o a pulmón libre. Además de las causas acci- dentales, la muerte por ahogamiento puede estar relacionada con homicidios, suicidios, abusos o negligencias. Fisiopatología En el 90% de las víctimas de ahogamiento, este se produce por una aspiración de líquido, casi siempre agua. En el pasado fue objeto de considerable atención la diferencia existente entre el ahogamiento sin o con aspiración de líquido, y si esta última era de agua salada o dulce. Las evidencias disponibles, basadas en estudios experimentales en animales y en series de casos en seres humanos, indican que el trastorno fisiopatológico básico en el ahogamiento es la hipoxia, con independencia de que exista o no aspiración y de la tonicidad del fluido aspirado. La hipoxia es secundaria, en un primer momento, a la imposibilidad de que el aire entre en la vía aérea y a la ocupación del alvéolo por el líquido aspirado. Más tarde, a la inactivación del surfactante pulmonar, el colapso alveolar, la formación de atelectasias, el aumento del shunt intrapulmonar y el desequilibrio en la rela- ción entre la ventilación y la perfusión alveolares (fig. 100.1). Una vez instaurada, la hipoxia se convierte, a su vez, en un factor de agravamiento de las alteraciones que la produjeron, cerrán- dose así un peligroso bucle fisiopatológico. La falta de oxígeno afecta a la totalidad de los órganos de la economía y produce una disfunción multiorgánica generalizada. En concreto, la lesión neuronal cerebral es particularmente rápida y devastadora. 100 Descargado de ClinicalKey.es desde Universidad Nacional Autonoma de Mexico diciembre 14, 2016. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2016. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. http://booksmedicos.org CAPÍTULO 100 Ahogamiento, disbarismos y vuelos en avión en los enfermos respiratorios 853 © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n de lit o. La hipotermia se asocia de manera casi constante con la inmersión prolongada en agua fría. Algunos autores consideran que puede actuar como un mecanismo protector contra la lesión neuronal, al mejorar la tolerancia del cerebro a la hipo- xia. Sin embargo, es poco probable que el enfriamiento que se genera desde la superficie corporal pueda disminuir la tempera- tura del sistema nervioso central con la rapidez suficiente como para proteger al encéfalo de la hipoxia aguda que se produce de modo habitual en las víctimas de un ahogamiento. Para explicar la supervivencia sin secuelas que se observa en algunos ahogados tras inmersiones prolongadas, se postula la acción combinada de la hipotermia y del reflejo de apnea, mediado por el trigémino, como respuesta a la inmersión de la cara en agua fría. Este reflejo provoca apnea, vasoconstricción periférica y bradicardia, lo que provoca una reducción del metabolismo y del consumo global de oxígeno. La neumonía es una complicación frecuente en los pacientes que sobreviven a un ahogamiento. Las bacterias ambientales presentes en el líquido aspirado que con más frecuencia se han relacionado con una neumonía postahogamiento son Aeromo- nas spp., Burkholderia pseudomallei, Chromobacterium violaceum, Francisella philomiragia y Streptococcus pneumoniae. Entre los hongos destacan Aspergillus spp. y Pseudallescheria boydii. Las causas de las neumonías nosocomiales son específicas de cada institución. Las infecciones del sistema nervioso central por Scedosporium spp. o por otros hongos son raras, pero deben sos- pecharse en los individuos que sufren un deterioro neurológico inexplicable tras sobrevivir a un ahogamiento. Pronóstico La duración de la hipoxia es el factor crítico que determina el pronóstico en la víctima de un ahogamiento. Por eso, los aho- gados que han sufrido inmersiones prolongadas y los sujetos a los que no se les han realizado maniobras de reanimación inme- diatamente después del rescate tienen un peor pronóstico. Entre el 50 y el 80% de las víctimas de un ahogamiento que reciben medidas de soporte vital en el lugar del accidente sobreviven. El cerebro es el órgano más vulnerable a la hipoxia y la lesión encefálica se produce antes de la parada cardíaca. Alrededor de FIGURA 100.1 Alteraciones fisiopatológicas que se producen en el ahogamiento. Descargado de ClinicalKey.es desde Universidad Nacional Autonoma de Mexico diciembre 14, 2016. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2016. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. http://booksmedicos.org SECCIÓN XVI Situaciones especiales y otras alteraciones del aparato respiratorio 854 una tercera parte de las víctimas de un ahogamiento que llegan al hospital en coma o tras recibir una resucitación cardiopul- monar se recupera con pocas o sin secuelas, mientras que los dos tercios restantes fallecen o sobreviven con graves problemas neurológicos (estado de mínima consciencia o estado vegetativo persistente). La ausencia de movimientos espontáneos, de res- puesta motora al dolor y del reflejo fotomotor al tercer día del ahogamiento son signos que predicen de forma consis- tente la existencia de un daño cerebral grave e irreversible. No hay evidencia de que otras medidas distintas a la restauración inmediata de la oxigenación sanguínea (hipotermia contro- lada, barbitúricos, magnesio, antagonistas del calcio, agentes antioxidantes, neuromonitorización, etc.) puedan modificar el pronóstico vitalo funcional de las víctimas de un ahogamiento. Prevención Los ahogamientos pueden prevenirse en un 80% de los casos. En el cuadro 100.1 se reflejan algunas medidas eficaces en la reducción del número de muertes debidas a un ahogamiento. Cuadro 100.1 MEDIDAS BÁSICAS PARA LA PREVENCIÓN Y EL TRATAMIENTO DE LAS VÍCTIMAS DE UN AHOGAMIENTO Prevención: ● Supervisión constante por los adultos de las actividades acuáticas infantiles, incluyendo el baño en piscinas y bañeras ● Presencia de socorristas en las zonas con actividades acuáticas recreativas ● Limitación del consumo de alcohol en el entorno acuático ● Aprendizaje de la natación en la infancia ● Empleo de barreras protectoras en las piscinas, señalización del peligro (banderas) y presencia de aros salvavidas en los lugares de riesgo ● Campañas de difusión del soporte vital básico a la población general Rescate: ● Extremar las medidas de seguridad personal y minimizar el riesgo para el rescatador y la víctima ● Intentar el rescate, siempre que sea posible, sin entrar en el agua; puede resultar útil el empleo de un aro salvavidas, una cuerda, un bote, un vehículo acuático, etc. ● Entrar en el agua si resulta imprescindible, utilizar un chaleco salvavidas, una boya de rescate u otro dispositivo flotante ● Extraer a la víctima del agua por el medio más rápido y seguro posible; la extracción del ahogado no debe retrasarse por hacer intentos de reanimación en el agua ● No establecer una inmovilización cervical sistemática durante el rescate, que no está indicada en ausencia de signos u otros datos que sugieran un trauma cervical (déficit neurológico evidente, antecedente de zambullida, empleo de deslizadores acuáticos, trauma presenciado o intoxicación por alcohol); la incidencia de las lesiones cervicales en las víctimas de un ahogamiento es baja (0,5%) Soporte vital básico: ● Iniciar las medidas de reanimación inmediatamente tras el rescate del agua; solo si se conoce bien la técnica y la víctima está en zonas profundas, puede iniciarse la respiración boca a boca en el agua ● Aplicar con la mayor rapidez posible una ventilación con presión positiva, ya que así se aumenta la supervivencia ● Abrir la vía aérea y proporcionar ventilación de rescate durante 1 minuto si existe una parada respiratoria ● No intentar la extracción de agua de los pulmones mediante procedimientos distintos de la aspiración directa; las compresiones abdominales no están indicadas (innecesarias y peligrosas), a no ser que exista una evidencia clara de la obstrucción de la vía aérea por un cuerpo extraño ● Hay que saber que la regurgitación del contenido gástrico es frecuente durante la reanimación ● Iniciar compresiones torácicas si la víctima no respira; el masaje cardíaco dentro del agua es inefectivo Soporte vital avanzado: ● Oxigenoterapia de alto flujo ● Intubación precoz con presión cricoidea, para minimizar el riesgo de aspiración del contenido gástrico; la reducción de la distensibilidad pulmonar y el aumento de las presiones en la vía aérea limitan la eficacia de las mascarillas laríngeas ● La fibrilación ventricular es rara y a menudo no responde a la desfibrilación; si aparece una fibrilación ventricular, es necesario secar bien el tórax de la víctima antes de administrar una descarga eléctrica; en el caso de una hipotermia con temperatura inferior a 30 °C, limitar la desfibrilación a tres intentos ● La hipotensión arterial debe tratarse de forma enérgica mediante la administración intravenosa de fluidos, pero debe evitarse la hiperhidratación ● Mantenimiento de las medidas habituales de reanimación hasta la recuperación o la aparición de claras evidencias de muerte (rigor mortis), especialmente en los pacientes hipotérmicos Medidas posreanimación: ● Las pequeñas variaciones en el equilibrio hidroelectrolítico relacionadas con la tonicidad del fluido aspirado (agua dulce o salada) rara vez tienen relevancia clínica ni requieren tratamiento alguno ● El síndrome del distrés respiratorio agudo es frecuente en las primeras 72 horas tras el ahogamiento; las estrategias que se encaminan a la denominada ventilación de protección pulmonar mejoran la supervivencia en tales casos ● La profilaxis antibiótica no es eficaz para prevenir una neumonía, complicación bastante habitual tras un ahogamiento ● Si aparecen signos de infección, deben administrarse antibióticos de amplio espectro ● En el caso de una hipotermia se recomienda un calentamiento activo hasta obtener una temperatura central de 32 a 34 °C, pero también debe evitarse activamente la hipertermia superior a los 37 °C ● No existen evidencias de que otras medidas, como el coma barbitúrico, la hipotermia inducida, la hiperventilación, la monitorización de la presión intracraneal o el empleo de corticoesteroides o diuréticos osmóticos, mejoren el pronóstico Descargado de ClinicalKey.es desde Universidad Nacional Autonoma de Mexico diciembre 14, 2016. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2016. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. http://booksmedicos.org CAPÍTULO 100 Ahogamiento, disbarismos y vuelos en avión en los enfermos respiratorios 855 © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n de lit o. Tratamiento Debe asumirse que todas las víctimas de un ahogamiento están hipóxicas, acidóticas e hipotérmicas. La hipoxia es la principal amenaza para el ahogado y todos los esfuerzos terapéuticos deben dirigirse a restaurar la adecuada oxigenación de los tejidos. Puesto que el factor tiempo es de importancia vital, la resucitación inmediata (soporte vital básico) en el lugar del accidente es esencial para lograr la supervivencia y la recupera- ción neurológica. Varios estudios han puesto de manifiesto que solo sobreviven tras un ahogamiento las personas que reciben un soporte vital inmediato en el mismo lugar en el que ha ocurrido el accidente. Se han comunicado numerosos casos de recuperación sin secuelas tras inmersiones asombrosamente prolongadas, sobre todo en niños sumergidos en aguas frías. Por esta razón se recomienda prolongar hasta lo razonable las medidas de reanimación cardiorrespiratoria que se hayan puesto en marcha. Las víctimas de un ahogamiento que en apariencia están asintomáticas pueden sufrir un deterioro importante de manera muy rápida, en especial si existen indicios que sugieren que se ha producido una aspiración de líquido (tos, taquipnea, dolor retroesternal, estertores). Por ello, es aconsejable que todos los casos se trasladen a un centro sanitario y que la observación se mantenga entre 6 y 24 horas. El cuadro 100.1 muestra algunas consideraciones terapéuticas básicas, en lo que se refiere a la actuación con la persona ahogada, desde el momento de su rescate hasta que se inicia el tratamiento hospitalario. DISBARISMOS El término genérico disbarismo se emplea habitualmente para definir un conjunto de enfermedades relacionadas con la exposición del organismo a presiones anormalmente altas (hiperbarismo) o bajas (hipobarismo), capaces en ambos casos de modificar la presión parcial o el volumen de los gases disueltos en el medio interno. El término barotrauma suele reservarse para las lesiones localizadas causadas por un cambio brusco e intenso de la presión ambiental sobre los órganos huecos (lesiones por explosión, ventilación mecá- nica con presión positiva, accidentes de buceo, etc.). Los principales cuadros clínicos sistémicos que se asocian con la exposición del organismo a presiones extremadamente altas o bajas son la enfermedad descompresiva y el mal de las alturas. Enfermedad descompresiva CONCEPTO La enfermedad descompresiva (maladie des caissons) se refiere a las alteraciones patológicas que a veces se producen en las personas que realizan actividades subacuáticas con equipos autónomos, como consecuencia de la formación de burbujasde gas dentro de los tejidos y del torrente circulatorio. En oca- siones también puede aparecer en los ocupantes de aeronaves no presurizadas tras realizar un ascenso muy rápido. La llama- da descompresión explosiva es muchísimo menos frecuente y surge tras la rotura de la cabina presurizada de una aeronave que vuela a gran altura. EPIDEMIOLOGÍA Más de 7 millones de personas en el mundo practican el submarinismo, con propósitos recreativos o profesionales, mediante equipos autónomos de inmersión. Se estima que la incidencia de la enfermedad descompresiva es de 1 caso por cada 5.000 a 10.000 inmersiones. Se han identificado varios factores que pueden aumentar el riesgo de padecer una enfermedad descompresiva y que incre- mentan la gravedad de sus manifestaciones. La presencia de una comunicación intracardíaca derecha-izquierda (foramen oval patente, defecto del tabique interventricular, etc.) eleva el riesgo de un embolismo cerebral y el de que la enfermedad des- compresiva sea más grave. También se exponen a un riesgo alto los buceadores que realizan viajes aéreos poco tiempo después de llevar a cabo una inmersión. Aunque la incidencia parece mayor en los hombres que en las mujeres, este hallazgo podría relacionarse con las diferencias existentes entre ambos sexos en cuanto a la profundidad alcanzada en el buceo, la velocidad del ascenso y el tiempo de permanencia bajo el agua. Otros posibles factores de riesgo son la obesidad, la ingesta de alcohol en las horas previas, la hipotermia, el agotamiento y la edad avanzada. FISIOPATOLOGÍA El comportamiento de los gases disueltos en el organismo se rige por dos leyes básicas, la ley de Henry y la de Boyle-Mariotte. La primera establece que, a temperatura constante, la cantidad de un gas disuelto en un líquido es directamente proporcional a la presión parcial del gas. La segunda señala que, a temperatura constante, el volumen de un gas es inversamente proporcional a la presión a la que está sometido. La enfermedad descompresiva se produce por la liberación de burbujas de nitrógeno en el torrente sanguíneo y en los teji- dos, como consecuencia de un ascenso rápido después de una inmersión profunda y prolongada. A medida que un buceador desciende con un equipo autónomo bajo el agua, respira aire a una presión cada vez mayor. Como resultado, su sangre y sus fluidos corporales se saturan con cantidades crecientes de nitrógeno en disolución (ley de Henry). La cantidad de nitrógeno disuelto en la sangre depende de la profundidad al- canzada y del tiempo de permanencia a dicha profundidad. Las personas que practican el buceo autónomo conocen bien este fenómeno y utilizan tablas numéricas o aparatos electrónicos para calcular la velocidad a la que ha de subirse y el número, profundidad y duración de las paradas que tienen que hacerse durante el ascenso a la superficie. Si tras una inmersión profunda y prolongada se produce un ascenso rápido, disminuye de manera brusca la solubilidad (ley de Henry) y aumenta el volumen (ley de Boyle-Mariotte) del nitrógeno disuelto en los fluidos orgánicos, lo que da lugar a la formación de burbujas. Estas últimas originan diversas alteracio- nes dependiendo del tipo de tejido en el que se forman: compre- sión o microrrotura, embolismo gaseoso, isquemia o activación de la cascada de la coagulación, de la agregación plaquetaria o de la respuesta inflamatoria en la «interfase sangre/burbuja». MANIFESTACIONES CLÍNICAS Los síntomas suelen aparecer entre unos minutos y las 12 horas siguientes a la salida a la superficie tras la inmersión. El tamaño Descargado de ClinicalKey.es desde Universidad Nacional Autonoma de Mexico diciembre 14, 2016. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2016. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. http://booksmedicos.org SECCIÓN XVI Situaciones especiales y otras alteraciones del aparato respiratorio 856 y la ubicación de las burbujas de nitrógeno son los dos factores responsables de la focalidad y de la gravedad de las manifes- taciones clínicas (fig. 100.2). Normalmente se distinguen las dos variantes clínicas de enfermedad descompresiva siguientes: 1. Enfermedad descompresiva tipo I. Se caracteriza por la aparición de dolor osteoarticular y muscular (bends), más habitual en el codo y el hombro que en la rodilla y la cadera, que se atenúa al adoptar una posición antiálgica en semiflexión y que mejora de modo espontáneo tras la recompresión. Puede acompañarse de prurito, cianosis y un exantema moteado, que suele localizarse en el torso. Se debe a la formación de burbujas de nitrógeno en las arteriolas de los tejidos periarticulares y subcutáneos. 2. Enfermedad descompresiva tipo II. Es la variedad más grave y puede producir lesiones cerebrales irreversibles e, incluso, la muerte. Se produce como consecuencia de un embolismo gaseoso venoso y arterial, y afecta sobre todo a los pulmones, al encéfalo y a la médula espinal. Se manifiesta con disnea (chokes), dolor retroesternal y osteoarticular, mialgias y síntomas que traducen la afec- tación del sistema nervioso central (el 60% de los casos). Los trastornos neurológicos más comunes son secundarios a la lesión de la médula espinal, casi siempre localizada en los primeros segmentos lumbares o en los últimos torácicos. Pueden adoptar la forma de parestesias, dolor o debilidad muscular, que progresa hacia una paraplejía y una relajación de esfínteres. El daño encefálico se expresa por ataxia, mareo, amnesia, trastornos de la visión y del lenguaje, convulsiones y deterioro del nivel de consciencia, que puede llegar al coma. TRATAMIENTO El tratamiento inmediato de la enfermedad descompresiva incluye el reposo absoluto, la hidratación y la administración de oxígeno al 100%. La posición en decúbito lateral izquierdo (maniobra de Durant) y de Trendelenburg puede reducir el flujo de burbujas que se dirige hacia la arteria pulmonar, lo que facilita su atrapamiento en el ventrículo derecho. FIGURA 100.2 Principales manifestaciones clínicas de la enfermedad descompresiva, clasificadas según la localización de las burbujas de nitrógeno (N 2 ) que se generan tras una descompresión brusca o rápida. Descargado de ClinicalKey.es desde Universidad Nacional Autonoma de Mexico diciembre 14, 2016. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2016. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. http://booksmedicos.org CAPÍTULO 100 Ahogamiento, disbarismos y vuelos en avión en los enfermos respiratorios 857 © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n de lit o. La oxigenoterapia hiperbárica en una cámara de recompresión debe iniciarse lo más rápidamente posible, ya que el pronóstico depende de la celeridad con la que se instaure este tratamiento (fig. 100.3). Por lo general, se realiza una presurización a 2-6 atmósferas, cuya duración puede variar entre 2 horas y varios días. El ambiente hiperbárico reduce el tamaño de las burbujas del gas (ley de Boyle-Mariotte) y aumenta su solubilidad en la sangre (ley de Henry). La profundidad y la duración de la recompresión se ajustan a las características de la inmersión efectuada y a la grave- dad y la evolución de los síntomas. La descompresión se lleva a cabo muy despacio, al objeto de permitir la adecuada eliminación del nitrógeno disuelto a través de la respiración. La oxigenoterapia hiperbárica permite la curación sin secuelas en casi el 80% de los pacientes que sufren una enfermedad descompresiva tipo II. En el caso de que sea imprescindible una evacuación aérea, esta debe realizarse en un helicóptero a una altura no superior a los 300 m, para evitar el agravamiento de los síntomas. Mal de las alturas CONCEPTO El término mal de las alturas (alteraciones secundarias a la altitud) se utiliza para designar un síndrome que cursa con diversos trastornos, sobre todo pulmonares y encefálicos,potencialmente mortales, que se presenta en las personas que ascienden a altitudes superiores a los 2.500 m (aunque puede producirse a alturas tan bajas como 1.500 m). Se debe, primariamente, a la hipoxia hipobárica, aunque el frío, la deshidratación, la hipoglucemia y la extenuación facilitan su aparición y su agravamiento. EPIDEMIOLOGÍA Más de 140 millones de personas residen en zonas con altitu- des superiores a 2.500 m. Sin embargo, han sido los cambios sociales que se han producido en las últimas décadas, como el incremento del turismo, la generalización de la práctica deportiva y la mejoría del transporte, los que han favorecido que muchos millones de personas accedan a zonas montañosas en todo el mundo. Parte de esta población sufre los efectos de la altitud sobre su organismo. El mal de las alturas afecta a casi la mitad de las personas que ascienden a más de 4.000 m. Entre los factores de riesgo reconocidos para esta enfermedad destacan el tener anteceden- tes de este mal, el vivir habitualmente por debajo de 900 m, la obesidad, la edad avanzada, la deshidratación y el ejercicio físico extenuante. El entrenamiento físico no protege contra el mal de las alturas. Es posible que exista una predisposición constitucional o hereditaria a padecer las formas graves de la enfermedad de las alturas, lo que se ha relacionado con algunos polimorfismos genéticos específicos. Anomalías muy comunes, como la hipertensión arterial, la cardiopatía isquémica o la diabetes mellitus, no parecen aumentar la susceptibilidad de los individuos. FISIOPATOLOGÍA La presión atmosférica y, por tanto, la presión parcial de oxí- geno disminuyen con rapidez a medida que se asciende sobre el nivel del mar. La presión atmosférica en la cima del Everest (8.848 m) cae hasta los 253 mm Hg, lo que supone una presión parcial alveolar de oxígeno (PAO2) de 35 mm Hg y una pre- sión parcial arterial de oxígeno (PaO2) de 28 mm Hg. Aunque la temperatura y la humedad del aire influyen en los valores de la presión parcial de oxígeno del aire inspirado (PIO2), el factor clave es el descenso progresivo, a medida que se asciende, de la presión barométrica en el medio ambiente. A 3.450 m de altura la PIO2 solo alcanza unos dos tercios de la que existe a nivel del mar (94 mm Hg), a 5.000 m es la mitad (75 mm Hg) y es menos de la tercera parte en la cumbre del Everest. La respuesta habitual de los centros respiratorios se dirige, cuando los quimiorreceptores carotídeos, aórticos y troncoen- cefálicos detectan una disminución de la PaO2, a incrementar la ventilación. Por el contrario, cuando dichos receptores perciben una disminución de la presión parcial arterial de anhídrido carbónico (PaCO2) y una alcalosis respiratoria, la respues- ta ventilatoria es la contraria. Las personas que respiran aire ambiente a gran altura se ven sometidas a ambos estímulos a la vez (hipoxia con hipocapnia y alcalosis). Esta falta de siner- gismo en el estímulo fisiológico de los centros respiratorios explica algunas de las anomalías que se evidencian en el mal de las alturas, como es el caso de la ventilación periódica y de las apneas nocturnas (fig. 100.4). FIGURA 100.3 Aspecto del interior de una cámara hiperbárica multiplaza. Obsérvense las tomas de oxígeno, aplicables para la oxigenoterapia hiperbárica; el manómetro de pared, útil para indicar la presión interior existente, y el altavoz, imprescindible para la comunicación con el exterior de la cámara. Descargado de ClinicalKey.es desde Universidad Nacional Autonoma de Mexico diciembre 14, 2016. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2016. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. http://booksmedicos.org SECCIÓN XVI Situaciones especiales y otras alteraciones del aparato respiratorio 858 Algo semejante ocurre en los lechos vasculares pulmonar y cerebral, en los que la hipoxia actúa en paralelo con la acidosis en la mayoría de las situaciones patológicas, a diferencia de lo que ocurre en el mal de las alturas. La hipoxia ocasiona una vasoconstricción pulmonar, un aumento de las resistencias vasculares en la circulación menor y un ascenso de la presión arterial pulmonar. Las zonas de hipertensión arteriolar se dis- tribuyen de manera irregular en los pulmones y dan lugar a regiones pulmonares hipo- e hiperperfundidas. La hipoxia también produce daño celular, que es especialmente nocivo en los endotelios vascular y alveolar, en los que induce la liberación de mediadores de la inflamación e incrementa la permeabilidad de la membrana alveolocapilar. El resultado combinado de estas alteraciones es el edema intersticial y alveo- lar, que adopta una típica distribución irregular o parcheada. La hipoxia también eleva el flujo sanguíneo cerebral, aunque la hipocapnia contrarresta en parte este efecto. El término aclimatación designa un complejo conjunto de mecanismos de adaptación a la hipoxia prolongada que per- miten la supervivencia e, incluso, la realización de esfuerzos físicos notables a grandes altitudes. Minimiza, asimismo, los síntomas del mal de las alturas. Se trata de un proceso lento, que se inicia de manera inmediata y que puede durar meses. Existe una gran variabilidad en la capacidad individual para adaptarse a la altitud y no se conoce ningún sistema fiable que sirva para predecir si una persona determinada va a ser capaz o no de aclimatarse a una determinada altura y cuánto tiempo va a necesitar para ello. La respuesta fisiológica inicial a la hipoxia es el aumento de la ventilación. Esta hiperventilación, que se asocia con una baja presión parcial del anhídrido carbónico ambiental, es la causa de una hipocapnia y de una alcalosis respiratoria, fenómenos que limitan el incremento ulterior de la ventilación. La eliminación renal de bicarbonato tiende a normalizar, en el transcurso de algunos días, el pH del medio interno. Otro importante mecanismo de adaptación es la poliglobulia o policitemia secundaria, inducida por los receptores renales sensibles a la hipoxia y mediada por la eritropoyetina. La poliglobulia eleva la capacidad de la sangre para transportar oxígeno. También desempeñan un papel relevante el ascenso de la concentración intraeritrocitaria del 2,3-difosfoglicerato y el aumento del número de capilares del tejido muscular (densidad capilar). Se produce, asimismo, una caída en la capacidad de difusión alveolocapilar, que además se encuentra favorecida por la menor PIO 2 existente, por el trastorno de la circulación pulmonar y por el mayor gasto cardíaco. Más tarde FIGURA 100.4 Efectos antagónicos en la regulación de la ventilación producidos por la hipoxia, la hipocapnia y la alcalosis respiratoria presentes en el mal de las alturas, y acción terapéutica de la acetazolamida, que acidifica el medio interno. Descargado de ClinicalKey.es desde Universidad Nacional Autonoma de Mexico diciembre 14, 2016. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2016. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. http://booksmedicos.org CAPÍTULO 100 Ahogamiento, disbarismos y vuelos en avión en los enfermos respiratorios 859 © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n de lit o. aparecen nuevos e importantes fenómenos: vasoconstricción pulmonar, cambios estructurales en el lecho vascular pulmonar y anomalías en la calidad del sueño, con despertares frecuentes, insomnio irregular y disnea. Una persona puede considerarse aclimatada a una determi- nada altitud cuando los síntomas del mal de las alturas se han atenuado hasta casi desaparecer y mejora la calidad de su sue- ño. Pero la capacidad humana de adaptación a la altura tiene un límite, que se sitúa en torno a los 5.000-5.500 m. A partir de ahí la hipoxia continuada conduce, de modo inevitable, a un deterioro progresivo de las funciones de todos los órganos vitales y, en última instancia, a la muerte. Losgrupos étnicos que residen desde hace miles de años a grandes alturas (sher- pas, quechuas, etc.) han desarrollado, mediante una selección natural, modificaciones genéticas de adaptación que favorecen la vida y la reproducción en esas condiciones. En resumen, desde un punto de vista respiratorio, la hipo- xia hipobárica produce una serie de cambios fisiológicos que son muy importantes y que cabe esquematizar de la manera siguiente: ● Un trastorno en la regulación de la respiración, con la ins- tauración de una hiperventilación y, a grandes altitudes, un patrón de respiración periódica (ciclopnea). ● Un incremento del índice hematocrito debido, al principio, a una pérdida del volumen plasmático (hipoplasmemia), que se sigue de una verdadera poliglobulia secundaria hipóxica inducida por la eritropoyetina. ● Una limitación en la capacidad de difusión favorecida por una menor PIO2. ● Una alteración de la circulación pulmonar, con taquicardia y un aumento del gasto cardíaco. Más adelante aparecen una vasoconstricción pulmonar y lesiones estructurales en el lecho vascular pulmonar, fenómenos que se agravan con el ejercicio físico. ● Una disminución de la calidad del sueño, con despertares frecuentes, insomnio y disnea, que mejoran con la res- piración profunda. ● La posible aparición de accidentes isquémicos, hemorrági- cos o tromboembólicos, tanto en los pulmones como en otros órganos (retina, sistema nervioso, extremidades, etc.), como consecuencia de la poliglobulia y de los trastornos de la coagulación que son secundarios a la hipoxia. Estas anomalías comprometen aún en mayor medida la capaci- dad de difusión alveolocapilar y favorecen la hipertensión pulmonar. MANIFESTACIONES CLÍNICAS En las circunstancias en las que se presenta casi siempre el mal de las alturas es imposible recurrir a exploraciones comple- mentarias, por sencillas que sean. A menudo ni siquiera puede realizarse una correcta exploración física. Por eso, su diagnós- tico es fundamentalmente clínico y se basa en la valoración de algunos síntomas y signos, que además son poco específicos. En el momento actual existe un amplio acuerdo en emplear como referencia los criterios diagnósticos adoptados en 1991 por el denominado consenso de Lake Louise (tablas 100.1 y 100.2). Suelen distinguirse tres formas clínicas del mal de las alturas, aunque no son raras las variantes combinadas en las que las manifestaciones clínicas se superponen. Son las siguientes: 1. Mal agudo de la montaña (AMS, del inglés acute mountain sickness). Es el trastorno más frecuente causado por la altu- ra. Ninguna teoría consigue explicar a satisfacción todos los aspectos que son característicos del AMS, aunque el hecho de que las manifestaciones clínicas aparezcan tras un período de varias horas (entre 4 y 36 horas) sugiere que el organismo fracasa en su intento de aclimatarse a la altitud. Los síntomas, de los que la cefalea es el más común (además de la anorexia, las náuseas y vómitos, la debilidad, la fatiga y el insomnio), comienzan a partir de las 6-12 horas de sobrepasar una altura de 2.500 m, si bien la variabilidad individual es grande. Es típico que empeoren por la noche y suelen resolverse de manera espontánea tras 1-3 días de permanencia en la misma cota. Como es lógico, también si se desciende. 2. Edema pulmonar de las alturas (HAPE, del inglés high altitude pulmonary edema). Es una forma grave de edema pulmonar no cardiogénico, responsable de la mayor parte de las muertes que produce el mal de las alturas. Afecta a un 15% de las personas que ascienden a más de 2.500 m, aunque es excepcional por debajo de los 3.500 m. En cuanto a la patogenia del HAPE, se considera que es un trastorno secundario a una hiperpermeabilidad de la mem- brana alveolocapilar debida a la lesión ocasionada por la hipoxia. El mecanismo implicado es el de un incremento de la presión capilar pulmonar, que aparecería como consecuencia de una vasoconstricción arterial hipóxica de distribución no homogénea. Las zonas que recibiesen una perfusión mayor sufrirían una rotura capilar, con el consiguiente paso al alvéolo de un líquido rico en pro- teínas y eritrocitos. El HAPE puede presentarse de modo progresivo, empeorando en horas o días sucesivos, o tener un curso fulminante. No es raro que su comienzo coincida con la evolución de un AMS y hasta en el 16% de los casos coexiste con un edema cerebral. La tos no productiva y la intolerancia al esfuerzo suelen ser los síntomas iniciales. Cuando la enfermedad evoluciona, la disnea tiende a hacerse de reposo, la tos se torna productiva, y aparece una expectoración espumosa de color rosáceo y, no pocas veces, francamente hemoptoica. En la exploración física se detecta taquicardia, taquipnea, cianosis y estertores crepi- tantes en la auscultación. No es infrecuente la febrícula. 3. Edema cerebral de las alturas (HACE, del inglés high altitu- de cerebral edema). Se trata de una forma de edema cerebral vasogénico, que suele encontrarse en las personas que se exponen a altitudes superiores a 4.000-4.500 m. No obs- tante, también se ha referido la posibilidad de un edema incipiente en los sujetos que padecen un AMS y aquejan cefalea. Cursa desde un punto de vista clínico con las manifestaciones propias de un síndrome de hipertensión intracraneal. Si no se trata o se consigue que el enfermo descienda a cotas inferiores, la muerte suele ser inevitable. Otras enfermedades producidas por la exposición a un ambien- te hipobárico son la hemorragia retiniana de las alturas, el mal crónico de la montaña, el edema generalizado de las alturas y la poliglobulia crónica o enfermedad de Monge. Descargado de ClinicalKey.es desde Universidad Nacional Autonoma de Mexico diciembre 14, 2016. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2016. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. http://booksmedicos.org SECCIÓN XVI Situaciones especiales y otras alteraciones del aparato respiratorio 860 TABLA 100.1 Definición*, manifestaciones clínicas y conducta recomendada en las distintas formas clínicas del mal de las alturas Forma clínica Definición Manifestaciones clínicas Conducta recomendada Mal agudo de la montaña (AMS) Cefalea y al menos uno de los siguientes síntomas: ● Fatiga o debilidad ● Síntomas gastrointestinales (náuseas, vómitos o anorexia) ● Mareo o vértigo ● Insomnio Cefalea (empeora al toser, bajar la cabeza o doblar el cuello) Insomnio, apneas nocturnas Mareo, vértigo Disnea Cansancio Taquicardia moderada Palpitaciones Tos seca Falta de apetito Náuseas, vómitos Malestar general (sensación de gripe o «resaca») Oliguria Edema facial y de las extremidades Detener el ascenso Evitar el ejercicio físico Procurar que el sueño se lleve a cabo a gran altura Hidratar abundantemente al individuo Dar una dieta rica en hidratos de carbono No tomar alcohol ni fumar Evitar los sedantes y los somníferos Paracetamol (500 mg/8 horas) Ácido acetilsalicílico (500 mg/8 horas) Acetazolamida (250 mg/12 horas) Dexametasona (4-8 mg/6 horas) Oxígeno Cámara hiperbárica Edema cerebral de las alturas (HACE) Cambios del estado mental o ataxia en una persona con un AMS, o ambas manifestaciones clínicas a la vez en una persona sin un AMS Cefalea intensa que no cede con los analgésicos Ataxia (incapacidad de andar en línea recta, entrar en la tienda, meterse en el saco, calzarse o vestirse, hacer un nudo, etc.) Incapacidad para cuidar de uno mismo Vómitos en escopetazo Desorientación temporoespacial Pérdida de la memoria Incapacidad para razonar de forma correcta Alucinaciones (compañero imaginario) Incoherencias verbales Reacciones exageradas (paranoia) Deterioro del nivel de consciencia hasta llegar al coma (a veces durante el sueño) Aspecto pálido-azulado Pérdida de la coordinación dedo-nariz y punta-talón Razonamiento alterado Comportamiento irracional No dejar solo o rezagado jamás a unmontañero con síntomas de un HACE Dar oxígeno (no interrumpirlo una vez instaurado) Descender inmediatamente acompañando al enfermo (obligándole si es preciso); puede aparecer una mejoría llamativa con un descenso de solo 300-500 m Recurrir, si es posible, a una cámara hiperbárica portátil No volver a ascender, aunque se produzca una recuperación con el descenso que se haya realizado Programar la evacuación y la hospitalización si persiste el estado de coma No administrar manitol ni diuréticos Prescribir dexametasona oral o parenteral (4-12 mg/4-6 horas) Edema pulmonar de las alturas (HAPE) Al menos dos de los siguientes síntomas: ● Disnea de reposo ● Tos ● Debilidad o disminución de la tolerancia al esfuerzo ● Opresión torácica Y al menos dos de los siguientes signos: ● Cianosis central ● Estertores o sibilancias ● Taquipnea ● Taquicardia Disnea intensa de esfuerzo y de reposo Sensación de opresión en el pecho Ortopnea Ahogo nocturno Tos persistente inicialmente seca Esputo blanquecino (acuoso o espumoso) o rosado Estertores (ruido de burbujeo) Debilidad y cansancio (mucho mayores que los de los demás miembros del grupo) Confusión, delirio, comportamiento irracional, disminución del nivel de consciencia y coma Taquicardia y taquipnea en reposo Cianosis de labios y dedos Palidez y frialdad cutáneas Vigilar de cerca a las personas afectadas (sobre todo por la noche) Descender inmediatamente (puede ser suficiente con 600-900 m) Obligar al reposo Administrar oxígeno (4-6 L/minuto durante los 15 primeros minutos y luego 2-3 L/minuto) Recurrir, si es posible, a una cámara hiperbárica portátil Prescribir nifedipino (20 mg por vía sublingual y 20 mg/6 horas por vía oral) AMS, acute mountain sickness; HACE, high altitude cerebral edema; HAPE, high altitude pulmonary edema. *Según los criterios del consenso de Lake Louise, 1991. Descargado de ClinicalKey.es desde Universidad Nacional Autonoma de Mexico diciembre 14, 2016. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2016. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. http://booksmedicos.org CAPÍTULO 100 Ahogamiento, disbarismos y vuelos en avión en los enfermos respiratorios 861 © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n de lit o. PREVENCIÓN El ascenso lento, para permitir una correcta aclimatación, y la hidratación y alimentación adecuadas, ricas en fluidos e hidratos de carbono, son esenciales para prevenir el mal de las alturas. Se recomienda no ascender más de 300-400 m en una sola jornada, a partir de los 3.000 m, y descansar durante todo 1 día cada 1.000 m de ascenso. Aunque no se aconseja su uso indiscriminado, tanto la acetazolamida (125-250 mg/8-12 horas) como la dexameta- sona (4 mg/6 horas) o el nifedipino (20 mg/6 horas) parecen prevenir algunas de las manifestaciones clínicas del mal de las alturas y pueden ser útiles en pacientes seleccionados, como son los que tienen antecedentes conocidos del mal de las alturas. Deben evitarse los esfuerzos físicos extenuan- tes, las comidas copiosas, las bebidas alcohólicas y los fár- macos sedantes. Resulta de utilidad someterse a un reconocimiento médico con anterioridad al inicio de una expedición de alta montaña. Las enfermedades más comunes (diabetes mellitus, hiperten- sión arterial, ulcus gastroduodenal, epilepsia, etc.) no son una contraindicación absoluta, si están bien controladas, para lle- var a cabo una estancia en la alta montaña. Sin embargo, sí son una contraindicación los trastornos que cursan con una insuficiencia cardíaca, respiratoria o renal, que difícilmente, más bien en ningún caso, tolerarían la exposición a una hipo- xia hipobárica. TABLA 100.2 Escala del consenso de Lake Louise, vigente desde 1991, útil en el diagnóstico y la valoración del mal agudo de la montaña Autocuestionario Cefalea Ausente 0 puntos Leve 1 punto Moderada 2 puntos Grave (incapacitante) 3 puntos Síntomas gastrointestinales Ausentes 0 puntos Anorexia o náuseas 1 punto Náuseas moderadas o vómitos 2 puntos Náuseas graves y vómitos incapacitantes 3 puntos Fatiga o debilidad Ausencia de cansancio 0 puntos Fatiga o debilidad leve 1 punto Fatiga o debilidad moderada 2 puntos Fatiga o debilidad grave 3 puntos Vértigo o mareos Ausentes 0 puntos Leves 1 punto Moderados 2 puntos Graves 3 puntos Alteraciones del sueño Duerme como habitualmente 0 puntos No duerme como habitualmente 1 punto Se despierta muchas veces, sueño nocturno escaso 2 puntos No puede dormir 3 puntos Valoración clínica (si se dispone de personal sanitario) Cambio en el estado mental Sin cambio 0 puntos Letargia o laxitud 1 punto Desorientación o estado confuso 2 puntos Estupor o semiinconsciencia 3 puntos Coma 4 puntos Ataxia Sin ataxia 0 puntos Maniobras de balanceo para mantener el equilibrio 1 punto Marcha desviada de la línea recta 2 puntos Caída 3 puntos Imposibilidad para levantarse 4 puntos Edema periférico Sin edema 0 puntos Edema en una localización 1 punto Edema en dos o más localizaciones 2 puntos Puntuación funcional Sin limitación de la actividad 0 puntos Reducción leve de la actividad 1 punto Reducción moderada de la actividad 2 puntos Reducción grave de la actividad (p. ej., reposo en cama) 3 puntos Clasificación del mal agudo de la montaña: una puntuación de 3 puntos en el autocuestionario o una puntuación de más de 3 puntos en la combinación del autocuestionario y la valoración clínica en altitudes superiores a los 2.500 m establece el diagnóstico de mal agudo de la montaña. Descargado de ClinicalKey.es desde Universidad Nacional Autonoma de Mexico diciembre 14, 2016. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2016. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. http://booksmedicos.org SECCIÓN XVI Situaciones especiales y otras alteraciones del aparato respiratorio 862 TRATAMIENTO El descenso inmediato a cotas más bajas es el tratamiento de elección para el mal de las alturas grave. Cualquier retraso puede tener consecuencias nefastas. A menudo se observan mejorías espectaculares con solo bajar 300 o 400 m. Siempre que se pueda debe volverse, al menos, hasta el campo base. Es bastante común que las personas que sufren un edema cerebral de las alturas se nieguen a admitir la gravedad de su estado y se resistan a regresar, sobre todo cuando se trata de montañeros muy motivados, pero con poca experiencia. La cámara hiperbárica portátil es un saco de tejido sintético ligero que puede cerrarse herméticamente y en cuyo interior cabe, por lo general, una persona. La elevación de la presión atmosférica en el interior de la cámara produce, de manera paralela, un aumento de la presión parcial de oxígeno, es decir, simula un bajada de altitud, que puede alcanzar los 3.000 m en pocos minutos. La cámara hiperbárica es muy eficaz en el tratamiento de todas las formas clínicas del mal de las alturas, en especial en el de las más graves, en las que el individuo no puede andar por sí mismo. Con ella se logra una mejoría suficiente de los síntomas como para permitir que el sujeto pueda descender con la ayuda necesaria. La acetazolamida es un inhibidor de la anhidrasa carbónica que aumenta la eliminación urinaria de bicarbonato y acidifica el medio interno. Es posible que esta acidificación del plasma actúe como un estimulante de los centros respiratorios, sobre todo por la noche, mejorando así los síntomas y facilitan- do la aclimatación. La dexametasona y el nifedipino son los fármacos de elección en el tratamiento del edema cerebral y pulmonar del mal de las alturas, respectivamente. VUELOS EN AVIÓN EN LOS ENFERMOS RESPIRATORIOS En las últimas décadas se ha incrementado de manera progresi- va el número de personas que utiliza el avión como medio de transporte para sus desplazamientos. En España, la progresión ha sido aún mayor, quizás por ser un país con un marcado carácter turístico. Aligual que ocurre con la exposición a la altitud, los avances que se han producido en el tratamiento de muchos trastornos respiratorios crónicos han favorecido un cambio en el estilo de vida de los enfermos, que también recurren a los desplazamientos aéreos como un medio de transporte ocasional. La altitud de crucero de los vuelos comerciales suele estar entre 9.000 y 12.500 m, por lo que es preciso que la cabina de pasajeros y de la tripulación esté bien presurizada. La mayoría de los aviones mantiene una presión no inferior a la de una altitud de 2.438 m, equivalente a una fracción inspiratoria de oxígeno (FIO 2) del 15,1%. Esto implica una caída de la PIO2 desde 150 mm Hg (la existente a nivel del mar) hasta 107 mm Hg, lo que supone que en los sujetos sanos la PaO2 descienda de 98 a 55 mm Hg, algo que, en general, se tolera bien. Sin embargo, las personas con algún problema respiratorio pueden sufrir una hipoxemia grave como consecuencia de esta caída, siendo posible que apa- rezcan entonces complicaciones cardiovasculares o síntomas respiratorios importantes. Es sabido que las alteraciones respiratorias dan cuenta hasta del 11% de las urgencias médicas que surgen en los vuelos comerciales y que estas alteraciones son la tercera causa de mortalidad en esos vuelos. Muchas de las personas que sufren emergencias de este tipo conocían la enfermedad que padecían, lo que subraya la importancia de la prevención. Además de las anomalías que se deben a los cambios que se producen en la presión barométrica, en los vuelos en avión pueden surgir otros problemas dignos de consideración. Por ejemplo, la concentración del ozono, que es muy baja a nivel del mar, se incrementa con la altitud y alcanza su pico en la estratos- fera. Este gas, importante para filtrar la radiación ultravioleta, resulta tóxico para el sistema respiratorio, incluso a niveles por debajo de 1 ppm, tasas que pueden alcanzarse en algunas cotas habituales en los vuelos en avión. Para evitar este tras- torno, los aviones tienen instalados catalizadores de ozono, que sirven para disminuir su concentración. Por otro lado, el aire de los aviones tiene que calentarse para que sea respirable. El aire caliente tiene, casi siempre, un bajo contenido en agua (humedad relativa del 5%), lo que puede tener consecuencias en algunos sujetos. Por ello, el aire de los aviones debe recircu- larse para mejorar sus condiciones de humedad. La renovación del aire obliga a emplear filtros eficientes para retener partículas y, a ser posible, microorganismos. Fisiopatología Aunque el efecto más importante sobre el organismo es el que se debe al descenso de la PIO2, la reducción de la presión atmosférica también puede afectar a la función pulmonar. Las modificaciones bruscas de esta presión, como las que ocurren cuando el avión despega, pueden ocasionar incrementos tran- sitorios en el volumen de aire atrapado de algunos órganos y cavidades (ley de Boyle). Así, los sujetos con bullas pulmonares o con un enfisema pueden experimentar modificaciones en la mecánica pulmonar, por compresión del tejido adyacente, o bien sufrir un neumotórax por rotura de una de esas bullas. El efecto contrario sucede durante el aterrizaje, lo que se facilita por la mala comunicación existente entre las cavidades del organismo. Así, las personas con una rinitis, una poliposis nasal o una sinusitis pueden tener episodios de barotitis o de barosinusitis. Se ha descrito, asimismo, el posible padecimiento de una enfermedad tromboembólica venosa cuando los vuelos son largos, lo que se ha relacionado con la mala hidratación y la estasis sanguínea secundaria a la escasa movilidad que tienen las piernas durante el viaje (síndrome de la clase turista). No obstante, la mayoría de esos pacientes padece estados de hiper- coagulabilidad, a veces no detectados con anterioridad, como trombofilias o insuficiencias venosas de características diversas. En síntesis, los cambios fisiopatológicos respiratorios más importantes que ocurren durante los vuelos en avión pueden resumirse de la siguiente manera: ● Hipoxia hipobárica. La PIO2 está en función de la presión atmosférica y de la presión del vapor de agua. Esta última se mantiene constante para una misma temperatura corpo- ral, pero la PIO2 se reduce de modo significativo (hipoxia hipobárica). Descargado de ClinicalKey.es desde Universidad Nacional Autonoma de Mexico diciembre 14, 2016. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2016. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. http://booksmedicos.org CAPÍTULO 100 Ahogamiento, disbarismos y vuelos en avión en los enfermos respiratorios 863 © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n de lit o. ● Expansión de los gases atrapados. A medida que se asciende en la atmósfera, la presión barométrica disminuye y los gases corporales atrapados se expanden (ley de Boyle). Este fenómeno puede originar molestias en los individuos nor- males en algunos órganos o estructuras, como el oído, los senos paranasales, los dientes o el sistema gastrointestinal. En los sujetos con enfermedades respiratorias e, incluso, en las personas jóvenes aparentemente normales, pero que tienen pequeñas bullas apicales, puede causar problemas más graves (p. ej., un neumotórax). ● Humedad en la cabina y deshidratación. Como ya se ha mencionado, la humedad en la cabina suele ser menor del 10-20%. Esto puede producir sequedad cutánea y molestias oculares, orales o nasales. ● Limitación de los movimientos. La inmovilidad prolongada puede llevar al acúmulo de sangre en las extremidades infe- riores, lo que favorece la tirantez, el aumento de volumen o el edema de las piernas. Predispone, incluso a la aparición de trombosis venosas profundas. Prevención En conjunto, las consecuencias de los cambios respiratorios que se producen durante un vuelo aéreo son pequeñas, por lo que puede decirse que los viajes aéreos son seguros en la inmensa mayoría de los casos, incluso para las personas que padecen enfermedades respiratorias. Sin embargo, algunas guías recomiendan que se haga, al objeto de minimizar los riesgos, una evaluación clínica previa a la realización del vuelo si existen determinadas condiciones patológicas, fun- damentalmente las siguientes: enfermedad pulmonar obs- tructiva crónica (EPOC), asma persistente grave, neumopatía restrictiva grave, fibrosis quística, antecedentes de síntomas cardiorrespiratorios en viajes aéreos previos (disnea, dolor torácico, síncopes, etc.), comorbilidades importantes (car- diopatía isquémica, insuficiencia cardíaca, enfermedad cere- brovascular), tuberculosis pulmonar, neumotórax, riesgo de enfermedad tromboembólica y necesidad de una oxigenote- rapia continua o de un soporte ventilatorio. Los procesos res- piratorios que, por diferentes motivos, contraindican un vuelo comercial se reseñan en el cuadro 100.2. De todos modos, para proporcionar un consejo médico bien fundado sobre la posible repercusión y el riesgo de viajar en avión deben considerarse varios aspectos: a) la naturaleza, la situación funcional, la reversibilidad y la gravedad del trastorno res- piratorio que padece el sujeto; b) el tipo de avión y la duración del viaje, y c) la eventual tolerancia del individuo a la altitud que se prevé que va a alcanzarse. Prescripción de oxígeno suplementario durante el vuelo El punto de corte elegido para establecer la necesidad de admi- nistrar oxígeno suplementario durante el vuelo es arbitrario y se basa en una decisión tomada por expertos, sin el refrendo de estudios claros y concluyentes. Al respecto, se ha señalado que una PaO 2 de 50 mm Hg es el límite inferior que debe aceptarse, ya que las personas sanas pueden alcanzar valores de 55 o 60 mm Hg durante su estancia en la cabina. Por ello, si la PaO2 que puede producirse (estimada) es inferior a 50 mm Hg, la oxigenoterapia durante el vueloparece necesaria en todos los casos. En las personas con una PaO2 estimada superior a 55 mm Hg no se requiere suplemento de oxígeno alguno. Los pacientes que tienen una PaO2 estimada entre 50 y 55 mm Hg deben evaluarse de manera individualizada, para lo que ha de tenerse en cuenta su función pulmonar, la tolerancia al ejer- cicio y la posible coexistencia de otras enfermedades. Aunque algunas guías utilizan la saturación de oxígeno medida con un pulsioxímetro para estimar los puntos de corte, parece que este procedimiento no discrimina bien a los sujetos que precisan oxígeno durante el viaje y tampoco da información alguna, muchas veces útil, sobre la PaCO 2 que tiene el individuo. La utilización de flujos de 2-4 L de oxígeno por minuto, administrados a través de unas gafas nasales o de una masca- rilla facial, permite obtener una PaO2 superior a 55 mm Hg en la mayoría de las personas. Dado que las compañías dis- ponen de oxígeno a bordo, el pasajero que precise una oxige- noterapia u otro tipo de soporte respiratorio o de asistencia médica debe comunicarlo e indicar a la compañía cuáles son sus requerimientos durante el viaje y cuál es, en tal caso, el tratamiento que debe seguir. En la figura 100.5 se refleja el algoritmo que ha elaborado la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR) en relación con la indicación de oxígeno suplementario duran- te los vuelos en avión. En el cuadro 100.3 se reseñan cuáles son las recomendaciones generales que la SEPAR aconseja tener en cuenta en los pacientes que padecen una enfermedad res- piratoria y que van a realizar uno de esos viajes. Cuadro 100.2 CONTRAINDICACIONES RESPIRATORIAS PARA REALIZAR UN VIAJE EN AVIÓN Absolutas Insuficiencia respiratoria aguda Tuberculosis pulmonar bacilífera Pasajeros procedentes de áreas en las que ha habido una transmisión local del síndrome respiratorio agudo grave (SARS) con síntomas respiratorios Contactos de casos probables o confirmados de SARS con una exposición que se ha producido en los últimos 10 días Neumotórax no drenado Intervención quirúrgica torácica mayor en las 2 semanas previas Contusión pulmonar Enfisema subcutáneo o mediastínico Relativas Resolución de un neumotórax espontáneo menos de 6 semanas atrás Intervención quirúrgica torácica mayor en las 6 semanas previas Buceo en las 24 horas previas Tomado de García Río et al., 2007. Descargado de ClinicalKey.es desde Universidad Nacional Autonoma de Mexico diciembre 14, 2016. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2016. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. http://booksmedicos.org SECCIÓN XVI Situaciones especiales y otras alteraciones del aparato respiratorio 864 FIGURA 100.5 Algoritmo para la evaluación de la necesidad de oxígeno suplementario durante el vuelo en los pacientes con enfermedad respiratoria crónica. FEV 1 , volumen espiratorio forzado en el primer segundo; FVC, capacidad vital forzada; PaO 2 , presión arterial de oxígeno; SpO 2 , saturación percutánea de oxígeno. Cuadro 100.3 RECOMENDACIONES GENERALES QUE DEBEN DARSE A LOS ENFERMOS RESPIRATORIOS QUE VAN A REALIZAR UN VIAJE EN AVIÓN Solicitar un informe de la situación clínica del paciente en el que figure la última valoración funcional respiratoria que se ha hecho y el tratamiento que se sigue habitualmente; esto es imprescindible si la estancia fuera de la residencia habitual va a ser de varias semanas y el destino no cuenta con los recursos sanitarios necesarios Sentarse en una zona reservada para los no fumadores si se vuela en una compañía en la que todavía se permite fumar en los aviones Evitar el exceso de alcohol antes y durante el vuelo, en especial en los enfermos con un síndrome de apneas e hipopneas del sueño o con riesgo de padecer una enfermedad tromboembólica venosa Mantener la movilidad durante los vuelos de larga duración, salvo si el enfermo requiere un tratamiento con oxígeno Tratar de utilizar el oxígeno, si se precisa, al desplazarse por el avión mientras se vuela (con una alargadera que lo permita); obviamente también en los traslados en el interior del aeropuerto Adoptar las medidas profilácticas adecuadas ante el riesgo de una enfermedad tromboembólica venosa Llevar toda la medicación y, sobre todo, los inhaladores de rescate en el equipaje de mano Asegurarse de que la medicación no se afecta por las condiciones extremas del compartimento de carga si se decide su facturación Emplear cámaras espaciadoras en lugar de nebulizadores Llevar una batería seca en los vuelos de larga duración, que debe apagarse antes de aterrizar, si se requiere el tratamiento con un equipo de presión positiva continua en la vía aérea (CPAP) Saber que los pacientes que precisan de un ventilador deben tolerar las desconexiones transitorias durante el despegue y el aterrizaje Comunicar a la compañía aérea, al realizar la reserva, al menos 48 horas antes del viaje, que se requiere oxígeno o cualquier otro tipo de asistencia médica Gestionar con el servicio médico de la compañía, siempre que sea preciso, la asistencia que se estime necesaria para el traslado del enfermo dentro del aeropuerto Tomado de García Río et al., 2007. Descargado de ClinicalKey.es desde Universidad Nacional Autonoma de Mexico diciembre 14, 2016. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2016. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. http://booksmedicos.org Botón1:
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