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2292 SECCIÓN XVII Enfermedades infecciosas MALARIA Concepto La malaria, también conocida como paludismo, resulta de la infección humana por un parásito del género Plasmodium, transmitido por la picadura de un mosquito vector anofelino. Es la enfermedad parasitaria más importante y se mantiene como uno de los principales problemas globales de salud pública. Endémica en 87 países del mundo, donde cer- ca de 3.200 millones de personas viven expuestas a infectarse, causa cerca de 219 millones de episodios clínicos y 435.000 muertes anua- les, la inmensa mayoría de las cuales se producen en niños africanos infectados por Plasmodium falciparum. En estas zonas, las mujeres embarazadas son el otro grupo poblacional más vulnerable, ya que la infección durante el embarazo es una causa importante de morbimor- talidad materna y de bajo peso en los recién nacidos. Puede afectar a los residentes de zonas endémicas y adquirirse de forma «autóctona», o bien manifestarse en viajeros como una enfer- medad «importada» al regreso de una estancia en una zona endémica. Asimismo, se han documentado casos en personas sin antecedentes de viaje a una zona endémica, pero que han sido picados por un mosquito infectado transportado (en avión, barco u otros medios) desde una zona endémica («malaria de aeropuerto»). Existen otras vías esporádicas de contagio por vía hematógena que no requieren el mosquito vector y que se originan en el embarazo o durante el parto («malaria congé- nita»), o bien que resultan de transfusiones, trasplantes de órganos o intercambios sanguíneos provenientes de una fuente infectada («malaria inducida»). Etiología Vector anofelino El vector responsable de la transmisión del parásito es un mosquito del género Anopheles. Existen más de 400 especies, aunque únicamente una treintena se consideran transmisoras. El insecto pasa por un ciclo completo de metamorfosis que dura entre 11 y 20 días, y que incluye los estadios de huevo, larva, pupa e insecto adulto. La reproducción sexuada del parásito se realiza en el interior del mosquito, dura un mínimo de 1 semana (período obligatorio para que el vector sea infec- tivo) y no se lleva a cabo adecuadamente a temperaturas inferiores a 16 °C o superiores a 35 °C, por lo que la distribución geográfica de los vectores, y por tanto de la malaria, viene en parte explicada por las características climáticas de cada zona, a su vez también ligadas a la altitud. Sólo la hembra del mosquito se alimenta de sangre (cada 2-3 días), por lo que es la única que puede transmitir la enfermedad. Las preferencias de las diferentes especies de vector transmisor (p. ej., picadura a partir del anochecer o durante la noche, lugar de picadura y de reposo en el interior de la casa o no, tropismo por los humanos únicamente o por otros animales) condicionarán la distribución geo- gráfica de la enfermedad, y su conocimiento permitirá determinar cuáles son las mejores medidas de control y prevención antivectorial. Se llama índice esporozoítico al porcentaje de Anopheles hembra con esporozoítos en sus glándulas salivales, que en ciertas zonas de África llega al 2%-5%. El número medio de picaduras infectivas anuales que recibe un habitante en zonas de baja transmisión en Latinoamérica o Asia es inferior a 1, mientras que en áreas hiperendémicas (o de alta transmisión) de África puede superar las 1.000. Parásito De las más de 125 especies de plasmodio existentes, la gran mayoría patógenos en el reino animal, sólo cinco causan malaria en el humano. Plasmodium falciparum, la especie más virulenta, es responsable de una gran carga de enfermedad y de la práctica totalidad de las muertes, y se encuentra en la mayoría de los países del África subsahariana, en el subcontinente indio y el sudeste asiático, algunas zonas del Pacífico y amplias regiones del Amazonas sudamericano. Plasmodium vivax, la especie más extendida geográficamente, se transmite sobre todo en Asia, Oceanía, Centroamérica, América del Sur y algunos focos residuales de Oriente Medio. Plasmodium ovale es frecuente en África Occidental, y Plasmodium malariae puede encontrarse de forma ubicua. Estas dos últimas especies causan cuadros clínicos relativamente benignos. Recientemente, Plasmodium knowlesi, una especie causante de malaria en los primates, ha sido confirmada como responsable de episodios en humanos, aunque los pocos casos documentados se han circunscrito a zonas muy localizadas y selváticas de Malasia, Indonesia y Filipinas. Ciclo vital del Plasmodium En la figura 286-1 se representa el ciclo vital de P. falciparum en el ser humano y en el mosquito vector. La picadura del vector inocula un pequeño número de esporozoítos (∼10-20, a veces más) que llegan al torrente circulatorio directamente, o en una pequeña proporción a través de los vasos linfáticos. Este primer paso hemático es de muy corta duración (< 1 h), y los esporozoítos se dirigen al hígado, donde invadirán unos pocos hepatocitos. Allí, iniciarán una primera repro- ducción asexuada, de duración variable (media de 5,5 días en el caso de P. falciparum y 15 días para P. malariae), que concluye cuando cada esquizonte hepático libera millares de merozoítos al torrente sanguíneo. Este proceso intrahepático, común a todas las especies, tiene una importante variante en el caso de infecciones por P. vivax y P. ovale, donde una proporción de estos parásitos intrahepáticos permanecerá quiescente en el interior del hepatocito sin replicarse durante semanas o incluso meses (formas «durmientes» o hipnozoítos). Semanas o meses después, los hipnozoítos pueden reactivarse y reiniciar su ciclo de repli- cación para dar lugar a un nuevo episodio clínico. Los merozoítos de cualquier especie liberados al torrente sanguíneo invaden con rapidez los eritrocitos, donde se transformarán en trofozoítos. Estos madurarán desde el estadio de anillo para formar los esquizontes intraeritrocitarios ocupantes de la totalidad de la célula y que se rompen (esquizogonia eritrocitaria) de manera cíclica liberando nuevos merozoítos (entre 6 y 36) a la sangre. La periodicidad de estos ciclos (cada 24 h en P. knowlesi, 48 h en P. falciparum, P. vivax y P. ovale, y cada 72 h en P. malariae) determinará la periodicidad de los síntomas clínicos, puesto que la esquizogonia eritrocitaria se acompaña de una cascada inflamatoria que se traduce en la aparición de fiebre y otra sintomatología. Cuando este fenómeno se ha repetido varias veces, una pequeña proporción (< 10%) de los merozoítos se transforma en gametocitos (gametocitogénesis), que circulan durante semanas, y que son los responsables de la transmisión de la enfermedad de un humano a otro (a través del mosquito). P. vivax tiene la capacidad de producir gametocitos desde los esquizontes hepáticos, con lo que pueden libe- rarlos directamente a la sangre antes de la aparición de sintomatología clínica. Esta diferencia fundamental con P. falciparum, que sólo ini- cia su gametocitogénesis una vez que se han instaurado varios ciclos intraeritrocitarios (y, por tanto, después de aparecer la sintomatología clínica), aportará una ventaja evolutiva para la supervivencia de P. vivax, ya que esta especie podrá transmitirse de un humano a otro antes de que la aparición de síntomas clínicos permita instaurar un tratamiento. Una vez ingeridos por un nuevo mosquito, los gametocitos de cualquier especie iniciarán la fase sexuada del ciclo en el estómago del mosquito, que incluye las fases de oocigoto, ooquineto y ooquiste; estos últimos son capaces de liberar más de 1.000 esporozoítos infectivos en las glándulas salivales del mosquito, listos para reiniciar el siguiente ciclo de infección en un nuevo hospedador. Malaria y babesiosis Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 12, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechosreservados. https://booksmedicos.org https://booksmedicos.org 2294 SECCIÓN XVII Enfermedades infecciosas malaria. Esta protección probablemente represente la adquisición progresiva de una memoria inmunológica frente al amplio repertorio de parásitos existentes en el área de exposición, y se adquiere más rápidamente cuanto mayor sea la intensidad de transmisión. Por el momento, no ha sido identificado ningún correlato detectable en el plasma que informe sobre la adquisición o no de esta inmunidad adquirida. Sin embargo, la inmunidad adquirida nunca es esterilizante, ya que individuos que han desarrollado esta inmunidad pueden tolerar la presencia de parásitos en la sangre a pesar de no manifestar síntomas clínicos. De esta observación deriva la conclusión de que, en zonas de alta endemicidad, el hallazgo de parásitos en la sangre en un paciente con sintomatología clínica no implica necesariamente que sean la causa de dicha sintomatología. Por el contrario, pacientes con malaria sin exposición previa podrán desarrollar cuadros graves incluso con infecciones de muy baja intensidad. Cabe destacar que la INA se pierde paulatinamente en ausencia de una exposición continuada, por lo que personas con cierto grado de semiinmunidad adquirida pueden volver a ser vulnerables a los episodios graves si se alejan durante un tiempo suficiente de la zona endémica. Cuadro clínico El cuadro clínico resultante de una infección por Plasmodium depen- derá de una combinación de factores relacionados con el hospedador infectado, con el parásito infectante o con el entorno en que se produce esta infección. El grado de INA en el paciente, relacionado con la intensidad de exposición y la edad, condicionará cuadros clínicos que variarán entre la infección asintomática (que puede pasar totalmente desapercibida) y episodios graves o potencialmente letales; por tanto, es comprensible que sean los pacientes más jóvenes (en el proceso de desarrollar su INA) y las embarazadas (por una disminución transitoria de su INA) en las zonas endémicas, así como los pacientes no expuestos (viajeros), los que presentan cuadros más graves. Desde el punto de vista del hospedador, existen múltiples anomalías genéticas (p. ej., rasgo drepanocítico, talasemia, deficiencia de G-6-PD, ovalocitosis) que con- fieren cierto grado de protección, y que podrían haber surgido como mutaciones evolutivas para proteger de la alta mortalidad secundaria a la malaria; en ocasiones, su distribución geográfica es superponible a la de P. falciparum. La ausencia de la proteína Duffy de la membrana de los hematíes, necesaria para la penetración de P. vivax en el interior del reticulocito, rasgo generalizado en los individuos de raza negra, es otra alteración genética que explicaría la virtual ausencia de este parásito como causa de infecciones en africanos de etnia negra. Los factores inherentes al parásito y relacionados con la gravedad del cuadro clínico incluyen la especie infectante (virulencia, variación antigénica, potencial para citoadherir) o el grado de resistencia a los fármacos antimaláricos disponibles, entre otros. Malaria no complicada Los síntomas iniciales de la malaria son inespecíficos y pueden confun- dirse con los de cualquier viriasis o proceso gripal. El paroxismo febril, con sus tres fases «clásicas» (frío y escalofríos, calor y aumento rápido de la temperatura, y sudoración profusa), aparece unos 8-12 días des- pués de la infección (el período de incubación varía según la especie, más corto para P. falciparum), y en ausencia de tratamiento adquiere una periodicidad que coincide con la sincronía de la esquizogonia hemática. Esta característica se utilizó en el pasado para diferenciar las fiebres tercianas (cada tercer día o 48 h, P. falciparum, P. vivax y P. ovale) de las cuartanas (cada cuarto día o 72 h, P. malariae), aunque en la actualidad el uso de antipiréticos hace esta diferenciación menos obvia. Otros síntomas frecuentes incluyen cefalea, artromialgias, aste- nia, tos seca y síntomas gastrointestinales (náusea y vómito, dolor abdominal, diarrea). Los hallazgos más frecuentes en la exploración incluyen esplenomegalia, hepatomegalia, ictericia leve y palidez de mucosas. La anemia, de etiología multifactorial (hemólisis, mielode- presión e hiperesplenismo), suele ser normocítica y normocrómica, y es un hallazgo frecuente, sobre todo en las zonas endémicas. El recuento de leucocitos suele ser normal (aunque también puede estar tanto aumentado como disminuido), y el de plaquetas suele estar dis- minuido, sin otras alteraciones hematológicas o de la coagulación asociadas (excepto en casos muy graves). Puede detectarse también un aumento de las transaminasas, la bilirrubina, la proteína C reactiva o la lactato-deshidrogenasa (LDH). La esplenomegalia y la hepatomegalia se han identificado como los únicos signos clínicos en zona endémica asociados de forma significativa con la probabilidad de tener malaria, aunque los síntomas individuales tienen poca utilidad diagnóstica en dichas áreas. En casos importados, la presencia de fiebre, esplenome- galia, hiperbilirrubinemia o trombocitopenia hace el diagnóstico de malaria más probable. Malaria grave En zonas de alta transmisión, sólo un 1%-2% de los episodios de malaria por P. falciparum (la especie causante de cuadros graves con mayor frecuencia) se complica. Esta proporción aumenta de modo considerable en casos de malaria en pacientes sin INA, por lo que en zonas de baja transmisión o ante un viajero con malaria existe siempre el peligro de una mala evolución. En zonas hiperendémicas, la malaria grave es una complicación típica pediátrica y de embarazadas, mien- tras que en zonas de baja transmisión o en viajeros puede ocurrir a cualquier edad, pero es más frecuente en adultos. La malaria grave en adultos suele caracterizarse por el fallo de más de un órgano (fallo multiorgánico). La tasa de mortalidad de la malaria grave oscila entre el 10% y el 20%, según el cuadro clínico asociado. En la tabla 286-1 se muestran las características clínicas y de laboratorio definitorias de la malaria por P. falciparum grave y los criterios de mal pronóstico asociado. A continuación se indican las complicaciones más frecuentes. Alteraciones neurológicas Son frecuentes y variadas, y las más importantes son la postración (imposibilidad de sentarse por sí solo o deambular); las convulsiones (> 2 episodios en 24 h), que suelen ser generalizadas y tonicoclónicas, y las alteraciones del nivel de consciencia (desde la obnubilación al coma más profundo, definido como ausencia de respuesta a estímulos dolorosos, 30 min después de un episodio convulsivo o de la corrección de una hipoglucemia). La malaria cerebral, quizá la complicación más característica del paludismo, es una encefalopatía simétrica difusa, que puede cursar con signos de afección troncoencefálica y que tiene una alta mortalidad asociada. En zonas endémicas, su diagnóstico implica la exclusión de otras causas de coma (estado poscrítico, hipoglucemia, meningitis), aun en presencia de parásitos en sangre. La punción lum- bar suele ser normal y no suele existir rigidez de nuca. La retinopatía malárica (hemorragias y blanqueamiento retinianos, cambios vasculares y papiledema), traducción observable in vivo (mediante un simple fondo de ojo) de lo que puede observarse en las necropsias de pacientes con malaria cerebral, tiene un excelente valor a la hora de confirmar su diagnóstico y suele asociarse a un mal pronóstico. La malaria cerebral causa secuelas neurológicas permanentes hasta en un tercio de los supervivientes (ceguera cortical, sordera, trastornos de la marcha y el equilibrio, hemiplejía, retrasos cognitivos y de aprendizaje, epilepsia), aunque en ocasiones secuelas aparentemente graves pueden revertir en su totalidad en pocas semanas. Anemia grave Definida por un hematocrito inferior al 15% o por una hemoglobina por debajo de 5 g/dL,es de etiología multifactorial (eritropoyesis ineficaz, hemólisis y eliminación esplénica). En zonas endémicas, los episodios de malaria repetidos pueden provocar empeoramientos agudos de anemias crónicas bien toleradas y descender los valores hematológicos a límites peligrosos para la supervivencia. Es habitual que el tratamiento antimalárico, al eliminar parásitos intraeritrocitarios, empeore paradójicamente la anemia, a pesar de una mejoría del cuadro clínico inicial. Manifestaciones respiratorias Son más frecuentes en los pacientes adultos. Se pueden manifestar como edema agudo de pulmón no cardiogénico, que puede agravarse por la hidratación, por lo que debe prestarse especial atención a la hora de administrar líquidos a los pacientes. Pueden también presentarse como síndrome de distrés respiratorio agudo (SDRA), la complicación respiratoria más grave de la malaria. En ambos casos puede producirse hipoxemia, y existe una traducción radiológica evidente. Pueden reque- rir intubación y ventilación mecánica. Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 12, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org CAPÍTULO 286 Malaria y babesiosis © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n de lit o. 2295 Acidosis metabólica Está definida por un bicarbonato plasmático inferior a 15 mmol/L, un exceso de base superior a 10 o un pH por debajo de 7,25. Suele presentarse con concentraciones elevadas de lactato (lactato plasmáti- co > 5 mmol/L o > 45 mg/dL). Contribuye a empeorar el distrés respiratorio (es su causa primordial en niños) y se asocia a mal pronós- tico. La causan la glucólisis anaerobia tisular derivada del secuestro de eritrocitos parasitados en la microcirculación (debido a los fenómenos de citoadherencia medrados por el parásito), la producción parasitaria de lactato y la disminución del aclaramiento en el riñón y el hígado. El tratamiento con bicarbonato no ha demostrado una buena eficacia, y actualmente se discute si el aporte de volumen o el dicloroacetato podrían resultar beneficiosos. Hipotensión/shock («malaria álgida») Se define por la presencia de PAS inferior a 80 mm Hg en los adultos (< 50 mm Hg en los niños), con enlentecimiento del relleno capilar y discordancia de las temperaturas periférica/central superior a 10 °C. Es frecuente como evento terminal del cuadro y puede coincidir con la aparición de una sepsis bacteriana secundaria. En los niños son frecuentes las bacteriemias concomitantes, sobre todo por Salmonella no typhi y S. pneumoniae. Alteraciones de la coagulación/hemorragias Suele haber trombocitopenia marcada (< 50 × 109 L) y puede existir constatación analítica de coagulación intravascular diseminada (des- censo del fibrinógeno, prolongación del tiempo de protrombina y del tiempo parcial de tromboplastina). Además de las hemorra- gias retinianas, pueden aparecer epistaxis, gingivorragias o hemorragias digestivas. Sin embargo, y a pesar de las mencionadas alteraciones analíticas, los sangrados francos suelen ser relativamente infrecuentes. Insuficiencia renal aguda Se define por una creatinina sérica superior a 3 mg/dL y/o BUN (nitrógeno ureico) por encima de 100 mg/dL. Es muy frecuente en los adultos, con oligoanuria o anuria franca, aunque cada vez hay mayor evidencia de que también ocurre en los pacientes pediátricos. Mejora con la rehidratación, aunque puede requerir hemodiálisis. La hemoglobinuria es también frecuente como consecuencia de la des- trucción periférica de hematíes, y puede traducirse en orina de color oscuro (hematuria macroscópica). Hipoglucemia La glucemia puede ser inferior a 40 mg/dL en la malaria grave, y esta alteración es especialmente común en los niños y las embarazadas. Es secundaria a alteraciones en la neoglucogénesis, déficits de aporte externo y aumento de los requerimientos. La quinina puede empeorarla por su efecto hiperinsulinemiante. Hiperparasitemia En general, cuanto mayor es la parasitemia, mayor es el riesgo de com- plicaciones. Sin embargo, en áreas de alta transmisión pueden tolerarse bien parasitemias muy altas. Debido al secuestro en la microvascula- tura, la parasitemia periférica puede subestimar la masa parasitaria total verdadera y, por tanto, hay que ser cautos a la hora de evaluar la gravedad según este parámetro. En pacientes no inmunes se considera un factor de riesgo si es mayor del 2,5% (> 125.000 parásitos/µL), mientras que en zonas de alta transmisión sólo si lo es del 10% (> 500.000 parásitos/µL). Trabajos recientes sugieren medir la canti- dad de proteína HRP2 circulante (liberada por el parásito) como una mejor aproximación de la carga parasitaria real. Insuficiencia hepática La ictericia clínica o la hiperbilirrubinemia (habitual en adultos) no son per se criterios de mal pronóstico, a no ser que vayan acompañadas de insuficiencia hepática evidente o de insuficiencia funcional en otros sistemas (sistema nervioso central, renal). La hiperbilirrubinemia (bili- rrubina total > 2,5 mg/dL) y la transaminitis (cifras tres veces mayores que los valores normales) son relativamente frecuentes, pero no suelen acompañarse de insuficiencia hepática franca. Malaria grave por otras especies Recientemente, se ha confirmado que P. vivax, una especie considerada hasta hace poco como «benigna», también puede causar episodios graves o incluso letales (anemia, SDRA, edema agudo de pulmón, convulsiones y coma, insuficiencia renal aguda, rotura esplénica, hemo- rragias), a pesar de que las complicaciones ocurran con mucha menor frecuencia que en las infecciones por P. falciparum. Aunque los mecanismos fisiopatológicos se conocen mal, se pos- tula un rol importante de la respuesta inflamatoria postinfección. Antes de atribuir a P. vivax un caso de malaria grave, es obligatorio excluir (idealmente por reacción en cadena de la polimerasa [PCR, S E C C IÓ N X V II TABLA 286-1 Características definitorias de la malaria grave y criterios de mal pronóstico Característica(s) definitoria(s) Criterio(s) de mal pronóstico Exploración física Postración Alteración del nivel de consciencia Coma profundo (GCS ≤ 8; en niños, BCS ≤ 2) Convulsiones repetidas > 2 convulsiones en 24 h Distrés respiratorio, edema agudo de pulmón Taquipnea, respiración profunda (Kussmaul), PaO2 < 60 mm Hg (FiO2, 21%) Shock PAS < 70 mm Hg (< 50 mm Hg en niños) a pesar de infusión de volumen Anuria/oliguria Ictericia Manifestaciones hemorrágicas Hemorragias retinianas, retinopatía malárica Hematuria o hemoglobinuria macroscópica Pruebas de laboratorio Anemia grave Hematocrito < 15% o bien hemoglobina < 5 g/dL Hipoglucemia Glucemia < 2,2 mmol/L (< 40 mg/dL) Acidosis metabólica Bicarbonato plasmático < 15 mmol/L; EB > 8 mEq/L o pH < 7,25 Hiperlactatemia Lactato plasmático > 5 mmol/L o > 45 mg/dL Insuficiencia renal aguda Creatinina sérica > 3 mg/dL; BUN > 100 mg/dL Elevación de las transaminasas Aumento de las enzimas hepáticas (ASAT/ALAT) × 3 veces los valores normales Hiperbilirrubinemia Bilirrubina total > 3 mg/dL Coagulación intravascular diseminada Trombocitopenia < 50 × 109/L; prolongación del tiempo de protrombina y del tiempo parcial de tromboplastina, descenso del fibrinógeno (< 200 mg/dL) Hiperparasitemia > 500.000 parásitos/µL, parasitemia > 2,5% (no inmunes) o > 10% (semiinmunes) ALAT: alanina aminotransferasa; ASAT: aspartato aminotransferasa; BCS: escala de coma de Blantyre (pediátrica); BUN: nitrógeno ureico en sangre; EB: exceso de base; GCS: escala de coma de Glasgow. Adaptado de World Health Organization. Trop Med Int Health 2014;19(Suppl 1):7-131; Muñoz et al. Enferm Infecc Microbiol Clin 2015; 33(6):e1-e13, y Rosenthal PJ. N Engl J Med 2008;358:1829-36. Descargado paraAnonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 12, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org 2296 SECCIÓN XVII Enfermedades infecciosas en sus siglas en inglés]; normalmente por microscopia) la infección mixta, ya que pueden existir parásitos de P. falciparum secuestrados que no sean visibles en la sangre periférica. Es importante excluir otras coinfecciones que, en presencia de parasitemias incidentales, podrían ser las verdaderas responsables del cuadro clínico. Las infecciones por P. knowlesi, aunque todavía anecdóticas, suelen ser graves, y se han descrito casos letales. Esto podría relacionarse con la mayor velocidad de replicación intraeritrocitaria de esta especie, causante habitualmente de infecciones con altas parasitemias, ya que sus ciclos de esquizogonia hemática se repiten cada 24 h. Malaria en los niños Más del 90% de las muertes globales por malaria se producen en niños de menos de 5 años de edad, claramente el grupo poblacional más vulnerable. En zonas endémicas, la malaria es muy poco habitual en los recién nacidos, debido a la transferencia materna de anticuerpos (que confieren al recién nacido un cierto grado de protección durante los primeros meses de vida) y a la mayor presencia de hemoglobina fetal (factor protector) en el neonato. Una vez pasados los primeros 3-4 meses, el lactante se vuelve vulnerable a la infección y podrá desarro- llar enfermedad clínica. La clínica suele ser inespecífica y evolucionar de forma muy rápida. En los niños, suelen diferenciarse tres grandes síndromes de gravedad, que pueden o no coexistir. La anemia grave (Hb < 5 g/dL o hematocrito < 15%) es la primera causa de muerte por malaria en el mundo y, con frecuencia, requiere la administración inmediata de transfusiones de hemoderivados. El distrés respiratorio en pediatría, a diferencia del de los adultos, no suele traducir una afección pulmonar y es la consecuencia de una acidosis metabólica, con la consiguiente hiperventilación respiratoria compensatoria (res- piración profunda o de Kussmaul). En ausencia de sobreinfecciones bacterianas asociadas, la radiografía de tórax suele ser normal, al igual que la saturación de oxihemoglobina. La malaria cerebral en pediatría se manifiesta en forma de convulsiones (muy frecuentes en la malaria pediátrica), afección variable neurológica, retinopatía malárica y coma profundo, con una mortalidad asociada hasta del 20% de los casos. La instauración del coma puede ser muy rápida, y suele ser precedida por una convulsión; si existe una buena respuesta al tratamiento, su resolución también suele ser rápida. Estudios recientes de imagen con RM han evidenciado el papel fundamental que el edema cerebral y la hipertensión endocraneal juegan en la sintomatología clínica en estos casos. A diferencia de la malaria grave del adulto, son menos frecuentes la afección renal y hepática, los trastornos de la coagulación y el fallo multiorgánico. Malaria en las embarazadas La malaria en las mujeres embarazadas causa principalmente anemia, aunque también son frecuentes las manifestaciones respiratorias o neurológicas. Los cuadros clínicos serán más graves cuanto menor sea el grado de INA, que está condicionado por el grado de exposición previa, así como por el número de embarazos. La infección placentaria condiciona problemas de retraso de crecimiento fetal, que se traducen en recién nacidos generalmente a término, pero con bajo peso al nacer, un factor condicionante de un mayor riesgo de mortalidad infantil pos- terior. Puede asociarse también a prematuridad y muertes fetales. La malaria congénita es una entidad poco conocida, probablemente más frecuente en embarazadas sin inmunidad previa, y que se manifiesta de manera muy inespecífica y principalmente por fiebre intermitente en el neonato. Debe realizarse diagnóstico diferencial con la sepsis neonatal. En zonas endémicas se cree que pasa a menudo inadvertida, ya que el traspaso de anticuerpos maternos a través de la placenta o por la lactancia controlaría las infecciones. Malaria y virus de la inmunodeficiencia humana La infección asintomática por el HIV tiene escasa repercusión sobre la malaria, pero la inmunodepresión franca del sida conlleva conse- cuencias nocivas en el caso de la malaria, ya que altera la respuesta inmunitaria frente a esta infección. En estos casos puede producirse un aumento del riesgo de parasitemia, malaria clínica y, en áreas de baja endemicidad, episodios de mayor gravedad. La infección materna por el HIV aumenta el riesgo de malaria materna y congénita, y potencia el bajo peso al nacer secundario a la malaria. Complicaciones crónicas En los casos en que se producen episodios frecuentes (por recidivas o alta exposición a nuevas picaduras infectivas), la malaria se convierte en una causa crónica de anemia, problemas de crecimiento y desarrollo, y posible- mente condiciona una mayor vulnerabilidad a otras infecciones. Existen, además, algunos síndromes típicamente asociados a la exposición crónica. La esplenomegalia hiperreactiva malárica (esplenomegalia tropical) se caracteriza por aumento masivo del tamaño del bazo, hepatomegalia, hiperesplenismo y pancitopenia asociada, así como hipergammaglobu- linemia (IgM) policlonal y títulos altos de anticuerpos antimaláricos. Tiene un importante componente genético (en áreas de Papúa-Nueva Guinea, hasta el 80% de los adultos la padecen) y resultaría de la esti- mulación inmunitaria continuada, aunque generalmente no se detecten parásitos en la sangre. Las técnicas de diagnóstico más sensibles (PCR) pueden confirmar infecciones submicroscópicas, responsables del mantenimiento del estímulo antigénico. Existe gran predisposición a las coinfecciones bacterianas y a los procesos linfoproliferativos malignos. Requiere un tratamiento crónico conservador con profilaxis antimalá- rica, que debe mantenerse mientras exista exposición. La nefropatía malárica (o cuartana) es una complicación crónica de la infección por P. malariae, mediada por inmunocomplejos solubles que se depositan en el glomérulo y causan un síndrome nefrótico. Responden mal a la terapia con glucocorticoides y suelen evolucionar hacia la insuficiencia renal crónica. El linfoma de Burkitt es el tumor maligno pediátrico más frecuente en muchas zonas de África, y su distribución geográfica muestra una asombrosa correlación con la presencia de malaria. La coexistencia de una infección por el virus de Epstein-Barr y una exposición continuada a la malaria parece condicionar la proliferación incontrolada de los linfocitos B causante de este tumor. Suelen ser tumores quimiosensibles con una rápida respuesta al tratamiento. Diagnóstico El método diagnóstico de elección continúa siendo la identificación de las formas asexuadas del parásito intraeritrocitarias mediante el examen microscópico de una extensión de sangre periférica teñida con Giemsa (frotis y gota gruesa). La microscopia permite la identificación de la especie infectante, así como la cuantificación del grado (y, por tanto, la gravedad) de parasitemia, y la evaluación de la respuesta al tratamiento mediante la comparación de muestras seriadas. Otro método cada vez más extendido es la detección rápida de antígenos parasitarios (proteína-2 rica en histidina [HPR-2], LDH del parásito [pLDH]) o aldolasa del Plasmodium en sangre mediante técnicas inmunocromato- gráficas. La irrupción en las zonas endémicas de los test diagnósticos rápidos (RDT, del inglés rapid diagnostic tests) basados en estas técnicas ha supuesto una verdadera revolución diagnóstica, ya que son fáciles de utilizar, tienen una alta sensibilidad y especificidad, y no se requiere experiencia previa para interpretar sus resultados, cuya obtención es muy rápida. HRP2 es una proteína soluble producidapor P. falcipa- rum que serviría también como marcador de biomasa parasitaria. Los RDT no son útiles para evaluar la respuesta al tratamiento, ya que permanecen positivos durante varios días o semanas, ni permiten una cuantificación del grado de infección. Su rendimiento disminuye en presencia de parasitemias bajas. Los test de última generación permiten la diferenciación de la especie, con lo que discriminan adecuadamente entre una infección por P. falciparum o P. vivax. Las técnicas de PCR o la amplificación isotérmica de ácidos nucleicos de tipo amplificación isotérmica mediada por asas (LAMP) son capaces de detectar parasi- temias muy bajas (3-4 parásitos/µL) y de diferenciar especies, pero están sólo disponibles en laboratorios de referencia y su uso queda restringido a la investigación. En zonas hiperendémicas, el diagnóstico diferencial debe realizarse con cualquier otra enfermedad causante de fiebre. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda restringir el tratamiento a casos con confirmación parasitológica, aunque, como su incidencia ha sido históricamente muy importante, muchos países mantienen el tra- tamiento empírico con antimaláricos para todo episodio febril, incluso en ausencia de confirmación parasitológica. En zonas no endémicas resulta difícil pensar en este diagnóstico en ausencia de un antecedente reciente de estancia en una zona endémica, y por este motivo muchas Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 12, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org CAPÍTULO 286 Malaria y babesiosis © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n de lit o. 2297 veces se produce un retraso importante en su diagnóstico. Tanto por su similitud como por su posible coexistencia, deben descartarse las infecciones víricas más comunes y otras como el dengue (acompañado frecuentemente por erupción cutánea y dolor retroocular, ausentes en la malaria), las hepatitis víricas o las infecciones por citomegalovirus y el virus de Epstein-Barr. Debe descartarse también la presencia de infecciones bacterianas: neumonía, fiebre tifoidea, leptospirosis, rickett- siosis, meningitis, sepsis. Tratamiento La malaria es una enfermedad potencialmente letal, por lo que debe considerarse una urgencia clínica e instaurarse un tratamiento rápido en cualquier caso sospechoso con un antimalárico eficaz, incluso en ausencia de confirmación parasitológica. Antes de decidir qué pauta de tratamiento administrarse, debe establecerse el origen geográfico de la infección, la especie responsable y su sensibilidad potencial al arsenal terapéutico disponible (resistencias). Es importante discernir si el paciente puede tener especial riesgo de desarrollar un episodio grave (ausencia de cualquier grado de inmunidad, embarazo, niños, pacientes esplenectomizados, con sida u otras inmunodepresiones), que haría aún más urgente el inicio de un tratamiento eficaz. La infección por P. falciparum debe sospecharse ante todo cuadro grave, y en todo caso confirmado debe valorarse el ingreso para observación durante un mínimo de 48 h. Además, el manejo del caso debe hacerse como si fuera grave hasta que se objetive su buena evolución. Las opciones terapéuticas, las dosis y las pautas recomendadas para el tratamien- to de la malaria no complicada y grave están esquematizadas en las tablas 286-2 y 286-3. Malaria no complicada La progresiva aparición y generalización de resistencias por parte del parásito a los fármacos que históricamente han constituido la base del tratamiento antimalárico (cloroquina, sulfadoxina-pirimetamina, mefloquina) ha condicionado un progresivo abandono de su uso y la búsqueda, de forma similar a lo que sucede en otras enfermedades infecciosas, de terapias combinadas que incluyan varios tratamientos con distinto mecanismo de acción (un fármaco potente y de vida corta asociado a otro que mantenga su efecto durante más tiempo) y que actúen sinérgicamente. En 2004, la OMS recomendó como tratamiento de elección para la malaria no complicada por P. falci- parum las terapias combinadas con artemisininas (ACT, del inglés artemisinin-based combination therapy). Las artemisininas, derivadas de la planta milenaria china Artemisia annua, eran hasta hace poco la única familia farmacológica para la que no se habían documentado resistencias farmacológicas significativas, aunque en los últimos años ha quedado patente que la resistencia (manifestada como un retraso en la respuesta farmacológica) a las artemisininas es una realidad en el sudeste asiático. Actúan de forma más rápida que cualquier otro antimalárico, lo que reduce la parasitemia en pocas horas, y tienen un perfil de seguridad excelente. Para el tratamiento de P. vivax, la S E C C IÓ N X V II TABLA 286-2 Tratamiento farmacológico de la malaria no complicada Fármaco Comentario Plasmodium falciparum sensible a la cloroquina, Plasmodium malariae y Plasmodium knowlesi Cloroquina 25 mg/kg de cloroquina base repartida en 3 días (10 mg/kg, primera dosis, seguida de 5 mg/kg a las 12, 24 y 48 h). Comprimidos de 250 mg de sal equivalen a 150 mg de base (en adulto medio: 4-2-2-2 comps.) Plasmodium falciparum resistente a la cloroquina Quinina 10 mg de sal/kg de peso cada 8 h (cápsulas de 300 mg de sal de quinina) durante 7 días; complementar con un segundo fármaco (doxiciclina, 100 mg/12-24 h; tetraciclina, 250-500 mg/6 h; clindamicina, 150-450 mg/6-8 h, o sulfadoxina-pirimetamina) Artesunato Nunca en monoterapia. Dosis de 4 mg/kg de peso al día, durante 3 días. Coformulado con amodiaquina o con mefloquina. Coadministrado por separado con sulfadoxina-pirimetamina o mefloquina Artemetero-lumefantrina Coformulado en comprimidos de 20 mg de artemetero y 120 mg de lumefantrina. Dosis total en adultos (o niños > 34 kg o > 14 años) de 24 comprimidos (4 por dosis) a las 0, 8, 24, 36, 48 y 60 h. Dosis pediátricas: 1 comp./dosis (5-14 kg; < 3 años); 2 comps./dosis (15-24 kg; 3-8 años); 3 comps./dosis (25-34 kg; 9-14 años). Existe también una formulación pediátrica soluble. Administrar con comida grasa Dihidroartemisinina-piperaquina Coformulado en comprimidos de 40 mg (DHA) y 320 mg (PQP). Dosis: 2,25 mg/kg (DHA) y 18 mg/kg (PQP)/24 h/3 días (4 comps./día) en una sola toma al día Atovacuona-proguanil Comprimidos de adulto: 250 mg de atovacuona y 100 mg de proguanil (comps. pediátricos de 62,5 mg de atovacuona; de 25 mg de proguanil). Dosis total de 1.000/400 mg al día durante 3 días (4 comps. en adultos/ día). Niños: 5-8 kg: 2 comps. pediátricos/día durante 3 días; 9-10 kg: 3 comps. pediátricos/día durante 3 días; 11-20 kg: 1 comp. adulto/día durante 3 días; 21-30 kg: 2 comps. adulto/día durante 3 días; 31-40 kg: 3 comps. adulto/día durante 3 días; > 40 kg: igual que en los adultos Mefloquina Comprimidos de 250 mg. Adultos: dosis total de 1.250 mg (5 comps.) en una dosis única o repartida en 2-3 tomas (cada 6-8 h). Niños: 25 mg/kg (≤ 750 mg) en dos dosis separadas por 6-8 h. Sensibilidad reducida en el sudeste asiático. Puede combinarse con sulfadoxina-pirimetamina o artesunato Sulfadoxina-pirimetamina Sulfadoxina, 25 mg/kg, + pirimetamina, 1,25 mg/kg; dosis única (generalmente 4 comps. en el adulto). Sensibilidad parasitaria cada vez más reducida, por lo que cada vez se usa menos Plasmodium vivax y Plasmodium ovale Cloroquina con primaquina Misma pauta de cloroquina que para P. falciparum, excepto en zonas de alta resistencia a la cloroquina, en las que se usará ACT. Debe realizarse siempre una cura radical de los hipnozoítos hepáticos con fosfato de primaquina (15 mg/día o 0,3 mg de base/kg de peso al día durante 14 días, o en zonas de tolerancia a la primaquina 30 mg/día durante 14 días). Comprimidos de 15 mg de sal que equivalen a 7,5mg de base. La primaquina está contraindicada en déficits importantes de G-6-PD (deben tratarse las recidivas cuando aparezcan), pero puede administrarse de forma semanal en déficits leves-moderados (45-60 mg/dosis única semanal, durante 8 semanas). ACT: terapia combinada basada en las artemisininas; DHA: dihidroartemisinina; G-6-PD: glucosa-6-fosfato deshidrogenasa; PQP: piperaquina. Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 12, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org 2298 SECCIÓN XVII Enfermedades infecciosas cloroquina es todavía el fármaco de elección en países en los que no se han detectado tasas importantes de resistencia, aunque algunos paí- ses han introducido ya los ACT como tratamiento de elección indepen- dientemente de la especie infectante. A diferencia del tratamiento de P. falciparum, en estos casos es siempre necesario complementar el tratamiento con un fármaco hipnozoiticida (cura radical), para evitar las recidivas secundarias a los estadios durmientes intrahepáticos. El único fármaco actualmente disponible con este perfil es la primaquina, contraindicado en las embarazadas y en pacientes con déficits graves de la enzima G-6-PD debido a sus peligrosos efectos secundarios hemolíticos. Además, las pautas actualmente recomendadas varían entre 7 y 14 días, lo que dificulta el cumplimiento terapéutico, dado que muchas veces la sintomatología (debida a las formas asexuadas) desaparece tras los 2 o 3 primeros días de tratamiento. La tafenoquina, con actividad similar a la primaquina, pero con una acción mucho más rápida, permite un tratamiento de una única dosis. Recientemente se ha demostrado su efectividad, aunque su perfil de seguridad mantiene los mismos problemas que la primaquina. La tafenoquina se ha registrado recientemente y, por tanto, aunque estaría teóricamente disponible como nuevo fármaco para el tratamiento radical, su uso aún está muy restringido, debido a las complicaciones logísticas de garantizar un cribado de G6PD y una cuantificación de la función enzimática antes de su administración. Para el tratamiento de las otras especies, se considera que la cloroquina es sensible, aunque debe recordarse que en las infeccio- nes por P. ovale también es necesario un tratamiento radical de los hipnozoítos. En los casos de malaria adquiridos por vía hematógena (malaria congénita, malaria transfusional o por intercambio de hemoderivados infectados) no es necesario el tratamiento radical antihipnozoítico con primaquina, ya que no existen formas hepáticas (tan sólo hemáticas). Malaria grave Se ha basado históricamente en el uso de la quinina, un fármaco con más de 350 años de historia que ha salvado millones de vidas y que, a pesar de un uso masivo, apenas ha visto mermada su eficacia por la aparición de resistencias. Sin embargo, la administración de quinina por vía parenteral puede provocar importantes efectos secundarios, que incluyen arritmias cardíacas e hipotensión (por este motivo, su adminis- tración i.v. debe realizarse siempre de forma lenta en 4 h, o en infusión continua, nunca en bolos), un síndrome clínico denominado cinconis- mo (hipoacusia, acúfenos [tinnitus], disminución de la agudeza visual y fotofobia) y, menos frecuentemente, una complicación denominada blackwater fever (insuficiencia renal aguda, ictericia y hemoglobinuria secundaria a hemólisis masiva en relación con el uso continuado de quinina). El tratamiento de los casos graves debe incluir una dosis inicial de carga (20 mg de sal/kg de peso), seguida de 10 mg de sal/kg cada 8 o 12 h. En caso de urgencia puede usarse la vía i.m., aunque su uso se ha relacionado con la aparición de abscesos estériles en el lugar de punción. En la malaria grave, la toxicidad de la quinina aumenta al disminuir su aclaramiento, ya que se reduce el volumen de distribución del fármaco y aumenta su unión a proteínas. Los valores terapéuticos se encuentran en un rango de entre 8 y 15 mg/L, si bien, salvo en personas con riesgo de cardiopatía, no hace falta monitorizar la concentración del fármaco. Se debe suspender su administración si aparecen arritmias o hipotensión refractaria a la infusión de suero salino, si el QTc es superior a 0,6 s o si existe ensanchamiento del QRS superior al 25% respecto al basal. Aunque su uso es seguro durante todo el embarazo, la quinina, debido a su efecto hiperinsulinemizante, se ha relacionado en embarazadas con la aparición de hipoglucemias. Por este motivo, se aconseja que todo paciente tratado con quinina i.v. reciba una infusión continua de suero glucosado al 10%. La quinidina, más frecuentemente disponible en muchos países donde la malaria no es endémica, también puede usarse para el tratamiento de la malaria grave. Ensayos clínicos realizados en adultos y en niños han demostrado de forma incuestionable que el uso de derivados de las artemisininas parenterales, y en particular el artesunato i.v., mejora la eficacia de la quinina, lo que disminuye la mortalidad por malaria grave hasta un significativo 35%, y reduce, además, los efectos adversos asociados a la quinina. Por este motivo, desde 2011, la OMS recomienda el artesunato i.v. como fármaco de primera elección para el tratamiento de la malaria grave, y en los últimos años su disponibilidad ha ido en aumento. Se presenta en ampollas de 60 mg de ácido artesúnico/mL que se han de disolver en 1 mL de bicarbonato al 5% y, a su vez, en 5 mL en suero glucosado al 5% para su inyección en pulso i.v.: 2,4 mg/kg de peso (3 mg/kg de peso en menores de 20 kg) a las 0, 12 y 24 h, y posteriormente cada 24 h durante un mínimo de 3 días antes de pasar a artesunato p.o. hasta completar 7 días, o com- pletarlo con un segundo antimalárico efectivo. La necesidad de comple- mentar con un segundo fármaco o un tratamiento completo con un ACT es también una recomendación válida para la quinina, ya que no se recomienda la monoterapia farmacológica para el tratamiento de la malaria. Puede usarse cualquiera de los fármacos válidos para el tratamiento de los casos no complicados, como los ACT orales, la mefloquina, la atovacuona-proguanil, la doxiciclina (en mayores de 8 años) o la clindamicina. El tratamiento por vía parenteral se reserva para los casos graves o con intolerancia oral, y se recomienda cambiar a la vía oral cuando mejore el estado general. Tratamiento durante el embarazo La quinina, la cloroquina, el proguanil, la clindamicina y la sulfado- xina-pirimetamina se consideran seguros durante todo el embarazo, TABLA 286-3 Tratamiento farmacológico de la malaria grave* Fármaco Comentario Artesunato Tratamiento de elección si está disponible. Dosis: 2,4 mg/kg (3 mg/kg en menores de 20 kg) (i.v. o i.m. sin límite de dosis máxima) a las 0, 12, 24 h, seguidos de una dosis diaria hasta que sea posible pasar a la vía p.o. En caso de usarse como monoterapia, deberá complementarse siempre con una dosis completa de otro antimalárico (artemetero-lumefantrina, dihidroartemisinina-piperaquina, artesunato-amodiaquina, clindamicina, doxiciclina) Quinina 20 mg/kg (dosis de carga, ≤ 1,4 g) seguidos de 10 mg/kg de peso cada 8 h (≤ 700 mg) hasta que se pueda pasar a vía p.o. y completar 7 días. Diluir en 500 mL SG5% para su infusión parenteral lenta (4 h dosis de carga, 2 h dosis siguientes). Puede usarse vía i.m., rectal o por SNG, pero entonces no es necesaria una dosis de carga. Suele administrarse junto con un segundo fármaco (clindamicina o doxiciclina), pero, si se usa como monoterapia, deberá complementarse siempre una vez que se tolere la vía p.o. con una dosis completa de otro antimalárico (artemetero-lumefantrina, dihidroartemisinina-piperaquina, artesunato-amodiaquina, clindamicina, doxiciclina) Quinidina 10 mg/kg (dosis de carga, ≤ 600 mg) diluidosen 250 mL de SF, seguidos de 7,5 mg/kg de peso cada 8 h o en infusión continua de 0,01-0,02 mg/kg de peso por minuto hasta pasar a la vía p.o. Artemetero Por vía i.m., 3,2 mg/kg dosis de carga, seguidos de 1,6 mg/kg de peso cada 12-24 h hasta que sea posible pasar a la vía p.o. Clindamicina Siempre como tratamiento complementario. Por vía i.m. o i.v., 300-900 mg/6-8 h, diluidos en SF o SG5% Doxiciclina Siempre como tratamiento complementario. Por vía i.v., 100 mg/12-24 h, diluido en SF o SG5% *Malaria grave (generalmente debida a Plasmodium falciparum, ocasionalmente a Plasmodium vivax o Plasmodium knowlesi ). SF: suero fisiológico; SG5%: suero glucosado al 5%; SNG: sonda nasogástrica. Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 12, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org CAPÍTULO 286 Malaria y babesiosis © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n de lit o. 2299 y los derivados de las artemisininas y la mefloquina lo son durante el segundo y el tercer trimestres, aunque cada vez hay más evidencia acumulada de su seguridad incluso durante el primer trimestre, sobre todo teniendo en cuenta el riesgo/beneficio de una malaria durante la gestación. No hay datos relativos a la atovacuona-proguanil, y están contraindicadas la primaquina y las tetraciclinas por los efectos secun- darios que pueden causar en el feto. Tratamiento de soporte El tratamiento de soporte es fundamental como complemento al tratamiento específico de la infección, y debe incluir un adecuado manejo hidroelectrolítico, soporte cardiocirculatorio en caso de shock, anticonvulsivantes para tratar los episodios convulsivos, antibióticos en caso de sospecha de sobreinfección bacteriana o shock, soporte renal (hemodiálisis o hemofiltración) en caso de insuficiencia renal, ventilación mecánica y respiración asistida en caso de complicaciones respiratorias, y transfusiones de sangre o hemoderivados en caso de anemia. En infecciones con hiperparasitemia (> 10% de hematíes parasitados) y con otros síntomas de gravedad y enfermedad avanzada puede considerarse la exanguinotransfusión o la eritrocitaféresis, aun- que su uso es controvertido. Están contraindicados los glucocorticoides, las heparinas y los dextranos, y algunas terapias adyuvantes propues- tas con base fisiopatológica, como la deferoxamina o los anticuerpos monoclonales anti-TNF-α, no han demostrado ninguna eficacia. Resistencia a los antimaláricos El desarrollo de resistencia por parte del parásito a los fármacos anti- maláricos existentes se ha convertido en el principal problema a la hora de tratar la malaria. La resistencia de la cloroquina a P. falciparum se ha generalizado, y se mantiene sensible únicamente en algunas áreas aisladas de Centroamérica y el Caribe. También han aparecido cepas de P. vivax resistentes a la cloroquina (Indonesia, Papúa-Nueva Guinea, Corea y Brasil), y el uso de este fármaco se ha visto progresivamente desplazado por la introducción global de los derivados de las artemi- sininas. También existe evidencia de resistencia creciente frente a la sulfadoxina-pirimetamina, la amodiaquina o la mefloquina, fármacos que no se recomiendan ya como monoterapia. El riesgo de resistencia frente al proguanil, componente fundamental de la combinación atovacuona-proguanil, ha obligado a restringir el uso de este fármaco, todavía altamente efectivo, a pautas de profilaxis. Dado que las arte- misininas constituyen la última familia de fármacos que mantiene una buena eficacia incluso frente a parásitos multirresistentes, es prioritario evitar que las resistencias recientemente descritas en el sudeste asiático se extiendan a otras partes del mundo. Profilaxis En viajeros sin inmunidad previa contra la malaria, la prevención es fundamental para evitar la infección y sus consecuencias más graves. La malaria es una enfermedad desconocida en los países donde no es endémica, y es importante que el propio viajero, en caso de enfermar, refiera el antecedente de estancia en una zona endémica. Por tanto, antes de iniciar el viaje, debe proporcionarse información detallada de la enfermedad, así como de las medidas recomendadas para su prevención, que incluyen el uso de repelentes antimosquito de probada eficacia, como los basados en el N,N-dietil-meta-toluamida (DEET), o el uso de mosquiteras impregnadas con insecticida de larga duración para dormir. Existen vacunas candidatas antimaláricas, la más avanzada de las cuales es la RTS,S, combinada con el potente adyuvante AS02A, con una eficacia demostrada, aunque parcial, frente a la infección clínica y los episodios más graves. Esta vacuna actualmente ya implementada para su uso en edad pediátrica en un estudio piloto en tres países africanos no servirá para prevenir la malaria en los viajeros, ya que en estos casos sería necesaria una protección total. En esta población, la quimioprofilaxis continuada durante el período de exposición es la medida más eficaz, y la elección del fármaco que se utilizará dependerá del destino y la duración del viaje (especies prevalentes y patrones de resistencia), del estado de salud del viajero (embarazo, enferme- dades concomitantes, contraindicaciones, interacciones con otros fármacos) y de los efectos secundarios y la tolerabilidad. Las pautas actualmente más aceptadas siguen las recomendaciones de la OMS o de los Centers for Disease Control and Prevention estadounidenses, e incluyen atovacuona-proguanil, cloroquina, cloroquina-proguanil, mefloquina o doxiciclina. Debe recordarse que las personas residentes en zonas endémicas y que ya han adquirido cierto grado de inmunidad frente a la malaria pueden perder esta protección al abandonar las áreas de transmisión y enfermar gravemente en caso de reexposición posterior. Así, es importante recomendar el uso de quimioprofilaxis antimalárica a toda persona que haya estado alejada de su área endémica durante más de 12 meses y que desee regresar a una zona endémica. La profilaxis continuada es una estrategia sin sentido en las áreas endémicas, ya que es logísticamente inviable, expone al fármaco utilizado al rápido desa- rrollo de resistencias y provoca interferencias en el desarrollo de la INA. El tratamiento intermitente preventivo es una estrategia innovadora y de probada eficacia protectora, que consiste en la administración a lactantes (IPTi) o mujeres embarazadas (IPTp) de varias pautas com- pletas de tratamiento antimalárico separadas en el tiempo. De este modo, se aprovechan los contactos rutinarios con los servicios de salud en el contexto de las visitas antenatales (embarazadas) o de vacuna- ción (lactantes), lo que permite una aplicabilidad a gran escala en las poblaciones más vulnerables. El tratamiento preventivo en mujeres embarazadas es una recomendación implementada hace años en países africanos con alta endemicidad para P. falciparum, y tiene repercusiones positivas tanto en la madre embarazada como en el crecimiento fetal y el riesgo de supervivencia del recién nacido. La introducción en los programas de control de la malaria de su versión para lactantes fue una recomendación de la OMS en 2010, como resultado de una alta eficacia demostrada en múltiples ensayos clínicos, aunque todavía no se ha empezado a implementar de forma generalizada. De forma similar, la quimioprevención estacional antimalárica (SMC, del inglés Seasonal Malaria Chemoprevention), que consiste en la administración a todos los niños menores de 5 años de un antimalárico en dosis terapéuticas de forma mensual durante la estación de malaria en los países donde la transmisión está claramente restringida a unos pocos meses del año (normalmente 3-4 meses), sí está siendo implementada de forma masiva en varios países de la zona delSahel africano. BABESIOSIS Concepto La babesiosis, enfermedad similar a la malaria, es una zoonosis de mamíferos (principalmente, roedores) que puede también afectar al hospedador humano. Está causada por un parásito intraeritrocitario obligado del género Babesia, identificado por primera vez en el ganado en 1888 por el patólogo húngaro Viktor Babes, y fue la primera vez que se describió la transmisión de un agente infeccioso a través de un vector artrópodo. La infección se produce por la picadura de una garrapata del género Ixodes, y mucho menos frecuentemente por otros mecanismos, como las transfusiones de hemoderivados de donantes infectados o de forma transplacentaria. Su reconocimiento como causa de enfermedad en los seres humanos es reciente, y en los últimos 50 años se ha establecido como enfermedad endémica en algunas regiones de EE. UU. (costa nordeste, donde en ciertas zonas la tasa de seroprevalencia puede llegar a superar el 5%). Se han descrito casos esporádicos en Europa, África y Asia. Etiología Las especies de Babesia referidas más frecuentemente como patógenas en seres humanos incluyen B. microti (con diferencia, la causa más fre- cuente), B. duncani, B. divergens (que causa cuadros clínicos más graves), KO1 (también conocida como large Babesia) y B. venatorum (antiguamente denominada EU1). Mientras que las tres primeras son frecuentes en EE. UU. (vector principal Ixodes scapularis, la garra- pata del ciervo), B. divergens y EU1 son las principales responsables de babesiosis en Europa y son transmitidas fundamentalmente por I. ricinus (garrapata del ganado). S E C C IÓ N X V II Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 12, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org 2300 SECCIÓN XVII Enfermedades infecciosas Cuadro clínico La mayoría de los casos de babesiosis suceden en verano, en ambientes rurales donde el vector y sus hospedadores intermedios (roedores, cier- vos y ganado) se encuentran en contacto próximo con el ser humano. El cuadro clínico de la babesiosis suele ser muy inespecífico, y en la mayoría de los casos produce una infección asintomática o se presenta con sintomatología leve, como la de la malaria no complicada o la de una viriasis. El cuadro aparece una o varias semanas después de la infec- ción, e incluye fiebre intermitente, malestar general, escalofríos, astenia, anorexia, cefaleas y artromialgias. Las alteraciones típicas laboratoriales pueden incluir anemia hemolítica, variaciones en el recuento leucoci- tario, trombocitopenia, alteración de las enzimas hepáticas, elevación del BUN y la creatinina, y proteinuria. Los síntomas se resuelven en 1-2 semanas, pero la anemia y la fatiga pueden persistir durante varios meses. Los pacientes inmunodeprimidos (sobre todo, los que presentan alteraciones de los linfocitos T CD4), esplenectomizados y ancianos sufren cuadros más graves, que se caracterizan por la aparición de complicaciones clínicas (edema de pulmón, insuficiencia respiratoria aguda, insuficiencia renal o hepática, coagulación vascular diseminada o insuficiencia cardíaca congestiva, rotura esplénica, coma) y un curso que puede ser fulminante y causar la muerte, en ocasiones incluso tras la instauración de un tratamiento antimicrobiano adecuado. En estos pacientes, la enfermedad también puede recidivar con frecuencia. Diagnóstico Al igual que ocurre en la malaria, el diagnóstico clínico de la babesiosis es difícil, y siempre debe confirmarse su sospecha mediante el uso de técnicas moleculares (PCR) o, más frecuentemente, por la visualización microscópica, en una extensión de sangre periférica teñida con Giemsa, de formas parasitarias intraeritrocitarias similares a las de P. falcipa- rum. En ocasiones, es necesaria la realización de muestras seriadas, ya que la parasitemia suele ser baja en el inicio de la sintomatología. El hallazgo de tétradas de merozoítos agrupados en forma de «cruz maltesa», aunque infrecuente, es patognomónico de la enfermedad. A diferencia de la infección malárica, no son visibles depósitos de pigmentos, esquizontes o gametocitos. Es importante destacar que pueden detectarse parasitemias positivas hasta 1 año después de la desaparición de los síntomas y el fin del tratamiento. La detección de anticuerpos mediante inmunofluorescencia indirecta puede ser de utilidad, sobre todo para infecciones por B. microti, pero da reacciones cruzadas con malaria y con otras especies de Babesia. Dado que la enfermedad de Lyme, causada por Borrelia burgdorferi, comparte el mismo vector (I. scapularis), pueden existir coinfecciones y reacciones serológicas cruzadas. Tratamiento El tratamiento de elección de los casos leves incluye la combinación de atovacuona (750 mg/12 h en adultos, 20 mg/kg de peso cada 12 h en niños) y azitromicina (600 mg/día en adultos, 12 mg/kg de peso en niños) p.o. durante 7-10 días, mientras que el de los casos graves requiere el uso inicial de quinina y clindamicina por vía parenteral, en las mismas dosis usadas en el tratamiento de la malaria (sin dosis de carga). En los casos graves debe considerarse la exanguinotransfusión o la aféresis de eritrocitos. Las infecciones asintomáticas no deben tratarse, salvo que persistan más allá de 3 meses. Con frecuencia se evidencia la persistencia durante semanas de parásitos en la sangre a pesar de un tratamiento adecuado. La persistencia de la infección y las recaídas pueden precisar hasta 6 semanas de tratamiento antibiótico, incluyendo 2 semanas de tratamiento tras la desaparición del parásito en la sangre. BIBLIOGRAFÍA ESPECIAL Ashley EA, Pyae Phyo A, Woodrow CJ. Malaria. Lancet 2018;391(10130): 1608-21. Muñoz J, Rojo-Marcos G, Ramírez-Olivencia G, Salas-Coronas J, Treviño B, Pérez Arellano JL, et al. Diagnóstico y tratamiento de la malaria impor- tada en España: recomendaciones del Grupo de Trabajo de Malaria de la Sociedad Española de Medicina Tropical y Salud Internacional (SEMTSI). Enferm Infecc Microbiol Clin 2015;33(6):e1-e13. Rosenthal PJ. Artesunate for the treatment of severe falciparum malaria. N Engl J Med 2008;358:1829-36. Vannier E, Gewurz BE, Krause PJ. Human babesiosis. Infect Dis Clin North Am 2008;22:469-88. World Health Organization. Severe malaria. Trop Med Int Health 2014; 19(Suppl 1):7-131. © 2020. Elsevier España, S.L.U. Reservados todos los derechos Infecciones causadas por nematodos intestinales y cestodos J. MUÑOZ GUTIÉRREZ 287 INFECCIONES CAUSADAS POR NEMATODOS INTESTINALES Los nematodos, o gusanos redondos, son metazoos alargados, con sección circular, simetría bilateral y dimorfismo sexual. Algunas espe- cies son parásitos del ser humano, y se distinguen entre nematodos intestinales y tisulares. En ocasiones, el humano actúa de huésped accidental. Las nematodiasis intestinales, que incluyen a las helmintiasis transmitidas por el suelo o geohelmintiasis, son las infecciones más frecuentes y se producen especialmente en áreas rurales y pobres de regiones tropicales y subtropicales. La Organización Mundial de la Salud (OMS) las identifica como un grupo de enfermedades olvida- das (enfermedades tropicales desatendidas [ETD]) al tratarse de las infecciones crónicas más frecuentes en las poblaciones más pobres del mundo. Se estima que 807-1.200 millones de personas sufren ascaridiasis; 576-740 millones, uncinariasis; 604-795 millones, tricu- riasis, y al menos 30-100 millones, estrongiloidiasis, con frecuentes poliparasitaciones. La población infantil es usualmente la más afectada y la que sufre los daños más importantes, con perjuicio de su desarrollo físico e intelectual. Oxiuriasis o enterobiosis Etiología Es una parasitosis del intestino grueso producida por Enterobius ver- micularis. Generalmente es asintomática, aunquepuede ocasionar prurito perianal o vaginal y otras complicaciones. Es una helmintiasis muy frecuente y de transmisión directa persona-persona, con los niños como grupo de población más afectado. Patogenia Nematodo pequeño y blanquecino, vive en el ciego y en porciones adyacentes del intestino grueso y delgado. El macho mide 4 mm de Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 12, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org Push Button0:
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