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Amy Lane - Agua clara

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Conozcan a Patrick Cleary: parrandero, fracasado y tarado. Patrick ha estado 
intentando desesperadamente transformarse, y los resultados han sido espectaculares, 
casi lo han asesinado. Conozcan a Wes “Whiskey” Keenan: biólogo de campo que se 
pregunta si ya es tiempo de sentar cabeza. Cuando el peor día de la vida de Patrick 
concluye siendo rescatado por Whiskey, ambos acaban haciéndose compañía en un 
compartimento diminuto en la casa flotante más cutre del mundo. 
 
Patrick necesita enderezar su vida, Whiskey quiere ayudar, pero Patrick no está 
completamente convencido de que eso sea factible. Está bastante seguro de ser un 
fenómeno de la naturaleza. Pero Whiskey, quien trabaja con verdaderos fenómenos de 
la naturaleza, piensa que lo único que necesita Patrick es un poco de ayuda para ver la 
verdadera belleza en su interior espástico, y se ofrece como voluntario. Entre ranas 
anómalas, un exnovio homicida, y los complejos de Patrick, Whiskey va a necesitar toda 
su paciencia, y Patrick va a necesitar encontrar lo mejor de sí, antes de que estos dos 
hombres puedan ver el agua clara.
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 Copyright 
 
 Publicado por 
 
 Dreamspinner Press 
 
 5032 Capital Cir. SW 
 
 Ste 2 PMB# 279 
 
 Tallahassee, FL 32305-7886 
 
 http://www.dreamspinnerpress.com/ 
 
 Esta historia es ficción. Los nombres, personajes, lugares y acontecimientos son 
producto de la imaginación del autor o se utilizan para la ficción y cualquier semejanza 
con personas vivas o muertas, negocios, eventos o escenarios, es mera coincidencia. El 
contenido de la portada ha sido creado exclusivamente con propósito ilustrativo y todas 
las personas que aparecen en ella son modelos. 
 
 Agua Clara 
 
 Copyright © 2012 by Amy Lane 
 
 Título original: Clear Water 
 
 Portada: DWS Photography: cerberuspic@gmail.com 
 
 Diseño de portada: Anne Cain 
 
 Traducido por: Vivian Pérez 
 
 La licencia de este libro pertenece exclusivamente al comprador original. 
Duplicarlo o reproducirlo por cualquier medio es ilegal y constituye una violación a la 
ley de Derechos de Autor Internacional. Este eBook no puede ser prestado legalmente 
ni regalado a otros. Ninguna parte de este eBook puede ser compartida o reproducida 
sin el permiso expreso de la editorial. Para solicitar el permiso y resolver cualquier 
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duda, contactar con Dreamspinner Press 5032 Capital Cir. SW, Ste 2 PMB# 279, 
Tallahassee, FL 32305-7886 USA 
 
 http://www.dreamspinnerpress.com/ 
 
 Publicado en los Estados Unidos de América 
 
 Primera Edición 
 
 Septiembre 2011 
 
 Edición eBook en Español: 978-1-61372-962-5 
 
 
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 Para mi pequeño fuera de lo común. 
 
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 Nota del autor 
 
 
 
 
 
 ALLÍ ESTABA yo, acompañada de mi esposo, en una clase para padres con niños 
con trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Tenía mi labor, porque 
jamás he podido estarme quieta sin ella, y miraba a las demás personas con sus labores. 
Comencé a crear historias sobre las personas sentadas en el salón. ¿Serían abuelos? 
¿Padres? ¿Tías? ¿Tíos? ¿Sus niños tendrían siete años, como el nuestro? ¿Serían 
adolescentes? ¿Estarían en la reunión por ellos, y no por sus niños? 
 Me encontraba bastante metida en el tejido del calcetín y varias historias 
prometedoras en mi cabeza cuando el instructor dijo que los problemas de trastornos de 
atención suelen deberse a los genes. Así que si estábamos allí por alguien en nuestras 
familias, probablemente conocíamos a un adulto que lidiaba con estos problemas todo 
el tiempo. 
 No se me escapó la ironía. Tiré de la manga de mi esposo (porque él no tiene 
problemas prestando atención a las charlas). 
 —Cariño, ¿de cuál de los dos crees que lo heredó nuestro pequeño fuera de lo 
común? 
 Mi esposo me miró con paciencia. 
 —De tu padre —dijo con una expresión perfectamente categórica. 
 Dios, cómo amo a ese hombre. 
 Así que además de aprender eso sobre nosotros, también aprendí que el TDAH 
no suele ser tan problemático para los adultos como lo es para los niños. Los adultos 
pueden controlar su entorno y suelen evitar situaciones en las que su distraída atención 
los meterá en problemas. Pero no todos los adultos. Algunos necesitan medicamentos, 
algunos necesitan incluso un poco de motivación y, por supuesto, todos necesitamos 
recordar que lo que nos hace diferente pueden ser anomalías, pero no son anómalas. 
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 Y ahí fue dónde Patrick nació. Espero que mi pequeño fuera de lo común tenga 
tanta suerte como su madre y encuentre su pareja, igual que el pequeño fuera de lo 
común, protagonista en el libro de su madre. 
 Amy 
 
 
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 Trix 
UN SORBO 
 
 
 
 —PAPÁ, SOY homosexual. 
 Patrick Cleary se arrancaba la uña del pulgar con la otra mano, junto a la mesa 
del desayuno, en su hogar escandalosamente grande en el suburbio de gente adinerada 
en Orangevale. Eran las seis de la mañana a finales de mayo, lo que significaba que la 
luz era lo bastante fuerte como para que su padre lo mirara entrecerrando los ojos 
cuando finalmente despegó la vista de sus Cheerios con sacarina y el ordenador portátil 
con el informe financiero matutino. 
 —¿Desde cuándo? 
 Shawn Cleary originalmente no era un hombre de negocios. En un principio, 
había trabajado en el área industrial, concretamente en una fábrica de ordenadores en 
West Sacramento. Antes de que Patrick naciera, Hewlett-Packard e Intel habían dejado 
atrás a todas las compañías pequeñas, pero Shawn Clearly —más listo que el promedio, 
como le gustaba decir—, había solicitado un préstamo para “reciclar” los ordenadores 
viejos en lugar de crear nuevos, y se había hecho rico. 
 Sucia, podrida, obscena y asquerosamente rico. 
 O por lo menos eso era lo que a Shawn le gustaba decir. 
 A Patrick le gustaba el dinero. No veía nada sucio, podrido, obsceno ni 
asqueroso en él. El dinero le había permitido vestir ropa moderna y usar gafas de sol de 
primera durante la escuela superior, y ponerse hasta el culo de sexo después. Pero una 
cosa era decirle a tu padre que ibas a casa de un amigo cuando en realidad ibas a casa 
de tu novio a tener sexo, y otra muy distinta era mirarlo día tras día mientras estabas 
jodiendo tu vida y confesar la razón de ello. 
 El hecho era que él sentía que no podía comenzar su vida a menos que pudiera 
tener una vida real, como el tipo de vida real en la que pudiera decirle a papá que iba a 
casa de su novio, y quizá invitar a Cal a cenar en su casa. En otras palabras, algo así 
como una familia, ya que mamá se había largado con su entrenador personal y durante 
mucho tiempo habían estado solo su padre y él. Así que estaba listo. Estaba listo para 
retomar sus estudios y obtener un diploma en Ciencia; listo para dejar de joder su vida 
en fiestas; listo para ser un hombre formal y sincerarse con su viejo. 
 Pero primero tenía que mirarlo a los ojos, y decirle la santa verdad. 
 —Desde siempre —dijo en tono áspero, mirando con ansiedad a Shawn. 
 El cabello color zanahoria de Shawn se había vuelto entrecano con los años, y 
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aunque su piel pecosa tenía un ligero bronceado perpetuo, las pecas seguían allí, junto 
con los vivarachos ojos azules. En esos ocho años después de la partida de su esposa, las 
líneas alrededor de sus ojos y su boca se habían ido profundizando. Sin embargo, 
seguía siendo vital, fuerte y aterrador. Shawn lo quería, claro; Patrick esperaba que así 
fuera, al menos. Pero su padre era admirador de la filosofía parental «Amarme es 
temerme unpoco», y Patrick había sido muy buen alumno. 
 —Qué estupidez —resopló Shawn, y volvió la atención a su ordenador. 
 Patrick parpadeó. ¿Qué estupidez? ¡¿Qué estupidez?! ¿Qué estupidez? 
 —¿Qué estupidez? 
 —Sí, qué estupidez. Eres tan homosexual como artista, o científico, o bombero, o 
lo que sea que quieras ser esta semana… 
 —Instructor de yoga. 
 
 
 DE HECHO, el gimnasio le había ofrecido un trabajo. Se había sentido 
emocionado, hasta que Shawn había resoplado en su cara y dicho «¡Sí, claro!». 
 —Sí, bueno, no hablabas en serio sobre eso, ¿verdad? 
 —Pensé que así pagaría mis libros cuando volviera a clase —dijo Patrick 
aturdido. Él tenía… Era su plan, y le había parecido maravilloso en su cabeza, hasta que 
lo había escuchado resoplar «Sí, claro». Patrick reflexionó sobre lo poco que sabía. No 
sabía nada de nada, que «¡Sí, claro!» estaba aparentemente uno o dos niveles por 
encima de «¡Qué estupidez!» en el medidor paternal de cuán-jodido-estás. 
 —¿Para qué carajo quieres volver a la universidad? —resopló Shawn, y Patrick se 
ruborizó. 
 —Para obtener un grado en Ciencia. Y después, un grado en Leyes —dijo bajito. 
 —¿Para qué carajo quieres un grado en Leyes? —Shawn bajó su cuchara. 
 —Para ser un abogado ambiental; ya sabes, salvar al planeta, como tú. 
 Patrick se odió por eso último; cierto o no, se odió por eso. 
 Shawn apretó la mandíbula como si estuviera emocionado, o sufriera una 
indigestión, y gruñó antes de volver a mirar sus cereales. 
 —No intento cambiar el mundo, tonto. Solo intento hacer dinero. 
 Patrick apretó los dientes con tanta fuerza que le dolieron. 
 —Mira, papá, no digo esto para molestarte o lo que sea. Solo quería… Siempre 
estás metiéndote conmigo por ser virgen, porque no he tenido novia. Pero no soy 
virgen, ¡aunque nunca haya tenido novia! 
 Shawn Cleary escupió sus Cheerios con sacarina. 
 —¿Qué carajo? 
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 Le lanzó una mirada iracunda a su hijo, pero Patrick se mantuvo en sus trece. 
 —Por favor, dime que esto… ¿no cambia tus sentimientos por mí? 
 Más tarde, Patrick llegaría a la conclusión de que la pregunta al final había sido 
la causante; después de demasiada autocompasión y el roofie{1} que Cal le había dado 
sin que se percatara, porque había resultado que él no era el hombre de los sueños de 
Patrick, sino un mamón y un imbécil en busca de dinero fácil. Había sido la pregunta al 
final. Shawn Cleary apreciaba a las personas que sabían lo que querían, que admitían 
algo, y se mantenían firmes. Ese lloriqueo patético al final de la oración había sido lo 
que realmente había descarrilado a Shawn, no el hecho de que él fuera homosexual. Al 
menos, eso era lo que Patrick le decía a la gente después de que Shawn se pusiera de pie 
y comenzara a gritar. 
 —¿Mis sentimientos por ti? ¿Quieres saber qué siento por ti? ¡Te diré qué siento 
por ti! ¡Patrick, eres un fracasado! ¡Tu gran logro ha sido graduarte de la escuela 
superior y sangrarme por mi dinero! ¿Qué carajo quieres que te diga? «Eres 
homosexual, ¡joder, qué fantástico!». Adelante, ¡ten sexo con cuanto tipo pase delante de 
ti! Me importa una mierda. Pero no esperes que sea tu mina de oro en tu pequeña 
expedición homosexual porque no sabes qué más hacer con tu vida, ¿vale? 
 Patrick había pasado mucho tiempo fingiendo que todo iba bien en su vida. El 
día después de que su madre se marchara, había bajado a la primera planta y 
encontrado a Shawn en la mesa del desayuno, comiendo Cheerios con sacarina mientras 
miraba el informe financiero. Patrick se había sentado enfrente de su padre, se había 
preparado unas tostadas y servido zumo de naranja, y después se había marchado a la 
escuela. 
 —Adiós, papá. 
 —Que pases un buen día. 
 Patrick siempre había pensado que era bueno que su madre se hubiese marchado 
después de que él sacara la licencia de conducir, porque si hubiera tenido que 
interrumpir el horario laboral de Shawn, entonces quizá hubieran tenido que hablar. 
 En ese momento, de pie, luchando con el temblor de su mentón, se dio cuenta de 
que quizá hablar estaba sobrevalorado. Quizá hablar sembraba las semillas de la 
destrucción. Hablar quizá era… Ay, carajo. Tenía que largarse de allí. 
 —Lamento ser una decepción —dijo en voz baja, y después se dio la vuelta y se 
marchó. 
 No se detuvo a ver la expresión en el rostro de su padre, y le alegraba, porque su 
temor más grande era que quizá Shawn Cleary no lamentara su partida, ni siquiera un 
poco. 
 
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 CAL TENÍA un trabajo, aunque Patrick no sabía cuál era, pero salía a las seis y se 
encontraba con él en su bar favorito, el que estaba en Del Paso Heights, en Sacramento, 
donde a los hombres se les permitía bailar con otros hombres. Patrick había regresado a 
su casa después de que su padre se fuera a trabajar. Había preparado un bolso de viaje 
y se había encontrado con Cal con la esperanza de quedarse en su pequeño 
apartamento de un dormitorio hasta que verificara si la posición de instructor de yoga 
seguía disponible; o quizá podría ser camarero. Todo estaría bien, no necesitaban el 
dinero de Shawn Cleary, ¿verdad? Se tenían uno al otro, ¿verdad? Y los planes de 
Patrick no habían cambiado. Otros chicos se pagaban sus estudios todo el tiempo. 
Patrick había obtenido buenas calificaciones en los seis cursos que había llevado en el 
instituto de nivel terciario; no era un completo fracasado, ¿verdad? Podían lograrlo; 
estaban enamorados. 
 Cal tenía rostro delgado, cabello oscuro y unas entradas que comenzaban a verse 
más pronunciadas, a pesar de sus veinticinco años. Su mayor atractivo eran sus 
deslumbrantes ojos azules con sus tupidas pestañas oscuras, que Patrick siempre había 
visto riendo, o planificando, o brillantes por el sexo y la pasión. 
 Él no sabía entonces que el desprecio los haría estrecharse en las esquinas, 
acentuando las bolsas debajo de ellos o el tono cetrino, debido a que consumía 
metanfetamina demasiado a menudo. Él no sabía que la repugnancia de Cal 
prácticamente tendría color, sabor y olor. Solo supo que notó esos golpes por su cuerpo 
como latigazos, antes de sentirse como un charco de dolor grande y transparente. 
 —¿Cal? 
 Cal movió la cabeza y, por un minuto, esa horrible expresión de repugnancia se 
atenuó. 
 —Sí, mira, lo siento. Yo… ¿Crees realmente que vamos a vivir sin el dinero de tu 
padre? No dijiste nada imperdonable, ¿verdad? 
 Patrick luchó con el deseo de sorberse la nariz como un crío. 
 —Él ni siquiera dijo que estuviera desheredado. ¡Es que no quiero vivir con él si 
no me va a tomar en serio! 
 —¡Por Dios, Patrick! No es como si estuvieras preparado para enfrentarte al 
mundo real, ¿sabes? No tienes destrezas laborales. Maldición, ¡no creo que hayas tenido 
un trabajo de verdad en tu vida! —resopló Cal. 
 Patrick se encogió. 
 —Sí he trabajado. ¡Fui camarero durante un año y medio en aquel restaurante del 
otro lado de la ciudad! —dijo, sintiéndose infeliz porque Cal lo hubiera olvidado. Había 
amado aquel trabajo, de hecho. Había trabajado duro, nadie lo trataba como si fuera 
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especial, y había estado de nuevo hasta el culo de sexo. O más bien, Ricky el cocinero 
había estado hasta las bolas dentro del culo de Patrick. Había renunciado al trabajo 
cuando descubrió que durante ese tiempo Ricky había estado dejándose follar sin 
protección por Eduardo, el jefe de camareros, en la cámara frigorífica. Eso no era nada 
guay, e hizo que Patrick fuera el triple de cauteloso utilizando siempre un condón y el 
doble de cauteloso buscando novio después de eso. 
 —Ah, sí. ¿Eso fue antes de que nos conociéramos? —preguntó Cal, y Patrick tuvo 
que mirarlo atentamente para asegurarse de que no había puesto los ojos en blanco. 
 Patrick asintió, y Cal se mordió el labio inferior.—Así que, esto…, este deseo de independencia ha estado intensificándose por un 
tiempo, ¿no es así? 
 —Sí. Cuando tomaba mis medicinas, me iba bien en mis estudios. Me gustaría 
volver; estudiar algo que me interese, ¿sabes? —dijo Patrick bajito, pensando en lo 
emocionado que había estado cuando pensó en volver a estudiar. 
 —Pero…, no sé, Patrick. ¿No tienes todo lo que quieres en este momento? Es 
decir, no hay nada de malo en que tu padre pague tus gastos, ¿verdad? —Patrick iba a 
protestar, pero entonces Cal hizo esa cosa de colocar una mano sobre la mejilla de 
Patrick y besarlo en la frente, haciéndolo sentir como un niño, protegido, querido y 
pequeño—. Además, cielo, ¿quién necesita esas medicinas asquerosas contaminando tu 
sistema? 
 Patrick apenas sonrió. Jamás había sido logrado que Cal entendiera lo que era el 
Ritalin{2} o cuánto parecía necesitarlo algunas veces. Su padre tampoco lo entendía, y 
su madre… Bueno, su madre se aseguraba de que siempre lo tuviera, y después se 
ponía a llorar cuando pasaba el efecto. Las personas asumían que las medicinas eran 
una muleta, algo que algunas veces facilitaba que mantuviera el hilo de sus 
pensamientos, o que él era demasiado perezoso porque no se concentraba. No 
comprendían que la medicina le permitía tomar pequeñas decisiones, escuchar o 
moverse, entender las instrucciones o recordar lo que había desayunado. Él podía ver 
las pequeñas elecciones debido a las medicinas, expuestas tan cuidadosamente ante él 
como la ropa doblada sobre la cama, y lo único que tenía que hacer era respirar y tomar 
una decisión. 
 Sin las medicinas, su cerebro era un mercadillo monstruoso en la jungla, y no 
sabía dónde estaba nada. Algunas veces, una frustración total se apoderaba de él y lo 
convertía en un bebé nervioso, quejica y gritón, a pesar de sus casi veinticuatro años. 
 Cuando Cal le daba palmaditas a su mejilla de aquella manera, se sentía 
confortado, querido y cuidado, y necesitaba eso porque era completamente incapaz de 
abrirse paso por el mercadillo inexplorado de su propia mente. 
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 Pero se había tomado sus medicinas hoy. De hecho, las había estado tomando los 
últimos dos meses. Y lo habían ayudado a tramitar la jungla de papeles para volver a 
matricularse en el instituto, decidirse por una especialidad, e incluso el razonamiento 
complejo detrás de su madurez retrasada. Había sido capaz de pensar, maldita sea, y le 
gustó. No quería decírselo a Cal, porque entonces tendrían una discusión enorme al 
respecto, y aunque pensaba que Cal lo amaba, no quería ponerlo a prueba con el 
pequeño bote de medicinas en su bolsillo. 
 —Quiero ser capaz de encontrar mi propio camino. Como hizo mi padre, ¿sabes? 
—Murmuró. 
 —Sí, cielo. ¿Qué tal una cerveza? —Cal hizo el gesto universal de “trago” y el 
barman asintió, arqueando sus cejas a Patrick, quien había estado bebiendo nada más 
que refrescos durante toda la hora pasada, mientras esperaba a que Cal saliera del 
trabajo. 
 Beber cerveza no era bueno, no con sus medicinas, pero no quería discutir con 
Cal. Imaginó que este lo cuidaría; además, solo daría un par de tragos y dejaría el resto 
mientras intentaban debatir sobre su futuro tras la secuela del desastre con su padre. 
 Cal le sonrió mientras les servían las cervezas y frotó su nariz contra la suya. 
 —Estará bien, Trix. Te haré sentir bien —le prometió suavemente. 
 Un trago de cerveza. Juraría que eso era todo lo que había tomado. 
 
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 Whiskey 
UN ACTO DEPLORABLE 
 
 
 
 WESLEY KEENAN no podía dormir, lo que realmente le molestaba. La pequeña 
casa flotante en el delta había resultado ser el único lugar en el que podía dormir, lo que 
había sido toda una sorpresa, ya que en su mayor parte era un laboratorio científico, y 
la cama en la parte posterior era un poco pequeña. Pero en esa calurosa noche de mayo, 
no podía dormir. Y así fue como acabó caminando por la ciénaga y el pantano entre el 
puerto deportivo y el dique. 
 Le gustaba aquello. 
 Por supuesto, al principio había acabado allí solo porque la investigación lo había 
llevado hasta ese lugar. Había visto los datos, solicitado la beca, rentado la casa flotante 
y determinado vivir con el olor de la ciénaga y los leves sonidos del tránsito; además del 
olor a diésel de las otras casas flotantes, porque tal parecía que él era el único capaz de 
convertir un motor de diésel en uno que funcionara con biocombustible. Pero 
finalmente la humedad del delta y la extraña mezcla de mentalidad politiquera y 
ganadera del pueblo había comenzado a perder intensidad. En noches como esta, 
escuchando el tráfico desde el dique y el sonido del río besar los costados de las casas 
flotantes, mirando el cielo que estaba sorprendentemente libre de contaminación 
lumínica por hallarse tan lejos del pueblo, pensaba que quizá podría quedarse con la 
casa flotante y trabajar en su próximo proyecto desde allí, cuando se terminara la beca 
actual. 
 No era del todo una mala idea, y eso también le sorprendía. 
 Así que andaba con mucho cuidado entre los montículos de hierba, intentando 
no hundirse demasiado en el lodo de la ciénaga que se iba estrechando hacia el punto 
donde el río corría al lado del dique, cuando escuchó el feo sonido del metal de un 
coche torciéndose contra la barandilla protectora. 
 Levantó la vista a tiempo para ver el brillante Honda Jazz color amarillo hacer un 
hermoso arco en el aire antes de caer y rebotar en las profundas aguas del río. 
 Durante el momento de shock que viven la mayoría de las personas, ese 
momento de «¡Ay, Dios mío, no puedo creer lo que acaba de pasar!», vio dos cosas. 
 Primero, que la ventanilla del conductor se abría y una persona escapaba por ese 
lado, y se sintió realmente aliviado. Segundo, que la persona en el asiento del pasajero 
no se estaba moviendo, en absoluto, y Whiskey de repente se puso muy nervioso. El 
agua en esa área era profunda, había corriente, y si alguien iba a rescatar la persona 
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inmóvil en el lado de pasajero, ¡tenía que hacerlo ahora! 
 Whiskey ni siquiera se percató de que se estaba moviendo hasta que estaba a 
mitad de camino hacia el coche que se hundía. 
 El agua estaba lo suficientemente fría como para sobresaltarlo, pero no afectarlo, 
y eso era una bendición. Sin embargo, el corazón le estaba retumbando en los oídos, y 
no sabía decir si eso era algo bueno. Intentaba recordar cuán profunda era el agua en 
esa área y cuándo llegaría el coche al fondo, pero, aunque creía que tenía casi cuatro 
metros de profundidad, no estaba seguro. Además, era de noche, por lo que ver el coche 
en el fondo no iba a ser nada fácil. 
 Desde donde estaba ahora podía ver que el coche se estaba llenando de agua por 
el lado del conductor, comenzaba a inclinarse hacia un lado y atrapaba el aire en el lado 
del pasajero. Carajo. 
 Whiskey se esforzó como loco para mantener a raya los michelines de sus treinta y 
cinco años, y se sintió inmensamente agradecido cuando pudo contonearse por la 
ventanilla junto con toda el agua. 
 Cuando logró entrar, se meneó sin sentido por un minuto hasta que recordó el 
episodio de Mythbusters{3} que decía que las ventanillas eléctricas funcionarían aunque 
estuvieran mojadas. 
 Extendió el brazo hacia el lado del pasajero, donde un joven yacía inmóvil 
respirando lentamente, y bajó la ventanilla, sintiendo cierto alivio cuando el coche se 
niveló un poco en su descenso hacia el fondo del río. 
 Fueron los treinta segundos más espeluznantes de su vida. Mantuvo su rostro 
sobre el nivel del agua (y el rostro del chico también junto al suyo) hasta que ya no le 
fue posible continuar así. Entonces, comenzó a luchar con el cinturón de seguridad. 
Grandioso. Un chico flácido en sus brazos, un cinturón de seguridad que no cedía,nada 
de aire… nada de aire… nada de aire… ruido sordo. El coche hizo un ruido cuando tocó 
el fondo, primero con las ruedas delanteras, después con las traseras. Whiskey ya había 
tenido suficiente de esa mierda, así que abrió la puerta. 
 Dios bendijera a los de Mythbusters, a Adam, a Jamie{4} y a todo su maldito 
equipo, porque la puerta abrió para que pudiera arrastrar al adolescente anónimo hasta 
la superficie. 
 Salió del coche, forzando el aire en sus pulmones con más aprecio del oxígeno 
del que había tenido en su vida, y rodeó el pecho de la víctima del accidente con un 
brazo para mantenerlo a flote. ¿Estaba respirando? Ay, carajo. Whiskey no podía decir 
si así era, pero tampoco podía hacerle la respiración boca a boca en el río. 
 Respiraba con dificultad, mientras daba brazadas fuertes y constantes, hasta que 
sus largas piernas tocaron el cieno bajo sus pies y comenzó a arrastrarse, y al chico, a 
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través del hierbajo y la mugre en la orilla del río. Sus estropeadas zapatillas de deporte 
hacían un incómodo sonido de succión con cada paso que daba, y la fetidez de las 
plantas en estado de descomposición en el pantano junto con el diésel, hacían que fuera 
casi insoportable respirar. Al día siguiente, agradecería no haber salido a la superficie 
en una de las partes del río con rocas rompe-tobillos, pero eso sería al día siguiente. 
 Llevaba al chico por debajo de los brazos, y cuando llegó a una superficie plana, 
lo soltó descuidadamente y se arrodilló, preparándose para hacerle la respiración boca a 
boca antes de pedir ayuda. En algún lado había una prohibición en contra de hacer 
respiración boca a boca sin testigos, pero de todos modos Whiskey jamás había sido 
bueno siguiendo normas. 
 Sin embargo, no tuvo que hacerlo. El cuerpo del chico había caído con la fuerza 
suficiente como para sacar un poco de agua de sus pulmones. Este comenzó a toser, aún 
inconsciente, y Whiskey se apresuró a colocarlo de lado, donde procedió a vomitar 
aquel agua asquerosa durante unos pocos minutos antes de calmarse un poco. 
 En ningún momento despertó o abrió los ojos. 
 Whiskey miró al chico sin poder hacer nada. Después miró hacia el río donde el 
coche estaría siendo probablemente arrastrado por la corriente sabrá Dios a dónde. 
Sabía que en alguna parte río abajo, donde este se abría en el delta, había rompeolas y 
lugares en los que cuerpos, basura y lanchas hundidas eran arrastrados a tierra. Pero 
estaba seguro de que el coche era siniestro total, sin importar dónde terminara. Miró 
alrededor, esperando escuchar sirenas en cualquier momento, cuando comprendió que 
el acompañante del chico, el conductor del coche arruinado, había huido. 
 Whiskey registró al chico y encontró un pequeño frasco de medicina para —
entrecerró los ojos bajo la luz— Patrick. Patrick Clearly. Whiskey parpadeó. Vaya. Ese 
nombre le era conocido. 
 —Así que, Patrick Clearly, ¿qué estamos tomando? 
 Leyó la etiqueta. 
 —Concerta. ¿Qué carajo es Concerta, y por qué te ha puesto en coma? 
Deberíamos llamarla Comerta. ¡Ay, sí, deberíamos! 
 El sentido del humor de Whiskey no siempre era el más apropiado, era 
consciente de eso, pero como la única persona allí que podía escucharlo estaba dormida, 
decidió que le importaba un rábano y se rió de su propio chiste. 
 —Bien, Patrick Clearly, ¿quién era tu amigo marrano? ¿Por qué huyó? ¿Y qué 
carajo vamos a hacer con tu coche? Me gustaría conocer las respuestas a estas 
preguntas. 
 En ese momento, el chico dio lo que sería su primer movimiento casi consciente 
desde que el coche se había precipitado hacia el río Sacramento: subió las rodillas a su 
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pecho y comenzó a llorar, quedamente, como si estuviera teniendo un sueño triste. 
Whiskey lo observó bajo la débil luz de la luna y el brillo disipado del sodio que 
provenía del dique, y suspiró. Su cabello, que parecía rubio oscuro, tenía mechas, era 
difícil decir si de peluquería o naturales, y estaba aplastado contra su cabeza. Sin 
embargo, sus pantalones caqui y chaqueta de forro veraniego eran modernos y caros. El 
chico tenía un rostro pequeño, pronunciado y casi redondo, aunque se veía un poco 
delgado debajo de la chaqueta. Whiskey no podía decir si estaba despierto o 
simplemente lloraba en sueños. De cualquier manera, Dios, era como un gatito 
desamparado, ¿verdad? 
 Whiskey suspiró y se acuclilló para deslizar las manos debajo de las rodillas y los 
hombros del chico. Ahora que ya había dejado de vomitar era momento de llevarlo a 
algún lugar donde no se viera tan condenadamente triste. 
 Con un tirón, un gruñido y una maldición refunfuñada, Whiskey se levantó, con 
un desgarbado adolescente en sus brazos. Se decidió a transportar el desgarbado chico 
hasta la casa flotante. Su pantalón vaquero mojado y agujereado hacía sonidos 
desagradables mientras caminaba, y su camiseta goteaba lodo y cieno que mantenía sus 
pantalones mojados, por si habían pensado secarse durante el camino. 
 Fly Bait{5} iba a odiar a este chico nada más verlo. 
 
 
 —¿QUIÉN COÑO es este? 
 Fly Bait no mostraba emoción a menudo, razón por la cual Whiskey ya no jugaba 
al póquer con ella. La casa flotante tenía dos compartimentos, y ella ocupaba uno. Sí; 
habían tenido sexo en una de las excursiones de investigación, pero había sido por puro 
aburrimiento. Whiskey tendía a disfrutar cuando sus compañeros de cama, mujeres u 
hombres, eran un poco más ruidosos. Fly Bait tendía a disfrutar cuando sus compañeros 
de cama eran un poco más femeninos. Pero, bueno, habían estado esperando a que una 
especie de pez procreara, cuando de hecho todos esos malditos bichos habían resultado 
estériles. ¿Aburrimiento? Whiskey juraba que su ritmo cardiaco era más rápido 
durmiendo de lo que había sido en ese trabajo, o durante la fracasada experiencia 
sexual con Fly Bait. 
 —Un acólito —murmuró, intentando no tambalearse mientras bajaba las 
escaleras de la cubierta. Demonios, había caminado unos ochocientos metros desde el 
dique, ¿cómo iba a saber que la mierdecilla que estaba cargando pesaba tanto? Lo 
realmente divertido había sido caminar por el inestable muelle con sus piernas 
temblorosas. Maldición, había medio temido que el pobre chico se le caería por el borde. 
Y lo hubiera seguido de puro bochorno. 
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 —¿Sí? —El cabello lacio y castaño de Fly Bait caía justo por debajo de sus orejas, 
porque se lo cortaba ella misma a esa altura siempre que amenazaba con sobrepasar los 
irregulares bordes provocados por los años que llevaba haciendo eso. Además, tenía un 
rostro delgado y ovalado, insípidos ojos marrones, y aparentemente nada de paciencia. 
Ella podía arrancarle la cabeza o el rostro a cualquier incauto si pensaba que estaba 
holgazaneando o siendo deliberadamente estúpido. Pero si sabía que un miembro del 
equipo de investigación estaba de verdad intentándolo, era quizá una de las mejores 
maestras de campo que Whiskey hubiera conocido. 
 —Así es —Whiskey habló entre dientes, tambaleándose por las escaleras que 
llevaban a la bodega, pasando la diminuta sala/comedor que también se convertía en 
una cama, hasta su compartimento, donde le quitó la apestosa ropa al chico, incluyendo 
los calzoncillos. Después, balanceando ese cuerpo inerte sobre su hombro, donde 
exhalaba aliento fétido con una regularidad tranquilizadora, Whiskey tiró una toalla 
descomunal sobre su cobertor y después otra sobre el chico. Odiaba ir a la lavandería, 
pero ni loco dormiría con aquella peste a vómito cuando el gatito indefenso regresara a 
donde se suponía que se dirigía. 
 Salió de su habitación en calzoncillos, que era lo que usaba para ir a dormir y lo 
que Fly Bait permitía, punto, y sin demora se metió de cabeza en la ducha de agua 
reciclada, que medía más o menos un metro cuadrado.Eso era ciertamente mejor que apestar el barco, más de lo que ya estaba con aquel 
hedor. 
 Salió del baño secándose el cabello con una toalla y oliendo al champú floral de 
Fly Bait, que había usado como experimento. Eso era mucho mejor que el agua del río y 
el diésel. 
 —Si es un acólito, ¿qué es lo que venera? —Fly Bait preguntó, levantando la 
mirada de su Scientific American{6} como si en ningún momento hubieran interrumpido 
la conversación. 
 Whiskey arqueó las cejas pensativo. 
 —Oxígeno. Creo que es su fan, ya que lo saqué de un apuro en el río —dijo, antes 
de asentir. 
 Fly Bait parpadeó. En ella, eso era equivalente a incorporarse y chillar a todo 
pulmón: «¡No jodas!, ¿en serio?». 
 —¿Se le unirán a este acólito otros miembros? —preguntó con cautela, 
obviamente estrujándose las neuronas. 
 —Lo dudo. El marrano que huyó por el lado del conductor no regresará por él. 
Aunque… —Whiskey buscó una bolsa de basura y metió la mano en el baño para sacar 
su ropa mojada. Después, hizo una pausa delante de su compartimento antes de ir a 
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sacar la ropa del chico. 
 —¿Aunque? 
 —Aunque probablemente no era el coche del marrano. 
 —¿Qué te hace decir eso? 
 —Porque era un vehículo costoso y el marrano lo abandonó sin mirar atrás. Y..., 
probablemente me esté metiendo donde no me corresponde… 
 —Como si eso te hubiera detenido alguna vez. 
 Whiskey se encogió de hombros. Ella tenía razón. El único momento en que no 
estaba haciendo algo que no debía, era cuando estaba solicitando las becas. 
 —Cierto. Sin embargo, creo que ha sido drogado, y no por diversión. 
 Fly Bait lo miró con los ojos desorbitados al escuchar eso. 
 —Entonces, ¿es por eso que no se ha movido? 
 —Sí. Y también la razón por la que permaneceré despierto y lo sacudiré si veo 
que olvida respirar. Vomitó mucha agua del río y con probabilidad todo lo demás. Si no 
estaba muerto cuando el coche golpeó la barandilla, creo que estará bien, pero quiero 
asegurarme. Algo sobre todo esto… No me gusta. —Whiskey gruñó. 
 Entró silenciosamente a su diminuto compartimento, sacó la ropa mojada de la 
cesta de plástico y la metió en una bolsa de basura. Era ropa de calidad: pantalones 
informales, chaqueta de forro veraniego, una camisa que con toda probabilidad costó 
más que el presupuesto anual de Whiskey para su ropa, incluyendo calzoncillos y 
calcetines; lo que, en realidad, era lo único que vestía más a menudo. Estaba 
maravillado con esa ropa, porque aunque eran de talla media para hombre, el cierre del 
cinturón mostraba una cintura imposiblemente delgada, y ese chico… Dios, se veía tan 
frágil. 
 Whiskey llevó la bolsa hasta la cubierta; eso era mejor que dejar hediondo el 
embarcadero cuando usaran la lavadora al día siguiente. Regresó al pequeño espacio 
donde vivía, que había quedado más reducido por el equipo que Fly Bait y él utilizaban. 
 Fly Bait ya no fingía estar leyendo su Scientific American. Se acercó a la pequeña 
nevera, sacó un refresco, salami y pan. Después, sonó un “plaf” al dejarse caer sobre el 
sofá para prepararse un refrigerio. 
 —Es lindo —dijo ella rotundamente, y Whiskey puso los ojos en blanco. 
 —Y probablemente menor de edad. 
 —Está en tu cama. 
 —¿Celosa? 
 Ella parpadeó y ladeó los ojos como solía hacer cuando estaba pensando 
seriamente en algo. 
 —No. No lo creo. Pero nos queda poco tiempo para hacer esto… 
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 —Lo saqué del río, Fly Bait… 
 —Freya —lo corrigió con gravedad, y solo hacía eso cuando estaba a punto de 
perder la paciencia con él. 
 —Freya —exageró la pronunciación—. Lo más probable es que cuando despierte 
tenga que irse a hacer algo. De no ser así, con seguridad tendrá una resaca que 
alcanzará el doce en la escala Richter. Así que quizá por un minuto podrías dejar de 
vaticinar el fracaso, y permitir que me asegure de que no se ahogará con su propio 
vómito antes de tirarlo a la calle. 
 —Podríamos llamar a la policía —dijo con mordacidad, y él se detuvo a pensarlo. 
 —No creo que debamos. 
 —¿Por qué no? 
 —Está perdido. Lo encontré. Si decide marcharse, pues que así sea. Pero mientras 
tanto, podemos permitirnos alimentarlo. —Whiskey se encogió de hombros. 
 —No logro entenderte en absoluto —murmuró ella. 
 Él se detuvo por un minuto, intentando encontrar las palabras para describir 
cómo el llanto callado y silencioso del chico se había introducido en su alma y se 
rehusaba a moverse de allí. 
 —Lloró. Tiene algo que contar. Si llamamos a la policía, jamás lo sabremos. 
Quizá me interesa saberlo. 
 Además, ambos tenían recuerdos de los policías, que perduraban en sus psiquis, 
por el fantasma del cannabis en su pasado. 
 —Dios, Whiskey, a veces actúas como una mujer —dijo Fly Bait desdeñosa. 
 Whiskey puso los ojos en blanco. Ambos sabían que si él fuera una mujer, 
habrían estado haciendo algo completamente diferente cuando ese coche había chocado 
contra la barandilla. 
 
 
 LA CAMA en el compartimento era pequeña, cierto, pero podía acomodar a dos 
personas; por lo que Whiskey colocó una sábana sobre sus hombros y programó su 
móvil para que lo despertara cada hora para verificar si Patrick aún respiraba. Cerca de 
las cuatro de la madrugada, el chico se quejó y se dio la vuelta aún dormido, 
acurrucándose como un niño pequeño. 
 —¿Sabes, pequeño? Por suerte, a veces me inclino hacia ese lado. 
 De hecho, era maravilloso. El chico era confiado y suave. Whiskey no era 
confiado; había estado exhibiéndose en círculos políticos por demasiado tiempo como 
para creer en la inocencia. Con un gruñido, movió un poco del crujiente cabello rubio 
del delicado, pequeño, redondo y hermoso rostro, e intentó analizar los motivos que 
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tendría el chico para gruñir, a pesar de su pesado sueño inducido por la droga. 
 —Demasiado confiado. ¿No es así, pequeño? Es fácil confiar cuando tienes todo 
ese dinero que te brinda seguridad, ¿verdad? —murmuró. 
 Tan pronto esas palabras salieron de su boca, se sintió culpable. El chico estaba 
tan indefenso como un renacuajo en un estanque reducido. Lo que fuera que le hubiera 
sucedido, Whiskey pensaba que era bastante obvio que había acabado allí, en la cama 
de su pequeño compartimento, por confiar en la persona equivocada. 
 El chico masculló algo entre sueños. Podía haber sido cualquier cosa, pero 
Whiskey podría haber jurado que había dicho «Papá». 
 «¡Ay, no jodas! Que no esté buscando un “papi”. Ay, Dios. Pequeño, ¿cómo 
terminaste aquí?». Pero eso no importaba, porque cuando el chico se acurrucó más 
cerca, el insomnio de Whiskey pareció esfumarse. Eran las cuatro de la mañana, 
Whiskey había hecho su buena obra de la década, y, buscase el chico un “papi” o no, iba 
a regalarse un sueño de alta calidad abrazado a un jovencito. 
 
 
 A LAS 8:00 a. m., su alarma sonó. Whiskey se las ingenió para salir de donde se 
hallaba, entre el chico y la pared, mascullando varias veces «jodida vida», mientras 
intentaba con todas sus fuerzas ignorar que la presencia del chico contra la parte 
delantera de su cuerpo, había hecho más difícil lidiar con su erección mañanera. 
 Entonces, para hacer las cosas más difíciles, estaba a los pies de la litera y 
acababa de ponerse una camiseta limpia (agujereada) y unos pantalones vaqueros 
limpios (agujereados) sobre sus calzoncillos, cuando alzó la vista para descubrir que un 
par de ojos increíblemente azules (inyectados de sangre) lo escudriñaban. 
 —Tú no eres Cal —el chico dijo; el retrato vivo del desconcierto. 
 —No —dijo Whiskey, encontrando sus zapatillas de deporte (agujereadas) y 
colocándoselas sin calcetines, porque estos también estaban agujereados, y eso sí que no 
lo toleraba. 
 —¿Dónde está Cal? ¿Y por qué apesto a alcantarilla? ¿Y por qué la boca me sabe 
a mierda? Ay, Dios. Losiento, lo siento, lo siento. ¿Por qué mi cabeza se siente como 
una maldita bomba? —El chico se quejó lastimeramente cerrando sus ojos azules. 
 La última pregunta salió como un quejido, y Whiskey observó cómo las lágrimas 
salían por las esquinas de sus ojos, dejando huellas en la suciedad dejada por su 
pequeña incursión en el río. 
 —Mierda de vida. Ahora regreso —refunfuñó, poniéndose a buscar una botella 
de ibuprofeno en un cajón. 
 El chico no se había movido cuando regresó con una enorme botella de agua y la 
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destapó. 
 —Toma, pequeño. Te daré algo para el dolor, pero tienes que tomarte toda esta 
botella de agua, ¿de acuerdo? 
 El chico se quejó. Whiskey colocó sus fuertes y bronceados dedos debajo de la 
barbilla del chico, a pesar de que él se acurrucaba debajo de las sábanas, y lo obligó a 
mirarlo. 
 —Si quieres que el dolor se detenga, siéntate y haz lo que te digo —gruñó, y el 
chico obedeció. Se sentó lentamente, como si cada músculo de su cuerpo le doliera, 
mientras retiraba la enorme toalla que Whiskey había utilizado para cubrirlo. 
 Él estaba… Bueno, en forma. Pero era demasiado delgado. Es probable que fuera 
al gimnasio con regularidad, pero no para ganar músculo. Tenía músculos largos, del 
tipo que se sentía cómodo en cuerpos de jovencitos. Whiskey tuvo que reprimir un 
gemido. «Dios, que el pequeño sea mayor de edad, solo para que este asunto sea menos 
vergonzoso». 
 Whiskey presionó las pastillas en las manos del chico y después le dio la botella, 
observando mientras este obedientemente se bebía el medio litro. 
 —Ahora quiero que sigas durmiendo. Colocaré otra botella aquí. Bébetela 
cuando despiertes, ¿de acuerdo? —Whiskey dijo con severidad. 
 El chico asintió, y de nuevo era el retrato vivo de un gatito, un pequeño gato 
blanco con pelo despeinado en la parte superior de su cabeza, y ojos azules. 
 —¿Por qué me duele todo? —preguntó con ojos tan oscuros por el dolor que 
parecían moretones. 
 —Por dos razones. La primera es que estuviste en un accidente —le dijo Whiskey 
secamente, cogiendo la botella vacía para llevarla al contenedor de reciclaje. 
 Cuando el chico lo miró con ojos desorbitados, Whiskey continuó con lo 
realmente impactante. 
 —La segunda es que estabas drogado hasta las cejas. ¿Tienes alguna idea de qué 
tomaste? 
 El chico se restregó el rostro con las manos, cerró los ojos e hizo un sonido como 
si Whiskey lo hubiera golpeado. 
 —Ay, Dios, carajo… Mierda, mierda, mierda, mierda. 
 El chico se dejó caer en la cama y se quejó, volteando la cabeza hacia la pared. 
 —¿Pequeño? 
 —¿Yo conducía? —Su voz era monótona y sin emoción. 
 —No. 
 —¿Dónde está mi coche? 
 —En el fondo del río. Imagino que alguien ya se habrá dado cuenta del roto en la 
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barandilla protectora y probablemente estarán sacándolo. 
 —¿Dónde está la persona que iba conduciendo? —preguntó con la misma voz 
monótona y desinteresada. 
 —No sabría decirte, pequeño. Huyó. Te saqué y tú… Ni siquiera te diste cuenta 
de que nos habíamos sumergido. 
 Se escuchó un suspiro profundo y después una sacudida, como una mesa 
antigua temblorosa. Y otra sacudida y otra. 
 —Ay, por Dios. Pequeño, ¿estás llorando? 
 —No. 
 Una. Enorme. Mentira. 
 —Mira, pequeño, ¿quieres que le diga a la policía que estás aquí? 
 Hubo una pausa repentina, casi optimista. 
 —¿Tienes que hacerlo? —Su respuesta se escuchó apagada. Whiskey se encogió 
de hombros. 
 —No. ¿Tienes problemas con la ley? 
 —No, que yo sepa. 
 —¿Tienes idea de qué droga tomaste? 
 —Roofies, Ritalin y cerveza —gruñó el chico. 
 —Dios, pequeño, ¿qué intentabas hacer? —Whiskey bizqueó pensando en el 
dolor que provocaría todo eso. 
 Volvió a escucharse otro sospechoso gimoteo. 
 —Intentaba enderezar mi vida. Si no te molesta, me gustaría regodearme en la 
autocompasión por lo jodidamente bien que me ha salido, ¿de acuerdo? 
 Una pequeña sonrisa asomó a la boca de Whiskey en apreciación. El chico era un 
listillo. De la amplia variedad de cuerpos (femeninos y suaves, masculinos y duros, 
abiertos y suplicantes, renuentes y apretados), el favorito de Whiskey, el mejor tipo de 
cuerpo, era el tipo que se encontraba en su cama. El listillo con actitud mordaz hacia el 
mundo. 
 Colocó una mano en el hombro del chico y se lo apretó con gentileza. 
 —Está bien. Tienes derecho a estar a solas. Cuando despiertes, puedes buscar 
ropa en el cajón y darte una ducha. Es un barco pequeño, pero encontrarás todo. 
Hablaremos cuando regrese, ¿de acuerdo? 
 —¿Fuiste el que me sacó del coche? —Se escuchó otro gimoteo, pero este fue 
valientemente retenido. 
 —Sí. 
 —Gracias. Pero debiste ahorrarte el esfuerzo. 
 —No fue ningún esfuerzo. De todas formas, no podía dormir —mintió. 
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 Se escuchó ese horrible sonido cuando ríes a regañadientes a través de las 
lágrimas. 
 —Me alegra haber podido ser útil —masculló el chico—. ¿Podrías irte ahora, por 
favor? 
 —Sí. Oye, chico, tu frasco de medicinas dice Patrick. ¿Ese es tu nombre? 
 —Sí. 
 —Puedes llamarme Whiskey. 
 Patrick se dio la vuelta, viéndose tan patético como cualquier niño se vería. 
 —¿Whiskey? 
 —¿Sí? 
 —Eres un buen hombre, pero soy un jodido problema. Intentaré dejar de 
molestarte pronto, ¿de acuerdo? 
 —No te preocupes. Siempre podemos utilizar a alguien para el trabajo de 
esclavos. Ayudarás cuando te sientas listo —Whiskey le despeinó el cabello. 
 Y con eso, se dio la vuelta y salió del diminuto compartimento con 
revestimientos oscuros. No escuchó más sollozos al salir, pero imaginó que tampoco 
escucharía risitas. No importaba. Tenía cosas que hacer. 
 
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 Trix 
A CONTAR RENACUAJOS 
 
 
 
 PATRICK FINALMENTE había vuelto a quedarse dormido. Cuando despertó, 
descubrió sorprendido que su cabeza estaba bastante bien, pero su boca seguía con 
sabor a mierda y su cuerpo se sentía como si hubiera sido aplastado por una 
apisonadora. 
 Además, olía muy mal. 
 Whiskey. ¿Ese sería el nombre real del hombre? A Patrick le gustaba. Le quedaba 
bien a su rescatador. Este tenía el cabello oscuro, rizado y largo, sus ojos eran de un 
tono oscuro entre ámbar y marrón, su voz ronca, sus mejillas cubiertas por una barba 
negra de tres días, y la piel que Patrick había visto por los rotos de su ropa era 
bronceada. 
 Se veía como el whisky, y no la mierda que Cal solía beber. Era como el whisky 
de calidad, del tipo leonado oscuro que su padre tenía en la barra en su casa y 
únicamente abría cuando organizaba con esmero una cena para clientes o empleados. 
 Tan solo su voz gruñona había hecho que el sexo de Patrick se pusiera duro al 
minuto de escucharla, y considerando lo jodidamente mal que se sentía el resto de su 
cuerpo, esa sí que era una tremenda voz. 
 Pero él ya se había ido, y Patrick tenía que levantarse y enfrentarse a donde 
quiera que fuera que estuviera y el lío en el que se hubiera metido. ¡Bravo! ¿Esto le hacía 
ganar puntos en madurez? Porque, Dios, ¡algo tenía que hacerlo! 
 Salió de la dura cama de plataforma a una espantosa alfombra naranjada, y 
cuando lo hizo sintió el imperceptible cambio de movimiento. Entonces, todo comenzó 
a tener sentido para él: la sensación de no tener estabilidad ni apoyo que sentía en su 
estómago desde que había despertado, el débil sonido de agua que se había colado en 
sus sueños, el hecho de que él oliera a aguas negras y diésel. El club favorito de Cal 
estaba cerca de Gargen Highway, directamente por el río. Estaban en alguna parte cerca 
del delta, en una de esas grandes casas flotantes. 
 «¿Qué estabas haciendo, Cal?», pensó amargamente. «¿A dónde me llevabas 
después de echar en mi bebida una maldita roofie?». 
 Una cerveza. Podría jurarlo, y no solo eso, incluso juraríaque no se la había 
terminado. Sí; lo sabía todo sobre Cal y su pequeña farmacia ambulante de bolsillo. Cal 
tenía muchos amigos interesados en esa mini farmacia, pero Patrick siempre había 
pensado que él era especial, porque él se había interesado en Cal. 
26 | A g u a C l a r a - A m y L a n e 
 La única razón por la que, aparentemente, Patrick había sido especial era porque 
le daba dinero a Cal sin requerir droga a cambio. 
 Joder. Probablemente Cal se había llevado su cartera y quizá incluso su móvil. 
Patrick no sabía cuánto tiempo habría tenido él después de destrozar su coche, pero 
dudaba que se hubiera marchado sin sus tarjetas de crédito. Patrick había escrito 
incluso el código de su PIN en una de las tarjetas, solo para que los perdedores 
traficantes psicópatas la utilizaran para robarle. Dios, eran las diez de la mañana. No es 
como si su padre fuera a verse gravemente afectado por esa pérdida monetaria, o 
varias, pero pensar que Cal pudiera vaciar sus cuentas bancarias para vivir un tiempo 
del dinero de Shawn Clearly, hizo que su estómago diera un vuelco. ¡Uf! Patrick se llevó 
una mano a la barriga y pensó en lo mucho que le alegraba no ser enfermizo. Dios, 
aquello confirmaría los temores de su padre, y Patrick jamás había pensado que fuera 
posible. No de su novio; ¡no de Cal! 
 Vale. Bueno, ahí lo tienes. Shawn Clearly: mil aciertos sobre su vida. Patrick: 
cero. Maravilloso. 
 Suspiró y comenzó a revolver los cajones para sacar algo que le sirviera. «Ay. 
Dios. Mío». La palabra ropa había sido un poco exagerada. Bueno, hacía calor, 
probablemente estaban a más de treinta y dos grados centígrados, como el día anterior, 
así que Patrick agarró unos calzoncillos, unos pantalones cortos desgastados y una 
camiseta sin mangas de canalé, la única pieza que no tenía agujeros. 
 El compartimento era diminuto. La cama de plataforma ocupaba la mayor parte, 
y el cajón de debajo era un auténtico vestidor comparado con el resto del armario de 
revestimiento plástico. A pesar de ser las diez y media de la mañana, y tener las 
escotillas abiertas, el aire era sofocante. Patrick agarró una de las toallas sobre la cama, 
la sacudió, después colocó todo debajo de su brazo como si fuera un paquete y se 
aventuró más allá de la puerta. 
 El resto del barco era sorprendentemente grande. Había un área sala/comedor, 
del tipo que tenía una mesa de desayuno y bancos a cada lado, una pequeña cocina y un 
par de sillas giratorias de capitán hacia la consola del timón. Las sillas de capitán 
podrían usarse también como muebles normales, ya que se veían lo suficientemente 
cómodos y, además, era uno de los pocos espacios que de hecho se podía usar para 
actividades humanas. Los demás espacios planos en el lugar, incluyendo uno de los 
bancos, estaban cubiertos de equipos. 
 Patrick había ido una vez a una excursión científica con su profesor durante el 
primer ciclo universitario, y el vehículo escolar utilizado tenía cierto parecido con esto. 
Había montones de tubos de ensayo asépticos, montones de hojas con datos, montones 
de reactivos químicos para analizar lo que echaran a los tubos de ensayo y, 
27 | A g u a C l a r a - A m y L a n e 
básicamente, lo que parecía ser un desorden enorme de cosas que eran útiles solo para 
los ocupantes del barco. 
 Patrick pensó que se parecía a su cerebro en algunos momentos. Se sintió más o 
menos identificado. 
 Había una persona delgada, nervuda y pecosa moviéndose entre todo el equipo 
con un sujetapapeles electrónico en sus manos, tomando notas de tanto en tanto. Patrick 
se detuvo un momento, preguntándose si debería saludarla. 
 —No gastes toda la maldita agua en el baño, niñato —dijo ella, con voz 
monótona. ¿Estaría siendo desagradable, o solo estaría recordándole que no usara toda 
la maldita agua del baño? La parte de niñato era algo que Patrick supuso que ella había 
utilizado quizá para diferenciarlo de, ay, Whiskey, el hombre con la voz de un whisky 
de cincuenta dólares norteamericanos. 
 —De acuerdo —dijo él, intentando complacerla. Entró al baño y trató de no hacer 
una mueca. ¡Jo! Él había visto lo que podían hacerle a un baño los estudiantes de una 
residencia universitaria. De hecho, se había acostado con dos cuando estudiaba en el 
instituto. No a la vez, por supuesto, pero ellos eran compañeros de cuarto, y solo uno de 
ellos había declarado ser gay. Cuando había terminado con ese, el que seguía en el 
armario lo había consolado y después se había acostado con él, prometiendo dejar de 
esconder su homosexualidad y ser el súper-macho de los patéticos sueños de Patrick. 
Claro que esos patéticos sueños se habían roto después de unos meses de ser el sucio 
secretillo de Chad. Pero aún recordaba cómo Chad se excusaba por la asquerosidad de 
su baño aludiendo a que solo un gay se molestaría por eso. Esa relación le había 
enseñado a Patrick dos cosas: a) que jamás volvería a salir con un hombre que estuviera 
en el armario, y b) que si ser gay significaba que tenía que restregar un inodoro antes de 
que este comenzara a hablar idiomas, ¡entonces se alegraba de ser gay! 
 O por lo menos lo había estado, hasta que su padre había sugerido que ser gay 
era solo otra manera de demostrar lo jodido que estaba. 
 No pensaría en eso. No ahora. Su cuerpo era una masa de dolor, a pesar del 
ibuprofeno de Whiskey, por lo que mejor se concentraría en el agua caliente que lavaba 
su piel lo suficiente… 
 ¡Pum, pum, pum! 
 —Maldita sea, niñato, ¿cuánta agua piensas que tenemos? 
 Mierda. 
 —¡Lo siento! 
 Maldita sea…, en buen momento se distraía. Patrick se preguntaba dónde habría 
puesto Whiskey sus pastillitas marrones, las que le facilitaban comprender el sentido 
del tiempo y lo que hacía con él. Estableció un récord de treinta segundos en enjabonar 
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su cabello, agujeros y dobleces del cuerpo. Estaba fuera de la ducha casi antes de que 
tuviera tiempo de enjuagarse. 
 —¡Lo siento! ¡Lo siento! No fue mi intención. Intentaba… ¡Maldita sea, esto es 
pequeño! ¿Cómo se supone que recuerde qué debo hacer con mis codos… Carajo… O 
los dedos de mi pie… Dios, mi rodilla… 
 —Dios, niño, ¡deja de hablar! Ya cerraste el agua, ¡estamos bien! 
 Pero ya era demasiado tarde. Patrick ya estaba acomplejado y se había golpeado 
en todas las partes del cuerpo anteriormente mencionadas contra el inodoro, el 
lavamanos, la ducha, el espejo, las paredes y, en algún momento, contra la lámpara. 
Para cuando salió, estaba nervioso, alterado y atolondrado. Quería algo de música o un 
videojuego o sus PM (¡pastillitas marrones!) o lo que fuera, porque no se sentía abierto 
para tratar con seres humanos en esos momentos. 
 Pero cuando salió del baño, en lugar de una mujer impaciente y malhumorada 
golpeando el piso delante de la puerta (que él había imaginado), se encontró con la 
investigadora calmada que revisaba plácidamente los datos producidos por el equipo 
de telemetría sobre la mesa. 
 Durante varios minutos, Patrick esperó a que ella se percatara de su presencia. 
Estaba a punto de renunciar, cuando ella se giró y habló. 
 —Por Dios, niñato, ¿quieres que coloque una diana en tu trasero? 
 —Es lo único que encontré limpio —masculló. 
 —¿Y el nudo en la cintura? 
 —Me queda demasiado grande. 
 Sí. La camiseta sin manga amarrada a la cintura y el pantalón corto desgastado 
realmente parecían gritar “South Beach{7}”, pero, bueno, no podía cambiar eso, 
¿verdad? 
 La chica gruñó, y Patrick pudo, o quizá no, detectar humor en el sonido. 
Después, ella volvió a hablar. 
 —Fruta, yogur, cereal, pan, embutido. Lo que quieras. 
 Ella no volvió a hablar después de eso, y por un momento Patrick pensó que 
“fruta” se refería a él. Sin embargo, después de unir las palabras comprendió que le 
estaba ofreciendo comida y dijo «Gracias», antes de dirigirse hacia la pequeña nevera en 
un áreade la cocina que parecía como si originalmente hubiera sido diseñada para 
humanos. 
 Ella no le respondió, y lo dejó que buscara y juntara lo que quisiera. Se decidió 
por el pan (duro) y salami (que no apestaba) sin mayonesa (que tenía apariencia 
dudosa), y pensó que el yogur quizá hubiera sido más seguro si hubiera tenido la fecha 
de caducidad en la tapa. Ni siquiera quería oler la leche. De todas formas, no importaba. 
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El pan asentó su estómago, la carne le brindó algo de proteína y solidez; y después de 
unos minutos comiendo, sintió que su mente se calmaba y pasaba parte de esa 
sensación horrible de nervios que había pensado que se había sacado de su sistema en 
la escuela superior. 
 Comenzó a prestar atención a lo que ella hacía. 
 Dios, le gustaba eso. La categorización de la información, colocar 
cuidadosamente todo en su lugar. Durante sus clases de ciencia, siempre le había 
parecido que hacer estas cosas en el mundo natural era simple, mientras que organizar 
el enredo de su propia mente no lo era. 
 Se levantó y observó en silencio a la mujer por unos minutos, antes de preguntar. 
 —¿Puedo ayudar? 
 —¿No tienes algo mejor que hacer? —Ella parpadeó. 
 ¿Llamar a su padre y decirle que no solo era gay, sino que también era un 
perdedor de primera clase, en vez de ser una simple molestia leve? ¿Llamar a Cal y 
decirle «¡Oye, estoy vivo! ¿Es cierto que me drogaste y dejaste en un coche que se 
hundía? Por cierto, ¿dónde están mi cartera y mi móvil»? ¿Llamar a su madre, quien 
solo le enviaba una postal anual por su cumpleaños, y decirle «Oye, ¿te acuerdas de mí? 
No es mi cumpleaños, pero estoy en un lío, ¿podrías ayudarme»? 
 —No. No puedo pensar en una maldita cosa mejor que pudiera estar haciendo —
dijo él en voz baja. 
 La mujer arqueó las cejas, se mordió el labio superior e inclinó la cabeza unos 
minutos antes de hablar. 
 —Niño, ¿sabes contar? 
 —¿Te refieres a números reales? Sí, de hecho, pasé el primer grado. 
 Esta vez sí lo vio: la leve tensión de ciertos músculos labiales que, si se 
intensificaba, podría pasar por una sonrisa. Quería hacer un baile de la victoria y un 
choque de pecho solo por eso. 
 —Excelente. Ven acá. 
 Ella lo acompañó a la cubierta de lo que parecía ser una casa flotante de fondo 
plano, realmente chabacana y atroz, con una cubierta ligeramente elevada, 
compartimentos que daban hacia el agua y una segunda consola del timón en el techo 
de la casa. ¿Cubierta? ¿Cubierta superior? Lo que sea. Él no salía a navegar. La cosa 
necesitaba una buena mano de pintura y revestimiento nuevo o como se dijera, y 
definitivamente necesitaba que le pasaran una buena fregona (¿o se decía hisopo, ya 
que era un barco? Aunque eso siempre hacía que Patrick pensara en un enorme 
bastoncillo de algodón y un esfínter… ¡Ay, jo!). En general, las demás casas flotantes la 
ponían en ridículo; la mayoría eran casas de verano de atracción turística, alineadas en 
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el pequeño muelle al norte de Sacramento. 
 Sin prestar atención al desorden de botas, ropa para vadear, enormes envases 
vacíos para lo que fuera y jaulas sucias (¿cómo?) tiradas por la cubierta, la chica (aún no 
sabía su nombre) lo llevó a un lado del barco resguardado del sol. Era una sombra 
permanente, para que el área jamás recibiera mucha luz directa. Contra la pared del 
barco, había tres enormes recipientes translúcidos llenos de agua y pequeñas cosas 
nadando que, en primera instancia, Patrick asumió que eran peces. Había un recipiente 
más pequeño del mismo tipo haciendo equilibrio sobre uno de los enormes, con algo 
grande y marrón que se movía en su interior. 
 La mujer retiró el envase pequeño de encima de los tres enormes y abrió el que 
estaba en la parte de abajo. Contenía agua. Eso era todo. Agua del río. Después, abrió el 
envase al lado de ese. 
 Contenía lo que parecían ser muchísimos renacuajos. 
 Patrick no pudo evitar sonreír. 
 —Hola, pequeños. ¿Cómo van esos saltos? 
 Estaban en una etapa temprana de su desarrollo, por lo que aún no saltaban, ni 
siquiera tenían patas colgando de sus planos cuerpos marrón-verduzco con cola. Pero 
parecían nadar con gran entusiasmo por el agua infectada de algas y bichos, sin 
necesidad de saltos. 
 —Lo que tienes que hacer es contarlos. Toma —dijo la mujer, sobresaltándolo y 
sacándolo de su feliz contemplación de los bebés de rana. Le dio un sujetapapeles no-
electrónico y un bolígrafo, además de una pequeña red con un mango. 
 —Sácalos de un balde, colócalos en el otro, y cuéntalos en el proceso. Busca 
anomalías y anota cuántos renacuajos con anomalías pudiste ver del conteo total. 
Detente cuando termines con el primer envase, entra y muéstrame tus anotaciones. 
 —¿Anomalías? —Patrick parpadeó y volvió a mirar el interior del envase. 
 Sin ceremonia, la mujer destapó el envase pequeño y lo colocó debajo de su 
rostro. 
 —Te presento a Caleb y Catherine. Ellos son lo que llamamos anomalías. 
 Patrick se levantó y se echó hacia atrás tan rápido que la mujer casi deja caer el 
envase que contenía a Caleb y Catherine. La miró, mientras ella arqueaba una ceja en un 
gesto de diversión contenida. 
 —¿Algún problema? 
 —¿Qué coño es eso? 
 —Eso, mi amigo, es lo que pasa cuando contaminantes industriales o pesticidas 
llegan al patio trasero de las ranas. 
 Patrick se armó de valor y volvió a mirar el interior del envase. En realidad eran 
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una sola rana que tenía seis patas, dos atrás y cuatro al frente, dos de las cuatro patas 
colgaban del centro y caían inútilmente. El torso era más ancho para acomodar las 
extremidades adicionales, y también para hacer lugar a la cabeza adicional. Las 
criaturas se miraban una a la otra mientras respiraban, y el diminuto cerebro juvenil de 
Patrick implosionó. 
 —Cuando las recoja en la red, ¿cuentan como una o dos ranas? —preguntó él, 
completamente desconcertado. 
 Los labios de la mujer volvieron a moverse, y ella le pegó un manotazo a las 
pequeñas moscas del pantano que comenzaban a posarse sobre su hombro bronceado y 
pecoso. 
 —Una. ¿Alguna otra pregunta? —dijo ella con decisión. 
 —Sí. ¿Qué lado es Cal, y cuál es Catherine? 
 Otro movimiento de labios. 
 —El de la izquierda es Cal. ¿Por qué te interesa saberlo? 
 —Porque así se llama el tipo que destrozó mi coche y huyó dejándome medio 
muerto. Quería saber qué lado de la rana odiar. 
 —¿Cuál es tu nombre, niño? —Apareció una breve y tensa sonrisa. 
 —Patrick. 
 —Patrick, llámame Fly Bait. Si terminas esto pronto, llamaré a Whiskey y le diré 
que nos traiga comida. ¿Cómo te suena eso? 
 —Me suena a que vale la pena intentarlo. ¿Podrías decirle que traiga leche que 
no tengamos que masticar? —Patrick cerró los ojos en anticipación. 
 —Lo hará lo mejor que pueda. Estamos hablando de Whiskey y la cocina; los dos 
no son compatibles. Vamos, comienza a trabajar que no tenemos todo el día, y me 
muero de hambre. 
 
 
 PATRICK CONTÓ y atrapó doscientos treinta y siete renacuajos. Encontró dos 
cuyas colas estaban divididas y uno con dos cabezas. 
 —¿Es eso normal? —le preguntó a Fly Bait (cualquiera que fuera su nombre 
verdadero), mientras descendía por las escaleras. 
 —No, Patrick, de ninguna manera —contestó ella, rebuscando en su bolsillo 
hasta sacar un móvil con función de radioteléfono portátil. 
 —Whiskey, idiota, ¿estás ahí fuera? 
 —Sí. Ya coloqué las sondas en el sector ocho. ¿Cómo te va? 
 —El sector seis tiene tres anomalías en 237 especímenes. 
 —¡Rayos! Fly Bait, ¿estás segura? 
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 —Eso dijo tu nuevo interino, y además colocó las anomalías a un lado para que 
las veamos. 
 Hubo un silencio entrecortado al otro lado de la línea. 
 —¿Mi nuevo interino? 
 —Oye, tú lo trajiste. El niño puede contarhasta doscientos treinta y siete, y sabe 
reconocer una rana de dos cabezas cuando ve una. El único problema es que vas a tener 
que alimentarlo. ¿Puedes hacer eso? 
 Se escuchó un gruñido. 
 —Puedo hacer eso. Ese jodido pequeño está delgado como una vara; alguien 
debería alimentarlo. 
 Patrick abrió la boca para protestar, pero la mirada fija y nada impresionada de 
Fly Bait, lo detuvo. 
 —Se lo diré —dijo ella con voz monótona.—. Ya que has colocado las sondas, 
hagamos algunas calibraciones y después tráenos algo de puñetera comida. 
 A continuación, recitaron números: niveles básicos de oxigenación, de cloro, de 
nitrógeno; además hicieron un conteo de algas, de plancton y de contaminantes no 
identificados. 
 Con el último, tuvieron problemas. 
 —¿Cuántas partes por millón? —preguntó Whiskey, incrédulo, y Fly Bait volvió 
a repetir el número. 
 —Es endemoniadamente alto. Déjame reajustar la sonda —unos cuatro minutos 
después, pidió otra lectura. Esta vez cuando Fly Bait le dio los números, que se 
acercaban aún bastante a los primeros, su interés se captó a través del radioteléfono. 
 —Está bien… Voy a llevar algunas muestras. Podemos analizarlas mañana. 
Además, llevaré una muestra al laboratorio de la universidad. Veamos qué está 
haciendo que esos números sean tan interesantes. Es decir, no es que cuenten chistes o 
hablen idiomas, ¿verdad? 
 Fly Bait ni siquiera parpadeó, pero Patrick se rió tontamente, porque se imaginó 
a un gran paramecio delante de un escenario diciendo cosas como «Es fácil ser 
pisoteado ¡cuando tienes la forma de un zapato!». 
 —Pregúntale a nuestro interino sin paga qué quiere comer —Whiskey debió 
haberlo escuchado, porque eso fue lo próximo que se escuchó a través del radioteléfono. 
 —Yo quiero chipotle{8} —dijo Fly Bait, irritada. 
 —Sí, pero él se rió de mi chiste. ¿Qué quieres comer, pequeño? 
 Patrick miró a Fly Bait, y decidió mantener su favor. Cualquier cosa era mejor 
que regresar a casa. 
 —Chicken burrito bowl{9}, pollo y arroz… 
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 —¿Llevas alguna dieta especial, pequeño? 
 —No. 
 —¿Sufres de alergia a algún alimento? 
 —No. 
 —¿Te hacen vomitar los frijoles, la crema agria o el queso? 
 —No. 
 —Entonces, ¿por qué carajo no le metes algo de grasa a tu cuerpo? 
 No era una pregunta en sí, pero Patrick contestó de todos modos. 
 —Es malo para la piel. 
 —Tu piel está bien. ¿Qué es lo que realmente deseas que contenga tu burrito? No 
quiero tener que volver a preguntarte. 
 Bueno, los tratamientos de Tetraciclina y láser duraban seis años, ¿verdad? 
 —De todo, excepto frijoles, y doble guacamole —dijo él con decisión, y el 
gruñido satisfecho de Whiskey al otro lado de la línea lo hizo sentir como si hubiera 
ganado algo. 
 —¿No me vas a preguntar a mí qué quiero? —Fly Bait sonó ofendida, pero no 
con Patrick, así que estaba bien. 
 —Cuenco de vegetales con un complemento de guacamole —Whiskey recitó sin 
demora, y Fly Bait gruñó antes de colgar el teléfono. 
 Por una vez, Patrick fue bien sabio y no dejó que se le escapara una sonrisita ni 
un carcajeo ni ninguna de esas otras cosas que se sintió tentado a hacer. En cambio, 
miró la caja que contenía a Cal y Catherine en sus manos. 
 —Así que, esto… ¿Qué le damos de comer a los gemelos? 
 —Solemos colocar un pedazo de salami en la caja y esperar a que las moscas se 
acerquen. Esa es la razón por la que se han puesto tan gordos — masculló Fly Bait, 
mirándolos. 
 Patrick se dispuso a hacer eso, y después colocó a la rana de dos cabezas bajo la 
sombra, asegurándose de que tuviera suficiente agua en el fondo del envase para 
mantenerla fresca. Por un minuto, intentó fulminar con la mirada el lado de la rana que 
era Cal, pero acabó suspirando. 
 —No es justo que me desquite contigo, grandote. Además, comienzas a verte 
más lindo que él, de todos modos —dijo después de un momento, deseando poder 
acariciar a la rana, pero no estaba seguro de que eso fuera a gustarle a ella. 
 Cal parpadeó lentamente, y Catherine movió su cabeza un poco hacia atrás y 
hacia delante. Patrick se preguntó qué se sentiría al tener otra cabeza sobre los hombros. 
¿Sería una de ellas el Patrick inteligente y calmado gracias al Ritalin, y la otra sería el 
Trix perdedor crónico debido a la falta de medicina? ¿Tiraría hacia un lado la 
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inteligente, mientras la perdedora tiraría hacia el siguiente mal novio? ¿Terminaría 
siendo un ser de dos cabezas inmovilizado y atrapado entre las partes buenas y las 
partes estúpidas de sí mismo? 
 Suspiró, exhalando sobre la rana, haciendo que ambos lados parpadearan. 
 —Quizá podríamos decir que Cal es un diminutivo de ‘Calhoun’, en lugar de 
‘Caleb’ —dijo después de un minuto, parpadeando él también—. Te llamaré Caleb si 
piensas en drogarme y joderme la vida. 
 No quería pensar en eso. No quería pensar en eso. No quería pensar en su coche. 
No quería pensar en su futuro o en el hecho de que sus tarjetas de crédito estuvieran 
siendo utilizadas en esos momentos para joderle la vida a su padre. 
 Mierda. 
 Bueno, podía hacer algo sobre eso último. 
 Caminó pesadamente hacia donde se hallaba Fly Bait para pedirle prestado el 
móvil. 
 
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 Whiskey 
LLEVARLE COMIDA AL FLACUCHO 
 
 
 
 WHISKEY SE sintió bien caminando hacia la casa flotante con una bolsa llena de 
comida. Era como si fuera el proveedor, que había cazado y rellenado un burrito con 
algo de grasa para ese cuerpecillo flacucho, y ahora iba a darle de comer a su pequeño 
callejero. Era como llevarle comida a un gatito o unas moscas a una rana, ¿verdad? 
 No esperaba escuchar la voz del chico al otro lado del barco, en un nivel 
quejumbroso y alto, mientras discutía por el móvil. 
 —Mira, lo siento, no recuerdo esas contraseñas —dijo él, y Whiskey tuvo que 
hacer una mueca. Dios, sonaba como un niño—. No, espera. Déjame darte mi nombre y 
mi fecha de nacimiento, y después puedes hacerme la pregunta, ¿de acuerdo? Ya 
sabes…, como el apellido de soltera de mi madre o alguna de esas mierdas. Es que… 
Creo que el cerdo de mi no… exnovio, está gastando todo el dinero de mi padre y, 
mierda, ¿podrías obviar que no recuerdo mi PIN para detenerlo? 
 Entonces, hubo una pausa, y Whiskey escuchó al chico intentar recuperar el 
control desesperadamente. 
 —Sí. Mi cumpleaños es el doce de septiembre. Tengo veintitrés años, y el 
apellido de soltera de mi madre es Eames. 
 Entonces, hubo otra pausa, y Whiskey casi perdió las fuerzas de puro alivio. No 
era que él tuviera intenciones ocultas con el chico ni nada de eso, pero, ¡Gracias, Dios!, 
era mayor de edad. Saber que era mayor de edad hizo sentir bien a Whiskey en tantos 
niveles… 
 Entonces, la voz del chico volvió a elevarse, temblorosa, llena de pánico y enojo, 
y Whiskey tuvo otras cosas por las cuales preocuparse. 
 —¡No! No puedo recordar mi PIN. Jamás recuerdo mi PIN; está en mi móvil, y él 
también se llevó mi móvil. Solo deseo no tener que volver a hablar con mi padre. ¡Joder! 
 Whiskey tuvo que agacharse antes de que algo, lo que parecía ser el móvil de Fly 
Bait, pasara volando desde el otro lado del barco e hiciera un ruido estrepitoso al 
atravesar la cubierta cayendo en pedazos contra la proa. El repentino silencio fue 
interrumpido por respiraciones profundas, dolorosas, temblorosas, y el lento y 
acompasado ruido sordo de alguien golpeando con sus puños las paredes del barco. 
 Al menos, Whiskey pensó que era un puño. Sin embargo, al dar la vuelta en la 
esquina, con una generosa reprimenda en la punta de la lengua, vio que el muchacho 
estaba golpeándose la cabeza, ¡duro!, contra la pared exterior, mientras se mecía hacia 
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atrás y hacia delante. 
 —¡Basta, basta, basta! —Whiskey dejó la comida en el piso y se apresuróa 
colocar una mano en el hombro de Patrick y la otra sobre su frente, intentando evitar 
que se siguiera lastimando. 
 —Lo siento, lo siento, lo siento. Soy un estúpido. Dios, soy un jodido estúpido. 
Lo siento, lo siento, lo siento. No fue mi intención. Mierda… No fue mi intención —
susurraba el chico. 
 Su rostro estaba arrugado, sus hombros encorvados y su cuerpo entero vibraba 
como un diapasón. Whiskey no supo qué le pasó en ese momento, porque una cosa era 
decir que tenía un doctorado y sabía qué podía decir para calmar a una persona, y otra 
muy distinta era ponerlas en tu pecho y hacer que tus palabras lograran ese efecto. 
 —Respira profundo, pequeño. Respira. Era un móvil barato. Respira hondo, ¿de 
acuerdo? —murmuró. 
 Esperó durante largo rato, hasta que por fin sintió que asentía renuentemente 
contra su hombro. 
 —Disculpa. Necesito centrarme, ¿de acuerdo? Yo… —dijo el chico después de un 
minuto. Su voz era mesurada y controlada, casi diametralmente opuesta a la que 
Whiskey había escuchado unos minutos antes. 
 Hacía calor, y su rostro pálido estaba rojo por el esfuerzo, las emociones, y por 
haber estrellado el pobre móvil asesinado contra el casco interior de la casa flotante. 
Pero ese rubor era completamente diferente. 
 Whiskey dio un paso hacia atrás y le hizo señas de que estaba bien. El chico lo 
miró desesperado. 
 —Hago yoga, ¿de acuerdo? Por favor, no mires. Estaré abajo en un minuto, y le 
diré a Fly Bait que lo siento, que le pagaré… —Su rostro volvió a engurruñarse, 
mostrando la misma expresión que tenía cuando estaba golpeándose la cabeza contra la 
pared. 
 —Yo le compraré uno. No se lo digas. Juraré que fue mi culpa —dijo Whiskey. 
 ¿De dónde carajo había salido eso? ¿En serio? ¿Qué clase de mierda estaba 
brotando de su boca? Si alguno de sus estudiantes llegara a escucharlo, buscaría una 
fregona para limpiar los bloques de mierda que habrían acabado en la cubierta. 
 El chico lo miró entrecerrando los ojos, y después negó con la cabeza. 
 —Encontraré como pagarlo. Estoy seguro de que hay más ranitas fuera de lo 
común para contar, ¿verdad? —dijo él en voz baja, antes de regalarle una sonrisa 
torcida. 
 —Sí, pequeño. Tenemos tareas para ti —asintió Whiskey. 
 No era así. Pero, en serio, ¿cómo podía comparar dar alimento a un chico 
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flacucho con esa mirada de dicha pura que había aparecido en su rostro cuando 
Whiskey le había dicho que allí había un lugar para él? Encontraría algo para que el 
chico hiciera. Demonios, inventaría algo para que hiciera el chico. 
 Entonces, Whiskey huyó. Agarró la bolsa con el chipotle y bajó corriendo las 
escaleras, soltando la bolsa sobre la mesa. Después, caminó hacia la nevera y sacó una 
botella de agua fría que se bebió tan rápido como pudo sin regurgitar. 
 —¿Algún problema? —Preguntó Fly Bait, hurgando en la bolsa. 
 —Sí, creo que estoy sufriendo de insolación —contestó Whiskey, ya que era la 
única explicación posible. 
 —¿Ya terminó el chico de usar mi móvil? 
 —Te tengo malas noticias, Fly Bait. Le di un golpe a su mano accidentalmente y 
tu móvil se rompió. —Whiskey hizo una mueca. 
 Fly Bait encontró su orden y comenzó a zamparse la comida. 
 —¿Le diste un golpe a su mano accidentalmente? —preguntó ella después del 
primer mordisco. El hecho de que ella lo repitiera indicaba que lo dudaba. 
 —Así es. Sí. Eso fue lo que pasó. —Whiskey le había dado vueltas a las posibles 
respuestas, pero decidió quedarse con esa. 
 Estaba de pie, de espaldas a la ventana, con Fly Bait mirándolo, por lo que 
cuando ella abrió los ojos desorbitadamente, pensó que le diría que estaba mintiendo. 
Lo cual era cierto. Pero entonces se dio cuenta de que ella estaba mirando por encima de 
su hombro, hacia la ventana, y al girarse por poco se atraganta con su propia lengua. 
 —Santísima Diosa, madre de todos nosotros — murmuró Fly Bait, y Whiskey ni 
siquiera pudo dedicarle una mirada. 
 —Pensé que no te gustaban los hombres. 
 —No me gusta acostarme con ellos. Pero eso no significa que no encuentre 
hermoso a ese —dijo ella de forma distraída. 
 Dios. Jesús. Diosa. Santo Ned, compañero sentimental de Geoff, dios de las 
galletas. ¿Había sido ese niño (hombre, era un hombre, ¡Gracias, Ned, es un hombre!) 
siempre tan hermoso? Patrick estaba erguido con una pierna extendida hacia atrás, y se 
estaba sosteniendo el pie con las manos, ¡sobre su cabeza! 
 Whiskey tragó fuerte antes de beberse el resto de la botella. Sin embargo, eso no 
fue suficiente. Comenzó a transpirar de pies a cabeza; las gotas de sudor resbalaban por 
sus labios. El chico bajó esa pierna lentamente y pasó a la posición básica del guerrero 
que incluso Whiskey reconocía. Observó cómo sus músculos se flexionaban, y cómo la 
línea de sus hombros a su espalda, a sus nalgas, a sus caderas, a su pantorrilla, a sus 
largos pies desnudos transformaba a ese atolondrado chico en una obra perfecta y 
fluida. Patrick alzó una mano, siguiéndola con los ojos, echando la cabeza hacia atrás, 
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concentrándose en la perfección de su delgado cuerpo de largos músculos. A través de 
la limitada perspectiva de la ventana, Whiskey podía ver que su pecho se movía 
suavemente y su rostro ya no estaba torcido por la ansiedad. De hecho, su expresión era 
serena. 
 Lo cual era estupendo para el chico, pero Whiskey estaba imaginándose ese 
fluido cuerpo alrededor del suyo. Y esas largas piernas cruzadas sobre su trasero, 
mientras él entraba y salía dentro ese magnífico cuerpo y rodeaba con una mano el 
pene, que aún no había visto, haciendo que el chico dejara caer la cabeza hacia atrás con 
la boca abierta y su serenidad echada por tierra, mientras gritaba de placer. 
 Un gemido bajo escapó de la garganta de Whiskey, quien en ese momento se 
percató de que estaba presionando su cuerpo contra la encimera de la cocina para 
mitigar el dolor en su pene con un poco de presión. 
 —Tenemos que sacar a ese chico de aquí —dijo Fly Bait con voz ronca y 
necesitada. 
 «¡Ay, mierda! No». 
 —Le prometí que podía quedarse. 
 Se hizo el silencio. Él podía sentir su mirada láser fulminándolo por la espalda. 
 —¿Por qué carajo hiciste eso? 
 ¿En serio? ¿Tenía que preguntar a pesar de lo que estaban viendo? Le dio la 
respuesta de debió haber sido la correcta, pero que no lo era. 
 —Porque necesita un lugar donde quedarse. 
 —¿Por qué este lugar? 
 —Porque no creo que tenga a donde ir. —Y eso, por lo menos, sí era cierto. 
 El chico había terminado con su yoga, y estaba sacudiéndose y caminando 
lentamente a través de la cubierta. Sin añadir otra palabra, Whiskey comenzó a buscar 
en la bolsa su orden junto con la bolsa de patatas fritas y guacamole que siempre 
ordenaba, de manera que pareciera un ser humano normal y no un predador sexual 
cuando el chico bajara por las escaleras. 
 Whiskey le gruñó, señalando la comida sobre la mesa. Los movimientos del chico 
fueron fluidos y espigados al sacar su comida. Patrick miró los sofás y sillas alrededor, 
descubriendo que la mayoría estaban llenos de equipos, así que retrocedió hasta la 
encimera/mueble bar que contaba con su propio fregadero (sí, era un lugar con clase) 
enfrente de Whiskey y se deslizó contra el mueble hasta quedar sentado elegantemente 
con las piernas cruzadas. 
 Whiskey miró la cocina/sala/comedor a su alrededor y entonces comenzó a 
mover el equipo, haciendo sitio para el chico en uno de los sofás frente a la mesa. Miró 
el espacio, gruñó y se lo señaló con la barbilla. 
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 —Gracias, Whiskey. Ha sido un bonito detalle que te hayas puesto en plan 
Martha Stewart{10} y Planeta de los Simios por mí, pero en verdad no me molesta 
sentarme aquí. Son tus cosas científicas; no te esfuerces tanto. 
 —Pequeño… —Whiskey se sonrojó. 
 —Patrick. 
 Bueno, sí.

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