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Capítulo 10 La eutanasia Mario Alberto Portela 1. INTRODUCCION Un tema tan complicado como la eutanasia que puede definirse de acuerdo con su etimología como la muerte buena, rápida, tranquila, fácil, piadosa (“eu”: bueno; “thanatos”: muerte), requiere ser introducido una vez que se hayan aclarado ciertas cuestiones previas. Es por ello necesario hacer referencia a la vida y su relevancia en nuestra época para luego tratar acerca de la muerte a secas, igualmente a la relación actual entre los médicos y sus pacientes (para lo cual someramente deberé efectuar un rápido paso por el tema de la salud pública en nuestro país) y también trabajar con el relevamiento de un pequeño número de casos ofrecidos por la literatura bioética, para después tratar de ofrecer una clasificación no exhaustiva del término y una solución consensuable para los diversos problemas que esta práctica acarrea. En primer lugar diré que la bioética –temática dentro de la que la eutanasia es uno de sus capítulos- tomó impulso dentro de la literatura filosófica en tiempos recientes, a raíz de la aparición de la medicina en el centro de la ética1. Esta irrupción que para algunos fundó una nueva disciplina con este nombre, para otros no hizo mas que focalizar la atención sobre temas ya conocidos y discutidos desde mucho tiempo atrás. Sin embargo no cabe duda que la simbiosis de ambos saberes los ha enriquecido. No se si hasta el punto que valga la expresión de Toulmin, en el sentido que “la medicina salvó la vida de la ética”, pero si en el que esta nueva perspectiva ayudó a cambiar las puntos de vista y aún los dilemas insolubles que acuciaban a los filósofos prácticos. Tal vez asista razón al autor citado en que la medicina se ocupa de algo mucho mas concreto y “objetivo” (susceptible de ser compartido por todos) como son las necesidades y los intereses humanos que los siempre vagos y subjetivos sentimientos y deseos de los que se ocupaba la ética clásica. Es igualmente cierto que por tradición académica y por la empiria necesaria de su objeto la medicina se ocupa de los casos (enfermos y no enfermedades), circunstancia ésta que obligó a los filósofos a volver a Aristóteles y consecuentemente a considerar cuidadosamente las circunstancias precisas del agente y del acto por encima de la invocación retórica de reglas y principios generales. Sin embargo valen las prevenciones indicadas por una comentarista de Toulmin2 en el sentido de ser cuidadosos y no convertir a la ética en un tema de expertos que deciden en temas controvertidos como lo harían los médicos acerca de un tratamiento para curar una enfermedad. En ética no hay una Academia ni autoridades morales que puedan imponerse por sobre las opiniones de la gente, especialmente en nuestras modernas sociedades laicas y pluralistas. Sea cual fuere la razón que asiste a quienes propugnan por la autonomía de esta novedosa rama del saber frente a los que pretenden limitarla a un poner en odres nuevos el vino viejo, lo cierto es que la bioética crece día a día y su importancia parece aumentar con el transcurrir de los días y los nuevos temas 1 Toulmin, 1998 2 Bertomeu, María Julia “El eticista como antrophos megalopsichos. De la tiranía de los principios a la tiranía de los expertos”, en Análisis Filosófico, nro. XVII, nro. 2, SADAF, Bs. As. 1998. que se incorporan a su índice a raíz de los avances de la tecnología en el campo de la biología humana.3 En segundo lugar es muy difícil cuando se habla de los temas que ocupan a la bioética desligarse del problema religioso ya que existen quienes piensan que por el hecho de practicar una religión determinada la discusión acerca de ciertas cuestiones controvertidas, como la que nos ocupa, pertenece a un terreno que les está vedado. En realidad siempre ha existido una aparente colusión entre las posturas religiosas y la actividad de pensar libremente, choque que termina con violaciones de derechos groseras al transformarse la religión en fundamentalismo. Desde la Inquisición hasta los Talibanes el extremismo en el pensamiento religioso culmina necesariamente en la intolerancia mas radicalizada. Pero en las sociedades occidentales actuales, complejas, multiculturales y mayormente laicas, la tolerancia es cuestión que hace a la existencia misma de la convivencia en paz y requiere entonces de una serie de acuerdos diversos entre las religiones y entre éstas y las posturas de los no creyentes, especialmente porque casi todas las sociedades de nuestra época se autodefinen como prescindentes en cuestiones religiosas. Este tema como tantos otros tiene su centro en la manera en que se conciba la existencia de la verdad representada por posturas tan diversas como enfrentadas entre sí4. Las religiones en general suelen considerar que la posesión de la verdad y todas sus consecuencias (la razón, la justicia, la moral) les pertenece con exclusividad. Actúan así de la misma manera que el califa que ordenó la quema de la biblioteca de Alejandría arguyendo que si los libros que allí se depositaban decían lo mismo que el Corán eran por cierto redundantes; y si decían lo contrario eran claramente falsos. En cualquiera de los supuestos había que destruirlos. El humo del incendio de los libros, un clásico además para todos los movimientos autoritarios que necesariamente son fundamentalistas, ha 3 Así los problemas de fertilización asistida, de terapias genéticas, de la clonación, de protección de la biodiversidad frente a las tentativas de apropiación de laboratorios multinacionales, de asistencia debida por parte de medicinas prepagas u obras sociales a pacientes con enfermedades de alto costo, al consentimiento informado de los pacientes, a la voluntariedad de los tratamientos y multitud de cuestiones mas. 4 Cfs. bibliografía citada en el capítulo VII, especialmente Haak (1982) y Nicolás y Frápoli (eds. 1997). oscurecido permanentemente el horizonte del pensamiento y se prolonga hasta nuestros días en muchos lugares del planeta. Si en cambio la verdad se concibe como el producto de una deliberación, de un intercambio discursivo que permita a todos y cada uno de los participantes del diálogo sentirla como aceptable por todos, entonces se traslada en centro de gravedad desde lo absoluto hasta lo consentido, desde lo indiscutible hasta lo que queda abierto a una discusión permanente. Y esto no implica ni caer en subjetivismo ni en relativismo respecto a la verdad sino simplemente valorar la solución que permita a cada uno de los participantes compartir el punto de vista del otro y llegar a soluciones que puedan ser aceptables en común. Y esta afirmación que implica que desde el momento en que me incluyo como partícipe en una situación de diálogo, lo hago con posibilidades de cambiar mi opinión ante argumentos mejores, está prohibida por las religiones que se fundan en dogmas, aunque no caigan en fundamentalismos. La característica del dogma es su inmutabilidad, cuya vigencia es eterna o por lo menos dura lo que alguna autoridad competente la haga durar, y como consecuencia necesaria su imposibilidad de transformarse ante razones mejores. Pero esta circunstancia no obliga al religioso práctico en el terreno de la acción, ya que es perfectamente posible que pueda llegar a consensuar una solución que se advierte como la mejor en aras de haber sido obtenida luego de la evaluación de argumentos, pero que no tiene porque adoptarse como una forma de vida personal. Así si se considerara que el aborto no debe ser objeto de persecución penal, ello no obligaría a las mujeres religiosas que rechazan esa práctica a realizarla, sino que por el contrario tendrían todo elderecho a no ser molestadas en su creencia y a obrar de la forma en que lo consideren mas conveniente frente a tal extremo. Pero lo mismo a la inversa, ya que la mujer que piensa que no debe ser castigada si aborta por razones justificadas, debe ser respetada por las religiosas que opinan la contrario de la misma forma en que ella respeta a aquéllas. Obviamente esto también e aplica al caso de los médicos que podrán excusarse de realizar determinadas prácticas, en el supuesto que fueran permitidas por el ordenamiento, en razones fundadas en la objeción de conciencia, lo que les impedirá quedar obligados a realizar abortos o prácticas de descarte de embriones o maniobras eutanásicas. Esto implica que se puede consensuar en puntos determinados entre varias religiones o entre éstas y posturas no confesionales, sin renunciar a formas de vida personales y que siempre el acuerdo estará guiado por buenas razones argumentales lo que implica que debe obtenerse en el seno de una práctica discursiva que respete determinadas condiciones, entre las que sobresalen la de igualdad de cada uno de los intervenientes en el dialogo.5 Justamente una de las características de los modernos estados democráticos de derecho consiste en reproducir políticamente esta condición de legitimidad de todo discurso moral, por lo que si pensara de otra manera debería abandonarse esta forma de gobierno que es justamente lo que hacen los estados teocráticos. 2. LA VIDA Y LA MUERTE Sentados estos puntos previos si se pretende hablar acerca de la muerte, es necesario primero hacer referencia a la vida, de la que aquélla es el término natural. Todos los discursos que se refieren a la vida humana coinciden en sacralizarla como uno de los valores intocables, por cuanto consiste básicamente en ser el soporte necesario de la existencia del resto de los derechos denominados humanos. De otra suerte ¿de qué serviría el derecho de propiedad si no se respetara la posibilidad de gozarlo en vida? ¿Para qué la libertad de expresión si no hubiera humanos vivos para decir lo que quieren? En nombre de la vida se está en contra de la eutanasia, del aborto, de la manipulación genética, de la fertilización que deja embriones en los laboratorios. 5 Para quienes se encuentren interesados en concepciones discursivas como las se refieren en el texto pueden consultarse Habermas, J. “Conciencia moral y acción comunicativa”, ed. Península, Barcelona, 1996; Apel, K. O., “Teoría de la verdad y ética del discurso”, ed. Paidós, Barcelona 1991: y fuera de la perspectiva crítica, Ackerman, B. “La justicia social en el estado liberal”, ed. Centro de Est. Constit., Madrid, 1993 y desde un punto de vista estrictamente jurídico Alexy, R., “Teoría de la argumentación jurídica”, ed. Centro de Est. Constit., Madrid, 1997. Y también en nombre de la vida se está a favor de tales prácticas. El recurso a la vida suena así como la conocida mención a la libertad, cuyo nombre ha costado tantas vidas ya que desde el ácrata mas acérrimo hasta el dictador mas tozudo recurren a la utilización de tal palabra para legitimarse. La realidad sin embargo dista de coincidir con lo expresado en el discurso. En primer lugar si el valor vida fuera tan importante, nuestra época sería mas cauta en o que se refiere a la utilización de la guerra como medio para dirimir conflictos internacionales. En Oriente medio, en la ex Yugoslavia, en Afganistán, en Filipinas, en Colombia, en el Africa, los seres humanos se quitan la vida con una saña inusual. En la antigüedad salvo las represalias contra alguna ciudad especialmente difícil de vencer, las guerras eran libradas por guerreros casi profesionales que se mataban entre sí pero sin tocar las vidas de los no combatientes. Incluso los griegos para no matar poblaciones civiles las esclavizaban, situación que tal vez sea peor que la muerte pero que contribuía a legitimar un discurso a favor de la preservación de la vida. Lentamente esta inmunidad de los no combatientes se fue perdiendo y ya en la Primera guerra mundial hubo numerosos civiles que fueron masacrados por los disparos de la artillería pesada. Pero en la Segunda guerra las devastaciones de las poblaciones civiles como consecuencia de los bombardeos aéreos a ciudades abiertas, cuya terrible conclusión fue la destrucción nuclear de Hiroshima y Nagasaki, fue realmente de una magnitud nunca vista (se calculan unos sesenta millones de muertos, entre los que hay que calcular a las víctimas raciales de la locura nazi, básicamente judíos y gitanos). Esta impudicia y desprecio por la vida de civiles se ha continuado en la actualidad, salpicada de “limpiezas étnicas” (matanzas de poblaciones enteras para impedir su reproducción como los armenios, los albaneses, los croatas, los tutsi, los palestinos, los colonos israelíes) de horribles carnicerías provocadas por armas devastadoras (en la operación llamada “Tormenta del Desierto” murieron casi trescientos mil iraquíes contra menos de veinte norteamericanos que fueron bombardeados por error por tropa propia) y de matanzas de inocentes provocadas por el terrorismo variopinto (los asesinatos de políticos por parte de ETA, la caída de las Torres Gemelas, los secuestros de las FARC colombianas). O sea que pese al discurso “pro vida”, la guerra sigue siendo considerada un medio legítimo para resolver ciertas cuestiones políticas aunque ella siegue sin pudor alguno miles de vidas inocentes. Y esto pese a que, con la desaparición de las hipótesis de la “guerra fría” al desaparecer del escenario internacional el poder Ruso, el mundo se ha ido transformando en una Cosmópolis.6 En segundo lugar existen varias instituciones jurídico políticas que consideran absolutamente legítimo el terminar con la vida de otra persona. Así es como justamente por obra de la doctrina de clásicos católicos se ha elaborado y perfeccionado la teoría del tiranicidio que justifica y exculpa a quien mate a un autócrata con el fin de terminar con la opresión7. De la misma manera la muerte se justifica en todos los códigos penales en aquellos casos de legítima defensa perfecta y ambas justificaciones obligan entonces a ser cautos respecto a la aparente “sacralidad” de la vida humana que en determinados casos y por diversos motivos puede ceder y ser derrotada por la pedestre muerte8. En tercer lugar la mayor parte de las religiones aceptan y enaltecen a los mártires, creyentes que dieron la vida por la fe, y así gran número de ellos conforman el santoral de la Iglesia católica, los musulmanes glorifican y prometen al paraíso inmediato a sus fieles que se inmolen en atentados que causen la muerte de enemigos (tal como hacían los “kamikazes” japoneses en la 2da. Guerra mundial). Todos los países del orbe glorifican a sus muertos en acciones heroicas (generalmente guerreras como el recuerdo del Sgto. Cabral en la Marcha de San Lorenzo “su vida rinde, haciéndose inmortal”). Estas glorificaciones de la muerte como acto supererogatorio no parecen que puedan hacerse compatibles con un discurso que arguye a favor de la vida porque “ésta es lo mas sagrado que existe”. 6 Cfs. la acertada expresión de Zolo, D., “Cosmópolis”, ed. Paidós, Bs. As., 2000 7 Cfs. Niño, 1994 8 Puede verse desde esta perspectiva la teoría cristiana del “doble efecto”, Farrell, 1985, En cuarto lugar el estado moderno permite una serie de actividades, algunas de las cuales reglamenta expresamente, pese a que son fuente de muertes casi seguras, Así cabe mencionar a las carreras de automóviles, a la práctica del boxeo, a la autorización para deportes de riesgos variados y extremos entre otras. Es obvio que si la vida fuera tan importante, si constituyera realmente el valor fundamentalpara la existencia del resto de los derechos humanos y constitucionales, éstas actividades deberían ser enfáticamente prohibidas. En quinto lugar no quiero dejar de referirme a las prácticas económicas de diversos gobiernos embarcados en feroces políticas de ajuste que sumergen en la desnutrición a casi la mitad de su población9, con la probable condena a una muerte mucho mas próxima de los afectados (por la disminución del índice de sobrevida)10, lo que también está lejos de coincidir con el discurso acerca de la importancia de la vida. Hay que tener presente además que esta restricción alimentaria generalizada es causada por motivos de redistribución ya que sobran en los graneros del mundo los alimentos necesarios para acabar con el hambre.11 Creo que es relevante para estos efectos señalar que los ingresos de las 300 personas mas ricas del mundo igualan cuantitativamente los de los 2.000 millones mas pobres con lo que se tendrá una magnitud de la desigualdad. Estos simples y casi cotidianos ejemplos para un ciudadano de los márgenes occidentales de principios del siglo XXI, indican claramente que si bien la vida parece ser importante –por su carácter de soporte del resto de los derechos, ya que sin ella casi nada vale- y se ha “sacralizado” en el discurso mediático y gubernamental contemporáneo, en la realidad no parece prestarse a su cuidado y preservación todo el cuidado que las palabras sugieren. 9 Según los índices del INDEC, en la Argentina en el primer trimestre de 2002, se encuentran por debajo de la línea de la pobreza el 49% de su población y de ellos el 60% son niños en edad escolar, porcentaje que aumentará de persistir la devaluación monetaria a lo largo del año 10 Este es además un fenómeno mundial ya que en el mundo “3.000 millones de individuos enfrentan una desnutrición dramática, que afectará de por vida a bebés y niños”. Robin, J. “La gran implosión del año 2002” en “Le Monde Diplomatique”, febrero 2002. 11 Recomiendo la lectura de “Compromiso social y democracia: las demandas de equidad y el conservadurismo financiero”, de Sen, A., en “Vivir como iguales”, Paul Barker (ed.), Paidós, Barcelona, 2000. Finalmente, y ya desde la biología, cabe indicar que la vida tiene un comienzo (el nacimiento) y un fin (la muerte). Pero ninguno de estos términos constituye un hecho puntual. Son mas bien procesos de muy difícil indicación cronológica. Así como es extremadamente difícil saber cuando nace una persona (¿cuando es concebida, cuando adquiere viabilidad, cuando sale del seno materno?12), es mucho mas complicado indicar el momento de preciso en que muere. Esto ocurre porque la definición de “muerte” se ha ido modificando con el transcurso del tiempo debido a contextos diversos, tal como suele acontecer con todo tipo de definiciones. En principio la muerte era el cese permanente de flujo de los fluidos corporales vitales, que solía indicarse con el cese de la actividad respiratoria o cardíaca. Por ello el símbolo de la constatación del deceso consistía en la colocación de un espejo cerca de la boca o en la toma de la presión arterial. Ya se sabía sin embargo que había un montón de procesos vitales que no se detenían en las personas cuyos fallecimientos se constataban de esa suerte, tales el crecimiento del pelo y de las uñas. A partir de los años cincuenta13 del siglo pasado se inventaron –en razón de una epidemia de poliomielitis- los hoy clásicos respiradores artificiales (que en un principio eran pulmotores propulsados en forma manual), lo que permitió la salvación de la vida de numerosos pacientes que se veían impedidos de respirar por factores diversos y que sin estos aparatos hubieran sido declarados oficialmente muertos. Pero por otro lado también pobló las terapias intensivas de numerosos pacientes en comas vegetativos persistentes, que con la asistencia respiratoria mecánica permanecían en tales salas un tiempo casi indefinido. Ya unos diez años mas tarde, en los sesenta, el cardiocirujano C. Barnard comenzó a practicar con relativo éxito la técnica de los trasplantes cardíacos que inevitablemente requería de corazones sanos pero latiendo en cuerpos que no podían (por definición) considerarse muertos. El contexto nuevo 12 Para el derecho el nacimiento consiste en la separación del seno materno y en la respiración pulmonar autónoma. 13 Singer, P., 1997 era entonces el que se presentaba a los médicos con terapias intensivas superpobladas por pacientes conectados a respiradores artificiales, pero en coma vegetativo persistente, junto a la necesidad cada vez mayor de dadores de órganos para trasplante cardíaco que requerían de corazones sanos en personas que no era posible considerar muertas por el escollo semántico que implicaba una definición inadecuada pragmáticamente. Todo ello provocó que, empezando por el Comité de Medicina de la prestigiosa universidad de Harvard hasta terminar con su aceptación universal en 1981,se redefiniera la muerte que en su estado actual consiste en “la detención total y definitiva de toda actividad cerebral constatada directa o indirectamente”. La ley nacional que regula los transplantes de órganos indica como metodología de comprobación, entre otras, la realización de electroencefalogramas, que deben tener resultado plano, en un lapso de 24 horas, situación en la que se puede certificar la muerte. Resulta obvio que este criterio de muerte choca frontalmente con el sentido común por cuanto se considera que una persona ha fallecido cuando su corazón late con regularidad y perfección. Pero el avance de la técnica de los trasplantes requiere de cada vez mejores órganos (tal el caso de los pulmonares), en los que se necesita algo mas que el latido cardíaco para que el órgano pueda ser reutilizado. Ello sumado a las estadísticas hospitalarias de pacientes en ciertos estados de coma que tienen muy escasas (casi nulas) posibilidades de recuperación, causa la necesidad actual de readecuar la definición de muerte. Ahora se advierte que se comienza a requerir que la muerte se declare una vez comprobado el cese de la función neocortical, que puede existir aun cuando el paciente en coma respire sin necesidad de auxilio mecánico. Y esto es porque en esta zona del cerebro se encuentran las funciones de la conciencia, la razón y la comunicación.14 Vale decir que si esta definición se aprueba universalmente, tal como ocurriera con la propuesta de los galenos de Harvard en 1981, podría decretarse la muerte de alguien que respira y cuyo corazón late sin ninguna clase de 14 Luna-Salles, 1995 que citan un trabajo de Veatch, “Contemporary issues in bioethics”, 1982. asistencia mecánica externa, circunstancia casi imposible de aceptar para el sentido común. Sin embargo hace nada mas que cincuenta años el sentido común aceptaba que a los muertos les siguieran creciendo las uñas y el pelo sin que ello fuera impedimento alguno para considerarlos difuntos, de suerte que el saber vulgar de la gente se va adecuando a los criterios académicos de la comunidad médica. Por otra parte cabe señalar dentro de esta temática la diferencia que la sociedad en general, al menos la sociedad urbana de occidente, ha establecido respecto a la forma de morir. Hasta hace unos pocos años la muerte era un acto que pertenecía a la esfera privada de las familias. Los mayores morían en su casa, que generalmente era el mismo lugar donde habían nacido, rodeados por el silencio y el dolor de los seres mas próximos. La muerte era un evento absolutamente natural e íntimo de cada persona y de su entorno. Actualmente en cambio, la muerte ha sido escamoteada a la intimidad y pasó a ser un hecho públicoy que ha desalojado a todo el cariño y el dolor que la entornaban, por la asepsia y la frialdad de las salas de terapia intensiva, en las cuales las visitas de los familiares se permiten por breves lapsos. De esa suerte la muerte acaece con la asistencia de una ignota enfermera que suplanta la mano conocida del ser querido y las salas de terapia intensiva en lugar de ser lo que su nombre indica han pasado a constituirse en guarderías de premuertos. Lamentablemente en todo esto tiene fuerte incidencia el aspecto económico. Es imposible materialmente mantener esta premorgue colmada ya que se cruzan problemas de costos hospitalarios y necesidades de camas para pacientes nuevos, por lo que a veces los jefes de turnos proceden de la manera indicada por el Colegio Oficial de Médicos de América, retirando a los pacientes todos los medios de tratamiento (incluso agua y comida).15 Luego analizaré la obvia incongruencia que presenta esta forma de actuar y en simultáneo defender la postura que señala que “los médicos no deben matar”. O sea que la puntualización, la señal de un tramo del proceso en que la 15 Cfs. Singer, P. 1997. Desde 1999 la Asociación Médica Británica recomienda se omita el suministro de agua y alimentos por tubo a algunos pacientes no terminales afectados de demencias severas o apoplejías serias. muerte consiste, depende de los criterios que los médicos y biólogos manejen de acuerdo al entorno social, a los avances de la tecnología, al lucro con que se manejan los sistemas de salud y a otros factores múltiples que son imposibles de mensurar. 3. EL SISTEMA DE SALUD. MEDICOS Y PACIENTES. Es menester aclarar que las necesidades de cualquier sistema de salud carecen de límites mensurables ya que siempre es posible aspirar a contar con una técnica mas avanzada, con un sistema diagnóstico mas eficaz, con una aparatología mas compleja, con drogas cada vez mas potentes y certeras, con un sistema de investigación que requiera mas y mas recursos para desarrollar mejor las tareas que requiere el arte de curar. Para ofrecer una simple idea de los montos a que hacemos referencia es dable destacar que la Universidad de Yale durante el año 1994 cobró por “royalties” del laboratorio Bristol Myers Squibb (BMS), la suma de 261 millones de dólares por un solo remedio destinado a combatir los efectos del SIDA16. A estos costos hay que sumarle los indicados “supra”, de suerte que resulta imposible aun para las naciones mas avanzadas del planeta contar con un sistema de salud absolutamente eficiente y programado de acuerdo a las mas modernas técnicas de investigación. Es por eso que toda esas naciones elaboran prolijos diseños que tienen que ver con la distribución y jerarquización de los recursos disponibles para lograr sistemas racionales y que tengan la mayor eficiencia posible. Una información periodística del diario “La Nación”17 daba cuenta que en la Argentina se utilizan u$s 795 por habitante dentro del sistema de salud (tanto público como privado ya que incluye al PAMI, las obras sociales, la medicina 16 El medicamento se conoce con el nombre comercial de “Zerit” y contiene Stavudine, droga diseñada en la Universidad mencionada que es la piedra angular de la triterapia. Información de “Le Monde diplomatique”, febrero 2002. Por su parte según las discutibles cifras dadas por los laboratorios entre la etapa de concepción de un medicamento y su lanzamiento al mercado se requiere un promedio de entre 500 a 800 millones de dólares. Hay que tener presente que estas cifras se refieren a sólo un medicamento y que la farmacología es una de las partes del costo de la salud. prepaga) y que el mismo trabaja con un 72% de eficacia, ocupando por ello el puesto nro. 75 en un ranking ideal de buena utilización de recursos. En cambio Chile con un gasto de u$s 331 logra el 87% de eficacia y Francia que destina a la salud el 9,8 de su PBI ocupa el primer lugar con una eficacia del 99% (nuestro país destina a la salud el 8% de su PBI). Pese a que supongo que, devaluación mediante y virtual quiebra y paralización del sistema de salud en nuestro país, la situación debe ser sensiblemente peor al momento de escribir estas líneas, no puede dudarse que la escasa eficiencia en la utilización de los recursos que se destinan a un objeto determinado es pésima en cualquier rubro que se evalúe en la Argentina.18 Esta pésima distribución no fue modificada por la ola “modernizadora y privatizante” en que nuestro país se vio envuelto a partir de la década de los 90 en los que el único objetivo gubernamental pasó por convertir servicios públicos que satisfacían necesidad sociales en negocios privados, florecientes por tener clientes cautivos. La corrupción y mas que ésta la falta de criterios adecuados de distribución, han convertido a la salud en la Argentina en uno de los servicios públicos tan mal atendidos como los de la educación o la jurisdicción. Justamente estos servicios en los que nuestro país se había distinguido claramente, muy especialmente por la calidad de su sistema educativo público, obligatorio y gratuito y por la eficiencia de sus sistema de salud pública y también gratuito, fueron devastados por esa famosa “ola modernizadora” de los años noventa. En lo que atañe al tema de la salud son varios los factores convergentes para haber contribuido al descalabro absoluto del sistema que se ocupa de su servicio en nuestro medio. Sin asignar orden de importancia vale señalar como meros ejemplos de hechos causantes del derrumbe a los siguientes: a) una muy ineficiente distribución de recursos humanos ya que en nuestro país sobran casi la mitad de los médicos existentes y hacen falta cinco veces mas 17 Edición del 1/10/01. 18 El recurso destinado a la solidaridad social implica un costo de utilización de casi el 60% del total cuando lo distribuye el estado, mientras que regulado por ONG diversas ese costo disminuye al 5% (Caritas o Red Solidaria). Así en el primer caso de 100 pesos sólo 40 llegan a los necesitados y en el segundo 95. enfermeras que las que trabajan en la actualidad19; b)una irracional distribución de los recursos financieros que se asignan al sistema público, uno de cuyos ejemplos paradigmáticos resulta ser el PAMI y las obras sociales que destinan una enorme parte de las sumas que recaudan en gastos burocráticos y de gerenciamiento (que esconden terribles redes de corrupción20; c) una igual irracional distribución de recursos en el sistema privado de salud que se manifiesta por ejemplo en la proliferación de equipos de altísimo costo y de servicios de excelencia que se diseminan por todo el territorio nacional y no son utilizados exhaustivamente; d) la carencia total de una política de salud pública que fije prioridades para cumplir y deje fuera del sistema a empresas inviables para un país marginal como el nuestro (aún cuando esto suene muy doloroso sería tal vez prudente tratar de reducir la tasa de mortalidad infantil en lugar de destinar recursos públicos a la instalación de complicados servicios de transplante de órganos que no tienen una utilización completa, o tal vez impedir que las obras sociales costeen carísimos servicios de fertilización asistida y en su lugar presten en forma absolutamente gratuita asistencia para enfermos comunes). Y la lista podría engrosarse hasta límites intolerables que culminarían en los hechos que tenemos todos a la vista: médicos mal pagos y sobresaturados en su trabajo, hospitales que atienden sólo de mañana y cuyos diversos servicios permiten colas irracionalesdurante la noche21, clínicas privadas al borde de la quiebra, obras sociales suspendidas y colapsadas, pacientes del PAMI que mueren sin la atención debida, imposibilidad casi absoluta de adquirir remedios por la mayor parte de la población, mala utilización de equipos muy costosos que se amortizan sólo si se usan en forma casi permanente (18 ó 20 horas por día en lugar de las 4 ó 5 que son de rigor en nuestro país) y un permanente sentimiento 19 Por supuesto que es uno de los principales culpables de esta situación la falta de objetivos que se plantea en las Universidades Nacionales que, escudadas en los principios de la reforma de 1918, nada hace por revertir con adecuados sistemas de premios y castigos a quienes eligen carreras de grado. 20 Situación que tampoco es única del sistema de salud habida cuenta que el 40% del presupuesto de la Justicia Federal se queda en la Corte Suprema, que el 35% del presupuesto de la Universidad de Buenas Aires se estanca en el rectorado y así sucesivamente. 21 Cuando existen simplísimos mecanismos que podrían eliminar totalmente la existencia de estas filas que atentan contra la dignidad humana (cfs. Elster, J., “Juicios salomónicos”, ed. Gedisa, Barcelona, 1991 que se refiere a los límites de la razón para la toma de decisiones racionales, límites que en algunos casos hacen preferible el azar (sorteos). de insatisfacción de todos los usuarios y prestadores, con la excepción de todos aquellos que se han enriquecido con la malversación financiera y de los laboratorios que nunca dejan de ganar suculentas tajadas a cualquier costo, aun moral.22 En este contexto resulta claro que la relación entre médicos y pacientes ha ido tomando características muy particulares, que incluyen una gran despersonalización (el galeno desconoce detalles importantes de la vida y de la familia de su paciente), una falta de seguimiento integral debido a las sucesivas derivaciones a especialistas que impiden tener una visión clínica del conjunto y un muy escaso tiempo dedicado a la revisación y consulta del enfermo. Esta circunstancia, unida a la proliferación de los juicios de mala praxis, han determinado la desaparición del modelo sacerdotal o paternalista23 de médico, vigente hasta hace unos veinte o treinta años, en el que la autonomía del paciente carecía de toda importancia ya que lo único relevante era “el saber” de la ciencia objetivamente evaluada por sobre los deseos del enfermo. El paternalismo en cualquiera de sus formas exige que de alguna manera se coarte la libertad de otro sólo cuando ello redundará “en su propio bien”. Consecuentemente el médico imbuido del mandamiento hipocrático sólo tenía en mente la cura del paciente, y ésta dependerá exclusivamente de los métodos que pone a su alcance la investigación científica. No hay absolutamente ninguna opción y como es imposible explicarle al enfermo aquello que jamás podría saber por carecer de la necesaria preparación, es necesario actuar rápida y eficazmente, sin mayores pérdidas de tiempo en enseñanzas que serán vanas y sin que para nada importe el deseo de quien asiste a la consulta sea como paciente sea como acompañante. Esta peligrosa actitud era digna de la fe de los positivistas en la fuerza de la ciencia. Los médicos que actuaban de esa manera obraban con una credibilidad absoluta en los postulados que consideraban verificados y no tenían en mente la provisoriedad de los resultados científicos, lo probabilístico de sus 22 El caso de Sudáfrica y los medicamentos contra el SIDA es un paradigma de los expuesto. Cfs. “Le monde diplomatique”, febrero 2002. 23 Veatch, R., “Modelos para una medicina ética en una época revolucionaria”, en Luna-Salles, 1995. conclusiones y aun las equivocaciones diagnósticas.24 El modelo referido se denomina sacerdotal porque se considera al médico como al sacerdote, encargado de velar por el bienestar de su paciente y en el paradigma del delirio hasta suele pensarse en la enfermedad como un mal moral, hasta se ha llegado a considerar la sala de hospital y el consultorio como lugares “sagrados”.25 Corresponde también a un tipo religioso la circunstancia de rodear al conocimiento de un cierto halo de misterio impenetrable para el profano. Así como el chaman es el único que sabe los conjuros necesarios para hacer llover y no enseña este conocimiento a nadie, así el médico se escuda en su propio saber para no transmitirlo al paciente. Pero por un lado el cambio del entorno que fue eliminando la relación de cabecera existente entre médico y enfermo, tal como se expusiera, y por otro el lento avance de concepciones menos autoritarias en el seno de la sociedad, la popularización de la información que se encuentra actualmente concentrada en Internet, a la par que la proliferación de juicios de mala praxis y la adhesión al modelo contractual anglosajón26 dieron origen al denominado modelo contractual que es el que en general se utiliza hoy en día. Tal como su nombre lo indica el mismo se desarrolla como si se tratara de un contrato en el que las partes son iguales (desaparece la figura superior del médico, el carácter misterioso y religioso de su saber), tienen en consecuencia los mismos derechos entre los que se incluye la autonomía (derecho del paciente a decidir cual será el tratamiento que prefiera y del médico a prestarle o no atención), y el médico tiene deberes específicos (confidencialidad, informar todo lo que sabe de la enfermedad, tratamientos posibles y consecuencias esperables de los mismos al paciente y beneficencia o actuar siempre en aras del bienestar de su paciente). 24 Feyerabend, P., “La ciencia en una sociedad libre”, ed. Siglo XXI, Madrid, 1982. 25 Esta terrible concepción que iguala enfermedad a pecado aun tiene importantes seguidores en nuestra época en casos de SIDA, que es asociada inevitablemente al desorden de orden moral y al consecuente castigo que tal infracción lleva ínsita. Respecto a la sacralidad de la sala o del consultorio puede consultarse Brody, H., “El jefe de Clínica Médica”, en Luna-Salles, 1995. 26 Sigo utilizando la terminología de Veatch (cfs. art. Cit. nota 21), si bien omito el desarrollo de las relaciones médico-enfermo que el autor denomina “modelo de los colegas” y “modelo de ingeniería” por no haberse desarrollado en nuestro medio. De esa suerte la relación transcurre por carriles mas humanos y mas normales, incluso jurídicamente adecuados al orden constitucional a través del respeto a su art. 19, que debe entenderse como soporte de la autonomía personal o derecho de cada uno a elegir libremente planes de vida e ideales de excelencia sin ninguna clase de interferencia mientras no se cause daños a terceros. Básicamente el médico tiene la obligación de informar a su paciente todo lo que sabe (dentro de los límites de la comprensión de aquél) acerca de la enfermedad, de las posibilidades de errores diagnósticos, de los tratamientos existentes, de los efectos de los mismos y de los tiempos o etapas en los cuales la enfermedad se habrá de desarrollar. Y por supuesto el enfermo tiene el derecho de elegir el tratamiento que mejor responda a su propia elección de vida, en cuyo caso –si la elección no satisface los criterios del galeno- éste podrá dejar de actuar sobre el paciente efectuando la derivación pertinente. Así un Testigo de Jehová podrá negarse a ser transfundido, un diabético a ser amputado en una de sus extremidades irremediablemente lastimadas, o un paciente de cáncer elegir el Hansi por sobre la quimioterapia como terapia. Y ello aún cuando el médico considere que la errada decisión del enfermo le habrá de costar la vida. Nadie mas que el pacientetiene competencia para efectuar este tipo de determinaciones, pero claro que este presupuesto sólo es aplicable a quienes poseen su capacidad intelectual intacta, conocen los riesgos que derivan de su elección y ésta ha sido libre en el mismo sentido que se debe actuar libremente para contraer matrimonio o para celebrar un convenio con efectos jurídicos. En el caso de quienes carecen de esa comprensión, de esa competencia básica, deberán decidir sus representantes legales y en ausencia de éstos deberán actuar los Comités de Etica que deberían existir en los centros de salud tanto públicos como privados.27 Claro que será mucho mejor que esa decisión que debe tomar el enfermo respecto del tratamiento que prefiere o que abandona, y que puede incluir su propia vida, debería ser tomada al menos en el seno de su propia familia, ser compartida por todos aquellos que conforman el grupo de afecto que lo entorna cotidianamente, pero en las actuales condiciones de vida, que no privilegian el amor ni la familia, aspirar a este tipo de consejos familiares no deja de ser una utopía. Muchos médicos no concuerdan con el ejercicio de la autonomía por parte de sus enfermos y se resisten a informarlos adecuadamente de sus dolencias y prefieren tratar el tema con sus familiares mas próximos (el entorno afectivo a que he hecho referencia) arguyendo que la verdad puede causar graves daños en pacientes sensibles e impresionables que si se enteran de su verdadera enfermedad caerían en depresiones que incidirían malamente en su terapia. No discuto que esto puede ser cierto y que existen cierto tipo de enfermos con tales características, pero no es menos cierto que es un riesgo que debe correrse así como cualquier clase de ejercicio de la libertad individual conlleva en si misma el germen de la anarquía. La autonomía individual supera el paternalismo del médico, porque es un valor que surge del propio orden constitucional y porque nadie sabrá nunca mejor que el propio paciente que es lo que mas le conviene, por mejores intenciones que posean quienes lo rodean. Insisto que esto no desmerece la necesidad de una discusión familiar acerca de la dolencia, su terapia y su consecuencia, pero en este diálogo tiene siempre un triunfo en su mazo el enfermo que es en definitiva el dueño absoluto de su cuerpo y de su estado.28 4. CASOS RELEVANTES Enmarcado en este contexto actual donde la vida humana se dice sagrada pero en el que las acciones cotidianas individuales, grupales y estatales demuestran que no lo es tanto, donde además el criterio de muerte biológica se 27 Levine, C., “Preguntas y respuestas (algunas muy tentativas) sobre los Cómites de Ética en instituciones hospitalarias” en Luna-Salles, 1995. 28 Esta solución se ha impuesto jurisprudencialmente en nuestro país donde ya no se admiten intervenciones médicas por encima de las decisiones de pacientes competentes que pueden llevar riesgos graves a su propia supervivencia. Comparativamente se puede consultar Macklin, R., “Consentimiento, coerción y conflictos de derechos” en Luna-Salles, 1995. define de acuerdo a las necesidades terapéuticas y al estado de la investigación biomédica con prescindencia total del sentido común, donde la salud pública sufre severas restricciones originadas en la ausencia de criterios distributivos mínimamente justos y en el que la relación médico paciente se ha ido deslizando hacia el tipo contractual con respeto de la autonomía de los pacientes pero a la vez con una inaceptable despersonalización y donde las salas de terapia intensiva se han transformado en premorgues, se puede entonces trabajar algunos casos que la literatura especializada considera relevantes para referirse a la eutanasia. Es importante el estudiar estos casos usuales en la bibliografía que se refiere al tema para luego poder confrontarlos con las posibles soluciones teóricas y entonces encontrar en esa dialéctica acuerdos razonables. Uno de ellos es el de Tony Bland que el 15 de abril de 1989, a los 17 años, concurrió a presenciar un partido de fútbol donde jugaba su equipo, el club de Liverpool y en el que a raíz de una fatídica avalancha murieron noventa y cinco personas. El adolescente fue aplastado, sus pulmones se apretaron y su cerebro quedó sin oxígeno de suerte que sólo sobrevivió su tronco encefálico quedando destruída su corteza cerebral. Internado en el hospital de Airdale se lo alimentaba entubado, sus exacciones eran a través de catéteres que frecuentemente causaban infecciones, se encontraba con sus miembros rígidamente contraídos por el entumecimiento de las articulaciones y por movimientos reflejos vomitaba y babeaba con frecuencia. Todo esto por supuesto en estado de total inconsciencia, lo que provocó que su familia recurriera a los jueces para que determinaran si había que quitar la asistencia mecánica al desdichado paciente. La Cámara de los Lores resolvió autorizando el retiro del tratamiento “con el propósito de permitir que A. Bland acabara su vida y muriera tranquilamente con la mayor dignidad y el menor sufrimiento”29. Con relación a este tema se puede citar el caso de Nancy Cruzan que a raíz de un accidente automovilístico en Missouri en 1983, a sus veinticinco años, salió del vehículo para caer desmayada en una zanja con agua. Como consecuencia su cerebro estuvo sin oxígeno durante varios minutos lo que le 29 Singer, 1997. provocó un estado vegetativo persistente, con su tronco encefálico intacto (que le permitía estar sin respirador) pero sin reflejos para tragar por lo que debía ser alimentada por vía nasal. Poco a poco se fue entumeciendo lo que motivó que sus padres recurrieran a los jueces para que se pudiera retirarle la asistencia mecánica. El Tribunal Supremo de Missouri se negó, alegando la incompetencia para decidir de Nancy y la Suprema Corte de los EE.UU., si bien admitió el derecho de “una persona competente...a negarse a la hidratación y nutrición para salvar la vida”, confirmó la decisión al considerar que no se había acreditado cuál hubiera sido el deseo de Nancy en el caso concreto. Pero entonces en una nueva presentación judicial amigos y parientes de la enferma acreditaron recordar que ella había manifestado que en una situación similar hubiera preferido morir, lo que motivó que el estado de Missouri hiciera lugar a la petición, sin que el Hospital ni el Fiscal apelaran el pronunciamiento. El trámite jurisdiccional duró unos ocho años, la familia de Nancy terminó con agotamiento nervioso, el estado de Missouri gastó u$s. 130.000 por año y en la lápida, sobre la tumba de la infortunada joven, sus padres grabaron la siguiente inscripción: “Nació el 20 de julio de 1957. Murió el 11 de enero de 1983. Descansa en paz el 26 de diciembre de 1990.”30 Otro caso conocido en la literatura es el de Samuel Linares que en 1989, en Chicago, a los siete meses de edad se tragó una pelota de golf que le obstruyó la tráquea con el efecto devastador de dejar a su cerebro sin oxígeno por mas tiempo del debido, lo que causó su coma persistente. Los padres trataron de lograr su desconexión, pero los médicos se opusieron y era imposible para aquéllos costear un proceso ordinario solicitando el auxilio judicial. Una tarde su padre ingresó a la visita en la sala de cuidados intensivos donde se encontraba su pequeño hijo y al llegar a su lado sacó una pistola Magnum 357 con la que ordenó a médicos y enfermeras que se apartaran. Luego desconectó el respirador y acunó a su bebé mientras mantenía la amenaza armada. A la media hora, luego de constatar que su hijo había fallecido, se desmoronó y llorandose entregó a la policía que esperaba en la puerta. Fue juzgado por homicidio pero el perito médico 30 Op. Cit. nota anterior dictaminó que el niño había “muerto al tragarse la pelota” (sic) y su padre fue condenado por una infracción menor relativa a la portación de armas de fuego y puesto inmediatamente en libertad31. El 8 de enero de 1988 la prestigiosa revista “Journal of the American Medical Association” publicó una carta anónima de un ginecólogo residente en un gran hospital privado que relataba que una noche, estando de guardia fue despertado por un llamado urgente del área de ginecología oncológica. Al acudir, mientras una enfermera le manifestaba que la paciente tenía 20 años, que estaba muriendo de cáncer de ovario, y que se encontraba vomitando en forma inaplacable, revisaba la historia clínica que informaba que la joven pesaba 34 kilos, recibía oxígeno por nariz, y tenía vía intravenosa. Relata que al llegar a la habitación se encontró con la enferma “sufriendo por lo que obviamente era una severa falta de aire”, asistida por una señora mayor que sostenía su mano y parecía ser su madre. Allí se enteró que la paciente no dormía ni comía hacía dos días, “sus ojos estaban hundidos y tenía retracciones supraesternales e intercostales. No había respondido a la quimioterapia y sólo se daba terapia de apoyo”. Consideró que la situación era patibularia y que en el momento del examen la joven le dijo “terminemos con esto”. Ello motivó que fuera a la enfermería, cargara 20 mg. de sulfato de morfina en una jeringa y al volver a la habitación le dijo a la paciente que iba a descansar y que podría decir adiós. Inyectó a la enferma por vía intravenosa y en unos cuatro minutos cesó la frecuencia respiratoria. La mujer mayor se “mantuvo erguida y pareció aliviada”.32 Vale aclarar que la publicación de semejante misiva despertó una encendida polémica en las páginas de la revista mencionada cuya respuesta contraria mas fuerte consiste en un artículo publicado por un equipo médico formado por los Dres. E. Gaylin, L. Kass, E. Pellegrino y M. Siegler que se titula “Los médicos no deben matar” y que fuera publicado en el mismo medio en idéntico año33. 31 Ibidem 32 Luna y Salles, 1995. 33 Ibidem. 5. TERMINOLOGIA. CLASIFICACION. ACCION Y OMISION. Manteniendo nuestra primera aproximación, casi unánimemente aceptada, que la eutanasia es “buena muerte”, podría precisarse la definición diciendo que es “una conducta llevada a cabo por un agente de salud sobre una persona que padece una enfermedad grave e irreversible, una de cuyas consecuencias previsibles es la muerte y que se ejecuta con la justificación de que la misma no es un daño para el paciente”.34 Aquí es necesario efectuar un alto para dilucidar que se entiende por conducta ya que tradicionalmente, y aun para el sentido común, parece ser que la conducta consiste únicamente en una acción. En el caso concreto nadie dudaría que la conducta del residente en ginecología descripta “supra” fue una conducta ya que el autor realizó algo: aplicó una inyección con una dosis letal de morfina. Sin embargo no es tan clara la situación del médico que omite alimentar e hidratar a un enfermo terminal o que no lo conecta a un respirador en caso de una deficiencia grave del sistema respiratorio, ya que en tales supuestos no habría acción sino justamente falta de la misma, técnicamente omisión. La conducta implica tanto la acción como la omisión. En ambos casos se produce un resultado absolutamente previsible que es la muerte y no existe diferencia relevante alguna para ambos supuestos. Incluso desde un punto pietista puede ser mejor para el paciente que se le administre una inyección letal que termine con su vida a que se lo deje morir deshidratado con el sufrimiento que ello puede implicar. Si bien puede haber alguna discusión jurídica acerca de la imputación desde el punto de vista de la dogmática penal, diversa para casos de acción o de omisión, no hay diferencia moral relevante para esos mismos supuestos, por lo que la definición incluye tanto los casos de acción como lo de omisión35. 34 Rivera López, 1998. 35 Para mayores precisiones pueden confrontarse de Rachels, J., “Eutanasia activa y pasiva” y de Sullivan, T., “Eutanasia activa y pasiva: ¿una distinción inapropiada?”, ambos en Luna y Salles, 1995. El segundo punto importante que surge de la definición adoptada es el que surge de considerar la inevitable presencia del médico o similar (agente de salud) como autor de la conducta. Esta exigencia pone fuera del juego a casos como los del Sr. Linares, que cometió un homicidio calificado por el vínculo (justificable o no, esa es otra cuestión) pero de ninguna forma un acto eutanásico. Quedan también fuera del foco todos los casos de suicidios asistidos, concretamente los desarrollados por el célebre Dr. Kevorkian, también llamado “Dr. Muerte” que en Estado de Michigan ayudó a que se dieran muerte mas de veinte personas por medio de un dispositivo intravenoso que era accionado por el propio enfermo pero con la tecnología proveída por el galeno. Además el resultado de la conducta, la muerte, debe ser la consecuencia previsible de la acción u omisión y no su búsqueda intencional ya que es absolutamente diverso aplicar una inyección letal de morfina o dejar de hidratar a un enfermo terminal que pegarle un tiro en la cabeza. Finalmente quedan por considerar dos aspectos finales de la definición, uno el que se refiere a la gravedad e irreversibilidad de la enfermedad que no significa inminencia de la muerte ya que la misma puede aparecer como lejana, tal como ocurrió con Nancy Cruzan que fue “mantenida” por ocho años en estado vegetativo persistente. El otro tiene que ver con que la muerte no debe ser un daño para el paciente, circunstancia que se cruza con la cuestión del consentimiento que debe ser indefectiblemente otorgado por el enfermo. Para que la aquiescencia sea válida el médico deberá ofrecer a su paciente toda la información disponible acreca de la dolencia, de la posibilidad de diagnósticos alternativos para lo cual deberá aconsejar se requiera otra opinión científica, ofrecerá a consideración las diversas terapias y sus efectos entre los que cabe incluir toda la agresión que pueden deparar las mismas y todo otro dato que se estime de interés para el debido conocimiento por parte del enfermo. Es una exigencia prudente que la decisión final sea tomada por el paciente en el tiempo que éste considere necesario y para el caso que el mismo se encuentre rodeado por un grupo afectivo de contención (familia, pareja, amigos) que éste también participe en la discusión y la toma de decisión final. Obviamente todos estos requisitos son idóneos sólo en pacientes competentes, que se encuentran lúcidos, aunque lógicamente conmocionados por la información que reciben y actúan con cierta libertad frente a presiones externas, entre las que cabe incluir los costos del tratamiento y su incidencia económica en las finanzas familiares. Con los incompetentes no cabe otro recurso que recurrir a la representación legal en cada caso (padres, tutores, encargados, etc.) que se supone son los que mejor habrán de tener en consideración los intereses de su representado. En estos casos, si bien es útil que en todos los supuestos actúen los respectivos Comités de ética locales, sería decisiva la participación de éstos para que se pueda escuchar otra opinión imparcial. En todos los casos en los que eutanasia aparece como una posibilidad en el horizontes de elección de un paciente o su familia es menester, en los lugares donde existan, ofrecer la utilización de unidades decuidados paliativos que se ocupan de tratar a pacientes agonizantes con dolores físicos intratables o a los que deseen contención para los tormentos derivados de enfermedades que no ponen a la vida en riesgo inminente.36 Efectuadas estas aclaraciones se puede intentar una clasificación de diversas formas de eutanasia De acuerdo a los criterios delineados por Rivera y López37 la primera cuestión consistiría en dividirla en voluntaria o no voluntaria de acuerdo a que sea el paciente o su representante el que presta el consentimiento. La involuntaria, en la cual no hay consentimiento es un homicidio sea porque consultado el enfermo rechaza la eutanasia o porque no se lo consulta y se la practica de cualquier modo. Lamentable esta es una de las maneras en las que suele aplicarse la eutanasia en las salas de terapia intensiva cuando se encuentran abarrotadas, hacen falta camas y los médicos advierten que hay pacientes en estados vegetativos persistentes que son irrecuperables y entonces dejan de alimentarlos 36 Campbell, C., Hare, J. y Matthews, P., “Conflictos de conciencia. Instituciones de cuidados paliativos y suicidio asistido”, en “Bioética”, Luna y Salles, ed. Sudamericana, 1998. 37 Cfs. op. Cit. nota 32 e hidratarlos u omiten brindarles tratamientos indispensables (generalmente derivados de infecciones respiratorias), omisiones que de acuerdo a la definición tienen como previsible consecuencia la muerte. La justificación moral de esa manera de actuar es que es distinto “matar” (acto absolutamente prohibido) que “dejar morir” (acontecimiento casi natural). Tal como hemos visto no existe diferencia en la entidad moral de ambas acciones ya que significan lo mismo. Es imprescindible en estos casos hablar con la familia, recurrir a ofrecer la mayor información posible y ofrecer modelos de conducta que permitan guiar en situaciones difíciles, tarea apta para los comités de ética de cada hospital. Luego de acuerdo a la conducta del médico es posible distinguir entre la acción y la omisión clasificando en eutanasia activa (dar una droga, desconectar un aparato) y la pasiva (no dar una droga, no conectar un aparato)o de manera mas amplia cuando la activa incluye la aplicación de un tratamiento y la pasiva la no aplicación del mismo. Valen aquí las consideraciones expresadas en el párrafo que precede en lo que respecta a la irrelevancia moral de la distinción entre acción u omisión. Finalmente si la muerte es prevista por el médico como un medio para lograr un fin (calmar el dolor y el sufrimiento) estaremos ante la eutanasia directa y cuando la muerte sea una consecuencia previsible pero no buscada (para aliviar el dolor se administra una droga que acorta la vida o deja de tratarse una neumonía) estaremos ante la eutanasia indirecta. Habitualmente existe casi unanimidad, incluso en el caso de la doctrina de la Iglesia Católica, en aceptar la eutanasia voluntaria indirecta, activa o pasiva, si bien obviamente sin el nombre de eutanasia y con fundamento en evitar la prolongación de la vida mediante la utilización de medios extraordinarios (que técnicamente se conoce con el nombre de distanasia). Vale decir que en estos casos la muerte no es un mal sino que constituye el camino éticamente correcto. A su vez Niño38 propone la siguiente clasificación fundada en la actitud adoptada respecto del curso vital39: Eutanasia heterónoma solutiva es la que 38 Aut. Cit., 1994. consiste en el auxilio para morir mitigando el sufrimiento sin abreviación de la vida. Esta sería un deber para el médico y su implementación no causa problemas ni jurídicos ni morales de relevancia. La resolutiva en cambio incide en la duración del plazo vital suprimiéndolo o reduciéndolo en interés del paciente. A partir de allí se distinguen las modalidades activa o pasiva según existan hechos positivos dirigidos a acortar la vida o simples omisiones o abandonos de tratamiento. Así como de la existencia misma de la definición surge la resolución del caso del bebé Linares por no tratarse de un ejemplo típico de esta práctica (al no existir conducta médica), en la terminología de Rivera y López, también se puede argüir que el residente en ginecología no actúo en la emergencia como debería haberlo hecho si realmente hubiera tenido en cuenta el bienestar de su paciente. Hago con esto referencia a que la conducta del médico se aleja considerablemente del requerimiento del consentimiento de su enfermo, debidamente informado. La historia clínica apenas revisada, el rápido informe de una enfermera al pasar, gestos equívocos de la acompañante (que el propio galeno ignoraba quien era), una expresión ambigua de la enferma (“terminemos con esto”), distan mucho de ser argumentos concluyentes para ejercer la eutanasia activa directa que en realidad le aplicó. Los casos de Cruzan y Bland son en cambio ejemplos típicos de eutanasias no voluntarias activas directas /(o resolutivas activas) ya que fueron en ambos casos consentidas por los representantes legales de incompetentes, y la muerte se causó como medio para evitar mayores sufrimientos. Lo curioso y paradójico de la cuestión es que si se acepta como moralmente permisible la eutanasia indirecta, justamente porque la muerte no es un mal, entonces no quedan argumentos serios para decir que sí lo es en el caso de la eutanasia directa. Así como la distinción entre acción y omisión es claramente irrelevante, también lo es la diferencia que se cree existe entre la directa y la indirecta si es 39 Para Niño es posible la eutanasia sin intervención del agente de salud lo que lo hace referirse a la eutanasia voluntaria o autónoma, que sería un caso de suicidio para la clasificación anterior. A su vez y con toda corrección este autor considera que las eutanasia por motivos económicos o eugenésicos son homicidios calificados. que en uno de los casos la muerte no es efecto dañino para el paciente, lo que permitiría la justificación ética de la práctica. Por otra parte, tal como he sugerido, el estado actual de la salud pública ha motivado que en las salas de terapia intensiva, que he llamado premorgue, donde se actúa sin ningún control de la gente afectivamente cercana al paciente, se apliquen eutanasias directas, activas o pasivas, de acuerdo a las necesidades del servicio y a la profundidad del estado vegetativo de los internados. Y esto se hace sin la discusión previa necesaria, sin evaluar posibles internaciones domiciliarias y sin ninguna clase de consulta lo que convierte al médico en el señor de la vida y de la muerte. 6. OTRA VEZ CON LA VIDA. La clarificación efectuada anteriormente que tiene su origen en advertir que en realidad la vida no es tan sagrada como se dice, que la muerte no es un hecho sino un proceso que se define por utilidad científica y a veces económica, que entre el paternalismo del médico y la autonomía del paciente es menester preferir ésta, que el estado de la salud pública ha desvirtuado la función de las terapias intensivas al convertirlas en premorgues, que la muerte ha perdido su sentido íntimo y que carecen de relevancia las distinciones entre omitir y actuar y entre las eutanasias directas o las indirectas, permite evaluar positivamente la actitud de quien frente a una enfermedad grave e irreversible (propia o de un representado) prefiere que el médico ponga fin, por acción o por omisión, a su vida. Sin embargo existe aun otra razón de peso, tal vez sea la de mayor peso, que puede contribuir a afirmar lo correcto de esta preferencia. La misma parte de advertirque hasta el momento he considerado el tema de la vida y de la muerte exclusivamente desde un punto de vista biológico. En efecto me he manejado de acuerdo a los criterios médicos que han ido definiendo con mayor o menor precisión el concepto de muerte y el momento exacto de su presencia, pero no he hecho ninguna referencia a la circunstancia que la vida no es únicamente un hecho biológico. Nuestra existencia actual, compleja y acuciante, tiene muy poco de natural y de biológico ya que se ha culturalizado en su casi totalidad. Tan cierta resulta esta afirmación que aun para la satisfacción de los instintos mas primarios (supervivencia, reproducción) se requiere de ritos, utensilios y mecanismos mas sofisticados cuanto mas culto es el grupo humano a que se pertenezca. Así es muy difícil comer fuera de las horas socialmente indicadas para ello, horarios que nos son internalizados a partir de nuestro nacimiento (con la mamadera cada 3 ó 4 horas), sin los cubiertos normalmente aceptados y sin guardar determinadas maneras aprendidas en la socialización primaria. Lo mismo ocurre para dormir (horarios y artefactos adecuados para conciliar el sueño, incluso los que incluyen determinadas temperaturas ambientes),o para procrear, acto que requiere de determinados ritos (seducción incluida y cierta actividad previa al acto sexual) absolutamente impensables para otros mamíferos superiores. Pero además de esta obvia culturización de lo biológico la vida humana propiamente dicha consiste en el transcurrir durante un tiempo que no es tampoco el tiempo cronológico sino un “tempus” histórico. El hombre a diferencia de otros animales tiene una historia que consiste en su pasado y también en su futuro, porque es inherente a su existencia la formulación de un proyecto. Tal vez éste, el proyecto sea el elemento clave para poder comprender una vida humana. En la inteligencia de su formulación, en lo cerca o lejos de su logro, en el trabajo demandado para su obtención suele consistir el éxito de una aventura vital humana. A veces los proyectos que se fijan son demasiado altos para la propia capacidad y devienen las frustraciones, otras veces son demasiado estrechos y sobreviene la molicie que también deriva en un estado de insatisfacción, otras veces se lucha incansablemente detrás de una meta que parece escaparse a cada paso y en muy pocas ocasiones el proyecto se realiza y al objetivo se llega plenamente, tal vez para plantear otro mas alto, difícil y riesgoso. De allí que importantes pensadores entre los que tomo el ejemplo de Dworkin40 manifiesten que la circunstancia de la muerte es un hecho que afecta el éxito crítico de cada vida, por cuanto la muerte previsible para la gente razonable siempre se inscribe como telón de fondo del proyecto existencial a que he hecho referencia. Y así como en sociedades liberales, en estados constitucionales de derecho, se encuentra absolutamente vedado al Estado interferir en los planes de vida y los ideales de excelencia de los ciudadanos, siempre que éstos no afecten a terceros a través del orden y la moral públicas (art. 19 CN.),y dado que la muerte es el telón de fondo de todo proyecto existencial, es absolutamente imposible que el mismo impida la manera en que alguien pretende poner fin a su propia vida. El autor citado expresa elocuentemente que ninguna sociedad “decente” debe permitir interferir en el como y el cuando de la muerte de un hombre, ya que éstos son elementos que quedan a discreción absoluta de los afectados. Claro que estos argumentos pueden ser considerados de naturaleza metafísica ya que alguien podría argumentar negando la existencia de proyectos individuales de vida por considerar que éstos deben orientarse hacia la virtud, la perfección y la consecución del bienestar de la comunidad y no de la satisfacción personal. Pero el contraargumento disponible, no metafísico, es que nuestra sociedad es una sociedad que se apoya en normas constitucionales explícitas, mucho mas claras desde la asunción de los Pactos Internacionales de Derechos Humanos en 1994, que prescriben la autonomía personal como uno de los principios fundantes del ordenamiento. Si a este refuerzo jurídico se le suman las razones que se fueron exponiendo en el curso del presente queda claro que la interferencia con el deseo de morir de un enfermo que se encuentre en las condiciones estudiadas debe respetarse. Y esto ha de ocurrir porque en nuestras sociedades laicas, complejas y multiculturales, tal como dijera el juez Stevens al fallar en el caso de Nancy Cruzan “no mucho puede decirse sobre la muerte a 40 Dworkin, 1994. menos que se lo diga desde la fe. Esto es razón suficiente para proteger la libertad de adecuar a la conciencia individual las razones referidas a ella”41. BIBLIOGRAFIA Anónimo, “Se acabó, Debbie” en Decisiones de Vida y muerte, Luna y Salles (eds.), Sudamericana, 1995. Calsamiglia, A., “Sobre la eutanasia”, en Bioética y derecho, ed. FCE., México, 1999. Dworkin, R., “El dominio de la vida”, ed. Ariel, Barcelona, 1994. Farrel, Martín, “La ética del aborto y la eutanasia”, ed. Abeledo Perrot, Bs. As. 1985. Luna, F. Y Salles, A., “Decisiones de Vida y Nuerte”, ed. Sudamericana, Bs. As., 1995. Niño, Luis, “Eutanasia. Morir con dignidad”, ed. Universidad, Bs. As. 1994. Rachels, J., “Eutanasia activa y pasiva”, en Decisiones de Vida y Muerte, Luna y Salles (eds.)., Sudamericana, 1995. Rivera López, E., “Aspectos éticos de la eutanasia”, en Análisis Filosófico T. XVII, nro. 2, SADAF, Bs. As.,1998. Singer, P., “Repensar la vida y la muerte”, ed. Paidós, Barcelona, 1997. Toulmin, S., “De que manera la medicina le salvó la vida a la ética”, en Análisis Filosófico T. XVII, nro. 2, SADAF, Bs. As. 1998. Veatch, R., “Modelos para una medicina ética en una época revolucionaria”, en Decisiones de Vida y Muerte, Luna y Salles (eds.), Sudamericana, 1995. 41 Estando casi en prensa el presente la justicia inglesa ha permitido que los médicos pongan fin a la vida de una paciente cuadripléjica, perfectamente lúcida, que consideraba que su calidad de vida se había deteriorado de tal forma que no tenía sentido continuar existiendo. Los ingleses mantiene la coherencia jurisprudencial del caso Bland.
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