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Portela, Cap 10 Eutanasia

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Capítulo 10 
La eutanasia 
 
Mario Alberto Portela 
 
 
 
 
 
 
1. INTRODUCCION 
 
Un tema tan complicado como la eutanasia que puede definirse de 
acuerdo con su etimología como la muerte buena, rápida, tranquila, fácil, piadosa 
(“eu”: bueno; “thanatos”: muerte), requiere ser introducido una vez que se hayan 
aclarado ciertas cuestiones previas. Es por ello necesario hacer referencia a la 
vida y su relevancia en nuestra época para luego tratar acerca de la muerte a 
secas, igualmente a la relación actual entre los médicos y sus pacientes (para lo 
cual someramente deberé efectuar un rápido paso por el tema de la salud pública 
en nuestro país) y también trabajar con el relevamiento de un pequeño número de 
casos ofrecidos por la literatura bioética, para después tratar de ofrecer una 
clasificación no exhaustiva del término y una solución consensuable para los 
diversos problemas que esta práctica acarrea. 
En primer lugar diré que la bioética –temática dentro de la que la 
eutanasia es uno de sus capítulos- tomó impulso dentro de la literatura filosófica 
en tiempos recientes, a raíz de la aparición de la medicina en el centro de la ética1. 
Esta irrupción que para algunos fundó una nueva disciplina con este nombre, para 
otros no hizo mas que focalizar la atención sobre temas ya conocidos y discutidos 
desde mucho tiempo atrás. 
Sin embargo no cabe duda que la simbiosis de ambos saberes los ha 
enriquecido. No se si hasta el punto que valga la expresión de Toulmin, en el 
sentido que “la medicina salvó la vida de la ética”, pero si en el que esta nueva 
perspectiva ayudó a cambiar las puntos de vista y aún los dilemas insolubles que 
acuciaban a los filósofos prácticos. Tal vez asista razón al autor citado en que la 
medicina se ocupa de algo mucho mas concreto y “objetivo” (susceptible de ser 
compartido por todos) como son las necesidades y los intereses humanos que los 
siempre vagos y subjetivos sentimientos y deseos de los que se ocupaba la ética 
clásica. 
Es igualmente cierto que por tradición académica y por la empiria 
necesaria de su objeto la medicina se ocupa de los casos (enfermos y no 
enfermedades), circunstancia ésta que obligó a los filósofos a volver a Aristóteles 
y consecuentemente a considerar cuidadosamente las circunstancias precisas del 
agente y del acto por encima de la invocación retórica de reglas y principios 
generales. 
Sin embargo valen las prevenciones indicadas por una comentarista de 
Toulmin2 en el sentido de ser cuidadosos y no convertir a la ética en un tema de 
expertos que deciden en temas controvertidos como lo harían los médicos acerca 
de un tratamiento para curar una enfermedad. En ética no hay una Academia ni 
autoridades morales que puedan imponerse por sobre las opiniones de la gente, 
especialmente en nuestras modernas sociedades laicas y pluralistas. 
Sea cual fuere la razón que asiste a quienes propugnan por la 
autonomía de esta novedosa rama del saber frente a los que pretenden limitarla a 
un poner en odres nuevos el vino viejo, lo cierto es que la bioética crece día a día 
y su importancia parece aumentar con el transcurrir de los días y los nuevos temas 
 
1
 Toulmin, 1998 
2
 Bertomeu, María Julia “El eticista como antrophos megalopsichos. De la tiranía de los principios a la tiranía 
de los expertos”, en Análisis Filosófico, nro. XVII, nro. 2, SADAF, Bs. As. 1998. 
que se incorporan a su índice a raíz de los avances de la tecnología en el campo 
de la biología humana.3 
En segundo lugar es muy difícil cuando se habla de los temas que 
ocupan a la bioética desligarse del problema religioso ya que existen quienes 
piensan que por el hecho de practicar una religión determinada la discusión acerca 
de ciertas cuestiones controvertidas, como la que nos ocupa, pertenece a un 
terreno que les está vedado. 
En realidad siempre ha existido una aparente colusión entre las 
posturas religiosas y la actividad de pensar libremente, choque que termina con 
violaciones de derechos groseras al transformarse la religión en fundamentalismo. 
Desde la Inquisición hasta los Talibanes el extremismo en el pensamiento religioso 
culmina necesariamente en la intolerancia mas radicalizada. 
Pero en las sociedades occidentales actuales, complejas, 
multiculturales y mayormente laicas, la tolerancia es cuestión que hace a la 
existencia misma de la convivencia en paz y requiere entonces de una serie de 
acuerdos diversos entre las religiones y entre éstas y las posturas de los no 
creyentes, especialmente porque casi todas las sociedades de nuestra época se 
autodefinen como prescindentes en cuestiones religiosas. 
Este tema como tantos otros tiene su centro en la manera en que se 
conciba la existencia de la verdad representada por posturas tan diversas como 
enfrentadas entre sí4. Las religiones en general suelen considerar que la posesión 
de la verdad y todas sus consecuencias (la razón, la justicia, la moral) les 
pertenece con exclusividad. Actúan así de la misma manera que el califa que 
ordenó la quema de la biblioteca de Alejandría arguyendo que si los libros que allí 
se depositaban decían lo mismo que el Corán eran por cierto redundantes; y si 
decían lo contrario eran claramente falsos. En cualquiera de los supuestos había 
que destruirlos. El humo del incendio de los libros, un clásico además para todos 
los movimientos autoritarios que necesariamente son fundamentalistas, ha 
 
3
 Así los problemas de fertilización asistida, de terapias genéticas, de la clonación, de protección de la 
biodiversidad frente a las tentativas de apropiación de laboratorios multinacionales, de asistencia debida por 
parte de medicinas prepagas u obras sociales a pacientes con enfermedades de alto costo, al consentimiento 
informado de los pacientes, a la voluntariedad de los tratamientos y multitud de cuestiones mas. 
4
 Cfs. bibliografía citada en el capítulo VII, especialmente Haak (1982) y Nicolás y Frápoli (eds. 1997). 
oscurecido permanentemente el horizonte del pensamiento y se prolonga hasta 
nuestros días en muchos lugares del planeta. 
Si en cambio la verdad se concibe como el producto de una 
deliberación, de un intercambio discursivo que permita a todos y cada uno de los 
participantes del diálogo sentirla como aceptable por todos, entonces se traslada 
en centro de gravedad desde lo absoluto hasta lo consentido, desde lo indiscutible 
hasta lo que queda abierto a una discusión permanente. Y esto no implica ni caer 
en subjetivismo ni en relativismo respecto a la verdad sino simplemente valorar la 
solución que permita a cada uno de los participantes compartir el punto de vista 
del otro y llegar a soluciones que puedan ser aceptables en común. 
Y esta afirmación que implica que desde el momento en que me incluyo 
como partícipe en una situación de diálogo, lo hago con posibilidades de cambiar 
mi opinión ante argumentos mejores, está prohibida por las religiones que se 
fundan en dogmas, aunque no caigan en fundamentalismos. La característica del 
dogma es su inmutabilidad, cuya vigencia es eterna o por lo menos dura lo que 
alguna autoridad competente la haga durar, y como consecuencia necesaria su 
imposibilidad de transformarse ante razones mejores. 
Pero esta circunstancia no obliga al religioso práctico en el terreno de la 
acción, ya que es perfectamente posible que pueda llegar a consensuar una 
solución que se advierte como la mejor en aras de haber sido obtenida luego de la 
evaluación de argumentos, pero que no tiene porque adoptarse como una forma 
de vida personal. Así si se considerara que el aborto no debe ser objeto de 
persecución penal, ello no obligaría a las mujeres religiosas que rechazan esa 
práctica a realizarla, sino que por el contrario tendrían todo elderecho a no ser 
molestadas en su creencia y a obrar de la forma en que lo consideren mas 
conveniente frente a tal extremo. Pero lo mismo a la inversa, ya que la mujer que 
piensa que no debe ser castigada si aborta por razones justificadas, debe ser 
respetada por las religiosas que opinan la contrario de la misma forma en que ella 
respeta a aquéllas. 
Obviamente esto también e aplica al caso de los médicos que podrán 
excusarse de realizar determinadas prácticas, en el supuesto que fueran 
permitidas por el ordenamiento, en razones fundadas en la objeción de conciencia, 
lo que les impedirá quedar obligados a realizar abortos o prácticas de descarte de 
embriones o maniobras eutanásicas. 
Esto implica que se puede consensuar en puntos determinados entre 
varias religiones o entre éstas y posturas no confesionales, sin renunciar a formas 
de vida personales y que siempre el acuerdo estará guiado por buenas razones 
argumentales lo que implica que debe obtenerse en el seno de una práctica 
discursiva que respete determinadas condiciones, entre las que sobresalen la de 
igualdad de cada uno de los intervenientes en el dialogo.5 Justamente una de las 
características de los modernos estados democráticos de derecho consiste en 
reproducir políticamente esta condición de legitimidad de todo discurso moral, por 
lo que si pensara de otra manera debería abandonarse esta forma de gobierno 
que es justamente lo que hacen los estados teocráticos. 
 
2. LA VIDA Y LA MUERTE 
 
Sentados estos puntos previos si se pretende hablar acerca de la 
muerte, es necesario primero hacer referencia a la vida, de la que aquélla es el 
término natural. 
Todos los discursos que se refieren a la vida humana coinciden en 
sacralizarla como uno de los valores intocables, por cuanto consiste básicamente 
en ser el soporte necesario de la existencia del resto de los derechos 
denominados humanos. De otra suerte ¿de qué serviría el derecho de propiedad 
si no se respetara la posibilidad de gozarlo en vida? ¿Para qué la libertad de 
expresión si no hubiera humanos vivos para decir lo que quieren? 
En nombre de la vida se está en contra de la eutanasia, del aborto, de 
la manipulación genética, de la fertilización que deja embriones en los laboratorios. 
 
5
 Para quienes se encuentren interesados en concepciones discursivas como las se refieren en el texto pueden 
consultarse Habermas, J. “Conciencia moral y acción comunicativa”, ed. Península, Barcelona, 1996; Apel, 
K. O., “Teoría de la verdad y ética del discurso”, ed. Paidós, Barcelona 1991: y fuera de la perspectiva crítica, 
Ackerman, B. “La justicia social en el estado liberal”, ed. Centro de Est. Constit., Madrid, 1993 y desde un 
punto de vista estrictamente jurídico Alexy, R., “Teoría de la argumentación jurídica”, ed. Centro de Est. 
Constit., Madrid, 1997. 
Y también en nombre de la vida se está a favor de tales prácticas. El recurso a la 
vida suena así como la conocida mención a la libertad, cuyo nombre ha costado 
tantas vidas ya que desde el ácrata mas acérrimo hasta el dictador mas tozudo 
recurren a la utilización de tal palabra para legitimarse. 
La realidad sin embargo dista de coincidir con lo expresado en el 
discurso. En primer lugar si el valor vida fuera tan importante, nuestra época sería 
mas cauta en o que se refiere a la utilización de la guerra como medio para dirimir 
conflictos internacionales. En Oriente medio, en la ex Yugoslavia, en Afganistán, 
en Filipinas, en Colombia, en el Africa, los seres humanos se quitan la vida con 
una saña inusual. En la antigüedad salvo las represalias contra alguna ciudad 
especialmente difícil de vencer, las guerras eran libradas por guerreros casi 
profesionales que se mataban entre sí pero sin tocar las vidas de los no 
combatientes. Incluso los griegos para no matar poblaciones civiles las 
esclavizaban, situación que tal vez sea peor que la muerte pero que contribuía a 
legitimar un discurso a favor de la preservación de la vida. 
Lentamente esta inmunidad de los no combatientes se fue perdiendo y 
ya en la Primera guerra mundial hubo numerosos civiles que fueron masacrados 
por los disparos de la artillería pesada. Pero en la Segunda guerra las 
devastaciones de las poblaciones civiles como consecuencia de los bombardeos 
aéreos a ciudades abiertas, cuya terrible conclusión fue la destrucción nuclear de 
Hiroshima y Nagasaki, fue realmente de una magnitud nunca vista (se calculan 
unos sesenta millones de muertos, entre los que hay que calcular a las víctimas 
raciales de la locura nazi, básicamente judíos y gitanos). 
Esta impudicia y desprecio por la vida de civiles se ha continuado en la 
actualidad, salpicada de “limpiezas étnicas” (matanzas de poblaciones enteras 
para impedir su reproducción como los armenios, los albaneses, los croatas, los 
tutsi, los palestinos, los colonos israelíes) de horribles carnicerías provocadas por 
armas devastadoras (en la operación llamada “Tormenta del Desierto” murieron 
casi trescientos mil iraquíes contra menos de veinte norteamericanos que fueron 
bombardeados por error por tropa propia) y de matanzas de inocentes provocadas 
por el terrorismo variopinto (los asesinatos de políticos por parte de ETA, la caída 
de las Torres Gemelas, los secuestros de las FARC colombianas). 
O sea que pese al discurso “pro vida”, la guerra sigue siendo 
considerada un medio legítimo para resolver ciertas cuestiones políticas aunque 
ella siegue sin pudor alguno miles de vidas inocentes. Y esto pese a que, con la 
desaparición de las hipótesis de la “guerra fría” al desaparecer del escenario 
internacional el poder Ruso, el mundo se ha ido transformando en una 
Cosmópolis.6 
En segundo lugar existen varias instituciones jurídico políticas que 
consideran absolutamente legítimo el terminar con la vida de otra persona. Así es 
como justamente por obra de la doctrina de clásicos católicos se ha elaborado y 
perfeccionado la teoría del tiranicidio que justifica y exculpa a quien mate a un 
autócrata con el fin de terminar con la opresión7. De la misma manera la muerte se 
justifica en todos los códigos penales en aquellos casos de legítima defensa 
perfecta y ambas justificaciones obligan entonces a ser cautos respecto a la 
aparente “sacralidad” de la vida humana que en determinados casos y por 
diversos motivos puede ceder y ser derrotada por la pedestre muerte8. 
En tercer lugar la mayor parte de las religiones aceptan y enaltecen a 
los mártires, creyentes que dieron la vida por la fe, y así gran número de ellos 
conforman el santoral de la Iglesia católica, los musulmanes glorifican y prometen 
al paraíso inmediato a sus fieles que se inmolen en atentados que causen la 
muerte de enemigos (tal como hacían los “kamikazes” japoneses en la 2da. 
Guerra mundial). Todos los países del orbe glorifican a sus muertos en acciones 
heroicas (generalmente guerreras como el recuerdo del Sgto. Cabral en la Marcha 
de San Lorenzo “su vida rinde, haciéndose inmortal”). Estas glorificaciones de la 
muerte como acto supererogatorio no parecen que puedan hacerse compatibles 
con un discurso que arguye a favor de la vida porque “ésta es lo mas sagrado que 
existe”. 
 
6
 Cfs. la acertada expresión de Zolo, D., “Cosmópolis”, ed. Paidós, Bs. As., 2000 
7
 Cfs. Niño, 1994 
8
 Puede verse desde esta perspectiva la teoría cristiana del “doble efecto”, Farrell, 1985, 
En cuarto lugar el estado moderno permite una serie de actividades, 
algunas de las cuales reglamenta expresamente, pese a que son fuente de 
muertes casi seguras, Así cabe mencionar a las carreras de automóviles, a la 
práctica del boxeo, a la autorización para deportes de riesgos variados y extremos 
entre otras. Es obvio que si la vida fuera tan importante, si constituyera realmente 
el valor fundamentalpara la existencia del resto de los derechos humanos y 
constitucionales, éstas actividades deberían ser enfáticamente prohibidas. 
En quinto lugar no quiero dejar de referirme a las prácticas económicas 
de diversos gobiernos embarcados en feroces políticas de ajuste que sumergen 
en la desnutrición a casi la mitad de su población9, con la probable condena a una 
muerte mucho mas próxima de los afectados (por la disminución del índice de 
sobrevida)10, lo que también está lejos de coincidir con el discurso acerca de la 
importancia de la vida. 
Hay que tener presente además que esta restricción alimentaria 
generalizada es causada por motivos de redistribución ya que sobran en los 
graneros del mundo los alimentos necesarios para acabar con el hambre.11 Creo 
que es relevante para estos efectos señalar que los ingresos de las 300 personas 
mas ricas del mundo igualan cuantitativamente los de los 2.000 millones mas 
pobres con lo que se tendrá una magnitud de la desigualdad. 
Estos simples y casi cotidianos ejemplos para un ciudadano de los 
márgenes occidentales de principios del siglo XXI, indican claramente que si bien 
la vida parece ser importante –por su carácter de soporte del resto de los 
derechos, ya que sin ella casi nada vale- y se ha “sacralizado” en el discurso 
mediático y gubernamental contemporáneo, en la realidad no parece prestarse a 
su cuidado y preservación todo el cuidado que las palabras sugieren. 
 
9
 Según los índices del INDEC, en la Argentina en el primer trimestre de 2002, se encuentran por debajo de 
la línea de la pobreza el 49% de su población y de ellos el 60% son niños en edad escolar, porcentaje que 
aumentará de persistir la devaluación monetaria a lo largo del año 
10
 Este es además un fenómeno mundial ya que en el mundo “3.000 millones de individuos enfrentan una 
desnutrición dramática, que afectará de por vida a bebés y niños”. Robin, J. “La gran implosión del año 
2002” en “Le Monde Diplomatique”, febrero 2002. 
11
 Recomiendo la lectura de “Compromiso social y democracia: las demandas de equidad y el 
conservadurismo financiero”, de Sen, A., en “Vivir como iguales”, Paul Barker (ed.), Paidós, Barcelona, 
2000. 
Finalmente, y ya desde la biología, cabe indicar que la vida tiene un 
comienzo (el nacimiento) y un fin (la muerte). Pero ninguno de estos términos 
constituye un hecho puntual. Son mas bien procesos de muy difícil indicación 
cronológica. Así como es extremadamente difícil saber cuando nace una persona 
(¿cuando es concebida, cuando adquiere viabilidad, cuando sale del seno 
materno?12), es mucho mas complicado indicar el momento de preciso en que 
muere. 
 Esto ocurre porque la definición de “muerte” se ha ido modificando con 
el transcurso del tiempo debido a contextos diversos, tal como suele acontecer 
con todo tipo de definiciones. En principio la muerte era el cese permanente de 
flujo de los fluidos corporales vitales, que solía indicarse con el cese de la 
actividad respiratoria o cardíaca. Por ello el símbolo de la constatación del deceso 
consistía en la colocación de un espejo cerca de la boca o en la toma de la presión 
arterial. Ya se sabía sin embargo que había un montón de procesos vitales que no 
se detenían en las personas cuyos fallecimientos se constataban de esa suerte, 
tales el crecimiento del pelo y de las uñas. 
A partir de los años cincuenta13 del siglo pasado se inventaron –en 
razón de una epidemia de poliomielitis- los hoy clásicos respiradores artificiales 
(que en un principio eran pulmotores propulsados en forma manual), lo que 
permitió la salvación de la vida de numerosos pacientes que se veían impedidos 
de respirar por factores diversos y que sin estos aparatos hubieran sido 
declarados oficialmente muertos. Pero por otro lado también pobló las terapias 
intensivas de numerosos pacientes en comas vegetativos persistentes, que con la 
asistencia respiratoria mecánica permanecían en tales salas un tiempo casi 
indefinido. 
Ya unos diez años mas tarde, en los sesenta, el cardiocirujano C. 
Barnard comenzó a practicar con relativo éxito la técnica de los trasplantes 
cardíacos que inevitablemente requería de corazones sanos pero latiendo en 
cuerpos que no podían (por definición) considerarse muertos. El contexto nuevo 
 
12
 Para el derecho el nacimiento consiste en la separación del seno materno y en la respiración pulmonar 
autónoma. 
13
 Singer, P., 1997 
era entonces el que se presentaba a los médicos con terapias intensivas 
superpobladas por pacientes conectados a respiradores artificiales, pero en coma 
vegetativo persistente, junto a la necesidad cada vez mayor de dadores de 
órganos para trasplante cardíaco que requerían de corazones sanos en personas 
que no era posible considerar muertas por el escollo semántico que implicaba una 
definición inadecuada pragmáticamente. 
Todo ello provocó que, empezando por el Comité de Medicina de la 
prestigiosa universidad de Harvard hasta terminar con su aceptación universal en 
1981,se redefiniera la muerte que en su estado actual consiste en “la detención 
total y definitiva de toda actividad cerebral constatada directa o indirectamente”. La 
ley nacional que regula los transplantes de órganos indica como metodología de 
comprobación, entre otras, la realización de electroencefalogramas, que deben 
tener resultado plano, en un lapso de 24 horas, situación en la que se puede 
certificar la muerte. 
Resulta obvio que este criterio de muerte choca frontalmente con el 
sentido común por cuanto se considera que una persona ha fallecido cuando su 
corazón late con regularidad y perfección. Pero el avance de la técnica de los 
trasplantes requiere de cada vez mejores órganos (tal el caso de los pulmonares), 
en los que se necesita algo mas que el latido cardíaco para que el órgano pueda 
ser reutilizado. Ello sumado a las estadísticas hospitalarias de pacientes en ciertos 
estados de coma que tienen muy escasas (casi nulas) posibilidades de 
recuperación, causa la necesidad actual de readecuar la definición de muerte. 
Ahora se advierte que se comienza a requerir que la muerte se declare una vez 
comprobado el cese de la función neocortical, que puede existir aun cuando el 
paciente en coma respire sin necesidad de auxilio mecánico. Y esto es porque en 
esta zona del cerebro se encuentran las funciones de la conciencia, la razón y la 
comunicación.14 
Vale decir que si esta definición se aprueba universalmente, tal como 
ocurriera con la propuesta de los galenos de Harvard en 1981, podría decretarse 
la muerte de alguien que respira y cuyo corazón late sin ninguna clase de 
 
14
 Luna-Salles, 1995 que citan un trabajo de Veatch, “Contemporary issues in bioethics”, 1982. 
asistencia mecánica externa, circunstancia casi imposible de aceptar para el 
sentido común. Sin embargo hace nada mas que cincuenta años el sentido común 
aceptaba que a los muertos les siguieran creciendo las uñas y el pelo sin que ello 
fuera impedimento alguno para considerarlos difuntos, de suerte que el saber 
vulgar de la gente se va adecuando a los criterios académicos de la comunidad 
médica. 
Por otra parte cabe señalar dentro de esta temática la diferencia que la 
sociedad en general, al menos la sociedad urbana de occidente, ha establecido 
respecto a la forma de morir. Hasta hace unos pocos años la muerte era un acto 
que pertenecía a la esfera privada de las familias. Los mayores morían en su 
casa, que generalmente era el mismo lugar donde habían nacido, rodeados por el 
silencio y el dolor de los seres mas próximos. La muerte era un evento 
absolutamente natural e íntimo de cada persona y de su entorno. 
Actualmente en cambio, la muerte ha sido escamoteada a la intimidad y 
pasó a ser un hecho públicoy que ha desalojado a todo el cariño y el dolor que la 
entornaban, por la asepsia y la frialdad de las salas de terapia intensiva, en las 
cuales las visitas de los familiares se permiten por breves lapsos. De esa suerte la 
muerte acaece con la asistencia de una ignota enfermera que suplanta la mano 
conocida del ser querido y las salas de terapia intensiva en lugar de ser lo que su 
nombre indica han pasado a constituirse en guarderías de premuertos. 
Lamentablemente en todo esto tiene fuerte incidencia el aspecto 
económico. Es imposible materialmente mantener esta premorgue colmada ya que 
se cruzan problemas de costos hospitalarios y necesidades de camas para 
pacientes nuevos, por lo que a veces los jefes de turnos proceden de la manera 
indicada por el Colegio Oficial de Médicos de América, retirando a los pacientes 
todos los medios de tratamiento (incluso agua y comida).15 
Luego analizaré la obvia incongruencia que presenta esta forma de 
actuar y en simultáneo defender la postura que señala que “los médicos no deben 
matar”. O sea que la puntualización, la señal de un tramo del proceso en que la 
 
15
 Cfs. Singer, P. 1997. Desde 1999 la Asociación Médica Británica recomienda se omita el suministro de 
agua y alimentos por tubo a algunos pacientes no terminales afectados de demencias severas o apoplejías 
serias. 
muerte consiste, depende de los criterios que los médicos y biólogos manejen de 
acuerdo al entorno social, a los avances de la tecnología, al lucro con que se 
manejan los sistemas de salud y a otros factores múltiples que son imposibles de 
mensurar. 
 
3. EL SISTEMA DE SALUD. MEDICOS Y PACIENTES. 
 
Es menester aclarar que las necesidades de cualquier sistema de salud 
carecen de límites mensurables ya que siempre es posible aspirar a contar con 
una técnica mas avanzada, con un sistema diagnóstico mas eficaz, con una 
aparatología mas compleja, con drogas cada vez mas potentes y certeras, con un 
sistema de investigación que requiera mas y mas recursos para desarrollar mejor 
las tareas que requiere el arte de curar. Para ofrecer una simple idea de los 
montos a que hacemos referencia es dable destacar que la Universidad de Yale 
durante el año 1994 cobró por “royalties” del laboratorio Bristol Myers Squibb 
(BMS), la suma de 261 millones de dólares por un solo remedio destinado a 
combatir los efectos del SIDA16. 
A estos costos hay que sumarle los indicados “supra”, de suerte que 
resulta imposible aun para las naciones mas avanzadas del planeta contar con un 
sistema de salud absolutamente eficiente y programado de acuerdo a las mas 
modernas técnicas de investigación. Es por eso que toda esas naciones elaboran 
prolijos diseños que tienen que ver con la distribución y jerarquización de los 
recursos disponibles para lograr sistemas racionales y que tengan la mayor 
eficiencia posible. 
Una información periodística del diario “La Nación”17 daba cuenta que 
en la Argentina se utilizan u$s 795 por habitante dentro del sistema de salud (tanto 
público como privado ya que incluye al PAMI, las obras sociales, la medicina 
 
16
 El medicamento se conoce con el nombre comercial de “Zerit” y contiene Stavudine, droga diseñada en la 
Universidad mencionada que es la piedra angular de la triterapia. Información de “Le Monde diplomatique”, 
febrero 2002. Por su parte según las discutibles cifras dadas por los laboratorios entre la etapa de concepción 
de un medicamento y su lanzamiento al mercado se requiere un promedio de entre 500 a 800 millones de 
dólares. Hay que tener presente que estas cifras se refieren a sólo un medicamento y que la farmacología es 
una de las partes del costo de la salud. 
prepaga) y que el mismo trabaja con un 72% de eficacia, ocupando por ello el 
puesto nro. 75 en un ranking ideal de buena utilización de recursos. En cambio 
Chile con un gasto de u$s 331 logra el 87% de eficacia y Francia que destina a la 
salud el 9,8 de su PBI ocupa el primer lugar con una eficacia del 99% (nuestro 
país destina a la salud el 8% de su PBI). 
Pese a que supongo que, devaluación mediante y virtual quiebra y 
paralización del sistema de salud en nuestro país, la situación debe ser 
sensiblemente peor al momento de escribir estas líneas, no puede dudarse que la 
escasa eficiencia en la utilización de los recursos que se destinan a un objeto 
determinado es pésima en cualquier rubro que se evalúe en la Argentina.18 
Esta pésima distribución no fue modificada por la ola “modernizadora y 
privatizante” en que nuestro país se vio envuelto a partir de la década de los 90 en 
los que el único objetivo gubernamental pasó por convertir servicios públicos que 
satisfacían necesidad sociales en negocios privados, florecientes por tener 
clientes cautivos. 
La corrupción y mas que ésta la falta de criterios adecuados de 
distribución, han convertido a la salud en la Argentina en uno de los servicios 
públicos tan mal atendidos como los de la educación o la jurisdicción. Justamente 
estos servicios en los que nuestro país se había distinguido claramente, muy 
especialmente por la calidad de su sistema educativo público, obligatorio y gratuito 
y por la eficiencia de sus sistema de salud pública y también gratuito, fueron 
devastados por esa famosa “ola modernizadora” de los años noventa. 
En lo que atañe al tema de la salud son varios los factores 
convergentes para haber contribuido al descalabro absoluto del sistema que se 
ocupa de su servicio en nuestro medio. Sin asignar orden de importancia vale 
señalar como meros ejemplos de hechos causantes del derrumbe a los siguientes: 
a) una muy ineficiente distribución de recursos humanos ya que en nuestro país 
sobran casi la mitad de los médicos existentes y hacen falta cinco veces mas 
 
17
 Edición del 1/10/01. 
18
 El recurso destinado a la solidaridad social implica un costo de utilización de casi el 60% del total cuando 
lo distribuye el estado, mientras que regulado por ONG diversas ese costo disminuye al 5% (Caritas o Red 
Solidaria). Así en el primer caso de 100 pesos sólo 40 llegan a los necesitados y en el segundo 95. 
enfermeras que las que trabajan en la actualidad19; b)una irracional distribución de 
los recursos financieros que se asignan al sistema público, uno de cuyos ejemplos 
paradigmáticos resulta ser el PAMI y las obras sociales que destinan una enorme 
parte de las sumas que recaudan en gastos burocráticos y de gerenciamiento (que 
esconden terribles redes de corrupción20; c) una igual irracional distribución de 
recursos en el sistema privado de salud que se manifiesta por ejemplo en la 
proliferación de equipos de altísimo costo y de servicios de excelencia que se 
diseminan por todo el territorio nacional y no son utilizados exhaustivamente; d) la 
carencia total de una política de salud pública que fije prioridades para cumplir y 
deje fuera del sistema a empresas inviables para un país marginal como el nuestro 
(aún cuando esto suene muy doloroso sería tal vez prudente tratar de reducir la 
tasa de mortalidad infantil en lugar de destinar recursos públicos a la instalación 
de complicados servicios de transplante de órganos que no tienen una utilización 
completa, o tal vez impedir que las obras sociales costeen carísimos servicios de 
fertilización asistida y en su lugar presten en forma absolutamente gratuita 
asistencia para enfermos comunes). 
Y la lista podría engrosarse hasta límites intolerables que culminarían 
en los hechos que tenemos todos a la vista: médicos mal pagos y sobresaturados 
en su trabajo, hospitales que atienden sólo de mañana y cuyos diversos servicios 
permiten colas irracionalesdurante la noche21, clínicas privadas al borde de la 
quiebra, obras sociales suspendidas y colapsadas, pacientes del PAMI que 
mueren sin la atención debida, imposibilidad casi absoluta de adquirir remedios 
por la mayor parte de la población, mala utilización de equipos muy costosos que 
se amortizan sólo si se usan en forma casi permanente (18 ó 20 horas por día en 
lugar de las 4 ó 5 que son de rigor en nuestro país) y un permanente sentimiento 
 
19
 Por supuesto que es uno de los principales culpables de esta situación la falta de objetivos que se plantea en 
las Universidades Nacionales que, escudadas en los principios de la reforma de 1918, nada hace por revertir 
con adecuados sistemas de premios y castigos a quienes eligen carreras de grado. 
20
 Situación que tampoco es única del sistema de salud habida cuenta que el 40% del presupuesto de la 
Justicia Federal se queda en la Corte Suprema, que el 35% del presupuesto de la Universidad de Buenas Aires 
se estanca en el rectorado y así sucesivamente. 
21
 Cuando existen simplísimos mecanismos que podrían eliminar totalmente la existencia de estas filas que 
atentan contra la dignidad humana (cfs. Elster, J., “Juicios salomónicos”, ed. Gedisa, Barcelona, 1991 que se 
refiere a los límites de la razón para la toma de decisiones racionales, límites que en algunos casos hacen 
preferible el azar (sorteos). 
de insatisfacción de todos los usuarios y prestadores, con la excepción de todos 
aquellos que se han enriquecido con la malversación financiera y de los 
laboratorios que nunca dejan de ganar suculentas tajadas a cualquier costo, aun 
moral.22 
En este contexto resulta claro que la relación entre médicos y pacientes 
ha ido tomando características muy particulares, que incluyen una gran 
despersonalización (el galeno desconoce detalles importantes de la vida y de la 
familia de su paciente), una falta de seguimiento integral debido a las sucesivas 
derivaciones a especialistas que impiden tener una visión clínica del conjunto y un 
muy escaso tiempo dedicado a la revisación y consulta del enfermo. 
Esta circunstancia, unida a la proliferación de los juicios de mala praxis, 
han determinado la desaparición del modelo sacerdotal o paternalista23 de médico, 
vigente hasta hace unos veinte o treinta años, en el que la autonomía del paciente 
carecía de toda importancia ya que lo único relevante era “el saber” de la ciencia 
objetivamente evaluada por sobre los deseos del enfermo. 
El paternalismo en cualquiera de sus formas exige que de alguna 
manera se coarte la libertad de otro sólo cuando ello redundará “en su propio 
bien”. Consecuentemente el médico imbuido del mandamiento hipocrático sólo 
tenía en mente la cura del paciente, y ésta dependerá exclusivamente de los 
métodos que pone a su alcance la investigación científica. No hay absolutamente 
ninguna opción y como es imposible explicarle al enfermo aquello que jamás 
podría saber por carecer de la necesaria preparación, es necesario actuar rápida y 
eficazmente, sin mayores pérdidas de tiempo en enseñanzas que serán vanas y 
sin que para nada importe el deseo de quien asiste a la consulta sea como 
paciente sea como acompañante. 
Esta peligrosa actitud era digna de la fe de los positivistas en la fuerza 
de la ciencia. Los médicos que actuaban de esa manera obraban con una 
credibilidad absoluta en los postulados que consideraban verificados y no tenían 
en mente la provisoriedad de los resultados científicos, lo probabilístico de sus 
 
22
 El caso de Sudáfrica y los medicamentos contra el SIDA es un paradigma de los expuesto. Cfs. “Le monde 
diplomatique”, febrero 2002. 
23
 Veatch, R., “Modelos para una medicina ética en una época revolucionaria”, en Luna-Salles, 1995. 
conclusiones y aun las equivocaciones diagnósticas.24 El modelo referido se 
denomina sacerdotal porque se considera al médico como al sacerdote, 
encargado de velar por el bienestar de su paciente y en el paradigma del delirio 
hasta suele pensarse en la enfermedad como un mal moral, hasta se ha llegado a 
considerar la sala de hospital y el consultorio como lugares “sagrados”.25 
Corresponde también a un tipo religioso la circunstancia de rodear al 
conocimiento de un cierto halo de misterio impenetrable para el profano. Así como 
el chaman es el único que sabe los conjuros necesarios para hacer llover y no 
enseña este conocimiento a nadie, así el médico se escuda en su propio saber 
para no transmitirlo al paciente. 
Pero por un lado el cambio del entorno que fue eliminando la relación 
de cabecera existente entre médico y enfermo, tal como se expusiera, y por otro el 
lento avance de concepciones menos autoritarias en el seno de la sociedad, la 
popularización de la información que se encuentra actualmente concentrada en 
Internet, a la par que la proliferación de juicios de mala praxis y la adhesión al 
modelo contractual anglosajón26 dieron origen al denominado modelo contractual 
que es el que en general se utiliza hoy en día. 
Tal como su nombre lo indica el mismo se desarrolla como si se tratara 
de un contrato en el que las partes son iguales (desaparece la figura superior del 
médico, el carácter misterioso y religioso de su saber), tienen en consecuencia los 
mismos derechos entre los que se incluye la autonomía (derecho del paciente a 
decidir cual será el tratamiento que prefiera y del médico a prestarle o no 
atención), y el médico tiene deberes específicos (confidencialidad, informar todo lo 
que sabe de la enfermedad, tratamientos posibles y consecuencias esperables de 
los mismos al paciente y beneficencia o actuar siempre en aras del bienestar de 
su paciente). 
 
24
 Feyerabend, P., “La ciencia en una sociedad libre”, ed. Siglo XXI, Madrid, 1982. 
25
 Esta terrible concepción que iguala enfermedad a pecado aun tiene importantes seguidores en nuestra época 
en casos de SIDA, que es asociada inevitablemente al desorden de orden moral y al consecuente castigo que 
tal infracción lleva ínsita. Respecto a la sacralidad de la sala o del consultorio puede consultarse Brody, H., 
“El jefe de Clínica Médica”, en Luna-Salles, 1995. 
26
 Sigo utilizando la terminología de Veatch (cfs. art. Cit. nota 21), si bien omito el desarrollo de las 
relaciones médico-enfermo que el autor denomina “modelo de los colegas” y “modelo de ingeniería” por no 
haberse desarrollado en nuestro medio. 
De esa suerte la relación transcurre por carriles mas humanos y mas 
normales, incluso jurídicamente adecuados al orden constitucional a través del 
respeto a su art. 19, que debe entenderse como soporte de la autonomía personal 
o derecho de cada uno a elegir libremente planes de vida e ideales de excelencia 
sin ninguna clase de interferencia mientras no se cause daños a terceros. 
Básicamente el médico tiene la obligación de informar a su paciente 
todo lo que sabe (dentro de los límites de la comprensión de aquél) acerca de la 
enfermedad, de las posibilidades de errores diagnósticos, de los tratamientos 
existentes, de los efectos de los mismos y de los tiempos o etapas en los cuales la 
enfermedad se habrá de desarrollar. 
Y por supuesto el enfermo tiene el derecho de elegir el tratamiento que 
mejor responda a su propia elección de vida, en cuyo caso –si la elección no 
satisface los criterios del galeno- éste podrá dejar de actuar sobre el paciente 
efectuando la derivación pertinente. Así un Testigo de Jehová podrá negarse a ser 
transfundido, un diabético a ser amputado en una de sus extremidades 
irremediablemente lastimadas, o un paciente de cáncer elegir el Hansi por sobre la 
quimioterapia como terapia. Y ello aún cuando el médico considere que la errada 
decisión del enfermo le habrá de costar la vida. 
Nadie mas que el pacientetiene competencia para efectuar este tipo de 
determinaciones, pero claro que este presupuesto sólo es aplicable a quienes 
poseen su capacidad intelectual intacta, conocen los riesgos que derivan de su 
elección y ésta ha sido libre en el mismo sentido que se debe actuar libremente 
para contraer matrimonio o para celebrar un convenio con efectos jurídicos. 
En el caso de quienes carecen de esa comprensión, de esa 
competencia básica, deberán decidir sus representantes legales y en ausencia de 
éstos deberán actuar los Comités de Etica que deberían existir en los centros de 
salud tanto públicos como privados.27 Claro que será mucho mejor que esa 
decisión que debe tomar el enfermo respecto del tratamiento que prefiere o que 
abandona, y que puede incluir su propia vida, debería ser tomada al menos en el 
seno de su propia familia, ser compartida por todos aquellos que conforman el 
grupo de afecto que lo entorna cotidianamente, pero en las actuales condiciones 
de vida, que no privilegian el amor ni la familia, aspirar a este tipo de consejos 
familiares no deja de ser una utopía. 
 Muchos médicos no concuerdan con el ejercicio de la autonomía por 
parte de sus enfermos y se resisten a informarlos adecuadamente de sus 
dolencias y prefieren tratar el tema con sus familiares mas próximos (el entorno 
afectivo a que he hecho referencia) arguyendo que la verdad puede causar graves 
daños en pacientes sensibles e impresionables que si se enteran de su verdadera 
enfermedad caerían en depresiones que incidirían malamente en su terapia. 
No discuto que esto puede ser cierto y que existen cierto tipo de 
enfermos con tales características, pero no es menos cierto que es un riesgo que 
debe correrse así como cualquier clase de ejercicio de la libertad individual 
conlleva en si misma el germen de la anarquía. La autonomía individual supera el 
paternalismo del médico, porque es un valor que surge del propio orden 
constitucional y porque nadie sabrá nunca mejor que el propio paciente que es lo 
que mas le conviene, por mejores intenciones que posean quienes lo rodean. 
Insisto que esto no desmerece la necesidad de una discusión familiar acerca de la 
dolencia, su terapia y su consecuencia, pero en este diálogo tiene siempre un 
triunfo en su mazo el enfermo que es en definitiva el dueño absoluto de su cuerpo 
y de su estado.28 
 
 
4. CASOS RELEVANTES 
 
Enmarcado en este contexto actual donde la vida humana se dice 
sagrada pero en el que las acciones cotidianas individuales, grupales y estatales 
demuestran que no lo es tanto, donde además el criterio de muerte biológica se 
 
27
 Levine, C., “Preguntas y respuestas (algunas muy tentativas) sobre los Cómites de Ética en instituciones 
hospitalarias” en Luna-Salles, 1995. 
28
 Esta solución se ha impuesto jurisprudencialmente en nuestro país donde ya no se admiten intervenciones 
médicas por encima de las decisiones de pacientes competentes que pueden llevar riesgos graves a su propia 
supervivencia. Comparativamente se puede consultar Macklin, R., “Consentimiento, coerción y conflictos de 
derechos” en Luna-Salles, 1995. 
define de acuerdo a las necesidades terapéuticas y al estado de la investigación 
biomédica con prescindencia total del sentido común, donde la salud pública sufre 
severas restricciones originadas en la ausencia de criterios distributivos 
mínimamente justos y en el que la relación médico paciente se ha ido deslizando 
hacia el tipo contractual con respeto de la autonomía de los pacientes pero a la 
vez con una inaceptable despersonalización y donde las salas de terapia intensiva 
se han transformado en premorgues, se puede entonces trabajar algunos casos 
que la literatura especializada considera relevantes para referirse a la eutanasia. 
Es importante el estudiar estos casos usuales en la bibliografía que se 
refiere al tema para luego poder confrontarlos con las posibles soluciones teóricas 
y entonces encontrar en esa dialéctica acuerdos razonables. Uno de ellos es el de 
Tony Bland que el 15 de abril de 1989, a los 17 años, concurrió a presenciar un 
partido de fútbol donde jugaba su equipo, el club de Liverpool y en el que a raíz de 
una fatídica avalancha murieron noventa y cinco personas. El adolescente fue 
aplastado, sus pulmones se apretaron y su cerebro quedó sin oxígeno de suerte 
que sólo sobrevivió su tronco encefálico quedando destruída su corteza cerebral. 
Internado en el hospital de Airdale se lo alimentaba entubado, sus 
exacciones eran a través de catéteres que frecuentemente causaban infecciones, 
se encontraba con sus miembros rígidamente contraídos por el entumecimiento de 
las articulaciones y por movimientos reflejos vomitaba y babeaba con frecuencia. 
Todo esto por supuesto en estado de total inconsciencia, lo que provocó que su 
familia recurriera a los jueces para que determinaran si había que quitar la 
asistencia mecánica al desdichado paciente. La Cámara de los Lores resolvió 
autorizando el retiro del tratamiento “con el propósito de permitir que A. Bland 
acabara su vida y muriera tranquilamente con la mayor dignidad y el menor 
sufrimiento”29. 
Con relación a este tema se puede citar el caso de Nancy Cruzan que a 
raíz de un accidente automovilístico en Missouri en 1983, a sus veinticinco años, 
salió del vehículo para caer desmayada en una zanja con agua. Como 
consecuencia su cerebro estuvo sin oxígeno durante varios minutos lo que le 
 
29
 Singer, 1997. 
provocó un estado vegetativo persistente, con su tronco encefálico intacto (que le 
permitía estar sin respirador) pero sin reflejos para tragar por lo que debía ser 
alimentada por vía nasal. Poco a poco se fue entumeciendo lo que motivó que sus 
padres recurrieran a los jueces para que se pudiera retirarle la asistencia 
mecánica. El Tribunal Supremo de Missouri se negó, alegando la incompetencia 
para decidir de Nancy y la Suprema Corte de los EE.UU., si bien admitió el 
derecho de “una persona competente...a negarse a la hidratación y nutrición para 
salvar la vida”, confirmó la decisión al considerar que no se había acreditado cuál 
hubiera sido el deseo de Nancy en el caso concreto. 
Pero entonces en una nueva presentación judicial amigos y parientes 
de la enferma acreditaron recordar que ella había manifestado que en una 
situación similar hubiera preferido morir, lo que motivó que el estado de Missouri 
hiciera lugar a la petición, sin que el Hospital ni el Fiscal apelaran el 
pronunciamiento. El trámite jurisdiccional duró unos ocho años, la familia de Nancy 
terminó con agotamiento nervioso, el estado de Missouri gastó u$s. 130.000 por 
año y en la lápida, sobre la tumba de la infortunada joven, sus padres grabaron la 
siguiente inscripción: “Nació el 20 de julio de 1957. Murió el 11 de enero de 1983. 
Descansa en paz el 26 de diciembre de 1990.”30 
Otro caso conocido en la literatura es el de Samuel Linares que en 
1989, en Chicago, a los siete meses de edad se tragó una pelota de golf que le 
obstruyó la tráquea con el efecto devastador de dejar a su cerebro sin oxígeno por 
mas tiempo del debido, lo que causó su coma persistente. Los padres trataron de 
lograr su desconexión, pero los médicos se opusieron y era imposible para 
aquéllos costear un proceso ordinario solicitando el auxilio judicial. Una tarde su 
padre ingresó a la visita en la sala de cuidados intensivos donde se encontraba su 
pequeño hijo y al llegar a su lado sacó una pistola Magnum 357 con la que ordenó 
a médicos y enfermeras que se apartaran. Luego desconectó el respirador y 
acunó a su bebé mientras mantenía la amenaza armada. A la media hora, luego 
de constatar que su hijo había fallecido, se desmoronó y llorandose entregó a la 
policía que esperaba en la puerta. Fue juzgado por homicidio pero el perito médico 
 
30
 Op. Cit. nota anterior 
dictaminó que el niño había “muerto al tragarse la pelota” (sic) y su padre fue 
condenado por una infracción menor relativa a la portación de armas de fuego y 
puesto inmediatamente en libertad31. 
El 8 de enero de 1988 la prestigiosa revista “Journal of the American 
Medical Association” publicó una carta anónima de un ginecólogo residente en un 
gran hospital privado que relataba que una noche, estando de guardia fue 
despertado por un llamado urgente del área de ginecología oncológica. Al acudir, 
mientras una enfermera le manifestaba que la paciente tenía 20 años, que estaba 
muriendo de cáncer de ovario, y que se encontraba vomitando en forma 
inaplacable, revisaba la historia clínica que informaba que la joven pesaba 34 
kilos, recibía oxígeno por nariz, y tenía vía intravenosa. Relata que al llegar a la 
habitación se encontró con la enferma “sufriendo por lo que obviamente era una 
severa falta de aire”, asistida por una señora mayor que sostenía su mano y 
parecía ser su madre. Allí se enteró que la paciente no dormía ni comía hacía dos 
días, “sus ojos estaban hundidos y tenía retracciones supraesternales e 
intercostales. No había respondido a la quimioterapia y sólo se daba terapia de 
apoyo”. Consideró que la situación era patibularia y que en el momento del 
examen la joven le dijo “terminemos con esto”. 
Ello motivó que fuera a la enfermería, cargara 20 mg. de sulfato de 
morfina en una jeringa y al volver a la habitación le dijo a la paciente que iba a 
descansar y que podría decir adiós. Inyectó a la enferma por vía intravenosa y en 
unos cuatro minutos cesó la frecuencia respiratoria. La mujer mayor se “mantuvo 
erguida y pareció aliviada”.32 
Vale aclarar que la publicación de semejante misiva despertó una 
encendida polémica en las páginas de la revista mencionada cuya respuesta 
contraria mas fuerte consiste en un artículo publicado por un equipo médico 
formado por los Dres. E. Gaylin, L. Kass, E. Pellegrino y M. Siegler que se titula 
“Los médicos no deben matar” y que fuera publicado en el mismo medio en 
idéntico año33. 
 
31
 Ibidem 
32
 Luna y Salles, 1995. 
33
 Ibidem. 
 
5. TERMINOLOGIA. CLASIFICACION. ACCION Y OMISION. 
 
Manteniendo nuestra primera aproximación, casi unánimemente 
aceptada, que la eutanasia es “buena muerte”, podría precisarse la definición 
diciendo que es “una conducta llevada a cabo por un agente de salud sobre una 
persona que padece una enfermedad grave e irreversible, una de cuyas 
consecuencias previsibles es la muerte y que se ejecuta con la justificación de que 
la misma no es un daño para el paciente”.34 
Aquí es necesario efectuar un alto para dilucidar que se entiende por 
conducta ya que tradicionalmente, y aun para el sentido común, parece ser que la 
conducta consiste únicamente en una acción. En el caso concreto nadie dudaría 
que la conducta del residente en ginecología descripta “supra” fue una conducta 
ya que el autor realizó algo: aplicó una inyección con una dosis letal de morfina. 
Sin embargo no es tan clara la situación del médico que omite alimentar e hidratar 
a un enfermo terminal o que no lo conecta a un respirador en caso de una 
deficiencia grave del sistema respiratorio, ya que en tales supuestos no habría 
acción sino justamente falta de la misma, técnicamente omisión. 
La conducta implica tanto la acción como la omisión. En ambos casos 
se produce un resultado absolutamente previsible que es la muerte y no existe 
diferencia relevante alguna para ambos supuestos. Incluso desde un punto pietista 
puede ser mejor para el paciente que se le administre una inyección letal que 
termine con su vida a que se lo deje morir deshidratado con el sufrimiento que 
ello puede implicar. Si bien puede haber alguna discusión jurídica acerca de la 
imputación desde el punto de vista de la dogmática penal, diversa para casos de 
acción o de omisión, no hay diferencia moral relevante para esos mismos 
supuestos, por lo que la definición incluye tanto los casos de acción como lo de 
omisión35. 
 
34
 Rivera López, 1998. 
35
 Para mayores precisiones pueden confrontarse de Rachels, J., “Eutanasia activa y pasiva” y de Sullivan, T., 
“Eutanasia activa y pasiva: ¿una distinción inapropiada?”, ambos en Luna y Salles, 1995. 
El segundo punto importante que surge de la definición adoptada es el 
que surge de considerar la inevitable presencia del médico o similar (agente de 
salud) como autor de la conducta. Esta exigencia pone fuera del juego a casos 
como los del Sr. Linares, que cometió un homicidio calificado por el vínculo 
(justificable o no, esa es otra cuestión) pero de ninguna forma un acto eutanásico. 
Quedan también fuera del foco todos los casos de suicidios asistidos, 
concretamente los desarrollados por el célebre Dr. Kevorkian, también llamado 
“Dr. Muerte” que en Estado de Michigan ayudó a que se dieran muerte mas de 
veinte personas por medio de un dispositivo intravenoso que era accionado por el 
propio enfermo pero con la tecnología proveída por el galeno. 
Además el resultado de la conducta, la muerte, debe ser la 
consecuencia previsible de la acción u omisión y no su búsqueda intencional ya 
que es absolutamente diverso aplicar una inyección letal de morfina o dejar de 
hidratar a un enfermo terminal que pegarle un tiro en la cabeza. 
Finalmente quedan por considerar dos aspectos finales de la definición, 
uno el que se refiere a la gravedad e irreversibilidad de la enfermedad que no 
significa inminencia de la muerte ya que la misma puede aparecer como lejana, tal 
como ocurrió con Nancy Cruzan que fue “mantenida” por ocho años en estado 
vegetativo persistente. 
El otro tiene que ver con que la muerte no debe ser un daño para el 
paciente, circunstancia que se cruza con la cuestión del consentimiento que debe 
ser indefectiblemente otorgado por el enfermo. Para que la aquiescencia sea 
válida el médico deberá ofrecer a su paciente toda la información disponible 
acreca de la dolencia, de la posibilidad de diagnósticos alternativos para lo cual 
deberá aconsejar se requiera otra opinión científica, ofrecerá a consideración las 
diversas terapias y sus efectos entre los que cabe incluir toda la agresión que 
pueden deparar las mismas y todo otro dato que se estime de interés para el 
debido conocimiento por parte del enfermo. 
Es una exigencia prudente que la decisión final sea tomada por el 
paciente en el tiempo que éste considere necesario y para el caso que el mismo 
se encuentre rodeado por un grupo afectivo de contención (familia, pareja, 
amigos) que éste también participe en la discusión y la toma de decisión final. 
Obviamente todos estos requisitos son idóneos sólo en pacientes competentes, 
que se encuentran lúcidos, aunque lógicamente conmocionados por la información 
que reciben y actúan con cierta libertad frente a presiones externas, entre las que 
cabe incluir los costos del tratamiento y su incidencia económica en las finanzas 
familiares. 
Con los incompetentes no cabe otro recurso que recurrir a la 
representación legal en cada caso (padres, tutores, encargados, etc.) que se 
supone son los que mejor habrán de tener en consideración los intereses de su 
representado. En estos casos, si bien es útil que en todos los supuestos actúen 
los respectivos Comités de ética locales, sería decisiva la participación de éstos 
para que se pueda escuchar otra opinión imparcial. 
En todos los casos en los que eutanasia aparece como una posibilidad 
en el horizontes de elección de un paciente o su familia es menester, en los 
lugares donde existan, ofrecer la utilización de unidades decuidados paliativos 
que se ocupan de tratar a pacientes agonizantes con dolores físicos intratables o a 
los que deseen contención para los tormentos derivados de enfermedades que no 
ponen a la vida en riesgo inminente.36 
Efectuadas estas aclaraciones se puede intentar una clasificación de 
diversas formas de eutanasia De acuerdo a los criterios delineados por Rivera y 
López37 la primera cuestión consistiría en dividirla en voluntaria o no voluntaria de 
acuerdo a que sea el paciente o su representante el que presta el consentimiento. 
La involuntaria, en la cual no hay consentimiento es un homicidio sea porque 
consultado el enfermo rechaza la eutanasia o porque no se lo consulta y se la 
practica de cualquier modo. 
Lamentable esta es una de las maneras en las que suele aplicarse la 
eutanasia en las salas de terapia intensiva cuando se encuentran abarrotadas, 
hacen falta camas y los médicos advierten que hay pacientes en estados 
vegetativos persistentes que son irrecuperables y entonces dejan de alimentarlos 
 
36
 Campbell, C., Hare, J. y Matthews, P., “Conflictos de conciencia. Instituciones de cuidados paliativos y 
suicidio asistido”, en “Bioética”, Luna y Salles, ed. Sudamericana, 1998. 
37
 Cfs. op. Cit. nota 32 
e hidratarlos u omiten brindarles tratamientos indispensables (generalmente 
derivados de infecciones respiratorias), omisiones que de acuerdo a la definición 
tienen como previsible consecuencia la muerte. La justificación moral de esa 
manera de actuar es que es distinto “matar” (acto absolutamente prohibido) que 
“dejar morir” (acontecimiento casi natural). 
Tal como hemos visto no existe diferencia en la entidad moral de ambas 
acciones ya que significan lo mismo. Es imprescindible en estos casos hablar con 
la familia, recurrir a ofrecer la mayor información posible y ofrecer modelos de 
conducta que permitan guiar en situaciones difíciles, tarea apta para los comités 
de ética de cada hospital. 
Luego de acuerdo a la conducta del médico es posible distinguir entre la 
acción y la omisión clasificando en eutanasia activa (dar una droga, desconectar 
un aparato) y la pasiva (no dar una droga, no conectar un aparato)o de manera 
mas amplia cuando la activa incluye la aplicación de un tratamiento y la pasiva la 
no aplicación del mismo. Valen aquí las consideraciones expresadas en el párrafo 
que precede en lo que respecta a la irrelevancia moral de la distinción entre acción 
u omisión. 
Finalmente si la muerte es prevista por el médico como un medio para 
lograr un fin (calmar el dolor y el sufrimiento) estaremos ante la eutanasia directa y 
cuando la muerte sea una consecuencia previsible pero no buscada (para aliviar el 
dolor se administra una droga que acorta la vida o deja de tratarse una neumonía) 
estaremos ante la eutanasia indirecta. 
Habitualmente existe casi unanimidad, incluso en el caso de la doctrina 
de la Iglesia Católica, en aceptar la eutanasia voluntaria indirecta, activa o pasiva, 
si bien obviamente sin el nombre de eutanasia y con fundamento en evitar la 
prolongación de la vida mediante la utilización de medios extraordinarios (que 
técnicamente se conoce con el nombre de distanasia). Vale decir que en estos 
casos la muerte no es un mal sino que constituye el camino éticamente correcto. 
A su vez Niño38 propone la siguiente clasificación fundada en la actitud 
adoptada respecto del curso vital39: Eutanasia heterónoma solutiva es la que 
 
38
 Aut. Cit., 1994. 
consiste en el auxilio para morir mitigando el sufrimiento sin abreviación de la vida. 
Esta sería un deber para el médico y su implementación no causa problemas ni 
jurídicos ni morales de relevancia. La resolutiva en cambio incide en la duración 
del plazo vital suprimiéndolo o reduciéndolo en interés del paciente. A partir de allí 
se distinguen las modalidades activa o pasiva según existan hechos positivos 
dirigidos a acortar la vida o simples omisiones o abandonos de tratamiento. 
Así como de la existencia misma de la definición surge la resolución del 
caso del bebé Linares por no tratarse de un ejemplo típico de esta práctica (al no 
existir conducta médica), en la terminología de Rivera y López, también se puede 
argüir que el residente en ginecología no actúo en la emergencia como debería 
haberlo hecho si realmente hubiera tenido en cuenta el bienestar de su paciente. 
Hago con esto referencia a que la conducta del médico se aleja 
considerablemente del requerimiento del consentimiento de su enfermo, 
debidamente informado. La historia clínica apenas revisada, el rápido informe de 
una enfermera al pasar, gestos equívocos de la acompañante (que el propio 
galeno ignoraba quien era), una expresión ambigua de la enferma (“terminemos 
con esto”), distan mucho de ser argumentos concluyentes para ejercer la 
eutanasia activa directa que en realidad le aplicó. 
Los casos de Cruzan y Bland son en cambio ejemplos típicos de 
eutanasias no voluntarias activas directas /(o resolutivas activas) ya que fueron en 
ambos casos consentidas por los representantes legales de incompetentes, y la 
muerte se causó como medio para evitar mayores sufrimientos. Lo curioso y 
paradójico de la cuestión es que si se acepta como moralmente permisible la 
eutanasia indirecta, justamente porque la muerte no es un mal, entonces no 
quedan argumentos serios para decir que sí lo es en el caso de la eutanasia 
directa. Así como la distinción entre acción y omisión es claramente irrelevante, 
también lo es la diferencia que se cree existe entre la directa y la indirecta si es 
 
39
 Para Niño es posible la eutanasia sin intervención del agente de salud lo que lo hace referirse a la eutanasia 
voluntaria o autónoma, que sería un caso de suicidio para la clasificación anterior. A su vez y con toda 
corrección este autor considera que las eutanasia por motivos económicos o eugenésicos son homicidios 
calificados. 
que en uno de los casos la muerte no es efecto dañino para el paciente, lo que 
permitiría la justificación ética de la práctica. 
Por otra parte, tal como he sugerido, el estado actual de la salud pública 
ha motivado que en las salas de terapia intensiva, que he llamado premorgue, 
donde se actúa sin ningún control de la gente afectivamente cercana al paciente, 
se apliquen eutanasias directas, activas o pasivas, de acuerdo a las necesidades 
del servicio y a la profundidad del estado vegetativo de los internados. Y esto se 
hace sin la discusión previa necesaria, sin evaluar posibles internaciones 
domiciliarias y sin ninguna clase de consulta lo que convierte al médico en el señor 
de la vida y de la muerte. 
 
6. OTRA VEZ CON LA VIDA. 
 
La clarificación efectuada anteriormente que tiene su origen en advertir 
que en realidad la vida no es tan sagrada como se dice, que la muerte no es un 
hecho sino un proceso que se define por utilidad científica y a veces económica, 
que entre el paternalismo del médico y la autonomía del paciente es menester 
preferir ésta, que el estado de la salud pública ha desvirtuado la función de las 
terapias intensivas al convertirlas en premorgues, que la muerte ha perdido su 
sentido íntimo y que carecen de relevancia las distinciones entre omitir y actuar y 
entre las eutanasias directas o las indirectas, permite evaluar positivamente la 
actitud de quien frente a una enfermedad grave e irreversible (propia o de un 
representado) prefiere que el médico ponga fin, por acción o por omisión, a su 
vida. 
Sin embargo existe aun otra razón de peso, tal vez sea la de mayor 
peso, que puede contribuir a afirmar lo correcto de esta preferencia. La misma 
parte de advertirque hasta el momento he considerado el tema de la vida y de la 
muerte exclusivamente desde un punto de vista biológico. En efecto me he 
manejado de acuerdo a los criterios médicos que han ido definiendo con mayor o 
menor precisión el concepto de muerte y el momento exacto de su presencia, pero 
no he hecho ninguna referencia a la circunstancia que la vida no es únicamente un 
hecho biológico. 
Nuestra existencia actual, compleja y acuciante, tiene muy poco de 
natural y de biológico ya que se ha culturalizado en su casi totalidad. Tan cierta 
resulta esta afirmación que aun para la satisfacción de los instintos mas primarios 
(supervivencia, reproducción) se requiere de ritos, utensilios y mecanismos mas 
sofisticados cuanto mas culto es el grupo humano a que se pertenezca. 
Así es muy difícil comer fuera de las horas socialmente indicadas para 
ello, horarios que nos son internalizados a partir de nuestro nacimiento (con la 
mamadera cada 3 ó 4 horas), sin los cubiertos normalmente aceptados y sin 
guardar determinadas maneras aprendidas en la socialización primaria. Lo mismo 
ocurre para dormir (horarios y artefactos adecuados para conciliar el sueño, 
incluso los que incluyen determinadas temperaturas ambientes),o para procrear, 
acto que requiere de determinados ritos (seducción incluida y cierta actividad 
previa al acto sexual) absolutamente impensables para otros mamíferos 
superiores. 
Pero además de esta obvia culturización de lo biológico la vida humana 
propiamente dicha consiste en el transcurrir durante un tiempo que no es tampoco 
el tiempo cronológico sino un “tempus” histórico. El hombre a diferencia de otros 
animales tiene una historia que consiste en su pasado y también en su futuro, 
porque es inherente a su existencia la formulación de un proyecto. Tal vez éste, el 
proyecto sea el elemento clave para poder comprender una vida humana. En la 
inteligencia de su formulación, en lo cerca o lejos de su logro, en el trabajo 
demandado para su obtención suele consistir el éxito de una aventura vital 
humana. 
A veces los proyectos que se fijan son demasiado altos para la propia 
capacidad y devienen las frustraciones, otras veces son demasiado estrechos y 
sobreviene la molicie que también deriva en un estado de insatisfacción, otras 
veces se lucha incansablemente detrás de una meta que parece escaparse a cada 
paso y en muy pocas ocasiones el proyecto se realiza y al objetivo se llega 
plenamente, tal vez para plantear otro mas alto, difícil y riesgoso. 
De allí que importantes pensadores entre los que tomo el ejemplo de 
Dworkin40 manifiesten que la circunstancia de la muerte es un hecho que afecta el 
éxito crítico de cada vida, por cuanto la muerte previsible para la gente razonable 
siempre se inscribe como telón de fondo del proyecto existencial a que he hecho 
referencia. Y así como en sociedades liberales, en estados constitucionales de 
derecho, se encuentra absolutamente vedado al Estado interferir en los planes de 
vida y los ideales de excelencia de los ciudadanos, siempre que éstos no afecten 
a terceros a través del orden y la moral públicas (art. 19 CN.),y dado que la muerte 
es el telón de fondo de todo proyecto existencial, es absolutamente imposible que 
el mismo impida la manera en que alguien pretende poner fin a su propia vida. 
El autor citado expresa elocuentemente que ninguna sociedad 
“decente” debe permitir interferir en el como y el cuando de la muerte de un 
hombre, ya que éstos son elementos que quedan a discreción absoluta de los 
afectados. Claro que estos argumentos pueden ser considerados de naturaleza 
metafísica ya que alguien podría argumentar negando la existencia de proyectos 
individuales de vida por considerar que éstos deben orientarse hacia la virtud, la 
perfección y la consecución del bienestar de la comunidad y no de la satisfacción 
personal. 
Pero el contraargumento disponible, no metafísico, es que nuestra 
sociedad es una sociedad que se apoya en normas constitucionales explícitas, 
mucho mas claras desde la asunción de los Pactos Internacionales de Derechos 
Humanos en 1994, que prescriben la autonomía personal como uno de los 
principios fundantes del ordenamiento. Si a este refuerzo jurídico se le suman las 
razones que se fueron exponiendo en el curso del presente queda claro que la 
interferencia con el deseo de morir de un enfermo que se encuentre en las 
condiciones estudiadas debe respetarse. Y esto ha de ocurrir porque en nuestras 
sociedades laicas, complejas y multiculturales, tal como dijera el juez Stevens al 
fallar en el caso de Nancy Cruzan “no mucho puede decirse sobre la muerte a 
 
40
 Dworkin, 1994. 
menos que se lo diga desde la fe. Esto es razón suficiente para proteger la libertad 
de adecuar a la conciencia individual las razones referidas a ella”41. 
 
 
BIBLIOGRAFIA 
 
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(eds.), Sudamericana, 1995. 
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1999. 
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1985. 
Luna, F. Y Salles, A., “Decisiones de Vida y Nuerte”, ed. Sudamericana, Bs. As., 
1995. 
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y Salles (eds.)., Sudamericana, 1995. 
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XVII, nro. 2, SADAF, Bs. As.,1998. 
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Filosófico T. XVII, nro. 2, SADAF, Bs. As. 1998. 
Veatch, R., “Modelos para una medicina ética en una época revolucionaria”, en 
Decisiones de Vida y Muerte, Luna y Salles (eds.), Sudamericana, 1995. 
 
41
 Estando casi en prensa el presente la justicia inglesa ha permitido que los médicos pongan fin a la vida de 
una paciente cuadripléjica, perfectamente lúcida, que consideraba que su calidad de vida se había deteriorado 
de tal forma que no tenía sentido continuar existiendo. Los ingleses mantiene la coherencia jurisprudencial del 
caso Bland.

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