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Kaës, R - Realidad Psíquica y sufrimiento en las instituciones

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CAPITULO 1 
REALIDAD PSÍQUICA Y SUFRIMIENTO EN LAS INSTITUCIONES. 
 René Kaës 
 I. PENSAR LA INSTITUCIÓN, EN EL CAMPO DEL PSICOANÁLISIS 
1. Pensar la institución: algunas dificultades, especialmente narcisistas. 
 Una dificultad se opone a nuestros esfuerzos por constituir la institución como objeto de pensamiento. Esta 
dificultad depende, en una parte decisiva, de los aspectos psíquicos que entran en juego en nuestra relación 
con la institución. Los agruparé en tres grandes conjuntos de dificultades. El primero concierne a los 
fundamentos narcisistas y objetales de nuestra posición de sujetos comprometidos en la institución: en ella 
somos movilizados en las relaciones de objetos parciales idealizados y persecutorios; experimentamos 
nuestra dependencia en las identificaciones imaginarias y simbólicas que mantienen armada la cadena 
institucional y la trama de nuestra pertenencia; nos vemos enfrentados con la violencia del origen y la imago 
del Antepasado fundador: nos vemos apresados en el lenguaje de la tribu y sufrimos por no hacer reconocer 
en él la singularidad de nuestra palabra. Las dificultades, que afectan con una valencia negativa la relación 
con la institución, traban el pensamiento de aquello que ella instituye, nada menos que lo siguiente: no 
pasamos a ser seres hablantes y deseantes sino porque ella sostiene la designación de lo imposible: la 
interdicción de la posesión de la madre-institución, la interdicción del retomo al origen y de la fusión inmediata. 
Aquello que en relación con la institución queda en suspenso debe a la represión, a la denegación, a la 
renegación, el hecho de permanecer impensado. 
El segundo conjunto de dificultades es de naturaleza enteramente diferente: no se trata en este caso de una 
resistencia contra los contenidos del pensamiento, sino de una condición de irrepresentable, más acá de la 
represión. No podemos pensar la institución, en su dimensión de trasfondo de nuestra subjetividad, si no es 
en el tiempo inmediatamente siguiente a una ruptura catastrófica del marco inmóvil y mudo que ella constituye 
para la vida y los procesos psíquicos; pero para que ese pensamiento advenga hacen falta un marco 
apropiado y un aparato de pensar, a los que el sujeto singular contribuye en parte, a condición de que ese 
marco ya esté allí, pronto para ser inventado. Lo que está en juego es la función de metamarco que 
desempeñan la sociedad y la cultura, pero también ciertas configuraciones del vínculo apropiadas para un 
trabajo psíquico: por ejemplo, el dispositivo psicoanalítico. Este segundo nivel de la dificultad revela un 
descentramiento radical de la subjetividad: Aquí nos vemos enfrentados no solamente a la dificultad de pensar 
aquello que, en parte, nos piensa y nos habla: la institución nos precede, nos sitúa y nos inscribe en sus 
vínculos y sus discursos; pero, con este pensamiento que socava la ilusión centrista de nuestro narcisismo 
secundario, descubrimos también que la institución nos estructura y que trabamos con ella relaciones que 
sostienen nuestra identidad. 
Más radicalmente, nos vemos enfrentados al pensamiento de que una pone de nuestro sí-mismo está "fuera 
de sí", y que precisamente eso que está "fuera de sí" es lo más primitivo, lo más indiferenciado, el pedestal 
de nuestro ser, es decir, tanto aquello que, literalmente, nos expone a la locura y a la desposesión, a la 
alienación, como lo que fomenta nuestra actividad creadora. 
No se trata pues solamente de la confrontación con el pensamiento de lo que nos engendra, sino con el 
pensamiento de aquello que, de una manera impersonal y desubjetivizada, se dispersa, se pierde sin duda y 
germina en un fuera de nosotros que es una parte de nosotros: esta extemalización de un espacio interno es 
la relación más anónima, violenta y poderosa que mantenemos con las instituciones. Es constituyente de los 
espacios psíquicos comunes que son coextensivos a los agrupamientos de diversos tipos. El correlato interno 
de este extemalizado común indiferenciado es probablemente uno de los componentes del inconsciente, y 
por ello tiene que ser considerado como el trasfondo irreductible a partir del cual se organiza la vida psíquica. 
La posición tópica y funcional de este espacio psíquico institucional interno-externo es comparable a la de la 
pulsió~. Se trata de dos conceptos-límites que articulan, por vía apuntalamiento, el espacio psíquico a sus 
dos bordes heterogéneos: el borde biológico, que la experiencia corporal actualiza, y el borde social, 
actualizado por la experiencia institucional. Estos fundamentos umbilicales del sujeto en su cuerpo y en la 
institución se pierden para su pensamiento: sostiene su relación de lo desconocido. 
El fantasma de la escena originaria es una tentativa de proporcionar una escena y una posición del sujeto en 
un origen a este irrepresentable externalizado. La invención del Progenitor originario, de la figura del 
Antepasado, es un anclaje subjetivizante, defensivo, contra esta pérdida de sí en un espacio que, si llega a 
desaparecer, nos pone frente al caos. 
 En las instituciones, el trabajo psíquico incesante consiste en reintegrar esta parte irrepresentable a la red de 
sentido del mito y en defenderse contra el "uno" [on] institucional necesario e inconcebible. 
El tercer conjunto de dificultades no concierne ya al pensamiento de la institución como objeto o como no sí-
mismo en el sujeto sino a la institución como sistema de vinculación en el cual el sujeto, es parte interviniente 
y parte constituyente. Pensar la institución requiere entonces el abandono de la ilusión monocentrista, la 
aceptación de que una parte de nosotros no nos pertenece en propiedad, por más que "donde la institución 
estaba, puede advenir Yo", en los límites de nuestro apuntalamiento necesario sobre aquello que, a partir de 
ella, nos constituye. La dificultad específica que estoy subrayando es más compleja que la de las relaciones 
bipolares interno-externo, continente-contenido, determinante-determinado, parte-conjunto; nos encontramos 
aquí en un sistema polinuclear y ensamblado en el cual, por ejemplo, el continente del sujeto (el grupo) es el 
contenido de un metacontinente (la institución); o también tenemos que vérnoslas con una organización del 
discurso que se determina en redes de sentido interferentes,cada una de las cuales organiza a su propio 
modo las insistencias del deseo y las ocultaciones de su manifestación. Debido a estas dificultades y los 
riesgos que las sostienen, en las instituciones se cumple un esfuerzo constante para construir una 
representación de las instituciones. Pero la mayoría de las representaciones sociales de la institución -míticas, 
científicas o militantes- hace la economía del pensamiento de la relación del sujeto con la institución. Su 
papel consiste en curar la herida narcisista, eludir la angustia del caos, justificar y mantener las costas de 
identificación, sostener la función de los ideales y de los ídolos. 
Este trabajo colectivo de pensar cumple una de las funciones capitales de las instituciones, consistente en 
proporcionar representaciones comunes y matrices identificatorias: proporcionar un estatuto a las relaciones 
de la parte y el conjunto, vincular los estados no integrados, proponer objetos de pensamiento que tienen 
sentido para los sujetos a los cuales está destinada la representación y que generan pensamientos sobre el 
pasado, el presente y el porvenir; indicar los límites y las transgresiones, asegurar la identidad, dramatizar los 
movimientos pulsionales ... 
Entramos en la crisis de la modernidad cuando hacemos la experiencia de que las instituciones no cumplen 
su fnción principal de continuidad y de regulación. Entonces las cosas dejan de funcionar por sí mismas: el 
trasfondo imperceptible de nuestra vida psíquica, administrado hasta entonces por los, garantes metafísicos, 
sociales y culturales de lacontinuidad y del sentido irrumpen violentamente en la escena psíquica y en la 
escena social. Las ciencias del hombre nacen del cuestionamiento de esta idea terrible, y tal vez suicida, de 
que el hombre no es ya la medida de todas las cosas, sino que es atravesado y manipulado por fuerzas de 
una envergadura mayor: la economía, el lenguaje, el inconsciente, la institución. Lo que culmina con los 
movimientos correlacionados y antagónicos del estructuralismo y de las erupciones vitalistas de los años 
sesenta se prepara en los duelos que la modernidad del fin del siglo XIX impone: los de , Dios, del Hombre y 
de las Civilizaciones. Como toda modernidad, nuestra modernidad descubre y denuncia los acuerdos tácitos 
comunes sobre los que reposan la continuidad de las instituciones y la matriz del sentido. 
Pero, lo mismo que las civilizaciones que ellas sostienen, las instituciones no son inmortales. El orden que 
imponen no es inmutable, los valores que proclaman son contradictorios y niegan lo que las funda. 
Tal descubrimiento no está exento de riesgo: experimentamos sus efectos en el fracaso de las funciones 
metapsíquicas de las instituciones y, ante sus incumplimientos, las atacamos porque hemos sido traicionados, 
entregados al caos, abandonados por ellas, cuya silenciosa presencia nis siquiera percibimos. 
Lo mudo y lo inamovible depositados en ellas se imponen, progresivamente, a nuestra conciencia como 
aquella parte de nosotros mismos que nos era ajena y que se había depositado allí. Pero este reconocimiento 
se efectúa en la efracción traumática, y su violencia paraliza nuestra capacidad de pensamiento, en el 
momento mismo en que nuevas estructuras institucionales son buscadas y puestas a prueba. 
Estamos siempre forzados, por consiguiente, a pensar la institución porque la institución no se impone ya 
contra la irrupción de lo impensado y del caos; porque nuestra relación práctica con las instituciones ha 
cambiado; porque se desacralizan y resacralizan incesantemente. En este marasmo donde emergen islotes 
de creación, a veces sostenidos por lo imaginario utópico y otras remachados fuera de la historia por la función 
del ideal, hacemos la experiencia de la locura común, de nuestra parte loca oculta en los pliegues de la 
institución: masividad de los efectos, machaqueo obnubilante y repetitivo de las ideas fijas, parálisis de la 
capacidad de pensamiento, odios incontenibles, ataque paradójico contra la innovación en los momentos de 
innovación, confusión inextricable de los niveles y los órdenes, sincretismo y ataques agrupados contra el 
proceso de vinculación y de diferenciación, acting y somatización violentas. Larga sería la lista de las 
emergencias disociadoras que el desconcierto institucional provoca; estos sufrimientos y esta patología son 
uno de los pasajes hacia el conocimiento moderno de la dimensión psíquica de la institución. Nos ponen de 
entrada frente a la angustia que suscita el acrecentamiento de energía desligada que la desagregación de la 
institución pone en movimiento, quaerens quem devoret, lo cual revela su función de vinculación. No podemos 
pensar este nivel de la función psíquica de la institución fuera de la experiencia perturbadora de su fracaso. 
Tal es el cruel, de este conocimiento. La prima de reconocimiento estádada en el placer de la invención de 
nuevos espacios de vinculación, en la emergencia de nuevas formas de vínculos y de pensamiento, en el uso 
de nuevos depósitos y por la reconstiiución de trasfondos psíquicos. 
Pero no podemos seguir creyendo como creíamos antes: estamos avispados y, sin embargo, enteramente 
dispuestos a recomenzar la aventura y a tomar conciencia de esa parte siempre desconocida de nosotros, 
que quizás ha de revelarse finalmente en su verdad. 
En este difícil recorrido tal vez hayamos descubierto que hemos estado oscilando entre dos ilusiones y que 
nos hemos esforzado por inscribirlas. en la historia: la primera es que la institución está hecha para cada uno 
de nosotros personalmente, como la Providencia; la segunda, que es propiedad de un amo anónimo, mudo y 
todopoderoso, como Moloch. Rechacemos la una y la otra: la institución nos pone frente a una cuarta herida, 
en total: es también una herida narcisista, que se suma a las que los descubrimientos de Copérnico, Darwin 
y Freud infligieron a la idea del hombre, descentrándolo de su posición en el espacio, en la especie y en su 
concepción de sí mismo. Hemos tenido que admitir que la vida psíquica no está centrada exclusivamente en 
un inconsciente personal, que sería una especie de propiedad privada del sujeto singular. Paradójicamente, 
una parte de él mismo, que lo afecta en su identidad y que compone en inconsciente, no le pertenece en 
propiedad, sino a las instituciones en que él se apuntala y que se sostienen por ese apuntamiento. Pero 
cuidémonos de cultivar la herida: el descubrimiento de la institución no es solamente el de una herida 
narcisista, es también el de los beneficios narcisistas que sabemos extraer de las instituciones, a un costo 
variable, que comenzamos precisamente a evaluar. 
 
2. La cuestión de la institución en el campo del psicoanálisis. 
 
Al mismo tiempo que los conceptos y la práctica del psicoanálisis nos esclarecen en nuestra tentativa de 
pensar las apuestas psíquicas que están en juego en la institución, surgen obstáculos específicos para 
elaborar el status psicoanalítico de la cuestión de la institución. Mi hipótesis es que las dificultades que 
presenta el concebir psicoanalíticamente la institución psicoanalítica son solidarias con las que aparecen 
cuando intentamos articular la relación de la institución con el proceso y las formaciones deI inconsciente, 
con las subjetividades que allí les corresponden y con los espacios psíquicos comunes que ella presupone y 
forma. Concebir psicoanalíticamente la institución psicoanalítica consiste en descubrir en el campo del trabajo 
psicoanalítico aquello que del inconsciente y de sus efectos es ligado por los analistas en la institución, y en 
detectar sus efectos en la práctica y en la teoría. 
Al lado de las dificultades comunes de las que acabo de hablar y para cuyo análisis ciertas prácticas 
psicoanalíticas aportan un esclarecimiento nada desdeñable -por ejemplo, el análisis de las formaciones 
grupales y familiares, el análisis de las psicosis y el enfoque psicoanalítico del autismo, ciertos dispositivos 
de trabajo psicoanalítico en las instituciones de asistencia psíquica-, existe una dificultad específica en lo 
referente a asignar un status teórico y metodológico a un objeto cuya consistencia no se puede comprobar en 
el encuadre paradigmático de la cura típica. Por consiguiente, los conceptos elaborados en el marco de la 
cura deben ser utilizados, legítimamente, en condiciones que mantengan su pertinencia cuando se aplican a 
la inteligibilidad de objetos puestos a prueba y pensados en otro dispositivo. 
 ¿Cuáles son las condiciones para que se constituyan una teoría y una práctica psicoanalíticas de la institución? 
Pregunta compleja y de múltiples facetas: ¿en qué condiciones es sostenible que la institución en cuanto tal 
puede ser un objeto teórico y concreto del psicoanálisis? ¿Bastará admitir que puede constituirse como un 
marco o un dispositivo para un trabajo de inspiración psicoanalítica con sujetos singulares? Para sostener la 
primera posibilidad hay que definir las características de un objeto analizable y de un dispositivo apto para 
manifesstar los efectos del inconsciente operando en ese objeto y capaz de producir efectos de análisis. 
¿Para cuál demanda? ¿La de la institución como conjunto (objeto "analizable") y/o la de sus constituyentes? 
La misma cuestión se plantea, en términos sensiblemente idénticos; para el análisis de la familia o del grupo. 
Algunos psicoanalistas han intentado efectuar ese trabajo: F. Fornari y J. P. Vidal abren en el presente volumen 
algunas perspectivas.1 La dificultad comoque subrayan es la de especificar qué posición tienen en él el 
inconsciente y su hipotético sujeto. 
En cuanto a la segunda posibilidad de que la institución constituya un marco posible para un trabajo de 
inspiración psicoanalítica, la práctica lo ha impuesto, como Freud mismo lo había deseado y predicho, no sin 
que hayan sido elaborados suficientemente algunos problemas principales: el de las modalidades específicas 
de organización de la contratransferencia y de la transferencia, y por consiguiente de las resistencias, dentro 
de un tal espacio psicoanalítico contenido en un espacio heterogéneo. Pero se trata de un conjunto de 
cuestiones que merecerían un estudio particular.2 
Una dificultad específica para incluir la institución como objeto posible en el campo del psicoanálisis depende 
del hecho de que ella es un objeto heterogéneo respecto de ese campo --como en su lugar propio el mito o 
el arte--y obedece a leyes propias de su orden. 
Una formación de la sociedad y de la cultura. La institución es, antes que nada, una formación de la sociedad 
y de la cultura, cuya lógica propia sigue. Instituida por la divinidad o por los hombres, la institución se opone 
a lo establecido por la naturaleza. 
La institución es el conjunto de las formas y las estructuras sociales instituidas por la ley y fa costumbre: regula 
nuestras relaciones, nos preexiste y se impone a nosotros: se inscribe en la permanencia. Cada institución 
tiene una finalidad que la identifica y la distingue, y las diferentes funciones que le son confiadas se encasillan 
grosso modo en las tres grandes funciones que, según G. Dumézil sirven de base a las instituciones 
indoeropeas: las funciones jurídico-religiosa las defensivas o de ataque, y las productivas-reproductivas. Si 
bien Júpiter, Marte y Quirino, encamaban pata la sociedad romana cada una de estas funciones hay que 
admitir que un número considerable de instituciones requieren el patrocinio de la trinidad latina en pleno: las 
instituciones asistenciales, que en la cultura moderna de los terapeutas tienden a convertirse en el paradigma 
de la Institución, han cumplido y cumplen todavía evidentemente funciones mixtas y complejas.3 Pero en tanto 
que la plurifuncionalidad tradicional de las instituciones (por ejemplo, las instituciones caritativas o educativas 
de la Iglesia) integraban actividades, normas y reglas subsumidas bajo valores y funciones en última instancia 
religiosos y se identificaba como una expresión de la institución eclesial, parte integrante del orden social y 
cultural, la plurifuncionalidad moderna no tiene ya un referente integrador que sostenga el consenso de la 
representación mítica compartida, la función indiscutible del ideal, el proceso implícito de regulación social. 
Sobre este tríptico la institución asegura su subsistencia y constituye para sus sujetos el trasfondo de 
conformidad sobre el que se inscriben los movimientos de su historia y de su vida psíquica. 
A esta presentación general de la institución como formación social y cultural quema aportarle dos distinciones 
importantes. La primera, establecida por C. Castoriadis (1975), opone y articula lo instituyente y lo instituido. 
Esta oposición cobra sentido en el marco de un análisis donde, más allá del papel socioeconómico de la 
institución, el acento recae sobre "la manera de ser bajo la cual ella se da, a saber, lo simbólico” (ob. cit., 
pág.162). Lo imaginario es la capacidad original de producción y de movilización de los símbolos que, en el 
orden social, están ligados a la historia y evolucionan. Lo imaginario, en este sentido, es la atribución de 
significaciones nuevas a símbolos ya existentes. Castoradis establece el caracter fundamentalmente “bífido”, 
social e individual, de lo imaginario. 
Lo imaginario individual (o radical) “preexiste a, y preside, toda organización, aún la más primitiva, de la 
pulsión ... La pulsión toma prestada “en el comienzo” su delegación por representación a un fondo de 
representaciones originarlas” (ob. cit., pág. 388). Lo imaginario social, con la necesidad de la organización y 
de las funciones, está en la fuente de la institución y en la base de la alienación: la alienación es el momento 
en que lo instituido domina a lo instituyente: "La alienación es la autonomización y la dominancia del momento 
imaginario en la institución, que produce la autonomización y la dominancia de la institución respecto de la 
sociedad. Esta autonomización de la institución... supone también que la sociedad vive sus relaciones con las 
instituciones en el modo de lo imaginario; dicho de otra manera, no reconoce en lo imaginario de las 
instituciones su propio producto" (ibíd, pág. 184). Lo imaginario social no es inmutable, es actor y motor de 
la historia. Lo social histórico es un producto de lo imaginario social. 
La segunda distinción opone y articula institución y organización. Es una categoría con la que están 
familiarizados los psicosociólogos (cf. G. Lapassade, 1974), y numerosos psicoanalistas interesados en el 
 
1
El lector hallará en la tesis doctoral de tercer ciclo de J.-P. Vidal (1982)un examen crtitico de las coodiciones que requiere el trabajo 
psicoanalítico en los grupos institucionales. Vidal ha expuesto sus principales ideas en dos contribuciones (1984, 1987), la segunda 
de las cuales se reproduce en esta obra 
2
Entre los autores que han abordado el tema citaremos a V. Girard (l975), J.C.Rouchy (1982): J. Ardoino, J. Dubost y Cols.(1980). 
3 En la actualidad, el fenómeno es quizá más notorio en las instituciones de la producción que cumplen funciones 
“marciales”(estrategias y tácticas industriales en el contexto de la “guerra” económica) jupiterianas (cultura del ideal de la empresa). 
hecho social la han tomado en consideración (J. Bleger, 1970; J.C. Rouchy, 1982; E. Enriquez, 1983, 1987). 
La organización tendría un carácter contingente y concreto, dispondría no de finalidades sino de medios para 
lograrlas. Bleger propone considerar la organización como la disposición jerárquica de las funciones en un 
conjunto definido. Hay que estar, pues, atento a la sinergia entre institución y organización y a su 
conflictualidad potencial. Pero Bleger subraya también una tendencia general de la organización a 
marginalizar la institución: por ejemplo, en una institución asistencial, el objetivo terapéutico de la institución 
está tendencialmente subordinado a las finalidades de la organización, que se autonomiza en cuanto 
funcionamiento específico: se instala la burocratización, que hace prevalecer la interacción por sí misma sobre 
el proceso terapéutico, llegando hasta a atacarlo. Se diría, en el lenguaje de C. Castoriadis, que lo instituido 
suplanta y reduce la función instituyente de la institución. Subrayo estas distinciones capitales porque son 
necesarias para entender el orden propio de la institución: sobre los procesos que ellas designan se articulan 
funciones psíquicas importantes: la inversión institucional es una de las figuras análogas a la inversión 
psíquica. Lo que puede llamarse “sufrimiento institucional”, aceptando la polisemia de este adjetivo, se 
encuentra ligado con ella. 
Una formación psíquica. La institución no es solamente una formación social y cultural compleja. Al cumplir 
sus funciones correspondientes, realiza funciones psíquicas múltiples para los sujetos singulares, en su 
estructura, su dinámica y su economía personal. Moviliza cargas y representaciones que contribuyen a la 
regulación endopsíquica y aseguran las bases de la identificación del sujeto al conjunto social; constituye, 
como volveré a destacarlo, el trasfondo de la vida psíquica en el que pueden ser depositadas y contenidas 
algunas partes de la psique que escapan a la realidad psíquica. Los trabajos decisivos y clásicos de E. Jaques 
(1955) y de I. Menzies (1960) mostraron qué funciones metadefensivas podía cumplir la institución frente a 
las angustias psicóticas (que poruna parte ella moviliza y trata para su propio fin). Definimos de esta manera 
mi primer espacio de análisis y trabajo psicoanalíticos: versa clásicamente sobre la relación objetal en la 
institución, sobre la constitución de las identificaciones imaginarias y simbólicas, sobre la relación con el 
encuadre y con la ley, sobre las transferencias de funciones. Es éste un punto de vista, enriquecido por el 
enfoque de las psicosis, los grupos y las familias, que se centra en el sujeto singular en su relación con la 
institución,considerada ya como objeto en el campo psíquico, ya como extensión del encuadre y borde del 
campo psíquico. 
Un segundo espacio de análisis se abre con la hipótesis de que la vida psíquica misma supone la institución 
y que ésta es una parte de nuestra psique. Esta proposición central no es un enunciado de nuestra 
modernidad: ésta no hace más que verificarla y precisarla. Freud es el primero en enunciar su principio, y lo 
ilustra en varios textos, especialmente en Tótem y tabú y en Psicología de las masas. En la conclusión del 
capitulo 2y en las {ultimas paginas de Tótem y tabú, Freud sostiene la tesis de que el inconsciente está 
constituido En parte por la transmisión intergeneracional de las formaciones y procesos psíquicos. En 1923 
reafirmará esta tesis. La hipótesis de la psique colectiva (Massenpsyche, Volk-seele, Massenssecle) explica 
no solamente la continuidad de la vida psíquica de la transmisión de las huellas, sino de la formación misma 
del inconsciente: “Por fuerte que sea la represión”, escribe, “una tendencia no desparece nunca hasta el punto 
de no dejar tras sí un sustituto de alguna clase, el cual, a su vez, se convierte en el punto de partida de ciertas 
reacciones. Nos vemos, pues, obligados a admitir que no hay proceso psíquico de alguna importancia que 
una generación pueda sustraer a la que sigue" (G.W., IX, 191). Freud postula que para que esta transmisión 
se efectúe, cada cual posee en su inconsciente un aparato para significar/interpretar (ein Apparat zu deuten), 
para encaminar y corregir las informaciones que los otros imponen a la expresión de sus movimientos 
afectivos. Paralelamente, la obra muestra cómo se forma la institución originaria de la sociedad humana: 
memoria y memorial del asesinato fundacional; estructuración de los vínculos de pertenencia mediante la 
identificación con el tótem; instauración del tabú, transmisión del relato por vía mítica y mediante el aparato 
de interpretar y significar las costumbres, las ceremonias, los preceptos y las representaciones construidas 
después del asesinato originario. 
Psicología de las masas y análisis del yo admitirá sin justificación la institución como dato primario de la 
identificación y la formación del yo. Freud no se engañó en cuanto a ese, estar siempre ahí, primario, es decir, 
para el inconsciente inmortal, de la institución. Funda su análisis de las relaciones entre las identificaciones y 
la formación del yo sobre el estudio de dos instituciones fundamentales, el Ejército y la Iglesia. Frend no 
analiza tal ejército o tal iglesia, sino la forma permanente e inmortal que adoptan el Ejército o la Iglesia para 
el inconsciente. Estas formas institucionales, prototípicas, no son demostradas, sino dadas. Según se sabe, 
porque actualmente se lo lee con mayor frecuencia que hace algunos años, el texto de 1920-21 comienza 
con esta declaración que no puede ser tomada por un simple enunciado de psicoanálisis aplicado: "La 
oposición de la psicología individual a la psicología social o psicología de las masas, que puede parecemos 
muy significativa a primera vista, pierde bastante de su nitidez cuando se la examina en profundidad. La 
psicología individual está ciertamente fundada en el hombre singular, y trata de saber por qué caminos éste 
intenta obtener la satisfacción de sus mociones pulsionales, pero al proceder de esta manera no logra más 
que raramente, en condiciones excepcionales, hacer abstracción de las relaciones de ese sujeto singular, (der 
Einzelne) con otros individuos. En la vida psíquica del sujeto singular el Otro interviene muy regularmente 
como modelo, sostén y adversario, y a esto se debe que la psicología individual sea simultáneamente, desde 
el comienzo, una psicología social en este sentido ampliado pero justificado" (G. W., XIII, 73). 
Se podrían evocar aquí otros textos fundamentales. Todos ellos subrayan la doble condición del individuo, 
que Freud señala en su texto de 1914, Introducción del narcisismo: "El individuo lleva efectivamente una doble 
existencia, en cuanto es en sí mismo su propio fin y en cuanto es miembro de una cadena a la que está 
sometido, si no en contra de su voluntad, por lo menos sin la participación de ésta" (G. W., X, 143). Freud 
muestra constantemente, en éste y otros textos, que ambas condiciones se comunican: el narcisismo primario 
se apoya sobre el narcisismo de la cadena familiar, intergeneracional, institucional (narcisismo de las 
pequeñas diferencias). Es aquí central la cuestión del apuntalamiento, del doble apuntalamiento de la realidad 
psíquica en sus dos bordes, corporal e institucional. 4 
Como el otro, la institución precede al individuo singular y lo introduce en el orden de la subjetividad, 
predisponiendo las estructuras de la simbolización: mediante la presentación de la ley, mediante la 
introducción al lenguaje articulado, mediante la disposición y los procedimientos de adquisición de los puntos 
de referencia identificatorios. 
Pero la institución es también el espacio extrayectado de una parte de la psique: es a la vez afuera y adentro, 
en la doble condición psíquica de lo incorporado y del depósito; es el trasfondo del proceso, pero no podría 
ser indiferente al proceso mismo. Por estos dos procedimientos es como el sujeto es sujeto, de la institución 
y la institución consiste en una doble\ función psíquica: de estructuración y de receptáculo de lo indiferenciado. 
Una tercera zona de trabajo y de investigación se abre al tomar en consideración el espacio psíquico propio 
de la vida institucional. Se admitirá aquí que, para cumplir sus funciones específicas, no psíquicas, la 
institución tiene que movilizar formaciones y procesos psíquicos, y que los que ella contribuye a formar, o que 
recibe en depósito (y que con ello determina), serán solicitados de manera muy particular. Se admitirá, sobre 
todo, que la vida pulsional produce y mantiene formaciones psíquicas originales para sus propios fines. Esto 
significa que se trata de formaciones que corresponden a la doble parte constituyente y apropiante de ella. 
Estas formaciones originales, mixtas, no son necesariamente formaciones compuestas o formaciones de 
compromiso, aunque pueden asumir este valor en la dinámica y la economía ,psíquica compartida y común 
que exige y que administra el hecho institucional. Estas formaciones constituyen la posibilidad de espacios 
psíquicos conocidos y compartidos. Suponen la construcción, utilización o regulación de un aparato psíquico 
de enlace, transmisión y transformación, cuyo prototipo he elaborado en el concepto (que me satisface por su 
capacidad metafórica) de aparato psíquico grupal (o del agrupamiento). El concepto de aparato psíquico del 
agrupamiento permite pensar el, ordenamiento específico de la realidad psíquica del sujeto singular con el 
conjunto intersubjetivo del que forma parte y al que da consistencia. Desde ese momento se organizan dos 
niveles lógicos que el análisis debe tomar en consideración y de los cuales debe dar cuenta: el de la realidad 
psíquica del sujeto singular y el de la realidad psíquica que emerge como efecto del agrupamiento. Las 
formaciones originales que se producen en esta relación, que un enfoque diferencial tiene que poder 
caracterizar como las del agrupamiento de familiares, del agrupamiento de extraños o de la institución, tienen 
todas como rasgo específico el hecho de que articulan los espacios y las lógicas en parte heterogéneas: los 
que rigen la realidadpsíquica del sujeto singular y la realidad psíquica producida por el conjunto 
Lo que llamo aparato psíquico del agrupamiento, alianzas inconscientes y cadena asociativa grupal son 
construcciones destinadas a dar cuenta de las formaciones y procesos psíquicos, inconscientes movilizados 
en la producción del vínculo y del sentido. Se podrá poner a prueba la validez de esta hipótesis a propósito 
de aquello que, en las instituciones, funciona como el organizador psíquico inconsciente, como el síntoma 
compartido o como el significante común. 
Tales formaciones aseguran la articulación entre la economía, la dinámica y la tópica del sujeto singular, por 
una parte, y la economía, la dinámica y la tópica psíquicas formadas por y para el conjunto. 
Freud nos introdujo en este procedimiento en varias ocasiones; subrayaré dos de ellas que esclarecen mi 
propósito. La primera en 1914, en el texto sobre el narcisismo: la concepción que propone del ideal del yo es 
precisamente la de una de estas formaciones intermediarias o bifrontes que retienen mi atención. Escribe: "El 
ideal del yo abre importantes perspectivas para la comprensión de la psicología de las masas. Además de su 
aspecto individual, este ideal tiene un aspecto social: es el ideal que reúne una familia, una clase, una nación". 
La segunda es cuando, en Psicología de las masas y análisis del yo nos propone el paradigma del síntoma 
compartido y del significante común que proporciona la base de las identificaciones histéricas en las 
instituciones de jovencitas. Tales formaciones tienen por efecto el reforzamiento narcisista de la parte y del 
conjunto, proporcionan las referencias identificatorias y el rasgo común (der einziger Zug) de las 
identificaciones imaginarias mutuas. 
Quisiera subrayar que la perspectiva que trazo no opone por principio el individuo y la institución (o el grupo), 
como el elemento y el grupo. Apunta más bien a investigar las articulaciones en los espacios psíquicos y a 
detectar allí los efectos del inconsciente. Esto importa no localizar el inconsciente en el espacio del sujeto 
singular (o del individuo en tanto tal, para retomar la fórmula freudiana) sino en los lugares liminares donde 
 
4 Expuse y fundamenté este punto de vista en un estudio sobre el concepto de apuntalamiento o apoyo en el conjunto del pensamiento 
de Freud (Kaës, R.1 1985: «Etayage et structuration du psychisme”). Me refiero al a un apuntalamiento en el sentido que le da Freud, 
no sólo en Tres ensayos de la teoria sexual (1905), sino también en los desarrollos posteriores de su pensamiento e incluso en sus 
últimos escritos. Junto al apoyo de ciertas formaciones psíquicas en "'las funciones corporales necesarias para la vida”, Freud desarrolló 
la concepción del apoyo de otras formaciones psíquicas en las instituciones de la cultura y del vinculo social. 
se producen los pasajes constitutivos de la realidad psíquica: por consiguiente, y para una parte todavía 
desconocida,en las formaciones del vínculo ínter y transubjetlvo o en los espacios a-subjelivos del cuadro 
institucional. 
Si me coloco del lado del sujeto singular, la oposición del elemento y el conjunto constituye, y eventualmente 
divide, su espacio psíquico. Cada sujeto singular logra, en mayor o menor medida, hacer coexistir y satisfacer 
las exigencias económicas, dinámicas y tópicas de las lógicas cruzadas del individuo que persigue su propio 
fin y de la cadena a la que está sujeto. 
 
Formaciones y procesos heterogéneos. La institución vincula, reúne y administra formaciones y procesos 
heterogéneos: sociales, políticos, culturales,económicos, psíquicos. Lógicas diferentes funcionan allí en 
espacios que se comunican e interfieren. Esta es la razón de que puedan inmiscuirse y prevalecer, en la lógica 
social, de la institución, cuestiones que provienen del nivel y de la lógica psíquicos. Esta constituye, además, 
el lugar de una doble relación: del sujeto singular con la institución y de un conjunto de sujetos ligados por y 
en la institución. 
En este sentido, si bien me parece legítimo considerar que todo emergente psíquico posee a priori un valor 
de síntoma significalivo para el conjunto institucional, considero que el nivel donde aquél se origina y la función 
no psíquica que cumple quedan siempre por establecer, como una cuestión abierta. Es posible que ciertos 
problemas políticos se expresen en el registro del síntoma psíquico. Pero sería. arriesgado desconocer que 
precisamente un trabajo de los conjuntos heterogéneos dotados de espacios psíquicos comunes consiste en 
reducir lo heterogéneo en beneficio de lo homogéneo, sostener el principio de la causa única y de la función 
del Ideal, reducir la desviación y la disonancia cognitiva, privilegiar las funciones metonímicas en las 
relaciones de la parte con el todo, del elemento con el conjunto, reducir los embrollos de la heterotopía al 
espacio uniforme, de la isotopía. En este trabajo son empleados todos los procesos productores de 
indiferenciación y de homogeneización, y el ojo advenido aprende a reconocer los elementos heteróclitos 
conglomerados o yuxtapuestos, como lo que en arquitectura se llaman "reempleos", huellas de monumentos 
desarmados y utilizados en la edificación nueva. De la misma manera, en las instituciones una gran parte de 
las cargas psíquicas está destinada a hacer coincidir en una unidad imaginarla estos órdenes lógicos 
diferentes y complementarios, para hacer desaparecer la conflictividad que contienen. Las instituciones 
fomentan la sinergia de todas estas cargas y de todas las formaciones que producen la ilusión de la 
coincidencia y mantienen la relación isomórfica entre los individuos y su grupo, hasta que la irrupción violenta 
de lo reprimido o lo negativo hace volar en fragmentos los pactos inconscientes que sellan el consenso y, 
disociando el ensamblamiento del grupo, revela las lógicas distintas que estaban disimuladas en las 
formaciones comunes, tan necesarias para el sujeto singular como para el conjunto de donde procede y que 
él compone. 
Por el contrario, la capacidad de las instituciones para tolerar el funcionamiento de los niveles relativamente 
heterogéneos, para aceptadas interferencias de lógicas diferentes, constituye la base de su función metafórica. 
Esta capacidad posibilita la constitución de un espacio psíquico diferenciado; restituye la perspectiva y el 
espesor de una historia cuyos actores son también elfos de órdenes diferentes, así como un palimpsesto 
inscribe, sin borrarlos totalmente, los trazos de las escrituras sucesivas. 
El trabajo psicoanalítico con las instituciones puede tener como objetivo, y a veces corno efecto, restablecer 
esta capacidad metafórica. Estas proposiciones habrán puesto suficientemente en evidencia, según espero, 
la sobredeterminación, la plurifuncionalidad, la diversidad de las escenas psíquicas que la institución hace 
funcionar. La institución es un polítopo, un múltiplo con muchos espacios heterogéneos que mantiene unidos 
de una manera a veces inextricable. 
La multiplicidad de los niveles lógicos, de las economías y de las dinámicas que se desarrollan produce 
diferentes efectos: efectos de administración o de transferencia entre, por ejemplo, el nivel del sujeto singular 
y el del conjunto, conjunto que a su vez puede implicar ensambles de formación (grupo, institucíón) o montajes 
paralelos (familia,institución) efectos de conflictualidad o de reducción de la desviación entre los objetivos o 
los medios de las instancias constitutivas del conjunto (institución, organización, grupos de sujetos, sujeto 
singular): o de efectos de sinergia y de ensamble ordenados o invertidos de Los niveles, En el trabajo con las 
instituciones nos vemos enfrentados a esta sobredeterrninadón, a esta politopía, a estas formaciones 
psíquicas originales, algunos de cuyos efectos expondré ahora. Una parte esencial del trabajo sobre el 
sufrimiento psíquico que deriva de la vida institucionalversa sobre el montaje de un dispositivo apto para 
neutralizar algunos de estos espacios, con el fin de que los efectos de resistencia, mediante el desplazamiento 
en el polítopo, la reutilización de enunciados caducos, la confusión de los niveles lógicos, puedan ser 
detectados y produzcan efectos de análisis. 
 
II. FORMACIONES INTERMEDIARIAS Y ESPACIOS COMUNES DE LA REALIDAD PSÍQUICA. 
 
Intentaré pues, analizar, en función de las relaciones cruzadas que supongo entre espacios psíquicos 
parcialmente heterogéneos (si el grupo es como un sueño, el sueño no es el grupo,ni el grupo un sueño) y 
entre espacios psíquicos y espacios no psíquicos (la institución está atravesada por órdenes diferentes, a los 
cuales corresponden lógicas diferentes: sociales, políticas, psíquicas), la doble articulación entre esos 
espacios interferentes que resultan vinculados por el hecho institucional. De todas maneras, mi trabajo se 
centrará ante todo en las formaciones y los espacios psíquicos comunes que la institución fomenta, produce 
y administra, a partir de las cargas que ella exige de sus sujetos. Recíprocamente, los intereses y los 
beneficios que éstos encuentren allí, el sufrimiento y el goce que experimenten en ello, tendrán que 
igualmente ser evaluados. 
Este análisis podría desarrollarse tomando en cuenta las estrategias de desviación de las cargas psíquicas y 
de los medios institucionales en beneficio de algunos de sus componentes o de la institución considerada 
como un todo. Esto implicará dar cuenta de los derivados y las desviaciones que componen, no sin algunos 
intentos perversos, ciertos aspectos de la dinámica institucional. Será dar cuenta de las fuerzas opuestas que 
operan sobre la institución: unas trabajan para unificar, esencialmente por medio del desarrollo de la función 
del ideal, de representaciones de la causa única de sinergias de carga libidinal; otras trabajan en favor de la 
diferenciación y la integración de elementos distintos en unidades cada vez mayores; otras, por el contrario, 
promueven el retorno a lo indiferenciado, la reducción de las tensiones; otras, por fin, la destrucción y el 
ataque. 
Pero un análisis de esta naturaleza, que aclara aspectos fundamentales de la vida psíquica en la institución, 
presenta el riesgo de dejar de lado la economía cruzada de las cargas psíquicas que ligan, en el interior del 
agrupamiento institucional, el interés de las partes y el del conjunto que constituyen y del cual reciben su 
existencia, o por lo menos, aspectos fundamentales de su existencia. 
 
Formaciones psíquicas intermediarias entre el sujeto singular y los otros. Procederé a este análisis utilizando 
un número restringido de conceptos que tienen en común el designar formaciones intermediarias entre el 
espado psíquico del sujeto singular y el espacio psíquico constituido por su agrupamiento en la institución. 
Tales formaciones, cuya indagación apenas ha sido iniciada, son aquellas formaciones psíquicas originarias 
que no pertenecen como propiedad ni al sujeto singular ni al grupo, sino a la relación entre ellos. Un ejemplo 
lo constituye lo que Freud designa desde 1913 (Tótem y tabú) hasta 1921 (Psicología de las masas y análisis 
del yo) el Mittler o Vermittler: el ministro, jefe, conductor o leader cumple funciones psíquicas de intermediación 
y encarna esta función5 Lo mismo vale para el portavoz o portapalabra (E. Pichon-Rivière). 
Un rasgo constante y determinante de estas formaciones es su carácter bifronte, la reciprocidad que inducen 
entre los elementos que las ligan, la comunidad que consolidan mediante pactos, contratos y consenso 
inconscientes; articulan de esa manera las relaciones del elemento y el conjunto en figuras diversas: de 
ensamble, de inclusión mutua, de co-inherencia o de inversión continua (según el modelo de la banda de 
Moebius ). 
Procediendo de esta manera, limitaré provisionalmente el campo de mi trabajo, con la esperanza de que 
indirectamente serán aclaradas las funciones psíquicas de la instituciones y la parte institucional de nuestro 
psiquismo. Algunas .funciones psíquicas que parecían pertenecer solamente a un término del conjunto (por 
ejemplo, la función, de marco o de contenedor, en una institución asistencial atribuida al equipo terapéutico) 
aparecerán como una formación común de intermediación, a cuyo mantenimiento contribuye directa o 
indirectamente el conjunto de los elementos, según las necesidades y las vicisitudes de su ubicación en la 
estructura de la institución o su configuración psíquica propia. Retomemos el ejemplo del marco 6 y el 
contenedor: su existencia supone la reciprocidad de funcionamiento con otros marcos u otros contenedores 
o el ensamble de sus relaciones.El marco del grupo terapéutico está en una relación de ensamble y de 
reciprocidad con el marco de la institución misma y con el marco interno (comprendido el teórico) 
del· terapeuta. Cada uno a su manera (incluidos los encargados de la insistencia) participa en el 
mantenimiento y la reciprocidad de los marcos, aunque al mismo tiempo sus relaciones son antagónicas 
(marco administrativo de la institución versus marco terapéutico) y complementarias. Cuando el marco es 
atacado, cualquiera sea el nivel, los efectos repercuten en los diferentes elementos que él enlaza: tenemos 
el hábito de estar atentos a los efectos catastróficos para el sujeto singular; tenemos que considerar, las 
consecuencias para las modificaciones estructurales que: afectan la base física del hecho institucional y que 
ponen al conjunto de sus componentes frente al retorno disgregante de las partes indiferenciadas y no 
integradas que están depositadas en lugares diferentes del marco. A esto se debe que yo sostenga el punto 
de vista de que ciertas funciones psíquicas confiadas de manera estática a un elemento de un conjunto o al 
conjunto deben ser tratadas en sus relaciones recíprocas. 
Las formaciones intermediarias que quisiera presentar contribuyen al fundamento psíquico de los conjuntos 
sociales, a la vez que constituyen el fundamento de nuestra psique. Tienen que ver con el reparto del placer 
y los medios puestos en común mediante la realización del deseo, la renuncia pulsional exigida por el 
advenimiento de ta comunidad y la seguridad de sus sujetos; la reciprocidad de las cargas narcisistas y de 
las representaciones, que aseguraran la continuidad del trasfondo colectivo sobre el cual se despliega la 
pertenencia y la identidad; por último, el acuerdo inconsciente sobre lo que debe mantenerse en la represión 
 
5 El lector puede consultar un artículo en el que analizo la categoría del intermediario en el pensamiento de Freud, de Winnicott y de 
Roheim e intento definir su empleo en el campo intrapsíquicos y en el espacio psíquico del grupo (Kaës, R. 1985 y accesoriamente 
1983) 
6 Respecto de la función del marco de la institución, véase los trabajos de J.J. Baranès (1984) y R. Moury (1977, 1981) 
o fuera de toda representación para que las condiciones psíquicas y sociales del vínculo se mantengan en la 
forma de agrupamiento que lo constituyó. Cada una de estas formaciones asegura, solidariamente con las 
otras, las condiciones psíquicas de la existencía y la vida de la institución. Contribuyen a su permanencia y a 
su capacidad para engendrar la continuidad; a su estructura y a su capacidad estructurante; a la realización 
de su cometido primario (L. Menzies, 1960), y por consiguiente a fa definición de su identidad. 
Toda crisis, toda falla de estas formaciones intermediarias, pone en cuestión la institución y la relación de 
cada uno con la institución; anula los contratos, pactos, acuerdos y consensos inconscientes; libera energías 
mantenidas en sus redes o paraliza cualquier invención vital de nuevas relaciones. La lógica de la · crisis y 
de las superaciones incluye, por consiguiente, niveles diferentes?7 y un análisis multifocal. 
Lo que nos preocupa aquí y reclama nuestro trabajo en las instituciones- el sufrimiento psíquico ligado con 
el hecho institucional y la liberación de potencialidades que contribuyen a la realización del cometido primario 
de la institución (cuidar, enseñar, producir) - podrá entonces aparecer en su singularidad. 
Ejemplo clínico: la colusión de los tiempos en una institución asistencial. Una situación clínica servirá de 
referencia empírica y de soporte crítico a la presentación de estas formaciones intermediarias. Se trata de 
una situación relativamente frecuente en las instituciones asistenciales cuya fundación responde a una 
innovación en el proyecto y las modalidades psicoterapéuticas. Por eso la encontramos frecuentemente en 
ciertos hospitales de día o en cualquier otra estructura, cuando llega el momento de la partida de los primeros 
enfermos. Este suceso hace aparecer, de una manera crítica, la mayor parte de las formaciones intermediarias 
que ligan el espacio psíquico singular de los sujetos al espacio psíquico común de la institución: lo afecta, por 
consiguiente, en aspectos fundamentales de su vida. El fragmento que presento fue objeto de un análisis que 
intentó revelar la intrincación y el desligamiento de temporalidades individuales, grupales e institucionales en 
esta circunstancia.8 
 
"Durante siete años me entrevisté regularmente con los miembros del equipo asistencial de un hospital de 
día, para intentar analizar su funcionamiento grupal e institucional. El trabajo se llevó a cabo a partir de lo que 
dijo cada uno de ellos; 
"El Término de mi intervención se discutía cada año y en una de estas oportunidades habíamos convenido, a 
propuesta mía, la fecha de la última sesión. Entre los criterios que yo: me había fijado para decidir el fin de mi 
intervención había dado importante la especial a la elaboración de algunas altas de personal asistencial o de 
enfermos importantes para los miembros del equipo, la elaboración de la crisis de su proyecto terapéutico y, 
correlativamente, la reestructuración de su “novela institucional” y de sus ramificaciones ideológicas; había 
tomado también en cuenta el trabajo de desligamiento transferencial y contratransferencial, su capacidad de 
poner "en funcionamiento un dispositivo de trabajo de liberación respecto de los mecanismos repetitivos que, 
en el caso de ellos, como en el de los demás, especifican el funcionamiento grupal e institucional. Una vez 
fijada, la fecha del cese de mi intervención fue inmediatamente olvidada y denegada en varias oportunidades. 
"En el curso de los últimos meses, una parte del trabajo del equipo versó sobre la dificultad que éste 
experimentaba en separarse de algunos enfermos que habían ingresado en el hospital de día cuando éste se 
inauguró. Estaban en él desde el origen, como la mayor parte del personal asistencial y, con pequeña 
diferencia en el tiempo objetivo, como yo. El tiempo subjetivo de los asistentes coincidía con el de los enfermos 
y el de la institución misma; por lo que no es de extrañar que mi propia presencia haya sido relacionada con 
esta coincidencia en el imaginario acrónico de los orígenes: en otras instituciones análogas, cuando se me 
pidió que interviniera después de muchos años de funcionamiento, resultó que yo había estado siempre 
fantásticamente presente (por lo tanto, retroactivamente) desde el origen del hospital de día En efecto: el 
analista es invitado, o bien para refundar la institución imaginaria, o bien para ser delegado como testigo en 
la escena imaginaria que la funda, a fin de asegurar retrospectivamente que no hubo entonces ni violencia 
sexual ni muerte, o, puesto que existió asesinato y violencia sexual, para señalar los culpables y las víctimas. 
Sobre esta demanda, evidentemente, se constituye la resistencia, es decir, la transferencia. Y la 
contratransferencia. 
"Dejar marchar a los enfermos originarios ('co-fundadores' y 'co-fundados'), en el momento en que mi partida 
modificaba radicalmente el régimen de la temporalidad en el grupo era para los miembros del personal de 
asistencia perder el control sobre aquella parte de ellos mismos narcisizada y alienada en el origen grandioso 
de su fundación. Otro tanto significaba dejar por propia voluntad la institución: tal fue la fantasía que circuló 
durante algunos meses, reaparición más aguda de un fantasma más arcaico, el de ser absorbido o desecado 
por la institución, de no tener ya tiempo para uno mismo. 
"En estas condiciones, el trabajo de los últimos meses versó sobre la diferenciación de los tiempos subjetivos, 
sobre los fantasmas --detectables en la transferencia-- de abandono, de captación, de retención, sobre el 
vínculo originario fundador. El escalpelo pasé entre estos tiempos confundidos, y su rearticulación hizo 
retomar, en la depresión, el tiempo inmóvil del mito heroico del grupo originario: estar en la vanguardia de los 
nuevos métodos de atención psiquiátrica. El fantasma de escena originaria, en el que se fundían (fusión y 
 
7 El lector puede consultar el trabajo de J. Guillaumin (1979) sobre la metodología de las situaciones de crisis ensambladas. 
8 Véase Kaës, R. (l985b) ''Les temps du líen groupal". 
fundación) mutuamente, pudo ser aislado, y en parte analizado, en relación con los enfermos y en la 
transferencia. 
"Este trabajo de diferenciación de las temporalidades suscita considerable angustia en todos los grupos, y 
más aun en todas las instituciones, comprendida la familia, especialmente en los momentos del nacimiento, 
la adolescencia, la muerte de los padres. En la institución cada cual es amenazado por la equivalencia 
fantasmática entre la diferenciación temporal y la dislocación del marco. El espacio expresa aquí, 
regresivamente, el tiempo:parecería que conservar a los padres -sujetos del origen- fuera mantener en el 
espacio de la Unidad de Día el tiempo narcisista de la fundación. Como el inconsciente, la institución es 
inmortal en el fantasma de sus sujetos". 
 
1. El grupo como comunidad de cumplimiento del deseo y de la defensa. 
 
Recordemos ante todo la fundación freudiana de un pensamiento psicoanalítico sobre la institución: ella 
plantea la identificación como formación intermediaria que mantiene reunidos a los sujetos de la institución 
(el Ejército, la Iglesia - faltan la Empresa y la Universidad). Ella indica con una claridad notable lo que se 
pierde y se gana para el sujeto en este proceso y lo que de ello resulta en el conjunto así formado. 
Subrayemos luego lo que el trabajo de D. Anzieu ha puesto en evidencia, una vez superadas las resistencias 
para reconocerlo: el grupo, a la manera del sueño, es una modalidad principal del cumplimiento del deseo 
inconsciente. Los veinte años que han pasado después de esta tesis no han hecho más que confirmar su 
sólida fundamentación y han aclarado retrospectivamente más de un texto de Freud. Dos años antes de 1968, 
Anzieu decía que el grupo era un lugar para realizar deseos, para defenderse contra su realización. El año 
1968 ponía de manifiesto, a escala de la sociedad, de las instituciones, de los grupo y de los grupúsculos, las 
fuerzas actuantes en el agrupamiento. Por una parte, la celebración, por el grupo que se instituye y se 
desinstituye incesantemente, de la función creativa del imaginario social y de la realización de los deseos 
"individuales" en instituciones diferentes, que no conservarán más que su poder instituyente; por la otra la 
denuncia de la institución instituida, alienada y que perpetúa la rigidificación del movimiento social, la 
permanencia de los poderes coercitivos y la jerarquía de los valores susceptibles de oponer a la satisfacción 
del deseo. Celebración y denuncia simultáneas, en el momento en que las modalidades grupales de 
cumplimiento del deseo individual ponen a la vista la estructura mixta paradójica de las formaciones 
intermediarias, las lógicas cruzadas, los órdenes diferentes. Desorden. 
El agrupamiento asegura la comunidad del cumplimiento del deseo y de la defensa contra el deseo,puesto 
que existe más de una analogía, pero no una identidad, entre la escena y los procesos del sueño y la escena 
y los procesos del agrupamiento. Didier Anzieu ha subrayado sobre todo los aspectos tópicos y dinámicos de 
estas relaciones: escenificación y dramatización de los deseos prohibidos y reprimidos y, funcionamiento de 
la censura. Por mi parte, he prestado atención a los mecanismos de producción comunes al sueño y al 
agrupamiento: condensación y formación de las personas-conglomerados, identificaciones narcisistas y 
objetales, desplazamiento, difracción y multiplicación de lo idéntico (R.Kaës, 1985d). 
Estos trabajos han dado pie a una reelaboración, dentro de la perspectiva del análisis de los fundamentos 
psíquicos del agrupamiento, de los análisis freudianos sobre las identificaciones histéricas y la comunidad de 
los síntomas, el contagio mental y la transmisión psíquica; se ve de esta manera que la transmisión 
intersubjetiva es una modalidad de cumplimiento del deseo, no solamente en la medida en que el sujeto se 
identifica con el deseo o con el síntoma de otro, sino porque existe allí un deseo compartido: el deseo del 
deseo del otro o el deseo de una defensa común contra el deseo 
En el capítulo 7 de Psicología de las masas y análisis del yo, Freud desarrolla este análisis: la identificación 
es aquello que es común a dos o a varios sujetos, lo que se coloca y se desplaza desde el uno hacia el otro. 
Freud se apoya en la referencia fundamental de Tótem y tabú. Lo que se transmiten los hermanos después 
de la muerte del padre originario es aquello que tienen en común, lo mismo que transmiten a su propia 
generación mediante el proceso de identificación: el interdicto de matar al animal totémico, en la medida en 
que representa al padre. Retoma luego el análisis de la formación del síntoma neurótico para mostrar cómo 
la comunidad de síntomas entre Dora y su padre y las identificaciones que la sostienen expresan la forma 
más precoz y más original del vínculo afectivo. En las condiciones propias de la formación del síntoma y la 
supremacía de los mecanismos del inconsciente, la elección del objeto se convierte en identificación al 
apropiarse cualidades del objeto. El síntoma permite encontrar nuevamente, por medio de la identificación, el 
vínculo con la persona amada. Pero mostrará también de qué manera la identificación prescinde de la relación 
objetal con la persona amada. Y da este ejemplo significativo que impone la institución como un lugar de 
trabajo de los procesos psíquicos fundamentales: 
"Una de las alumnas de un pensionado acaba de recibir una carta del 
hombre a quien ama secretamente, carta que suscita sus celos y a la 
que reacciona con una crisis de histeria; algunas de sus amigas, que 
están al tanto de los hechos, entran en la misma crisis por vía del 
contagio-psíquico. El mecanismo es el de una identificación fundada en 
la capacidad o la voluntad de ponerse en una situación idéntica. Las 
otras querrían tener también ellas una relación amorosa secreta y, por 
la influencia de la conciencia de culpa, aceptan también el sufrimiento 
que la acompaña. No sería justo afirmar que se apropian del síntoma 
por compasión. Por el contrario, la compasión nace solamente de la 
identificación, y la prueba es que tal contagio o imitación se produce 
también en circunstancias en que se admite entre dos personas una 
simpatía preexistente mucho menor que la que se establece 
habitualmente entre las amigas en un pensionado. Uno de los yoes ha 
percibido en el otro una analogía significativa en un punto, que en 
nuestro ejemplo es la misma disponibilidad afectiva; Sobre ella se forma, 
en ese punto, una identificación, y bajo la influencia de la situación 
patógena, esta identificación se desplaza sobre el síntoma que uno de 
los yoes ha producido. La identificación por el síntoma se convierte así 
en el inicio de un lugar de coincidencia de los yoes, lugar que tiene que 
mantenerse o reprimirse” (G. W., 118). 
 
El grupo -- en cuanto formación intermediaria -- es lo que en el seno de la institución vincula entre sí, en una 
realización de tipo onírico y por la comunidad de síntomas, fantasmas e identificaciones, a los sujetos de la 
institución, de manera que puedan cargar en ella sus deseos reprimidos y encontrar los medios deformados, 
desviados, disfrazados, de realizarlos o de defenderse contra ellos. De este modo se ligan a la institución, a 
su ideal, su proyecto, su espacio. 
El fundar una institución, hacerla funcionar, transmitirla no puede estar sostenido más que por organizadores 
inconscientes en los cuales se encuentran aprehendidos deseos que la institución permite realizar. El ejemplo 
clínico que he propuesto nos orienta por este camino: lo que revela la inminencia del alejamiento de los 
enfermos "co-fundadores" es la red de identificaciones solidarias que se encuentra en la base del 
agrupamiento en la institución. Su alejamiento equivale a la pérdida de las partes del yo sacrificadas al vínculo 
libidinal que la identificación sostiene. 
 
2. "El trueque de una parte de felicidad posible a cambio de una parte de seguridad": renuncia pulsional y 
advenimiento de la comunidad civilizada. 
 
En 1929 Freud prosigue su larga reflexión sobre la felicidad. ¿Por qué, se pregunta, por qué es tan difícil para 
los hombres ser felices? A esta pregunta compleja contesta inicialmente tomando en consideración la vida 
psíquica. Si hay en el hombre malestar y descontento, ello se debe ante todo a la estructura de la psique: a 
la oposición del yo hedonista primitivo y del objeto. Recuerda como se forma el yo-placer. El amo absoluto, el 
principio de placer, exige que se eviten las sensaciones de dolor y sufrimiento y que se expulse del yo todo lo 
que podría ser una fuente de displacer. 
El advenimiento del principio de realidad asegura la distinción entre lo interno y lo externo, es decir, entre lo 
que se refiere al yo y lo que proviene del mundo exterior. Permite también la defensa contra las sensaciones 
penosas o amenazantes. Pero en oposición al principio de placer y a esta distinción saludable, el hombre 
inventa dispositivos de representación providencial. Reconstituye su posición frente a un padre que conocería 
todas sus necesidades y aportaría a las necesidades de la vida satisfacciones sustitutivas, que por otra parte 
son psquícamente eficaces gracias al papel de la imaginación. Aquí es donde surge un porvenir para la ilusión, 
llámesela religión, arte o ciencia. Sabremos ulteriormente que el grupo y la institución pueden hacer aportes 
a ello. 
Pasa luego Freud a preguntarse por las fuentes del sufrimiento humano. Señala tres: la primera es la potencia 
abrumadora de la naturaleza; la segunda, la caducidad de nuestro cuerpo; la tercera, la insuficiencia de las 
medidas destinadas a regular las relaciones de los hombres entre sí en el seno de la familia, el Estado o la 
sociedad. 
Ahora bien, constata Freud, en tanto que buscamos los medios para defendemos contra la dos primeras 
fuentes de nuestro sufrimiento, adoptamos una actitud diferente respecto de la tercera, el sufrimiento de origen 
social (die soziale Leidens-quelle): "No logramos comprender porqué las instituciones (die Einrichtungen) que 
hemos construido nosotros mismos no nos dispensan a todos protección y beneficios. De todas maneras, si 
reflexionamos acerca del deplorable fracaso, en este dominio precisamente, de nuestras medidas de 
preservación contra el sufrimiento, nos vemos llevados a suponer que también aquí se disimula alguna Ley 
de la naturaleza invencible, y que se trata esta vez de nuestra propia constitución psíquica" (El malestar en la 
cultura, trad. franc., págs. 32-33). Sin embargo; la opinión más difundida es que la cultura es responsable de 
nuestras desgracias y que deberíamos abandonarla para retomar al estado primitivo, que nos garantizaría 
entonces la felicidad; y Freud se pregunta por qué se desarrolla este punto de vista hostil a la cultura y sus 
instituciones.Antes de responder a esta pregunta, pasa a definir qué es una cultura. Surge inicialmente con 
la capacidad del hombre para dominar y cultivar la tierra en beneficio propio, con la capacidad de instaurar la 
limpieza, la higiene y el orden. Una cultura se reconoce; luego, porque valoriza las producciones intelectuales, 
científicas y artísticas, incluida la religión, en la medida en que ella constituye un conjunto de formaciones 
ideales. Una cultura se caracteriza, finalmente, por , la manera como son regulares las relaciones de los 
hombres entre sí: estas relaciones son múltiples y variadas, y la cuestión consiste en definir la condición 
mínima para hablar de una relación de cultura. Freud adelanta entonces la hipótesis siguiente: "El elemento 
de cultura (das kulturelle Element) estaría dado por la primera tentativa de reglamentar las relaciones sociales. 
Si tal intento faltara, estas relaciones estarían sometidas a la arbitrariedad del individuo singular; dicho de otra 
manera, al individuo físicamente más fuerte, que las regularía de acuerdo con su propio interés y sus pulsiones 
instintivas. Nada cambiaría en caso de que este individuo más fuerte encontrara otro más fuerte que él. La 
vida en común solo resulta posible cuando una pluralidad logra reunirse en un conjunto más poderoso que 
cada individuo particular y se mantiene unida frente a cualquier individuo singular:" (El malestar en la cultura, 
G.W., XIV, 455; las bastardillas me perceneren). 
 
 Como sucede frecuentemente en Malestar, Freud retoma y desarrolla una cuestión ya elaborada en otras 
obras. Se ha preguntado ya antes cómo una pluralidad llega a constituir no un grupo sino una agrupación 
institucional y una institución. Tótem y tabú plantea la hipótesis de que la muerte del padre original y la 
consiguiente instauración del contrato fraterno infunden consistencia y límites al agrupamiento. Mediante la 
enunciación del tabú y la erección del tótem, fundan las instituciones sociales. Psicología de las masas y 
análisis del yo aporta otra dimensión: sobre el modelo de las instituciones de masas (las muchedumbres 
convencionales que son el Ejército y la Iglesia), el agrupamiento mediante el cual se efectúa el pasaje de lo 
uno a lo múltiple y de la pluralidad al conjunto se basa en la identificación de cada individuo con el jefe y, 
secundariamente, en la identificación de los miembros del grupo entre sí. 
En todas estas respuestas se esboza la necesidad del renunciamiento (der Verzicht). Es éste un postulado 
enunciado ya en 1908 en "La moral sexual 'cultural' y la nerviosidad moderna"; nuestra cultura está construida 
sobre la represión de las pulsiones y sobre el renunciamiento: "Cada individuo ha cedido una parte de su 
propiedad, de su poder soberano, de las tendencias agresivas y vindicativas de su personalidad. De estos 
aportes proviene la propiedad cultural común de los bienes materiales e ideales. Fuera de las exigencias de 
la vida, son los sentimientos filiales que fluyen del erotismo los que han impulsado a los individuos 
considerados separadamente a esta renuncia". 
El malestar en la cultura pone en evidencia una segunda línea de reflexión. Se refiere a las compensaciones 
y el contrato, obtenidos a cambio de la coacción y el renunciamiento. "El hombre civilizado ha trocado una 
parte de felicidad posible contra una parte de seguridad." En este trueque, el pasaje de la pluralidad al 
agrupamiento es decisivo. Constituye la base de la vida en común. Freud escribe: "El poder de esta 
comunidad en tanto derecho se opone al del individuo, censurado con el nombre de fuerza bruta. Al operar 
este reemplazo de la fuerza individual por el poder colectivo, la cultura ha dado un paso decisivo. Su carácter 
esencial consiste en que los miembros de la comunidad limitan sus posibilidades de placer, en tanto que el 
individuo aislado ignoraba toda restricción de esta clase" (pág.44). Más adelante escribe: "El resultado final 
tiene que ser la construcción de un derecho al que todos - por lo menos todos los miembros susceptibles de 
adherir a la comunidad - hayan contribuido, sacrificando su impulso instintivo personal y, por otra parte, no 
permitan que ninguno de ellos se convierta en víctima de la fuerza bruta, salvo aquellos que no han adherido". 
Esta línea de reflexión acerca del contrato y de la comunidad en cuanto derecho es también antigua en el 
pensamiento de Freud; fue esbozada ya en Tótem y tabú, como el propio Freud lo recuerda en Malestar: 
"Mediante su victoria sobre el padre, los hermanos aliados entre sí habían hecho la experiencia de que una 
federación puede ser más fuerte que el individuo aislado. La cultura totémica está basada en la restricciones 
que tuvieron que imponerse para mantener este nuevo estado de cosas. Las reglas del tabú constituyeron el 
primer código legal; la vida en común de los seres humanos adquirió un fundamento: en primer lugar, la 
coacción al trabajo (der Zwang zur Arbeit) creada por la necesidad exterior y, secundariamente, el poder del 
amor, que exigía que no fueran privados ni el hombre de la mujer; su objeto sexual, ni la mujer de esa parte 
separada de ella misma que es el hijo. Eros y Ananké se convirtieron así en los padres de la cultura humana, 
cuyo primer éxito fue que un número mayor de seres pudieran vivir en común". 
De esta manera, la comunidad en cuanto derecho protege al individuo contra la violencia, impone la necesidad 
y hace posible el amor. Lo que Freud describe es una entidad bifronte: renuncia a las pulsiones y advenimiento 
de la comunidad basada en el derecho tienen una función y una significación en el espacio psíquico singular 
y en el espacio psíquico del agrupamiento institucional. A la vez, Freud describe el fundamento jurídico de la 
institución y de la afiliación legítima de sus sujetos. Todas las instituciones están dotadas de un sistema 
interpretativo de la ley fundamental, a través del cual se plantean y resuelven aIgunas de las relaciones entre 
las exigencias pulsionales de los individuos y la salvaguardia del interés común, entre la violencia del abuso 
del poder comunitario y la exigencia de la realización de ciertos deseos inconscientes. La ley local de la 
institución es el conjunto de los enunciados interpretativos de la ley fundamental de composición: El 
distanciamiento entre estos dos aspectos de la ley genera el conflicto en las relaciones del deseo y la 
interdicción; remite, en definitiva, a la ley sobre el homicidio y la exogamia, que regula las relaciones de los 
sexos y las generaciones y traza los limites de la comunidad local en la comunidad de los humanos (y, por 
consiguiente, la relación con la tercera diferencia: la que manifiesta la presencia del extranjero ). 
Con esta perspectiva podría replantearse el análisis de la situación del hospital de día durante la secuencia 
critica que surge en el momento en que se retiran los primeros enfermos. Los asistentes se encuentran 
enfrentados a la ley fundamental: tienen que separarse de los enfermos que devuelven al mundo, y esta 
separación despierta el deseo imposible de mantenerse en la madre-institución inmortal y de retomar al origen. 
La ley local que rige los criterios de la partida interpreta contra la ley fundamental las condiciones de la 
separación: "Si todavía no están curados, como lo prueban nuestros criterios, entonces podremos 
conservarlos y preservarnos del duelo de nuestra propia partida". Contra esta violencia de la pulsión de 
posesión, la comunidad de derecho exige la renuncia. 
 
3. La permanencia, la afiliación y el sostén del sujeto singular en el estar-juntos: el contrato narcisista 
 
La institución tiene que ser permanente: con ello asegura las funciones estables que son necesarias para la 
vida social y la vida psíquica. Para el psiquismo, la institución está, cómo la madre, en el trasfondo de los 
movimientos de discontinuidad que instaura el juego del ritmo pulsional y de la satisfacción. Se confunde con 
la experiencia misma de la satisfacción.Es ésta una de las razones del valor ideal y --necesariamente--
persecutorio que asume tan fácilmente. 
No se trata sólo de que la institución tiene que ser estable; el intercambio social y los movimientos que lo 
acompañan exigen de su función que ella lo estabilice. Esta es la función de lo instituido. Las dos formaciones 
psíquicas intermediarias mixtas contribuyen a esta permanencia; el derecho ha regulado siempre las 
relaciones de violencia inherentes a los compromisos pulsionales, a los movimientos de deseo y a los 
intereses de los grupos. Lo imaginario social e individual ha buscado siempre un garante metasocial y 
metapsíquico para el derecho, y no es sin razón que sostiene el origen divino de la institución. Para el 
inconsciente, en efecto, la institución se inscribe en el espacio de lo sagrado. Este espacio del terror es el del 
comienzo, el de la fundación: es el espacio del sacrum. El origen divino de la institución le asegura poder, 
legitimidad, permanencia absoluta. La institución es de derecho divino. En el origen de la sociedad, para sus 
sujetos, para el inconsciente, la institución es inmortal. Cada cual participa de esta manera en la divinidad, 
que, contra (la muerte y su trabajo de desligamiento, asegura el nexo narcisista de cada cual con el conjunto 
y lo emblematiza. 
Se habrá advertido agudeza cruel del análisis que hace Freud sobre los límites de la protección que; por 
medio del derecho, otorga a sus sujetos la comunidad a cambio de una parte de felicidad posible: no brinda 
la seguridad de la ley sino en la medida en que cada cual ocupa su lugar dentro de ella y contribuye a su 
mantenimiento y su desarrollo. El que es extraño a ella puede ser sometido a la fuerza brutal: está, literalmente, 
fuera de la ley. 
El soporte narcisista de este contrato se descubre en las premisas que Freud enuncia en 1914 a propósito 
del narcisismo. Escribe que el reconocimiento de las adquisiciones de la cultura es arrancado al narcisismo 
con cierta dificultad. No renunciamos nunca al narcisismo, y esto es lo que asegura la continuidad de las 
generaciones y de los grupos, funda la identidad de filiación y de afiliación. De esta manera, ante su hijo,los 
padres afectuosos renuevan respecto de él "la reivindicación de privilegios abandonados hace mucho tiempo. 
Ninguna renuncia, ninguna restricción han de prevalecer contra lo que es la renovación de este narcisismo 
propio, una parte de su inmortalidad, his Majesty the Baby". 
En este mismo sentido, como ya recordé, y en este contexto, subraya Freud la doble existencia del individuo: 
en cuanto persigue su propio fin y en cuanto es miembro de una cadena a la que está sometido sin la 
intervención de su voluntad. Aquí señalaremos además que esta doble condición narcisista no define en 
primer lugar una relación (de acuerdo o de oposición) entre lo intrapsíquico y lo grupal, sino una bipolaridad 
interna que esboza la posible división de lo que en cada uno de nosotros es singularidad y grupalidad. La 
institución se funda sobre, este doble status del narcisismo y sobre estas formaciones intermediarias que es 
menester denominar trans-psíquicas en la medida en que sostienen la relación necesaria entre el sujeto 
singular y el conjunto: la identificación, la comunidad de síntomas, de defensas y de ideales, el co-
apuntalamiento constituyen una parte de estas formaciones. Pero también el contrato narcisista y el pacto de 
negación. 
El concepto de contrato narcisista (P. Castoriadis-Aulagnier, 1975) puede incluirse, a mi juicio, en la 
continuidad de las propuestas formuladas por Freud en el artículo de 1914 sobre el narcisismo. 
Tres ideas son dignas de atención: la primera, que el individuo es en ,sí mismo su propio fin, y es al mismo 
tiempo miembro de una cadena a la que está sometido. La segunda, que los padres hacen de su hijo el 
portador de sus sueños de deseo no realizados y que el narcisismo primario del hijo se apoya en el de sus 
padres, así como, a través de éstos, el deseo y el narcisismo de las generaciones precedentes sostuvieron, 
positiva o negativamente, su venida al mundo. Dicho de otro modo, a cada recién nacido se le asigna la misión 
de asegurar la continuidad narcisista de la generación. Un año antes, Freud había puesto de relieve la 
transmisión de la culpabilidad a través de las generaciones; ahora subraya la transmisión narcisista. La tercera 
idea es que el ideal del yo es una formación común a la psique singular y a los conjuntos sociales (familia, 
instituciones, naciones). 
El concepto de contrato narcisista generaliza estas propuestas y explica, en este aspecto, relaciones 
correlativas del individuo y el conjunto social: cada recién llegado tiene que cargar al conjunto como portador 
de la continuidad y recíprocamente; con esta condición, el conjunto sostiene un Jugar para el elemento nuevo. 
Tales son, esquemáticamente, los términos del contrato narcisista: exige que cada sujeto singular ocupe un 
lugar ofrecido por el grupo y significado por el conjunto de las voces que, antes de cada sujeto, desarrollaron 
un discurso conforme al mito fundador del grupo. Cada sujeto tiene que retomar este discurso de alguna 
manera; es mediante él que se conecta con el Antepasado fundador. 
El contrato narcisista está, en efecto, implicado en la fundación, es decir, en la muerte. Quisiera subrayar este 
aspecto que concierne a lo inmutable. El alejamiento respecto del contrato hace la historia, en primer lugar, 
el héroe, y el origen de toda otra institución: a partir de la que nos funda. Toda fundación institucional contiene, 
ocultas, la continuidad de un mandato y la de su ruptura -la muerte y la filiación-. Esta proposición puede ser 
sometida a prueba tanto en lo que hace a la institución de las ciudades (véase M. Serres y su meditación 
sobre la fundación de Roma) como en lo que se refiere a las instituciones culturales (véase M. Krüll y la 
invención del psicoanálisis a través de la relación entre Sigmund y Jakob Freud). 
Las iglesias mayores romanas están fundadas sobre la reliquia de un santo. La muerte idealizada sostiene el 
edificio en su permanencia y su continuidad, Pero, a su vez, el edificio sostiene al muerto, lo hace presente a 
través de la historia, ordena a ésta a su propia medida. Pero, inevitablemente, la fundación de una institución 
no contiene solamente la reliquia de un muerto idealizado, tótem erigido en memoria del muerto originario y 
del Antepasado fundador, sino también el material de antiguas construcciones destruidas. La arquitectura y el 
cimiento psíquico de la institución pueden reconocerse a través de esta metáfora: el contrato narcisista --el 
pacto de negación-- obliga a mantenerse juntos a los materiales reutilizados, que en sí mismos son 
incongruentes; los naturaliza en su espacio propio. Esto es lo que dice el mito. El mito dice el origen, 
proporciona una matriz identificatoria y un código, por precario que sea, para afrontar la relación de lo 
desconocido. Permite pensar -y comenzar a pensar- el horror primordial y el caos contra el cual la institución 
--en la medida en que es la nuestra- nos protege. El mito traza cicatrices y predispone la memoria del a 
posteriori [l' après -coup]. La función mitopoyética está por ello ordenada siempre al mantenimiento del 
contrato narcisista o a su inauguración en una nueva prole. La fundación pone invariablemente al fundador 
en posición de deshacer una institución para fundar otra mediante ella. 
Esta representación recurre, en estado ingenuo, en todas las instituciones renovadoras dentro del campo de 
la salud mental. El fundador es un homicida, y adquiere el estatuto de fundador en la medida en que contiene 
y ordena el caos que su creación provocó inicialmente. El mito fija el relato de ese tiempo de los orígenes y 
define la relación de cada uno con el Antepasado fundador y con la genealogía afiliativa que de él mana. En 
el caso del hospital de día, en ese período de desligamiento de las adherencias narcisistas a la fundación,

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