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R22 Ferrari y Bazán Una perspectiva psicosocial Politización Conflictos asimétricos

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UNA PERSPECTIVA PSICOSOCIAL EN TORNO A LAS ESTRATEGIAS DE 
POLITIZACIÓN EN CONFLICTOS ASIMÉTRICOS 
 
Liliana Ferrari, Dra. en Psicología 
Dependencia institucional: Instituto de Investigaciones, Facultad de Psicología, 
Universidad de Buenos Aires (UBA) 
Correo electrónico: ferrarililiana@hotmail.com 
Claudia I. Bazán, Dra. en Psicología 
Dependencia institucional: Instituto de Investigaciones, Facultad de Psicología, 
Universidad de Buenos Aires (UBA) 
Correo electrónico: claudiaibazan@hotmail.com 
 
Introducción 
Este artículo se enmarca en el proyecto de investigación Luchas por y en el territorio: 
fronteras en movimiento y prácticas de ciudadanía, de la Programación Científica UBACyT 
2011-1014. Dicho proyecto explora y describe las luchas que se producen en y por el 
territorio, en distintos hábitats humanos, donde se instituyen espacios que son fuente de 
sufrimiento/frustración y/o satisfacción/realización. El territorio es concebido como una 
expresión de la espacialización del poder y un resultado de las relaciones de cooperación 
y/o conflicto que allí se despliegan, siendo sus habitantes población objeto y, a la vez, 
también sujetos ciudadanos de derecho. Uno de sus objetivos es identificar y comparar 
movimientos sociales urbanos y sus respectivas modalidades de luchas. El estudio es 
exploratorio-descriptivo, diseñado a partir de localizar casos múltiples, seleccionados 
intencionalmente. El método es cualitativo, así como las principales técnicas a administrar. 
Desarrollaremos en este texto un conjunto de tradiciones relativas a la concepción política 
contemporánea y su vínculo con subjetividades en conflicto, estudiadas en la investigación 
marco. En este sentido nos interesa dar cuenta de algunos aportes que problematizan la 
politización y la acción política de grupos y comunidades sociales, analizando 
discursivamente su posicionamiento y subjetivación; de la transformación que pretenden, 
de su relación con otras instancias sociales, y de su distinción y complementariedad con 
las políticas públicas vigentes. 
Los casos que aquí se presentan corresponden, por un lado, a la empresa recuperada 
IMPA, metalúrgica del barrio del Almagro de la Ciudad de Buenos Aires (CABA), en la que, 
desde hace quince años, se protagonizan sucesivas luchas por el espacio y por el territorio, 
que se han visto plasmadas en el Bachillerato Popular, la Universidad de los Trabajadores 
y el Museo IMPA de la Cultura del Trabajo y de la Identidad Obrera, entre otras. El segundo 
caso que analizamos, es la cooperativa de promotores ambientales del barrio de Villa 
Crespo de la CABA, El Correcamino. Esta cooperativa de ex cartoneros, como se 
autodefinen, realiza el retiro en domicilio, la selección y reciclaje de residuos sólidos e 
inorgánicos, que no efectúa el gobierno de la ciudad. Ambos casos han sido seleccionados 
por compartir notas tales como ser paradigmáticos o prototípicos, pues permiten entender 
fenómenos que los trascienden: los procesos de autogestión en las fábricas y los modos 
de cooperativismo en la Argentina pos crisis. A su vez también resultan ejemplares, en la 
medida en que emergieron de modo imprevisible generando alto impacto social (Archenti, 
2007). 
La entidad de los casos mencionados no es por cierto, ni epistemológica ni éticamente 
objetiva y neutral. En particular, la opción por movimientos en confrontación y grupos en 
conflicto se asocia al interés por comprender las transformaciones en juego, pero 
fundamentalmente, participar en ellas. De esta forma, la tecnología de nuestro trabajo tiene 
por función comprender y amplificar la dimensión subjetiva de los discursos de estos 
grupos para sí mismos y para sus interlocutores. Abordando las dificultades marcadas por 
Osborne y Rose (1998) en cuanto al papel que las tecnologías tienen en el desarrollo de 
los procesos sociales y de las transformaciones subjetivas en los ámbitos de conflicto 
social y también en las estrategias de comunicación del conflicto, hemos optado por una 
perspectiva que problematice la relación entre los hechos estudiados y los discursos tanto 
de los actores como de los investigadores. 
La política establecida resulta un modelo insuficiente, fracasado o falaz para grupos y 
personas que circulan en los márgenes. Múltiples colectivos, atravesados por el 
descontento, la indignación, la precariedad y la desprotección, toman la palabra y la 
práctica de sus propias necesidades con el fin de instalar otros modos de hacer política de 
manera directa, alternativa o en espacios inhabituales, usando los recursos del sistema y 
multiplicando su propia agencialidad. Es el objetivo de este trabajo abordar los casos en 
estudio como punto de partida para la reflexión sobre la acción política contemporánea en 
términos de un análisis de la psicología social. 
 
Las minorías activas y su forma de acción política 
En este apartado vamos a considerar algunos conceptos e ideas fuerza que Moscovici y 
su grupo de investigación (Moscovici, 1985, 1979; Mugny, 1981) produjeron en torno a la 
dinámica de lo social: estabilidad-transformación-innovación. Para ello en particular, 
pondremos en juego su concepción del modo de funcionamiento de lo social y su teoría 
de las Minorías Activas. En estos dos tópicos señalados, el investigador se propone un 
trabajo en torno a la norma social, y su relación con el consenso y el conflicto; dando 
también soporte a una concepción de la acción política que encuentra como punto de 
partida la atomicidad de lo social en diferentes formas de minoría. A nuestro entender, a 
partir de esta modelización y análisis inaugura una concepción política que caracteriza las 
sociedades complejas de regímenes democráticos que identifican la situación y el debate 
europeo en su tiempo de producción, y sus procesos de reconocimiento y desconocimiento 
de diferencias. No obstante al mismo tiempo recorta del proceso de transformación las 
acciones de minorías ortodoxas y los comportamientos contranómicos, por mencionar 
algunos, de los aspectos que se deslizan al borde del sistema social. También 
identificamos que la fuente de la acción política se inicia entonces, en la marca social del 
comportamiento desviado, siguiendo una larga tradición francesa. 
Para la reflexión sobre la acción política contemporánea en términos de un análisis de la 
psicología social, y como punto de inflexión para la concepción de la acción política del 
entramado societal, abordamos entonces el desarrollo de Moscovici en términos de su 
concepción en torno al cambio y la estabilidad de lo social. El autor propone el Modelo 
Funcionalista y el Genético o de ruptura, que ubica como complementarios en algunos 
momentos de su obra y en otros como excluyentes para la caracterización de una 
sociedad. La función de los modelos es proporcionar soporte para comprender las 
acciones de las Minorías Activas. 
Una minoría activa es en este modelo el eje de la transformación y lo hace a través de la 
consistencia intragrupal en su posicionamiento frente a los grupos que han de ser 
interpelados. Por otro lado, en el Modelo Funcionalista la sociedad aparece con una 
concepción de bajo nivel de diferenciación histórico subjetiva y por lo tanto reproductivista 
y continuista. En esta dimensión de funcionamiento de los grupos, el aspecto funcionalista 
ostenta una homogeneidad en torno a valores y prácticas, aunque ellas no recaigan sobre 
los mismos sujetos sino sean propias de las expectativas recíprocas. Fuera de la acción 
transformadora del modelo de la Minoría Activa quedan los grupos anómicos y 
contranómicos, estando estos últimos por fuera del régimen de acción política de las 
sociedades complejas. 
Así el modelo de Moscovici concibe que la transformación implica la posibilidad de 
inclusión de las demandas de las minorías activas, lo que podría entenderse como una 
ampliación de ciudadanía o de derechos para grupos con bajas condiciones y medios de 
poder. Entonces, las minorías contranómicas noson pensadas en una dimensión política 
efectiva, sea porque agudizan el conflicto con posturas totalizantes y de transformación 
radical, sea porque parasitan el conflicto –es decir su propia norma depende de la norma 
contraria en tanto explícita de la sociedad. 
En la dupla consenso/conflicto, su intento de revalorizar la función del conflicto en el 
despliegue de las acciones sociales orientadas a la innovación, no obstante lo mantiene 
ligado al equilibrio necesario que el consenso reestablece. Su explicación de la relación 
entre el consenso y el conflicto lo lleva a afirmar que en la relación entre minorías y mayoría 
aparece la posibilidad de hacer concesiones para reducir el conflicto y aumentar el 
consenso. El proceso como tal implica una relación social que él denomina negociación, 
en donde las partes concesionan para obtener acuerdos. 
Por otra parte, entiende que el proceso de admisión de la posición de un grupo minoritario 
se asocia con una transformación que tiene sede al menos al comienzo, en el espacio 
intrapsíquico y que forma parte de un dilema cognitivo. Una concesión a la minoría en el 
espacio social es concebida por Moscovici como una sumisión a tal grupo o una asociación 
con el comportamiento desviado, lo cual hablaría de la resistencia externa a las peticiones 
de la minoría durante el lapso del dilema cognitivo. Hay por un lado un proceso 
intrapsíquico que da cuenta de la transformación subjetiva, y por otro lado un proceso 
social manifiesto que es descripto como de resistencia y que obstaculiza el cambio. En 
este sentido las transformaciones y obstáculos están descriptas habitualmente del lado de 
los sujetos sociales del consenso que se atomizan de diferentes formas, para persuadirse 
o para no contaminarse. No hay un tratamiento similar de los procesos de la minoría, que 
en términos generales son allanados y ocultados por el desarrollo de su concepto de 
consistencia dentro del estilo de comportamiento. Tal como el autor ha marcado, los 
problemas y conflictos que originan las acciones de las minorías activas, no parecen ser 
desconocidas a la sociedad, vale decir al resto de los grupos. No obstante, la acción parece 
estar vinculada con la apropiación y propiedad de tales conflictos y problemas. 
En un sentido histórico, el origen de los dos casos que hemos elegido, los sitúa como 
efecto de condiciones de crisis estructural económica y consecuentemente social, cuyo 
pico más visible se produce a fines de la década de los ’90. Ambos son desventajados en 
recursos económicos y de influencia. En el caso de la Cooperativa IMPA se trata del 
proceso de contracción del mercado de trabajo y de quiebre de fábricas, mientras que en 
la Cooperativa El Correcamino la condición de sus miembros da cuenta de la exclusión 
social que ciertos sectores padecieron, quedando por fuera de los sistemas habituales de 
inclusión como trabajo, salud y seguridad. 
En el reclamo de IMPA hay una historia común previa vivida en y desde el mercado de 
trabajo, que además involucró al mismo hábitat: la empresa que los trabajadores 
mantienen luego del abandono de los distintos dueños y responsables, al punto de recrear 
el sitio actual como un espacio no solo laboral sino también social, cultural y educativo. 
Para la Cooperativa El Correcamino, el pasado no tiene el mismo peso en el reclamo. La 
inclusión que se pide, es también laboral, pero fundada en la potencia que la actividad del 
reciclado puede dar al entorno social en el que está inmersa. Los miembros de El 
Correcamino no tienen una historia común, aunque sí trayectorias con múltiples puntos en 
común; la identidad está generada en los distintos modos de exclusión y vulnerabilidad de 
sus trayectorias. 
¿Cuál es la norma a ampliar en cada caso y hasta qué punto el consenso es reticente a 
tal transformación? En IMPA, lo que se encuentra en juego en estos últimos 15 años es 
fundamentalmente el problema de la propiedad privada y su estatuto en relación al derecho 
al trabajo. El destino y el uso del predio confrontan los intereses de los distintos gobiernos 
de la ciudad con las expectativas de los trabajadores. En El Correcamino, el conflicto se 
sitúa a nivel de la capacidad de la cooperativa de absorber el procesamiento y el reciclaje 
de residuos en forma autonomizada del formato de intermediario que hasta hoy ha dado 
el gobierno de la ciudad al sistema de recolección de residuos no contratado. La magnitud 
del problema del tratamiento de los residuos en la CABA (analizado en Bazán, Ferrari y 
Lado, 2013) dio origen a un sistema bipartito compuesto por un servicio contratado de 
camiones y containers, y la utilización del trabajo de los cartoneros en la recolección de 
residuos reutilizables que terminan vendiendo, en gran parte, en los galpones propiedad 
de la ciudad. La cooperativa impulsa una alternativa diferente a la de la actividad de los 
cartoneros. 
Ambos procesos han focalizado como contrapartida argumental a los sucesivos gobiernos 
de la CABA, pero se han asegurado de crear y profundizar lazos de interlocución con el 
entorno barrial y múltiples instancias sociales. En un sentido más amplio, interactúan con 
los habitantes de la ciudad y con otros movimientos, organismos e instancias 
institucionales, mediante y con las cuales se han ampliado y diversificado los propósitos 
originales. Parte de la estrategia de IMPA ha sido contraponer la cuestión de la legitimidad 
a las condiciones de legalidad imperante en materia de quiebre de empresas y a las 
prioridades acreedoras de las mismas. También IMPA ha puesto en juego, buscando 
consenso, su raigambre trabajadora, acentuando la competencia que quienes trabajan 
pueden tener para conducir emprendimientos rentables. Finalmente, el tercer ámbito de 
acción de IMPA ha estado en el desarrollo de proyectos educativos, culturales y de 
promoción de los derechos y la memoria colectiva. Esto ha tenido como resultado la 
emergencia de un bachillerato popular, y la creación de la Universidad de los Trabajadores 
y del Museo IMPA de la Cultura del Trabajo y de la Identidad Obrera, a los que se suman 
otros proyectos socio-culturales que se realizan en su predio. 
En el caso de la Cooperativa El Correcamino, que está principalmente representada por 
su presidente, se enfatiza una historia previa que enlaza a sus miembros con el desarraigo, 
la vulnerabilidad y la precarización. Lo que los vincula es su capacidad de ofrecer a la 
comunidad vecinal un servicio de reciclamiento de residuos, que aunque contemplado por 
la legislación vigente en la CABA, no está aún en las prácticas de vecinos y autoridades 
de la ciudad. Los cooperandos han transformado su identidad, al punto que no solo pueden 
distinguirse de sus trayectorias anteriores, sino que también pueden distanciarse de las 
expectativas de otros grupos que trabajan con los residuos, los denominados cartoneros. 
Esta nueva identidad -y las prácticas asociadas- lleva el nombre de promotor ambiental, 
con el que desean ser identificados. En su relación con el gobierno, pretenden el 
reconocimiento para funcionar con centros de reciclado en los que apoyan la posibilidad 
de sus ingresos económicos, descartando la figura tanto del subsidio como la del empleo. 
También ha desarrollado una estrategia con la comunidad y con las principales 
instituciones y grupos del entorno barrial, y de otros proyectos similares en otros barrios. 
En paralelo, la difusión de la utilidad del reciclaje y de la función desempeñada se realiza 
a través de distintos canales: radios, charlas en colegios, seminarios en la universidad, 
entre otros. 
Otro punto común que subyace a los dos casos, radica en su oposición a las habituales 
políticas asistenciales (Ferrari y Logiudice, 2009). Mientras IMPA hereda una memoria de 
integración por vía de seguridad social de alcance universalista, El Correcamino se 
encuentra mucho más cerca de los efectos desregulatorios y las expectativas de la 
autogestión colectiva. 
Volviendo a lasegunda parte de nuestra pregunta, en torno a lo reticente del consenso, 
cabe historizar subjetivamente la forma en que cada uno de estos grupos habitó la 
sociedad previo a la segmentación y expulsión de la década de los ’90. IMPA, recorre un 
trayecto común a las vicisitudes de la clase obrera argentina, por lo cual conforma su 
propia tradición pudiendo a su vez cuestionarla y resignificarla, para desafiar el destino del 
desempleo asistido. Cuenta, en este sentido, con la empatía de quienes saben lo que es 
perder el trabajo, enlazado en forma muy cercana al sentimiento de perder la dignidad. El 
trayecto vivido, no es una historia externa; quienes trabajan en IMPA saben de luchas y 
contraofensivas, por lo que su propuesta desafía al sistema a hacerle lugar como una 
opción más, que no se confunde ni se homogeniza con las otras. 
En cambio, la propuesta de El Correcamino es una propuesta de re regular identidades, 
trayectos y prácticas en una empresa común. Es más evidente la búsqueda de inclusión y 
de aceptación por la función social que se proyecta. No hay consenso previo sobre ellos, 
porque se trata de ir alejando las historias del pasado de aquello que se proponen como 
servicio a la comunidad en el presente. Con El Correcamino asistimos al momento de 
construcción de consistencia que se expresa en la frase “lo primero que tenemos que 
reciclar es a nosotros mismos” (presidente de la cooperativa). 
 
La acción política a partir de la teoría de la representación 
En las últimas décadas del siglo pasado comenzó a producirse un reconocimiento de la 
decadencia de los sistemas representativos (Laclau y Mouffe, 1987) que abarcó y dio 
cuenta del desgaste de las concepciones tradicionales de la política, y también de nuevos 
modos de comprensión del lenguaje y su poder de construcción. Desde entonces, muchos 
análisis se producen en un enclave denominado posmoderno, que tiene entre otras notas 
comunes a muchos y distintos movimientos, su antiobjetivismo, antiesencialismo, énfasis 
en los procesos constructivos y politización de las acciones. 
La idea de dos órdenes paralelos en los que un nivel es representado por otro; la sociedad 
civil por sus representantes políticos, la realidad por el lenguaje; tiene antecedentes 
históricos en los siglos XVII y XVIII, y se corresponde con una concepción moderna de la 
política que la hace dependiente de la sociedad de la que emerge. Esta pregnancia de la 
teoría de la representación y de la relación entre el representante y lo representado, sirve 
de base para comprender concepciones sociológicas tales como ideología, orden social, 
así como también la relación genética entre la sociedad y sus procesos políticos 
consecuentes. 
El relevo y discontinuidad que el pensamiento posmoderno realiza, contempla 
concepciones complejas como imaginario (Backzo, 1991), orden del discurso (Marí, 1993), 
el poder fundante de la política en su construcción de lo social (Laclau, 2006) y las prácticas 
de gobernabilidad en el régimen de subjetividad (Rose, 2007) –que desarrollaremos en el 
apartado siguiente-; los que precisamente pusieron en cuestión la naturaleza de una 
realidad por fuera de lo discursivo, la entidad de un objeto que no estuviese en la superficie 
de un discurso. 
En cuanto a la concepción de lo imaginario aparece enlazado a la forma en que los 
miembros de una sociedad se representan sus condiciones de existencia en sí, y en 
especial el modo en que se producen los procesos de universalización, y homogeneidad 
de derechos y aspiraciones, que dan sustento a la sociedad civil. No obstante, en la 
mayoría de los análisis intelectuales se observa que tal comunidad de intereses se 
encuentra producida simbólicamente a partir de la dominancia de ciertos grupos con 
capacidad de establecer condiciones de reciprocidad, de subordinación y de dominación 
argumentalmente legitimadas, naturalizadas y sostenidas simbólicamente en un conjunto 
de atribuciones esencializadas. 
En cuanto al orden del discurso, expresa el potencial constructivo y creativo que le atribuye 
Foucault a la estrategia dispersiva por la cual los discursos se transforman en dispositivos 
de inteligibilidad y de sujeción entre distintos niveles en los que confluyen procesos, 
objetos y relaciones que resultan en un estado de cosas que denominamos orden. 
La vigencia de la teoría de la representación en su versión clásica, por su parte, es 
articulable con la idea de totalidad social que precede y sustenta el accionar político, siendo 
la sociedad el fundamento del mismo. Una parte del pensamiento contemporáneo ha 
invertido, o más aún destotalizado el proceso, a partir de pensar lo social como un efecto 
de las prácticas político discursivas (Laclau, 2006). En esta línea, lo social nunca es una 
totalidad cerrada ni tampoco es el punto de partida; el comando y el relevo del mismo es 
la acción política. En esta concepción lo político antecede a lo social, y le da motivo y razón 
de ser. Lo político aquí tiene como tarea desplegar la conflictividad existente, aumentando 
la oportunidad de múltiples emancipaciones y nuevas articulaciones identitarias. En esta 
segunda concepción hay creación de sujetos que son efecto de nuevas relaciones. No 
obstante, tanto el enfoque moderno como el posmoderno, mantienen con las disciplinas 
científicas un diálogo fluido para pensar tanto la arquitectura como las vecindades de su 
trabajo. 
La capacidad de politización de IMPA, ha caracterizado de distintas maneras sus acciones. 
Sin embargo, una de las más preciadas por los trabajadores es la que culmina en la 
creación del Museo. Este representa la oportunidad de plasmar una memoria obrera que 
confronta y rompe la continuidad de cualquier historia no narrada por sus propios 
protagonistas: 
[El Museo] tiene como dos significados, el principal es que sea un elemento 
importante, que sirva a los jóvenes para entender el proceso de globalización y de 
concentración económica que llevó a la destrucción de la industria en la Argentina. 
Queremos que se exprese el esfuerzo de miles de trabajadores que pasaron por 
acá y fueron partícipes de la construcción y de la resistencia (Trabajador de IMPA). 
El Museo aparece como un efecto de des sujeción de la habitualidad de ser relatado por 
otros, de ser interpretado por otros que no sean los protagonistas y aquellos que forman 
parte de la cultura popular; es decir, optando por el relato en primera persona y no la 
representación. Esto es una cuestión política porque se trata más de un punto de partida 
que de llegada, en el que la expectativa es transformar la concepción naturalizada de las 
identidades y prácticas de los trabajadores que ora los ubica como un grupo subalterno y 
objeto de disciplinamiento, y ora como el espacio que amenaza las propiedades de la 
sociedad buena. 
Otra dimensión de la politización de IMPA ha sido su potencia en el proceso de creación 
de leyes generadas bajo el impulso de múltiples cooperativas para tutelar la expropiación, 
permitiendo la explotación del predio. En 2004, por ejemplo, la Legislatura del Gobierno 
de la CABA sancionó la Ley 1.529 sobre Expropiación de Inmuebles y Bienes de Empresas 
Recuperadas. Ésta norma declara de utilidad pública y sujetos a expropiación los 
inmuebles e instalaciones de empresas recuperadas en las que funcionan las cooperativas 
de trabajo. A esta ley le siguen otras para ampliación de los plazos prescriptos, hasta que 
el 23 de diciembre de 2012 el gobierno de la CABA veta la ley 4008; lo inaugura una nueva 
serie de luchas. 
Pero, más allá del devenir de las leyes, IMPA propone: 
Nosotros no queremos, nosotros no nos planteamos como dueños de la propiedad. 
Es más nosotros siempre tratamos de que IMPA sea del pueblo, por eso los 
espacios todos abiertos al conjunto de nuestro pueblo. Y es nuestro proyecto que 
tenemos hacia el estado que hoy estamos discutiendo. […] Y el planteo que 
nosotros hacemos al estado es que el estado expropie, se lo ceda a la cooperativaen comodato mientras perdure la cooperativa y si la cooperativa fracasa en su 
trabajo, el Estado haga con el bien algo para educación, salud, trabajo ¿no?, nunca 
estamos pidiendo la propiedad. Cosa que ¡ojo! que no… no quiere decir que todas 
las empresas recuperadas están pidiendo lo mismo ¿no?, hay muchas que plantean 
tener la propiedad (principal referente de la recuperación de IMPA)1. 
En el caso de la cooperativa El Correcamino, las prácticas políticas se sostienen en 
construir la verosimilitud del proyecto, la eficacia potencial de su acción, pretendiendo 
fundamentalmente la inclusión por la utilidad que es capaz de dar a la ciudad y a los 
vecinos. Sus miembros se integran tratando de lograr identidad como uno más; en 
palabras de su presidente “queremos ser un contribuyente más”. Mientras IMPA intenta 
desmarcarse del colectivo laboral naturalizado bajo el axioma de la subordinación, El 
Correcamino busca integrarse a la comunidad como un par, constituirse como sujeto de 
derecho, con responsabilidades. Por otra parte El Correcamino se agencia desarrollar las 
regulaciones que están pronunciadas en la ley 1.854 del año 2006, de Basura Cero de la 
CABA. Así como IMPA busca transformar los espacios vigentes con nuevas formas de 
legitimidad, El Correcamino desarrolla sus prácticas amparándose en y desde la legalidad: 
Este proyecto [el de El Correcamino] se complementa con el proyecto del Programa 
de Promoción y Ayuda al Reciclado Solidario Barrial, oportunamente aprobado por 
esta Asamblea [de la Comuna 15]. Creemos que este es el primer paso para crear 
centros de gestión integral de residuos en la Comuna, y apuntar al cumplimiento de 
la Ley 1854 conocida como de Basura Cero (Presidente de la cooperativa). 
 
Capitalismo y democracia representativa, o no representatividad de la democracia 
En otro orden de antecedentes, la teoría de la representación ha dado fundamento a las 
democracias representativas; así como a la dificultad de admitir qué clase de intereses se 
encontrarán representados o no en la esfera pública, cuáles estarán distorsionados por los 
agentes representativos y cuáles estarán ausentes por resultar infra representados (Ferrari 
y Loguidice, 2009). 
Si bien en principio la teoría política admite que el representante está en el lugar de lo 
representado o bien mantiene los intereses de los representados, desde la puesta en 
marcha de este modelo, las múltiples experiencias sociales han cuestionado esta 
situación. Paralelamente, han dado un cierto estatuto al representante de una jerarquía 
diferente de aquellos a quienes representa. Así en el lenguaje de muchos colectivos 
aparece una denominación, clase política, que mantiene vínculos y se funde con la idea 
de clase dirigente. La fuerza del representante borra y subordina la de lo representado y 
fundamentalmente la del discurso de los distintos grupos de la sociedad civil. 
 
1 
La crítica a esta conformación y funcionamiento es relativa a que la articulación no se 
realiza entre dos naturalezas diferentes discursiva y no discursiva, y no menos a que 
resulta inviable la posibilidad de que el primer nivel sea efectivo en la formulación de 
proyectos de sociedad que universalicen las distintas particularidades y necesidades en 
juego en forma equitativa. En este sentido el potencial realizativo de la democracia 
representativa encuentra sus límites, que para muchos radica en el modelo capitalista que 
la sostiene y para otros complementariamente en la concepción de progreso que 
acompaña su proyecto; y también en su capacidad de incluir sin vertrilocuizar lo marginal. 
El proyecto democracia representativa-capitalismo-progreso tiene su origen en una 
concepción totalizante, que se realiza a partir de una perspectiva eurocéntrica, cuyo 
modelo -el europeo- se propone para ser discutido y reproducido, con mínimas diferencias, 
en múltiples contextos, ya sea como proyecto en el presente o como expectativa de futuro. 
La diversidad queda identificada y tratada acorde a las postulaciones del modelo 
(Wallerstein, 2001). 
La crisis de la teoría de la representación conlleva la visibilización del descontento, la 
indignación, la precariedad y la desprotección de grupos y personas para quienes la 
política establecida resulta un modelo insuficiente, fracasado o falaz. En esa dirección, 
tomar la palabra y la práctica de sus propias necesidades caracteriza a múltiples colectivos 
que instalan otros modos de hacer política de manera directa, alternativa o en espacios 
inhabituales, usando los recursos del sistema y multiplicando su propia agencialidad. 
Introducir la condición histórica en la cual han tenido origen los casos estudiados, nos 
permitirá una mejor caracterización de sus diferentes formas de cuestionamiento a las 
prácticas representativas, sin que en ningún caso, sin embargo, involucre un 
distanciamiento radicalizado de las mismas sino más bien un aprovechamiento 
instrumental, creativo y también suspicaz. Siguiendo lo que expusimos en otros trabajos, 
la salida del enclave neoliberal que dominó la década de los ’90, arrastra las siguientes 
notas subjetivas en torno a los procesos democráticos instituidos: 
• Distancia política por desencantamiento, por desasistencia. 
• Distancia sindical por desprestigio, por ausencia del sindicato cuando se está afuera 
del mundo del trabajo. 
• Distancia de la praxis: el trabajo que se consiga y el que se tenga será percibido en 
términos instrumentales. 
• Desvalorización del espacio laboral: sus condiciones son malas y no genera cultura, 
es de menos calificación que la que uno tiene y por lo tanto no dignifica. 
• Desidentificación con el mundo del trabajo, porque la oferta es vulnerabilidad en 
distintas formas (Ferrari y Logiudice, 2009, p. 97). 
A esta caracterización que hicimos en el 2009, debe incluírsele la forma en que nuestros 
casos se posicionan. En efecto el trabajo es uno de los motivos de la lucha, que como 
práctica, sin embargo, excede la condición formal tanto de dependencia como de 
subordinación. También se aleja de la idea de asistencia enmarcada en políticas de 
inclusión para condiciones vulnerables y de precariedad. 
IMPA lo plasma, en palabras de Eduardo Murúa -principal referente de la recuperación de 
IMPA y del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER)- de la siguiente 
manera: 
Los métodos de lucha anteriores que teníamos por reivindicaciones, por salarios, 
quedaban casi desarticulados, ya no servían. […] Ya en ese momento nosotros 
veíamos que había que hacer un nuevo método de lucha, esto de ocupar las 
fábricas y resistir porque no iba a haber salida […] En el momento que nos 
juntamos, cuarenta trabajadores decidimos tomar la fábrica. Pudimos frenar por lo 
menos que se vaciara la empresa, eso fue por mayo del 98. Solamente estaban 
las máquinas y cuarenta trabajadores manuales que habían decidido juntarse, que 
dijeron: ¿Qué hacemos? Bueno y nos metimos y… eso que decíamos en los 
bares, eso de ocupar, resistir, ahora había que hacerlo, lo hicimos. ¡Había que 
hacerlo! 
Por su parte El Correcamino sostiene a través de su presidente: 
Yo no soy un charlatán, uno de esos que lo único que hacen es hablar, yo soy un 
trabajador. […] Nosotros, ¿por qué no queremos subsidio? Porque queremos ser 
legítimos, yo quiero sostener mi economía, todos los días servir la mesa, 
mínimamente lo que vamos a consumir… por qué tengo que esperar a que me 
den… tenemos que erradicar de la faz de la tierra el dar por dar. 
Finalmente, ambos movimientos son fuertemente personalizados, en términos de sus 
respectivos liderazgos. Si bien su marca al interior de la propia estructura grupal es el 
diálogo, al momento de trasmitir posiciones hacia el afuera, se unifican respectivamente 
en la voz de sus presidentes. 
La contingencia del sujeto de la emancipación 
Para gran parte de la política moderna, el sujeto social es el punto de partida de su proyecto 
y de su potencia. Como hemos marcado sin embargo en elapartado anterior, en el terreno 
contemporáneo el principio de acción de la política se ha destotalizado, al punto de que 
muchos movimientos han ganado terreno suficiente para construirse en prácticas políticas 
como grupo social. Es decir aparece el proceso inverso, lo político precede y construye lo 
social. 
La manera en que los investigadores analizan esta transformación no es unívoca, ya que 
la perspectiva de muchos neomarxistas los ubica en una condición de mayor expectativa 
en torno a la potencia de los distintos actores en movimiento, denominados multitud (Hardt 
y Negri, 2004). En otras perspectivas, se enfatiza la potencia de las prácticas hegemónicas 
para lograr la equivalencia de las múltiples luchas de los distintos grupos que despliegan 
estrategias contra diversas formas de dominación (Laclaud y Mouffe, 1987). 
Sin embargo, las revisiones de otra línea de la crítica contemporánea van a intensificar 
que esta fragmentación política se encuentra bajo el comando de distintas comunidades, 
cuyo eje común de reclamo puede ubicarse en la salud y la seguridad (Rose, 2007). La 
necesidad de conquistar condiciones de salud y seguridad, que impulsa a comunidades 
en riesgo, activa políticas públicas que terminan promoviendo una mayor oportunidad de 
gobernabilidad, más que una emancipación en términos de ampliación de oportunidades 
de elección y autodeterminación. 
Cabe entonces destacar que las neoformas de la acción política contemporánea sólo son 
unívocamente percibidas por sus líneas comunes de acción, aunque no por su significado 
ni oportunidad de transformación. Son sus notas en común la instalación de nuevas 
necesidades, reconocimientos y derechos, y búsqueda de justa redistribución. Son en 
parte los principios inspiradores de tales movimientos, pero sus puntos en común y las 
transformaciones que tendrán efecto a partir de sus distintas formas de lucha, están lejos 
de ser percibidas inequívocamente. La ganancia de emancipación no siempre es el 
resultado evidente, fundamentalmente cuando los reclamos son relativos a la protección 
de derechos personales y sociales, en los que muchos autores ven crecer la intensidad de 
la regulación del régimen de subjetividad de comunidades y grupos. 
En los modelos optimistas, como llamaremos a los de Negri y Laclau (2004), la 
emancipación es un proceso potente y posible. Para el primer autor, la multitud es el nuevo 
sujeto que confronta una maquinaria abstracta de dominación, el imperio, que regula los 
conflictos sociales. Mientras que para el segundo, la emancipación es una oportunidad de 
las democracias pluralistas y populares, en tanto estas últimas permiten la articulación de 
diferencias que puedan modificar los atributos de las identidades existentes. Así en Laclau 
(2006) la identidad relacional y la capacidad simbólica de una sociedad de interpretar 
muchos de sus procesos como de dominación, potencian la oportunidad emancipatoria 
que da existencia a nuevos sujetos políticos. 
Otras visiones críticas, como la de Rose (2007), acentuarán el proceso de construcción 
del movimiento que reclama, como una transformación en torno a prácticas de gobierno 
en sí que provienen del mismo proceso de visibilización de sus necesidades en tanto 
comunidad en riesgo. Se enfatiza aquí cómo el acreedor se transforma en deudor de una 
serie de estilos que ratifiquen su seguridad y la seguridad que mantiene para el resto de 
la sociedad. 
En IMPA lo que comenzó como lucha por la supervivencia, en términos de mantener la 
fuente de trabajo, sostuvo siempre un perfil de distanciamiento de las modalidades 
tradicionales de empleo y asistencia. Esta lucha se llevó a cabo manteniendo el lugar de 
producción y protegiendo la misma con las leyes de expropiación, pero además abriendo 
el espacio a otros emprendimientos político-sociales de grupos de diferente inspiración. 
IMPA se propone como un sujeto múltiple capaz de albergar distintas necesidades 
populares a las que hace lugar e implica también proyectos tales como el Museo y la revista 
Museo IMPA. 
En el caso de El Correcamino se trata de la construcción de la ciudadanía laboral a través 
del proceso de reconocimiento que lo identifique como promotor ambiental. Esto implica 
un conjunto de prácticas que aportan valor a un hacer habitualmente descalificado, como 
es el cartoneo, que puede ser transformado por el reciclado, dando lugar a una visión 
ecológica que se comparte con muchos otros grupos sociales y que también es fuente de 
recursos económicos que no provee directamente el gobierno de la ciudad, sino la venta 
a las distintas empresas. 
 
Una discusión desde la Psicología Social 
En los apartados anteriores hemos retomado una serie de tradiciones relativas al 
pensamiento psico-político, sin la intención de dar soporte teórico a las praxis de los casos 
estudiados. No obstante, en el curso de la investigación, muchos de los procesos que 
hemos acompañado y sobre todo, muchas de las transformaciones a las que hemos 
asistido en términos de alter u otredad (Dussel, 2001, 1998) de ambos movimientos, nos 
llevaron a reflexiones conjuntas en torno a la acción política y a ciertos componentes que 
aparecen en las praxis de la misma, tales como consenso, minoría, cambio, influencia, 
representación, discursos, imaginario, ideología, derechos, legalidad-legitimidad, 
explotación, opresión, emancipación, liberación, inclusión-expulsión y marginalidad, por 
mencionar algunos de los tópicos. 
Recordando los desarrollos de Martín-Baró (1998) en la década de los ’80 para 
Centroamérica, la politización es una de las consecuencias de la conscientización y aún 
más, es parte de la misma en tanto implica la interrogación-construcción de la propia 
identidad y también la liberación de sus distintas formas de opresión. Si la identidad 
mantiene la pregunta por quién soy, cada forma de respuesta histórica que una comunidad 
hace a este respecto, la remite a preguntarse a quién sirve lo que inicia, las distintas formas 
de lo que contemporáneamente llamamos emancipación (Laclau, 2006). 
Ningún conocimiento teórico o proveniente de la Academia puede sofocar las 
transformaciones identitarias que cada uno de los casos ha conllevado en la lucha política, 
y esto ocurre en tanto este conocimiento no se pretenda por sobre la experiencia que se 
lleva a cabo con las personas que integran ambos casos. La acción política de la que 
hemos tratado de dar cuenta en forma fragmentaria a partir de los problemas que estos 
grupos enfrentan, se cursa en torno a salir de una condición sitiada a una condición 
situada, donde se toma riesgo y posición en el conflicto. En el caso de IMPA, la condición 
de asedio original tuvo como límite el quiebre de la empresa, la experiencia de explotación 
y el desempleo. No obstante la respuesta de IMPA fue situarse como trabajadores con 
capacidad de generar una etapa que rechazara la explotación tradicional, reintegrara la 
producción a la potencia cognitiva de los trabajadores y mantuviera la producción como 
forma de resistencia. 
El sitio de El Correcamino parte de la condición de marginalidad, vulnerabilidad y opresión 
que es común a muchas trayectorias que se mantienen en las orillas del trabajo informal y 
el cirujeo. Para ellos situarse, implicó construir una alternativa de trabajo en una actividad 
clave para la ciudad, sus barrios y sobre todo para las comunidades vecinales. En términos 
comparativos la transformación del grupo de personas que integra IMPA fue dramática, 
pero no cambió su eje de integración, que es el trabajo, permitiendo ampliarlo a nuevos 
intereses sociales y culturales. El Correcamino, tuvo una transformación identitaria más 
profunda, sobre todo en términos de quien coordina la cooperativa. Aquí, una de las 
preguntas vitales para su expansión sería dar cuenta de cuántos más pueden ser parte de 
un proceso similar. 
Ambos grupos tuvieron desde el inicio la preocupación política en torno a su posibilidad de 
influencia sobreotras agrupaciones sociales y sobre el gobierno mismo, al que identifican 
con intereses diversos a los de su propio posicionamiento. El lazo con el equipo de 
investigación, forma parte de esta interrogación y práctica en torno al consenso, y también 
a los distintos momentos de lucha planteados por la resistencia y los focos de conflicto. En 
este sentido, los psicólogos sociales que acompañamos estos procesos, tuvimos una 
función amplificadora al retomar la palabra que en principio era propiedad de cada uno de 
los grupos. Un segundo tiempo fue de participar en sus praxis de transformación, 
colaborando materialmente con las distintas actividades. Una tercera función ha sido la de 
formar parte de tácticas y estrategias que los grupos comparten en algunos temas con 
nosotros. Las tres funciones se mantienen en el tiempo y no son las únicas que hemos 
desarrollado, no obstante son las más cercanas al proceso de práctica política que hemos 
descripto en los apartados anteriores. 
La naturaleza disímil de ambos grupos da cuenta también de su contexto histórico de 
emergencia. La Argentina que hereda las condiciones de los años ’90 dista mucho de 
poder ser interpretada acabadamente en una lectura de clases. Lo mismo ocurre con el 
mercado de trabajo y con el concepto mismo de grupos populares. En este sentido, la 
cuestión que trabajamos como representación política da cuenta de las dificultades y el 
desencantamiento, que sí es un punto común en ambos casos, en torno a lo que el sistema 
puede distribuir y lo que alcanza a reconocerles en términos identitarios. No obstante la 
cultura del trabajo forma parte de la historia de IMPA y no del caso de El Correcamino. Por 
lo expuesto, para El Correcamino, la identidad se logra en el proyecto futuro y el trabajo 
que realiza es la clave. Mientras que en IMPA la clave es presentar una alternativa de 
producción y relación social. 
Las instituciones tradicionalmente ligadas al trabajo, como los sindicatos, no estuvieron 
presentes en los distintos procesos que ambas agrupaciones afrontaron. No obstante, en 
el caso de IMPA, algunos de sus trabajadores tienen un pasado de compromiso sindical. 
Esta separación o extrañamiento coloca a ambos grupos en una situación de alternativa 
que tiende a facilitar lazos con grupos forjados en trayectorias e intereses similares o 
complementarios, menguando así sus vínculos con los estructurantes del mercado formal 
de trabajo, aunque no con muchas de las empresas que pueden requerir sus servicios. 
Volviendo a las formas en que se han desarrollado las transformaciones emancipatorias 
de estos sujetos podemos situar, siguiendo el planteo de Laclau (2006), que hay en juego 
y en común una identidad popular, ya que hay una equivalencia de distintas y similares 
demandas individuales y administrativas insatisfechas, producidas por los sistemas 
institucionales que debieran contemplar los derechos en juego. Este origen implica una 
equivalencia de posiciones cuyo efecto ha sido la frustración, pero también la articulación 
a través de liderazgos activamente personalizados. 
Ambos grupos desarrollaron un conjunto de praxis orientadas a la supervivencia. No 
obstante, esa supervivencia trascendió las políticas asistenciales que constituían la oferta 
básica al desempleo, así como también la cooptación por los sistemas tradicionales 
mercado-estado, como fuentes de empleo. Esta lucha es una práctica emancipatoria que 
los conminó a reescribir los términos en los cuales querían establecer nuevas formas de 
relación social y también de producción material. La posibilidad de extender estas 
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alternativas a otros grupos con situaciones similares los incluye en una red ampliada de 
emancipaciones, que en ambos casos constituye una fuente de poder social de naturaleza 
diferente a las de la solidaridad obrera y la asistencia a lo vulnerable, que conforman las 
normas habituales del orden establecido. Este sistema de política de red y de red política 
se activó en momentos de resistencia o amenaza, siendo hoy fundamentalmente su 
presencia la emergencia de prácticas educativas y culturales, y su institucionalización 
planteada como opción diferente. A nuestro entender, el curso del conflicto original no es 
ni debiera ser atrapado en modelos académicos que midan su potencia por las 
transformaciones del sistema. El valor y la fuerza del poder de la red está menos en lo que 
le puede ocasionar al sistema que en la transformación socio-subjetiva al mantenerse por 
opción alternativa. En ambos casos asistimos a la conformación política de un sujeto 
popular, que se construye desde abajo y no solo en oposición a los de arriba. 
 
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