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Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 1 MODELOS CLÁSICOS Y CONTEMPORÁNEOS SOBRE INTELIGENCIA Y HABILIDADES Mercedes Fernández Liporace Universidad de Buenos Aires INTRODUCCIÓN Referirse a la inteligencia y a las habilidades implica, en la vida cotidiana, también aludir a una parte importante de la autoestima individual. Las personas socializadas en la cultura occidental valoran sus habilidades cognitivas de modo tal que se sienten definidos por ellas, y conocer “cuán inteligentes son” suele ser motivo de ansiedad o, al menos, de curiosidad. De este modo, la evaluación de las habilidades intelectuales requiere, por parte del evaluador, una clara conciencia sobre la importancia que tal evaluación implica para el examinado, especialmente a la hora de efectuar la devolución de los resultados. La inteligencia es un constructo extensamente estudiado por la Psicología desde sus comienzos como disciplina científica, y su evaluación ha sido y es una parte esencial en tales desarrollos teóricos. Recorrer todas las corrientes teóricas y definiciones relacionadas sería una tarea enorme que, por mucho, excede el propósito de esta ficha. Por el momento, solo nos detendremos a centrar nuestra atención en una definición provisoria y muy general de la inteligencia, que es común a todos los abordajes conocidos. La inteligencia se concibe invariablemente como la capacidad para resolver situaciones problemáticas de índole variada, e implica siempre un componente propositivo, es decir, se orienta hacia esa resolución del problema, más allá de que aquella sea o no exitosa. Más adelante retomaremos algunas definiciones en particular, pero por el momento, solo mantengamos esta idea en mente. UNA BREVE HISTORIA DE LAS NOCIONES DE INTELIGENCIA Y HABILIDADES Cuando la Psicología comenzaba a configurarse como disciplina científica, sucedían dos eventos en paralelo. Por un lado, al no existir teorías psicológicas sobre la inteligencia, la disciplina se nutría de las especulaciones filosóficas que, como tales, carecían de sustento empírico, debatiéndose entre tres enfoques: el monárquico, el oligárquico y el anárquico. El enfoque monárquico, más antiguo, se basaba en la aserción de un único factor central que coordinaba y unificaba todas las habilidades humanas -enfoque monárquico, así llamado por la concepción de las habilidades gobernadas por un solo factor; su nombre significa gobierno de uno, un factor en este caso-. Según esta visión, cada individuo posee un desarrollo relativamente parejo de sus habilidades y esa similitud en el grado de desarrollo de aquellas se debe a que el factor común que las configura es, primordialmente, hereditario, más allá de las influencias ambientales que haya recibido cada habilidad en particular. El factor central de la inteligencia es el más importante pues es el que tiene mayor capacidad para explicar cuán inteligentes somos y cómo es el perfil de habilidades de cada uno de nosotros, siempre y cuando pensemos en descripciones muy generales sobre los comportamientos inteligentes de las personas. El enfoque oligárquico, posterior desde el punto de vista cronológico, se sustentaba en hallazgos empíricos que parecían difíciles de negar. Aceptaba referirse a grupos de habilidades que se reunían por tener algunas notas en común -habilidades verbales, habilidades matemáticas, habilidades para la música, para los deportes, etc.-, y dejaba de lado el problema de adoptar o no la noción de un factor central y único, con la convicción de que verificarlo o refutarlo de modo certero resultaba imposible. Separar la herencia y el ambiente era y es complicado, y todos los intentos por analizar esas influencias de modo separado habían resultado estériles. Aún los Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 2 antiguos estudios realizados sobre gemelos univitelinos separados al nacer y criados por distintas familias mostraban que separar la biología de la crianza era utópico. El enfoque anárquico, más radicalmente, sostenía que no podía pensarse en absoluto que un factor central o algunos factores de segundo orden con habilidades en común comandaran las diversas habilidades humanas. Así, afirmaba que las habilidades de cada persona se hallan descentralizadas, sin factores en común y es por ello que existen individuos sobresalientes en alguna habilidad específica con el resto de sus habilidades en el rango medio o, incluso, muy por debajo de la media. Si bien estos casos son de baja aparición en la población general, eran suficientes para servir de sustento a los modelos anárquicos (Spearman, 1904). Por otro lado, en el laboratorio de Leipzig (Wundt, 1904), se medían habilidades muy simples que, se hipotetizaba, integraban la inteligencia. Ejemplos de ella era la capacidad de sostener objetos con diferencias sutiles de peso, uno en cada mano, y estimar cuál de las manos cargaba más peso. Luego, hacia el fin del siglo XIX y principios del siglo XX, surgió la necesidad de medir esas habilidades con propósitos aplicados. Por ejemplo, la Primera Guerra Mundial generó la necesidad de asignar individuos a las tropas según sus habilidades específicas y, así, nacieron los tests Alpha y Beta del Ejército de los Estados Unidos (Yerkes et al., 1917), cuyas dos versiones se destinaban a soldados de habla inglesa alfabetizados y no alfabetizados o no angloparlantes, respectivamente. En ese mismo país, la enorme ola migratoria que se dio entre 1892 y 1954 desde Europa del Este y Europa Central, llevó a implementar medidas de habilidades sencillas, elementales y segmentadas que se basaban mayormente en las tradiciones, en las costumbres, y en el “sentido común”. Los tests de inteligencia no existían tal como los conocemos en la actualidad, así como tampoco existían teorías de la inteligencia configuradas como científicas ni avaladas por evidencia empírica. Lo mismo sucedía en Francia, cuando el gobierno necesitaba clasificar a los niños que comenzaban su escolaridad según su nivel de habilidad general para armar cursos con niveles de habilidades comparables entre sí. En ese momento surgió el primer test de inteligencia general para niños de la historia, nacido de una necesidad práctica y sin apoyatura teórica (Cohen et al., 2012). Tal era el estado de situación a principios del siglo XX, cuando la Psicología ya tenía herramientas para evaluar la inteligencia y algunas habilidades, pero no contaba con desarrollos teóricos para definir, delimitar, describir y explicar esas variables de modo preciso. Es entonces cuando Boring (1923) acuñó el uso de la palabra operacionales para designar aquellos modelos sobre la inteligencia que carecían de sustancia teórica pero que habían generado medidas de esa variable, sin haber llegado a una definición clara de esta noción. Es por ello que se afirmaba que “inteligencia es lo que los tests de inteligencia miden”. Es decir, la Psicología avanzaba en términos de producción de tecnología para medir el constructo en función de necesidades prácticas que requerían solución, pero no lograba acordar una definición teórica clara sobre qué se estaba midiendo con esos instrumentos. Sin embargo, mientras este era el panorama imperante en gran parte de Europa y en los Estados unidos, en 1904 aparecía en Gran Bretaña un investigador con una fuerte formación matemática y estadística, entrenado en el uso de metodologías rigurosas para analizar datos empíricos. Pretendía unificar las pocas y desunificadas teorías sobre la inteligencia y las habilidades que la Psicología había adoptado de la filosofía a partir de una fuerte apoyatura en datos provenientes de investigaciones realizadas en humanos de todas las franjas etarias. Charles Spearman (1904), quien fuera discípulo de Pearson e introdujera el análisis factorial como metodología de análisis de datos -método que aún usamoshoy para analizar evidencias de validez de constructo en los tests psicométricos (Cohen et al., 2012)-, formuló, a partir de esta metodología, la primera teoría psicológica de la inteligencia basada en datos empíricos y sustentada en rigurosos análisis. Se trataba de la Teoría Ecléctica de los Dos Factores o Teoría Bifactorial de la Inteligencia. Más adelante nos adentraremos en ella, dado que fue y aún es la base de todos los desarrollos posteriores que han tenido lugar hasta la actualidad sobre las habilidades humanas. Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 3 En suma, según lo visto hasta aquí, recordemos que la Psicología, en el área de análisis de las habilidades intelectuales, se nutrió primero de teorías filosóficas, luego comenzó a diseñar tests como respuesta a necesidades prácticas y recién luego de esos desarrollos en tecnología de evaluación, logró formular teorías puramente psicológicas basadas en evidencia empírica. TEORÍAS DE LA INTELIGENCIA En virtud de la situación hasta aquí descripta, y dada la dispersión enorme de modelos vigentes en la actualidad, nos parece apropiado tomar la clasificación de Vernon (1950): no porque sea la mejor o la más completa, sino porque es útil. Vernon clasificaba las teorías de la inteligencia en tres grupos: las operacionales, las biológicas y las psicológicas o psicométricas. Las operacionales ya han sido mencionadas en el apartado anterior, y se relacionan con la tradicional afirmación que sostenía que la inteligencia es lo que los tests de inteligencia miden (Boring, 1923), ya que en esos tiempos las medidas de inteligencia y habilidades se desarrollaban según tradiciones escolares, exámenes universitarios e, incluso, sentido común, pero sin sostén teórico pues el debate sobre la definición y delimitación conceptual era aún incipiente. Los modelos biológicos poseían una nota fundamental en común. Más allá de que el énfasis se ubicaba en los aspectos biológicos que subyacen a la inteligencia, la idea principal era que los organismos vivos realizan diversas operaciones, como por ejemplo la asimilación y la acomodación, con el fin de adaptarse a las demandas ambientales. Piaget es uno de los autores paradigmáticos de esta corriente, muy bien conocido en nuestras aulas universitarias. Asimismo, debe tenerse en cuenta que estas corrientes se focalizan en cuáles son las etapas del desarrollo de la inteligencia y las habilidades en el humano, es decir, examinan un desarrollo evolutivo -e involutivo- en común, en lugar de centrarse en describir las diferencias individuales. Finalmente, las teorías que más nos interesan en esta asignatura, pues son las que aportan sustento a los instrumentos de evaluación de la inteligencia y las habilidades, son las psicológicas, también llamadas psicométricas. Estas se centran en la captación y descripción de diferencias individuales, en qué hace a cada perfil cognitivo-intelectual diferente del perfil de cualquier otra persona, a diferencia de los modelos biológicos, que se interesan en las notas comunes sin examinar las especificidades y la unicidad de cada individuo. De aquí en más, y en función del tema y de la asignatura, nos referiremos solamente a modelos psicométricos. Modelos Psicométricos sobre la inteligencia y las habilidades La contribución fundacional de Spearman: la línea de Londres Como ya mencionamos en apartados previos, Spearman sentó las bases de la metodología de análisis factorial que es fundamental para la psicometría, pero, a la vez, fue el autor pionero que formuló la primera teoría de la inteligencia que integró la psicología científica gracias a las evidencias recabadas en sus análisis de datos. Máximo representante y fundador de la línea londinense, tuvo en cuenta los aportes filosóficos referidos a enfoques monárquicos, oligárquicos y anárquicos y, a partir de sus resultados empíricos, esbozó la Teoría Ecléctica de los Dos Factores de la Inteligencia (Spearman, 1927). El mote de ecléctica procede de la combinación de los tres enfoques filosóficos anteriores. Spearman, acostumbrado a la investigación con muestreos multitudinarios, administró numerosos tests de diversas habilidades a personas de todas las edades, desde la niñez hasta la adultez mayor. Gracias al cálculo de matrices de correlaciones, que había aprendido de su maestro Pearson -recordemos que Pearson fue quien formuló la ecuación del coeficiente r de Pearson (1920)-, advirtió que todos los tests de habilidades tenían algún grado de correlación Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 4 con cualquier otra habilidad. Esas correlaciones podían ser altas, medias o bajas, negativas o positivas, pero eran siempre distintas de 1 y distintas de 0. Ello significa que todas las habilidades tenían algo en común -la parte explicada por la correlación- y algo específico -la diferencia entre el valor 1 y el valor de esa correlación en particular-. Por ejemplo, entres dos habilidades w y z, un coeficiente de correlación de 0.25 implica que un 25% de qué se mide en esas dos habilidades es compartido, común a ambas habilidades, posiblemente el factor común de la corriente filosófica monárquica, que podría pensarse como la inteligencia general. Y el 75% (1- 0.25= 0.75), sería específico de cada habilidad en esa dupla, independiente y no común (la parte anárquica de los enfoques filosóficos, que defendía la independencia total de las habilidades). En el medio de lo que esas capacidades comparten y lo específico de cada una se ubicarían los grupos de habilidades con algo más que la inteligencia en común, como el factor de las habilidades verbales, o el factor de las habilidades matemáticas, entre varios cientos de factores más. Tales factores intermedios, también llamados factores de grupo, se encontraron tras el cálculo de análisis factoriales de segundo orden, que pueden ser útiles para distinguir si se descubren factores de nivel superior por encima de los factores específicos -habilidades específicas en este caso-. El factor g y los factores e Si volvemos al factor común entre dos habilidades dadas –en una correlación de 0.25, sería el 25% que ambas habilidades comparten- este factor era, para Spearman, algo así como una energía mental, como la energía eléctrica que hace que un foco de luz se encienda, como el impulso nervioso que se transmite de neurona a neurona -recuérdese que esta época coincide con el momento en el que los modelos psicológicos intentaban homologarse a los de la física con el fin de otorgarle un estatus científico a la psicología, y se formulaban en términos dinámicos o energéticos-. Aunque Spearman, en sus primeros trabajos prefería eludir la cuestión de homologar este factor general a la inteligencia, lo denominó g -por general- y, años más tarde, comenzó a llamarlo oficialmente factor general de la inteligencia. Spearman definió g como variable interindividualmente y constante intraindividualmente –si bien nos acompañaría inalterado durante toda la vida, difiere de persona a persona-. Se infiere claramente que g sería, al menos mayoritariamente, biológico. Como es común a todas las habilidades, lo llamó general, y representaría el 0.25 en el ejemplo anterior. Contrariamente a g, pero complementariamente, los factores e -específicos-, representarían la parte única e irrepetible de cada habilidad específica -el 0.75 de la correlación en nuestro ejemplo-. Hay tantos factores e como habilidades específicas puedan concebirse, y ellas son, según Spearman, potencialmente infinitas -ej., habilidades para la lectura comprensiva, para el aprendizaje musical, para la captación de sonidos de un idioma, habilidad para aprender a nadar, para el cálculo mental, para reconocer recorridos en mapas y esquemas, entre otras-. Los factores e son variables inter e intraindividualmente. Interindividualmente,pues cada uno de nosotros posee un perfil diferente de habilidades específicas comparado con el de otra persona. Intraindividualmente, porque cada uno posee su repertorio único de habilidades específicas desarrollado de un modo diferente, donde cada habilidad tendrá un grado de desarrollo distinto de las demás capacidades, pues ello depende de factores ambientales y personales, tales como la oportunidad de aprender esa habilidad, el tipo, frecuencia e intensidad del entrenamiento, y el interés por llevarlo a cabo o no. Entonces, g y e son los dos factores que dan nombre a la Teoría Ecléctica Bifactorial. Cuanto más cantidad o saturación de g tenga una habilidad e, más estará desarrollada; a la vez, cuanto más interés, esfuerzo, entrenamiento, mayor será el desarrollo de ese e. Es decir que el desarrollo de las e depende de cuánto de g lo “tiñe” o satura, y de factores externos e internos al sujeto -entrenamiento, interés, historia personal, oportunidad para aprender la habilidad, e Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 5 incluso factores culturales, modas, épocas, tendencias educativas de la sociedad en la que la persona habita, etc-. El tercer factor de la ¿Teoría Bifactorial? Unos años después de publicar por primera vez sus ideas, en 1927 Spearman (Spearman, 1927) agregó un tercer factor que, aunque nunca se publicitó tanto como para cambiarle el nombre a la teoría, tenía, según su criterio, tanta importancia como g y los e. Ese tercer componente se identifica como factores no intelectuales de la inteligencia. Ellos son el interés, la voluntad para aprender, la resistencia al cansancio y al aburrimiento, y cualquier factor que influya en el desarrollo de una habilidad específica, sin clasificarse directamente como intelectual. Tengamos presente que, en la actualidad, este factor no intelectivo que nos parece tan obvio, en los albores del siglo XX, cuando Spearman lo incorpora a su modelo, resulta casi revolucionario. Afirmar que un factor no intelectivo podría influir tanto en el rendimiento intelectual como g mismo o como el entrenamiento recibido en ese e, generó una fuerte polémica en el mundo académico. Y fue aquí cuando la emocionalidad, la personalidad, la voluntad, la persistencia y otros aspectos no cognitivos comenzaron a categorizarse en la esfera cognitiva como aspectos importantes. Más sobre el factor g -¿hay más?- Las capacidades eductiva y reproductiva Hasta aquí tememos tres factores en este modelo, g -la energía mental-, e -las habilidades específicas o e - y los factores no intelectivos de la inteligencia -llamados x, y, z-. Ahora bien, la complejidad de g no es tan lineal como hasta aquí la hemos presentado y, además, debemos hacer una salvedad: Spearman (1927, 1938) concibió este factor como integrado por dos aspectos que parecen opuestos, pero que en realidad son complementarios. Es decir, uno no puede funcionar sin el otro. Ellos son la capacidad reproductiva y la capacidad eductiva. La capacidad reproductiva se vincula con el aprendizaje enciclopédico, la memoria de largo plazo y la reproducción de conocimientos previamente adquiridos. La capacidad eductiva, en cambio, se relaciona con la capacidad para educir -extraer, inferir- relaciones y correlatos a partir de dos ítems de información. Spearman formuló las leyes de la educción, donde las dos primeras son las más importantes. La primera dice que, dados dos ítems de información, el ser humano tiende a establecer algún tipo de relación entre ellos. Por ejemplo, en nuestro país, el gesto de pedir café es bien conocido. Pero imaginemos que un extranjero que no conoce nuestras costumbres ni nuestro idioma nos visita y se detiene en un bar a tomar algo. Al ver un cliente haciendo el gesto de café se sentirá desconcertado y quizá, curioso, pero luego ve al camarero acercar un café a quien hizo antes el gesto. Relaciona el gesto -ítem 1 de información- y el café -ítem 2 de información- e infiere que el primero era la señal convencional para pedir el segundo. Ha establecido la relación -ha formulado una actividad eductiva, ha educido o inferido la relación entre los dos ítems de información que se le han dado- que, luego, a través de la experiencia, corroborará como correcta o no. Pero la tendencia a establecerla está allí, siempre en potencia, siempre latente en el individuo humano. La segunda ley de la educción afirma que una vez que la persona ha establecido la relación entre dos ítems de información, esa persona es capaz de emitir o inferir un ítem correlativo de información. Es decir, luego de entregado el café tras el gesto, podrá él mismo repetir el gesto para lograr el efecto deseado –que le alcancen un café-. Y no lo ha preguntado, pues no habla español, sino que lo ha inferido solo gracias a la capacidad eductiva, que es mayoritariamente no verbal y es más gestual o figurativa. Sin embargo, nunca podría haber efectuado una actividad eductiva -inferir la relación (significado del gesto de “pedir café”) entre dos ítems de información (gesto y pocillo de café) y emitir el ítem correlativo (repetir el gesto cuando quiero un café)- sin la existencia de ciertos conocimientos previos -capacidad reproductiva-. Para establecer la relación gesto-café debía previamente tener la noción de la existencia y el valor de lo gestual, el contexto Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 6 de bar, mirada, sonrisa amable, etc., y debía haber visto antes un pocillo de café, un camarero y saber sobre la existencia del café y sus propósitos y usos, etc. Es decir, jamás podríamos pensar una actividad eductiva como separada de la reproductiva. Una sin la otra no tiene valor y la inexistencia de una implica la imposibilidad de la otra. Ambas poseen idéntica importancia por la complementariedad de sus funciones. Un ejemplo de actividad eductiva lo apreciamos en el Test de Matrices Progresivas de Raven (1993), o en las matrices del WISC-IV (Wechsler, 2011), aunque también podemos pensarlo en actividades de diverso nivel de complejidad en la vida cotidiana, laboral y académica. Ejemplos de capacidad reproductiva podemos encontrar en cualquier test o subtest de vocabulario o de conocimiento general. Más sobre los factores de grupo en estudios posteriores Como continuación de los trabajos de Spearman, Vernon (1950) realizó análisis factoriales de segundo orden, y halló los llamados factores de grupo, que consistían en grupos de habilidades e con algo más en común aparte de g: lo que además tenían en común, aparte de g, era la naturaleza de la actividad de cada grupo de e, por ejemplo, el grupo de habilidades verbales, de habilidades matemáticas, musicales, deportivas, etc. Estos factores de grupo implican que las habilidades e con una misma habilidad mayor en común pueden agruparse, pues comparten destrezas que las aúnan. Es decir que ya aquí se trata de un modelo jerárquico, donde g se ubica en la parte superior, casi al mismo nivel de importancia que los factores no intelectivos Si bien el modelo de Spearman tiene más de un siglo, su vigencia es plena pues todos los modelos de la inteligencia y las habilidades formulados más tarde han sido simplemente una ampliación, una modificación o una partición de algún aspecto del modelo de Spearman. Es por ello que, en cuanto a teorías e instrumentos para medir inteligencia y habilidades, la figura pionera y fundacional es, justamente, Spearman. En resumen, la Fig. 1 contiene el modelo Bifactorial, solo que debemos imaginar tantos factores e como habilidades tenga la persona, en lugar de uno solo, tal como aquí figura en aras de la simplicidad del gráfico. Fig. 1. Modelo Bifactorial de Spearman (1904, 1927). G(eductiva y reproductiva) eFactores No Intelectivos Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 7Finalmente, la Fig. 2 contiene el modelo de Vernon (1950), que incluye los factores de grupo. Nuevamente, imaginen tantos factores de grupo como puedan o quieran, y muchos más para los e, que son los círculos inferiores. Fig. 2. Modelo Jerárquico de Vernon (1950). La línea “americana”: la corriente anárquica Los desarrollos estadounidenses, conocidos en los libros de texto como americanos, son algo más tardíos que los ingleses. Thurstone (1938) y Guilford (1967) son sus más importantes exponentes. Thurstone formuló el modelo de las Siete Habilidades Mentales Primarias –fluidez verbal, comprensión verbal, visualización espacial, habilidad numérica, memoria asociativa, razonamiento y velocidad perceptual-. Sostenía que se trataba de habilidades biológicamente dadas -de allí el nombre de Primarias-, independientes entre sí y pasibles de entrenamiento por influencias ambientales, por lo que en ningún momento empleaba el vocablo inteligencia pues se oponía a la noción de un factor común a todas las habilidades. Basado en la observación de casos provenientes de la población general en los que el desarrollo de las habilidades es variable al interior de un mismo individuo, y en virtud de la existencia de casos poco frecuentes pero observados en la población clínica en los que una persona puede exhibir un muy bajo desarrollo de la mayoría de sus habilidades pero una sobresaliente performance en una sola de ellas, es que hipotetizó la independencia de tales habilidades, dejando de lado el uso del concepto inteligencia concebido como dependiente de un factor central. Es decir, en comparación con el modelo de Spearman, el de Thurstone solo tiene en cuenta las habilidades específicas -e-, descarta el factor g y evita el problema de su definición. G Eductiva y Reproductiva Factor de grupo Factor de grupo Factor de grupo Factores no intelectivos e e e e e e e e e e e e Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 8 Mediante un razonamiento similar, Guilford también se refirió a habilidades y renegó de la noción de inteligencia general, pero complejizó su teoría pues tuvo en cuenta la combinación entre operaciones mentales, contenidos sobre los que esas operaciones actúan y productos que se obtienen de la combinación de cada operación con cada tipo de contenido. Este es el modelo de la Estructura del Intelecto. Más allá de su mayor complejidad si se lo compara con el modelo de Thurstone, su nota más saliente es la que comparte con aquél, y es la independencia de las habilidades mentales, en virtud de la hipótesis de que no existe un factor central o general de inteligencia que comanda las habilidades. Este modelo ha recibido sólidas defensas tanto de quienes consideran que hipotetizar un constructo tan abstracto y tan general como la inteligencia es un problema irresoluble ya que no puede medirse de manera sencilla sino que debe estimarse a través de algún índice complejo resultante de la combinación de varias medidas de habilidades específicas -como sucede en las Escalas Wechsler (1939)-, y ello es siempre debatible, como de quienes prestan mayor atención al desarrollo desigual de las habilidades en todos los individuos, particularmente en aquellos que no pertenecen a la población general -como por ejemplo, un trastorno del espectro autista con una alto rendimiento en un área en particular-. Quienes atacan este modelo aducen que no puede construirse una descripción o explicación de fenómenos psicológicos que sea válida para todas las personas a partir de casos que no son frecuentes en la población general, y que los análisis de datos arrojan resultados más sólidos para el modelo de Spearman antes que para modelos que postulan la independencia de los factores, como lo hacen los modelos americanos. Como siempre sucede, la polémica persiste y ambos enfoques son defendibles y también poseen aspectos más deficitarios que los académicos deberán considerar para adherir a uno o a otro en virtud de la evidencia científica que los sostiene, así como de la robustez metodológica de esas investigaciones. Los aportes teóricos posteriores Horn y Cattell (1966) propusieron su modelo sobre inteligencia fluida e inteligencia cristalizada. La primera se vincula especialmente con el razonamiento figurativo, la creatividad ante problemas novedosos y la capacidad para captar relaciones entre fenómenos. La segunda, con el conocimiento previamente adquirido, la verbalidad y la reproducción y actualización de conocimientos. Como puede advertirse, es sencillo hallar similitud entre estas descripciones y las que Spearman aportara sobre las capacidades eductiva y reproductiva, respectivamente. Si bien Spearman y Cattell coexistieron unos años, y su debate sobre la diferenciación entre eductivo/reproductivo-fluido/cristalizado fue encendido -pues polemizaban sobre la localización de cada una de estas capacidades en el sistema nervioso central-, desde el punto de vista descriptivo el solapamiento de estas nociones es notable, tal es así que a partir de la década de los 80 los tests que medían capacidad eductiva pasaron a conocerse como tests de inteligencia fluida. Otros dos enfoques novedosos corresponden a Sternberg (1979) y a Gardner (1983). Si bien el modelo de Sternberg implica una mayor complejidad, aquí solo nos referiremos a los puntos que son importantes a los efectos de ilustrar el punto más importante en cuanto a medidas de la inteligencia. Sternberg aseguraba que la inteligencia exitosa se compone de tres aristas: la inteligencia analítica, la inteligencia creativa y la inteligencia práctica. Si bien todos los seres humanos somos capaces de desarrollar las tres, raramente las tres se hallan desplegadas en igual grado en la misma persona. En términos generales, suele predominar una por sobre las demás, o a lo sumo dos de ellas según las demandas situacionales. La inteligencia analítica es aquella que la sociedad occidental concibe y educa como el paradigma de “lo intelectual” y se relaciona con las habilidades académicas para la lectura, la escritura, la comprensión de textos, el cálculo matemático y todas aquellas habilidades que nos Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 9 hacen académicamente exitosos según las definiciones estándar para la escolaridad occidental. La inteligencia creativa tiene que ver con la resolución creativa de problemas novedosos y, si bien es muy notable en individuos especialmente dedicados a este tipo de actividades, se considera que todo humano es capaz de ejercerla en situaciones más o menos notables, más generales o restringidas, más continuadamente o más episódicamente. Creativo eran Miguel Ángel y Spinetta, pero todos podemos ser creativos de manera no necesariamente tan espectacular como los grandes creativos. Podemos ser creativos como psicólogos al pensar una intervención novedosa “fuera de manual” para un paciente, o para decorar una parte de una pared dañada en casa de modo tal que quede bonita y no se vea el daño. La inteligencia práctica se refiere a la resolución de todo tipo de problemas que se presentan en la vida cotidiana y abarca esferas tan diversas como la laboral, la académica, o la interpersonal u hogareña. Sternberg aseguraba que solo quienes poseen un equilibrio entre las tres logran ser exitosos desde el punto de vista intelectual. Sin embargo, desde una perspectiva psicométrica, su aporte más importante se refiere a destacar que ningún test de inteligencia o habilidades cubre toda la gama de aspectos que la conjunción de estas tres aristas de la inteligencia implican. La mayoría de los instrumentos disponibles evalúa diversas dimensiones de la inteligencia analítica -según Sternberg-, pero raramente tienen en cuenta la medición de cuestiones creativas o prácticas. Ello no parece un escollo mayor, siempre y cuandoel evaluador sea consciente de que toda escala hace un recorte de la variable a medir según un modelo teórico, dejando por fuera todos los aspectos no incluidos en ese recorte y, por ende, no operacionalizados en la escala de interés. Así, el evaluador responsable y bien entrenado deberá informar los resultados obtenidos teniendo en cuenta exactamente la definición comprendida en el modelo que sustenta el test, pues hablar en general de inteligencia lleva a confusiones acerca de las capacidades evaluadas y, por ende, a diagnósticos erróneos que impactan negativamente en la vida de las personas. Otro modelo relevante, cuyo autor intentó transmitir la misma idea sobre la cautela requerida al redactar informes sobre qué se ha evaluado exactamente es Gardner (1983). Aunque se refirió a las inteligencias múltiples y proporcionó un listado de los diversos tipos que teoriza, su modelo no hace más que replicar la idea que ya en los años 30 habían introducido Guilford y Thurstone, sobre la independencia de las habilidades sin el comando de un factor general o central llamado inteligencia. El propio Gardner afirmaba en el prólogo de su libro sobre las múltiples inteligencias que usa ese término para llamar la atención y producir un impacto publicitario, y aseguraba que en realidad se aludía a habilidades independientes. Nada nuevo desde Thurstone y Guilford. Lo importante para resaltar a la luz de la evaluación psicológica es, otra vez, despertar conciencia en los colegas para que estudien atentamente qué variables y según qué modelo se evalúan en un test para informar exclusivamente esos resultados sin por ello generalizar erróneamente ese resultado al concepto de inteligencia general, que siempre deja alguna habilidad por fuera. Nombrar todos los modelos alternativos es imposible, de manera tal que nos referiremos solo a algunos que amplían el campo de estudio y han merecido mayor atención por parte de los académicos y de los psicólogos que se desempeñan en el campo de aplicación. Entre ellos podemos citar las nociones de inteligencia emocional (Salovey y Mayer, 1990), conocimiento tácito (Kihlstrom y Kantor 2000), habilidades sociales, entre otras. También merecen especial atención el modelo PASS -Planificación, Atención-Activación, Simultánea y Sucesiva- (Das, Naglieri y Kirby, 1994), y el área de análisis y evaluación de las funciones ejecutivas, que es ampliamente analizada por la neuropsicología en la actualidad. Sucintamente, las funciones ejecutivas incluyen una amplia variedad de habilidades cognitivas que se dirigen al logro de una meta. Son necesarias para controlar y autorregular el propio comportamiento en tanto nos permiten establecer, sostener, monitorear, corregir y finalizar un plan de acción orientado hacia un objetivo. En esto se asemejan al concepto amplio de inteligencia al que aludíamos al principio Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 10 de este texto, que afirmaba que los comportamientos intelectuales implican siempre una propositividad, ya que se orientan hacia el logro de un fin determinado (Diamond, 2013). Finalmente, el último modelo al que haremos mención es el modelo CHC, que integró los aportes de Cattell, Horn y Carrol (Carroll, 1997), y se halla claramente emparentado con los desarrollos pioneros de Spearman y de su discípulo Vernon, quien obtuviera, a partir del uso del análisis factorial como metodología, un modelo jerárquico a partir de la Teoría Bifactorial, pero en el que se establecía una jerarquía de tres niveles. Así, el modelo CHC es también conocido como el Modelo de los Tres Estratos de Habilidades Cognitivas. El nivel más general está representado por el Factor General de Inteligencia de Spearman; el segundo nivel se halla integrado por ocho factores generales o habilidades amplias, de segundo nivel, que agrupan habilidades más restringidas pero que tienen elementos en común -homologables a los Factores de Grupo de Vernon-. Estos factores de segundo nivel son: El G Fluido (Gf), el G Cristalizado (Gc), el G de Memoria y Aprendizaje (Gy), el G de Percepción Visual General (Gv), el G de Percepción Auditiva General (Gu), el G de Habilidad General de Recuperación del Conocimiento Previamente Adquirido (Gr), el G de Rapidez Cognitiva General (Gs)y el G de Velocidad de Procesamiento General (Gt), que se relaciona con el tiempo de reacción para la toma de decisiones. En el tercer nivel, y dependiendo de los ocho G de segundo nivel, se verificó la presencia de 69 habilidades específicas, agrupadas según los elementos en común descriptos para el nivel II -asimilables a las habilidades e o específicas de Spearman y Vernon-. Si bien este modelo aún no cuenta con tests de evaluación adaptados a nuestra población, es importante conocer su existencia dada su importancia teórica y dada la cantidad y calidad de evidencia empírica que respalda la solidez de las hipótesis que lo sustentan. Seguramente en los años venideros conoceremos una versión adaptada de la batería que mida este conjunto de habilidades repartidas en tres niveles que, de algún modo, resumen la trayectoria histórica de las teorías que sustentan los tests psicométricos para la evaluación de la inteligencia y las habilidades, desde Spearman hasta nuestros días. Fig. 3. El Modelo CHC (Carroll, 1997) Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 11 LA MEDICIÓN DE LA INTELIGENCIA: DOS MODELOS PSICOMÉTRICOS La línea francesa: el CI según edad mental Tal como comentáramos en apartados previos, en 1905 Binet publicó el primer test de inteligencia general especialmente diseñado para niños (Binet, 1905). Era un test que carecía de sustento teórico, pues en ese momento la Psicología no había logrado formular un modelo basado en evidencia científica que resultara útil para explicar la medición de la inteligencia. Es entonces como los ítems y subpruebas que integran esta primera escala de inteligencia para niños que fue pionera, provienen de tests de habilidades específicas que se hallaban en esa época en uso, ya sea en las escuelas, en los hospitales o en la selección de personas con propósitos de inserción laboral, todos ellos sustentados en la tradición y en el sentido común, pero no en investigaciones sistemáticas desarrolladas sobre muestras compuestas por personas reales y sustentadas en análisis científicos. Binet trabajó para solucionar una necesidad práctica planteada en las escuelas primarias de Francia, y quedó al frente de un proyecto para el desarrollo de una escala que midiera habilidades e inteligencia en los niños que comenzaban primer grado de la escuela primaria. En esos tiempos, el Ministerio de Educación francés, habiendo notado que los niños poseían diferentes perfiles de habilidades y trabajaban en las aulas con diferentes ritmos de aprendizaje y diversa facilidad o dificultad, decidió incorporar una herramienta para detectar estas diferencias antes de comenzar la escolaridad formal, de modo tal de agrupar a los niños en cursos cuyo nivel de habilidad fuera parejo. El objetivo era homogeneizar los ritmos de aprendizaje para que todos los niños del curso pudieran trabajar a la misma velocidad y con niveles de dificultad manejables para todos, sin formar grupos cuya heterogeneidad dificultara el trabajo de los docentes por una parte, y desalentara a algunos niños y aburriera a otros, por la otra. Así se produjo un test compuesto por una gran variedad de subpruebas que cubrían actividades con niveles de dificultad resolubles desde los 2 años hasta los 16. Puesto que Binet contaba con el apoyo, y a partir del pedido del Ministerio francés, tenía a su disposición todas las escuelas de París para probar cada una de las subpruebas y cada uno de los ítems, y ese arduo trabajo fue apropiado para determinar exactamente qué subprueba respondía al rendimiento típicode la mayoría de los niños de cada edad. El resultado de esta tarea, en principio intuitiva pero luego de muestreo y prueba sistemática, fue muy prometedor. Este instrumento usaba una puntuación para cada ítem que, en lugar de otorgar uno o dos puntos por respuesta correcta, otorgaba uno o dos meses. El puntaje, en lugar de expresarse en otra unidad, se expresaba en meses. Una respuesta correcta valía un mes o dos, según su nivel de complejidad. De esta manera, cada niño evaluado obtenía una puntuación total al finalizar la administración de x meses que, lógicamente, podían expresarse en años y meses mediante una sencilla transformación (12 meses= 1 año). De allí el famoso concepto de Edad Mental. La Edad Mental no es la inteligencia ni nada que se le parezca. No es un constructo psicológico. Es simplemente un puntaje bruto o directo que expresa la cantidad de ítems a los que un examinado ha respondido de modo adecuado en el test de Binet. Esa Edad Mental, expresada en años y meses, se dividía por la Edad Cronológica del sujeto, también expresada en años y meses, y el resultado de ese cociente -el primer Cociente Intelectual de la historia de los tests- se multiplicaba por cien para evitar los números decimales. Entonces, si un niño lograba una puntuación bruta que correspondía exactamente a su Edad Cronológica, obtenía un Cociente Intelectual igual a 100. Y un niño cuya cantidad de respuestas correctas en el test superaba su Edad Cronológica, obtenía un Cociente Intelectual por encima de 100. Si la situación era inversa, el Cociente se ubicaba por debajo de 100. Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 12 EM 5 años, 6 meses 1 CI= ----------- =100 CI inteligencia promedio= ------------------------- . 100 = ------- . 100=100 EC 5 años, 6 meses 1 5 años, 6 meses 66 meses CI inteligencia debajo del promedio = ----------------------- .100= --------------- . 100= 0.77 .100= 70 7 años, 1 mes 85 meses 5 años, 6 meses 66 meses CI inteligencia sobre el promedio = ----------------------- .100= --------------- . 100= 1.34 .100= 134 4 años, 1 mes 49 meses Estos ejemplos nos permiten apreciar cómo se arribaba, en ese momento, al cálculo del Cociente Intelectual. Las grandes contribuciones de Binet residen, por una parte, en que fue quien desarrolló e hizo masiva la aplicación de esta escala, la primera de inteligencia para niños en la historia, que fue adaptada para su empleo en casi todo el planeta. Y, por la otra, en que este Cociente fue la primera medida de la inteligencia que tenía en cuenta, a la vez, el desempeño en el test y la edad cronológica del examinado. Las escalas Wechsler: el CI según distancia a la media Desde la publicación de la escala de Binet en 1905 hasta 1939, el uso del Cociente Intelectual se mantuvo inalterado, hasta que David Wechsler, en los Estados Unidos, escribió la Medida de la Inteligencia del Adulto y, en uno de sus capítulos centrales, criticó el uso del Cociente como medida de la inteligencia general (Wechsler, 1939). Comencemos por su definición de inteligencia: Wechsler la concebía como la capacidad global o agregada para actuar con propósito, pensar racionalmente y manejarse adecuadamente en el ambiente cotidiano. Aquí notamos la naturaleza propositiva de la inteligencia, tal como la definen la mayoría de los autores. En segundo lugar, tenía en cuenta la capacidad de razonamiento y la arista social de la inteligencia. Por otra parte, dividía las habilidades que integraban la inteligencia en 12 habilidades menores -representadas por los subtests- y tres factores mayores, que agrupaban habilidades con elementos en común: ellos eran la inteligencia verbal -definida como la capacidad para manipular signos y símbolos de cualquier clase, no solo letras y números sino también mapas, esquemas o íconos, entre otros-, la inteligencia ejecutiva -descripta como la capacidad para manipular objetos concretos, que es también conocida como inteligencia manual o práctica según este autor- y la inteligencia social -descripta como la capacidad para resolver adecuadamente situaciones diversas que se dan en el entorno habitual donde el sujeto se desempeña-. La intención de Wechsler era generar tres escalas de segundo orden que agruparan los subtests que medían habilidades de diversa naturaleza. Así, configuró una escala verbal y una escala ejecutiva, pero no una escala social, puesto que el propio Wechsler no logró desarrollar la suficiente cantidad de subtests como para componerla. Ejemplo de este tipo de subtests ligados a las habilidades para el desempeño en la sociedad, fueron las subpruebas Ordenamiento de Historias y Comprensión, que plantean situaciones de este tipo, en forma gráfica y verbal, respectivamente. De este modo, los 12 subtests, cuyos puntajes -expresados como Puntajes Equivalentes, con media=10 y desvío estándar =3– se resumían en dos puntuaciones de segundo orden - interpretables según la tradición que establecía, desde Binet, que el CI promedio era igual a 100- , correspondientes a las escalas verbal y ejecutiva. A la vez, el CI escala de completa expresaba Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 13 un resumen general que daría cuenta del factor general o global de inteligencia. En vista de lo anterior, fácilmente advertimos cómo la primera escala Wechsler, así como varias de sus versiones sucesivas, hasta la WISC-III -para niños y adolescentes- y WAIS-IIII -para adultos-, operacionalizaron el modelo de Spearman que Vernon había pensado en términos de jerarquía en sus estudios posteriores. El factor general de inteligencia (g) estaba representado por el CI de escala completa, las habilidades específicas (e), por los puntajes PE -puntajes equivalentes- de los subtests, y los factores de segundo orden, propuestos por Vernon, por los CIs verbal y ejecutivo. Lo factores no intelectivos de la inteligencia quedaban plasmados en la observación de comportamientos durante la administración -interés, entusiasmo, ansiedad o desgano, competitividad contra el reloj o actitud de indiferencia o desdén sobre la velocidad requerida en los subtests contrarreloj, reacciones del sujeto cuando ignora la respuesta, entre otras-. Este formato cambió en el WISC-IV, donde las escalas verbal y ejecutiva desaparecieron y se enfatizó la importancia de los puntajes índices, que se leen del mismo modo que el CI empleando una media de 100 y un desvío de 15. Los puntajes índices a los que nos referimos son, en el WISC-IV, Comprensión Verbal, Razonamiento Perceptivo, Memoria Operativa y Velocidad de Procesamiento. Estos puntajes índices ya se habían introducido en el WISC-III pero algunos eran diferentes respecto del WISC-IV. En esta versión, se modificaron y ampliaron sus análisis. A través de las sucesivas versiones de las escalas Wechsler, se advierte la importancia de que una prueba larga y compleja, en cuanto a administración, puntuación y redacción de informe, se “mueva” históricamente de solo considerar el CI Global y los CI Verbal y CI Ejecutivo en sus primeros tiempos a darle más importancia a puntuaciones de más bajo nivel -puntajes índice y puntajes de los subtests-, porque actualmente no importa tanto comparar el g de una persona respecto de su grupo de pares sino analizar su perfil de habilidades, de manera tal de conocer cuáles de sus habilidades se hallandestacadas, cuáles son promedio, cuáles se ubican por debajo de la media y cuáles necesitan intervenciones específicas para su mejoría. El Coeficiente Intelectual actual Volvamos a la noción de Cociente Intelectual de Binet que se manejó desde 1905 hasta 1939, año en que Wechsler publica sus críticas hacia tal unidad de medida. Recordemos que el Coeficiente de Binet era eso: un cociente, una división. Para realizar una división, el numerador y el denominador deben expresarse en una misma unidad de medida y deben representar una función lineal. Nada más lejos de la realidad en cuanto al crecimiento de la inteligencia en la vida humana. El ritmo real de crecimiento de la inteligencia desde el nacimiento hasta la adolescencia está lejos de ser una línea recta -representación de una función lineal-, sino que es una curva. Es llamativamente ascendente durante los dos primeros años de vida. Recuérdese que el humano pasa de ser un organismo dotado de reflejos, entre los que el más importante -succión- le permite la supervivencia, siempre gracias a la intervención de un cuidador externo. Durante esos dos primeros años de vida logra caminar, tener lenguaje y adquirir constancia de objeto -es decir, reconocer a las personas que son otros significativos en su vida-. Allí, comienzan las primeras conceptualizaciones y los encadenamientos conceptuales. En ningún otro momento de la vida se dan tantos progresos juntos en dos años. Luego, la curva sigue ascendente, pero su ascenso no es tan pronunciado como lo es como entre los 0 y los 2 años. Entre los 5 y los 12 continúa subiendo, pero jamás como lo hiciera en los dos primeros años de vida. Posteriormente, se da un pico llamativo en la adolescencia -la edad depende de cada individuo-, en el que aparece la capacidad de razonar formalmente, es decir, con hipótesis y con la habilidad de comprender el desarrollo y existencia de conceptos reales, pero también ideales -como el número, la recta, el plano, la felicidad, la humildad, etc.-. A partir de allí, se considera que alrededor de los 24-25 años el ser humano se encuentra en la plenitud de sus facultades intelectuales, y toda esta Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 14 evolución se debe al desarrollo del sistema nervioso central en interacción con la estimulación ambiental, la adecuada ingesta de proteínas y la ausencia de enfermedades, traumatismos craneales u otras circunstancias pre, peri o posnatales que pudieran complicar la evolución cognitiva esperada. Más tarde, el desarrollo neural comienza a mostrar un deterioro, al menos en algunas habilidades, tales como la memoria de corto plazo, que se hace notable a partir de los 50 años aproximadamente. Este descenso se vuelve más notorio en las edades mayores de la vida, donde ya podemos apreciar la pérdida de la capacidad de aprendizajes veloces y el carácter más efímero del recuerdo reciente (ver Fig.4). Fig. 4. Evolución de la curva de inteligencia según edad (Wechsler, 1939). La Fig. 4 muestra, primero, que la relación entre numerador y denominador (EM y EC) en el cociente intelectual no es lineal: es decir, no es una función lineal, no es una recta, por lo que no es factible calcular un cociente, así como ninguna de las cuatro operaciones aritméticas básicas. Ya con ello, el cálculo del Coeficiente Intelectual según Binet presenta un inconveniente. Pero más incómodo aún es decidir, en segundo lugar, qué EC debemos poner en el denominador si el evaluado ya es un adulto que ha alcanzado las operaciones formales. ¿Usamos la edad real, como por ejemplo, 65? ¿Usamos la edad en que adquirió las operaciones formales? Y si no tenemos noticias de cuándo fue eso, ¿fijamos una edad convencional? ¿12? ¿15 años? ¿19? Y si no adquirió las operaciones formales, por ejemplo, por baja ingesta de proteínas en la temprana infancia, ¿qué edad empleamos? Por esta razón, Wechsler criticó fuertemente el uso del Cociente de Binet y propuso, en su lugar, el uso de con Coeficiente -no cociente- Intelectual (CI) en términos de distancia a la media o de desvío estándar, que es el que usamos desde 1939 hasta la fecha en las pruebas de inteligencia general. Este CI es, simplemente, una puntuación transformada que indica distancia a la media y que nos muestra cómo cada uno de nosotros, en términos de puntuación total en un test de inteligencia, ha obtenido un rendimiento promedio, por encima de la media o por debajo. Cada edad tiene, por supuesto, su propia media y su propio desvío típico para cada grupo normativo pues la inteligencia es una variable fuertemente asociada a la edad, especialmente hasta la adolescencia, pues es una variable en desarrollo hasta ese momento. Pero todas esas medias y desvíos para cada edad y región se transforman a una misma métrica, que es el puntaje de CI - Coeficiente Intelectual por desviación estándar-, que utiliza una media de 100 y un desvío de 15. De este modo, los CIs entre 85 y 115 serán indicadores de una inteligencia promedio, en tanto Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 15 que por debajo de 85 y hasta 70 se habla de inteligencia por debajo del promedio. Por encima de 115 y hasta 130 se ubica el rendimiento por superior y por encima de 130 y hasta 145, muy superior. Mención aparte merecen las discapacidades intelectuales que, por supuesto no requieren de la mera obtención de un puntaje CI inferior a 70 en un test de administración individual como las Escalas Weschsler sino, mucho más importante aún, limitaciones en el funcionamiento intelectual y en el comportamiento adaptativo en los dominios conceptual, social y práctico (American Psychiatric Association, 2013). Esto implica que arribar a un diagnóstico de discapacidad intelectual es, hoy en día, no tan sencillo, y debe verificarse mediante un criterio complejo: la dificultad intelectual y de comportamiento en varias esferas del funcionamiento cotidiano. El test de inteligencia apunta, en la actualidad, principalmente a describir el perfil de habilidades que, en apariencia, está disminuido antes que a efectuar el diagnóstico, que se advierte en el funcionamiento en la vida diaria. Ahora bien, según lo visto hasta aquí, ¿qué implica, hoy en día, usar el concepto de Edad Mental en la práctica profesional de evaluación? Implica que el profesional que usa ese término, o bien está empleando para la evaluación una versión antigua del test de Binet y, por ende, no adaptada a nuestra población, o bien, que no ha leído las novedades sobre hallazgos y usos de instrumentos y puntajes desde el 1939. De todos modos, es muy frecuente leer, especialmente en el ámbito forense, que se alude al concepto de Edad Mental para alegar que una persona no posee el nivel de inteligencia esperado según su edad cronológica, especialmente en situaciones en las que debe decidirse la imputabilidad o inimputabilidad de una persona que, presuntamente, ha cometido un delito y debe decidirse si, según su nivel intelectual, es capaz de comprender o no lo delictivo de la acción. Si han usado una herramienta Binet, ello no es correcto ya que ni aun sus versiones más recientes han sido adaptadas a la Argentina. Si han usado una Escala Wechsler y han buscado en los baremos le Edad Escalar y se refieren a ella como Edad Mental, también es erróneo. La Edad es Escalar es, en las escalas Wechsler, la edad en la que un puntaje dado es el típico para un grupo etario normativo dado, y ello no tiene nada que ver con la Edad Mental, que supone una línea recta en lugar de la curva de desarrollo individual que se ha verificado para la inteligencia (ver Fig.4), supuesto que, como ya hemos visto, ha sido refutado hace tiempo (Wechsler, 1939). Viñetas para el ámbito de aplicación: pasos para una completa evaluación de la inteligencia con las Escalas Wechsler Debajo se resumen, de modo sucinto, los pasospara efectuar un informe de inteligencia aprovechando toda la información suministrada por las escalas Wechsler. 1. Leer atentamente el Manual de Instrucciones. 2. Familiarizarse con cada subtest. Leer en profundidad cada paso y recomendación -items de comienzo según edad, criterio de suspensión ante errores, subtests que son a contrarreloj, tiempos de administración, familiarizarse con las respuestas correctas o parcialmente correctas para decidir apropiadamente cuándo suspender la aplicación, tener presente la estructura del protocolo para obtener las ayudas necesarias en caso de duda, etc. -. 3. Al administrar el test, prestar atención y tomar nota del comportamiento del sujeto a cada paso de la aplicación, así como del propio comportamiento -tipo de rapport establecido, fallos posibles en la administración, interrupciones imprevistas, reacciones del evaluado ante el cronómetro o ante el escenario de no conocer la respuesta correcta, tener en cuenta cualquier desviación en el procedimiento de aplicación para hacerla valer o no en la puntuación final, entre otros-. 4. Puntuar los subtests según instrucciones, con extrema puntillosidad. Calcular todos los puntajes brutos -de los subtests y sumatorias para CIs e índices-, localizar uno por uno en el Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 16 baremo regional correspondiente, convertir a puntaje PE y CI, respectivamente, según instrucciones del Manual de Aplicación del test. 5. Volcar todos los puntajes -brutos y transformados- en el perfil, para lograr una mejor visión gráfica del perfil individual de habilidades, de modo de tener, a golpe de vista, las habilidades más elevadas, más bajas y las que son promedio en el sujeto, a la vez que usar el perfil de CIs para tener una clara representación de su nivel general de inteligencia y de los niveles de los puntajes índices que hacen alusión a los grupos de habilidades de segundo orden -Comprensión Verbal, Análisis Perceptual, Memoria Operativa y Velocidad de Procesamiento en el WISC-IV-. 6. Analizar las puntuaciones de los subtests -habilidades específicas- de manera independiente. El Manual del Test indica, en los capítulos dedicados a ello, qué implica cada puntuación en cada subtests pues describe en profundidad cuáles son las habilidades evaluadas por cada subprueba. 7. Analizar las puntuaciones de los subtests según grupos de segundo orden o grupos de habilidades con notas en común - Comprensión Verbal, Análisis Perceptual, Memoria Operativa y Velocidad de Procesamiento en el WISC-IV-. Aprovechando la distribución del perfil gráfico - dispersigrama- de la primera página del protocolo, arriba a la derecha podemos observar cómo se distribuyen las habilidades específicas medidas por los subtests según su pertenencia a los factores de segundo orden - Comprensión Verbal, Análisis Perceptual, Memoria Operativa y Velocidad de Procesamiento en el WISC-IV-. Este análisis ya nos permite avanzar unos pasos más y comenzar a formular hipótesis diagnósticas según el motivo de la evaluación y el ámbito de trabajo. Es clave observar elevaciones o bajas de dos o más subtests que pertenezcan al mismo grupo de habilidades, o de subtests de diferente grupo pero que, en términos de contenidos o tareas puedan relacionarse, ya sea por parentesco o por oposición (ver Manual del Test). Recordar, para el análisis de estas puntuaciones de los subtests, que la media del PE que usan es de 10 y el desvío de 3, por lo que los puntajes promedio, compatibles con el rendimiento de la mayoría del grupo normativo, corresponden a la franja entre 7 y 13 (10 + 3). 8. Analizar los puntajes de CI. Luego, el dispersigrama de abajo nos muestra la disposición de los puntajes de CI global y según índice de grupo de habilidades, análisis que nos lleva a un plano más general y no de tanto detalle como el paso previo. En este caso nos manejamos con una media de 100 y un desvío de 15, por lo que los puntajes promedio típicos según edad en el grupo normativo se ubicarán entre 85 y 115. 9. Retomar observaciones de comportamiento recabadas durante la aplicación y vincular las que resulten llamativas o importantes según los resultados hasta aquí analizados y el motivo de consulta. 10. Relacionar la información derivada de los puntos previos con los datos recabados en la entrevista, informes escolares, motivo de consulta, informantes claves, resultados de otros tests y toda información que resulte valiosa para elaborar un diagnóstico descriptivo lo más preciso posible, de cara a la recomendación de vías de acción o intervención adecuadas, si ello fuere necesario para modificar alguna situación indeseada o pasible de ser mejorada. 11. En caso de requerirse información complementaria, ampliar la cantidad de sesiones de trabajo y, eventualmente, derivar a los interesados a profesionales de interconsulta que nos ayuden a delinear el diagnóstico y planificar eventuales intervenciones terapéuticas o psicoeducativas para el evaluado y/o su entorno próximo. 12. En caso de detectarse alguna discapacidad intelectual, consultar minuciosamente los criterios del DSM-5 (American Psychiatric Association, 2013) y/o la CIE-11 -ICD-11 (WHO, 2019). Consejos finales Como en toda evaluación psicológica, la elección de la batería de instrumentos según motivo de consulta, características del evaluado y ámbito de trabajo son fundamentales. La responsabilidad profesional aquí es clave, y no solo se refiere a elegir herramientas actualizadas, adaptadas y Técnicas Psicométricas, Cátedra 2. Instagram: @psicometricas2 Facultad de Psicología, UBA 17 basadas en modelos teóricos robustos sostenidos por fuerte evidencia empírica, sino también a elegir instrumentos con adecuadas propiedades psicométricas establecidas en muestras normativas provenientes de la población a la que pertenece el evaluado, así como a la obligación permanente de leer novedades, nuevas investigaciones, actualizarse de manera constante y no quedarnos con aquello que hemos estudiado en nuestros años de facultad que, en ocasiones, puede ser una visión parcial y, con seguridad, pocos años después de cursar esa asignatura, quedará desactualizado frente a nuevos resultados provenientes de nuevas investigaciones. Referencias American Psychiatric Association (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM5), 5th Edition. Autor. Binet, A. (1905). A propos de la mesure de l'intelligence. L' Année Psychologique, XI, 69-82. Boring, E. G. (1923). Intelligence as the test measures it. 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