Logo Studenta

E L James-4 Grey

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

P
ág
in
a 
1
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
2
 
 
 
 
 
 
Grey 
(Fifty Shades #4) 
E.L. James 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
3
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El siguiente material, es una traducción realizada por fans para 
fans. 
No recibimos compensación económica alguna por este contenido, 
nuestra única gratificación es el dar a conocer el libro, a la autora; y que 
cada vez más personas puedan perderse en este maravilloso mundo de 
la lectura. 
Si el material que difundimos sin costo alguno, está disponible a 
tu alcance en alguna librería, te invitamos a adquirirlo. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
4
 
Índice 
 
 
 
 
 
 
 
 
Lunes, 9 de Mayo de 2011 
 
Domingo, 29 de Mayo de 2011 
 
Sábado, 14 de Mayo de 2011 
 
Lunes, 30 de Mayo de 2011 
 
Domingo, 15 de Mayo de 2011 
 
Martes, 31 de Mayo de 2011 
 
Jueves, 19 de Mayo de 2011 
 
Miércoles, 1 de Junio de 2011 
 
Viernes, 20 de Mayo de 2011 
 
Jueves, 2 de Junio de 2011 
 
Sábado, 21 de Mayo de 2011 
 
Viernes, 3 de Junio de 2011 
 
Domingo, 22 de Mayo de 2011 
 
Sábado, 4 de Junio de 2011 
 
Lunes, 23 de Mayo de 2011 
 
Domingo, 5 de Junio de 2011 
 
Martes, 24 de Mayo de 2011 
 
Lunes, 6 de Junio de 2011 
 
Miércoles, 25 de Mayo de 2011 
 
Martes, 7 de Junio de 2011 
 
Jueves, 26 de Mayo de 2011 
 
Miércoles, 8 de Junio de 2011 
 
Viernes, 27 de Mayo de 2011 
 
Jueves, 9 de Junio de 2011 
 
Sábado, 28 de Mayo de 2011 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
5
 
 
 
 
Este libro está dedicado a aquellos lectores que pidieron… 
 
Y pidieron... y pidieron... y pidieron esto. 
 
Gracias a todos por lo que han hecho por mí. 
 
Hacen mi mundo mejor cada día. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
6
 
Lunes, 9 de Mayo de 2011 
 
engo tres autos. Van rápido por todo el piso. Muy rápido. 
Uno es rojo. Otro es verde. Otro es amarillo. Me gusta el 
verde. Es el mejor. A mami también le gustan. Me gusta 
cuando mami juega conmigo y los autos. El rojo es el mejor para ella. 
Hoy, está sentada en el sofá mirando a la pared. El auto verde vuela por 
la alfombra. El rojo le sigue. Luego el Amarillo. ¡Crash! Pero mami no ve. 
Lo hago de nuevo. ¡Crash! Pero Mami no ve. Señalo el auto verde a sus 
pies. Pero el auto verde se va por debajo del sofá. No puedo alcanzarlo. 
Mi mano es demasiado grande para el agujero. Mami no ve. Quiero mi 
auto verde. Pero Mami se queda en el sofá mirando a la pared. Mami. 
Mi auto. Ella no me escucha. Mami. Empujo su mano y ella se recuesta y 
cierra los ojos. No ahora, Maggot. No ahora, dice. Mi auto verde 
permanece bajo el sofá. Siempre está bajo el sofá. Puedo verlo. Pero no 
puedo alcanzarlo. Mi auto verde está borroso. Cubierto de pelaje gris y 
suciedad. Lo quiero de regreso. Pero no puedo alcanzarlo. Nunca 
puedo alcanzarlo. Mi auto verde está perdido. Perdido. Y no puedo 
jugar con él de nuevo nunca más. 
 
Abro mis ojos y mi sueño se desvanece a la luz de la mañana. 
¿De qué diablos iba eso? Agarro los fragmentos mientras se 
desvanecen, pero fallo en atrapar cualquiera de ellos. 
Descartándolo, como lo hago la mayoría de las mañanas, me 
bajo de la cama y encuentro una sudadera recién lavada en mi 
vestidor. Afuera, un cielo grisáceo promete lluvia y no estoy de humor 
para recibirla durante mi carrera de hoy. Me dirijo arriba, al gimnasio, 
enciendo el televisor para las noticias de negocios de la mañana y me 
subo en la cinta. 
Mis pensamientos divagan sobre el día. No tengo más que 
reuniones, aunque veré a mi entrenador personal más tarde para una 
rutina en mi oficina, Bastille siempre es un desafío bienvenido. 
¿Quizá debería llamar a Elena? 
Sí. Quizá. Podemos cenar en el transcurso de esta semana. 
T 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
7
 
Detengo la cinta, sin aliento, y me dirijo hacia la ducha para 
empezar otro monótono día. 
~ * ~ 
—Mañana —murmuro, despachando a Claude Bastille cuando 
está de pie en el umbral de mi oficina. 
—¿Grey, jugamos golf esta semana? —Bastille sonríe con una 
relajada arrogancia, sabiendo que su victoria en el campo de golf está 
asegurada. 
Le frunzo el ceño mientras se da vuelta y se va. Sus palabras de 
despedida son como sal en mis heridas porque, a pesar de mis heroicos 
intentos durante nuestra rutina de hoy, mi entrenador personal me ha 
pateado el trasero. Bastille es el único que puede vencerme, y ahora 
quiere otro pedazo de carne en el campo de golf. Detesto el golf, pero 
muchos negocios se hacen en las calles, de modo que tengo que 
padecer sus lecciones ahí también… y, aunque odio admitirlo, jugar 
contra Bastille sí mejora mi juego. 
Mientras miro por la ventana al horizonte de Seattle, el familiar 
tedio se filtra sin permiso en mi subconsciente. Mi humor es tan plano y 
gris como el clima. Mis días se están mezclando sin distinción y necesito 
alguna clase de diversión. He trabajado todo el fin de semana y, ahora, 
en los confines contiguos de mi oficina, estoy inquieto. No debería 
sentirme así, no después de varios encuentros con Bastille. Pero así me 
siento. 
Frunzo el ceño. La aleccionadora verdad es que la única cosa 
que ha capturado mi interés recientemente ha sido mi decisión de 
enviar dos buques de carga a Sudán. Esto me recuerda que se supone 
que Ros regresará a mí con números y logística. ¿Qué rayos la está 
haciendo tardar? Reviso mi agenda y alcanzo el teléfono. 
Maldita sea. Tengo que aguantar una entrevista con la 
persistente señorita Kavanagh para la revista estudiantil de la 
Universidad Estatal de Washington. ¿Por qué diablos accedí a eso? 
Detesto las entrevistas… vanas preguntas de personas desinformadas y 
envidiosas dirigidas a investigar sobre mi vida privada. Y ella es una 
estudiante. El teléfono vibra. 
—Sí —le grito a Andrea, como si pudiera culparla. Al menos 
puedo hacer que esta entrevista sea corta. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
8
 
—La señorita Anastasia Steele está aquí para verlo, Sr. Grey. 
—¿Steele? Estaba esperando a Katherine Kavanagh. 
—Es la señorita Steele quien está aquí, señor. 
Odio lo inesperado. 
—Hágala pasar. 
Bueno, bueno… la Señorita Kavanagh no está disponible. 
Conozco a su padre, Eamon, el dueño de Kavanagh Media. Hemos 
hecho negocios juntos y él parece un operador astuto y un ser humano 
racional. Esta entrevista es un favor hacia él, una que pretendo cobrar 
después, cuando me convenga. Y, tengo que admitir que estaba 
vagamente curioso por su hija, interesado en ver la manzana que ha 
caído lejos del árbol. 
Una conmoción en la puerta me hace ponerme de pie mientras 
una maraña de largo cabello castaño, pálidas extremidades y botas 
marrones se zambulle en mi oficina. Reprimiendo mi molestia natural por 
tal torpeza, me apresuro hacia la chica que ha aterrizado sobre sus 
manos y rodillas en el piso. Sujetando unos hombros delgados, la ayudo 
a ponerse de pie. 
Claros y avergonzados ojos encuentran los míos y detienen mis 
movimientos. Son del color más extraordinario, azul pulverizado, 
inocentes y, por un horrible momento, creo que puede ver a través de 
mí y estoy… expuesto. El pensamiento es desconcertante, así que lo 
descarto inmediatamente. 
Ella tiene una pequeña y dulce cara que se está sonrojando 
ahora, de un inocente rosa pálido. Me pregunto brevemente si toda su 
piel es así de perfecta y cómo luciría rosa y cálida por el azote de una 
vara. 
Maldición. 
Detengo mis caprichosos pensamientos, alarmado por su 
dirección. ¿En qué demonios estás pensando, Grey? Esta chica es 
demasiado joven. Se queda boquiabierta y resisto la urgencia de poner 
los ojos en blanco. Sí, sí,nena, es solo un rostro y es solo piel. Necesito 
dispersar esa mirada admirativa de aquellos ojos pero, ¡tengamos algo 
de diversión en el proceso! 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
9
 
—Señorita Kavanagh. Soy Christian Grey. ¿Está bien? ¿Quiere 
sentarse? 
Ahí está ese sonrojo de nuevo. A cargo una vez más, la estudio. 
Es bastante atractiva… ligera, pálida, con una melena de cabello 
oscuro apenas contenido por un moño. 
Una morena. 
Sí, es atractiva. Extiendo mi mano mientras tartamudea el inicio 
de una mortificada disculpa y pone su mano en la mía. Su piel es fría y 
suave, pero su apretón es sorprendentemente firme. 
—La señorita Kavanagh está indispuesta, así que me ha enviado 
a mí. Espero que no le importe, señor Grey. —Su voz es calmada con 
una musicalidad dudosa y parpadea erráticamente, largas pestañas 
agitándose. 
Incapaz de evitar la diversión en mi voz mientras recuerdo su 
entrada poco elegante a mi oficina, le pregunto quién es. 
—Anastasia Steele. Estudio literatura inglesa con Kate, digo… 
Katherine… bueno… la Señorita Kavanagh, en la Estatal de Washington, 
Campus Vancouver. 
¿Del tipo tímida y estudiosa, eh? Lo parece: mal vestida, su ligera 
silueta escondida bajo un suéter sin forma, una falda acampanada 
color marrón y botas funcionales. ¿Tiene algún sentido del estilo? Mira 
nerviosamente alrededor de mi oficina, a cualquier parte menos a mí, 
noto, con divertida ironía. 
¿Cómo puede ser periodista esa jovencita? No tiene una sola 
señal de asertividad en su cuerpo. Es nerviosa, dócil… sumisa. 
Desconcertado por mis pensamientos inapropiados, sacudo la cabeza y 
me pregunto si las primeras impresiones son confiables. Dejando de lado 
el cliché, le pido que se siente, luego noto su perspicaz mirada 
evaluando los cuadros de mi oficina. Antes de que pueda detenerme, 
me encuentro explicándolas: 
—Un artista de aquí. Trouton. 
—Son muy bonitos. Elevan lo cotidiano a extraordinario —dice 
soñadoramente, perdida en la exquisita y fina destreza del trabajo de 
Trouton. Su perfil es delicado, una nariz respingona y suaves y carnosos 
labios, y en sus palabras ha capturado mis sentimientos exactos. Elevan 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
1
0
 
lo cotidiano a extraordinario. Es una astuta observación. La señorita 
Steele es brillante. 
Concuerdo y observo, fascinado, mientras el rubor trepa 
lentamente por su piel una vez más. Mientras me siento al otro lado de 
ella, intento frenar mis pensamientos. Saca algunas arrugadas hojas de 
papel y una grabadora digital de su gran bolso. Es torpe, dejando caer 
la maldita cosa dos veces en mi mesa para café Bauhaus. Es obvio que 
nunca ha hecho esto antes pero, por alguna razón que no puedo 
comprender, lo encuentro divertido. Bajo circunstancias normales, su 
torpeza me irritaría como el infierno pero, ahora, escondo una sonrisa 
bajo mi dedo índice y resisto la urgencia de acomodarla por mí mismo. 
Mientras hurga y se pone más y más nerviosa, se me ocurre que 
podría refinar sus habilidades motoras con la ayuda de una fusta. 
Expertamente manejada, puede controlar al más inquieto. El errante 
pensamiento me hace cambiar de posición en mi silla. Me mira y se 
muerde su carnoso labio superior. 
¡Joder! ¿Cómo no me di cuenta de lo provocadora que es esa 
boca? 
—Pe… perdón. No suelo utilizarla. 
Puedo verlo, nena, pero justo ahora me importa un carajo 
porque no puedo apartar mis ojos de tu boca. 
—Tómese todo el tiempo que necesite, señorita Steele. —
Necesito otro momento para poner en orden mis obstinados 
pensamientos. 
Grey… detén esto, ahora. 
—¿Le importa que grabe sus respuestas? —pregunta, su rostro 
cándido y expectante. 
Quiero reírme. 
—¿Me lo pregunta ahora, después de lo que le ha costado 
preparar la grabadora? 
Parpadea, sus ojos grandes y perdidos por un momento y soy 
derrotado por el poco familiar sentimiento de culpa. 
Deja de ser una mierda, Grey. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
1
1
 
—No, no me importa. —No quiero ser responsable por esa 
mirada. 
—¿Le explicó Kate, digo, la señorita Kavanagh, para qué era la 
entrevista? 
—Sí. Para el último número de este curso de la revista de la 
facultad, porque yo entregaré los títulos de la ceremonia de graduación 
de este año. —Por qué demonios he accedido a hacer eso, no lo sé. 
Sam de Relaciones Publicas me ha dicho que el departamento de 
ciencias ambientales de la Estatal de Washington necesita la publicidad 
para poder atraer fondos adicionales que complementen lo que les he 
dado, y Sam haría cualquier cosa por exposición ante la prensa. 
La señorita Steele parpadea una vez más, como si esto fuera una 
noticia para ella, y parece desaprobarla. ¿No ha hecho ningún estudio 
previo para esta entrevista? Debería saberlo. El pensamiento me hiela la 
sangre. Es… desagradable, no algo que espero de alguien que está 
aprovechándose de mi tiempo. 
—Bien. Tengo algunas preguntas, Señor Grey. —Se pone un 
mechón de cabello tras la oreja, distrayéndome de mi molestia. 
—Sí, creo que debería preguntarme algo —digo secamente. 
Hagámosla estremecerse. Juiciosamente, lo hace, luego se endereza y 
acomoda sus pequeños hombros. Está en modo profesional. 
Inclinándose hacia adelante, presiona el botón de inicio en la 
grabadora y frunce el ceño mientras mira sus arrugadas notas. 
—Es usted muy joven para haber amasado este imperio. ¿A qué 
se debe su éxito? 
Seguramente puede hacer algo mejor que esto. Qué pregunta 
tan tonta. Ni una pizca de originalidad. Es decepcionante. Lanzo mi 
respuesta usual sobre tener a personas excepcionales trabajando para 
mí. Personas en las que confío, si es que confío en alguien, y les pago 
bien, blablablá… pero, señorita Steele, el simple hecho es que soy 
brillante en lo que hago. Para mí, es como desprender un tronco. 
Comprar descompuestas y mal dirigidas compañías y arreglarlas, 
conservando algunas o, si están realmente en quiebra, desarmando sus 
activos y vendiéndolos al mejor postor. Es simplemente una cuestión de 
saber la diferencia entre los dos e, invariablemente, se resume a las 
personas a cargo. Para tener éxito en los negocios, necesitas buenas 
personas y yo puedo juzgar a una persona mejor que la mayoría. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
1
2
 
—Quizá solo ha tenido suerte —dice calladamente. 
¿Suerte? Un escalofrío de molestia me atraviesa. ¿Suerte? 
¿Cómo se atreve? Parece modesta y calmada, ¿pero esta pregunta? 
Nadie ha sugerido jamás que he tenido suerte. Trabajo duro, traigo 
personas conmigo, las vigilo de cerca y las estudio si necesito hacerlo y, 
si no son buenas para el trabajo, las descarto. Esto es lo que hago y lo 
hago bien. ¡No tiene nada que ver con la suerte! Bueno, al diablo con 
eso. Presumiendo mi erudición, cito las palabras de Andrew Carnegie, 
mi industrial favorito. 
—El crecimiento y desarrollo de las personas es la labor más 
importante de los directivos. 
—Parece un maniático del control —dice, y habla 
perfectamente en serio. 
¿Qué demonios? Quizá ella sí puede ver a través de mí. 
“Control” es mi segundo nombre, cariño. 
La miro fijamente, esperando intimidarla. 
—Oh, bueno, lo controlo todo, señorita Steele. —Y me gustaría 
controlarla a usted, justo aquí y ahora. 
Ese atractivo rubor atraviesa su rostro y se muerde aquel labio de 
nuevo. Divago, intentando distraerme de su boca. 
—Además, decirte a ti mismo, en tu fuero más íntimo, que has 
nacido para ejercer el control te concede un inmenso poder. 
—¿Le parece a usted que su poder es inmenso? —pregunta con 
una suave y tranquilizadora voz, pero enarca una delicada ceja con 
una mirada que expresa su censura. ¿Está, deliberadamente, tratando 
de provocarme? ¿Son sus preguntas, su actitud o el hecho de que la 
encuentro atractiva, lo que me está molestando?Mi irritación crece. 
—Tengo más de cuarenta mil empleados. Eso me otorga un 
cierto sentido de la responsabilidad… poder, si lo prefiere. Si decidiera 
que ya no me interesa el negocio de las telecomunicaciones y lo 
vendiera todo, veinte mil personas pasarían apuros para pagar la 
hipoteca en poco más de un mes. 
Su boca se abre por mi respuesta. Eso es más como debe ser. 
Chúpate esa, nena. Siento mi equilibrio retornar. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
1
3
 
—¿No tiene que responder ante una junta directiva? 
—Soy dueño de mi empresa. No tengo que responder ante 
ninguna junta directiva. —Debería saber esto. 
—¿Y cuáles son sus intereses aparte del trabajo? —continúa 
apresuradamente, midiendo correctamente mi reacción. Sabe que 
estoy enojado y, por alguna inexplicable razón, esto me complace. 
—Me interesan cosas muy diversas, señorita Steele. Muy diversas. 
—Imágenes de ella en varias posiciones en mi cuarto de juegos 
destellan en mi mente: encadenada a la cruz, extendida en la cama 
con dosel, extendida en el banco de azotes. Y, miren, ahí está ese rubor 
de nuevo. Es como un mecanismo de defensa. 
—Pero si trabaja tan duro, ¿qué hace para relajarse? 
—¿Relajarme? —Esas palabras saliendo de su boca inteligente 
suenan raras, pero divertidas. Además, ¿cuándo tengo tiempo para 
relajarme? Ella no tiene idea de lo que hago. Pero me mira de nuevo 
con aquellos grandes e ingeniosos ojos y, para mi sorpresa, me 
encuentro considerando su pregunta. ¿Qué hago para relajarme? 
Navegar, volar, follar… probar los límites de atractivas morenas como 
ella y hacerlas obedecer... el pensamiento me hace mover en mi silla, 
pero le respondo suavemente, omitiendo unos cuantos pasatiempos 
favoritos. 
—Invierte en fabricación. ¿Por qué, específicamente? 
—Me gusta construir. Me gusta saber cómo funcionan las cosas, 
cuál es su mecanismo, cómo se montan y se desmotan. Y me encantan 
los barcos. ¿Qué puedo decirle? —Transportan comida alrededor del 
planeta. 
—Parece que el que habla es su corazón, no la lógica o los 
hechos. 
¿Corazón? ¿Yo? Oh, no, nena. 
Mi corazón fue destrozado sin poder ser reconocido hace mucho 
tiempo. 
—Es posible. Aunque algunos dirían que no tengo corazón. 
—¿Por qué dirían algo así? 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
1
4
 
—Porque me conocen bien. —Le muestro una irónica sonrisa. De 
hecho, nadie me conoce tan bien, excepto quizá Elena. Me pregunto 
qué haría ella con la pequeña señorita Steele aquí. Esta chica es una 
masa de contradicciones: tímida, torpe, obviamente brillante y 
excitante como el infierno. 
Sí, de acuerdo, lo admito. La encuentro seductora. 
Ella recita la próxima pregunta por repetición. 
—¿Dirían sus amigos que es fácil conocerlo? 
—Soy una persona muy reservada, señorita Steele. Hago todo lo 
posible por proteger mi vida privada. No suelo ofrecer entrevistas. 
—Haciendo lo que hago, viviendo la vida que he elegido, necesito mi 
privacidad. 
—¿Por qué aceptó esta? 
—Porque soy mecenas de la universidad y, porque, por más que 
lo intenté, no podía sacarme de encima a la señorita Kavanagh. No 
dejaba de dar lata a mis relaciones públicas y admiro esa tenacidad. 
—Pero me alegra que fuera usted quien viniera y no ella. 
—También invierte en tecnología agrícola. ¿Por qué le interesa 
este ámbito? 
—El dinero no se come, señorita Steele, y hay demasiada gente 
en el mundo que no tiene qué comer. —La miro fijamente, con cara de 
póker. 
—Suena muy filantrópico. ¿Le apasiona la idea de alimentar a 
los pobres del mundo? —Me considera con una mirada perpleja y 
como si yo fuera un enigma, pero no hay manera de que la deje ver en 
mi oscura alma. Esta no es una zona de discusión abierta. Pasa la 
página, Grey. 
—Es un buen negocio —murmuro, fingiendo aburrimiento, e 
imagino follar esa boca para distraerme de todos los pensamientos de 
hambre. Sí, su boca necesita entrenamiento y la imagino sobre sus 
rodillas ante mí. Bien, ese pensamiento es interesante. 
Ella recita la próxima pregunta, arrastrándome fuera de mi 
fantasía. 
—¿Tiene una filosofía? Y si la tiene, ¿en qué consiste? 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
1
5
 
—No tengo una filosofía como tal. Quizá un principio que me 
guía… de Carnegie: ―Un hombre que consigue adueñarse 
absolutamente de su mente, puede adueñarse de cualquier otra cosa 
para la que esté legalmente autorizado‖. Soy muy peculiar, muy tenaz. 
Me gusta el control… de mí mismo y de los que me rodean. 
—¿Entonces quiere poseer cosas? 
Sí, nena. A ti, por ejemplo. Frunzo el ceño, sorprendido por el 
pensamiento. 
—Quiero merecer poseerlas, pero sí, en el fondo es eso. 
—Parece usted el paradigma del consumidor. —Su voz está 
teñida de desaprobación, irritándome de nuevo. 
—Lo soy. 
Suena como una niña rica que ha tenido todo lo que siempre ha 
deseado, pero cuando miro de cerca su ropa, está vestida con prendas 
de alguna tienda barata como Old Navy o H&M, así que sé que no es 
eso. Ella no ha crecido en un entorno pudiente. 
Podría cuidar de ti. 
¿De dónde diablos vino eso? 
Aunque, ahora que lo considero, sí que necesito una nueva 
sumisa. ¿Han pasado qué, dos meses desde Susannah? Y aquí estoy, 
salivando por esta mujer. Intento mostrar una sonrisa agradable. No hay 
nada malo con el consumo, después de todo, conduce lo que queda 
de la economía americana. 
—Fue un niño adoptado. ¿Hasta qué punto cree que ha influido 
en su manera de ser? 
¿Qué tiene esto que ver con el precio del petróleo? Qué 
pregunta tan ridícula. Si me hubiera quedado con la perra drogadicta, 
probablemente estaría muerto. La descarto con una ―no respuesta‖, 
tratando de mantener el tono de mi voz, pero ella me presiona, 
demandando saber qué edad tenía cuando fui adoptado. 
¡Cállala, Grey! 
Mi tono es frío. 
—Todo el mundo lo sabe, señorita Steele. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
1
6
 
Debería saber esto también. Ahora parece contrita mientras se 
pone un mechón de cabello tras la oreja. Bien. 
—Ha tenido que sacrificar su vida familiar por el trabajo. 
—Eso no es una pregunta —espeto. 
Se sorprende, claramente avergonzada, pero tiene la gracia de 
disculparse mientras reformula la pregunta. 
—¿Ha tenido que sacrificar su vida familiar por el trabajo? 
¿Qué quiero con una familia? 
—Tengo familia. Un hermano, una hermana y unos padres que 
me quieren. Pero no me interesa seguir hablando mi familia. 
—¿Es usted gay, señor Grey? 
¡¿Qué demonios?! 
¡No puedo creer que ella haya dicho eso en voz alta! 
Irónicamente, es una pregunta que incluso mi propia familia no haría. 
¡Cómo se atreve! Tengo una repentina urgencia de arrastrarla fuera del 
asiento, ponerla sobre mi rodilla, palmearla y luego follarla sobre mi 
escritorio con sus manos atadas tras su espalda. Eso respondería su 
ridícula pregunta. Tomo un profundo aliento para tranquilizarme. Para mi 
vengativo goce, ella parece mortificada por su propia pregunta. 
—No, Anastasia, no soy gay. —Enarco las cejas, pero mantengo 
mi expresión impasible. Anastasia. Es un nombre adorable. Me gusta la 
forma en que se enrolla mi lengua al pronunciarlo. 
—Le pido disculpas. Está…. Bueno... Está aquí escrito. —Ella hace 
de nuevo aquella cosa con su cabello tras su oreja. Obviamente es un 
hábito nervioso. 
¿No son estas sus preguntas? Le pregunto, y palidece. Maldita 
sea, es realmente atractiva, de una manera discreta. 
—Bueno… no. Kate… la señorita Kavanagh… me ha pasado una 
lista. 
—¿Son compañeras de la revista de la facultad? 
—No. Es mi compañera de piso. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
1
7
 
No hay duda de por qué está tan nerviosa. Me rasco la barbilla, 
debatiéndome entre hacerla o no hacerla pasar un mal rato. 
—¿Se ha ofrecido usted para hacer esta entrevista? —pregunto,y soy recompensado con su mirada sumisa: está nerviosa por mi 
reacción. Me gusta el efecto que tengo sobre ella. 
—Me lo ha pedido ella. No se encuentra bien. —Su voz es suave. 
—Esto explica muchas cosas. 
Hay un golpe en la puerta y Andrea aparece. 
—Señor Grey, perdone que lo interrumpa, pero su próxima 
reunión es dentro de dos minutos. 
—No hemos terminado, Andrea. Cancele mi próxima reunión, 
por favor. 
Andrea se queda boquiabierta por lo que he dicho, confundida. 
La miro fijamente. ¡Fuera! ¡Ahora! Estoy ocupada con la pequeña 
señorita Steele aquí. 
—Muy bien, señor Grey —dice, recuperándose con rapidez y 
girando sobre sus talones para dejarnos nuevamente a solas. 
Vuelvo mi atención a la intrigante y frustrante criatura sobre mi 
sofá. 
—¿Por dónde íbamos, señorita Steele? 
—No quisiera interrumpir sus obligaciones. 
Oh, no, nena. Es mi turno ahora. Quiero saber si hay secretos que 
revelar bajo ese adorable rostro. 
—Quiero saber de usted. Creo que es lo justo. —Mientras me 
recuesto y presiono mis dedos contra mis labios, sus ojos destellan hacia 
mi boca y traga saliva. Oh, sí, el efecto de siempre. Y es gratificante 
saber que no es completamente ajena a mis encantos. 
—No hay mucho que saber —dice, su rubor regresando. 
Estoy intimidándola. 
—¿Qué planes tiene después de graduarse? 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
1
8
 
—No he hecho planes, señor Grey. Tengo que aprobar los 
exámenes finales. 
—Aquí tenemos un excelente programa de prácticas. 
¿Qué me ha poseído para decir esto? Es contra las reglas, Grey. 
Nunca folles al personal…. Pero no estás follando a esta chica. 
Parece sorprendida y sus dientes saltan sobre aquel labio de 
nuevo. ¿Por qué es eso tan excitante? 
—Oh, lo tendré en cuenta —responde—. Aunque no creo que 
encajara aquí. 
—¿Por qué lo dice? —pregunto. ¿Qué hay de malo con mi 
empresa? 
—Es obvio, ¿no? 
—Para mí no. —Estoy confundido por su respuesta. Está nerviosa 
una vez más mientras alcanza la grabadora. 
Mierda, se va. Mentalmente, reviso mi agenda para esta tarde. 
No hay nada que no pueda esperar. 
—¿Le gustaría que le enseñara el edificio? 
—Seguro que está muy ocupado, señor Grey, y yo tengo un 
largo camino. 
—¿Vuelve en auto a Vancouver? —Miro por la venta. Es 
tremendo camino, y está lloviendo. Ella no debería estar conduciendo 
con este clima, pero no puedo prohibírselo. El pensamiento me irrita—. 
Bueno, conduzca con cuidado. —Mi voz es más severa de lo que 
pretendo. Ella se enreda con la grabadora. Quiere salir de mi oficina y, 
para mi sorpresa, no quiero que se vaya. 
—¿Me ha preguntado todo lo que necesita? —le pregunto en un 
transparente esfuerzo de prologar su estadía. 
—Sí, señor —dice tranquilamente. Su respuesta me deja 
pasmado, la forma en que aquellas palabras suenan saliendo de 
aquella boca inteligente, y por un momento imagino esa boca a mi 
entera disposición. 
—Gracias por la entrevista, señor Grey. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
1
9
 
—Ha sido un placer —respondo, muy en serio, porque no he 
estado así de fascinado por nadie en un tiempo. El pensamiento es 
desconcertante. Ella se pone de pie y yo extiendo la mano, ansioso de 
tocarla. 
—Hasta la próxima, señorita Steele. —Mi voz es baja cuando 
pone su mano sobre la mía. Sí, quiero azotar y follar a esta chica en mi 
cuarto de juegos. Tenerla atada y necesitada… necesitándome, 
confiando en mí. Trago saliva. 
No va a pasar, Grey. 
—Señor Grey. —Asiente y retira su mano rápidamente, muy 
rápidamente. 
No puedo dejarla ir así. Es obvio que está desesperada por partir. 
Es irritante, pero la inspiración me golpea cuando abro la puerta de mi 
oficina. 
—Asegúrese de cruzar la puerta con buen pie, señorita Steele 
—bromeo. 
Sus labios forman una dura línea. 
—Muy amable, señor Grey —espeta. 
¡La señorita Steele es respondona! Sonrío detrás de ella cuando 
sale y la sigo afuera. Andrea y Olivia, ambas, levantan la mirada con 
sorpresa. Sí, sí. Solo veo salir a la chica. 
—¿Ha traído abrigo? —pregunto. 
—Chaqueta. 
Le lanzo una mirada a Olivia e inmediatamente se levanta de un 
salto para recuperar una chaqueta azul marino, pasándomela con su 
usual expresión atontada. Cristo, Olivia es fastidiosa, soñando despierta 
conmigo todo el tiempo. 
Hmm. La chaqueta está usada y es barata. La señorita Anastasia 
Steele debería estar mejor vestida. La sostengo para ella mientras la 
acomodo en sus delgados hombros, toco su piel en la base del cuello. 
Ella se queda quieta por el contacto y palidece. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
2
0
 
¡Sí! Está afectada por mí. El conocimiento es inmensamente 
placentero. Acercándome al ascensor, presiono el botón de llamada 
mientras ella se mueve nerviosamente a mi lado. 
Oh, yo podría detener tus movimientos, nena. 
Las puertas se abren y ella se escabulle, luego se da vuelta para 
enfrentarme. Es más que atractiva. Iría muy lejos en decir que es 
hermosa. 
—Anastasia —digo, a manera de despedida. 
—Christian —responde, su voz suave. Y las puertas del ascensor 
se cierran, dejando mi nombre colgando en el aire entre nosotros, 
sonando raro y poco familiar, pero sensual como el infierno. 
Necesito saber más sobre esta chica. 
—Andrea —ladro mientras regreso a mi oficina—. Ponga a Welch 
en la línea ahora. 
Mientras me siento en mi escritorio y espero la llamada, miro los 
cuadros en la pared de mi oficina y las palabras de la señorita Steele 
regresan a mí. ―Elevan lo cotidiano a lo extraordinario‖. Ella podría 
haber estado describiéndose a sí misma, fácilmente. 
Mi teléfono suena. 
—Tengo al Sr. Welch en la línea para usted. 
—Páselo. 
—Sí, señor. 
—Welch, necesito un estudio de antecedentes. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
2
1
 
Sábado, 14 de Mayo de 
2011 
 
 
ANASTASIA ROSE STEELE 
 
Fecha de nacimiento: 10 de septiembre de 1989, Montesano, 
Washington. 
Dirección: 1114 SW Green Street, apartamento 7, Haven Heights, 
Vancouver, WA 98888. 
Teléfono celular: 360-959-4352 
Número de seguro social: 987-65-4320 
Banco: Wells Fargo Bank, Vancouver, Washington. Número de 
cuenta: 309361. Balance: $683.16 
Ocupación: Estudiante universitaria del Vancouver Colegio de 
Artes y Ciencias de la Universidad Estatal de Washington, 
especialización en Inglés. 
GPA1: 4.0 
Estudios anteriores: Montesano Jr. Sr. High School. 
Puntuación SAT2: 2150 
Empleos: Ferretería Clayton’s, NW Vancouver Drive, Portland, 
contrato de medio tiempo. 
Padre: Franklin A. Lambert. Fecha de Nacimiento: 1 de 
septiembre de 1969, fallecido el 11 de septiembre de 1989. 
Madre: Carla May Wilks Adams. Fecha de Nacimiento: 18 de julio 
de 1970. Casada con Frank Lambert el 1º de marzo de 1989, enviudó el 
11 de septiembre de 1989. Casada con Raymond Steele el 6 de junio de 
 
1GPA:Grade Point Average. Es el promedio de calificaciones de tus clases. 
2SAT: Examen estandarizado para evaluar a los estudiantes interesados en inscribirse en 
la universidad. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
2
2
 
1990, divorciada el 12 de julio de 2006. Casada con Stephen M. Morton 
el 16 de agosto de 2006, divorciada el 31 de enero de 2007. Casada 
con Bob Adams el 6 de abril de 2009. 
Afiliación política: Ninguna encontrada 
Afiliación religiosa: Ninguna encontrada 
Orientación sexual: Desconocida 
Relaciones: Ninguna indicada al momento. 
 
Leo cuidadosamente el resumen ejecutivo por centésima vez 
desde que lo recibí dos días atrás, buscando alguna revelación de la 
enigmática señorita Anastasia Rose Steele. No puedo sacar a la maldita 
mujer de mi cabeza y está empezando a enojarme seriamente. Esta 
última semana, durante reuniones particularmente aburridas, me he 
encontrado reproduciendola entrevista en mi cabeza. Sus torpes dedos 
en la grabadora, la manera en que metía su cabello detrás de su oreja, 
la mordedura de su labio. Sí. La mordedura de labio me enciende cada 
vez. 
Y ahora aquí estoy, estacionado afuera de Clayton, una 
pequeña ferretería familiar en la periferia de Portland donde ella 
trabaja. 
Eres un tonto, Grey. ¿Por qué estás aquí? 
Sabía que se dirigiría a esto. Toda la semana… sabía que tenía 
que verla otra vez. Lo había sabido desde que pronunció mi nombre en 
el elevador. Había tratado de resistirme. Había esperado cinco días, 
cinco tediosos días, para ver si me olvidaba de ella. 
Y yo no espero. Odio esperar… por lo que sea. 
Nunca antes perseguí a una mujer. Las mujeres que he tenido 
entendían lo que esperaba de ellas. Mi miedo ahora es que la señorita 
Steele es demasiado joven y no esté interesada en lo que tengo para 
ofrecerle. ¿Lo estará? ¿Siquiera será una buena sumisa? Sacudo mi 
cabeza. Así que aquí estoy, un imbécil, sentado en un estacionamiento 
suburbano en una deprimente parte de Portland. 
Su revisión de antecedentes no produjo nada remarcable… 
excepto el último dato, el cual ha estado al frente en mi mente. Es la 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
2
3
 
razón por la que estoy aquí. ¿Por qué sin novio, señorita Steele? 
Orientación sexual desconocida… quizás es gay. Resoplo, pensando 
que es improbable. Recuerdo la pregunta que me hizo durante la 
entrevista, su grave vergüenza, la manera en la que su piel se sonrojó de 
aun rosa pálido… he estado sufriendo de estos pensamientos lascivos 
desde que la conocí. 
Ese es el por qué estás aquí. 
Me muero de ganas de volver a verla… esos ojos azules me han 
atormentado, incluso en mis sueños. No se la he mencionado a Flynn, y 
me alegra, porque ahora me estoy comportando como un acosador. 
Tal vez debería decirle. No. No quiero que me presione sobre su última 
mierda de solución basada en terapia. Simplemente necesito una 
distracción y, en este momento, la única distracción que quiero es la 
que está trabajando como vendedora en una ferretería. 
Has venido todo este camino. Veamos si la pequeña señorita 
Steele es tan atractiva como la recuerdas. 
Hora del espectáculo, Grey. 
Una campana repica una sosa nota electrónica mientras 
camino dentro de la tienda. Es más grande de lo que parece desde el 
exterior y, aunque casi es la hora del almuerzo, el lugar está tranquilo 
para ser un sábado. Hay pasillos y pasillos de la usual basura que 
esperarías. Había olvidado las posibilidades que una ferretería podría 
ofrecer a alguien como yo. Principalmente compro en línea mis 
necesidades, pero mientras esté aquí, quizás resurtiré unos cuantos 
artículos: velcro, anillas… Sí. Encontraré a la apetecible señorita Steele y 
me divertiré. 
Me toma tres segundos completos localizarla. Está encorvada 
sobre el mostrador, mirando atentamente la pantalla de la 
computadora y picoteando su almuerzo… una rosquilla. De manera 
ausente, limpia una migaja de la esquina de sus labios y la mete en su 
boca y chupa su dedo. Mi polla se retuerce en respuesta. 
¿Cuántos años tengo, catorce? 
La reacción de mi cuerpo es irritante. Tal vez esto se detendrá si 
la amarro, follo y azoto… y no necesariamente en ese orden. Sí. Eso es lo 
que necesito. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
2
4
 
Está completamente absorta en su tarea, lo que me da una 
oportunidad de estudiarla. Dejando de lado los pensamientos lascivos, 
es atractiva, verdaderamente atractiva. La he recordado bien. 
Levanta la mirada y se congela. Es tan perturbador como la 
primera vez que la conocí. Me sujeta con una mirada perspicaz, 
estupefacta, creo, y no sé si eso es una buena respuesta o una mala 
respuesta. 
—Señorita Steele. Qué agradable sorpresa. 
—Sr. Grey —dice, susurrante y aturdida. Ah, una buena 
respuesta. 
—Pasaba por aquí. Necesito algunas cosas. Es un placer volver a 
verla. —Un verdadero placer. Está vestida con una ajustada camiseta y 
vaqueros, no la mierda sin forma que estaba usando antes esta 
semana. Es toda piernas largas, cintura estrecha y tetas perfectas. Sus 
labios aún están separados con sorpresa y tengo que resistir el impulso 
de sujetar su barbilla y cerrar su boca. He volado desde Seattle solo 
para verte y por la forma en que me miras justa ahora, ha valido 
realmente la pena el viaje. 
—Ana. Mi nombre es Ana. ¿En qué puedo ayudarle, Sr. Grey? —
Toma una profunda respiración, cuadra sus hombros como lo hizo en la 
entrevista y me da una falsa sonrisa que, estoy seguro, reserva para los 
clientes. 
Empieza el juego, señorita Steele. 
—Hay unas cuantas cosas que necesito. Para empezar, me 
gustarían algunas bridas para cables. 
Mi solicitud la toma fuera de guardia; se ve pasmada. 
Oh, esto va a ser divertido. Te asombrarías de lo que puedo 
hacer con unos pocos cables, nena. 
—Tenemos de varias medidas. ¿Se las muestro? —dice, 
encontrando su voz. 
—Por favor. Guíe el camino. 
Sale de detrás del mostrador y señala hacia uno de los pasillos. 
Está usando chucks. Distraídamente, me pregunto cómo se vería en 
tacones altos. Louboutins… nada excepto Louboutins. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
2
5
 
—Están con los artículos eléctricos, en el pasillo ocho. —Su voz 
titubea y se sonroja… 
La afecto. La esperanza brota en mi pecho. 
No es gay, entonces. Sonrío. 
—Después de usted. —Extiendo mi mano para que dirija el 
camino. Dejarla caminar adelante me da el espacio y tiempo para 
admirar su fantástico culo. Su larga y abundante cola de caballo marca 
el tiempo como un metrónomo del suave balanceo de sus caderas. 
Realmente es el paquete completo: dulce, educada y hermosa, con 
todos los atributos físicos que valoro en una sumisa. Pero, la pregunta del 
millón de dólares es: ¿podría ser una sumisa? Probablemente no sabe 
nada del estilo de vida —mi estilo de vida—, pero en verdad quiero 
introducirla a ello. Te estás adelantando en este trato, Grey. 
—¿Está en Portland por negocios? —pregunta, interrumpiendo 
mis pensamientos. Su voz es alta; está fingiendo desinterés. Me dan 
ganas de reír. Las mujeres raramente me hacen reír. 
—Estaba visitando el departamento de agricultura de la 
universidad, que está en Vancouver —miento. En realidad estoy aquí 
para verla, señorita Steele. 
Su cara se descompone y me siento como una mierda. 
—En estos momentos financio una investigación sobre rotación 
de cultivo y ciencias del suelo.—Eso, al menos, es cierto. 
—¿Forma parte de su plan para alimentar al mundo? —Arquea 
una ceja, divertida. 
—Algo así —murmuro. ¿Se está riendo de mí? Oh, me encantaría 
ponerle alto a eso si se está riendo. Pero, ¿cómo empezar? Tal vez con 
una cena, en lugar de la entrevista usual… ahora, eso sería una novela: 
llevar a una posible sumisa a cenar. 
Llegamos a las bridas para cables, las cuales están ordenadas 
en diversidad de medidas y colores. Distraídamente, mis dedos recorren 
los paquetes. Podría simplemente invitarla a cenar. Como…¿en una 
cita? ¿Aceptaría? Cuando le echo un vistazo, está examinando sus 
dedos entrelazados. No puede mirarme… esto es prometedor. 
Selecciono los cables más largos. Son más flexibles, después de todo, ya 
que pueden ajustar dos tobillos o dos muñecas al mismo tiempo. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
2
6
 
—Estas estarán bien. 
—¿Algo más? —dice rápidamente… o está siendo súper atenta 
o me quiere fuera de la tienda, no sé cuál. 
—Quisiera cinta adhesiva. 
—¿Está decorando su casa? 
—No, no estoy decorándola. —Oh, si tan solo supieras… 
—Por aquí —dice—. La cinta está en el pasillo de decoración. 
Vamos, Grey. No tienes mucho tiempo. Engánchala en alguna 
conversación. 
—¿Ha trabajado aquí durante mucho tiempo? —Por supuesto, 
ya conozco la respuesta. A diferencia de otras personas,hago mi 
investigación. Por alguna razón, está avergonzada. Cristo, esta chica es 
tímida. No tengo ni una esperanza en el infierno. Se da la vuelta 
rápidamente y camina por el pasillo hacia la sección etiquetada como 
―decoración‖. La sigo con entusiasmo, como un cachorrito. 
—Cuatro años —murmura mientras llegamos a la cinta adhesiva. 
Se inclina hacia abajo y agarra dos rollos, cada uno de diferente ancho. 
—Me llevaré esta. —La cinta más ancha es mucho más efectiva 
como mordaza. Mientras me la pasa, las puntas de nuestros dedos se 
tocan, brevemente. Resuena en mi ingle. ¡Maldición! 
Ella palidece. 
—¿Algo más? —Su voz es suave y ronca. 
Cristo, estoy teniendo el mismo efecto en ella que el que tiene 
en mí. Tal vez… 
—Un poco de cuerda, creo. 
—Por aquí. —Corre rápidamente por el pasillo, dándome otra 
oportunidad para apreciar su lindo culo. 
—¿Qué tipo de cuerda busca? Tenemos de fibra sintética, de 
fibra natural, de cáñamo, de cable… 
Mierda, detente. Gimo interiormente, tratando de ahuyentar la 
imagen de ella suspendida del techo en mi cuarto de juegos. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
2
7
 
—Cinco metros de la de fibra natural, por favor. —Es más áspera 
y raspa más si luchas contra ella… mi cuerda de elección. 
Un temblor corre por sus dedos, pero mide cinco metros como 
una profesional. Sacando una navaja multiuso de su bolsillo derecho, 
corta la cuerda con un rápido movimiento, la enrolla cuidadosamente y 
la ata con un nudo. Impresionante. 
—¿Fue una chica scout? 
—Las actividades en grupo no son lo mío, Sr. Grey. 
—¿Qué es lo suyo, Anastasia? —Sus pupilas se dilatan mientras la 
miro. 
¡Sí! 
—Libros —responde. 
—¿Qué tipo de libros? 
—Oh, ya sabe. Lo usual. Los clásicos. Sobre todo literatura 
inglesa. 
¿Literatura inglesa? Las Brontës y Austen, apuesto. Todos los del 
tipo románticoyde corazones-y-flores. 
Eso no es bueno. 
—¿Necesita algo más? 
—No lo sé. ¿Qué más me recomendaría? —Quiero ver su 
reacción. 
—¿De bricolaje? —pregunta, sorprendida. 
Quiero reír a carcajadas. Oh, nena, en bricolaje no es lo mío. 
Asiento, sofocando mi risa. Sus ojos repasan mi cuerpo y me tenso. ¡Me 
está dando un repaso! 
—Un mono de trabajo —deja escapar. 
Es la cosa más inesperada que la he escuchado decir desde su 
pregunta ―¿Es usted gay?‖. 
—No querrá que se le estropee la ropa. —Señala mis pantalones. 
No me puedo resistir. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
2
8
 
—Siempre podría quitármela. 
—Uhm. —Se sonroja mucho y mira hacia abajo. 
La saco de su miseria. 
—Me llevaré un mono de trabajo. No vaya a ser que se me 
estropee la ropa. —Sin una palabra, se gira y camina rápidamente por 
el pasillo y yo sigo sus seductores pasos. 
—¿Necesita algo más? —dice, sonando jadeante mientras me 
pasa un par de overoles de trabajo azul. Está mortificada, los ojos aún 
echados hacia abajo. Cristo, me provoca cosas. 
—¿Cómo va el artículo? —pregunto, con la esperanza de que 
pueda relajarse un poco. 
Levanta la mirada y me da una breve sonrisa aliviada. 
Finalmente. 
—No estoy escribiéndolo yo, sino Katherine. La señorita 
Kavanagh. Mi compañera de piso, ella es la escritora. Está muy 
contenta. Es la editora de la revista y quedó destrozada por no haber 
podido hacerle la entrevista personalmente. 
Es la oración más larga que ha pronunciado desde que nos 
conocimos y está hablando de alguien más, no de ella misma. 
Interesante. 
Antes de que pueda hacer un comentario, añade: 
—Lo único que le preocupa es que no tiene ninguna foto original 
de usted. 
La tenaz señorita Kavanagh quiere fotografías. Fotografías 
publicitarias, ¿eh? Puedo hacer eso. Me permitirá pasar tiempo con la 
apetecible señorita Steele. 
—¿Qué tipo de fotografías quiere? 
Me mira fijamente por un momento, luego sacude su cabeza, 
perpleja, sin saber qué decir. 
—Bueno, voy a estar por aquí. Quizá mañana… —Puedo 
quedarme en Portland. Trabajar desde un hotel. Una habitación en el 
Heathman, quizá. Necesitaré que Taylor venga, traiga mi computadora 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
2
9
 
portátil y algo de ropa. O Elliot… a menos que esté follando, lo cual es su 
modus operandi los fines de semana. 
—¿Estaría dispuesto a hacer una sesión de fotos? —No puede 
contener su sorpresa. 
Le doy un breve asentimiento. Sí, quiero pasar más tiempo 
contigo. 
Quieto, Grey. 
—Kate estará encantada… si encontramos un fotógrafo. —
Sonríe y su cara se ilumina como un amanecer sin nubes. Es 
impresionante. 
—Dígame algo mañana. —Saco la billetera de mis pantalones—. 
Mi tarjeta. Está mi número de celular. Tendría que llamarme antes de las 
diez de la mañana. —Y si no lo hace, me dirigiré de vuelta a Seattle y 
me olvidaré acerca de esta estúpida aventura. 
El pensamiento me deprime. 
—Muy bien. —Continúa sonriendo. 
—¡Ana! —Ambos nos giramos cuando un muchacho vestido de 
manera casual aparece en el extremo más lejano del pasillo. Sus ojos 
están todos sobre la señorita Anastasia Steele. ¿Quién demonios es este 
idiota? 
—Eh, discúlpeme un momento, Sr. Grey. —Camina hacia él y el 
idiota la envuelve en un abrazo de gorila. Mi sangre se hiela. Es una 
respuesta primitiva. 
Quítale tus jodidas garras de encima. 
Empuño mis manos y soy solo ligeramente aplacado cuando ella 
no le devuelve el abrazo. 
Caen en una conversación de susurros. Tal vez la información de 
Welch estaba equivocada. Tal vez este tipo es su novio. Se ve de la 
edad adecuada y no puede quitarle de encima sus ambiciosos ojos. La 
sostiene por un momento a un brazo de distancia, examinándola, luego 
le pone un brazo sobre sus hombros. Parece un gesto casual, pero sé 
que está estableciendo un reclamo y diciéndome que me retire. Ella 
parece avergonzada, moviéndose de un pie a otro. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
3
0
 
Mierda. Debería irme. He exagerado mi mano. Ella está con este 
tipo. Luego ella le dice algo más y se aleja de su alcance, tocando su 
brazo, no su mano, encogiéndose de hombros para quitárselo de 
encima. Está claro que no son cercanos. 
Bien. 
—Eh, Paul, te presento a Christian Grey. Señor Grey, este es Paul 
Clayton, el hermano del dueño de la tienda. —Me da una extraña 
mirada que no entiendo y continúa—: Conozco a Paul desde que 
trabajo aquí, aunque no nos vemos muy a menudo. Ha vuelto de 
Princeton, donde estudia administración de empresas.—Está 
balbuceando, dándome una extensa explicación y diciéndome que no 
están juntos, creo. El hermano del jefe, no un novio. Estoy aliviado, pero 
la extensión del alivio que siento es inesperada y me hace fruncir el 
ceño. Esta mujer realmente se ha medito bajo mi piel. 
—Sr. Clayton. —Mi tono es deliberadamente cortante. 
—Sr. Grey. —Su apretón de manos es lánguido, como su cabello. 
Idiota—. Espera… ¿No será el famoso Christian Grey? ¿El de Grey 
Enterprises Holdings? 
Sí, ese soy yo, imbécil. 
En un latido, lo veo transformarse de territorial a servil. 
—Ana… ¿puedo ayudarle en algo? 
—Anastasia se ha ocupado, Sr. Clayton. Ha sido muy atenta. —
Ahora vete a la mierda. 
—Estupendo —borbotea, todo dientes blancos y respetuoso—. 
Nos vemos luego, Ana. 
—Claro, Paul —dice y camina sin prisa hacia la parte trasera de 
la tienda. Lo veo desaparecer. 
—¿Algo más, Sr. Grey? 
—Nada más —murmuro. Mierda, se me terminó el tiempo y aún 
no sé si voy a verla de nuevo. Tengo que saber si hay alguna mínima 
esperanza de que pudiera considerar lo que tengo en mente. ¿Cómo 
se lo puedo preguntar? ¿Estoy listo para hacerme cargo de una sumisa 
que no sabe nada? Va a necesitar considerable entrenamiento. 
Cerrando mis ojos, imagino las interesantes posibilidades que esto 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
3
1
 
presenta… llegar ahí va a ser la mitad de la diversión. ¿Siquiera estará 
dispuestaa esto? ¿O estoy equivocado? 
Camina hacia la caja registradora y marca mis compras, todo 
mientras mantiene sus ojos en la registradora. 
¡Mírame, maldita sea! Quiero ver su cara otra vez y calibrar lo 
que está pensando. 
Finalmente, levanta su cabeza. 
—Serán cuarenta y tres dólares, por favor. 
¿Eso es todo? 
—¿Quiere una bolsa? —pregunta mientras le paso mi tarjeta de 
crédito American Express. 
—Sí, gracias, Anastasia. —Su nombre, un nombre hermoso para 
una chica hermosa, fluye suavemente sobre mi lengua. 
Empaca los artículos rápidamente. Esto es todo. Me tengo que ir. 
—Ya me llamará si quiere que haga la sesión de fotos. 
Asiente mientras me devuelve mi tarjeta. 
—Bien. Hasta mañana, quizá. —No puedo solamente irme. 
Tengo que hacerle saber que estoy interesado—. Ah, una cosa, 
Anastasia… Me alegro de que la Señorita Kavanagh no pudiera 
hacerme la entrevista. —Se ve sorprendida y alagada. 
Esto es bueno. 
Deslizo la bolsa sobre mi hombro y salgo de la tienda. 
Sí, en contra de mi mejor juicio, la deseo. Ahora tengo que 
esperar… jodidamente esperar… otra vez. Utilizando una fuerza de 
voluntad que enorgullecería a Elena, mantengo mis ojos al frente 
mientras saco mi celular de mi bolsillo y me subo al auto rentado. Estoy 
evitando deliberadamente mirar hacia ella. No lo voy a hacer. No lo voy 
a hacer. Mis ojos giran rápidamente hacia el espejo retrovisor, donde 
puedo ver la puerta de la tienda, pero todo lo que veo es el pintoresco 
frente de la tienda. Ella no está en la ventana, mirando hacia mí. 
Es decepcionante. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
3
2
 
Presiono el 1 en el marcado rápido y Taylor contesta antes de 
que el teléfono tenga la oportunidad de sonar. 
—Sr. Grey —dice. 
—Haz reservaciones en el Heathman; voy a quedarme en 
Portland este fin de semana y, ¿podrías traer la todoterreno, mi 
computadora y el papeleo debajo de ella y uno o dos cambios de 
ropa? 
—Sí, señor. ¿Y Charlie Tango? 
—Que Joe lo lleve a PDX3. 
—Yo me encargo, señor. Estaré con usted en aproximadamente 
tres horas y media. 
Cuelgo y enciendo el auto. Así que tengo unas cuantas horas en 
Portland mientras espero para ver si esta chica está interesada en mí. 
¿Qué hago? Tiempo de una caminata, creo. Tal vez de esta manera 
pueda sacar de mi sistema esta extraña hambre. 
 ~ * ~ 
Han pasado cinco horas sin una llamada telefónica de la 
apetecible señorita Steele. ¿En qué demonios estaba pensando? Veo la 
calle desde la ventana de mi habitación en el Heathman. Aborrezco 
esperar. Siempre lo he hecho. El clima, ahora nublado, se mantuvo 
durante mi caminata por Forest Park, pero la caminata no hizo nada por 
curar mi agitación. Estoy molesto con ella por no llamar, pero más que 
nada estoy molesto conmigo. Soy un tonto por estar aquí. Qué pérdida 
de tiempo ha sido perseguir a esta mujer. ¿Cuándo, alguna vez, he 
perseguido a una mujer? 
Grey, cálmate. 
Suspirando, reviso mi teléfono otra vez con la esperanza de 
simplemente haber perdido su llamada, pero no hay nada. Al menos 
Taylor ha llegado y tengo toda mi mierda. Tengo el reporte de Barney 
sobre las pruebas de grafeno4 de su departamento para leer y puedo 
trabajar en paz. 
 
3PDX:Aeropuerto Internacional de Portland. 
4Grafeno: Es una sustancia formada de carbono puro con átomos dispuestos en patrón 
regular hexagonal, similar al grafito, pero en una hoja de un átomo de espesor. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
3
3
 
¿Paz? No he conocido la paz desde que la señorita Steele cayó 
dentro de mi oficina. 
~ * ~ 
Cuando levanto la mirada, el crepúsculo ha cubierto mi 
habitación con sombras grises. La perspectiva de otra noche solo es 
deprimente. Mientras contemplo qué hacer, mi teléfono vibra contra la 
madera pulida del escritorio y un desconocido pero vagamente familiar 
número con código de área de Washington parpadea en la pantalla. 
De repente, mi corazón está latiendo como si hubiera corrido dieciséis 
kilómetros. 
¿Es ella? 
Respondo. 
—¿Se… Señor Grey? Soy Anastasia Steele. 
Mi cara estalla en una sonrisa come mierda. Bueno, bueno. Una 
señorita Steele susurrante, nerviosa y de voz suave. Mi noche está 
mejorando. 
—Señorita Steele. Un placer tener noticias suyas. —Escucho que 
su respiración se entrecorta y el sonido viaja directamente a mi ingle. 
Genial. La estoy afectando. Al igual que ella me está afectando. 
—Bueno… Nos gustaría hacer la sesión fotográfica para el 
artículo. Mañana, si no tiene problema. ¿Dónde le iría bien? 
En mi habitación. Solo tú, yo y las bridas para cables. 
—Me alojo en el Heathman de Portland. ¿Le parece bien a las 
nueve y media de la mañana? 
—Muy bien, nos vemos allí —balbucea, incapaz de esconder el 
alivio y deleite en su voz. 
—Lo estoy deseando, señorita Steele. —Cuelgo antes de que 
sienta mi entusiasmo y lo complacido que estoy. Inclinándome en mi 
silla, contemplo el oscurecido horizonte y paso mis dos manos por mi 
cabello. 
¿Cómo demonios voy a cerrar este trato? 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
3
4
 
Domingo, 15 de Mayo de 
2011 
 
on Moby explotando en mis oídos, bajo a toda 
velocidad por la calle Southwest Salmon hacia el río 
Willamette. Son las seis y media de la mañana y estoy 
tratando de aclarar mi mente. Anoche soñé con ella. Ojos azules, voz 
entrecortada… sus frases terminando con "señor" mientras se arrodilla 
delante de mí. Desde que la conocí, mis sueños han sido un bienvenido 
cambio de la ocasional pesadilla. Me pregunto qué interpretaría Flynn 
de eso. El pensamiento es desconcertante, así que lo ignoro y me 
concentro en empujar mi cuerpo a sus límites a lo largo de la orilla del 
Willamette. Mientras mis pies resuenan en el camino, el sol traspasa a 
través de las nubes y eso me da esperanza. 
~ * ~ 
Dos horas más tarde, mientras corro de vuelta al hotel, paso por 
una cafetería. Tal vez debería llevarla a tomar un café. 
¿Cómo una cita? 
Bueno. No. No una cita. Me río ante la ridícula idea. Solo una 
charla… un tipo de entrevista. Entonces puedo averiguar un poco más 
acerca de esta enigmática mujer y si está interesada o si estoy en una 
inútil persecución. Estoy solo en el ascensor mientras me estiro. 
Terminando mis estiramientos en mi suite del hotel, estoy centrado y 
tranquilo por primera vez desde que llegué a Portland. El desayuno ha 
sido entregado y estoy hambriento. No es un sentimiento que tolere, 
nunca. Sentándome a desayunar en mi ropa de deporte, decido comer 
antes de ducharme. 
~ * ~ 
Hay un enérgico toque en la puerta. La abro y Taylor se 
encuentra en el umbral. 
—Buenos días, Sr. Grey. 
C 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
3
5
 
—Buenos días. ¿Están listos para mí? 
—Sí, señor. Están ubicados en la habitación 601. 
—Ya bajo. —Cierro la puerta y meto mi camisa en mis 
pantalones grises. Mi cabello está mojado por la ducha, pero me 
importa una mierda. Una mirada al jodido sombrío en el espejo y salgo 
para seguir a Taylor hasta el ascensor. 
La habitación 601 está llena de gente, luces y cámaras 
profesionales, pero la encuentro inmediatamente. Ella está de pie a un 
lado. Su cabello está suelto: una exuberante melena brillante que cae 
por debajo de sus pechos. Está usando jeans ajustados y converse con 
una chaqueta azul marino de manga corta y debajo una camiseta 
blanca. ¿Los jeans y converse son su firma en cuanto a forma de vestir? 
Aunque no es muy conveniente, favorecen sus bien torneadas piernas. 
Sus ojos, encantadores como siempre, se ensanchan mientras me 
acerco. 
—Señorita Steele, volvemos a vernos.—Ella toma mi mano 
extendida y por un momento quiero apretar la suya y alzarla hasta mis 
labios. 
No seas absurdo, Grey. 
Vuelve a ruborizarse deliciosamente y señala en dirección a suamiga, que está de pie demasiado cerca, esperandomi atención. 
—Sr. Grey, le presento a Katherine Kavanagh —dice. De mala 
gana la libero y me giro hacia la persistente señorita Kavanagh. Es alta, 
llamativa y meticulosamente pulcra como su padre, pero tiene los ojos 
de su madre y tengo que agradecerle por presentarme a la 
encantadora señorita Steele. Ese pensamiento me hace sentir un poco 
más benévolo con ella. 
—La tenaz señorita Kavanagh. ¿Qué tal está? Espero que se 
encuentre mejor. Anastasia dijo que la semana pasada estuvo enferma. 
—Estoy bien, gracias, Sr. Grey. 
Tiene un firme y confiado apretón de manos y dudo que alguna 
vez se enfrentara a un día de dificultades en su privilegiada vida. Me 
pregunto por qué son amigas estas mujeres. No tienen nada en común. 
—Gracias por haber encontrado un momento para la sesión—
dice Katherine. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
3
6
 
—Es un placer —le respondo y echo un vistazo a Anastasia, quien 
me recompensa con su delator rubor. 
¿Soy solo yo quien la hace ruborizarse? La idea me complace. 
—Este es José Rodríguez, nuestro fotógrafo —dice Anastasia y su 
rostro se ilumina mientras me lo presenta. 
Mierda. ¿Este es el novio? 
Rodríguez florece bajo la dulce sonrisa de Ana. 
¿Están follando? 
—Señor Grey. —Rodríguez me da una mirada oscura mientras 
nos damos la mano. Es una advertencia. Me está diciendo que 
retroceda. Ella le gusta. Le gusta mucho. 
Bueno, que empiece el juego, niño. 
—Sr. Rodriguez, ¿dónde quiere que me coloque? —Mi tono es un 
desafío y él lo escucha, pero Katherine interviene y me indica una silla. 
Oh. Le gusta estar a cargo. El pensamiento me divierte mientras me 
siento. Otra joven que parece estar trabajando con Rodríguez enciende 
las luces y, por un momento, soy cegado. 
¡Demonios! 
A medida que el deslumbramiento desaparece, busco a la 
encantadora señorita Steele. Está de pie al fondo de la habitación, 
observando el procedimiento. ¿Siempre rehúye de esta manera? Tal vez 
por eso son amigas ella y Kavanagh; ella está contenta con estar en el 
fondo y dejar que Katherine tome el centro del escenario. 
Mmm… una sumisa natural. 
El fotógrafo parece suficientemente profesional y absorbido en el 
trabajo que se le ha asignado. Observo a la señorita Steele mientras nos 
observa a los dos. Nuestros ojos se encuentran; los suyos son honestos e 
inocentes, y por un momento reconsidero mi plan. Pero entonces se 
muerde el labio y mi aliento se atrapa en mi garganta. 
Retrocede, Anastasia. Le ordeno que deje de mirar y, como si 
me pudiera oír, es la primera en apartar la mirada. 
Buena chica. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
3
7
 
Katherine me pide que me ponga de pie mientras Rodríguez 
sigue tomando fotografías. Entonces, hemos terminado y esta es mi 
oportunidad. 
—Gracias de nuevo, Sr. Grey. —Katherine avanza hacia 
adelante y me estrecha la mano, seguida por el fotógrafo, que me mira 
con mal y disimulada desaprobación. Su antagonismo me hace sonreír. 
Ah, hombre… no tienes ni idea. 
—Estoy ansioso por leer su artículo, señorita Kavanagh —digo, 
dándole un breve asentimiento educado. Es con Ana con quien quiero 
hablar—. ¿Vendría conmigo, señorita Steele?—pregunto, cuando la 
alcanzo en la puerta. 
—Claro —dice con sorpresa. 
Aprovecha el día, Grey. 
Murmuro alguna trivialidad a aquellos que siguen en la 
habitación y la hago pasar por la puerta, queriendo poner algo de 
distancia entre ella y Rodríguez. En el pasillo,se detiene jugando con su 
cabello, luego sus dedos, mientras Taylor me sigue afuera. 
—En seguida le aviso, Taylor —le digo y, cuando está casi fuera 
del alcance del oído, le pido a Ana que me acompañe por un café, mi 
aliento contenido por su respuesta. 
Sus largas pestañas parpadean sobre sus ojos. 
—Tengo que llevar a todos a casa —dice con consternación. 
—Taylor —grito en su dirección, haciéndola saltar. Debo ponerla 
nerviosa y no sé si esto es bueno o malo. Y ella no puede dejar de estar 
inquieta. Pensar en todas las formas en que podría hacerla detenerse es 
una distracción. 
—¿Van a la universidad? —Ella asiente y le pido a Taylor que 
lleve a sus amigos a casa. 
—Arreglado. ¿Puedo ahora venir conmigoa tomar un café? 
—Verá… Sr. Grey… esto… la verdad… —Se detiene. 
Mierda. Es un "no". Voy a perder esta cita. Me mira directamente, 
con los ojos brillantes. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
3
8
 
—Mire, no es necesario que Taylor los lleve a casa. Puedo 
intercambiar vehículos con Kate, si me espera un momento. 
Mi alivio es tangible y sonrío. 
¡Tengo una cita! 
Abriendo la puerta, la dejo volver a la habitación mientras Taylor 
oculta su mirada perpleja. 
—¿Puedes tomar mi chaqueta, Taylor? 
—Ciertamente, señor. 
Se gira sobre sus talones, con los labios curvándose mientras se 
dirige por el pasillo. Lo observo con los ojos entrecerrados mientras 
desaparece en el ascensor mientras me apoyo contra la pared y espero 
a la señorita Steele. 
¿Qué demonios voy a decirle? 
“¿Qué tanto te gustaría ser mi sumisa?” 
No. Tranquilízate, Grey. Tomemos esto una etapa a la vez. 
Taylor está de vuelta en un par de minutos sosteniendo mi 
chaqueta. 
—¿Eso será todo, señor? 
—Sí. Gracias. 
Me la da y me deja como un idiota de pie en el pasillo. 
¿Cuánto tiempo más le va a tomar a Anastasia? Reviso mi reloj. 
Debe estar negociando el cambio de auto con Katherine. O está 
hablando con Rodríguez, explicándole que solo va a tomar un café 
conmigo para aplacarme y mantenerme dulce para el artículo. Mis 
pensamientos se oscurecen. Tal vez le está dando un beso de 
despedida. 
Maldición. 
Emerge un momento después y estoy complacido. No se ve 
como si acabara de ser besada. 
—Está bien —dice con decisión—. Vamos por el café. —Pero sus 
mejillas enrojecidas socavan algo de su esfuerzo por lucir confiada. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
3
9
 
—Después de usted, señorita Steele. —Oculto mi deleite mientras 
ella da un paso delante de mí. Mientras la alcanzo, despierta mi 
curiosidad sobre su relación con Katherine, específicamente su 
compatibilidad. Le pregunto por cuánto tiempo se han conocido. 
—Desde nuestro primer año. Es una buena amiga. —Su voz está 
llena de calidez. Ana es claramente devota. Hizo todo el camino a 
Seattle para hacerme una entrevista cuando Katherine estuvo enferma 
y me encuentro esperando que la señorita Kavanagh la trate con la 
misma lealtad y respeto. 
En los ascensores, presiono el botón de llamada y casi de 
inmediato las puertas se abren. Una pareja en un apasionado abrazo se 
separa a toda prisa, avergonzados por ser atrapados. Ignorándolos, 
entramos en el ascensor, pero atrapó la sonrisa pícara de Anastasia. 
Mientras viajamos a la primera planta, la atmósfera está espesa 
de deseo sin cumplir. Y no sé si es que emana de la pareja detrás de 
nosotros o de mí. 
Sí. La deseo ¿Querrá lo que tengo para ofrecer? 
Me siento aliviado cuando las puertas se abren de nuevo y tomo 
su mano, que está fresca y no pegajosa como esperaba. Tal vez no la 
afecto tanto como me gustaría. El pensamiento es desalentador. 
En nuestro camino,escuchamos la risa avergonzada de la 
pareja. 
—¿Qué pasa con los ascensores? —murmuro. Y tengo que 
admitir que hay algo sano e ingenuo acerca de sus risitas que es 
totalmente encantador. La señorita Steele parece tan inocente, al igual 
que ellos, y mientras caminamos hacia la calle me cuestiono mis motivos 
de nuevo. 
Es demasiado joven. Demasiado inexperta, pero, maldita sea, 
me gusta la sensación de su mano en la mía. 
En la cafetería la dirijo para encontrar una mesa y le pregunto 
qué quiere beber. Tartamudea a través de su orden: Té negro… agua 
caliente, con la bolsita al lado. Eso es nuevo para mí. 
—¿No quiere un café? 
—No me gusta demasiado el café.P
ág
in
a 
4
0
 
—Bien, té negro. ¿Azúcar? 
—No, gracias —dice, mirando hacia abajo a sus dedos. 
—¿Algo para comer? 
—No, gracias. —Niega con la cabeza y sacude su cabello sobre 
su hombro, destacando destellos de color caoba. 
Tengo que esperar en la fila mientras las dos mujeres detrás de la 
barra intercambian estúpidas bromas con todos sus clientes. Es frustrante 
y me apartan de mi objetivo: Anastasia. 
 —Hola, guapo, ¿qué puedo hacer por ti? —pregunta la mujer 
mayor con un brillo en sus ojos. Es solo una cara bonita, cariño. 
—Quiero un café con leche evaporada. Té negro. La bolsita de 
té a un lado. Y una magdalena de arándanos. 
Anastasia podría cambiar de opinión y comer. 
—¿Estás visitando Portland? 
—Sí. 
—¿El fin de semana? 
—Sí. 
—El clima seguro ha mejorado hoy. 
—Sí. 
—Espero que salga a disfrutar de un poco de sol. 
Por favor, deja de hablarme y date prisa de una jodida vez. 
—Sí —siseo entre dientes y echo un vistazo a Ana, quien 
rápidamente mira hacia otro lado. 
Me está mirando. ¿Me está comprobando? 
Una burbuja de esperanza se hincha en mi pecho. 
—Aquí tienes. —La mujer me da un guiño y coloca las bebidas 
en mi bandeja—. Pagaen la caja, cariño, y que tengas un buen día. 
Me las arreglo para dar una respuesta cordial. 
—Gracias. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
4
1
 
En la mesa, Anastasia está mirando fijamente sus dedos, 
reflexionando en quien sabe qué demonios. 
¿Sobre mí? 
—¿Un dólar por sus pensamientos? —pregunto. 
Salta y se pone roja mientras dejo el té y el café. Está sentada 
muda y mortificada. ¿Por qué? ¿Realmente no quiere estar aquí? 
—¿Sus pensamientos? —pregunto de nuevo y mueve en exceso 
la bolsa de té. 
—Este es mi té favorito —dicey tomo nota mental de que es 
elTwinings English Breakfast el té que le gusta. La veo meter la bolsita de 
té en la tetera. Es un elaborado y desordenadoespectáculo. La saca 
casi de inmediato y coloca la bolsita de té usada en su platillo. Mi boca 
está torciéndose con mi diversión. Mientras me dice que le gusta flojo su 
té negro, por un momento creo que está describiendo lo que le gusta 
en un hombre. 
Contrólate, Grey. Está hablando de té. 
Basta ya de este preámbulo; es el momento para un poco de 
rapidez en este asunto. 
—¿Es su novio? 
Sus cejas se juntan, formando una pequeña v por encima de su 
nariz. 
—¿Quién? 
Esta es una buena respuesta. 
—El fotógrafo. José Rodríguez. 
Ella se ríe. De mí. 
¡De mí! 
Y no sé si es de alivio o si piensa que soy gracioso. Es molesto. No 
puedo conseguir medirla. ¿Le gusto o no? Me dice que es solo un 
amigo. 
Oh, cariño, quiere ser más que un amigo. 
—¿Por qué pensó que era mi novio? —pregunta. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
4
2
 
—Por la forma en que le sonrió y él a usted. —No tienes ni idea, 
¿verdad? El chico está herido. 
—Es más como de la familia —dice. 
De acuerdo, entonces la lujuria es unilateral y por un momento 
me pregunto si se da cuenta de lo hermosa que es. Mira la magdalena 
de arándanos mientras le quito el papel y por un momento la imagino 
sobre sus rodillas a mi lado mientras la alimento, un bocado a la vez. El 
pensamiento es divertido… y excitante. 
—¿Quiere un poco? —pregunto. 
Niega con la cabeza. 
—No, gracias. —Su voz es vacilante y mira una vez más sus 
manos. ¿Por qué está tan nerviosa? ¿Tal vez por mi culpa? 
—Y el chico al que me presentó ayer, en la tienda. ¿No es su 
novio? 
—No. Paul es solo un amigo. Se lo dije ayer. —Frunce el ceño de 
nuevo como si estuviera confundida y se cruza de brazos en defensa. 
No le gusta ser interrogada acerca de estos chicos. Recuerdo lo 
incómoda que parecía cuando el chico en la tienda puso su brazo 
alrededor de ella, reclamándola—. ¿Por qué me lo pregunta? —añade. 
—Parece nerviosa cuando está con hombres. 
Sus ojos se ensanchan. Realmente son hermosos, del color del 
océano en Cabo, el más azul de los mares azules. Debería llevarla allí. 
¿Qué? ¿De dónde vino eso? 
—Usted me resulta intimidante —dice y baja la mirada, 
contemplando una vez más sus dedos. Por un lado es tan sumisa, pero 
por el otro es… desafiante. 
—Debería resultarle intimidante. 
Sí. Debería. No hay muchas personas lo suficientemente valientes 
como para decirme que los intimido. Ella es honesta, y así se lo digo… 
pero cuando aparta la mirada, no sé lo que está pensando. Es 
frustrante. ¿Le gusto? ¿O está tolerando este encuentro para mantener 
en camino la entrevista de Kavanagh? ¿Cuál es? 
—Es un misterio, señorita Steele. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
4
3
 
—No hay nada misterioso en mí. 
—Creo que es muy contenida. —Como cualquier buena 
sumisa—. Menos cuando se ruboriza, claro, cosa que hace menudo. Me 
gustaría saber por qué se ha ruborizado. —Ahí. Eso provocará una 
respuesta suya. Lanzando un pequeño trozo de la magdalena de 
arándanos en mi boca, espero su respuesta. 
—¿Siempre hace comentarios tan personales? 
Eso no es tan personal, ¿verdad? 
—No me había dado cuenta de que fuera personal. ¿La he 
ofendido? 
—No. 
—Bien. 
—Pero es usted un poco arrogante. 
—Suelo hacer las cosas a mi manera, Anastasia. En todo. 
—No lo dudo —murmura y entonces quiere saber por qué no le 
he pedido que me llame por mi nombre de pila. 
¿Qué? 
Y la recuerdo saliendo de mi oficina en el ascensor… y cómo 
sonó mi nombre saliendo de su boca inteligente. ¿Ha visto a través de 
mí? ¿Está siendo deliberadamente antagonista conmigo? Le digo que 
nadie me llama Christian, excepto mi familia… 
Ni siquiera sé si ese es mi verdadero nombre. 
No vayas allí, Grey. 
Cambio el tema. Quiero saber acerca de ella. 
—¿Es usted hija única? 
Sus pestañas revolotean varias veces antes de que me diga que 
lo es. 
—Hábleme de sus padres. 
Pone los ojos en blanco y tengo que luchar contra la compulsión 
de regañarla. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
4
4
 
—Mi madre vive en Georgia con su nuevo marido, Bob. Mi 
padrastro vive en Montesano. 
Por supuesto que sé todo esto por la verificación de 
antecedentes de Welch, pero es importante escucharlo de ella. Sus 
labios se suavizan con una sonrisa afectuosa cuando menciona a su 
padrastro. 
—¿Y su padre? 
—Mi padre murió cuando yo era una niña. 
Por un momento soy catapultado a mis pesadillas, mirando un 
cuerpo postrado en un piso sucio. 
—Lo siento —murmuro. 
—No me acuerdo de él —dice, arrastrándome de vuelta al 
ahora. Su expresión es clara y brillante y sé que Raymond Steele ha sido 
un buen padre para esta chica. Su relación con su madre, por otra 
parte… aún está por verse. 
—¿Y su madre volvió a casarse? 
Su risa es amarga. 
—Ni que lo jure.—Pero no entra en detalles. Es una de las pocas 
mujeres que he conocido que pueden sentarse en silencio. Lo que es 
genial, pero no lo que quiero en este momento. 
—No cuenta demasiado de su vida, ¿verdad? 
—Usted tampoco —esquiva. 
Oh, señorita Steele. El juego ha comenzado. 
Y es con gran placer y una sonrisa que le recuerdo que ya me ha 
entrevistado. 
—Recuerdo algunas preguntas bastante personales. 
Sí. Me preguntaste si era gay. 
Mi declaración tiene el efecto deseado y está avergonzada. 
Comienza a balbucear sobre sí misma y algunos detalles dan en el 
punto. Su madre es una romántica empedernida. Supongo que alguien 
en su cuarto matrimonio está abrazando la esperanza sobre la 
experiencia. ¿Es como su madre? No me atrevo a preguntarle. Si dice 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
4
5
 
que lo es… entonces no tengo ninguna esperanza. Y no quiero que esta 
entrevista termine. Me estoy divirtiendo demasiado. 
Pregunto por su padrastro y confirma mi corazonada. Es obvio 
que lo ama. Su rostro se ilumina cuando habla de él: su trabajo (es un 
carpintero), sus aficiones (le gusta el fútbol europeo y la pesca). Prefirióvivir con él cuando su madre se casó por tercera vez. 
Interesante. 
Endereza sus hombros. 
—Cuénteme cosas sobre sus padres —exige en un intento de 
desviar la conversación de su familia. No me gusta hablar de la mía, así 
que le doy detalles vagos. 
—Mi padre es abogado y mi madre pediatra. Viven en Seattle. 
—¿A qué se dedican sus hermanos? 
¿Quiere ir allí? Le doy la respuesta corta, que Elliot trabaja en la 
construcción y Mia está en la escuela de cocina en París. 
Ella escucha, embelesada. 
—Me han dicho que París es preciosa —dice con una expresión 
soñadora. 
—Es bonita. ¿Ha estado ahí? 
—Nunca he salido de Estados Unidos.—La cadencia de su voz 
cae, teñida de pesar. Podría llevarla allí. 
—¿Le gustaría ir? 
¿Primero Cabo, ahora París? Contrólate, Grey. 
—¿A París? Por supuesto. Pero adonde de verdad me gustaría ir 
es a Inglaterra. 
Su rostro se ilumina con entusiasmo. La señorita Steele quiere 
viajar. Pero, ¿por qué Inglaterra?,le pregunto. 
—Porque allí nacieron Shakespeare, Austen, las hermanas Brontë, 
Thomas Hardy… Me gustaría ver los lugares que los inspiraron para 
escribir libros tan maravillosos. 
Libros. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
4
6
 
Lo dijo ayer en Clayton’s. Eso significa que estoy compitiendo 
con Darcy, Rochester y Angel Clare: imposibles héroes románticos. Aquí 
está la prueba que necesitaba. Es una romántica empedernida, como 
su madre… y esto no va a funcionar. Para colmo de males, ella mira su 
reloj. Ha terminado. 
He estropeado este acuerdo. 
—Será mejor que me vaya. Tengo que estudiar —dice. 
Ofrezco acompañarla de regreso al auto de su amiga, lo que 
significa que tendré que caminar de regreso al hotel para hacer mi 
maleta. 
Pero,¿debería hacerlo? 
—Gracias por el té, señor Grey —dice. 
—No hay de qué, Anastasia. Es un placer. —Mientras digo las 
palabras me doy cuenta que los últimos veinte minutos han sido… 
agradables. Dándole mi sonrisa más deslumbrante, garantizada para 
desarmar, le ofrezco mi mano—. Vamos —le digo. Toma mi mano y, 
mientras caminamos de regreso al Heathman, no puedo sacudirme 
cuán agradable se siente su mano en la mía. 
Tal vez esto podría funcionar. 
—¿Siempre lleva jeans? —pregunto. 
—Casi siempre —dice y es el segundo golpe en su contra: 
romántica empedernida, que solo usa jeans… me gustan las faldas en 
mis mujeres. Me gustan accesibles. 
—¿Tiene novia? —pregunta de la nada y es el tercer golpe. Estoy 
fuera de este acuerdo en ciernes. Quiere romance y yo no puedo 
ofrecerle eso. 
—No, Anastasia. Yo no tengo novias. 
Afligida con el ceño fruncido, se vuelve bruscamente y tropieza 
en la carretera. 
—¡Mierda, Ana! —grito, tirando de ella hacia mí para detener su 
caída en el camino de un ciclista idiota que pasa volando por el lado 
equivocado de la calle. De repente, está en mis brazos, agarrando mis 
bíceps, mirándome. Sus ojos están asustados y por primera vez noto un 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
4
7
 
anillo azul más oscuro que circunda sus irises; son hermosos, más 
hermosos de cerca. Sus pupilas se dilatan y sé que podría caer dentro 
de esa mirada y no regresar jamás. Toma una respiración profunda. 
—¿Está bien? —Mi voz suena extraña y distante y me doy cuenta 
que me está tocando y no me importa. Mis dedos acarician su mejilla. 
Su piel es suave y lisa y, mientras cepillo mi pulgar contra su labio inferior, 
se me corta la respiración. Su cuerpo está presionado contra el mío y la 
sensación de sus pechos y su calor a través de mi camisa es excitante. 
Tiene una fragancia fresca y sana que me recuerda al huerto de 
manzanas de mi abuelo. Cerrando mis ojos, inhalo, grabando su aroma 
en mi memoria. Cuando los abro, ella todavía está mirándome, 
suplicándome, rogándome, sus ojos en mi boca. 
Mierda.Quiere que la bese. 
Y quiero hacerlo. Solo una vez. Sus labios están separados, listos, 
esperando. Su boca sintiéndose acogedora debajo de mi pulgar. 
No. No. No. No hagas esto, Grey. 
Ella no es el tipo de chica para ti. 
Ella quiere corazones y flores y tú no haces esa mierda. 
Cierro mis ojos para no verla y luchar contra la tentación, y 
cuando los abro de nuevo, mi decisión está tomada. 
—Anastasia —le susurro—, deberías mantenerte alejada de mí. 
No soy un hombre para ti. 
La pequeña v se forma entre sus cejas y creo que ha dejado de 
respirar. 
—Respira, Anastasia, respira. —Tengo que dejarla ir antes de que 
haga algo estúpido, pero estoy sorprendido por mi reticencia. Quiero 
sostenerla por más tiempo—. Voy a ayudarte a ponerte en pie y a 
dejarte marchar. —Doy un paso atrás y ella libera su agarre sobre mí, 
pero extrañamente, no siento ningún alivio. Deslizo mis manos sobre sus 
hombros para asegurarme que puede estar de pie. Su expresión se 
nubla con humillación. Está mortificada por mi rechazo. 
Demonios. No quise hacerte daño. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
4
8
 
—Ya estoy bien —dice, la decepción zumbando en su tono 
cortante. Ella es formal y distante, pero no se mueve fuera de mi 
agarre—. Gracias —añade. 
—¿Por qué? 
—Por salvarme. 
Y quiero decirle que la estoy salvando de mí… que es un gesto 
noble, pero eso no es lo que quiere oír. 
—Ese idiota iba contra dirección. Me alegro de haber estado 
aquí. Me dan escalofríos solo de pensar lo que podría haberte pasado. 
—Ahora soy yo el que está balbuceando, y todavía no puedo dejarla ir. 
Me ofrezcoa sentarme con ella en el hotel, sabiendo que es una 
estratagema para prolongar mi tiempo con ella y solo entonces 
liberarla. 
Niega con su cabeza, la espalda tiesa y envuelve sus brazos a su 
alrededor en un gesto protector. Un momento después, huye al otro 
lado de la calle y tengo que darme prisa para mantenerme a su ritmo. 
Cuando llegamos al hotel, se da la vuelta y me enfrenta, una vez 
más, serena. 
—Gracias porel té y por la sesión de fotos. —Me mira 
desapasionadamente y el arrepentimiento se enciende en mis entrañas. 
—Anastasia… Yo…—No puedo pensar en qué decir, excepto 
que lo siento. 
—¿Qué, Christian? —pregunta bruscamente, 
Caray. Está enojada conmigo, vertiendo todo el desprecio que 
puede en cada sílaba de mi nombre. Es insólito. Y se está yendo. Y no 
quiero que se vaya. 
—Buena suerte en los exámenes. 
Sus ojos parpadean con dolor e indignación. 
—Gracias —murmura, el desdén en su voz—. Adiós, Sr. Grey. —Se 
da la vuelta y da zancadas por la calle hacia el garaje subterráneo. La 
observo irse con la esperanza de que me vaya a dar una segunda 
mirada, pero no lo hace. Desaparece en el edificio, dejando a su paso 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
4
9
 
un rastro de arrepentimiento, el recuerdo de sus hermosos ojos azules y 
el aroma de un huerto de manzanas en el otoño. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
P
ág
in
a 
5
0
 
Jueves 19 de Mayo de 2011 
 
o! Mi grito rebota en las paredes de la habitación y me 
despierta de mi pesadilla. Estoy cubierto de sudor, con 
hedor a cerveza rancia, cigarros y pobreza en mis fosas 
nasales y un persistente temor a la violencia en estado de ebriedad. 
Sentado, pongo mi cabeza en mis manos mientras intento calmar mi 
intenso ritmo cardíaco y respiración errática. Ha sido lo mismo durante 
las últimas cuatro noches. Mirando el reloj, veo que son las tres de la 
mañana. 
Tengo dos reuniones importantes mañana… hoy… y necesito la 
mente despejada y dormir un poco. Maldición, lo que daría por una 
buena noche de sueño. Y tengo un jodido partido de golf con Bastille. 
Debería cancelar el golf; la idea de jugar y perder oscurece mí ya 
sombrío humor. 
Trepando fuera de la cama, deambulo por el pasillo y me dirijo a 
la cocina. Allí, llenó un vaso con agua y me miro, vestido con tan solo 
pantalones de pijama, reflejado en la pared de vidrio al otro lado de la 
habitación. Me alejo

Continuar navegando

Materiales relacionados

132 pag.
73 pag.
Malos Hábitos

User badge image

Liceth Moreno

140 pag.