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Autoestima y tacto pedagógico en edad temprana_ Orientaciones para educadores y familias - Margarita Heinsen

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Autoestima
y tacto pedagógico
en edad temprana
ORIENTACIONES
PARA
EDUCADORES Y FAMILIAS
Margarita Heinsen Guerra
NARCEA, S. A. DE EDICIONES
MADRID
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9.
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Índice
PRÓLOGO de Sonsoles Perpiñán Guerras
INTRODUCCIÓN: ¿POR QUÉ ESTE LIBRO?
EL MUNDO ACTUAL
COMENZAR POR UNO MISMO
AUTOCONCEPTO
AUTOESTIMA
CADA NIÑO ES DISTINTO, CADA ETAPA ES DISTINTA
ALGUNOS MITOS SOBRE EL DESARROLLO DE LA AUTOESTIMA
ALERTAS ANTE POSIBLES PROBLEMAS DE AUTOESTIMA
HERRAMIENTAS PARA IDENTIFICAR POSIBLES PROBLEMAS
Observar y registrar las conductas, actitudes y actividades de nuestros
hijos o alumnos.
ERRORES QUE DEBEMOS EVITAR
Criticar permanentemente. Ridiculizar, burlar o usar sarcasmos.
Comparar al niño con otros. Sobreproteger. Exigir demasiado. Etiquetar.
ORIENTACIONES PARA EL DESARROLLO DE UNA SANA
AUTOESTIMA
Crear un ambiente de amor y aceptación. Ofrecer modelos adecuados de
comportamiento. Ayudar al niño a ser autónomo. Reconocer sus
cualidades y celebrar sus logros. Fomentar la comunicación. Respetar sus
ideas y opiniones. Asignar responsabilidades y dar oportunidades de
ayudar. Corregir conductas inapropiadas. Ayudar al niño a aceptar las
consecuencias de sus actos. Promover la creatividad. Exigir que termine
las tareas. Ser amables. Compartir con los niños. Enseñar estrategias
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12.
13.
apropiadas para enfrentar situaciones difíciles. Fomentar las actividades
sociales. Fomentar la responsabilidad y no la culpa. Evitar transmitir
sentimientos de lástima o pena.
TACTO PEDAGÓGICO PARA EL DESARROLLO DE LA AUTOESTIMA
El afecto. La confianza. La seguridad. El respeto.
AUTOESTIMA Y APRENDIZAJE EN LA ESCUELA
CONCLUSIÓN Y REFLEXIONES FINALES
BIBLIOGRAFÍA
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Prólogo
Uno de los retos más atractivos y apasionantes a los que nos enfrentamos los padres y
los educadores es el de ayudar a nuestros pequeños a construir su autoestima. La vida
cotidiana está repleta de momentos en los que, al interactuar con el niño, a través de
nuestras palabras, gestos o comportamientos, afianzamos la idea que tienen de sí
mismos, reforzamos su percepción de competencia y aportamos la seguridad que
necesitan para definir su identidad; o por el contrario, les ponemos trabas en el difícil
camino que tienen que recorrer hacia su autonomía.
Desde que el niño nace va experimentando con el mundo que le rodea, pone a prueba
sus habilidades motrices controlando progresivamente su cuerpo y desplazándose por el
espacio. Observa todo lo que ocurre a su alrededor dándole un significado. Desde los
primeros momentos se comunica con las personas que le rodean, expresa sus
necesidades, sus deseos, sus miedos y comparte sus descubrimientos. Todo este proceso
de desarrollo se produce de la mano de los adultos que pueden ofrecer un contexto
afectivo rico y estimulante donde probar sea una oportunidad para crecer, o pueden
transmitir al niño sus propias inseguridades limitando la curiosidad y el afán de conocer
propio del pequeño.
Hablar de la autoestima en la edad temprana tiene sentido porque es en esos
momentos cuando el niño construye su personalidad y aprende a relacionarse con los
demás. Adquiere su identidad mediante un proceso de relación. Cuando aún no tiene
capacidad para observarse a sí mismo y sacar conclusiones, los padres y los educadores
somos los espejos donde él se mira, nuestras palabras y nuestras conductas les sirven de
referencia para conocerse y para valorarse, y esa primera valoración constituye un
soporte con el que afrontar los retos y los aprendizajes, es la estructura sobre la que se
asentará su autoestima.
Este libro nos invita a la introspección, recordándonos que los adultos somos siempre
modelos, que nuestros pensamientos, sentimientos y conductas son el punto de
referencia para el niño y que si queremos reforzar su autoestima tenemos que empezar
revisando nuestras actitudes.
La autoestima es un concepto que ha adquirido una gran relevancia en la sociedad
actual, se utiliza en el ámbito educativo, en el de la salud, incluso en el mundo
empresarial. Coincidimos todos en considerar la importancia de valorarnos y aceptarnos
como somos; pero, ¿cómo podemos desarrollarla desde la infancia temprana?
El presente libro ofrece una serie de reflexiones dirigidas a los padres y a los
educadores desde una perspectiva positiva y realista. Hace un análisis de los
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pensamientos erróneos que los adultos tenemos sobre cómo desarrollar la autoestima y
los comportamientos que tenemos que evitar proponiendo unas orientaciones sencillas y
prácticas. Al leer sus páginas se descubren algunas claves imprescindibles para desarrollar
con éxito la tarea de educar.
Tal vez una de las más importantes que nos propone la autora es el respeto por el
niño: nos invita a considerar su individualidad, a observar sus reacciones y adaptarnos a
su edad y sus características, a compartir con él sus inquietudes o las nuestras y a confiar
y creer en sus capacidades.
Creer en el niño implica revisar nuestros pensamientos, nuestra mente de adultos nos
lleva, con frecuencia, a considerarle incapaz de afrontar retos o de superar algunas
dificultades, esa es la razón por la que lo sobreprotegemos tratando de evitarle esfuerzos
o sinsabores que son necesarios para su desarrollo.
Respetar al niño significa apoyar su iniciativa, protegerlo solamente de aquello que
realmente sea un peligro para él, pero no imponerle límites que provienen más bien de
nuestros miedos.
Otra de las claves que encontraremos en estas páginas es la importancia de la
comunicación. El lenguaje es el instrumento mediante el cual interactuamos con el niño,
expresamos nuestras ideas y nuestros sentimientos. Tenemos que utilizarlo de forma
apropiada, considerando tanto lo que decimos como la forma de decirlo, los gestos, el
tono de voz, las miradas, etc. Evitar las contradicciones y las etiquetas que tiñen la
relación de temor e inseguridad, preguntar al niño ya que muchas veces tiene la respuesta
que buscamos, o emplear expresiones positivas en lugar de manifestar únicamente lo que
está mal, son algunas estrategias especialmente valiosas para desarrollar la autoestima.
Plantea también la importancia de los límites como elemento facilitador de la
seguridad emocional del niño. Límites conocidos y consensuados con él que le permiten
anticipar las consecuencias de su comportamiento e insiste en que la firmeza y la
coherencia le ayudan a comprender el complejo mundo social en el que vive.
Una de las claves más significativas que nos propone la autora es la importancia del
afecto. Es una de las principales necesidades del niño, le permite afrontar experiencias y
relaciones con los demás con la certeza de que sus figuras de referencia están disponibles
incondicionalmente. El pequeño necesita que le muestren si una conducta concreta es
correcta o no, pero siempre bajo el amparo del afecto incondicional. Se debe cuestionar
un comportamiento concreto pero nunca el amor hacia el niño.
Tal vez si comprendiéramos esta difícil dualidad entre la firmeza y el afecto
estaríamos más capacitados para educar. El niño necesita ambas cosas para crecer, para
construir sus valores y para aprender a relacionarse con los demás.
A lo largo de las siguientes páginas encontraremos sugerencias prácticas y preguntas
que nos ayudarán a reflexionar sobre cómo nos relacionamos con nuestros niños y cómo
ayudarles a construir su autoestima, para transitar seguros por un mundo complejo en el
que puedan ser ellos mismos y donde puedan desarrollar sus aptitudes.
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SONSOLES PERPIÑÁN GUERRAS
Especialista en Psicología Pedagógica y Atención Temprana
Miembro del Grupo de Atención Temprana GAT,
(Federación Estatal de Asociaciones Profesionales de Atención Temprana)
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Introducción:
¿Por qué este libro?
Desde hace más de diez años he impartido charlas y cursos sobre el desarrollo de la
autoestima en la infancia a maestras y maestros, y a familias, en la República
Dominicana y en otros países. En cada uno de estos encuentros he tenido la oportunidad
de compartirideas, experiencias y estrategias para el desarrollo de una sana autoestima,
lo que ha enriquecido mis conocimientos con las vivencias de los participantes. Me he
dado cuenta de la necesidad que existe de aclarar conceptos errados sobre la autoestima
y de la importancia de desarrollarla a través de estrategias efectivas.
Los adultos estamos ávidos de orientaciones prácticas que puedan ayudarnos a
mejorar nuestra labor de educar y formar. Tarea nada fácil, llena de desafíos y
satisfacciones, que se debe enfrentar con valentía, amor y paciencia.
La idea de plasmar en un libro los puntos tratados en las charlas y talleres, ampliando
y explicando el tema con más detalles surge de la necesidad de educadores, maestros y
familias de contar con un material de consulta sencillo y práctico que ofrezca pautas
generales que orienten la crianza y que permitan lograr el desarrollo de una sana
autoestima en los más pequeños. Este libro busca servir a cualquier persona interesada en
ayudar a los niños y niñas en este proceso.
El libro está dividido en temas que a su vez se desarrollan en puntos importantes de
forma precisa y clara. En cada tema se finaliza con un espacio llamado Reflexionemos,
con preguntas que llevan al análisis de nuestras conductas y actitudes como adultos
comprometidos con la educación de nuestros hijos y alumnos.
Con estas preguntas buscamos que tanto los educadores como las madres y padres
vayan desarrollando su propio tacto pedagógico. En palabras de un importante
pedagogo, formador de educadores: «tacto pedagógico significa capacidad de diálogo,
significa paciencia, significa sensibilidad, significa madurez, significa capacidad de afecto
sano» (Zabalza, 2012: 149); todo ello sumamente necesario en la educación de los más
pequeños.
Espero que este libro impacte positivamente en la educación de los pequeños, para
que cada niño y cada niña tenga la oportunidad de crecer y desarrollar plenamente sus
potencialidades en un ambiente sano y seguro. Esto le permitirá asumir una actitud
positiva hacia su persona, dar lo mejor de sí, comportarse adecuadamente e interactuar
de manera efectiva con otros y con el entorno que le rodea.
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La sociedad demanda cada vez más personas sanas, capaces y felices. Y nosotros
tenemos la responsabilidad y el deber de responder a esta demanda.
¡Adelante!
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1. El mundo actual
Esta época nos presenta muchos desafíos tanto a los padres y educadores como a los
propios niños*. Las estructuras familiares han cambiado, la tecnología y los medios de
comunicación forman parte importante de la vida.
Estos fenómenos, entre otros, como por ejemplo la globalización, impactan en el estilo
de vida actual, exponiendo a las personas a distintas realidades de forma instantánea y
rápida.
Se vive en un mundo competitivo en el que existe una presión por tener cada vez más
cosas y en el que se le da menos importancia al ser.
Estamos bombardeados por mensajes que cuestionan el autoconcepto y la autoestima,
ya que nos imponen cómo debemos vernos, cómo hacer las cosas, cómo sentirnos bien.
Incluso se contradicen los valores que se desean inculcar y desarrollar en busca del
bienestar propio y del bien común.
Estamos viviendo en una carrera que no se detiene: la vida moderna. Es difícil frenar
para reflexionar, amar, disfrutar, crecer, aprender y evaluar.
Se descuida la felicidad de cada momento por estar obsesionados con los logros, con
el futuro, con el éxito profesional, social, económico. A esto se le suma la presión por
una apariencia física ideal, por la moda, por el lujo. Todo ello sin contar con que,
además, si no se logra lo que se espera de nosotros, nos sentimos fracasados o que vale-
mos poco.
Estas exigencias superficiales impiden rescatar lo que es verdaderamente importante.
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Y esto se transmite a los niños, quienes crecen tratando de responder a todas estas
demandas sociales impuestas por otros. Crecen demasiado atareados, agobiados y
ansiosos si no lo logran.
Los niños están expuestos a muchos mensajes que contradicen los valores que
se desean inculcar.
Esta presión no les ayuda a desarrollarse plenamente, a ser felices y a convivir de
forma exitosa con los demás.
Los niños y niñas reciben mucha información que no necesariamente saben manejar.
No es fácil mantenerse firme en las propias convicciones ante tantos y tan variados
estímulos que venden fantasías e ideales superfluos.
Es deber de los padres y educadores promover los valores deseados, ayudando al niño
a ser crítico, a discernir los mensajes y la información que recibe, a saber que no todo es
lo que parece, que las apariencias engañan y que la felicidad no se encuentra en el
exterior, sino internamente en nosotros mismos. Hay que luchar en contra del relativismo
donde nada es nada y todo es válido para obtener lo que se quiere.
Por el contrario, es necesario promover el dominio y el autocontrol ante las presiones
para no andar como veletas sin rumbo, dejándose manipular por los mensajes externos.
Reflexionemos...
Pensemos en los mensajes que bombardean a los niños:
¿Promueven un sano autoconcepto y autoestima o ejercen presión
para tener o ser de acuerdo a modelos preestablecidos e impuestos
socialmente?
¿Nos dejamos llevar por las exigencias del mundo sin detenernos,
compitiendo por alcanzarlas?
¿Forzamos a los niños a competir, a lograr una mejor apariencia
física, estar a la moda, a ganar a otros?
__________________
* Para que la lectura del texto resulte más ágil y sin ánimo de discriminación sexista, se evita utilizar
conjuntamente el género masculino y femenino en aquellos términos que admiten las dos posibilidades. Cuando
así ocurra, se entiende que el término engloba indistintamente a ambos géneros.
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2. Comenzar por uno mismo
No se puede dar lo que no se tiene. Para poder ayudar a los niños a lograr un
desarrollo integral sano, hay que detenerse continuamente y reflexionar sobre los propios
sentimientos, actitudes y comportamientos.
Para los niños somos el modelo de referencia; y se enseña más con lo que se hace que
con lo que se dice.
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¿Cómo soy?
Muchas veces nos falta tiempo para pensar en quiénes somos y cómo actuamos: se
dedican más esfuerzos a observar y describir a otros que a reflexionar sobre nosotros
mismos. Sin embargo, esta reflexión es el primer paso para mejorar cada día como
personas, crecer y ser más felices.
La idea no es torturarse con pensamientos negativos, sino más bien ser realistas y
conocer bien nuestras fortalezas y debilidades.
Les invito a pensar en las cualidades o características que nos definen como persona.
¿Qué me gusta?
¿Qué temo?
¿Cómo soy físicamente? ¿Cómo soy intelectualmente? ¿Cómo soy
emocionalmente?
¿Cómo me veo a mí mismo, a mí misma? ¿Cómo me ven los demás?
¿Qué sé o qué puedo hacer bien?
Lo que se hace y cómo se hace tiene una influencia muy poderosa sobre lo que luego
harán los niños y niñas, ya que están constantemente observando e internalizando
patrones de conducta.
A muchos adultos les cuesta pensar en sus cualidades positivas o en sus habilidades e
incluso se les hace difícil reconocerlas ante los demás.
También hay adultos que no identifican sus defectos ni reconocen sus errores. Ambos
extremos reflejan el nivel de autoestima.
En general, estamos programados para enfocarnos en lo negativo, y es por esto que
muchas veces se repite este patrón de comportamiento con nuestros alumnos o hijos al
estar constantemente corrigiendo en vez de reconociendo.
No se debe tener miedo a analizarse como personas, enfocarse y aceptarse, teniendo
en cuenta los talentos desarrollados.
Es necesario construir una sana autoestima para poder acompañar a los más pequeños
de manera efectiva.
El primer paso para educar comienza por educarse uno mismo.
Antes de plantearnos, como adultos, el modo de desarrollar la autoestima en nuestros
hijos o alumnos, es imprescindible que lance-mos una mirada al adulto que somos, ya
que ésta es la primera y la más importante mirada que hacen nuestros niños frente a
nosotros.
14Es cierto que no podemos ser adultos perfectos, pero sí en crecimiento y
comprometidos con nuestro propio crecimiento. Tampoco podemos ser adultos inocentes
y sin sentido crítico, pero sí adultos reconciliados con nosotros mismos y en paz.
Podemos ser adultos con convicciones, con experiencias interiorizadas, con ganas e
ilusión de vivir y transmitir valores. Podemos ser, en definitiva, personas con un sano
autoconcepto y una autoestima bien desarrollada. Sólo esto posibilitará el que podamos
ser auténticos educadores y el que podamos ayudar a los niños a desarrollar su
autoestima.
Reflexionemos...
¿Considero que tengo una sana autoestima?
¿Me acepto como soy?
¿Con qué comportamientos estoy siendo un modelo positivo o
negativo para el niño?
¿Qué ejemplo doy a mi hijo o a mis alumnos?
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3. Autoconcepto
Todos tenemos características únicas que nos definen como persona, tanto en lo
físico como en lo intelectual, en lo social y en lo emocional.
Estos rasgos son parte de lo que somos y es así como cada uno tiene su propio
aspecto, formas de ser distintas, modos de actuar y reaccionar diversos y habilidades y
talentos que nos definen como personas.
Unos tienen los pies más grandes o más pequeños, unos son más altos, otros de
menor estatura, en fin, cada uno es como es.
Pero una cosa son las características, habilidades y cualidades reales y otra cosa es la
percepción que tenemos de las mismas.
Hay rasgos propios que no se pueden modificar, pero la forma de enfrentar esa
realidad puede variar: no puedo cambiar los pies si los tengo grandes, pero puedo
aceptarlos, o puedo sufrir porque no me gustan, o puedo pensar que tener pies grandes
es una gran ventaja.
Es decir, cada persona responde a la realidad de distintas formas, aunque las
circunstancias sigan siendo las mismas.
El autoconcepto es la representación mental que la persona tiene de sí misma, es
decir, de sus características, habilidades y cualidades. Estas ideas se basan en lo que los
demás perciben y en las propias experiencias.
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Desde que el niño o la niña nace entra en contacto con sus padres, familiares y
educadores, quienes constantemente les transmiten ideas sobre su persona, reforzando o
enfatizando positiva o negativamente ciertas características.
Este modo de conducirse influye en la forma en que el pequeño se concibe y se
define. En la medida en que el niño vaya desarrollando cada vez más su autonomía, irá
asumiendo por sí mismo su individualidad.
Muchas veces las creencias e imágenes que cada uno construye corresponden con la
realidad, pero otras veces no. Se asignan adjetivos o calificativos de acuerdo a los
parámetros que se van incorporando de la sociedad.
Cada persona se considera fea o bonita, simpática o antipática, inteligente o no, según
las concepciones aprendidas y los valores asumidos.
Construir el autoconcepto depende de muchos factores tanto genéticos como
ambientales.
El adulto debe tener cuidado al interactuar con los niños y ser consciente de que lo
que se transmite con palabras, gestos o acciones influye en la forma de ser y sobre todo
en la representación mental que el niño o la niña vayan construyendo de sí mismos.
Los mensajes que les transmitimos a nuestros hijos o alumnos tienen un gran
impacto sobre su persona.
Reflexionemos...
¿Cómo percibo a mi hijo o alumno?
¿Cómo reacciono ante sus características?
¿Qué mensajes le transmito a mi hijo o alumno sobre sí mismo?
Piensa en cinco cualidades positivas de tu hijo o alumno.
Piensa en sus habilidades: Identifícalas y ¡díselas!
Habla con el niño:
Pregunta a tu hijo o alumno sobre sus características, talentos,
habilidades, gustos, miedos...
Conócelo y guíalo.
Ayúdale para que promueva un desarrollo de su autoconcepto
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realista y sano.
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4. Autoestima
Junto al autoconcepto el niño va desarrollando su autoestima, es decir la evaluación
o valoración de sí mismo.
Al preguntar a los padres y educadores lo que significa la autoestima, generalmente
responden que es el amor propio, la aceptación, sentirse bien consigo mismo.
La forma en que se evalúa o valora cada aspecto de la persona está influenciada por la
cultura, la propia experiencia educativa y las costumbres. Pero sucede que lo que es
importante o bueno para uno, no lo es para otros.
Si, por ejemplo, una madre o una maestra critica a su hijo o alum-no por su aspecto
físico, asignando etiquetas, burlándose o haciendo referencia a esto constantemente, ese
niño experimenta un sentimiento dañino que le llevará al autorechazo o a conductas y
actitudes negativas y destructivas.
El autoconcepto y la autoestima deben estar alineados. La representación mental que
se tiene de uno mismo debe ser realista y al mismo tiempo se debe valorar o evaluar de
acuerdo a esa realidad. Es fundamental no creernos algo ficticio, ni forzar a ser lo que no
somos.
En la actualidad se concibe la autoestima como un constructo multidimensional, es
decir que se puede tener un concepto y una valoración de uno mismo diferente según el
contexto o ámbito.
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Un niño puede tener un concepto determinado de sí mismo en el ámbito familiar, otro
en el ámbito escolar y otro en el social. Puede sentirse más o menos capaz según las
circunstancias y se comportará de manera diferente según las experiencias y las
interacciones que haya tenido con distintos grupos.
Va descubriendo que es bueno y eficaz en algunas actividades o tareas, y esto le hace
sentirse bien.
Los niños expresan sus sentimientos de muchas formas. Los padres y educadores
deben observar sus comportamientos y analizar lo que reflejan a través de estos
comportamientos de su propia persona.
Hacerse conscientes de quién se es, cómo se es, lo que se puede y no se puede hacer,
es el primer paso que se debe trabajar con los pequeños para lograr que se acepten
plenamente y puedan crecer y desarrollar todas sus potencialidades.
Una autoestima sana permite al ser humano adaptarse y desenvolverse de
manera efectiva,con seguridad e impactando positivamente en lo que le rodea.
La autoestima es fundamental para un desarrollo humano integral.
Al interactuar con niños y niñas, es importante destacar sus cualidades, aunque sin
exagerarlas. Comentarios como «eres el niño más inteligente del mundo» o «siempre vas
a ganar» pueden generar un sentimiento de superioridad que no es realista.
No suele ser verdad que es el niño más inteligente ni que siempre va a ganar. Se
puede reconocer si es inteligente o juega bien, recordando que siempre se puede mejorar
y que hay otras personas que también lo son o lo pueden hacer. No queremos niños
prepotentes que se crean mejores que otros.
Los niños deben crecer con una visión realista de sí mismos y nosotros jugamos un
papel muy importante en este proceso. Si confundimos la autoestima con estas ideas
inventadas, cuando el niño se encuentre con la realidad de que hay niños mejores en
algunas cosas o pueden hacer algo que él no puede hacer se sentirá frustrado y no podrá
hacer frente a esa realidad.
Es fundamental recordar a los niños que nadie es mejor o peor. Cada persona tiene
sus cualidades y se puede aprender algo de cada ser humano que encontramos en el
camino.
Es imposible saberlo todo y por esto nos complementamos unos con otros.
La autoestima se refiere a la conciencia del propio valor de la persona, a sentirse
satisfecho consigo mismo y con sus capacidades, sin necesidad de disminuir o exagerar la
realidad.
Reflexionemos...
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¿Muestra el niño una actitud positiva, aceptándose tal como es y
aceptando a los demás?
¿Es capaz de relacionarse de manera positiva con otros?
¿Motivamos al niño a conocerse, a amarse y cuidarse?
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5. Cada niño es distinto, cada etapa es distinta
Cada niño es único y es necesario conocerlo bien y saber qué esperar en cada etapa
de su desarrollo.
Los rasgos propios de cada persona están presentes desde que nace y aunque muchas
conductas pueden modificarse, la esencia de cada uno permanece.
Hay algunos aspectos, como por ejemplo el sexo, que no se pueden cambiar.El
comportamiento es distinto en cada edad y en cada etapa de la vida. Son muchos los
factores que influyen como el propio temperamento, la madurez, el contexto, la
interacción con el medio y con los demás.
Se deben respetar las características propias de cada niño y no intentar modificar su
esencia, pero sí encauzar y orientar positivamente estos rasgos y tendencias.
Es importante conocer lo que puede y debe lograr el niño en cada etapa de su
desarrollo, las conductas que son comunes y que pueden ser esperadas en cada edad.
Los primeros años representan un período de muchos cambios físicos, cognitivos y
sociales que son cruciales en la vida del ser humano. No es lo mismo un niño de dos
años que uno de seis, ni uno de ocho que uno de trece que ya está en la adolescencia.
Es por esto que hay que ajustar las expectativas y prepararnos para acompañarles en
cada momento.
Esto ayudará a comprenderlo y orientarlo mejor, sin limitar sus potencialidades ni
justificar conductas inadecuadas por su edad o su forma de ser.
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Al educar al niño se parte de su propia realidad, de su forma de ser y de la
etapa en que se encuentra.
Reflexionemos...
¿Cómo es mi hijo o alumno?:
• ¿Cómo es su temperamento?
• ¿Cuáles son sus gustos?
• ¿Qué rasgos le definen?
¿Qué puede hacer el niño en la etapa en que se encuentra?
¿Qué conductas propias de su edad observo en el niño?
¿Qué espero yo de este niño concreto?
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6. Algunos mitos sobre el desarrollo de la
autoestima
Existen ideas erradas sobre el desarrollo de la autoestima en los niños y de cómo se
puede ayudar a lograr una sana autoestima. Algunos de los mitos que se deben analizar
son:
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Mito 1: Es necesario que el niño siempre se sienta bien y sin problemas
Es frecuente que se alabe constantemente al niño, su físico, su comportamiento o sus
trabajos, pero sin profundizar, ni ayudarle a reflexionar para que cada día sea mejor.
Comentarios como «qué lindo», «muy bien» o «te felicito» son importantes, pero no
deben ofrecerse en todo momento y de manera superficial. Hasta el mismo niño sabe,
que muchas veces se le dice todo esto para salir del paso, pero en realidad no se ha
valorado detenidamente lo que ha hecho, ni cómo lo ha realizado.
Otras veces se evita enfrentarse al niño cuando ha cometido una travesura o un error
o no ha realizado el mayor esfuerzo. Así transmitimos conformidad, sin exigir al niño que
se autoevalúe y logre mejores resultados.
Es muy importante que los niños desarrollen una actitud crítica constructiva y que
reconozcan cuándo algo se puede mejorar.
El esfuerzo es importante y la tolerancia al fracaso les va a permitir desarrollar la
perseverancia.
Si un niño obtiene alabanzas y premios de forma fácil e inmediata para hacer que se
sienta bien y capaz, no tendrá la oportunidad de ser mejor ni de aprender. Esto le va a
impedir desarrollar destrezas y habilidades así como actitudes que le ayuden a resolver
los problemas reales de la vida.
No se trata de evitar que el niño se enfrente a la vida sino de acompañarle y
ayudarle a ser mejor, sin exagerar y reconociendo sus fortalezas.
Reflexionemos...
¿Tiendo a hacer sentirse bien al niño de forma exagerada con
halagos y premios no necesariamente merecidos?
¿Promuevo en el niño que evalúe su conducta y su actitud, de
forma realista y con amor?
Una sana autoestima no se desarrolla haciendo al niño sentirse bien siempre. Lo
importante es que se sienta aceptado y amado, pero también animado a mejorar aquello
que
necesite. Las recompensas o alabanzas deben estar bien fundamentadas y ser
realistas.
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Mito 2: El niño debe ser el centro de nuestra atención
En la actualidad los niños han adquirido mucho poder. Algunas veces, la falta de
tiempo de los padres para estar con sus hijos genera sentimientos de culpabilidad y por
esto, permiten a los más pequeños llamar constantemente la atención o participar en
actividades no apropiadas.
Otras veces quieren suplir esta ausencia, de forma exagerada, con cosas materiales.
El niño necesita atención de forma permanente y está constantemente enviando
mensajes que los adultos deben escuchar dándoles la importancia que requieren en todo
momento, evitando que busque esta atención de manera no apropiada. Esto se logra
dedicando al niño el tiempo necesario, de manera que se puedan establecer los vínculos
afectivos necesarios para su estabilidad emocional.
Una vez que el niño cuenta con una presencia y una relación saludable con el adulto
podrá respetar los espacios, conversaciones y actividades de los mismos, ya que hay
momento para todo, y es importante que el pequeño aprenda cuándo una conducta es
aceptada y cuando no.
El niño necesita atención. Muchas veces trata de lograrla a través de
conductas negativas o comportamientos «chistosos» y se imponen, violentando
la armonía o el desenvolvimiento de los demás.
Los límites son importantes y el niño no puede llamar la atención con todo lo que
haga como si fuera un payaso.
Reflexionemos...
¿Presto atención al niño ante conductas inadecuadas?
¿Permito al niño participar en actividades o en horarios no
apropiados?
¿Cuánto poder le doy al niño en las distintas situaciones que se
presentan?
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Mito 3: El niño es como es y no puede cambiar
Cada niño nace con unas características únicas y va desarrollando su personalidad en
interacción con el medio que le rodea y con las personas.
Un niño es una caja de sorpresas que tiene su temperamento, sus gustos, su forma de
responder ante distintas situaciones. Incluso en una misma familia los hermanos son muy
distintos y reaccionan de forma diferente ante las mismas experiencias.
Aunque hay que respetar a cada uno como es y así valorarlo, no se debe asumir que
no se puedan cambiar o mejorar conductas o actitudes inapropiadas.
Es habitual escuchar a padres y educadores justificar la forma en que actúan los niños
alegando que son como son. «Es un antipático, déjalo tranquilo» o «es el tímido de la
casa» o «le encanta montar ese desorden, no hay nada que hacer» son algunos ejemplos
de comentarios de los adultos ante el comportamiento inapropiado de los niños.
Sin embargo, esto no es saludable, ya que el niño se acostumbra a actuar de una
forma que muchas veces es negativa o socialmente rechazada y asume que los demás
deben aceptarlo sin más, «porque soy así».
Se defiende aquí que hay que aceptar al niño como es pero también hay que ayudarlo
a detectar aspectos de su personalidad o de su conducta que puedan tener consecuencias
negativas o que le puedan causar problemas consigo mismo y con los demás.
Para el desarrollo de una sana autoestima es necesario hacer a los más pequeños
conscientes de cuales son las áreas que deben mejorar, y ayudarlos con una actitud
positiva sin hacerles sentir mal.
A modo de ejemplo, si un niño tiene dificultad para integrarse en las actividades o
celebraciones, en vez de pensar que no hay nada que hacer o forzarlo para que se integre
(haciéndolo pasar vergüenza), se puede recurrir a conversar con él antes de la actividad
para ir proponiéndole pequeños pasos en los que el niño se puede comprometer y así
mejorar su actitud o conducta.
Es conveniente ir evaluando con el mismo niño su desarrollo y los logros que va
alcanzando, reforzando su esfuerzo y la confianza en sus capacidades.
Si se aceptan conductas no apropiadas con la excusa de que el niño «es así» y hay
que aceptarlo, estaremos educando un pequeño monstruo que atropella a otros.
Siempre hay oportunidad de mejorar.
Es fundamental aceptar al niño,sin pensar que la forma en que se comporta
no puede mejorar.. Tenemos que ayudarle.
No debemos ni podemos asumir que es como es y se comporta de una forma
porque salió al padre o la madre o porque no tiene otra forma de hacerlo.
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Reflexionemos...
¿Justifico las conductas de mi hijo o alumno, dejando que sea
como es? ¿Lo motivo para que dé lo mejor de sí mismo?
¿Tiendo a predisponerme ante el niño y ante su forma de ser, su
conducta o actitud?
¿Adopto una postura pasiva y de resignación ante conductasno
apropiadas?
Somos modelos de referencia y es nuestra responsabilidad guiar a los niños y niñas
para que descubran nuevas y mejores for-mas de comportarse y de convivir.
Uno de los sentimientos más gratificantes es el de sentirse capaz de hacer
algo, de lograr cosas,.
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Mito 4: El niño es muy pequeño y no puede
Otra actitud muy común de los adultos con los niños es la de sobreprotegerlos y
asumir que el pequeño no puede hacer algo por sí mismo o no entiende, y que por esto
hay que hacerle las cosas para no frustrarlo.
Uno de los propósitos principales de la educación es lograr que el pequeño desarrolle
su autonomía y para esto debe hacer las cosas por sí mismo cuando tiene la capacidad
para hacerlo. Si ya puede agarrar sus cosas, hay que dejar que las agarre, si ya puede
comer solo, se debe permitir que coma solo y ofrecerle ayuda cuando sea precisa, pero
no hacerlo por él.
Haciéndolo todo por ellos los haremos personas inútiles y dependientes.
El niño en cada etapa irá desarrollando las habilidades y destrezas que necesita utilizar.
Es frecuente que los propios adultos le impidan poner en práctica estas nuevas
habilidades si se lo hacen todo.
Cuando un niño no pueda hacer algo completamente solo, sí podrá hacer una parte
con algo de ayuda. Es en ese momento cuando los adultos pueden colaborar, pero
dejando que también el pequeño haga su parte de acuerdo a sus posibilidades.
Dejemos que los niños y niñas experimenten la sensación positiva de lograr
algo.
Hay que estar disponibles para responder preguntas o inquietudes y para facilitarles
los recursos, pero son los propios niños quienes deben ir haciendo lo que les corresponde
según sus capacidades.
Reflexionemos...
¿Tiendo a hacerle las cosas al niño aún cuando él puede por sí
solo?
¿Permito que el propio niño intente hacer las cosas, ayudándolo,
pero consiguiendo que aprenda?
¿Dejo al niño equivocarse?
¿Le animo a que intente hacer cosas que no ha hecho antes?
29
Mito 5: Se ayuda al niño cuando se le fuerza a realizar tareas difíciles
Cuando el niño asume responsabilidades que sobrepasan su nivel de madurez
experimenta un sentimiento de frustración. Como se menciona en el punto anterior, es
importante dejar que el niño ejercite sus habilidades y haga las cosas por sí mismo, pero
no se puede llegar al extremo de forzar al niño a hacer cosas para las cuales no está
preparado ya sea por su edad, su nivel de madurez, sus características personales o las
circunstancias.
No es lo mismo pedir al pequeño que ayude a limpiar algo que limpiar toda la casa. O
pedirle que acompañe a su hermano o compañero a pedirle que cuide y asuma la
responsabilidad de llevarlo a un lugar sin tener la madurez necesaria para hacerlo.
Pedir colaboración al niño es positivo,pero teniendo cuidado de no exagerar ni
saturarlo con lo que no puede asumir.
Un ejemplo de forzar al niño se da cuando los adultos desean que aprenda a leer y
escribir a temprana edad sin dejar que primero se desarrollen las habilidades necesarias.
Cada niño es diferente, único, y tiene su ritmo. Es importante estimularlo, pero hay
que tener cuidado de no frustrarlo. Muchas veces el niño se encuentra realizando una
actividad pero no está capacitado para lograr la meta de manera satisfactoria y el adulto
le insiste, «¡tú puedes, tú puedes!», cuando verdaderamente no tiene la capacidad de
hacerlo. En estos casos, queriendo hacerlo bien, el adulto puede provocar que el niño se
sienta defraudado o incapaz.
Una frase para ayudar a superar el estancamiento que puede utilizarse si el niño insiste
en que no puede hacer algo es decirle: «no puedes todavía, pero otro día sí podrás». Esta
frase permite enfocar una actitud de ayuda y esfuerzo y no de darse por vencido.
Cada etapa del desarrollo tiene sus características y en cada una de ellas el niño va
logrando nuevos conocimientos y destrezas.
En el proceso de crecimiento, se presentan al niño nuevos retos y desafíos; al
acompañar al niño no debemos limitar o adelantar dicho proceso.
Los niños no son «pequeños adultos». Es importante y positivo que vivan plenamente
su niñez, que jueguen, descubran e interactúen con lo que les rodea.
Hacer tareas muy difíciles cuando no están listos para ello les puede generar
consecuencias negativas y sentimientos de inferioridad.
Reflexionemos...
¿Soy demasiado exigente con el niño?
30
¿Asigno responsabilidades y tareas muy difíciles de cumplir?
¿Le fuerzo por encima de sus posibilidades?
¿Permito que el niño disfrute su niñez plena y responsablemente?
¿Pienso en tareas que son apropiadas para que el niño haga solo y
le animo a acometerlas?
31
7. Alertas ante posibles problemas de
autoestima
A continuación se presentan algunas señales de alerta para detectar posibles
problemas en la autoestima.
Por supuesto, estas características o señales de alerta tienen un carácter orientativo,
sin pretender que se utilicen para realizar un diagnóstico del niño, ya que ello requeriría
de la intervención de un profesional de la conducta de los niños y niñas en edad
temprana.
A veces los niños se muestran apáticos, poco activos, sin curiosidad por las cosas,
aislados de sus compañeros, lentos en sus reacciones, poco resistentes al fracaso. ¿Qué
hacer en estos casos?
32
Cuando los niños muestran poco interés
El niño es curioso por naturaleza. Si el niño muestra poco interés por aprender y poca
curiosidad hay que estar alerta e investigar las razones por las cuales esto sucede.
Si se le pregunta al mismo niño lo que siente o lo que le sucede, normalmente, se
obtiene la información necesaria. Si se observa cómo se comporta el niño en la casa, en
el centro educativo, en otros ambientes nos damos cuenta de si tiene una actitud abierta y
positiva hacia el aprendizaje, hacia lo que le rodea, hacia los fenómenos y hacia las
personas.
Si se muestra apático o indiferente ante las cosas que suceden, la información o ante
las oportunidades de hacer algo nuevo, puede ser señal de que el niño se está
enfrentando a alguna dificultad o de que necesita ayuda para aceptarse, sentirse capaz y
alcanzar nuevos logros.
Si el niño muestra con sus conductas esta falta de interés, una for-ma de ayudarlo es
identificar algo que le gusta o alguna actividad que sabe hacer bien y motivarlo a que lo
haga. Descubrir sus intereses y animarlo es muy importante, puede ser positivo.
Las expectativas que se les transmiten al niño son poderosas; si el pequeño percibe
que no se espera mucho de él, dará poco. El niño puede descubrir algo que le apasiona y
hacerlo, esto le dará seguridad.
Nuestras propias actitudes y el deseo de descubrir y aprender cosas nuevas son un
buen ejemplo para los niños.
Reflexionemos...
¿Conoces la motivación que tiene el niño para aprender?
¿Cuáles son los intereses y necesidades del niño?
¿Cómo promuevo el aprendizaje en el niño?
¿Estimulo su curiosidad animándole a indagar?
33
Prestar atención al aislamiento
Hay que prestar mucha atención y tratar de observar si el niño se aísla de su grupo,
no se integra, juega solo, tiene pocos amigos o los demás tienen algún problema para
incluirlo.
Es importante que los padres y en especial los educadores observen sistemáticamente
e indaguen sobre las dinámicas que se generan entre los compañeros para prevenir o
abordar posibles dificultades que puedan incluso llegar a promover acoso escolar o
provocar daños en la autoestima de algunos niños.
No se debe asumir que los problemas de aislamiento se resuelven solos, hay que
escuchar a los niños para guiarlos en este camino e intervenir si fuera necesario.
El aprendizaje y desarrollo de habilidades sociales es clave en estos casos.
Es saludable que cada niño desarrolle sus amistades, logre el sentido de pertenencia
con su grupo y pueda mostrar conductas sociales positivas.
Se debe motivar la interacción con otros y el manejo adecuado de conflictos y
situaciones en los niños.
Estemos alertas ante la forma de relacionarse de los niños y ante el nivel de
aceptación de los demás, ante la actituddel niño frente a los otros y ante su
manera de desenvolverse.
Reflexionemos...
¿Tiene el niño un grupo de amigos con los que juega y se
relaciona?
¿Promuevo las relaciones positivas con otros amigos y el desarrollo
de habilidades sociales y de resolución de conflictos?
¿Está siendo el niño rechazado?
¿Es aceptado e incluido en el grupo?
34
Observar su modo de trabajar
Con frecuencia el niño, en la casa o en la clase, realiza los trabajos y tareas o
actividades por «salir del paso» y no con el deseo de hacer un esfuerzo para lograr el
mejor resultado. Si no se esmera para lograr los propósitos o para alcanzar el producto
deseado y se conforma con lo mínimo sin que esto le importe, el adulto puede solicitar al
niño que reflexione sobre su trabajo y que lo repita o mejore si es necesario.
Será muy bueno que le pregunte: «¿Qué te parece tu trabajo?» «¿Podrías hacerlo
mejor?» «¿Te gustaría hacer algo diferente?»
Lo importante es que el propio niño evalúe su esfuerzo y sus resultados o productos.
No debe ser el adulto el que juzgue, atacando el trabajo o dando siempre su opinión, sino
llevar al pequeño a través de preguntas a asumir la responsabilidad por su trabajo.
Si al niño no le importa la forma de hacer las cosas o si están bien o mal, puede que
esté enfrentando una situación que le impide asumir una actitud de logro y de satisfacción
o reconocimiento.
Así mismo, si al participar en un concur-so o juego con otros, se muestra indiferente o
prefiere incluso no participar o lo hace sin ánimo o compromiso, hay que trabajar con él
para que supere esta actitud y conducta.
La seguridad en sí mismo, en sus capacidades es fundamental para el desempeño
adecuado.
No queremos futuros adultos mediocres ni conformistas. La sociedad actual
bombardea con «maneras fáciles» de lograr resultados sin esfuerzo. Debemos
hacer que el niño sienta satisfacción por sus propios logros.
No se debe fomentar que el niño se compare con otros, pero sí que haga el intento de
ser y hacer las cosas lo mejor posible, comparando los resultados con sus propios logros
previos.
Un ejemplo es decirle: «antes no podías hacer esto, pero ahora veo que lo has
logrado»; y no decirle; «puedes hacerlo mejor, mira a tu amigo como lo hace» o «lo has
hecho mejor que tu hermana». Estos comentarios generan una actitud competitiva y
puede llevar al niño a frustrarse o desarrollar sentimientos de superioridad.
El niño debe esforzarse por sí mismo, por su propio sentido de avance, desarrollo y
logro.
El desear terminar de forma inmediata y de obtener recompensas nos lleva a
un ritmo no adecuado e irreal de enfrentar las tareas y trabajos.
35
Reflexionemos...
¿Promuevo que el niño revise y evalúe lo que hace?
¿Interactúo con él sin herirlo ni hacerlo sentirse mal por sus
errores?
Si el niño quiere salir del paso y hacer las cosas de forma rápida y
sin esfuerzo, ¿le motivo a esforzarse y a hacerlo bien o le dejo
hacer lo que quiera y como quiera?
¿Promuevo el mínimo esfuerzo y la forma fácil de obtener
resultados?
¿Le ayudo a hacer lo mejor aunque implique más trabajo?
36
La influencia de los compañeros
Cuando el niño tiende a copiar a otros o se muestra inseguro antes de hacer algo y
espera a que los demás den el primer paso, puede indicar que siente miedo o que está
sucediendo algún problema que debe enfrentar.
En muchas ocasiones, al tener que hacer un trabajo, hay niños que se paralizan y no
inician ni ejecutan ninguna acción hasta ver lo que hacen otros compañeros, no toman
nunca la iniciativa ni proponen ideas o acciones.
Los demás niños se pueden aprovechar de esto y abusar al imponer sus criterios o
llevarles a cometer errores forzados por alguien y no por su propia decisión.
Esta situación puede convertirse en un problema mayor si no se aborda a tiempo.
Hay que ayudar al niño poco a poco y no de forma rápida a ir tomando decisiones y a
hacer las cosas por sí mismo, sin miedo, experimentando la sensación de satisfacción por
los pequeños logros alcanzados.
Es importante celebrar la individualidad y hacer sentir al niño que tiene libertad de
hacer las cosas a su manera.
Conviene que le hagamos caer en la cuenta de que debe pensar antes de actuar y
saber decir «sí» y «no» a los otros, de acuerdo a la situación que enfrente y a los
criterios y principios asumidos.
Es importante dar la oportunidad al niño de hacer las cosas aunque se
equivoque y animarle a que vuelva a intentarlo. Puede tomar como referencia
otros trabajos y ejemplos, pero siempre con su propio sello. Así evitamos
niños dependientes y favorecemos la autonomía.
Reflexionemos...
¿Celebro la individualidad de cada niño?
¿Le motivo a seguir lo que hacen los demás?
Si el niño tiende a copiar a los otros, a tomar decisiones siguiendo
las pautas de los demás, ¿ignoro la situación o abordo el problema
con estrategias para ayudarlo a decidir y actuar?
¿Doy al niño la iniciativa?
¿Le animo a expresar sus ideas?
37
Cuando muestran dificultad para seguir las reglas
Cuando el niño está constantemente desafiando la autoridad o rompiendo las reglas de
disciplina y de convivencia suele ser porque está llamando la atención de forma negativa.
Esta actitud le genera dificultad para integrarse y socializarse de forma saludable.
Analizar a tiempo los motivos de estas conductas e indagar sobre sus causas nos
permite evitar, o tratar de la manera adecuada, las dificultades que presente el niño con la
autoridad y la disciplina.
Las reglas y los límites brindan seguridad al niño y contribuyen al desarrollo
de una sana autoestima.
Las conductas agresivas o inapropiadas no deben ser ignoradas ni aceptadas solo por
el hecho de que sean niños, así como tampoco se debe celebrar bajo ninguna
circunstancia el que los niños hagan el payaso, llamando la atención con palabras o
comentarios desagradables o con actitudes que hacen daño a a las personas que les
rodean.
Los principios y valores deben estar claros y lo que es inaceptable se le debe
comunicar al niño, siendo nosotros mismos coherentes con lo que se le exige o se espera
de él.
El adulto debe dar participación al niño para construir juntos las reglas y los límites,
no imponiéndolas. El niño debe tener la capacidad de obedecer, comprendiendo el
porqué de las reglas y los principios, conociendo las consecuencias.
Estas consecuencias deben estar claramente establecidas y deben cumplirse de
acuerdo a la falta, sin exagerar, pero de forma proporcional a la edad y al grado de
incumplimiento de las mismas.
Si el niño reta a la autoridad y su conducta es inadecuada, se deben buscar formas de
prevenir esta conducta, de abordarla y de modificarla en la medida de lo posible.
La solución no es desesperarse ni agredir, sino crear mecanismos para reforzar la
conducta positiva y ayudar al niño a canalizar su necesidad de atención o su constante
necesidad de actividad de manera apropiada.
Reflexionemos...
¿Establezco reglas y límites claros y apropiados?
¿Promuevo la participación de los niños?
¿Permito al niño tomar decisiones?
38
¿Le ayudo a asumir las consecuencias de sus actos?
39
Poca tolerancia al fracaso
La vida presenta momentos en los que se deben aceptar las propias limitaciones y
seguir adelante, buscando nuevas soluciones. No todo sale siempre bien, ni se puede ser
bueno en todo lo que se hace. Sin embargo, por esto no podemos privarnos de intentarlo,
de caer y volver a empezar, de perseverar hasta lograr lo que se desea.
Si el niño muestra poca tolerancia al fracaso se va a dar por vencido con facilidad o
incluso no va a lanzarse a enfrentar nuevas actividades o experiencias y retos. Esto le
impide disfrutar la vida plenamente. Muchas veces el ambiente no ayuda, las personas
señalan los errores e incluso enfatizan el fracaso pero no ven en estos una oportunidad de
mejora y crecimiento.
El aprendizaje se produce por ensayo y error, practicando, haciendo y volviéndolo a
intentar. Siempre las cosas se pueden hacer mejor, con nuevos recursos y estrategias. Es
así como los niños deben comprenderque cometer errores o enfrentar dificultades no es
el fin del mundo, es simplemente parte del proceso de aprender.
El adulto debe aprovechar las oportunidades en las que el niño no gane, no logre lo
esperado o se equivoque para analizar con él lo que puede aprender y los beneficios de
esta experiencia. Preguntas como: «¿de qué manera podemos evitar que pase esto la
próxima vez? ¿Qué produjo que esto sucediera? ¿Cómo te sientes? ¿Que puedes hacer al
respecto?», permiten un aprendizaje sin hacer que el niño o la niña se sienta defraudado
o defraudada.
Un ejemplo puede ser la participación en una competición académica o deportiva en la
cual el niño prefiera no participar antes que asumir el riesgo de perder.
Para muchos niños es difícil enfrentar retos que puedan llevarlo a fracasar o
no ganar.
¿Cuál debe ser la actitud del adulto? Requiere mucho esfuerzo el ayudar al niño a
vencer el miedo o salir de su estado de impotencia. Lo que no se puede es justificarlo.
Para ayudarlo es vital dedicarle tiempo, valorando sus pequeños intentos y motivándolo
para que practique con metas concretas que generen el sentido de logro.
Hay niños que reaccionan desproporcionadamente ante un fracaso, llorando, con
rabietas e incluso agrediendo. Esto no se debe aceptar, sin embargo se deben reconocer
los sentimientos que generan un «fracaso» con frases como «sé que te sientes mal, pero
no está bien que actúes así».
Lo importante es subrayar la importancia del esfuerzo y al mismo tiempo establecer
límites a su conducta inapropiada.
Decir al niño «eso no es nada» o «no te preocupes» no es efectivo y anula los
sentimientos de pena o rabia del niño.
El niño debe entender que se puede equivocar y cometer errores. Se debe compartir
40
con ellos las propias vivencias o experiencias en las que ha fracasado, pero haciéndole
ver que, con perseverancia, se ha alcanzado el aprendizaje.
Es importante saber que no somos perfectos, que se han enfrentado momentos
difíciles y hasta reírse con ellos de los errores, señalando el hecho de que se debe seguir
adelante sin importar lo que digan los demás.
Reflexionemos...
¿Cómo actuamos ante los errores y fracasos del niño?
¿Qué hacemos cuando un niño se siente mal por haber fracasado
en un proyecto o actividad?
¿Ayudamos al niño a aprender de sus errores?
¿Justificamos sus fracasos tratando de hacer que se sientan bien?
41
8. Herramientas para identificar posibles
problemas
42
Observar y registrar las conductas, actitudes y actividades de nuestros hijos
o alumnos
Proponemos a continuación algunos medios o herramientas que nos pueden ayudar a
conocer posibles problemas a los que se enfrentan los niños.
Observar la conducta y el modo de proceder de los niños nos per-mite ver mejor lo
que sucede en las interacciones con otros y con el medio, y los factores que influyen en
el niño.
Observar y registrar las preocupaciones en distintas situaciones cotidianas y ambientes
donde el niño se desenvuelve ayuda a conocerlo mejor y a detectar las dificultades para
actuar de forma efectiva en el momento de intervenir.
43
Entrevistas con el niño
Muchas veces se buscan respuestas a las conductas y actitudes o dificultades del niño
en elementos y factores externos, pero generalmente es el propio niño quien tiene la
respuesta.
La comunicación es importante. Interactuando con los pequeños a través de
preguntas, dibujos o juegos se obtiene mucha información de lo que piensan, viven,
sienten.
Esto puede ayudar a aclarar con el propio niño sus concepciones erradas, sus
sentimientos y ayudará también a analizar las situaciones para tratar de mejorarlas.
44
Observa su conducta
En caso de identificar en la casa o en el centro educativo una situación o dificultad en
el niño que no se ha podido trabajar o mejorar con nuestras intervenciones, padres y
educadores deben recurrir a especialistas para evaluar y determinar si es necesaria la
terapia o su abordaje desde otro punto de vista.
Abordar el problema de manera conjunta entre la familia, el educador y la escuela,
jun-to con el especialista de la conducta, es la mejor manera de lograr el objetivo
deseado. Entre todos se identifican los puntos a trabajar y las estrategias para el cambio.
El día a día y las relaciones cotidianas del niño nos brindan datos valiosos
en la detección de posibles problemas.
45
Juegos y actividades
A través del juego el niño expresa sus emociones y sentimientos, sus ideas y
experiencias. Se deben propiciar situaciones de juego y participación en diversas
actividades que brinden oportunidades al pequeño de explorar, aprender y evaluar sus
propios conocimientos y su conducta.
Interactuar con otros, compartir y disfrutar son actividades saludables para el pleno
desarrollo del niño.
Reflexionemos...
¿Nos preocupamos por observar la conducta de los niños?
¿Nos comunicamos asiduamente con los niños?
¿Escuchamos y ponemos atención a sus preocupaciones e
intereses?
En el caso de detectar una dificultad en el niño que no podemos
solucionar ¿consultamos a un profesional para que nos ayude con
nuestro hijo o alumno?
¿Propiciamos situaciones de juego entre nuestros niños que les
permitan descubrir conocimientos e interactuar con otros niños?
46
9. Errores que debemos evitar
47
Criticar permanentemente
Los padres y educadores no siempre se dan cuenta de lo mucho que critican o atacan
a los niños. Se hace más fácil señalar lo negativo que lo positivo, sobre todo a medida
que los niños van creciendo.
Cuando los niños son más pequeños se les celebra todo de manera positiva, y hasta a
veces exagerada, pero cuando crecen, los padres y educadores están al acecho de los
errores, de los comportamientos incorrectos o de las limitaciones, y frecuentemente no
indican a los niños con claridad los aspectos que pueden o deben mejorar.
Se recomienda cuidar el lenguaje, las actitudes y el comportamiento frente a los niños
y no criticarlos tanto. En vez de enfocarse en lo negativo, hay que encontrar lo positivo y
reforzarlo.
El reprender constantemente al niño afecta su autoestima de forma general o en algún
aspecto concreto de su persona.
Por ejemplo, si se le dice al niño que no es bueno para los deportes o cualquier otra
área, recalcando lo negativo, se podrá sentir mal al participar en este tipo de actividades o
las evitará.
Puede ser que no sea bueno para un deporte pero sí para otro y esto se puede señalar
objetivamente sin herir al niño y así no cometemos el error de generalizar su incapacidad.
El transmitir constantemente la idea de que el niño «no puede», «no es capaz» o «lo
hace mal», puede generar sentimientos de inferioridad en el mismo. Se deben detectar y
comunicar sus fortalezas y decirle lo que hace bien.
Cuando se realiza una crítica siempre debe ser constructiva. La crítica negativa
perjudica la autoestima de los niños.
Reflexionemos...
¿Generalmente me centro en lo positivo y en las fortalezas del
niño?
¿Generalizo cuando el niño no es capaz de hacer algo y asumo que
no hace nada bien?
¿Cómo le comunico al niño sus fortalezas y debilidades?
48
Ridiculizar, burlar o usar el sarcasmo
Los adultos no pueden ser un modelo de acoso ni pueden abusar de su autoridad o de
su poder para menospreciar al niño ni ridiculizarlo. Es grave cuando se critica o corrige al
niño frente a otros y mucho peor si es de forma chistosa o con burla sobre su persona, su
físico, su actitud o comportamiento. Estas situaciones se deben abordar en privado.
Nunca se deben ignorar los comentarios negativos que se hacen los niños entre sí ni
permitir las burlas y el ridículo. Algunos adultos se confabulan con los compañeros de
sus hijos o alumnos permitiendo que se burlen, lo ridiculicen o utilicen el sarcasmo como
si fuera un chiste. Esto tiene repercusiones negativas ya que el niño experimenta rechazo
y afecta a su autoconcepto y autoestima.
Incluso los propios niños tenderán a repetir con otros, muchas de estas conductas,
reproduciendo el maltrato.
El sarcasmo o la ironía son actitudes negativas, especialmenteen nuestras
interacciones con los más pequeños, ya que insinúan algo que no es y utilizan
expresiones contradictorias. Decir una cosa por otra puede confundir al niño,
proporcionar un mensaje equivocado.
Aunque el niño aparente que no le importa, cuando los demás lo ridiculizan se siente
afectado y triste. Otras veces busca defenderse de forma no apropiada.
Reflexionemos...
¿Hago comentarios que ridiculizan al niño frente a otros?
¿Evito las burlas de otros, en especial del niño?
Cuando reprendo seriamente al niño, ¿lo hago en público o en
privado?
49
Comparar al niño con otros
Los padres y educadores tienden a comparar al niño con sus hermanos o con otros
compañeros. Cada niño es único y debe ser tratado como tal. Esto no quiere decir que no
puede tener modelos a imitar. Se pueden aprender cosas de otra persona sin asumir que
se tenga que ver en todo como esa persona.
Hay casos en los que los adultos comparan a los niños con ellos mismos, queriendo
que sean a su imagen y semejanza o, por el contrario, otras veces el adulto quiere que el
niño logre lo que él mismo no ha podido lograr y le impone sus propias metas.
Estos comportamientos o expectativas le afectan negativamente y hacen que el niño
actúe para complacer a otros y no de acuerdo a sus propios intereses y habilidades.
Algunos niños rechazan las comparaciones reafirmando su propio yo. Por ejemplo, si
se les dice «mira como lo hace el otro» ellos responden «pero, yo no soy ese niño».
Otros, sin embargo, se angustian al tratar de ser y actuar como los otros con quienes
son comparados, provocando sentimientos de inferioridad al no poder cumplir con las
expectativas que perciben en los adultos cercanos: familiares o educadores.
La comparación debe ser consigo mismo, no con los demás y las metas han de ser
realistas de acuerdo a las propias capacidades y características del niño.
Reflexionemos...
¿Comparo al niño con otras personas?
¿Espero del niño lo que los demás imponen?
¿Dejo que cada niño sea como es?
50
Sobreproteger
No deberíamos caer en la tentación de evitar que el niño viva sus propias
experiencias; es necesario permitirle que tropiece y se levante. A veces se quiere proteger
demasiado a los pequeños, haciéndoles las cosas o cuidándolos de forma exagerada.
Tratar de evitar los problemas, el dolor y el fracaso a los niños es imposible.
La vida hay que enfrentarla. Se debe dejar que los niños hagan las cosas por sí
mismos desde que están capacitados para ello.
La mejor actitud es no hacerles las cosas ni resolverles todo, sino ser apoyo, estímulo,
estar ahí para ellos y que cuenten con nosotros para darles seguridad, pero dejándoles
que aprendan por sí mismos y que se esfuercen.
Otra forma de sobreprotección es cuando los padres hacen las tareas y los proyectos
escolares de los niños para que les queden bien, cuando debe ser el propio niño el que lo
haga a su manera; otras veces les preparan la mochila o la ropa cuando en realidad puede
hacerlo por sí mismo o con algo de ayuda del adulto.
De igual manera, los educadores no promueven la autonomía en sus alumnos cuando
les recortan o pegan los trabajos o les preparan la comida, sin darles la oportunidad de
que lo intenten por ellos mismos.
Con la obsesión de que todo sea perfecto y maravilloso o con la idea de que el niño
no puede hacer las cosas, no se le permite enfrentar o resolver situaciones con sus
compañeros, con algunos docentes y hasta en su propia familia. Ayudarles a hacerlo con
valentía, aunque sin forzarlos, es lo más saludable.
Debemos cuidar a los niños y brindarles seguridad, pero no transmitirles
miedo por cualquier cosa por nuestra propia necesidad de control o de
protección.
Reflexionemos...
¿Dejo al niño hacer las cosas por sí mismo?
¿Tengo miedo de que al niño le pase algo?
¿Tiendo a sobreprotegerlo?
¿Muestro afán por la perfección y para esto tomo todas las
decisiones?
¿Trato de resolver yo lo que le toca al propio niño?
51
52
Exigir demasiado
Forzar al niño a hacer cosas que no puede hacer por sí mismo es contraproducente.
Hay que respetar el desarrollo y las etapas de madurez de cada niño, sus características,
necesidades e intereses, ayudándolo a mejorar cada día y a lograr los propósitos
planteados. Esto se debe lograr sin exigir en demasía. No se puede caminar antes de
gatear.
El niño debe ser retado poco a poco, y sin que se frustre al intentar hacer lo que se
espera de él sin estar preparado para ello.
La actitud del adulto debe ser la de ver hasta dónde puede llegar el niño y motivarlo a
lograrlo paso a paso y no saltando etapas. Todo aprendizaje y desarrollo lleva un proceso
que hay que respetar.
Es necesario ajustar las expectativas a las posibilidades reales del niño.
El niño no es un pequeño adulto. Se encuentra en una etapa distinta con
características propias. No se le deben exigir a los pequeños trabajos peligrosos ni que
realicen actividades forzadas o demasiado difíciles para ellos.
Esta vida rápida nos lleva a querer que los niños logren, hagan o comprendan
determinados hechos o situaciones cuando aún no están preparados para ello. Hay que
intentar ponerse en su lugar y comprender su forma de pensar y actuar que es distinta a
la nuestra.
Reflexionemos...
¿Espero demasiado del niño?
¿Estoy constantemente exigiendo que adelante?
¿Deseo que madure demasiado rápido?
Si veo que el niño no está listo para asumir una tarea, ¿me frustro?
¿Tengo paciencia y espero mientras estimulo al niño?
¿Me pongo en el lugar de mi hijo o alumno e intento
comprenderle?
53
Etiquetar
Los padres y educadores usan mucho los apodos o sobrenombres con los niños. Hay
que tener cuidado con etiquetar por alguna característica o conducta particular. Nombres
como «gordita» o «pícaro» generan en el niño una autoimagen relacionada con estos
calificativos.
Para dirigirse a los niños su nombre es siempre la mejor opción.
En caso de utilizarse un apodo debe ser positivo, acorde a una relación de cariño y
aprobado por el propio niño.
No se puede asumir que al niño le gustan los apodos ni las etiquetas, incluso un
nombre cariñoso que nos hemos inventado y pensamos que a ellos les encanta.
Por otro lado, se tiene la costumbre de etiquetar de acuerdo a su conducta o
apariencia, y esto limita la posibilidad de ser diferente o de mejorar, ya que las
expectativas de los demás estarán influenciadas por la etiqueta.
Es increíble el poder que ejercen las ideas que los demás tienen en el comportamiento
de los niños. Es así como muchas veces, un niño es considerado el «alborotador» o la
«chismosa» o cualquier otra cosa. Ellos responden a estos nombres o etiquetas con
fidelidad, confirmando y reforzando su «fama» entre los compañeros.
Preguntemos primero si al niño le gusta que le llamen de una determinada
forma y respetemos esto.
Las etiquetas son dañinas y al utilizar a la ligera algunos términos para referirnos al
niño, puede crearse a largo plazo un marco de referencia negativo para el autoconcepto.
Un ejemplo muy común es oír decir a padres o educadores que un niño es hiperactivo
por el simple hecho de que es dinámico y extrovertido, sin profundizar o buscar un
diagnóstico que avale dicha afirmación. Es así como, sin quererlo, se diagnostica sin
fundamento ni justificación.
Antes de asumir que el niño tiene tal o cual dificultad se debe consultar a un
especialista para que evalúe y determine si hay una condición especial.
Aún siendo diagnosticado hay que tener cuidado con los sobrenombres y etiquetas y
reflexionar sobre la mejor forma para abordar el tema y ayudarlo en su proceso de
desarrollo.
Las etiquetas son peligrosas y obstaculizan el sano desarrollo de la autoestima.
Reflexionemos...
¿Utilizo apodos para nombrar a los niños?
54
En caso positivo, ¿qué mensaje envían esos apodos al niño?
¿Tiendo a etiquetar al niño por su conducta o aspecto físico?
¿Evito que otras personas etiqueten al niño?
Pensemos en nuestros propios apodos y etiquetas. ¿Cómo nos hace
sentir la etiqueta?
55
10. Orientaciones para eldesarrollo de una
sana autoestima
A continuación se ofrecen algunas orientaciones que pueden incidir positivamente en
el desarrollo de una sana autoestima.
56
Crear un ambiente de amor y aceptación
El amor no se negocia ni se mendiga, no importa lo que pase. En todo momento el
niño debe saber y sentir que el amor es incondicional aunque haya actuado mal.
Amar y aceptar al niño no se puede confundir con permitir que haga lo que quiera,
como quiera y cuando quiera. Significa ayudarle a ser mejor persona, acompañarle y no
atacarle.
Se debe ser firme con amor. Siempre debe estar claro que lo que se hace es por amor.
Nunca se debe recurrir a la amenaza de «quitarle» el amor si el niño hace tal o cual
cosa. Por el contrario, precisamente es por este amor por lo que se le exige y no se le
permiten ciertas cosas.
Con mucha frecuencia se observa que los padres utilizan el amor como mecanismo de
manipulación. Frases como «debes hacer esto por mí porque yo te quiero mucho» o «ya
no te quiero porque» es un juego peligroso y dañino. Incluso cuando se está corrigiendo,
el niño debe percibir que el amor permanece, pero que la conducta es inaceptable.
También, nosotros podemos tener carencias emocionales y recurrir a los niños para
saciar ese cariño que se necesita. El niño nunca puede ser utilizado para responder a
nuestras necesidades. El amor debe ser sano y libre, no se puede forzar, ni comprar, ni
tratar de ganar. Debe fluir y asumirse como presente siempre.
Dar abrazos, besos,decir al niño que lo queremos son algunas formas de
transmitir el amor.Lo más importante es que lo sienta siempre.
Reflexionemos...
¿Sabe el niño que es amado incondicionalmente por ti? ¿Cómo se
lo expresas?
¿Piensa el niño que debe hacer algo, lograr o alcanzar algo para ser
aceptado y querido?
¿Es nuestro hijo o nuestro alumno lo más importante para
nosotros?
Continuamente hay que transmitir respeto y aceptación al niño, no necesariamente por
lo que hace, sino por quien es.
57
Ofrecer modelos adecuados de comportamiento
El niño está construyendo su individualidad y en este proceso imita los modelos que le
rodean, esto lo hace de forma espontánea, observándonos en todo momento, sin que nos
demos cuenta.
Ya se ha dicho a lo largo de este libro, que somos un modelo permanente para
nuestros hijos o alumnos. La contradicción es contraproducente, genera inseguridad y un
marco de referencia inestable. Es por esto que nuestro comportamiento debe ser
adecuado y es necesario velar por la coherencia y por vivir los valores que deseamos que
ellos construyan al interactuar con nosotros y con los demás.
Lo que se dice debe reforzarse con lo que se hace. No se puede exigir lo que no se
vive.
En algunos casos el modelo que se le presenta al niño es un ideal de lo que se quiere
ser, muchas veces no realista o inalcanzable. Intentar que sean o hagan lo que nosotros
mismos no fuimos ni somos es imposible.
Si quieres que tu hijo sea puntual, trata de ser puntual. Si quieres que no diga palabras
feas, no las uses. Si quieres que respete a los demás, respétate a ti mismo y a los demás,
incluyendo al propio niño.
Si quieres que el niño desarrolle deseo de aprender, muestra una actitud abierta al
aprendizaje.
Reflexionemos...
¿Trato de ser coherente con mis creencias y valores?
¿Es mi conducta un buen modelo para los niños?
¿Exijo al niño que haga lo que yo mismo no hago?
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Ayudar al niño a ser autónomo
Ayudar al niño a desarrollar su autoestima requiere ayudarlo a tomar decisiones y a
que aprenda a pensar; es decir, no solo seguir lo que dicen los otros sin reflexionar.
Frases como: «¿Qué crees tú? ¿Cómo lo harías tú? ¿Qué pasaría si...? ¿Cómo podrías
hacerlo?», son preguntas poderosas que promueven la autonomía.
Cuando se fomenta la comprensión por parte del niño de las cosas, de las reglas y de
su propio juicio se promueve la obediencia. Existe la tendencia a dirigir, a usar mandatos
e imponer ideas, sentimientos y pensamientos con el argumento de que los adultos son
los que «saben»; sin embargo, esto puede generar una actitud pasiva y sumisa en los
niños. Incluso, por el contrario, puede provocar una actitud y un comportamiento rebelde
que desafía la autoridad para poder expresar que también ellos tienen opinión, ideas y
sentimientos y desean ser escuchados.
Siempre se deben aprovechar las oportunidades para que el propio niño analice las
situaciones a las que se enfrenta, para que reflexione sobre las consecuencias de lo que
hace, asuma responsabilidades y pueda resolver los problemas, con ayuda del adulto si es
necesario. «Debes hacer esto porque yo lo digo» o «eso se resuelve así» se pueden
transformar en preguntas que ayuden al niño a tomar decisiones y al mismo tiempo a
pensar críticamente.
Entonces se puede conducir a los pequeños a que encuentren por ellos mismos la
respuesta que deseamos. «¿Para qué crees que debes hacer esto? ¿Cómo se resuelve?
Veamos juntos, dame tus ideas. ¿Por qué sí? ¿Por qué no?». Se discute y se explica,
escuchándolos en las situaciones que así lo requieran.
Los niños tienen mucho que aportar y darles la oportunidad para hacerlo los
ayuda a sentirse valiosos y a creer en sí mismos.
Las reglas y los límites son necesarios para el desarrollo de la autonomía. Un
ambiente estructurado y con expectativas claras permite al niño ir interiorizando los
patrones adecuados de conducta y poder actuar con independencia.
Reflexionemos...
¿Tiendo a imponer mis ideas y sentimientos o permito que el niño
se exprese y piense por sí mismo?
¿Utilizo preguntas y discusiones en las que se comparten los puntos
de vista para buscar soluciones con los niños?
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Reconocer sus cualidades y celebrar sus logros
Se debe reconocer lo positivo de cada niño de forma realista y aprovechar las
ocasiones idóneas para expresarle sus fortalezas; sin exagerar, haciéndolo con sinceridad.
Si el niño logra una meta o asume una responsabilidad o tarea que le corresponde se le
debe agradecer, y alabar si lo hace bien o mejor que antes, sin recurrir a premios
constantes por cualquier cosa que haga. Lo que se espera de él tiene que ser razonable y
hay que animarle a asumirlo por sí mismo y no por ganarse un premio.
El reconocimiento anima y motiva a las personas. Hay que retroalimentar la propia
estima con comentarios y expresiones de aliento para que el niño asuma la
responsabilidad de alcanzar las metas por su propio empeño, mérito y satisfacción
personal y no para complacer a otros u obtener beneficios externos.
Cuando el niño enfrenta nuevos retos, intenta cosas distintas, participa en alguna
actividad y alcanza una meta, se siente muy bien si se celebra con él, disfrutando y
reconociendo su logro.
Hay distintas formas de comunicarle al niño lo orgullosos que nos sentimos con sus
logros. Por ejemplo, con pequeñas cosas o sorpresas que le entusiasman se le motiva a
seguir mejorando, esforzándose y disfrutando el sentimiento de satisfacción.
Celebrar y compartir los logros genera un sentimiento positivo de sus propias
capacidades y permite reforzar las conductas deseadas.
Romper con la rutina es positivo y necesario. Un logro del niño es una buena razón
para compartir, para complacerlo o para celebrar.
La alegría es fundamental en la vida y cuando sus logros pasan desapercibidos o son
ignorados, el niño puede sentirse solo y poco valorado.
Se puede reconocer al niño de muchas formas.Es importante no solo que se le
diga,sino que se le dedique tiempo, disfrutando con él mientras hace las cosas
y escuchándole.
Reflexionemos...
¿Resalto más lo positivo que lo negativo del niño?
¿Ayudo al niño a reconocer sus competencias y habilidades para
usarlas efectivamente?
¿Creo en las capacidades del niño y que puede lograr las cosas?
¿Saco el tiempo para disfrutar los logros del niño, celebrarlos y
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compartirlos con otros?
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Fomentar la comunicación
Comunicarse no es solamente hablar. Se invierte mucho tiempo en grandes discursos,
en dar órdenes y en dirigir, sin detenerse a escuchar e interactuarcon los niños.
Preguntarles sobre su propia opinión, sobre sus sentimientos, sus experiencias y sus
actividades les ayuda a sentirse importantes y a poder compartir y aclarar dudas o
pensamientos.
Se debe permitir también, que los niños hagan preguntas y ofrecerles respuestas
adecuadas; si no se sabe la respuesta, habría que investigarla con ellos. Es importante no
dar más información de la solicitada al niño, pero sí asegurarnos de saciar su curiosidad y
mostrar interés por sus inquietudes.
La retroalimentación a las conductas y actitudes del niño le ayuda a detectar lo que se
espera de él. Comunicar las expectativas evita que el niño tenga que adivinar lo que tiene
que hacer o la forma de comportarse en cada ocasión.
Reflexionemos...
¿Propicio momentos de interacción con el niño para escuchar sus
ideas, preocupaciones y sentimientos?
En vez de decir «eres muy bueno por hacer esto», ¿recalco la
conducta positiva?
¿Reservo tiempo para charlar personalmente con el niño?
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Respetar sus ideas y opiniones
Los niños pueden tener grandes ideas y pueden aportar más de lo imaginado si se les
dan las oportunidades en situaciones apropiadas y que lo posibiliten. En la primera etapa
de la niñez los padres en casa y los maestros en la escuela definen y aplican las reglas y
normas, de acuerdo a sus valores y, en la mayoría de los casos, toman decisiones por los
niños, pero en muchas ocasiones pueden tener en cuenta las ideas y opiniones de los
niños para tomar una decisión o para resolver una situación o problema. Distintos puntos
de vista enriquecen y permiten ver de otra forma las cosas.
Mientras van creciendo, los niños pueden desarrollar la capacidad de discernir,
reflexionar y evaluar posibilidades, si se les deja hacerlo. No hay que descartar sus ideas
ni opiniones, ni pensar que por ser pequeños no tienen nada que aportar.
Si el niño dice que no a algo o no quiere participar o no desea compartir con algún
amigo, permitamos que explique sus razones antes de insistir en que haga lo que no
quiere. Es sorprendente descubrir las informaciones valiosas que el propio niño tiene y
que le llevan a adoptar ciertas actitudes. Es importante estar alertas y atentos, saber lo
que sucede en la vida del niño, cómo piensa, qué siente y qué opinión tiene de la vida, de
las situaciones, personas y actividades. Así se podrán aclarar, investigar e incluso abordar
los problemas de una mejor manera.
«Lo que tienes que decir es importante». Es éste un mensaje que le transmitimos
al niño al tener en cuenta sus conocimientos, ideas y opiniones.
Reflexionemos...
¿Asumimos lo que los niños quieren, piensan o sienten sin
preguntarles?
¿Tenemos en cuenta lo que el niño tiene que decir o lo ignoramos?
¿Reconocemos el mérito de sus ideas, propuestas y sugerencias
cuando son valiosas y efectivas?
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Asignar responsabilidades y dar oportunidades de ayudar
Si al niño todo se le resuelve, no podrá hacer por sí mismo lo que le toca ni podrá
asumir las responsabilidades ni compromisos de manera adecuada. Los niños mientras
crecen deben asumir responsabilidades acordes a su edad y capacidades; aportar, ayudar
y colaborar con el buen desempeño de la vida de todos y no sólo velar por estar bien él
mismo sin importarle los demás.
Si hay un papel en el suelo es su deber recogerlo, limpiar aunque no fuera el
responsable. En las tareas y quehaceres se le debe hacer sentir que puede aportar.
A veces es más rápido y fácil para los adultos hacerles las cosas, pues a ellos les toma
más tiempo, sin embargo, hay que pensar en lo que es mejor para su desarrollo como
personas. Si pueden doblar su ropa, recoger sus juguetes, etc., que lo hagan. Se les
enseña y modela con paciencia, pero dejando que ellos actúen y asuman
responsabilidades adecuadas a su edad.
El sentido de pertenencia se refuerza cuando los niños se sienten necesitados y
pueden aportar algo junto a los demás para alcanzar metas y proyectos
comunes.
El poder ayudar y colaborar hace sentirse a los niños muy bien. Son parte de un grupo
(la familia, los amigos, la clase) en el que pueden y deben llegar a sentirse necesarios.
Reflexionemos...
¿Tiene el niño responsabilidades, apropiadas a su edad en la casa y
en el colegio?
¿Permito al niño que colabore en tareas y actividades?
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Corregir conductas inapropiadas
Cuando se corrige es importante centrarse en la conducta no deseada y no en el
propio niño. No es lo mismo decir «no me gusta la mentira» que «eres un mentiroso».
En la primera frase, se asume una postura firme ante una conducta inapropiada y no
aceptada; en la segunda se ataca directamente a la persona, asumiendo de manera
absoluta lo que es, asignando una etiqueta y limitando la oportunidad de cambiar o
mejorar.
Transmitir claramente lo que no se acepta es mejor que transmitir que no se acepta al
propio niño. En el ejemplo anterior, el niño no «es» mentiroso, sino que ha dicho una
mentira y por tanto hay que expresarle nuestro desagrado por dicha conducta específica.
Usar las palabras «siempre» o «nunca» al referirse a las conductas del niño es injusto.
No es cierto que se hace algo en todo momento de la misma forma, por eso es mejor
limitarse a las situaciones específicas en la que se ha generado la conducta, sin atacar o
criticar negativamente ni generalizar.
Los niños se sienten mejor cuando se les orienta sobre lo que es bueno y malo,
cuando se les ayuda a tomar decisiones apropiadas.
Es importante no dejarse llevar por el enfado que produce una conducta inapropiada
en un momento determinado y comenzar a decir palabras que pueden herir o hacer sentir
inseguros a los niños.
También es necesario controlar el tono de voz y utilizar las palabras adecuadas. Gritar
no da más autoridad, al contrario genera en el niño sentimientos de inseguridad y
frustración.
Los niños no se sienten bien cuando se les recrimina por alguna cosa sin darles la
oportunidad de que se expliquen sobre lo que han hecho o recapaciten sobre su
conducta.
Reflexionemos...
Cuando el niño hace algo inapropiado, ¿le explico por qué no es
apropiada esa conducta o simplemente lo critico o le pongo un
castigo sin preguntar o analizar la situación?
¿Tiendo a atacar al niño cuando hace algo no permitido?
¿Le digo que él es malo o por el contrario, le digo que su conducta
es mala?
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Ayudar al niño a aceptar las consecuencias de sus actos
Queremos niños responsables que asuman un compromiso con su propia vida y con
los demás, que antes de actuar se preparen y piensen para evitar consecuencias o
resultados negativos, pero en muchas ocasiones no estamos educando para lograr estas
habilidades.
Siempre se debe intentar que las acciones que realicen los más pequeños, las hagan
bien y no de forma impulsiva. Una vez que el niño toma su decisión, debemos permitirle
que viva su experiencia no tratando de evitarle problemas, sino acompañándole,
advirtiéndole; en definitiva dejando que asuma las consecuencias de sus propios actos.
Muchas veces, sobre todo cuando el niño crece y lucha por su independencia, el
imponerle algunas cosas es contraproducente. Es mejor sugerirle y permitirle, dentro de
los límites de lo aceptable, que decida. Una buena estrategia es decirle «si yo fuera tú,
haría..., pero debes ser tú quien decida». Incluso con los más pequeños, cuando van a
cometer un error, es mejor advertirles para que piensen y analicen y no simplemente
prohibir. Una vez que el niño hace algo y tiene una consecuencia se puede conversar y
analizar la situación para que la próxima vez reflexione y pueda evitarla por sí mismo.
Normalmente cuando un niño pide permiso para hacer algo espera un «sí» o un «no»
como respuesta, pero es muy positivo que se le pregunté: «¿Que crees tú?», «¿qué
piensas que debes hacer?». Esto es un paso que permite asumir la decisión como propia
y no podrá acusar a los demás cuando algo falla. Es más sencillo culpar a otros que
asumir las responsabilidades y las consecuencias de los propios actos.
Reflexionemos...
¿Promueves que el niño se prepare y piense

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