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Oye, Hijo Mío Juan Jeanine Sánchez

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Contenido
Introducción: ¡Ayuda! ¡Soy padre!
Capítulo 1: Dios desea hijos que vivan para Él
Capítulo 2: El centro del problema
Capítulo 3: Un mapa de carretera para el camino
Capítulo 4: El lugar del ejemplo parental en la
crianza de hijos piadosos
Capítulo 5: El lugar de la instrucción bíblica en la
crianza de hijos piadosos
Capítulo 6: La disciplina bíblica: Cómo guiar a los
hijos a caminar en sabiduría
Capítulo 7: La crianza en los primeros años (0-5
años de edad)
Capítulo 8: La crianza en los años intermedios (6-
12 años de edad)
Capítulo 9: La crianza en la adolescencia (13-18
años de edad)
Conclusión: Palabras de ánimo
Apéndice 1: Recursos en español
Apéndice 2: Cartas de las muchachas Sánchez
Oye, hijo mío: Una guía práctica para criar a tus hijos en el Señor
Copyright © 2022 por Juan y Jeanine Sánchez
Todos los derechos reservados.
Derechos internacionales registrados.
B&H Publishing Group
Nashville, TN 37234
Diseño de portada: The Visual Republic / Alexis Ward
Director editorial: Giancarlo Montemayor
Editor de proyectos: Joel Rosario
Coordinadora de proyectos: Cristina O’Shee
Clasificación Decimal Dewey: 306.874
Clasifíquese: PATERNIDAD Y MATERINIDAD / CRIANZA / RELACIÓN PADRES E
HIJOS
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida ni distribuida de
manera alguna ni por ningún medio electrónico o mecánico, incluidos el
fotocopiado, la grabación y cualquier otro sistema de archivo y recuperación de
datos, sin el consentimiento escrito del autor.
Las citas bíblicas marcadas RVR1960 se tomaron de la versión Reina-Valera
1960
®
 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960; Renovado © Sociedades
Bíblicas Unidas, 1988. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960
®
 es una marca
registrada de las Sociedades Bíblicas Unidas y puede ser usada solo bajo
licencia.
Las citas bíblicas marcadas NTV se tomaron de la Santa Biblia, Nueva Traducción
Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Usado con permiso de Tyndale
House Publishers, Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188, Estados
Unidos de América. Todos los derechos reservados.
Las citas bíblicas marcadas NVI se tomaron de La Santa Biblia, Nueva Versión
Internacional
®
, © 1999 por Biblica, Inc.
®
. Usadas con permiso. Todos los
derechos reservados.
Las citas bíblicas marcadas LBLA se tomaron de LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS, ©
1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation. Usadas con permiso.
ISBN: 978-1-5359-9940-3
1 2 3 4 5 * 25 24 23 22
Introducción
¡Ayuda! ¡Soy padre!
Antes de tener hijos, lo más probable es que tuvieras
sueños y esperanzas sobre cómo criarías a tus hijos, y sobre
cómo resultarían. ¡Algo era seguro! NO serías un padre igual
a tus padres. No cometerías los mismos errores que ellos
cometieron al criarte. Entonces, sucedió. Te transformaste
en padre. Rápidamente, esas esperanzas y sueños
empezaron a desvanecerse. En algún momento, tal vez
incluso cuestionaste tu decisión de tener hijos. Tenías un
plan. Pensabas que sabías lo que ibas a hacer. Entonces,
llegaron los hijos, y nada salió como esperabas. ¡Es posible
que te sientas tan frustrado que hasta hayas gritado
pidiendo ayuda! Tal vez no de manera literal, pero en tu
mente. A Dios. O quizás también hayas clamado
literalmente pidiendo ayuda. Está bien. Nosotros también.
Sin embargo, antes de seguir avanzando, permíteme
advertirte que este no es el libro «experto» sobre crianza
que resolverá todos tus problemas. ¡Lo lamento! Además,
no es el último libro sobre crianza que vas a leer.
Seguramente, no es el primero. Entonces, ¿por qué este
libro? Porque hemos aprendido que Dios ya proveyó la
ayuda que necesitan los padres. Como cristianos, nos dio a
Cristo y la buena noticia de la salvación. Nuestros hijos no
son perfectos. Es más, nacen pecadores. Necesitan a Cristo,
al igual que nosotros. Y nuestros hijos no necesitan padres
perfectos. Necesitan un Salvador perfecto. ¡Qué buena
noticia, porque Dios ya lo proveyó en Jesús! Además, nos ha
dado Su Palabra como el estándar, no solo para la crianza,
sino también para toda la vida. Y nos ha dado los unos a los
otros: la iglesia.
Una de las cosas que aprendí temprano en la crianza fue a
pedir ayuda, con la mayor frecuencia posible y antes de que
las cosas se pusieran demasiado feas. Eso empieza
pidiéndole ayuda a Dios. ¡Estamos hablando de la oración!
Gran parte de nuestra crianza la hicimos de rodillas…
orando por salvación, seguridad, sabiduría, esposos
piadosos (tenemos todas hijas mujeres), matrimonios fieles
y nietos. Comprendes la idea. Además, al mirar hacia
afuera, nos dimos cuenta de que había padres que ya
habían recorrido más camino que nosotros. Sus hijos
estaban crecidos, o al menos, eran más grandes que
nuestras hijas. Nos maravillamos al ver cómo se
relacionaban con sus hijos y la buena respuesta que
obtenían. Queríamos saber qué habían hecho, cómo lo
habían hecho y por qué funcionaba. Cuando yo (Juan) servía
en un ministerio de jóvenes en una iglesia rural en Florida,
Estados Unidos, nos hicimos amigos con uno de los
diáconos y con su familia. Él y su esposa estaban criando
tres hijas. En ese momento, Jeanine y yo estábamos recién
casados, así que no teníamos hijos. ¡¿Quién habría pensado
que, según la providencia divina, criaríamos cinco hijas?!
Pasamos mucho tiempo en su casa. Los observamos criar.
Nos hicimos amigos de sus hijas. Fue una hermosa
experiencia mirar y aprender como pareja joven sin hijos.
Más adelante, empezamos a tener hijos propios… ¡todas
niñas, recuerda! No teníamos idea de lo que hacíamos.
Nuestra idea era que Jeanine se ocupara de todo lo que
tuviera que ver con bebés, y yo me concentrara en terminar
mis estudios universitarios. ¡No sabíamos nada! Se suponía
que asistiéramos a clases de preparto, donde nos
enseñarían algunas cuestiones básicas del cuidado de
bebés, pero nuestra primera hija se adelantó. Tan solo
pudimos asistir a una clase. Así que ahí estábamos, una
joven pareja de veinteañeros. Llevamos una beba a casa y
no teníamos idea de qué hacer. Cuando ella lloraba por la
noche, yo despertaba a Jeanine y le pedía que la alimentara.
Es más, cada vez que lloraba, le pedía a Jeanine que la
alimentara. Era la única forma que teníamos de hacer que
dejara de llorar.
Cuando nuestra primera hija creció un poco, la pasamos a
una cama pequeña. Nuestra rutina de la hora de dormir era
mirar videos de Winnie the Pooh hasta que le diera sueño.
Entonces, la acostábamos. Me ponía de rodillas junto a su
cama, y le palmeaba la espalda hasta que se quedaba
dormida. Después, intentaba salir gateando de la habitación
en el mayor silencio posible. Si ella hacía algún sonido o se
movía, me apuraba a volver a su lado y empezaba a
palmearle la espalda otra vez. Recién a los cuatro años de
edad aprendió a dormir toda la noche sola. ¡Ayuda!,
pensaba. La crianza no puede ser así para siempre, ¡¿no?!
Cuando Jeanine volvió a quedar embarazada, le dije que ya
era suficiente. No podíamos seguir así con otro niño. Le dije:
«¡Vas a tener que ver cómo hacemos, porque no podemos
hacer lo mismo que antes!». Al mirar atrás, veo lo egoísta
que fui. ¿VAS a tener que ver cómo hacemos? ¿No era acaso
una tarea conjunta?
No hace falta decir que tuvimos que buscar ayuda. Alguien
le presentó a Jeanine la idea de acostumbrar al bebé a una
rutina de sueño y alimentación. ¡Imagínate! En vez de
permitirle a la beba que dirigiera nuestras vidas, nosotros
podíamos dirigir la de ella. ¡Qué novedoso! Este fue el
principio de nuestra transformación. Bueno, de la
transformación de Jeanine, para ser sincero. Yo seguía
siendo el mismo Juan egoísta. Es más, durante los primeros
seis años de nuestro matrimonio, tenía la idea de que
Jeanine era la responsable de cuidar a las bebés y a las
niñas pequeñas. En algún momento, cuando ya supieran ir
al baño solas, pudieran comunicarse verbalmente y fueran
más independientes, yo intervendría y me ocuparía.
Evidentemente, estoy exagerando,pero no demasiado.
Durante seis años, descuidé mis responsabilidades como
padre. Y durante seis años, Jeanine leyó los libros sobre
crianza y oró para que Dios me despertara a mis
responsabilidades. Felizmente, el Señor lo hizo.
A unos seis años de casados, Jeanine me pidió que
asistiera con ella a una conferencia sobre crianza. No estaba
demasiado seguro, pero sabía que tenía que apoyarla. Para
mi sorpresa, el Señor me tocó. Tiendo a pensar en forma
teológica, y por primera vez, un pastor me mostró mis
responsabilidades en la Escritura. El orador hizo un
argumento teológico sobre la función de los padres en el
hogar y sobre cómo debemos criar a nuestros hijos de
manera que glorifique a Dios. Eso me marcó. Volví a casa
como un hombre nuevo. Bueno, al menos, como un padre
nuevo. Empecé a tomar en serio mi responsabilidad en la
crianza. Comencé a guiar y a disciplinar a mis hijas. Me
encargué de la rutina de la hora de dormir y empezamos a
leer juntos en voz alta. Al recordar aquella época, doy
gracias a Dios. ¡Sé que mi esposa también le da gracias! En
Su misericordia, Él nos ha permitido criar cinco hijas. No son
perfectas. Nosotros tampoco. Por la misericordia de Dios,
todas profesan una fe en Cristo. A medida que buscamos
formar a nuestras hijas para que reflejaran la imagen de
Dios, el Señor las usó para formarnos también. Así que
escribimos este libro juntos, no como expertos ¡sino como
padres que también clamaron pidiendo ayuda!
Nos alegramos de que lo hayas empezado a leer.
Considéralo una colección de lecciones que aprendimos en
el camino y que deseamos transmitir a otros en esta
travesía de la crianza. Tal vez ya hayas aprendido algunas
de estas lecciones. ¡Genial! Nos regocijamos con aquellos
que están más adelante que nosotros en este camino. Nos
encanta aprender de los que van más avanzados. Pero
sospecho que algunas de las lecciones que aprendimos te
resultarán útiles. Por eso escribimos este libro. Antes que
nada, en la primera parte, queremos afirmar nuestra
conversación en la Palabra de Dios. Para aquellos que, al
igual que yo, necesiten que los convenzan (o les recuerden)
desde la Escritura lo que deberíamos estar haciendo y a qué
deberíamos apuntar como padres, empezaremos en el
capítulo 1 colocando los cimientos bíblicos y teológicos para
la crianza. Nuestro deseo en la crianza debería ser el mismo
que el de Dios: tener hijos piadosos. Por eso nos creó. El
problema es que, debido al pecado de Adán, todos nacemos
pecadores. Así que, en el capítulo 2, confrontaremos la
realidad del contexto de la crianza: la caída. Somos padres
pecadores que necesitan un nuevo corazón. Si no lo
entendemos, gran parte de nuestra crianza será apenas una
modificación de conducta. Una vez puestos los cimientos
bíblicos y teológicos, pasaremos al capítulo 3 para
proporcionar un marco para la crianza cristiana. Es decir,
queremos hablar de lo que somos llamados a hacer (y a no
hacer) como padres. Si no seguimos el camino correcto, no
persistiremos fielmente en una crianza bíblica hasta el final.
En la segunda parte, queremos pasar de las bases bíblicas
y teológicas de la crianza cristiana a explicar nuestras
responsabilidades bíblicas: mostrar el evangelio con el
ejemplo como padres (cap. 4) y enseñar el evangelio desde
la Palabra de Dios (cap. 5). Por supuesto, uno de los
desafíos como padres es cómo disciplinar a nuestros hijos.
Así que, en el capítulo 6, dedicamos tiempo a considerar
algunos proverbios y encontrar guía bíblica. Nuestro
objetivo es arraigar nuestra función y nuestras
responsabilidades como padres en la Escritura.
Por supuesto, si estás buscando ayuda AHORA, las
preguntas para las que quieres respuestas son las
preguntas sobre «cómo». Es lo que esperamos
proporcionarte en la tercera parte. Es imposible decir todo
en estos capítulos, y tampoco lo intentaríamos. En cambio,
considéralos una conversación de una hora mientras
bebemos café. En el capítulo 7, Jeanine y yo nos sentamos
con padres de niños más pequeños (0-5 años) y hablamos
de lo que aprendimos que era más importante en esos años.
Una vez más, no podremos cubrir todo. Sin embargo, este
rango de edad es tan crucial que no pudimos resumir en un
solo capítulo lo que teníamos para decir. Entonces, verás
dos capítulos sobre estos primeros años. Nuestra oración es
que te resulten útiles. Seguimos nuestras «conversaciones
de café» en los capítulos 8 (6-12 años) y 9 (13-20 años). Te
animamos a reunirte con otros padres y tener
conversaciones similares juntos. Tal vez puedas leer este
libro con un grupo de padres de tu iglesia. Anímense unos a
otros y oren unos por otros. Aprendan de los demás.
Sabemos que algunos se verán tentados a ir directo a la
sección del «cómo» (capítulos 7-9). No podemos detenerte.
Ahora que lo compraste, es tu libro. Así que empieza por
donde quieras. Pero debemos advertirte algo. Pasar
directamente a la tercera parte puede producir algunos
resultados deseados de inmediato, pero dejarte frustrado a
la larga. Queremos animarte a criar con la eternidad en
mente. Piénsalo de esta manera. ¿Alguna vez quisiste bajar
de peso? Es fácil bajar de peso rápido. Muchas dietas están
diseñadas para ayudarte a ver resultados de inmediato. El
problema es que esos resultados no son sostenibles. Es
imposible mantener una dieta libre de carbohidratos mucho
tiempo sin ver efectos adversos en tu cuerpo. También
puedes bajar de peso rápidamente mediante mera fuerza
de voluntad: cortando calorías o ayunando. El problema es
que, en un momento de debilidad, comes algún dulce, y ese
se transforma en dos y después tres. Cuando te das cuenta,
estás atiborrándote de comida chatarra y recuperaste el
peso que habías perdido. Eso se llama el efecto yo-yo en las
dietas: arriba y abajo, arriba y abajo. Los médicos advierten
que esta clase de dietas no es saludable. En cambio, si
quieres bajar de peso y mantenerlo, es necesario que
cambies tu forma de pensar, entendiendo lo que la comida
le hace a tu cuerpo y cómo te hace sentir. Y hace falta un
progreso lento. Eso te permite comprometerte con una
mirada a largo plazo. Saltar a la parte 3 es como empezar
una dieta libre de carbohidratos o ayunar. Tal vez veas
resultados inmediatos, pero no es sostenible. Te animamos
a ir despacio. Lee el libro con la Biblia a mano. Anota las
preguntas que vayan surgiendo.
Al principio de cada capítulo, anunciamos el principio que
enfatizaremos en todo ese capítulo. Y al final de cada
capítulo, escribimos algunas preguntas para debatir que te
ayudarán a seguir la conversación con tu cónyuge o con
otros que te animen. Una vez más, considéranos amigos
que quieren ayudar al transitar contigo este camino de la
crianza. Y por último, te instamos otra vez a orar; a orar por
tus hijos, para que Dios les dé un nuevo corazón y puedan
seguir a Cristo todos los días de sus vidas. Y también ora
por ti, para que el Señor te conceda la gracia de aprender
de Su Palabra, para que puedas comunicar Su corazón y
empieces a desear para tus hijos lo mismo que Dios desea:
que sean piadosos y reflejen Su imagen, para Su gloria.
¡A Dios sea la gloria!
Juan y Jeanine Sánchez
1 de febrero de 2021
(el día en que nuestra hija menor cumplió 18 años)
Capítulo 1
Dios desea hijos que vivan para Él
Principio: Nuestro deseo para nuestros hijos debería ser el
mismo que el de Dios: hijos que vivan para Él; hijos que
reflejen la imagen de Dios y muestren Su gloria en todo lo
que piensen, digan y hagan.
Antes de que Jeanine y yo nos casáramos, tuvimos las
típicas conversaciones prematrimoniales. Hablamos sobre la
comunicación, las finanzas, la intimidad y, por supuesto, los
hijos. Me da bastante vergüenza admitir que la mayoría de
estas conversaciones se dieron desde la ignorancia, la
inmadurez y el idealismo. Ignorábamos lo que sería tener
hijos, y ni hablar de la crianza. Y como éramos inmaduros y
teníamos una opinión más elevada de nosotros mismosde
la que debíamos, idealizábamos prácticamente todo: la
cantidad de hijos que tendríamos, el género que tendrían,
cómo los cuidaríamos y cómo resultarían. Incluso teníamos
un plan ideal. Pasaríamos los primeros cinco años de
nuestro matrimonio conociéndonos antes de tener hijos.
Como ya dije, éramos ignorantes, inmaduros e idealistas.
El 29 de junio de 1990, por fin llegó el día de nuestra boda.
Fue todo lo que esperábamos y más. Por consejo de un
amigo, pospusimos la luna de miel seis meses para poder
disfrutarla sin el agotamiento de un fin de semana de boda.
Así que, a fines de diciembre, fuimos a la ciudad de Nueva
York a celebrar la víspera de Año Nuevo en la Gran
Manzana. Fue una experiencia maravillosa. Nuestro plan iba
a la perfección: pasar tiempo como pareja conociéndonos,
divertirnos juntos y crecer en nuestro amor mutuo. Sin
embargo, todo cambió cuando volvimos a casa. Yo estaba
terminando mis estudios universitarios antes de inscribirme
en el seminario, cuando un día, Jeanine se encontró
conmigo para almorzar en el campus. Con una amiga que la
acompañaba, me informó tímidamente que estaba
embarazada. Me quedé aturdido. No sabía qué decir. No era
nuestro plan. Pero después de unos momentos, la abracé
con torpeza y le dije: «Felicitaciones». No fue mi mejor
momento, pero no sabía de qué otra manera responder.
Había llegado al campus esa mañana como un joven recién
casado, y me fui como un padre. No estaba listo para eso.
Ella tampoco estaba lista. Nadie está nunca
verdaderamente listo para ser padre. Felizmente, el Señor
tuvo misericordia. A medida que el bebé crecía en el vientre
de Jeanine, empecé a esperar con ansias todo lo que
implicaría tener un hijo. Jeanine leía libros sobre embarazo y
crianza de los hijos. Yo pensaba en nombres y me
preguntaba si sería un varón o una niña. Al poco tiempo,
estábamos encantados con la idea de tener un hijo.
Como todos los padres expectantes, empezamos a pensar
en lo que deseábamos para el futuro de nuestro hijo.
Oramos por un bebé con buena salud. Acordamos que
nuestro hijo no sería rebelde ni descontrolado como algunos
niños que habíamos visto. Y nos prometimos que no lo
criaríamos como nuestros padres nos habían criado. En
esencia, en nuestra ignorancia, inmadurez e idealismo,
deseábamos un hijo perfecto y suponíamos que seríamos
los padres perfectos. No es que nuestros deseos fueran
malos. Lo que sucede es que eran demasiado débiles. Como
padres nuevos o jóvenes, solemos conformarnos con deseos
temporales como un bebé con «diez deditos en las manos y
en los pies», un hijo que sea inteligente o atlético, una
persona que contribuya a la sociedad. Pero el mayor deseo
que un padre puede tener para sus hijos es que crezcan «en
sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los
hombres» (Luc. 2:52). En otras palabras, nuestro mayor
deseo debería ser que nuestros hijos vivan para el Señor; es
decir, que nazcan de nuevo y sigan a Cristo todos los días
de sus vidas. Nuestro deseo no debería ser tan solo que
profesen una fe en Cristo, sino que reflejen la imagen de
Dios y muestren Su gloria en todo lo que hagan. Y nuestro
llamado supremo como padres es formarlos y modelarlos a
imagen de Cristo. En palabras de Paul Tripp, no hay «nada
más importante en tu vida que ser una de las herramientas
de Dios para formar un alma humana».1
El deseo de Dios
Es cierto que, como padres, tenemos muchos deseos
buenos y esperanzados para nuestros hijos. Pero propongo
que nuestro mayor deseo debería ser que vivan para Dios
porque eso es lo que Él desea. En la profecía de Malaquías,
el Señor reprendió a Judá porque los hombres habían sido
infieles a sus esposas (2:14). En el contexto de esta
reprensión, el Señor explica Su propósito para el
matrimonio. «¿No te hizo uno el Señor con tu esposa? En
cuerpo y espíritu ustedes son de Él. ¿Y qué es lo que Él
quiere? De esa unión quiere hijos que vivan para Dios. Por
eso, guarda tu corazón y permanece fiel a la esposa de tu
juventud» (2:15, NTV). En medio de la infidelidad de Su
pueblo, Dios les recuerda uno de los propósitos importantes
del matrimonio: producir hijos que vivan para Dios. Pero
para entender el deseo de Dios de hijos que vivan para Él,
debemos empezar nuestro estudio en Génesis 1:26-28. Allí,
descubrimos que Dios creó a Adán y Eva a Su imagen para
que tuvieran hijos que llenaran la tierra de Su imagen y Su
gloria. Si, como declara Malaquías 2:15, Dios unió a Adán y
a Eva en matrimonio para producir hijos piadosos, ¿cómo
debería entonces influir el deseo de Dios de hijos que vivan
para Él en nuestros deseos para nuestros hijos?
El diseño de Dios
Estaba en la sala de partos cuando nació nuestra primera
hija. Como joven padre expectante, no tenía idea de lo que
sucedía a mi alrededor. Incluso durante el parto, no fui de
mucha ayuda. Entonces llegó el momento, y nació nuestra
bebita. «Es una niña», anunció el médico. Yo estaba eufórico
y aterrado a la vez al sostener una vida humana en mis
brazos. Un sinnúmero de pensamientos, preguntas e
inquietudes inundaron mi mente en un momento. Al mirar a
este bebé, mi hija, pensé en todo el potencial que tenía en
brazos. No lo podía creer, me abrumaba el diseño de Dios.
El hombre y la mujer se hicieron una sola carne (Génesis
2:24). Y de esa unión de una sola carne, Dios hizo otro ser
humano (Salmo 139:13-16).
No obstante, el diseño de Dios para la familia no es tan
solo que un hombre y una mujer se casen y llenen la tierra
de hijos. Eso no es lo que quiere decir «Fructificad y
multiplicaos; llenad la tierra» (Gén. 1:28). De lo contrario, el
objetivo final para los esposos sería tener la mayor cantidad
de hijos que fuera biológicamente posible. En cambio, Dios
desea tener hijos que vivan para Él. Otra manera de decirlo
es que desea hijos que se le parezcan. Considera cómo, en
Génesis 1:26-28, el deseo de Dios de hijos piadosos informa
el mandamiento de ser fructíferos, multiplicarse y llenar la
tierra.
Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra
imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en
los peces del mar, en las aves de los cielos, en las
bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se
arrastra sobre la tierra.
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo
creó; varón y hembra los creó.
Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos;
llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces
del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias
que se mueven sobre la tierra.
Los teólogos debaten sobre lo que significa ser hechos a
imagen de Dios, pero al menos podemos sacar algunas
conclusiones preliminares.
1. La palabra semejanza se utiliza de manera similar a la del
presente. Cuando decimos: «De tal palo, tal astilla», nos
referimos a que padre e hijo son semejantes. Guardar
semejanza con alguien implica tener características
similares. Fuimos creados para ser parecidos a Dios. Está
claro que Dios tiene características o atributos únicos que
no compartimos. Aun así, Dios nos comunica ciertos
atributos: amor, sabiduría, santidad, rectitud, justicia.
Como imagen de Dios, los hijos piadosos reflejan el
carácter de su Padre celestial (Mat. 5:48).
2. La palabra imagen se usa en todo el Antiguo Testamento
para referirse a las representaciones físicas de las deidades
(Núm. 33:52). Es otra palabra para «ídolo», una imagen de
madera o metal de un dios (Ez. 16:17). Aunque Dios le
prohíbe a Israel que haga imágenes de Él (Ex. 20:4-6), Él
nos hizo a Su imagen. Somos las representaciones físicas
de Dios sobre la tierra. Por cierto, Dios no tiene
características físicas, y nosotros no fuimos creados como
«pequeños dioses». Aun así, Adán y Eva fueron creados
para representar el gobierno de Dios sobre la tierra al
ejercer dominio sobre la creación en nombre de Dios (vv.
26, 28). Como imagen de Dios, los hijos piadosos
representan la autoridad de Dios sobre la tierra. En parte,
lo hacen alobedecer a las autoridades humanas que Dios
ha puesto sobre ellos, como los padres, los maestros y los
funcionarios de gobierno, y al ejercer una autoridad justa y
amorosa cuando ellos tienen que asumir una de estas
funciones.
Entonces, uno de los propósitos del matrimonio es tener
descendencia y llenar la tierra con hijos que vivan para Dios
(Mal. 2:15); hijos que porten la imagen y la semejanza del
Señor (Gén. 1:28). Observa que el mandato creacional de
ser fructíferos y multiplicarse y llenar la tierra se da en el
contexto del jardín antes de la caída. ¿Por qué es
importante esto? Porque en Génesis 1 y 2, vemos el diseño
de Dios para la humanidad antes del pecado. Adán fue
creado primero. Como no había ningún otro ser humano,
estaba solo. Es la primera vez en el relato de la creación en
que Dios declara que algo no era bueno (Gén. 2:18).
Entonces, Dios creó a Eva. Sin embargo, no la creó
solamente para corregir la soledad de Adán. La creó para
que fuera una «ayuda idónea» para él (Gén. 2:18). A
diferencia del resto de la creación (Gén. 2:19-20), la mujer
es la pareja para el hombre. Es su complemento. Y fue
creada para ayudarlo a cumplir el mandato de la creación
(Gén. 1:28). Aquí nos encontramos con otro aspecto
importante del diseño de Dios. Aunque el hombre y la mujer
son iguales en cuanto a imagen de Dios, tienen roles
distintos pero complementarios.
El hombre fue creado para ser el líder. Que haya sido
creado primero (Gén. 2:15), que les haya puesto nombre a
todos los animales (2:19-20) y también a Eva (2:24) señala
a su autoridad como líder. El Nuevo Testamento confirma el
rol de liderazgo del hombre sobre la base de que fue creado
antes que Eva (1 Tim. 2:13-15). También explica el rol del
hombre como cabeza de la mujer (1 Cor. 11:3; Ef. 5:22-24).
Nuestra cultura igualitaria rechaza firmemente la idea del
liderazgo masculino como algo anticuado y patriarcal.
«Ahora vemos con mayor claridad», declara la cultura,
«hemos aprendido la lección. ¡Los hombres y las mujeres
son iguales! No hay distinción entre ambos». Los igualitarios
luchan por la igualdad entre hombres y mujeres, y con
buena razón. Sin embargo, arraigan la igualdad en el lugar
incorrecto. Argumentan que la igualdad entre hombres y
mujeres tiene que ver con nuestros roles, con lo que
hacemos. «Si los hombres y las mujeres van a ser iguales —
declaran—, entonces deben ser libres para hacer las
mismas cosas». Pero eso es absurdo. Los hombres y las
mujeres tienen roles particulares que son únicos para su
género. Los hombres, por ejemplo, no pueden quedar
embarazados y dar a luz un hijo. Esa es una capacidad
única de las mujeres, según el diseño de Dios. Además, las
personas cumplen distintos roles de acuerdo a su
educación, sus talentos y habilidades. Algunos hombres son
atletas, otros son artistas. Algunas mujeres son amas de
casa, otras son médicas. La igualdad entre seres humanos
no se basa en lo que hacemos, sino en lo que somos: seres
humanos creados a imagen de Dios. En el relato de la
creación, Dios le asignó al hombre el rol de liderar, proteger
y proveer. A la mujer, le indicó que ayudara al hombre, y
que juntos cumplieran lo que Él les encomendó. Observa
que dije «lo que Él les encomendó». Mujeres, tal vez se les
pongan los pelos de punta al pensar que su función es
simplemente ayudar al hombre a cumplir «su» tarea, pero
eso no es lo que la Biblia dice. Juntos, el hombre y la mujer
cumplen el mandato de la creación, pero cada uno tiene su
función.
Fíjate que Dios le encomendó a Adán que protegiera el
espacio del jardín y cuidara la creación. Antes de crear a la
mujer, Dios puso a Adán en el jardín «para que lo labrara y
lo guardase» (Gén. 2:15). La palabra labrara también podría
traducirse sirviera, y guardase podría traducirse protegiese.
Estas dos palabras se usan juntas para describir la función
del sacerdocio levita. Los levitas tenían la tarea de ayudar a
Aarón, el sumo sacerdote, sirviendo en el tabernáculo y
protegiendo el espacio sagrado (Núm. 3:7-8; 8:26; 18:6-7).
Como Dios habitaba en el jardín con Adán, el Edén era un
lugar sagrado. Adán era un sacerdote llamado a servir en la
presencia de Dios y a proteger el espacio sagrado. Al igual
que Eva, portaba la imagen de Dios. Sin embargo, a
diferencia de ella, fue puesto en el jardín para guiar,
proteger, proveer y cuidar la creación.
Padres, permítanme que yo (Juan) les hable directamente.
Esta es nuestra función: guiar, proteger y proveer para
aquellos que están bajo nuestro cuidado y autoridad. Una
de las quejas comunes que he recibido como pastor es la de
mujeres que quisieran que sus esposos guíen bien a su
familia. Como confesé en la introducción, durante los
primeros seis años de nuestro matrimonio, yo fui uno de
esos esposos pasivos. No entendía correctamente el
matrimonio y la crianza. Suponía que mi esposa asumiría la
plena responsabilidad de cuidar y disciplinar a nuestros
hijos. Yo, por otro lado, estaba ocupado con el trabajo y el
ministerio. Entonces, un día, fui con Jeanine a una
conferencia para padres y el Señor me convenció de que
había abdicado a mis responsabilidades como el líder de
nuestro hogar. Me tomó algo de tiempo, pero a medida que
tomé en serio mis responsabilidades y aprendí a discipular y
a disciplinar a mis hijos según el diseño de Dios, Jeanine
empezó a confiar más y más en mí como líder de la casa.
Con el tiempo, empezó a buscar mi guía para pastorear a
nuestras hijas en la Palabra de Dios y disciplinarlas cuando
fuera necesario. Hermano, ¿estás liderando en tu hogar de
acuerdo con el diseño de Dios, o has abdicado a tus
responsabilidades de liderazgo? Siéntate con tu esposa en
algún momento en el que no haya conflictos y convérsalo
con ella. Recuerda que es tu ayudadora. Así que ¡pídele que
te ayude!
Madres, Dios creó a Eva para que ayudara a Adán. Aunque
estaba igualmente hecha a imagen de Dios, el rol de Eva
era ayudar a su esposo. Juntos, Adán y Eva debían poblar el
jardín con hijos piadosos: hijos que portaran la imagen
divina. Mujeres, permítanme que les hable con sinceridad.
Como fui uno de esos esposos que abdican a sus
responsabilidades parentales en el hogar, entiendo su
frustración ante la falta de liderazgo masculino. Pero
permítanme advertirles también que ningún esposo fue
ganado jamás mediante críticas y quejas. He hablado con
demasiados hombres que, al igual que yo, reconocieron sus
errores en el hogar y querían cambiar. Pero como las
esposas constantemente los degradaban, terminaban
llegando a la conclusión de que, hicieran lo que hicieran,
nunca sería suficiente. En vez de desgastar constantemente
a tu esposo a través de las quejas y la crítica, ¿por qué no lo
ayudas? Edifícalo. Anímalo en las cosas buenas que hace.
Ayúdalo en sus debilidades. Juntos, busquen a una pareja
mayor que los guíe. Hablen con sus pastores.
Y padre, permíteme recordarte que tu esposa es una
ayuda. Y como ayuda, quiere que tú y tu familia prosperen.
Así que, entiende que, cuando se queja o te critica, está
intentando ayudarte. Claro que puede haber mejores
maneras de ayudar, pero si escuchas su queja como un
deseo de ayudarte a ser mejor esposo y padre, eso te
permitirá considerar sus inquietudes y pedirle a Dios la
gracia para cambiar. Si tu esposa se caracteriza por la
crítica y la queja, siéntate con ella en algún momento donde
no haya conflicto y dile cómo te gustaría que te hable. Dale
gracias por señalarte tus errores, pero recuérdale cuánto
más eficaz es el ánimo.
Ahora, permítannos compartir una palabra a los padres
solteros. Entendemos que no todos los padres solteros son
víctimas del divorcio. Tu cónyuge puede haber fallecido, y
tal vez te encuentres criando solo. O tal vez tuviste un hijo
fuera del matrimonio. No importa cuál sea la situación, la
realidad que enfrentas es la de criar a tu hijo solo, y a
veces, tal vez sientas que tan solo estás intentando
sobrevivir. No te desanimes.Aunque quizás sientas que
estás solo, no lo estás. Todos sentimos la realidad de lo que
se ha roto en este mundo caído, pero el Dios que dijo que
no es bueno estar solo nos ha dado a Cristo, Su Palabra, Su
Espíritu y nos dio los unos a los otros, la iglesia. Como todos
estamos rotos, Dios está obrando en nosotros a través de
Cristo, y mediante Su Palabra y Su Espíritu, para volver a
hacernos plenos. Y uno de los medios de gracia que usa en
este proceso es la iglesia. Queremos reconocer tu situación
única y animarte a permitir que otras familias de la iglesia
los integren a ti y a tus hijos a sus vidas. Busca a padres
más grandes y sabios a los que admires. Pide ayuda a tus
pastores. Pero hagas lo que hagas, no te quedes solo. Ya es
suficientemente difícil para los padres criar hijos piadosos.
No puedo imaginar lo difícil que debe ser hacerlo solo. Los
que están casados escuchen esto como una exhortación a
buscar a los padres solteros y compartir sus vidas con ellos.
La tarea de la crianza
Como padres, nuestra tarea es producir hijos piadosos. Ese
es el objetivo. Es la tarea más importante que Dios nos ha
dado. Así que dediquemos algo de tiempo para pensar en lo
que supone la crianza de hijos que vivan para Dios. Antes
de la caída, los hijos de Adán y Eva habrían sido piadosos
por nacimiento. A medida que ellos tuvieran hijos, habrían
poblado el espacio del jardín. Y a medida que el jardín les
quedara chico, se habrían expandido hasta que toda la
tierra estuviera llena de una descendencia que amara a
Dios. Este era el diseño divino: poblar la tierra con Su
imagen hasta que toda la tierra estuviera llena de Su gloria
(Gén. 1:26-28). Sin embargo, después de la caída, todos los
hijos de Adán heredan su pecado, su culpa y su corrupción
(Rom. 5:12-21). Hablaremos más sobre la caída y el pecado
en el próximo capítulo. Sin embargo, por ahora, quiero
señalar que la caída no alteró el diseño de Dios ni el plan
para la familia. Aun cuando el pecado aumentó al punto de
que Dios juzgó al mundo con un diluvio, volvió a empezar
con Noé, un nuevo «Adán» (Gén. 6). De todas las personas
del mundo, Dios perdonó a Noé y a su familia, «y les dijo:
Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra» (Gén. 9:1). Una
vez más, les mandó: «Mas vosotros fructificad y
multiplicaos; procread abundantemente en la tierra, y
multiplicaos en ella» (Gén. 9:7).
Porque, al igual que Noé y su familia, vivimos después de
la caída, lo cual implica que nuestros hijos no son piadosos
por naturaleza. Al igual que nosotros, ellos nacen
pecadores, merecedores del juicio de Dios (Ef. 2:1-3). Al
igual que nosotros, ellos nacen siendo enemigos de Dios, en
rebelión a Su autoridad (Rom. 8:7-8). La buena noticia es
que, aunque nacimos en pecado, hay otro Adán que, como
Hijo de Dios, se vistió de nuestra humanidad para salvarnos
de nuestro pecado (Rom. 5:6-21). Él es nuestro hermano
mayor, a través del cual fuimos adoptados como hijos de
Dios (Ef. 1:5). Él es la verdadera imagen del Dios invisible
(Col. 1:15). Representa fielmente el gobierno de Dios como
rey (Fil. 2:5-11), exaltado sobre todo gobierno y autoridad
en el universo (Ef. 1:19-23). Él sirve con fidelidad en la
presencia de Dios como sacerdote, habiéndose ofrecido a sí
mismo como el sacrificio perfecto y único por el pecado
(Heb. 9:1–10:18). Además, cuida fielmente a los hijos de
Dios, guiándolos de regreso a casa a nuestro Padre en el
cielo. Esta es una buena noticia para los pecadores. Todos
los que se alejen de sus pecados y confíen en Cristo son
declarados justos y perdonados gracias a la vida sin pecado
y la muerte obediente del último Adán (Gál. 3:10-14).
Como puedes ver, el deseo de Dios de tener hijos que
vivan para Él no ha cambiado. La diferencia es que, después
de la caída y después de la cruz, somos hijos de Dios a
través de la fe en Cristo (Juan 1:12-13). Y, mientras que
antes de la caída, los hijos del primer Adán habrían sido
piadosos por naturaleza, ahora, los hijos de Dios van siendo
hechos cada vez más piadosos mediante la fe en Cristo y la
obra del Espíritu a través de la Palabra de Dios. Esta obra
lenta y progresiva de ser hecho piadoso es lo que los
teólogos llaman santificación. Después de haber sido unidos
a Cristo por fe (Rom. 6:5-14; Ef. 1:3-14), Dios ahora está
obrando para conformarnos a la imagen de Su Hijo Jesús
(Rom. 8:29), el cual es la imagen verdadera de Dios (Col.
1:15). Somos «transformados de gloria en gloria en la
misma imagen» (2 Cor. 3:18).
Esta obra de santificación requiere que reemplacemos las
viejas maneras pecaminosas de pensar con maneras nuevas
y piadosas de pensar, de modo que reflejemos la «imagen
de Dios, en verdadera justicia y santidad» (Ef. 4:24, NVI). El
medio por el cual crecemos a imagen de Dios y de Su Hijo
es la Palabra de Dios: «hablando la verdad en amor» unos a
otros (Ef. 4:15, LBLA). Así es como Dios, en Cristo, produce
hijos que vivan para Él. Toma pecadores de este mundo, los
transforma en Sus hijos y, poco a poco, los conforma a Su
imagen. ¿Cómo lo hace? Ha llamado a la iglesia a salir al
mundo a proclamar el evangelio (evangelismo/misiones). Es
a través de la predicación del evangelio que Jesús, el último
Adán, está fructificando, multiplicándose y llenando la tierra
de hijos que vivan para Él (Hech. 6:7; Col. 1:6). Y todos los
que se arrepienten y creen deben ser incorporados a la
familia de Dios (mediante el bautismo) y enseñados para
obedecer todo lo que Jesús mandó (mediante el
discipulado). Esta es la misión (o la tarea) de la iglesia. En
otras palabras, el mandato de la creación de fructificar,
multiplicarse y llenar la tierra de hijos piadosos (Gén. 1:26-
28) ahora se está cumpliendo con la Gran Comisión (Mat.
28:18-20).
Lo importante es que la tarea de la crianza es, en esencia,
la misma que la de la iglesia: hacer discípulos. Padres,
nuestro campo misionero empieza en casa. Si vamos a criar
hijos piadosos, debemos empezar mostrando (ejemplo) y
proclamando (instrucción) el evangelio a nuestros hijos
incrédulos. Nuestra oración es que Dios salve a nuestros
hijos, es decir, que se arrepientan y crean en el Señor
Jesucristo. Pero no dejamos de predicar y enseñar el
evangelio cuando nuestros hijos creen. Criar hijos piadosos
implica seguir enseñándoles con el objetivo de que sean
conformados a la imagen del Hijo de Dios (1 Jn. 3:1-3). Es un
proceso lento y progresivo, pero es uno para el cual Dios
nos ha dado todo lo que necesitamos.
Conclusión
Demasiado a menudo, la crianza nos parece más una
cuestión de supervivencia. Apenas si estamos intentando
sobrevivir cada día. Sin embargo, esa no es la crianza
bíblica. Nuestro objetivo en este capítulo es presentar una
visión grandiosa de la crianza bíblica que defina la tarea y te
anime a abordarla. La crianza es una tarea dura, pero no
estamos solos. Tenemos a Cristo. Tenemos al Espíritu.
Tenemos la Palabra de Dios. Y nos tenemos unos a otros.
Nuestra esperanza es que, al leer este libro, el Señor
recalibre tu corazón y vuelva a encender en ti el deseo de
criar hijos que vivan para Él. Demasiadas veces, nuestros
deseos para nuestros hijos son demasiado débiles: que sean
productivos en la sociedad, que reciban una buena
educación, que se casen bien, que sean exitosos en sus
carreras. Estos son todos buenos deseos, pero no son los
más importantes. Después de todo, ¿en qué le beneficia a
tu hijo ganar todo el mundo si pierde su alma? Nuestra
función dada por Dios como padres es criar hijos que
reflejen la imagen y la semejanza de Dios. Es una tarea
imposible, pero Dios nos ha equipado con todo lo que
necesitamos para ser fieles.
Para hablar juntos
En cada capítulo, dedicaremos un tiempo al final para
ayudarte a tener conversaciones con tu cónyuge. Si no
estás casado o estás teniendo que leer este libro solo, te
animamos a usar esta sección como una evaluación
personal.
Historia personal. Jeanine: Recuerdo una vez que
estábamos teniendoestas conversaciones y Juan me dijo
que no le mostraba respeto. ¡¿Qué?! Era evidente que
estaba absolutamente equivocado. ¿Cómo podía decir eso?
Para mí, no tenía sentido, pero para él, era completamente
razonable. Estoy segura de que la primera vez que tuvimos
esta discusión no respondí de manera correcta. Verás, soy
una persona efervescente y vivaz, y eso a veces deriva para
el lado negativo. Sin embargo, con el correr de los años,
hemos aprendido que la percepción de una persona es su
realidad. Yo no me veía como irrespetuosa, pero él sí. Y eso
era lo que importaba.
Entonces, ¿qué haces si lo que tu cónyuge te dice te
resulta confuso? Pide que te aclare lo que no entiendes.
«¿Puedes darme algún ejemplo?». Lo que Juan consideraba
una falta de respeto no era lo mismo para mí. Me dio
ejemplos claros y me dejó helada. Hablábamos dos idiomas
diferentes. Estas conversaciones también me dieron la
oportunidad de ayudarlo a ver mis intenciones y a pedirle
perdón con sinceridad por faltarle el respeto. También le
pedí que me mostrara con tranquilidad, en el momento en
cuestión, que lo que estaba haciendo no era útil.
Por cierto, también teníamos algunas reglas para que
nuestros momentos de conversación no fueran conflictivos.
Nada de defenderse ante el otro. Sencillamente, hay que
decir: «Gracias por comunicarme esto». Esforzarse para que
sea un tiempo positivo. Satanás quiere separarlos y no
entretejer sus corazones, y esta es una excelente
oportunidad para que eso suceda. Estas conversaciones
llevan práctica. Al principio, será difícil y se parecerá a ir al
dentista; no querrás volver por más. Pero ¡no se desanimen!
¿Cómo serían las conversaciones matrimoniales que
mencionamos antes en tu caso? Siéntense en un momento
donde no haya conflictos (¡esto es muy importante!) y
háganse el uno al otro las preguntas de más abajo
(permitan que la conversación fluya a otras preguntas que
necesiten abordar):
1. Esposo: ¿Me consideras un líder pasivo o activo en nuestra
casa? Observa que no estoy abordando la crianza
solamente; también se trata del matrimonio. Cuanto más
sólido sea tu matrimonio, más sólida será la crianza.
Mujeres, tal vez estén saltando de la emoción ahora mismo
y sacando la lista mental para empezar a tildar. No tan
rápido. Si en este momento «descargas» todo junto sobre
él, lo asustarás. ¡Que sea una victoria para él! Ningún
hombre cambió jamás porque su esposa lo fastidiara. Así
que piensa en un área de mayor importancia y concéntrate
en esa.
2. Esposa: ¿Me consideras tu apoyo y tu ayuda, o tu crítica?
Ay, eso va a doler un poquito, ¿no? Es difícil y nos da miedo
hacer estas preguntas, y es incluso más difícil escuchar
respuestas con las que tal vez no estés de acuerdo.
3. Al final de cada capítulo, te pediremos que hagas una lista
de temas que quisieras hablar con tu cónyuge como
resultado de la lectura. No hace falta que aborden todos
los temas de una vez, y los animamos a que tengan estas
conversaciones en momentos donde no haya conflictos.
Con esas reglas en mente, haz una lista de temas que
quisieras conversar con tu cónyuge.
1. Paul Tripp, Parenting: 14 Gospel Principles that can Radically Change Your
Family (Wheaton, IL: Crossway, 2016), 21.
Capítulo 2
El centro del problema
Principio: Como nuestros hijos nacen con un corazón duro,
si deseamos criar hijos que vivan para Dios, lo más
importante de nuestra crianza no es la modificación de
conductas sino el corazón.
Jeanine y yo teníamos grandes expectativas como padres.
Nos esforzamos por entrenar a nuestras hijas a obedecer de
inmediato, sin reservas y con un espíritu sumiso.2 Les
preguntábamos constantemente: «¿Cómo hay que obedecer
a Mamá y Papá?». Y ellas respondían: «Por completo,
enseguida y con un corazón humilde». Ese era el estándar
Sánchez. Imagina mi sorpresa cuando, mientras estaba
hablando desde la plataforma en una conferencia
importante, entró Jeanine con nuestra hija de dos años que
se suponía que debía estar en la guardería del
campamento. Apenas terminé de hablar, Jeanine se me
acercó con una mirada seria. «¿Qué pasó?», pregunté.
«Bueno —me dijo—, tu hija se metió en problemas en la
guardería y me llamaron para que fuera a buscarla».
Claramente —pensé para mis adentros—, los que trabajan
en la guardería no le exigieron a la niña el estándar
Sánchez. Estaba seguro de que, si lo hubieran hecho,
habrían podido manejar la situación. Después de todo, era
apenas una niña pequeña. Además, los niños están a la
altura del estándar que les impones. Entonces, llevé a
Jeanine y a la pequeña culpable de dos años a la guardería
del campamento y les enseñé a los colaboradores cómo
funcionaba el estándar Sánchez. Cuando llegamos, encontré
a los colaboradores que habían estado con ella. No era
ninguna sorpresa que fueran estudiantes universitarios que
nunca habían criado hijos. Así que les expliqué el estándar
Sánchez. Con toda la confianza del mundo en mi sabiduría
parental, les declaré: «Si tan solo le dicen a nuestra hija que
obedezca completamente, enseguida y con un corazón
humilde, ella cumplirá sus instrucciones». En forma
respetuosa, uno de los jóvenes respondió: «Sí, señor
Sánchez. Lo comprendo. Es que nunca antes vi un niño que
arroje muebles». «¡¿QUÉ?!», contesté. El joven me explicó
con tranquilidad que, cuando se acabó el momento de
colorear, nuestra hija quería seguir. Cuando le pidieron que
se detuviera y quisieron guiarla a la siguiente actividad, ella
arrojó una silla al otro lado de la sala. Y yo jactándome del
estándar Sánchez.
¿Qué había poseído a nuestra pequeña para responder con
semejante enojo? Dicho de manera sencilla: el pecado. El
verdadero problema no era que hubiera pecado al arrojar la
silla. El verdadero problema es que nació pecadora. El
centro del problema era que nuestra hija había nacido con
un corazón duro y pecaminoso. A lo largo de la Escritura,
tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la
palabra corazón se suele usar para describir el ser interior:
la fuente de nuestros pensamientos, sentimientos y
acciones. Como declaró Jesús: «de dentro, del corazón de
los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios,
las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias,
las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la
maledicencia, la soberbia, la insensatez» (Mar. 7:21-22). Es
irónico que esta sea una realidad que algunos padres,
maestros y, sí, incluso colaboradores de guardería, olvidan,
ignoran o rechazan. Pero entender la condición humana
pecaminosa es de gran importancia en la crianza, porque si
suponemos que nuestros hijos nacen buenos y que solo
necesitan una buena instrucción y un buen ambiente,
criaremos hijos frustrados, desanimados, orgullosos o con
pretensiones de superioridad moral. Algunos se frustrarán
porque no pueden alcanzar tu estándar. Vez tras vez, no
darán la talla, se enfrentarán a la disciplina y seguirán
fracasando. Esa trayectoria probablemente lleve al
desánimo. Si no entendemos que, debido al pecado,
nuestros hijos no pueden obedecer por sus propias fuerzas,
podemos terminar aplastándolos bajo el peso de reglas y
mandamientos que no pueden cumplir. Sin embargo, otros
niños florecen bajo una justicia basada en reglas. Se
enorgullecen de su capacidad de agradar a sus padres y,
con el tiempo, adquieren una sensación de superioridad
moral en su obediencia. Si nos negamos a creer que
nuestros hijos son pecadores por naturaleza, podemos
condenarlos al infierno como fariseos arrogantes. Nosotros
tuvimos una de esas. Bueno, ¡probablemente más de una!
Cuando una de nuestras hijas particularmente desobediente
se metía en problemas, la pequeña farisea estaba allí para
señalar con falsa humildad: «Yo no lo hice. Fue ella». En
otros momentos, directamente señalaba con el dedo a la
que había desobedecido. En su corazón, estaba diciendo:
«¿No te alegra que no sea como ella?». En el momento,
debo admitir que sí. Despuésde todo, un padre puede
manejar un límite de cosas a la vez.
Así que, por más que queramos que nuestros hijos
obedezcan completamente, enseguida y con un corazón
humilde, el problema es que nacen con un corazón duro.
Eso no significa que no deberíamos esperar obediencia.
Como veremos más abajo, ese era el propósito de la Ley en
la vida de Israel. Pero si vamos a ser padres fieles,
necesitamos entender cómo la rebelión de Adán contra Dios
nos afectó a todos, no solo a nuestros hijos. El pecado de
Adán no solo introdujo el pecado y la muerte en el orden
creado, sino que también introdujo un linaje rival: los hijos
del diablo. Tristemente, todos nacemos en este mundo
unidos con nuestro padre Adán, habiendo heredado su
pecado, con el deseo de practicar su rebelión y
merecedores de su juicio. Esta verdad puede ser difícil de
creer, así que consideremos lo que la Biblia tiene para decir
respecto a nuestra condición humana pecaminosa
heredada. Gracias a Dios, la historia no termina ahí.
Nuestra condición pecaminosa heredada
Cuando nuestra hija de dos años arrojó la silla en la
guardería de aquella conferencia, sencillamente estaba
actuando según su naturaleza. Escucha cómo describe la
Biblia nuestra condición pecaminosa heredada:
«Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en
vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro
tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al
príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera
en los hijos de desobediencia, entre los cuales también
todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de
nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los
pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo
mismo que los demás» (Ef. 2:1-3).
Al hablar a los cristianos efesios, Pablo describe su antigua
condición humana como «muertos en vuestros delitos y
pecados» (2:1). La palabra «delitos» alude a transgredir un
estándar. «Pecado» es una palabra general. Al colocar
«delitos y pecados» juntos, Pablo abarca todo el pecado,
grande o pequeño, cometido en ignorancia o en abierta
rebelión. Debido a su pecado, Pablo describe la condición
espiritual de los cristianos efesios como la de «muertos» (v.
1). Aquí empezamos a ver nuestra relación con Adán. En el
jardín, Dios le advirtió a Adán que si comía del fruto del
árbol del conocimiento del bien y del mal, moriría (Gén.
2:15). En otras palabras, «la paga del pecado es muerte»
(Rom. 6:23). Debido a nuestra unión con Adán, heredamos
el juicio de Adán: la muerte (Rom. 5:12). Para decirlo de otra
manera, nacemos en este mundo bajo el poder del pecado y
la pena de muerte. Y al estar espiritualmente muertos, no
podemos responder a Dios. Piénsalo de esta manera. Estás
en un funeral, y un familiar dolido se acerca al ataúd abierto
y empieza a gritarle a su ser querido: «¡Levántate!». ¿Qué
crees que sucederá? Nada. Los muertos no responden. No
pueden responder. Esa es nuestra condición humana
pecaminosa: «muertos en [nuestros] delitos y pecados» (v.
1).
Sin embargo, estar muerto en pecado es una condición
espiritual. Estamos muertos para con Dios pero vivos al
pecado. Eso significa que vivimos bajo la influencia del
mundo, la carne y el diablo (Ef. 2:2-3). La «corriente de este
mundo» se refiere a este presente siglo malo (Gál. 1:4) y a
nuestra condición pecaminosa. Somos «pecaminosos» y
reflejamos las inquietudes y actitudes de este mundo. Por
supuesto, Satanás es el príncipe de «este mundo» (Juan
12:31; 14:30). Pablo lo describe como el «príncipe de la
potestad del aire» (Ef. 2:2). La idea es que Satanás está
suelto y obra directamente para influenciar a las personas a
rebelarse contra Dios. Esto fue lo que le sucedió a Adán en
el jardín (Gén. 3). El diablo sigue actuando para cegar a los
no creyentes y guiando a una humanidad pecaminosa a
rechazar el gobierno de Dios y amotinarse contra el Rey
Jesús (Sal. 2:1-6), porque es «el espíritu que ahora opera en
los hijos de desobediencia» (Ef. 2:2). Sin embargo, a
diferencia de nuestro Señor, Satanás no está presente en
todas partes. Aun así, no necesita estarlo, ya que la manera
más común en que el diablo nos influye a pecar es a través
de nuestras propias tendencias pecaminosas, «nuestra
carne» (2:3). Mediante sus mentiras, Satanás nos engaña y
nos atrae con las mismas cosas que deseamos
equivocadamente (Sant. 1:14-15). Como resultado, somos
«hijos de ira» (Ef. 2:3).
Debido a nuestros «delitos y pecados», merecemos el
juicio de Dios. Es decir, «éramos por naturaleza hijos de ira»
(2:3). Eso es lo que Pablo quiere decir. Nacimos de esa
manera; pecadores que merecen ira. Desde temprana edad,
incluso desde el nacimiento. ¿Por qué? Porque todos somos
hijos de Adán y heredamos su pecado. También heredamos
su culpa, su corrupción y condenación. ¿Cómo lo sabemos?
Pablo nos lo dice en el versículo 3. Los efesios eran
pecadores por nacimiento, que merecían la ira de Dios «lo
mismo que los demás» (2:3). No eran tan solo los efesios los
que habían nacido muertos en pecado; esto es cierto para
toda la humanidad. Pablo confirma esta línea de
pensamiento en Romanos 5:12: «Por tanto, como el pecado
entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la
muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto
todos pecaron».
En este momento, tal vez te preguntes: «¿Por qué tanta
discusión teológica en un libro sobre la crianza?». Bueno,
antes que nada, este es el contexto para nuestra crianza.
Tenemos que entender que estamos criando hijos que
necesitan un nuevo corazón; de lo contrario, tan solo
modificamos conductas. Uno de los mayores peligros en la
crianza es que tengamos hijos educados que sean
condenados al infierno. Estamos criando hijos nacidos en
pecado, y necesitan ser rescatados del reino de la oscuridad
y transferidos al reino del Hijo de Dios, tal como nosotros
(Col. 1:13-14). Segundo, nuestra teología informa e impulsa
nuestras acciones, incluida nuestra crianza. Lo que creemos
sobre Dios, Cristo, el pecado y la humanidad determinará
cómo criamos. Y tristemente, la doctrina del pecado
heredado (original) no es popular. Parece que incluso entre
los que profesan ser cristianos, nos hemos creído la idea
secular de que nuestros hijos nacen buenos, y lo que los
arruina es su ambiente. Si esto es cierto, esta perspectiva
pone un peso insoportable sobre los padres y crea
expectativas irrazonables para los hijos. Además, ofrece
poca esperanza para los hijos que viven en ambientes
difíciles. ¿Significa esto que el ambiente duro en el que
crecen determinará que se transformen en criminales?
¿Acaso no podrán tener éxito en la escuela? Es cierto,
nuestro ámbito nos forma, pero no determina en qué nos
transformamos. Por eso el evangelio es una buena noticia.
Por eso las historias de la Biblia son tan alentadoras. A Ester
la llevaron cautiva cuando era joven y la obligaron a casarse
con un rey pagano (Est. 2). Daniel, Sadrac, Mesac y Abed-
nego fueron quitados de su hogar cuando eran adolescentes
y forzados a servir en la corte de un rey extranjero (Dan. 1).
Esos sí que son ambientes difíciles. Después está Sansón.
Según lo que sabemos, lo criaron dos padres amorosos en
un ambiente piadoso (Jue. 13); sin embargo, se caracterizó
por una rebeldía constante (Jue. 14–16). No obstante, en
cada uno de estos casos, Dios obró a través de estos seres
humanos frágiles y pecaminosos para cumplir Su voluntad.
Nuestro ambiente nos forma pero no nos determina.
Sin embargo, demasiado a menudo, esa es la perspectiva
desde la cual suelen operar los padres: nuestros hijos nacen
buenos y un mal ambiente los arruina. Cuando nacen
nuestros hijos, tenemos grandes esperanzas en nuestra
crianza y grandes expectativas para ellos. Creemos que
nuestro hijo será distinto, y creemos que seremos mejores
padres que los nuestros. Nuestro hijo no se comportará
como otros niños rebeldes, nos decimos. ¡No! Será la niña
más inteligente, bondadosay educada del mundo, porque
nosotros seremos los padres más sabios del mundo.
¡Haremos todo bien! Entonces, un día, sucede. Incluso antes
de que pueda hablar, tu hija te arroja su comida en la cara.
Cuando no se sale con la suya, se arroja al suelo en un
ataque de enojo o lanza una silla al otro lado de la
habitación. Después, cuando puede hablar, te miente en la
cara. ¿Cómo sucedió esto? ¿Quién le enseñó a arrojarse al
suelo? ¿Dónde aprendió a mentir? ¿De dónde sacó eso de
morder a su hermano cuando la hizo enojar? ¿Acaso les
enseñaste a tus hijos a pecar? ¡Por supuesto que no!
(Aunque sí que copian algunas de tus conductas, ¿no?). Lo
hacen de forma natural porque, tal como el resto de
nosotros, nacieron en este mundo como hijos de Adán, y
todos heredamos su pecado, su rebelión, su corrupción y
condenación.
Sin embargo, hay esperanza. El pecado y la condenación
no tienen la última palabra. Es más, incluso en la maldición
de la serpiente, Dios provee la primera buena noticia. La
mujer tendrá un hijo que revertirá la maldición aplastando a
la serpiente. «[El hijo de la mujer] te herirá en la cabeza, y
tú le herirás en el calcañar» (Gén. 3:15). El conflicto
perpetuo entre los hijos de Dios y los hijos de la serpiente
terminará con la muerte de la serpiente. El Nuevo
Testamento identifica al hijo prometido como Jesús de
Nazaret. Él es el «hijo de Adán, hijo de Dios» (Luc. 3:38). A
través de la vida perfecta de Jesús y de Su muerte sustituta
y Su resurrección, Dios aplasta a Satanás debajo de
nuestros pies (Rom. 16:20). La buena noticia es que, aunque
todos nacemos muertos en nuestros delitos y pecados y, en
consecuencia, hijos del maligno, en Cristo, Dios nos rescata
del dominio de la oscuridad y el gobierno de Satanás y nos
transfiere «al reino de su amado Hijo» (Col. 1:13).
El corazón, la ley y el evangelio
Entonces, para ser padres fieles, necesitamos entender la
doctrina del pecado heredado, y entender el evangelio de
Jesucristo. Debemos recordar que nuestros hijos son
pecadores por naturaleza, pero que el evangelio ofrece
esperanza a todos los rebeldes. En tu mente, ya sabes que
tus hijos son pecadores por naturaleza, pero nuestra
manera de criarlos suele comunicar lo opuesto. «Ah, es que
no lo sabe», «Está cansado», «Se comporta como un niño».
Estas y muchas otras excusas revelan la realidad que
creemos. Sin darnos cuenta, esta forma de pensar
equivocada socava la verdad de que todos nacimos con una
naturaleza pecaminosa.
No obstante, la pregunta fundamental es cómo criamos a
hijos que son pecadores por naturaleza. Ahí es donde
resulta útil entender el rol de la ley en la vida de Israel.
Como Padre amoroso, Dios le dijo a Israel lo que esperaba
de ellos cuando les dio la ley en el monte Sinaí e hizo un
pacto con ellos (Ex. 19–24). Resumió esas expectativas en
diez palabras, las cuales llamamos los Diez Mandamientos
(Ex. 20:1-17). El propósito de la ley era enseñarle a Israel, el
hijo de Dios, cómo relacionarse con su Padre en el cielo y los
unos con los otros. Los primeros cuatro mandamientos le
enseñan a Israel a relacionarse con Dios (Ex. 20:1-11),
mientras que los últimos seis mandamientos le enseñan a
relacionarse entre ellos (20:12-17). De esta manera, Dios
guiaba a Sus hijos con Su Palabra. Jesús resumió estas diez
palabras de la siguiente manera: «Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu
mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el
segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo» (Mat. 22:37-39).
Dios también proporcionó sacerdotes que enseñaran Su
Palabra, líderes (ancianos, jueces, reyes) que los guiaran a
obedecer Su Palabra y profetas que los llamaran a volver
cuando hubieran desobedecido la Palabra de Dios. El Señor
puso Su Espíritu en estos líderes para que los guiaran
fielmente a guardar el pacto con Él (Núm. 11:29; Deut. 34:9;
Jue. 3:10; 1 Sam. 11:6). De esta manera, Dios guio a Su
pueblo a través de pastores humanos con Su Espíritu. Bajo
el viejo pacto hecho en el Sinaí, no todos en el pueblo de
Dios tenían el Espíritu. Piensa en la crianza de hijos no
creyentes como un paralelo de cómo Dios guiaba a Israel
bajo el viejo pacto. Incluso bajo el viejo pacto, Dios
esperaba obediencia por parte de Sus hijos. La ley servía
para enseñarles los caminos y las expectativas de Dios. Y se
esperaba que los padres criaran a sus hijos incrédulos bajo
la disciplina y la instrucción de esta ley (Deut. 6:4-9). Bajo el
nuevo pacto, todos los miembros del pueblo de Dios
tenemos al Espíritu habitando en nosotros. Así que, como
padres cristianos, tenemos al Espíritu de Dios. Él nos ha
llamado a pastorear a nuestros hijos incrédulos y enseñarles
Su Palabra. Aunque nuestros hijos necesitan un corazón
nuevo, estamos plantando en su corazón y su mente la
Palabra que puede salvarlos (2 Tim. 2:14-15). En los
próximos capítulos, hablaremos específicamente sobre
cómo instruir a nuestros hijos. Por ahora, debes saber que
eres el pastor de Dios para los hijos que Él te ha dado. Como
en el caso de Israel, ellos seguirán tu liderazgo. Así que,
siempre y cuando seas fiel, ellos también serán fieles. Pero
si tu vida está marcada por el pecado y la rebelión, la de
ellos también lo estará.
Entonces, Dios, el Padre de Israel, guio a Sus hijos a
guardar el pacto mediante Su Palabra y Sus siervos llenos
del Espíritu. Este es un modelo útil para nosotros, al pensar
en criar hijos que son rebeldes por naturaleza. Debemos
esperar obediencia de nuestros hijos, incluso a temprana
edad. Que tengan un corazón duro no nos libra de esa
expectativa. Así que no llenes tu mente de excusas para no
exigir obediencia. Si dices: «Es que está cansada»,
asegúrate de entender la situación de manera correcta. Sí,
los niños se cansan, y les cuesta más obedecer si están
cansados. Pero también debes recordarte la verdad. «Mi hija
tiene un corazón endurecido. ¿Cómo puedo ayudarla a
parecerse más a Cristo?». Si esperamos obediencia,
estamos enseñando de manera positiva el estándar de Dios.
Al enseñar la Palabra de Dios, estás construyendo un marco
bíblico para que comprendan a Dios y al evangelio, y
dejando en evidencia su corazón pecaminoso. A medida que
enseñamos la Palabra de Dios y Su disciplina por la
desobediencia, les señalamos a nuestros hijos su verdadera
necesidad: Jesucristo, el único mediador entre Dios y el ser
humano. Solo Él puede quitar un corazón duro y
reemplazarlo por otro que lata para Él.
Conclusión
A menudo, la crianza es frustrante. Hay demasiados días
que parecen no dar ningún fruto. Pero no alcanza con
admitir que nuestros hijos no son perfectos. Además,
tenemos que dejar de creer la mentira de que «son tan solo
niños, y todos los niños se comportan mal». En cambio,
debemos entender que nuestros hijos nacen en este mundo
muertos en pecado, con una preferencia por el pecado
antes que la justicia, y bajo la influencia del maligno. Y
como nuestros hijos nacen con un corazón duro, lo más
importante de nuestra crianza no es la modificación de
conductas sino del corazón.
Según Su providencia, Él ha puesto hijos en nuestro hogar
y Su deseo de hijos que vivan para Él no ha cambiado. La
crianza es una mayordomía. Nuestra tarea es recibir hijos
que son pecadores por naturaleza y que merecen la ira, e
instruirlos en la Palabra y los caminos de Dios, para que Él
pueda rescatarlos del reino de Satanás y transferirlos al
reino de Su amado Hijo. Ese es el objetivo. ¿Cómo lo
logramos? En eso nos concentraremos en el próximo
capítulo.
Para hablar juntos
Cuando olvidamos la doctrina del pecado heredado, a
menudo nos encontramos intentando cambiar el corazón de
nuestros hijos por nuestras propias fuerzas. Tal vez estés
intentando cambiar el corazón de tu hijo si te encuentras
rogándole que te obedezca por alguna razón que no sea la
gloria de Dios.
Quizás a veces digas cosas como estas: «Cariño, por favor
limpia tu habitacióncomo te lo pedí los últimos diez
minutos. Estoy agotado». O algo así: «Cuando yo era chico,
jamás se me habría ocurrido comportarme así». Esta es una
clase de manipulación para intentar cambiar su corazón sin
la obra del Espíritu. Y después está la típica frase: «Pero mi
amor, Jesús quiere que lo invites a tu corazón, para que
puedas ir al cielo», cuando en realidad lo único que quieres
es que deje de actuar como el pequeño (o gran) pecador
que es. Recuerda, tal vez podamos cambiar su conducta
temporalmente, pero Dios es el que hace el cambio a largo
plazo en su corazón pecaminoso.
1. ¿De qué maneras te ves tentado a olvidar o ignorar la
doctrina del pecado heredado en tu crianza? Piensa en
alguna vez en que no hayas tenido esto en cuenta. ¿Cómo
podría haber cambiado esa interacción si hubieras
recordado que tus hijos necesitan un corazón nuevo?
2. Al mirar atrás a tu crianza, ¿te das cuenta de que a veces
te has conformado con un cambio de conducta en lugar de
un cambio de corazón? ¿Cómo cambiará la manera de criar
a tus hijos la comprensión de que estás pastoreando su
corazón?
3. Menciona al menos tres razones que aprendiste al leer este
capítulo y cómo las aplicarás a tu vida esta semana.
4. Haz una lista de otros temas que te gustaría hablar con tu
cónyuge después de leer este capítulo.
2. Estamos usando «espíritu sumiso» y «corazón humilde» de manera
intercambiable.
Capítulo 3
Un mapa de carretera para el
camino
Principio: Si deseamos criar hijos que vivan para Dios, la
dirección de los padres debería ir cediéndole el paso
naturalmente a la responsabilidad personal, a medida que
nuestros hijos maduran.
Cuando estudiaba para obtener mi doctorado, casi nunca
rechazaba una oportunidad para predicar. Ya percibía que el
Señor me había llamado a ser pastor, pero debido a mis
estudios, no podía servir a tiempo completo en una iglesia.
Así que, cuando un compañero de clase me pidió que lo
reemplazara como predicador invitado durante un par de
domingos en los que él no estaría, ¡inmediatamente dije
que sí! Me dijo el nombre de la iglesia y la ciudad donde
estaba. Seguramente supuso que yo sabría cómo llegar.
Cuando llegó el domingo, nuestra familia se preparó, nos
subimos a la camioneta y empezamos el viaje de una hora
hasta la iglesia. Como esto era antes de que nuestros
teléfonos inteligentes tuvieran la ayuda de los Sistemas de
Posicionamiento Global (GPS), tracé el recorrido en un mapa
en línea e imprimí las indicaciones. Después de conducir
durante una hora, me di cuenta de que las indicaciones no
eran adecuadas. Después, nos encontramos conduciendo en
una calle de una sola dirección. Se dirigía hacia nosotros un
tractor grande, y no nos quedaba espacio para pasar.
Claramente, estábamos perdidos. Necesitábamos ayuda.
Me hubieras visto en traje y corbata, saliendo por la
ventanilla del pasajero para pedirle al agricultor que nos
indicara cómo llegar a la iglesia. Nunca había escuchado
hablar de esa iglesia, pero conocía un poco la zona. Así que
nos señaló hacia la dirección en general.
Cuando llegamos a una esquina donde había una tienda,
nos detuvimos para confirmar las indicaciones. El encargado
de la tienda tampoco había escuchado mencionar esa
iglesia, pero también creía conocer la zona donde se
encontraba. Por último, después de conducir casi dos horas,
la encontramos. La reunión ya había comenzado. Un
diácono nos recibió afuera, me dio el micrófono y entré
directamente al púlpito a predicar. De más está decir que
me latía tan fuerte el corazón que pensé que se saldría de
mi pecho. Estaba nerviosísimo. Pero por gracia de Dios,
llegué al final del sermón.
La crianza puede parecerse mucho a ese viaje en familia
hasta la iglesia. Tenemos una idea general de hacia dónde
nos dirigimos. Pensamos que tenemos trazado el curso. Pero
enseguida nos vamos dando cuenta de que las cosas no
salen como planeamos. Nos señalan constantemente hacia
la dirección general, pero nunca estamos del todo seguros
de que estamos yendo por buen camino. Y por fin, llegamos
a destino. Nuestro hijo ya es adulto, y nos queda la duda.
«¿Habremos tomado el camino correcto?». «¿Estará bien?».
«¡¿Y si hicimos todo mal?!».
Jeanine y yo escribimos este libro, no porque tengamos
todas las respuestas, sino porque ya hace tiempo que
estamos en este camino. Por gracia de Dios, hemos llegado
a un lugar en el cual ya entregamos a varias de nuestras
hijas en matrimonio. Ahora estamos viendo el fruto de ser
abuelos. Todo esto para decir que no somos expertos, pero
somos compañeros de viaje en este camino llamado
crianza. Nosotros también nos hemos desviado e incluso
salido de la autopista en un lugar equivocado. Pero nuestro
Dios es misericordioso, y queremos recordártelo
constantemente. Dios no espera que seamos padres
perfectos. Nuestros hijos no necesitan padres perfectos.
Tienen un Padre perfecto en el cielo. Lo que necesitan es
que seamos padres humildes, contritos, fieles y piadosos.
Así que no te desanimes ante tus aparentes fracasos.
Servimos a un Dios que saca creaciones hermosas de
nuestros desastres. Sin embargo, debes saber que la gracia
de Dios no nos exime de nuestras responsabilidades. Antes
de meternos en la práctica bíblica de la crianza cristiana en
la segunda parte (caps. 4–6), queremos poner una última
piedra angular en este capítulo.
Hasta ahora, mientras poníamos los cimientos bíblicos y
teológicos para la crianza cristiana, argumentamos en el
capítulo 1 que nuestro deseo para nuestros hijos debería ser
el mismo que el de nuestro Padre celestial para los Suyos:
hijos que vivan para Él. Después, en el capítulo 2, nos
propusimos recordar que, a menos que entendamos que el
contexto en el que estamos criando es la caída, lo mejor
que podremos lograr es modificar la conducta de nuestros
hijos. Tristemente, criar hijos sin entender que son
pecadores que necesitan un nuevo corazón los frustrará por
la imposibilidad de obedecer o creará fariseos pedantes que
sean expertos en cumplir reglas.
Ahora, queremos darte un mapa de carretera para llegar a
destino. Es frustrante saber adónde te diriges (a producir
hijos piadosos) pero no conocer el camino que lleva allí.
Ofreceremos indicaciones detalladas para cada grupo etario
en la parte 3 (caps. 7–9), pero ahora, queremos darte un
panorama general del camino. A medida que crías tus hijos
en la disciplina y la instrucción del Señor, la dirección de los
padres debería ir cediéndole el paso naturalmente a la
responsabilidad personal, a medida que tus hijos maduran a
través de las distintas etapas de la vida. Veamos si
podemos explicarlo mejor al mostrarte primero lo que
sucede cuando tomas el camino equivocado.
El hogar centrado en el niño
Muchos padres cristianos conocen bien Proverbios 22:6.
Dice: «Enseña al niño el camino en que debe andar, y aun
cuando sea viejo no se apartará de él» (LBLA). Aunque el
principio es verdad y muy útil, el original hebreo en realidad
declara: «Instruye al niño en su propio camino…». ¿Lo
captaste? Es una perspectiva distinta, ¿no?, pero ese
principio también es verdad. ¿Cómo instruyes a un niño en
su propio camino? Le permites hacer todo lo que quiere. En
otras palabras, cuando permitimos que nuestros hijos
gobiernen la casa, en realidad, los estamos instruyendo en
egoísmo. Naturalmente, cuando no les damos lo que
quieren, se enojan. Y si permitimos que un niño haga lo que
quiere toda su vida, incluso cuando sea viejo, no se apartará
de ese camino. Esto es lo que llamamos un hogar centrado
en los niños. Imagínatelo como un rectángulo:
En un hogar centrado en los niños, los padres renuncian a
su dirección en los primeros años. Observa cómo el niño
tiene mucha libertad desde temprano. A menudo, los padres
no se dan cuenta de lo que están haciendo. Sencillamente,
le dan al niño muchas opciones.
Como ya mencioné, cuando nació nuestra primera hija, la
alimentábamos cada vez que lloraba. Nos resultabanatural.
Es más, nos dijeron que era lo correcto. Pero al poco tiempo,
nos dimos cuenta de que éramos esclavos del llanto de
nuestra hija.
También hemos visto esto en los hogares donde los padres
les dan opciones a sus hijos a la hora de comer. En esencia,
los padres se transforman en cocineros de minutas. «¿Qué
te gustaría comer, mi amor?». Después, se transforman en
consultores personales de imagen. «¿Qué? ¿No te quieres
poner ese vestido? ¿Entonces cuál? Ah, ¿pero no te parece
que este te queda bien?». Antes de que te des cuenta, el
niño está manejando la casa. Todo gira alrededor de él.
Determina el menú familiar. Establece cuál es la hora de irse
a dormir. Dicta las actividades familiares que realizarán.
Entiendes a qué me refiero. Tristemente, lo que solía ser
tierno («Ay, mira qué lindo vestido elegiste») se vuelve
insoportable en la preadolescencia. Y después, cuando el
hijo pasa por la pubertad y saca la licencia de conducir, lo
has formado tanto en independencia, que ahora decides
que debes ponerle un freno. Por desgracia, es demasiado
tarde. Ya lo instruiste en su propio camino.
En este hogar, los primeros años son «divertidos y lindos»,
pero los padres llegan a detestar los «años adolescentes».
Después de darle tanta libertad al hijo la mayor parte de su
vida, ahora sienten que tienen que clavar los frenos.
Por supuesto, hay un posible extremo en el hogar centrado
en el niño, y es que los padres nunca intenten volver a
recuperar el control o brindar guía. En tales casos extremos,
el niño se cría sin la guía de los padres. En cualquier caso, el
hogar centrado en el niño suele estar marcado por el caos
en los primeros años y por el conflicto en los años
posteriores. Pero este no es el único camino equivocado que
podemos tomar como padres.
El hogar democrático
El hogar democrático es apenas mejor que el hogar
centrado en el niño. La familia democrática se considera
iluminada y civilizada. El objetivo es enseñarles a los hijos a
tomar decisiones responsables. Así que se proponen desde
temprano preparar a los hijos para sopesar todas sus
opciones y tomar decisiones sabias. Después, en cuanto a la
casa en sí, las decisiones se toman en conjunto. Hay
reuniones familiares organizadas. Todos se turnan en
comunicar su opinión. En esta casa, los padres no son la
autoridad en sí, sino más bien una especie de facilitadores.
Este es un ejemplo de lo que podría ser un hogar
democrático.
El problema con esta clase de hogar es que es demasiado
ingenuo. No toma en cuenta la doctrina del pecado
heredado. Y al igual que el hogar centrado en el niño, les da
demasiada libertad y responsabilidad a los hijos durante los
primeros años. Lo que quiero decir es esto: ¿acaso van a
«votar» para ver lo que cenarán? ¿Cómo negociarán lo que
el niño vestirá para una ocasión formal? ¿El voto de papá y
mamá tendrá un doble valor? ¿Qué pasa si los niños
superan en número a los padres? ¿Y qué sucede con la
disciplina correctiva? ¿Cómo será en la práctica? ¿La familia
se sentará cada vez que un hijo haga algo mal y lo debatirá
en conjunto?
Una vez más, esto sería fantástico si funcionara, pero es
ingenuo. No toma en cuenta la naturaleza humana
pecaminosa. Entonces, ¿a qué deberíamos apuntar? ¿Cuál
es el camino que nos ayudará a alcanzar nuestro destino
como padres: criar hijos que vivan para Dios?
El hogar dirigido por los padres
En el hogar dirigido por los padres, los padres buscan
representar la buena autoridad de Dios ante sus hijos.
Abrazan la autoridad como un regalo bueno de parte de
Dios, no como algo que rechazar o por lo cual sentirse
avergonzado. En cambio, se consideran instrumentos de
Dios, llamados a formar a sus hijos a la imagen y semejanza
del Señor (Ef. 6:1-4). Es decir, a criar hijos piadosos. Que no
te quepa duda, estos padres no son perfectos. Es más,
saben que no lo son. Así que confían en el Señor con todo
su corazón y consideran la crianza como una mayordomía
de por vida. En otras palabras, saben que están criando a
largo plazo. ¿Cómo sería en la práctica un hogar dirigido por
los padres?
Observa cómo en los primeros años hay mucha guía por
parte de los padres. Pero, a medida que el niño crece en
madurez, la dirección de los padres va cediéndole el paso
naturalmente a la responsabilidad del hijo. Aunque este
mapa de carretera será fructífero a largo plazo, no es tan
solo pragmático. Creemos que es bíblico. A lo largo de la
Escritura, Dios advierte y anima a Su pueblo a permanecer
en el camino de la justicia que lleva a la vida (Sal. 1). Nos ha
puesto a todos en relaciones de autoridad y sumisión, de
manera que aquellos que están sobre nosotros puedan
guiarnos por el camino correcto. Como padres, esa es la
responsabilidad que Dios nos ha dado para nuestros hijos.
En Efesios 6:1, por ejemplo, Pablo manda a los hijos a
«[obedecer] en el Señor a [sus] padres, porque esto es
justo». En mi opinión, Pablo se está dirigiendo a los niños
cristianos en la iglesia. Después de todo, le está escribiendo
a toda la iglesia, y les manda a los niños de la iglesia a
obedecer «en el Señor». El apóstol añade: «Honra a tu
padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con
promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre
la tierra» (vv. 2-3).
El quinto mandamiento fue dado a Israel, y ellos debían
enseñarles a sus hijos incrédulos a honrar a sus padres (Ex.
20:12). Este mandamiento ofrece una promesa: una larga
vida en la tierra prometida. Bajo el viejo pacto, esta
promesa estaba relacionada con la herencia de la tierra.
Pero bajo el nuevo pacto, en el cual estamos ahora, se
relaciona con nuestra herencia eterna en el cielo y la tierra
nuevos (Ef. 1:11-14).
En otras palabras, la obediencia trae bendiciones
inmediatas: gozo, paz, buenas relaciones, caminar en
sabiduría. No se puede ganar una herencia eterna mediante
la obediencia. Sin embargo, al enseñar a nuestros hijos a
obedecer, preparas sus corazones para escuchar el
evangelio y, si Dios quiere, para aferrarse a él. Recuerda
que solo Dios puede darle a tu hijo un corazón nuevo. Pero
si lo hace, su obediencia servirá como evidencia de su
salvación.
Para guiar a los hijos por el camino que conduce a la vida,
los padres son mandados a «[criarlos] en disciplina y
amonestación del Señor» (Ef. 6:4). Desarrollaremos lo que
eso significa en los próximos capítulos. Sin embargo, lo que
estamos tratando de expresar en este capítulo queda claro
con este pasaje. Como padres cristianos, nuestra función
dada por Dios es discipular fielmente a nuestros hijos hacia
una madurez y una semejanza a Cristo. Dios desea tener
hijos que vivan para Él, y los padres son el principal
instrumento que usa para llevar nuestros hijos hacia Él. El
mapa de carretera que nos ha dado nos enseña a dirigir a
nuestros hijos desde temprano. No obstante, a medida que
van madurando, debemos prepararlos para manejar cada
vez más responsabilidad. Nuestro objetivo es que, cuando
los hijos se vayan de nuestro hogar, sean adultos maduros
que se parezcan a Cristo y caminen por el sendero que lleva
a la vida.
No provoques a tus hijos
Por supuesto, nosotros también somos pecadores que
necesitan gracia y arrepentimiento. Así que habrá veces en
las que frustraremos a nuestros hijos. Por eso Pablo nos
advierte: «no provoquéis a ira a vuestros hijos» (Ef. 6:4). El
pastor John MacArthur explica que Pablo «sugiere un patrón
repetido y constante de trato que genera una ira y un enojo
arraigados que se manifiestan en una abierta hostilidad»3.
Gracias a Dios, nuestros hijos son fuertes e indulgentes.
Pero un patrón constante que hace que un niño se sienta
avergonzado o atrapado, menospreciado o ignorado, llevará
a acumular resentimiento, enojo y, con el tiempo, amargura.
¿Cómo podemos generar ira en nuestros hijos? Bueno, hay
dos tendencias principales. En general, todos los padres
oscilan entre las dos.
1. El padre dominante y opresor. Este padre anhela

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