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Contenido Introducción: ¡Ayuda! ¡Soy padre! Capítulo 1: Dios desea hijos que vivan para Él Capítulo 2: El centro del problema Capítulo 3: Un mapa de carretera para el camino Capítulo 4: El lugar del ejemplo parental en la crianza de hijos piadosos Capítulo 5: El lugar de la instrucción bíblica en la crianza de hijos piadosos Capítulo 6: La disciplina bíblica: Cómo guiar a los hijos a caminar en sabiduría Capítulo 7: La crianza en los primeros años (0-5 años de edad) Capítulo 8: La crianza en los años intermedios (6- 12 años de edad) Capítulo 9: La crianza en la adolescencia (13-18 años de edad) Conclusión: Palabras de ánimo Apéndice 1: Recursos en español Apéndice 2: Cartas de las muchachas Sánchez Oye, hijo mío: Una guía práctica para criar a tus hijos en el Señor Copyright © 2022 por Juan y Jeanine Sánchez Todos los derechos reservados. Derechos internacionales registrados. B&H Publishing Group Nashville, TN 37234 Diseño de portada: The Visual Republic / Alexis Ward Director editorial: Giancarlo Montemayor Editor de proyectos: Joel Rosario Coordinadora de proyectos: Cristina O’Shee Clasificación Decimal Dewey: 306.874 Clasifíquese: PATERNIDAD Y MATERINIDAD / CRIANZA / RELACIÓN PADRES E HIJOS Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida ni distribuida de manera alguna ni por ningún medio electrónico o mecánico, incluidos el fotocopiado, la grabación y cualquier otro sistema de archivo y recuperación de datos, sin el consentimiento escrito del autor. Las citas bíblicas marcadas RVR1960 se tomaron de la versión Reina-Valera 1960 ® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960; Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960 ® es una marca registrada de las Sociedades Bíblicas Unidas y puede ser usada solo bajo licencia. Las citas bíblicas marcadas NTV se tomaron de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Usado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188, Estados Unidos de América. Todos los derechos reservados. Las citas bíblicas marcadas NVI se tomaron de La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional ® , © 1999 por Biblica, Inc. ® . Usadas con permiso. Todos los derechos reservados. Las citas bíblicas marcadas LBLA se tomaron de LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS, © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation. Usadas con permiso. ISBN: 978-1-5359-9940-3 1 2 3 4 5 * 25 24 23 22 Introducción ¡Ayuda! ¡Soy padre! Antes de tener hijos, lo más probable es que tuvieras sueños y esperanzas sobre cómo criarías a tus hijos, y sobre cómo resultarían. ¡Algo era seguro! NO serías un padre igual a tus padres. No cometerías los mismos errores que ellos cometieron al criarte. Entonces, sucedió. Te transformaste en padre. Rápidamente, esas esperanzas y sueños empezaron a desvanecerse. En algún momento, tal vez incluso cuestionaste tu decisión de tener hijos. Tenías un plan. Pensabas que sabías lo que ibas a hacer. Entonces, llegaron los hijos, y nada salió como esperabas. ¡Es posible que te sientas tan frustrado que hasta hayas gritado pidiendo ayuda! Tal vez no de manera literal, pero en tu mente. A Dios. O quizás también hayas clamado literalmente pidiendo ayuda. Está bien. Nosotros también. Sin embargo, antes de seguir avanzando, permíteme advertirte que este no es el libro «experto» sobre crianza que resolverá todos tus problemas. ¡Lo lamento! Además, no es el último libro sobre crianza que vas a leer. Seguramente, no es el primero. Entonces, ¿por qué este libro? Porque hemos aprendido que Dios ya proveyó la ayuda que necesitan los padres. Como cristianos, nos dio a Cristo y la buena noticia de la salvación. Nuestros hijos no son perfectos. Es más, nacen pecadores. Necesitan a Cristo, al igual que nosotros. Y nuestros hijos no necesitan padres perfectos. Necesitan un Salvador perfecto. ¡Qué buena noticia, porque Dios ya lo proveyó en Jesús! Además, nos ha dado Su Palabra como el estándar, no solo para la crianza, sino también para toda la vida. Y nos ha dado los unos a los otros: la iglesia. Una de las cosas que aprendí temprano en la crianza fue a pedir ayuda, con la mayor frecuencia posible y antes de que las cosas se pusieran demasiado feas. Eso empieza pidiéndole ayuda a Dios. ¡Estamos hablando de la oración! Gran parte de nuestra crianza la hicimos de rodillas… orando por salvación, seguridad, sabiduría, esposos piadosos (tenemos todas hijas mujeres), matrimonios fieles y nietos. Comprendes la idea. Además, al mirar hacia afuera, nos dimos cuenta de que había padres que ya habían recorrido más camino que nosotros. Sus hijos estaban crecidos, o al menos, eran más grandes que nuestras hijas. Nos maravillamos al ver cómo se relacionaban con sus hijos y la buena respuesta que obtenían. Queríamos saber qué habían hecho, cómo lo habían hecho y por qué funcionaba. Cuando yo (Juan) servía en un ministerio de jóvenes en una iglesia rural en Florida, Estados Unidos, nos hicimos amigos con uno de los diáconos y con su familia. Él y su esposa estaban criando tres hijas. En ese momento, Jeanine y yo estábamos recién casados, así que no teníamos hijos. ¡¿Quién habría pensado que, según la providencia divina, criaríamos cinco hijas?! Pasamos mucho tiempo en su casa. Los observamos criar. Nos hicimos amigos de sus hijas. Fue una hermosa experiencia mirar y aprender como pareja joven sin hijos. Más adelante, empezamos a tener hijos propios… ¡todas niñas, recuerda! No teníamos idea de lo que hacíamos. Nuestra idea era que Jeanine se ocupara de todo lo que tuviera que ver con bebés, y yo me concentrara en terminar mis estudios universitarios. ¡No sabíamos nada! Se suponía que asistiéramos a clases de preparto, donde nos enseñarían algunas cuestiones básicas del cuidado de bebés, pero nuestra primera hija se adelantó. Tan solo pudimos asistir a una clase. Así que ahí estábamos, una joven pareja de veinteañeros. Llevamos una beba a casa y no teníamos idea de qué hacer. Cuando ella lloraba por la noche, yo despertaba a Jeanine y le pedía que la alimentara. Es más, cada vez que lloraba, le pedía a Jeanine que la alimentara. Era la única forma que teníamos de hacer que dejara de llorar. Cuando nuestra primera hija creció un poco, la pasamos a una cama pequeña. Nuestra rutina de la hora de dormir era mirar videos de Winnie the Pooh hasta que le diera sueño. Entonces, la acostábamos. Me ponía de rodillas junto a su cama, y le palmeaba la espalda hasta que se quedaba dormida. Después, intentaba salir gateando de la habitación en el mayor silencio posible. Si ella hacía algún sonido o se movía, me apuraba a volver a su lado y empezaba a palmearle la espalda otra vez. Recién a los cuatro años de edad aprendió a dormir toda la noche sola. ¡Ayuda!, pensaba. La crianza no puede ser así para siempre, ¡¿no?! Cuando Jeanine volvió a quedar embarazada, le dije que ya era suficiente. No podíamos seguir así con otro niño. Le dije: «¡Vas a tener que ver cómo hacemos, porque no podemos hacer lo mismo que antes!». Al mirar atrás, veo lo egoísta que fui. ¿VAS a tener que ver cómo hacemos? ¿No era acaso una tarea conjunta? No hace falta decir que tuvimos que buscar ayuda. Alguien le presentó a Jeanine la idea de acostumbrar al bebé a una rutina de sueño y alimentación. ¡Imagínate! En vez de permitirle a la beba que dirigiera nuestras vidas, nosotros podíamos dirigir la de ella. ¡Qué novedoso! Este fue el principio de nuestra transformación. Bueno, de la transformación de Jeanine, para ser sincero. Yo seguía siendo el mismo Juan egoísta. Es más, durante los primeros seis años de nuestro matrimonio, tenía la idea de que Jeanine era la responsable de cuidar a las bebés y a las niñas pequeñas. En algún momento, cuando ya supieran ir al baño solas, pudieran comunicarse verbalmente y fueran más independientes, yo intervendría y me ocuparía. Evidentemente, estoy exagerando,pero no demasiado. Durante seis años, descuidé mis responsabilidades como padre. Y durante seis años, Jeanine leyó los libros sobre crianza y oró para que Dios me despertara a mis responsabilidades. Felizmente, el Señor lo hizo. A unos seis años de casados, Jeanine me pidió que asistiera con ella a una conferencia sobre crianza. No estaba demasiado seguro, pero sabía que tenía que apoyarla. Para mi sorpresa, el Señor me tocó. Tiendo a pensar en forma teológica, y por primera vez, un pastor me mostró mis responsabilidades en la Escritura. El orador hizo un argumento teológico sobre la función de los padres en el hogar y sobre cómo debemos criar a nuestros hijos de manera que glorifique a Dios. Eso me marcó. Volví a casa como un hombre nuevo. Bueno, al menos, como un padre nuevo. Empecé a tomar en serio mi responsabilidad en la crianza. Comencé a guiar y a disciplinar a mis hijas. Me encargué de la rutina de la hora de dormir y empezamos a leer juntos en voz alta. Al recordar aquella época, doy gracias a Dios. ¡Sé que mi esposa también le da gracias! En Su misericordia, Él nos ha permitido criar cinco hijas. No son perfectas. Nosotros tampoco. Por la misericordia de Dios, todas profesan una fe en Cristo. A medida que buscamos formar a nuestras hijas para que reflejaran la imagen de Dios, el Señor las usó para formarnos también. Así que escribimos este libro juntos, no como expertos ¡sino como padres que también clamaron pidiendo ayuda! Nos alegramos de que lo hayas empezado a leer. Considéralo una colección de lecciones que aprendimos en el camino y que deseamos transmitir a otros en esta travesía de la crianza. Tal vez ya hayas aprendido algunas de estas lecciones. ¡Genial! Nos regocijamos con aquellos que están más adelante que nosotros en este camino. Nos encanta aprender de los que van más avanzados. Pero sospecho que algunas de las lecciones que aprendimos te resultarán útiles. Por eso escribimos este libro. Antes que nada, en la primera parte, queremos afirmar nuestra conversación en la Palabra de Dios. Para aquellos que, al igual que yo, necesiten que los convenzan (o les recuerden) desde la Escritura lo que deberíamos estar haciendo y a qué deberíamos apuntar como padres, empezaremos en el capítulo 1 colocando los cimientos bíblicos y teológicos para la crianza. Nuestro deseo en la crianza debería ser el mismo que el de Dios: tener hijos piadosos. Por eso nos creó. El problema es que, debido al pecado de Adán, todos nacemos pecadores. Así que, en el capítulo 2, confrontaremos la realidad del contexto de la crianza: la caída. Somos padres pecadores que necesitan un nuevo corazón. Si no lo entendemos, gran parte de nuestra crianza será apenas una modificación de conducta. Una vez puestos los cimientos bíblicos y teológicos, pasaremos al capítulo 3 para proporcionar un marco para la crianza cristiana. Es decir, queremos hablar de lo que somos llamados a hacer (y a no hacer) como padres. Si no seguimos el camino correcto, no persistiremos fielmente en una crianza bíblica hasta el final. En la segunda parte, queremos pasar de las bases bíblicas y teológicas de la crianza cristiana a explicar nuestras responsabilidades bíblicas: mostrar el evangelio con el ejemplo como padres (cap. 4) y enseñar el evangelio desde la Palabra de Dios (cap. 5). Por supuesto, uno de los desafíos como padres es cómo disciplinar a nuestros hijos. Así que, en el capítulo 6, dedicamos tiempo a considerar algunos proverbios y encontrar guía bíblica. Nuestro objetivo es arraigar nuestra función y nuestras responsabilidades como padres en la Escritura. Por supuesto, si estás buscando ayuda AHORA, las preguntas para las que quieres respuestas son las preguntas sobre «cómo». Es lo que esperamos proporcionarte en la tercera parte. Es imposible decir todo en estos capítulos, y tampoco lo intentaríamos. En cambio, considéralos una conversación de una hora mientras bebemos café. En el capítulo 7, Jeanine y yo nos sentamos con padres de niños más pequeños (0-5 años) y hablamos de lo que aprendimos que era más importante en esos años. Una vez más, no podremos cubrir todo. Sin embargo, este rango de edad es tan crucial que no pudimos resumir en un solo capítulo lo que teníamos para decir. Entonces, verás dos capítulos sobre estos primeros años. Nuestra oración es que te resulten útiles. Seguimos nuestras «conversaciones de café» en los capítulos 8 (6-12 años) y 9 (13-20 años). Te animamos a reunirte con otros padres y tener conversaciones similares juntos. Tal vez puedas leer este libro con un grupo de padres de tu iglesia. Anímense unos a otros y oren unos por otros. Aprendan de los demás. Sabemos que algunos se verán tentados a ir directo a la sección del «cómo» (capítulos 7-9). No podemos detenerte. Ahora que lo compraste, es tu libro. Así que empieza por donde quieras. Pero debemos advertirte algo. Pasar directamente a la tercera parte puede producir algunos resultados deseados de inmediato, pero dejarte frustrado a la larga. Queremos animarte a criar con la eternidad en mente. Piénsalo de esta manera. ¿Alguna vez quisiste bajar de peso? Es fácil bajar de peso rápido. Muchas dietas están diseñadas para ayudarte a ver resultados de inmediato. El problema es que esos resultados no son sostenibles. Es imposible mantener una dieta libre de carbohidratos mucho tiempo sin ver efectos adversos en tu cuerpo. También puedes bajar de peso rápidamente mediante mera fuerza de voluntad: cortando calorías o ayunando. El problema es que, en un momento de debilidad, comes algún dulce, y ese se transforma en dos y después tres. Cuando te das cuenta, estás atiborrándote de comida chatarra y recuperaste el peso que habías perdido. Eso se llama el efecto yo-yo en las dietas: arriba y abajo, arriba y abajo. Los médicos advierten que esta clase de dietas no es saludable. En cambio, si quieres bajar de peso y mantenerlo, es necesario que cambies tu forma de pensar, entendiendo lo que la comida le hace a tu cuerpo y cómo te hace sentir. Y hace falta un progreso lento. Eso te permite comprometerte con una mirada a largo plazo. Saltar a la parte 3 es como empezar una dieta libre de carbohidratos o ayunar. Tal vez veas resultados inmediatos, pero no es sostenible. Te animamos a ir despacio. Lee el libro con la Biblia a mano. Anota las preguntas que vayan surgiendo. Al principio de cada capítulo, anunciamos el principio que enfatizaremos en todo ese capítulo. Y al final de cada capítulo, escribimos algunas preguntas para debatir que te ayudarán a seguir la conversación con tu cónyuge o con otros que te animen. Una vez más, considéranos amigos que quieren ayudar al transitar contigo este camino de la crianza. Y por último, te instamos otra vez a orar; a orar por tus hijos, para que Dios les dé un nuevo corazón y puedan seguir a Cristo todos los días de sus vidas. Y también ora por ti, para que el Señor te conceda la gracia de aprender de Su Palabra, para que puedas comunicar Su corazón y empieces a desear para tus hijos lo mismo que Dios desea: que sean piadosos y reflejen Su imagen, para Su gloria. ¡A Dios sea la gloria! Juan y Jeanine Sánchez 1 de febrero de 2021 (el día en que nuestra hija menor cumplió 18 años) Capítulo 1 Dios desea hijos que vivan para Él Principio: Nuestro deseo para nuestros hijos debería ser el mismo que el de Dios: hijos que vivan para Él; hijos que reflejen la imagen de Dios y muestren Su gloria en todo lo que piensen, digan y hagan. Antes de que Jeanine y yo nos casáramos, tuvimos las típicas conversaciones prematrimoniales. Hablamos sobre la comunicación, las finanzas, la intimidad y, por supuesto, los hijos. Me da bastante vergüenza admitir que la mayoría de estas conversaciones se dieron desde la ignorancia, la inmadurez y el idealismo. Ignorábamos lo que sería tener hijos, y ni hablar de la crianza. Y como éramos inmaduros y teníamos una opinión más elevada de nosotros mismosde la que debíamos, idealizábamos prácticamente todo: la cantidad de hijos que tendríamos, el género que tendrían, cómo los cuidaríamos y cómo resultarían. Incluso teníamos un plan ideal. Pasaríamos los primeros cinco años de nuestro matrimonio conociéndonos antes de tener hijos. Como ya dije, éramos ignorantes, inmaduros e idealistas. El 29 de junio de 1990, por fin llegó el día de nuestra boda. Fue todo lo que esperábamos y más. Por consejo de un amigo, pospusimos la luna de miel seis meses para poder disfrutarla sin el agotamiento de un fin de semana de boda. Así que, a fines de diciembre, fuimos a la ciudad de Nueva York a celebrar la víspera de Año Nuevo en la Gran Manzana. Fue una experiencia maravillosa. Nuestro plan iba a la perfección: pasar tiempo como pareja conociéndonos, divertirnos juntos y crecer en nuestro amor mutuo. Sin embargo, todo cambió cuando volvimos a casa. Yo estaba terminando mis estudios universitarios antes de inscribirme en el seminario, cuando un día, Jeanine se encontró conmigo para almorzar en el campus. Con una amiga que la acompañaba, me informó tímidamente que estaba embarazada. Me quedé aturdido. No sabía qué decir. No era nuestro plan. Pero después de unos momentos, la abracé con torpeza y le dije: «Felicitaciones». No fue mi mejor momento, pero no sabía de qué otra manera responder. Había llegado al campus esa mañana como un joven recién casado, y me fui como un padre. No estaba listo para eso. Ella tampoco estaba lista. Nadie está nunca verdaderamente listo para ser padre. Felizmente, el Señor tuvo misericordia. A medida que el bebé crecía en el vientre de Jeanine, empecé a esperar con ansias todo lo que implicaría tener un hijo. Jeanine leía libros sobre embarazo y crianza de los hijos. Yo pensaba en nombres y me preguntaba si sería un varón o una niña. Al poco tiempo, estábamos encantados con la idea de tener un hijo. Como todos los padres expectantes, empezamos a pensar en lo que deseábamos para el futuro de nuestro hijo. Oramos por un bebé con buena salud. Acordamos que nuestro hijo no sería rebelde ni descontrolado como algunos niños que habíamos visto. Y nos prometimos que no lo criaríamos como nuestros padres nos habían criado. En esencia, en nuestra ignorancia, inmadurez e idealismo, deseábamos un hijo perfecto y suponíamos que seríamos los padres perfectos. No es que nuestros deseos fueran malos. Lo que sucede es que eran demasiado débiles. Como padres nuevos o jóvenes, solemos conformarnos con deseos temporales como un bebé con «diez deditos en las manos y en los pies», un hijo que sea inteligente o atlético, una persona que contribuya a la sociedad. Pero el mayor deseo que un padre puede tener para sus hijos es que crezcan «en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres» (Luc. 2:52). En otras palabras, nuestro mayor deseo debería ser que nuestros hijos vivan para el Señor; es decir, que nazcan de nuevo y sigan a Cristo todos los días de sus vidas. Nuestro deseo no debería ser tan solo que profesen una fe en Cristo, sino que reflejen la imagen de Dios y muestren Su gloria en todo lo que hagan. Y nuestro llamado supremo como padres es formarlos y modelarlos a imagen de Cristo. En palabras de Paul Tripp, no hay «nada más importante en tu vida que ser una de las herramientas de Dios para formar un alma humana».1 El deseo de Dios Es cierto que, como padres, tenemos muchos deseos buenos y esperanzados para nuestros hijos. Pero propongo que nuestro mayor deseo debería ser que vivan para Dios porque eso es lo que Él desea. En la profecía de Malaquías, el Señor reprendió a Judá porque los hombres habían sido infieles a sus esposas (2:14). En el contexto de esta reprensión, el Señor explica Su propósito para el matrimonio. «¿No te hizo uno el Señor con tu esposa? En cuerpo y espíritu ustedes son de Él. ¿Y qué es lo que Él quiere? De esa unión quiere hijos que vivan para Dios. Por eso, guarda tu corazón y permanece fiel a la esposa de tu juventud» (2:15, NTV). En medio de la infidelidad de Su pueblo, Dios les recuerda uno de los propósitos importantes del matrimonio: producir hijos que vivan para Dios. Pero para entender el deseo de Dios de hijos que vivan para Él, debemos empezar nuestro estudio en Génesis 1:26-28. Allí, descubrimos que Dios creó a Adán y Eva a Su imagen para que tuvieran hijos que llenaran la tierra de Su imagen y Su gloria. Si, como declara Malaquías 2:15, Dios unió a Adán y a Eva en matrimonio para producir hijos piadosos, ¿cómo debería entonces influir el deseo de Dios de hijos que vivan para Él en nuestros deseos para nuestros hijos? El diseño de Dios Estaba en la sala de partos cuando nació nuestra primera hija. Como joven padre expectante, no tenía idea de lo que sucedía a mi alrededor. Incluso durante el parto, no fui de mucha ayuda. Entonces llegó el momento, y nació nuestra bebita. «Es una niña», anunció el médico. Yo estaba eufórico y aterrado a la vez al sostener una vida humana en mis brazos. Un sinnúmero de pensamientos, preguntas e inquietudes inundaron mi mente en un momento. Al mirar a este bebé, mi hija, pensé en todo el potencial que tenía en brazos. No lo podía creer, me abrumaba el diseño de Dios. El hombre y la mujer se hicieron una sola carne (Génesis 2:24). Y de esa unión de una sola carne, Dios hizo otro ser humano (Salmo 139:13-16). No obstante, el diseño de Dios para la familia no es tan solo que un hombre y una mujer se casen y llenen la tierra de hijos. Eso no es lo que quiere decir «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra» (Gén. 1:28). De lo contrario, el objetivo final para los esposos sería tener la mayor cantidad de hijos que fuera biológicamente posible. En cambio, Dios desea tener hijos que vivan para Él. Otra manera de decirlo es que desea hijos que se le parezcan. Considera cómo, en Génesis 1:26-28, el deseo de Dios de hijos piadosos informa el mandamiento de ser fructíferos, multiplicarse y llenar la tierra. Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Los teólogos debaten sobre lo que significa ser hechos a imagen de Dios, pero al menos podemos sacar algunas conclusiones preliminares. 1. La palabra semejanza se utiliza de manera similar a la del presente. Cuando decimos: «De tal palo, tal astilla», nos referimos a que padre e hijo son semejantes. Guardar semejanza con alguien implica tener características similares. Fuimos creados para ser parecidos a Dios. Está claro que Dios tiene características o atributos únicos que no compartimos. Aun así, Dios nos comunica ciertos atributos: amor, sabiduría, santidad, rectitud, justicia. Como imagen de Dios, los hijos piadosos reflejan el carácter de su Padre celestial (Mat. 5:48). 2. La palabra imagen se usa en todo el Antiguo Testamento para referirse a las representaciones físicas de las deidades (Núm. 33:52). Es otra palabra para «ídolo», una imagen de madera o metal de un dios (Ez. 16:17). Aunque Dios le prohíbe a Israel que haga imágenes de Él (Ex. 20:4-6), Él nos hizo a Su imagen. Somos las representaciones físicas de Dios sobre la tierra. Por cierto, Dios no tiene características físicas, y nosotros no fuimos creados como «pequeños dioses». Aun así, Adán y Eva fueron creados para representar el gobierno de Dios sobre la tierra al ejercer dominio sobre la creación en nombre de Dios (vv. 26, 28). Como imagen de Dios, los hijos piadosos representan la autoridad de Dios sobre la tierra. En parte, lo hacen alobedecer a las autoridades humanas que Dios ha puesto sobre ellos, como los padres, los maestros y los funcionarios de gobierno, y al ejercer una autoridad justa y amorosa cuando ellos tienen que asumir una de estas funciones. Entonces, uno de los propósitos del matrimonio es tener descendencia y llenar la tierra con hijos que vivan para Dios (Mal. 2:15); hijos que porten la imagen y la semejanza del Señor (Gén. 1:28). Observa que el mandato creacional de ser fructíferos y multiplicarse y llenar la tierra se da en el contexto del jardín antes de la caída. ¿Por qué es importante esto? Porque en Génesis 1 y 2, vemos el diseño de Dios para la humanidad antes del pecado. Adán fue creado primero. Como no había ningún otro ser humano, estaba solo. Es la primera vez en el relato de la creación en que Dios declara que algo no era bueno (Gén. 2:18). Entonces, Dios creó a Eva. Sin embargo, no la creó solamente para corregir la soledad de Adán. La creó para que fuera una «ayuda idónea» para él (Gén. 2:18). A diferencia del resto de la creación (Gén. 2:19-20), la mujer es la pareja para el hombre. Es su complemento. Y fue creada para ayudarlo a cumplir el mandato de la creación (Gén. 1:28). Aquí nos encontramos con otro aspecto importante del diseño de Dios. Aunque el hombre y la mujer son iguales en cuanto a imagen de Dios, tienen roles distintos pero complementarios. El hombre fue creado para ser el líder. Que haya sido creado primero (Gén. 2:15), que les haya puesto nombre a todos los animales (2:19-20) y también a Eva (2:24) señala a su autoridad como líder. El Nuevo Testamento confirma el rol de liderazgo del hombre sobre la base de que fue creado antes que Eva (1 Tim. 2:13-15). También explica el rol del hombre como cabeza de la mujer (1 Cor. 11:3; Ef. 5:22-24). Nuestra cultura igualitaria rechaza firmemente la idea del liderazgo masculino como algo anticuado y patriarcal. «Ahora vemos con mayor claridad», declara la cultura, «hemos aprendido la lección. ¡Los hombres y las mujeres son iguales! No hay distinción entre ambos». Los igualitarios luchan por la igualdad entre hombres y mujeres, y con buena razón. Sin embargo, arraigan la igualdad en el lugar incorrecto. Argumentan que la igualdad entre hombres y mujeres tiene que ver con nuestros roles, con lo que hacemos. «Si los hombres y las mujeres van a ser iguales — declaran—, entonces deben ser libres para hacer las mismas cosas». Pero eso es absurdo. Los hombres y las mujeres tienen roles particulares que son únicos para su género. Los hombres, por ejemplo, no pueden quedar embarazados y dar a luz un hijo. Esa es una capacidad única de las mujeres, según el diseño de Dios. Además, las personas cumplen distintos roles de acuerdo a su educación, sus talentos y habilidades. Algunos hombres son atletas, otros son artistas. Algunas mujeres son amas de casa, otras son médicas. La igualdad entre seres humanos no se basa en lo que hacemos, sino en lo que somos: seres humanos creados a imagen de Dios. En el relato de la creación, Dios le asignó al hombre el rol de liderar, proteger y proveer. A la mujer, le indicó que ayudara al hombre, y que juntos cumplieran lo que Él les encomendó. Observa que dije «lo que Él les encomendó». Mujeres, tal vez se les pongan los pelos de punta al pensar que su función es simplemente ayudar al hombre a cumplir «su» tarea, pero eso no es lo que la Biblia dice. Juntos, el hombre y la mujer cumplen el mandato de la creación, pero cada uno tiene su función. Fíjate que Dios le encomendó a Adán que protegiera el espacio del jardín y cuidara la creación. Antes de crear a la mujer, Dios puso a Adán en el jardín «para que lo labrara y lo guardase» (Gén. 2:15). La palabra labrara también podría traducirse sirviera, y guardase podría traducirse protegiese. Estas dos palabras se usan juntas para describir la función del sacerdocio levita. Los levitas tenían la tarea de ayudar a Aarón, el sumo sacerdote, sirviendo en el tabernáculo y protegiendo el espacio sagrado (Núm. 3:7-8; 8:26; 18:6-7). Como Dios habitaba en el jardín con Adán, el Edén era un lugar sagrado. Adán era un sacerdote llamado a servir en la presencia de Dios y a proteger el espacio sagrado. Al igual que Eva, portaba la imagen de Dios. Sin embargo, a diferencia de ella, fue puesto en el jardín para guiar, proteger, proveer y cuidar la creación. Padres, permítanme que yo (Juan) les hable directamente. Esta es nuestra función: guiar, proteger y proveer para aquellos que están bajo nuestro cuidado y autoridad. Una de las quejas comunes que he recibido como pastor es la de mujeres que quisieran que sus esposos guíen bien a su familia. Como confesé en la introducción, durante los primeros seis años de nuestro matrimonio, yo fui uno de esos esposos pasivos. No entendía correctamente el matrimonio y la crianza. Suponía que mi esposa asumiría la plena responsabilidad de cuidar y disciplinar a nuestros hijos. Yo, por otro lado, estaba ocupado con el trabajo y el ministerio. Entonces, un día, fui con Jeanine a una conferencia para padres y el Señor me convenció de que había abdicado a mis responsabilidades como el líder de nuestro hogar. Me tomó algo de tiempo, pero a medida que tomé en serio mis responsabilidades y aprendí a discipular y a disciplinar a mis hijos según el diseño de Dios, Jeanine empezó a confiar más y más en mí como líder de la casa. Con el tiempo, empezó a buscar mi guía para pastorear a nuestras hijas en la Palabra de Dios y disciplinarlas cuando fuera necesario. Hermano, ¿estás liderando en tu hogar de acuerdo con el diseño de Dios, o has abdicado a tus responsabilidades de liderazgo? Siéntate con tu esposa en algún momento en el que no haya conflictos y convérsalo con ella. Recuerda que es tu ayudadora. Así que ¡pídele que te ayude! Madres, Dios creó a Eva para que ayudara a Adán. Aunque estaba igualmente hecha a imagen de Dios, el rol de Eva era ayudar a su esposo. Juntos, Adán y Eva debían poblar el jardín con hijos piadosos: hijos que portaran la imagen divina. Mujeres, permítanme que les hable con sinceridad. Como fui uno de esos esposos que abdican a sus responsabilidades parentales en el hogar, entiendo su frustración ante la falta de liderazgo masculino. Pero permítanme advertirles también que ningún esposo fue ganado jamás mediante críticas y quejas. He hablado con demasiados hombres que, al igual que yo, reconocieron sus errores en el hogar y querían cambiar. Pero como las esposas constantemente los degradaban, terminaban llegando a la conclusión de que, hicieran lo que hicieran, nunca sería suficiente. En vez de desgastar constantemente a tu esposo a través de las quejas y la crítica, ¿por qué no lo ayudas? Edifícalo. Anímalo en las cosas buenas que hace. Ayúdalo en sus debilidades. Juntos, busquen a una pareja mayor que los guíe. Hablen con sus pastores. Y padre, permíteme recordarte que tu esposa es una ayuda. Y como ayuda, quiere que tú y tu familia prosperen. Así que, entiende que, cuando se queja o te critica, está intentando ayudarte. Claro que puede haber mejores maneras de ayudar, pero si escuchas su queja como un deseo de ayudarte a ser mejor esposo y padre, eso te permitirá considerar sus inquietudes y pedirle a Dios la gracia para cambiar. Si tu esposa se caracteriza por la crítica y la queja, siéntate con ella en algún momento donde no haya conflicto y dile cómo te gustaría que te hable. Dale gracias por señalarte tus errores, pero recuérdale cuánto más eficaz es el ánimo. Ahora, permítannos compartir una palabra a los padres solteros. Entendemos que no todos los padres solteros son víctimas del divorcio. Tu cónyuge puede haber fallecido, y tal vez te encuentres criando solo. O tal vez tuviste un hijo fuera del matrimonio. No importa cuál sea la situación, la realidad que enfrentas es la de criar a tu hijo solo, y a veces, tal vez sientas que tan solo estás intentando sobrevivir. No te desanimes.Aunque quizás sientas que estás solo, no lo estás. Todos sentimos la realidad de lo que se ha roto en este mundo caído, pero el Dios que dijo que no es bueno estar solo nos ha dado a Cristo, Su Palabra, Su Espíritu y nos dio los unos a los otros, la iglesia. Como todos estamos rotos, Dios está obrando en nosotros a través de Cristo, y mediante Su Palabra y Su Espíritu, para volver a hacernos plenos. Y uno de los medios de gracia que usa en este proceso es la iglesia. Queremos reconocer tu situación única y animarte a permitir que otras familias de la iglesia los integren a ti y a tus hijos a sus vidas. Busca a padres más grandes y sabios a los que admires. Pide ayuda a tus pastores. Pero hagas lo que hagas, no te quedes solo. Ya es suficientemente difícil para los padres criar hijos piadosos. No puedo imaginar lo difícil que debe ser hacerlo solo. Los que están casados escuchen esto como una exhortación a buscar a los padres solteros y compartir sus vidas con ellos. La tarea de la crianza Como padres, nuestra tarea es producir hijos piadosos. Ese es el objetivo. Es la tarea más importante que Dios nos ha dado. Así que dediquemos algo de tiempo para pensar en lo que supone la crianza de hijos que vivan para Dios. Antes de la caída, los hijos de Adán y Eva habrían sido piadosos por nacimiento. A medida que ellos tuvieran hijos, habrían poblado el espacio del jardín. Y a medida que el jardín les quedara chico, se habrían expandido hasta que toda la tierra estuviera llena de una descendencia que amara a Dios. Este era el diseño divino: poblar la tierra con Su imagen hasta que toda la tierra estuviera llena de Su gloria (Gén. 1:26-28). Sin embargo, después de la caída, todos los hijos de Adán heredan su pecado, su culpa y su corrupción (Rom. 5:12-21). Hablaremos más sobre la caída y el pecado en el próximo capítulo. Sin embargo, por ahora, quiero señalar que la caída no alteró el diseño de Dios ni el plan para la familia. Aun cuando el pecado aumentó al punto de que Dios juzgó al mundo con un diluvio, volvió a empezar con Noé, un nuevo «Adán» (Gén. 6). De todas las personas del mundo, Dios perdonó a Noé y a su familia, «y les dijo: Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra» (Gén. 9:1). Una vez más, les mandó: «Mas vosotros fructificad y multiplicaos; procread abundantemente en la tierra, y multiplicaos en ella» (Gén. 9:7). Porque, al igual que Noé y su familia, vivimos después de la caída, lo cual implica que nuestros hijos no son piadosos por naturaleza. Al igual que nosotros, ellos nacen pecadores, merecedores del juicio de Dios (Ef. 2:1-3). Al igual que nosotros, ellos nacen siendo enemigos de Dios, en rebelión a Su autoridad (Rom. 8:7-8). La buena noticia es que, aunque nacimos en pecado, hay otro Adán que, como Hijo de Dios, se vistió de nuestra humanidad para salvarnos de nuestro pecado (Rom. 5:6-21). Él es nuestro hermano mayor, a través del cual fuimos adoptados como hijos de Dios (Ef. 1:5). Él es la verdadera imagen del Dios invisible (Col. 1:15). Representa fielmente el gobierno de Dios como rey (Fil. 2:5-11), exaltado sobre todo gobierno y autoridad en el universo (Ef. 1:19-23). Él sirve con fidelidad en la presencia de Dios como sacerdote, habiéndose ofrecido a sí mismo como el sacrificio perfecto y único por el pecado (Heb. 9:1–10:18). Además, cuida fielmente a los hijos de Dios, guiándolos de regreso a casa a nuestro Padre en el cielo. Esta es una buena noticia para los pecadores. Todos los que se alejen de sus pecados y confíen en Cristo son declarados justos y perdonados gracias a la vida sin pecado y la muerte obediente del último Adán (Gál. 3:10-14). Como puedes ver, el deseo de Dios de tener hijos que vivan para Él no ha cambiado. La diferencia es que, después de la caída y después de la cruz, somos hijos de Dios a través de la fe en Cristo (Juan 1:12-13). Y, mientras que antes de la caída, los hijos del primer Adán habrían sido piadosos por naturaleza, ahora, los hijos de Dios van siendo hechos cada vez más piadosos mediante la fe en Cristo y la obra del Espíritu a través de la Palabra de Dios. Esta obra lenta y progresiva de ser hecho piadoso es lo que los teólogos llaman santificación. Después de haber sido unidos a Cristo por fe (Rom. 6:5-14; Ef. 1:3-14), Dios ahora está obrando para conformarnos a la imagen de Su Hijo Jesús (Rom. 8:29), el cual es la imagen verdadera de Dios (Col. 1:15). Somos «transformados de gloria en gloria en la misma imagen» (2 Cor. 3:18). Esta obra de santificación requiere que reemplacemos las viejas maneras pecaminosas de pensar con maneras nuevas y piadosas de pensar, de modo que reflejemos la «imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad» (Ef. 4:24, NVI). El medio por el cual crecemos a imagen de Dios y de Su Hijo es la Palabra de Dios: «hablando la verdad en amor» unos a otros (Ef. 4:15, LBLA). Así es como Dios, en Cristo, produce hijos que vivan para Él. Toma pecadores de este mundo, los transforma en Sus hijos y, poco a poco, los conforma a Su imagen. ¿Cómo lo hace? Ha llamado a la iglesia a salir al mundo a proclamar el evangelio (evangelismo/misiones). Es a través de la predicación del evangelio que Jesús, el último Adán, está fructificando, multiplicándose y llenando la tierra de hijos que vivan para Él (Hech. 6:7; Col. 1:6). Y todos los que se arrepienten y creen deben ser incorporados a la familia de Dios (mediante el bautismo) y enseñados para obedecer todo lo que Jesús mandó (mediante el discipulado). Esta es la misión (o la tarea) de la iglesia. En otras palabras, el mandato de la creación de fructificar, multiplicarse y llenar la tierra de hijos piadosos (Gén. 1:26- 28) ahora se está cumpliendo con la Gran Comisión (Mat. 28:18-20). Lo importante es que la tarea de la crianza es, en esencia, la misma que la de la iglesia: hacer discípulos. Padres, nuestro campo misionero empieza en casa. Si vamos a criar hijos piadosos, debemos empezar mostrando (ejemplo) y proclamando (instrucción) el evangelio a nuestros hijos incrédulos. Nuestra oración es que Dios salve a nuestros hijos, es decir, que se arrepientan y crean en el Señor Jesucristo. Pero no dejamos de predicar y enseñar el evangelio cuando nuestros hijos creen. Criar hijos piadosos implica seguir enseñándoles con el objetivo de que sean conformados a la imagen del Hijo de Dios (1 Jn. 3:1-3). Es un proceso lento y progresivo, pero es uno para el cual Dios nos ha dado todo lo que necesitamos. Conclusión Demasiado a menudo, la crianza nos parece más una cuestión de supervivencia. Apenas si estamos intentando sobrevivir cada día. Sin embargo, esa no es la crianza bíblica. Nuestro objetivo en este capítulo es presentar una visión grandiosa de la crianza bíblica que defina la tarea y te anime a abordarla. La crianza es una tarea dura, pero no estamos solos. Tenemos a Cristo. Tenemos al Espíritu. Tenemos la Palabra de Dios. Y nos tenemos unos a otros. Nuestra esperanza es que, al leer este libro, el Señor recalibre tu corazón y vuelva a encender en ti el deseo de criar hijos que vivan para Él. Demasiadas veces, nuestros deseos para nuestros hijos son demasiado débiles: que sean productivos en la sociedad, que reciban una buena educación, que se casen bien, que sean exitosos en sus carreras. Estos son todos buenos deseos, pero no son los más importantes. Después de todo, ¿en qué le beneficia a tu hijo ganar todo el mundo si pierde su alma? Nuestra función dada por Dios como padres es criar hijos que reflejen la imagen y la semejanza de Dios. Es una tarea imposible, pero Dios nos ha equipado con todo lo que necesitamos para ser fieles. Para hablar juntos En cada capítulo, dedicaremos un tiempo al final para ayudarte a tener conversaciones con tu cónyuge. Si no estás casado o estás teniendo que leer este libro solo, te animamos a usar esta sección como una evaluación personal. Historia personal. Jeanine: Recuerdo una vez que estábamos teniendoestas conversaciones y Juan me dijo que no le mostraba respeto. ¡¿Qué?! Era evidente que estaba absolutamente equivocado. ¿Cómo podía decir eso? Para mí, no tenía sentido, pero para él, era completamente razonable. Estoy segura de que la primera vez que tuvimos esta discusión no respondí de manera correcta. Verás, soy una persona efervescente y vivaz, y eso a veces deriva para el lado negativo. Sin embargo, con el correr de los años, hemos aprendido que la percepción de una persona es su realidad. Yo no me veía como irrespetuosa, pero él sí. Y eso era lo que importaba. Entonces, ¿qué haces si lo que tu cónyuge te dice te resulta confuso? Pide que te aclare lo que no entiendes. «¿Puedes darme algún ejemplo?». Lo que Juan consideraba una falta de respeto no era lo mismo para mí. Me dio ejemplos claros y me dejó helada. Hablábamos dos idiomas diferentes. Estas conversaciones también me dieron la oportunidad de ayudarlo a ver mis intenciones y a pedirle perdón con sinceridad por faltarle el respeto. También le pedí que me mostrara con tranquilidad, en el momento en cuestión, que lo que estaba haciendo no era útil. Por cierto, también teníamos algunas reglas para que nuestros momentos de conversación no fueran conflictivos. Nada de defenderse ante el otro. Sencillamente, hay que decir: «Gracias por comunicarme esto». Esforzarse para que sea un tiempo positivo. Satanás quiere separarlos y no entretejer sus corazones, y esta es una excelente oportunidad para que eso suceda. Estas conversaciones llevan práctica. Al principio, será difícil y se parecerá a ir al dentista; no querrás volver por más. Pero ¡no se desanimen! ¿Cómo serían las conversaciones matrimoniales que mencionamos antes en tu caso? Siéntense en un momento donde no haya conflictos (¡esto es muy importante!) y háganse el uno al otro las preguntas de más abajo (permitan que la conversación fluya a otras preguntas que necesiten abordar): 1. Esposo: ¿Me consideras un líder pasivo o activo en nuestra casa? Observa que no estoy abordando la crianza solamente; también se trata del matrimonio. Cuanto más sólido sea tu matrimonio, más sólida será la crianza. Mujeres, tal vez estén saltando de la emoción ahora mismo y sacando la lista mental para empezar a tildar. No tan rápido. Si en este momento «descargas» todo junto sobre él, lo asustarás. ¡Que sea una victoria para él! Ningún hombre cambió jamás porque su esposa lo fastidiara. Así que piensa en un área de mayor importancia y concéntrate en esa. 2. Esposa: ¿Me consideras tu apoyo y tu ayuda, o tu crítica? Ay, eso va a doler un poquito, ¿no? Es difícil y nos da miedo hacer estas preguntas, y es incluso más difícil escuchar respuestas con las que tal vez no estés de acuerdo. 3. Al final de cada capítulo, te pediremos que hagas una lista de temas que quisieras hablar con tu cónyuge como resultado de la lectura. No hace falta que aborden todos los temas de una vez, y los animamos a que tengan estas conversaciones en momentos donde no haya conflictos. Con esas reglas en mente, haz una lista de temas que quisieras conversar con tu cónyuge. 1. Paul Tripp, Parenting: 14 Gospel Principles that can Radically Change Your Family (Wheaton, IL: Crossway, 2016), 21. Capítulo 2 El centro del problema Principio: Como nuestros hijos nacen con un corazón duro, si deseamos criar hijos que vivan para Dios, lo más importante de nuestra crianza no es la modificación de conductas sino el corazón. Jeanine y yo teníamos grandes expectativas como padres. Nos esforzamos por entrenar a nuestras hijas a obedecer de inmediato, sin reservas y con un espíritu sumiso.2 Les preguntábamos constantemente: «¿Cómo hay que obedecer a Mamá y Papá?». Y ellas respondían: «Por completo, enseguida y con un corazón humilde». Ese era el estándar Sánchez. Imagina mi sorpresa cuando, mientras estaba hablando desde la plataforma en una conferencia importante, entró Jeanine con nuestra hija de dos años que se suponía que debía estar en la guardería del campamento. Apenas terminé de hablar, Jeanine se me acercó con una mirada seria. «¿Qué pasó?», pregunté. «Bueno —me dijo—, tu hija se metió en problemas en la guardería y me llamaron para que fuera a buscarla». Claramente —pensé para mis adentros—, los que trabajan en la guardería no le exigieron a la niña el estándar Sánchez. Estaba seguro de que, si lo hubieran hecho, habrían podido manejar la situación. Después de todo, era apenas una niña pequeña. Además, los niños están a la altura del estándar que les impones. Entonces, llevé a Jeanine y a la pequeña culpable de dos años a la guardería del campamento y les enseñé a los colaboradores cómo funcionaba el estándar Sánchez. Cuando llegamos, encontré a los colaboradores que habían estado con ella. No era ninguna sorpresa que fueran estudiantes universitarios que nunca habían criado hijos. Así que les expliqué el estándar Sánchez. Con toda la confianza del mundo en mi sabiduría parental, les declaré: «Si tan solo le dicen a nuestra hija que obedezca completamente, enseguida y con un corazón humilde, ella cumplirá sus instrucciones». En forma respetuosa, uno de los jóvenes respondió: «Sí, señor Sánchez. Lo comprendo. Es que nunca antes vi un niño que arroje muebles». «¡¿QUÉ?!», contesté. El joven me explicó con tranquilidad que, cuando se acabó el momento de colorear, nuestra hija quería seguir. Cuando le pidieron que se detuviera y quisieron guiarla a la siguiente actividad, ella arrojó una silla al otro lado de la sala. Y yo jactándome del estándar Sánchez. ¿Qué había poseído a nuestra pequeña para responder con semejante enojo? Dicho de manera sencilla: el pecado. El verdadero problema no era que hubiera pecado al arrojar la silla. El verdadero problema es que nació pecadora. El centro del problema era que nuestra hija había nacido con un corazón duro y pecaminoso. A lo largo de la Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la palabra corazón se suele usar para describir el ser interior: la fuente de nuestros pensamientos, sentimientos y acciones. Como declaró Jesús: «de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez» (Mar. 7:21-22). Es irónico que esta sea una realidad que algunos padres, maestros y, sí, incluso colaboradores de guardería, olvidan, ignoran o rechazan. Pero entender la condición humana pecaminosa es de gran importancia en la crianza, porque si suponemos que nuestros hijos nacen buenos y que solo necesitan una buena instrucción y un buen ambiente, criaremos hijos frustrados, desanimados, orgullosos o con pretensiones de superioridad moral. Algunos se frustrarán porque no pueden alcanzar tu estándar. Vez tras vez, no darán la talla, se enfrentarán a la disciplina y seguirán fracasando. Esa trayectoria probablemente lleve al desánimo. Si no entendemos que, debido al pecado, nuestros hijos no pueden obedecer por sus propias fuerzas, podemos terminar aplastándolos bajo el peso de reglas y mandamientos que no pueden cumplir. Sin embargo, otros niños florecen bajo una justicia basada en reglas. Se enorgullecen de su capacidad de agradar a sus padres y, con el tiempo, adquieren una sensación de superioridad moral en su obediencia. Si nos negamos a creer que nuestros hijos son pecadores por naturaleza, podemos condenarlos al infierno como fariseos arrogantes. Nosotros tuvimos una de esas. Bueno, ¡probablemente más de una! Cuando una de nuestras hijas particularmente desobediente se metía en problemas, la pequeña farisea estaba allí para señalar con falsa humildad: «Yo no lo hice. Fue ella». En otros momentos, directamente señalaba con el dedo a la que había desobedecido. En su corazón, estaba diciendo: «¿No te alegra que no sea como ella?». En el momento, debo admitir que sí. Despuésde todo, un padre puede manejar un límite de cosas a la vez. Así que, por más que queramos que nuestros hijos obedezcan completamente, enseguida y con un corazón humilde, el problema es que nacen con un corazón duro. Eso no significa que no deberíamos esperar obediencia. Como veremos más abajo, ese era el propósito de la Ley en la vida de Israel. Pero si vamos a ser padres fieles, necesitamos entender cómo la rebelión de Adán contra Dios nos afectó a todos, no solo a nuestros hijos. El pecado de Adán no solo introdujo el pecado y la muerte en el orden creado, sino que también introdujo un linaje rival: los hijos del diablo. Tristemente, todos nacemos en este mundo unidos con nuestro padre Adán, habiendo heredado su pecado, con el deseo de practicar su rebelión y merecedores de su juicio. Esta verdad puede ser difícil de creer, así que consideremos lo que la Biblia tiene para decir respecto a nuestra condición humana pecaminosa heredada. Gracias a Dios, la historia no termina ahí. Nuestra condición pecaminosa heredada Cuando nuestra hija de dos años arrojó la silla en la guardería de aquella conferencia, sencillamente estaba actuando según su naturaleza. Escucha cómo describe la Biblia nuestra condición pecaminosa heredada: «Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás» (Ef. 2:1-3). Al hablar a los cristianos efesios, Pablo describe su antigua condición humana como «muertos en vuestros delitos y pecados» (2:1). La palabra «delitos» alude a transgredir un estándar. «Pecado» es una palabra general. Al colocar «delitos y pecados» juntos, Pablo abarca todo el pecado, grande o pequeño, cometido en ignorancia o en abierta rebelión. Debido a su pecado, Pablo describe la condición espiritual de los cristianos efesios como la de «muertos» (v. 1). Aquí empezamos a ver nuestra relación con Adán. En el jardín, Dios le advirtió a Adán que si comía del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, moriría (Gén. 2:15). En otras palabras, «la paga del pecado es muerte» (Rom. 6:23). Debido a nuestra unión con Adán, heredamos el juicio de Adán: la muerte (Rom. 5:12). Para decirlo de otra manera, nacemos en este mundo bajo el poder del pecado y la pena de muerte. Y al estar espiritualmente muertos, no podemos responder a Dios. Piénsalo de esta manera. Estás en un funeral, y un familiar dolido se acerca al ataúd abierto y empieza a gritarle a su ser querido: «¡Levántate!». ¿Qué crees que sucederá? Nada. Los muertos no responden. No pueden responder. Esa es nuestra condición humana pecaminosa: «muertos en [nuestros] delitos y pecados» (v. 1). Sin embargo, estar muerto en pecado es una condición espiritual. Estamos muertos para con Dios pero vivos al pecado. Eso significa que vivimos bajo la influencia del mundo, la carne y el diablo (Ef. 2:2-3). La «corriente de este mundo» se refiere a este presente siglo malo (Gál. 1:4) y a nuestra condición pecaminosa. Somos «pecaminosos» y reflejamos las inquietudes y actitudes de este mundo. Por supuesto, Satanás es el príncipe de «este mundo» (Juan 12:31; 14:30). Pablo lo describe como el «príncipe de la potestad del aire» (Ef. 2:2). La idea es que Satanás está suelto y obra directamente para influenciar a las personas a rebelarse contra Dios. Esto fue lo que le sucedió a Adán en el jardín (Gén. 3). El diablo sigue actuando para cegar a los no creyentes y guiando a una humanidad pecaminosa a rechazar el gobierno de Dios y amotinarse contra el Rey Jesús (Sal. 2:1-6), porque es «el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia» (Ef. 2:2). Sin embargo, a diferencia de nuestro Señor, Satanás no está presente en todas partes. Aun así, no necesita estarlo, ya que la manera más común en que el diablo nos influye a pecar es a través de nuestras propias tendencias pecaminosas, «nuestra carne» (2:3). Mediante sus mentiras, Satanás nos engaña y nos atrae con las mismas cosas que deseamos equivocadamente (Sant. 1:14-15). Como resultado, somos «hijos de ira» (Ef. 2:3). Debido a nuestros «delitos y pecados», merecemos el juicio de Dios. Es decir, «éramos por naturaleza hijos de ira» (2:3). Eso es lo que Pablo quiere decir. Nacimos de esa manera; pecadores que merecen ira. Desde temprana edad, incluso desde el nacimiento. ¿Por qué? Porque todos somos hijos de Adán y heredamos su pecado. También heredamos su culpa, su corrupción y condenación. ¿Cómo lo sabemos? Pablo nos lo dice en el versículo 3. Los efesios eran pecadores por nacimiento, que merecían la ira de Dios «lo mismo que los demás» (2:3). No eran tan solo los efesios los que habían nacido muertos en pecado; esto es cierto para toda la humanidad. Pablo confirma esta línea de pensamiento en Romanos 5:12: «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron». En este momento, tal vez te preguntes: «¿Por qué tanta discusión teológica en un libro sobre la crianza?». Bueno, antes que nada, este es el contexto para nuestra crianza. Tenemos que entender que estamos criando hijos que necesitan un nuevo corazón; de lo contrario, tan solo modificamos conductas. Uno de los mayores peligros en la crianza es que tengamos hijos educados que sean condenados al infierno. Estamos criando hijos nacidos en pecado, y necesitan ser rescatados del reino de la oscuridad y transferidos al reino del Hijo de Dios, tal como nosotros (Col. 1:13-14). Segundo, nuestra teología informa e impulsa nuestras acciones, incluida nuestra crianza. Lo que creemos sobre Dios, Cristo, el pecado y la humanidad determinará cómo criamos. Y tristemente, la doctrina del pecado heredado (original) no es popular. Parece que incluso entre los que profesan ser cristianos, nos hemos creído la idea secular de que nuestros hijos nacen buenos, y lo que los arruina es su ambiente. Si esto es cierto, esta perspectiva pone un peso insoportable sobre los padres y crea expectativas irrazonables para los hijos. Además, ofrece poca esperanza para los hijos que viven en ambientes difíciles. ¿Significa esto que el ambiente duro en el que crecen determinará que se transformen en criminales? ¿Acaso no podrán tener éxito en la escuela? Es cierto, nuestro ámbito nos forma, pero no determina en qué nos transformamos. Por eso el evangelio es una buena noticia. Por eso las historias de la Biblia son tan alentadoras. A Ester la llevaron cautiva cuando era joven y la obligaron a casarse con un rey pagano (Est. 2). Daniel, Sadrac, Mesac y Abed- nego fueron quitados de su hogar cuando eran adolescentes y forzados a servir en la corte de un rey extranjero (Dan. 1). Esos sí que son ambientes difíciles. Después está Sansón. Según lo que sabemos, lo criaron dos padres amorosos en un ambiente piadoso (Jue. 13); sin embargo, se caracterizó por una rebeldía constante (Jue. 14–16). No obstante, en cada uno de estos casos, Dios obró a través de estos seres humanos frágiles y pecaminosos para cumplir Su voluntad. Nuestro ambiente nos forma pero no nos determina. Sin embargo, demasiado a menudo, esa es la perspectiva desde la cual suelen operar los padres: nuestros hijos nacen buenos y un mal ambiente los arruina. Cuando nacen nuestros hijos, tenemos grandes esperanzas en nuestra crianza y grandes expectativas para ellos. Creemos que nuestro hijo será distinto, y creemos que seremos mejores padres que los nuestros. Nuestro hijo no se comportará como otros niños rebeldes, nos decimos. ¡No! Será la niña más inteligente, bondadosay educada del mundo, porque nosotros seremos los padres más sabios del mundo. ¡Haremos todo bien! Entonces, un día, sucede. Incluso antes de que pueda hablar, tu hija te arroja su comida en la cara. Cuando no se sale con la suya, se arroja al suelo en un ataque de enojo o lanza una silla al otro lado de la habitación. Después, cuando puede hablar, te miente en la cara. ¿Cómo sucedió esto? ¿Quién le enseñó a arrojarse al suelo? ¿Dónde aprendió a mentir? ¿De dónde sacó eso de morder a su hermano cuando la hizo enojar? ¿Acaso les enseñaste a tus hijos a pecar? ¡Por supuesto que no! (Aunque sí que copian algunas de tus conductas, ¿no?). Lo hacen de forma natural porque, tal como el resto de nosotros, nacieron en este mundo como hijos de Adán, y todos heredamos su pecado, su rebelión, su corrupción y condenación. Sin embargo, hay esperanza. El pecado y la condenación no tienen la última palabra. Es más, incluso en la maldición de la serpiente, Dios provee la primera buena noticia. La mujer tendrá un hijo que revertirá la maldición aplastando a la serpiente. «[El hijo de la mujer] te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar» (Gén. 3:15). El conflicto perpetuo entre los hijos de Dios y los hijos de la serpiente terminará con la muerte de la serpiente. El Nuevo Testamento identifica al hijo prometido como Jesús de Nazaret. Él es el «hijo de Adán, hijo de Dios» (Luc. 3:38). A través de la vida perfecta de Jesús y de Su muerte sustituta y Su resurrección, Dios aplasta a Satanás debajo de nuestros pies (Rom. 16:20). La buena noticia es que, aunque todos nacemos muertos en nuestros delitos y pecados y, en consecuencia, hijos del maligno, en Cristo, Dios nos rescata del dominio de la oscuridad y el gobierno de Satanás y nos transfiere «al reino de su amado Hijo» (Col. 1:13). El corazón, la ley y el evangelio Entonces, para ser padres fieles, necesitamos entender la doctrina del pecado heredado, y entender el evangelio de Jesucristo. Debemos recordar que nuestros hijos son pecadores por naturaleza, pero que el evangelio ofrece esperanza a todos los rebeldes. En tu mente, ya sabes que tus hijos son pecadores por naturaleza, pero nuestra manera de criarlos suele comunicar lo opuesto. «Ah, es que no lo sabe», «Está cansado», «Se comporta como un niño». Estas y muchas otras excusas revelan la realidad que creemos. Sin darnos cuenta, esta forma de pensar equivocada socava la verdad de que todos nacimos con una naturaleza pecaminosa. No obstante, la pregunta fundamental es cómo criamos a hijos que son pecadores por naturaleza. Ahí es donde resulta útil entender el rol de la ley en la vida de Israel. Como Padre amoroso, Dios le dijo a Israel lo que esperaba de ellos cuando les dio la ley en el monte Sinaí e hizo un pacto con ellos (Ex. 19–24). Resumió esas expectativas en diez palabras, las cuales llamamos los Diez Mandamientos (Ex. 20:1-17). El propósito de la ley era enseñarle a Israel, el hijo de Dios, cómo relacionarse con su Padre en el cielo y los unos con los otros. Los primeros cuatro mandamientos le enseñan a Israel a relacionarse con Dios (Ex. 20:1-11), mientras que los últimos seis mandamientos le enseñan a relacionarse entre ellos (20:12-17). De esta manera, Dios guiaba a Sus hijos con Su Palabra. Jesús resumió estas diez palabras de la siguiente manera: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mat. 22:37-39). Dios también proporcionó sacerdotes que enseñaran Su Palabra, líderes (ancianos, jueces, reyes) que los guiaran a obedecer Su Palabra y profetas que los llamaran a volver cuando hubieran desobedecido la Palabra de Dios. El Señor puso Su Espíritu en estos líderes para que los guiaran fielmente a guardar el pacto con Él (Núm. 11:29; Deut. 34:9; Jue. 3:10; 1 Sam. 11:6). De esta manera, Dios guio a Su pueblo a través de pastores humanos con Su Espíritu. Bajo el viejo pacto hecho en el Sinaí, no todos en el pueblo de Dios tenían el Espíritu. Piensa en la crianza de hijos no creyentes como un paralelo de cómo Dios guiaba a Israel bajo el viejo pacto. Incluso bajo el viejo pacto, Dios esperaba obediencia por parte de Sus hijos. La ley servía para enseñarles los caminos y las expectativas de Dios. Y se esperaba que los padres criaran a sus hijos incrédulos bajo la disciplina y la instrucción de esta ley (Deut. 6:4-9). Bajo el nuevo pacto, todos los miembros del pueblo de Dios tenemos al Espíritu habitando en nosotros. Así que, como padres cristianos, tenemos al Espíritu de Dios. Él nos ha llamado a pastorear a nuestros hijos incrédulos y enseñarles Su Palabra. Aunque nuestros hijos necesitan un corazón nuevo, estamos plantando en su corazón y su mente la Palabra que puede salvarlos (2 Tim. 2:14-15). En los próximos capítulos, hablaremos específicamente sobre cómo instruir a nuestros hijos. Por ahora, debes saber que eres el pastor de Dios para los hijos que Él te ha dado. Como en el caso de Israel, ellos seguirán tu liderazgo. Así que, siempre y cuando seas fiel, ellos también serán fieles. Pero si tu vida está marcada por el pecado y la rebelión, la de ellos también lo estará. Entonces, Dios, el Padre de Israel, guio a Sus hijos a guardar el pacto mediante Su Palabra y Sus siervos llenos del Espíritu. Este es un modelo útil para nosotros, al pensar en criar hijos que son rebeldes por naturaleza. Debemos esperar obediencia de nuestros hijos, incluso a temprana edad. Que tengan un corazón duro no nos libra de esa expectativa. Así que no llenes tu mente de excusas para no exigir obediencia. Si dices: «Es que está cansada», asegúrate de entender la situación de manera correcta. Sí, los niños se cansan, y les cuesta más obedecer si están cansados. Pero también debes recordarte la verdad. «Mi hija tiene un corazón endurecido. ¿Cómo puedo ayudarla a parecerse más a Cristo?». Si esperamos obediencia, estamos enseñando de manera positiva el estándar de Dios. Al enseñar la Palabra de Dios, estás construyendo un marco bíblico para que comprendan a Dios y al evangelio, y dejando en evidencia su corazón pecaminoso. A medida que enseñamos la Palabra de Dios y Su disciplina por la desobediencia, les señalamos a nuestros hijos su verdadera necesidad: Jesucristo, el único mediador entre Dios y el ser humano. Solo Él puede quitar un corazón duro y reemplazarlo por otro que lata para Él. Conclusión A menudo, la crianza es frustrante. Hay demasiados días que parecen no dar ningún fruto. Pero no alcanza con admitir que nuestros hijos no son perfectos. Además, tenemos que dejar de creer la mentira de que «son tan solo niños, y todos los niños se comportan mal». En cambio, debemos entender que nuestros hijos nacen en este mundo muertos en pecado, con una preferencia por el pecado antes que la justicia, y bajo la influencia del maligno. Y como nuestros hijos nacen con un corazón duro, lo más importante de nuestra crianza no es la modificación de conductas sino del corazón. Según Su providencia, Él ha puesto hijos en nuestro hogar y Su deseo de hijos que vivan para Él no ha cambiado. La crianza es una mayordomía. Nuestra tarea es recibir hijos que son pecadores por naturaleza y que merecen la ira, e instruirlos en la Palabra y los caminos de Dios, para que Él pueda rescatarlos del reino de Satanás y transferirlos al reino de Su amado Hijo. Ese es el objetivo. ¿Cómo lo logramos? En eso nos concentraremos en el próximo capítulo. Para hablar juntos Cuando olvidamos la doctrina del pecado heredado, a menudo nos encontramos intentando cambiar el corazón de nuestros hijos por nuestras propias fuerzas. Tal vez estés intentando cambiar el corazón de tu hijo si te encuentras rogándole que te obedezca por alguna razón que no sea la gloria de Dios. Quizás a veces digas cosas como estas: «Cariño, por favor limpia tu habitacióncomo te lo pedí los últimos diez minutos. Estoy agotado». O algo así: «Cuando yo era chico, jamás se me habría ocurrido comportarme así». Esta es una clase de manipulación para intentar cambiar su corazón sin la obra del Espíritu. Y después está la típica frase: «Pero mi amor, Jesús quiere que lo invites a tu corazón, para que puedas ir al cielo», cuando en realidad lo único que quieres es que deje de actuar como el pequeño (o gran) pecador que es. Recuerda, tal vez podamos cambiar su conducta temporalmente, pero Dios es el que hace el cambio a largo plazo en su corazón pecaminoso. 1. ¿De qué maneras te ves tentado a olvidar o ignorar la doctrina del pecado heredado en tu crianza? Piensa en alguna vez en que no hayas tenido esto en cuenta. ¿Cómo podría haber cambiado esa interacción si hubieras recordado que tus hijos necesitan un corazón nuevo? 2. Al mirar atrás a tu crianza, ¿te das cuenta de que a veces te has conformado con un cambio de conducta en lugar de un cambio de corazón? ¿Cómo cambiará la manera de criar a tus hijos la comprensión de que estás pastoreando su corazón? 3. Menciona al menos tres razones que aprendiste al leer este capítulo y cómo las aplicarás a tu vida esta semana. 4. Haz una lista de otros temas que te gustaría hablar con tu cónyuge después de leer este capítulo. 2. Estamos usando «espíritu sumiso» y «corazón humilde» de manera intercambiable. Capítulo 3 Un mapa de carretera para el camino Principio: Si deseamos criar hijos que vivan para Dios, la dirección de los padres debería ir cediéndole el paso naturalmente a la responsabilidad personal, a medida que nuestros hijos maduran. Cuando estudiaba para obtener mi doctorado, casi nunca rechazaba una oportunidad para predicar. Ya percibía que el Señor me había llamado a ser pastor, pero debido a mis estudios, no podía servir a tiempo completo en una iglesia. Así que, cuando un compañero de clase me pidió que lo reemplazara como predicador invitado durante un par de domingos en los que él no estaría, ¡inmediatamente dije que sí! Me dijo el nombre de la iglesia y la ciudad donde estaba. Seguramente supuso que yo sabría cómo llegar. Cuando llegó el domingo, nuestra familia se preparó, nos subimos a la camioneta y empezamos el viaje de una hora hasta la iglesia. Como esto era antes de que nuestros teléfonos inteligentes tuvieran la ayuda de los Sistemas de Posicionamiento Global (GPS), tracé el recorrido en un mapa en línea e imprimí las indicaciones. Después de conducir durante una hora, me di cuenta de que las indicaciones no eran adecuadas. Después, nos encontramos conduciendo en una calle de una sola dirección. Se dirigía hacia nosotros un tractor grande, y no nos quedaba espacio para pasar. Claramente, estábamos perdidos. Necesitábamos ayuda. Me hubieras visto en traje y corbata, saliendo por la ventanilla del pasajero para pedirle al agricultor que nos indicara cómo llegar a la iglesia. Nunca había escuchado hablar de esa iglesia, pero conocía un poco la zona. Así que nos señaló hacia la dirección en general. Cuando llegamos a una esquina donde había una tienda, nos detuvimos para confirmar las indicaciones. El encargado de la tienda tampoco había escuchado mencionar esa iglesia, pero también creía conocer la zona donde se encontraba. Por último, después de conducir casi dos horas, la encontramos. La reunión ya había comenzado. Un diácono nos recibió afuera, me dio el micrófono y entré directamente al púlpito a predicar. De más está decir que me latía tan fuerte el corazón que pensé que se saldría de mi pecho. Estaba nerviosísimo. Pero por gracia de Dios, llegué al final del sermón. La crianza puede parecerse mucho a ese viaje en familia hasta la iglesia. Tenemos una idea general de hacia dónde nos dirigimos. Pensamos que tenemos trazado el curso. Pero enseguida nos vamos dando cuenta de que las cosas no salen como planeamos. Nos señalan constantemente hacia la dirección general, pero nunca estamos del todo seguros de que estamos yendo por buen camino. Y por fin, llegamos a destino. Nuestro hijo ya es adulto, y nos queda la duda. «¿Habremos tomado el camino correcto?». «¿Estará bien?». «¡¿Y si hicimos todo mal?!». Jeanine y yo escribimos este libro, no porque tengamos todas las respuestas, sino porque ya hace tiempo que estamos en este camino. Por gracia de Dios, hemos llegado a un lugar en el cual ya entregamos a varias de nuestras hijas en matrimonio. Ahora estamos viendo el fruto de ser abuelos. Todo esto para decir que no somos expertos, pero somos compañeros de viaje en este camino llamado crianza. Nosotros también nos hemos desviado e incluso salido de la autopista en un lugar equivocado. Pero nuestro Dios es misericordioso, y queremos recordártelo constantemente. Dios no espera que seamos padres perfectos. Nuestros hijos no necesitan padres perfectos. Tienen un Padre perfecto en el cielo. Lo que necesitan es que seamos padres humildes, contritos, fieles y piadosos. Así que no te desanimes ante tus aparentes fracasos. Servimos a un Dios que saca creaciones hermosas de nuestros desastres. Sin embargo, debes saber que la gracia de Dios no nos exime de nuestras responsabilidades. Antes de meternos en la práctica bíblica de la crianza cristiana en la segunda parte (caps. 4–6), queremos poner una última piedra angular en este capítulo. Hasta ahora, mientras poníamos los cimientos bíblicos y teológicos para la crianza cristiana, argumentamos en el capítulo 1 que nuestro deseo para nuestros hijos debería ser el mismo que el de nuestro Padre celestial para los Suyos: hijos que vivan para Él. Después, en el capítulo 2, nos propusimos recordar que, a menos que entendamos que el contexto en el que estamos criando es la caída, lo mejor que podremos lograr es modificar la conducta de nuestros hijos. Tristemente, criar hijos sin entender que son pecadores que necesitan un nuevo corazón los frustrará por la imposibilidad de obedecer o creará fariseos pedantes que sean expertos en cumplir reglas. Ahora, queremos darte un mapa de carretera para llegar a destino. Es frustrante saber adónde te diriges (a producir hijos piadosos) pero no conocer el camino que lleva allí. Ofreceremos indicaciones detalladas para cada grupo etario en la parte 3 (caps. 7–9), pero ahora, queremos darte un panorama general del camino. A medida que crías tus hijos en la disciplina y la instrucción del Señor, la dirección de los padres debería ir cediéndole el paso naturalmente a la responsabilidad personal, a medida que tus hijos maduran a través de las distintas etapas de la vida. Veamos si podemos explicarlo mejor al mostrarte primero lo que sucede cuando tomas el camino equivocado. El hogar centrado en el niño Muchos padres cristianos conocen bien Proverbios 22:6. Dice: «Enseña al niño el camino en que debe andar, y aun cuando sea viejo no se apartará de él» (LBLA). Aunque el principio es verdad y muy útil, el original hebreo en realidad declara: «Instruye al niño en su propio camino…». ¿Lo captaste? Es una perspectiva distinta, ¿no?, pero ese principio también es verdad. ¿Cómo instruyes a un niño en su propio camino? Le permites hacer todo lo que quiere. En otras palabras, cuando permitimos que nuestros hijos gobiernen la casa, en realidad, los estamos instruyendo en egoísmo. Naturalmente, cuando no les damos lo que quieren, se enojan. Y si permitimos que un niño haga lo que quiere toda su vida, incluso cuando sea viejo, no se apartará de ese camino. Esto es lo que llamamos un hogar centrado en los niños. Imagínatelo como un rectángulo: En un hogar centrado en los niños, los padres renuncian a su dirección en los primeros años. Observa cómo el niño tiene mucha libertad desde temprano. A menudo, los padres no se dan cuenta de lo que están haciendo. Sencillamente, le dan al niño muchas opciones. Como ya mencioné, cuando nació nuestra primera hija, la alimentábamos cada vez que lloraba. Nos resultabanatural. Es más, nos dijeron que era lo correcto. Pero al poco tiempo, nos dimos cuenta de que éramos esclavos del llanto de nuestra hija. También hemos visto esto en los hogares donde los padres les dan opciones a sus hijos a la hora de comer. En esencia, los padres se transforman en cocineros de minutas. «¿Qué te gustaría comer, mi amor?». Después, se transforman en consultores personales de imagen. «¿Qué? ¿No te quieres poner ese vestido? ¿Entonces cuál? Ah, ¿pero no te parece que este te queda bien?». Antes de que te des cuenta, el niño está manejando la casa. Todo gira alrededor de él. Determina el menú familiar. Establece cuál es la hora de irse a dormir. Dicta las actividades familiares que realizarán. Entiendes a qué me refiero. Tristemente, lo que solía ser tierno («Ay, mira qué lindo vestido elegiste») se vuelve insoportable en la preadolescencia. Y después, cuando el hijo pasa por la pubertad y saca la licencia de conducir, lo has formado tanto en independencia, que ahora decides que debes ponerle un freno. Por desgracia, es demasiado tarde. Ya lo instruiste en su propio camino. En este hogar, los primeros años son «divertidos y lindos», pero los padres llegan a detestar los «años adolescentes». Después de darle tanta libertad al hijo la mayor parte de su vida, ahora sienten que tienen que clavar los frenos. Por supuesto, hay un posible extremo en el hogar centrado en el niño, y es que los padres nunca intenten volver a recuperar el control o brindar guía. En tales casos extremos, el niño se cría sin la guía de los padres. En cualquier caso, el hogar centrado en el niño suele estar marcado por el caos en los primeros años y por el conflicto en los años posteriores. Pero este no es el único camino equivocado que podemos tomar como padres. El hogar democrático El hogar democrático es apenas mejor que el hogar centrado en el niño. La familia democrática se considera iluminada y civilizada. El objetivo es enseñarles a los hijos a tomar decisiones responsables. Así que se proponen desde temprano preparar a los hijos para sopesar todas sus opciones y tomar decisiones sabias. Después, en cuanto a la casa en sí, las decisiones se toman en conjunto. Hay reuniones familiares organizadas. Todos se turnan en comunicar su opinión. En esta casa, los padres no son la autoridad en sí, sino más bien una especie de facilitadores. Este es un ejemplo de lo que podría ser un hogar democrático. El problema con esta clase de hogar es que es demasiado ingenuo. No toma en cuenta la doctrina del pecado heredado. Y al igual que el hogar centrado en el niño, les da demasiada libertad y responsabilidad a los hijos durante los primeros años. Lo que quiero decir es esto: ¿acaso van a «votar» para ver lo que cenarán? ¿Cómo negociarán lo que el niño vestirá para una ocasión formal? ¿El voto de papá y mamá tendrá un doble valor? ¿Qué pasa si los niños superan en número a los padres? ¿Y qué sucede con la disciplina correctiva? ¿Cómo será en la práctica? ¿La familia se sentará cada vez que un hijo haga algo mal y lo debatirá en conjunto? Una vez más, esto sería fantástico si funcionara, pero es ingenuo. No toma en cuenta la naturaleza humana pecaminosa. Entonces, ¿a qué deberíamos apuntar? ¿Cuál es el camino que nos ayudará a alcanzar nuestro destino como padres: criar hijos que vivan para Dios? El hogar dirigido por los padres En el hogar dirigido por los padres, los padres buscan representar la buena autoridad de Dios ante sus hijos. Abrazan la autoridad como un regalo bueno de parte de Dios, no como algo que rechazar o por lo cual sentirse avergonzado. En cambio, se consideran instrumentos de Dios, llamados a formar a sus hijos a la imagen y semejanza del Señor (Ef. 6:1-4). Es decir, a criar hijos piadosos. Que no te quepa duda, estos padres no son perfectos. Es más, saben que no lo son. Así que confían en el Señor con todo su corazón y consideran la crianza como una mayordomía de por vida. En otras palabras, saben que están criando a largo plazo. ¿Cómo sería en la práctica un hogar dirigido por los padres? Observa cómo en los primeros años hay mucha guía por parte de los padres. Pero, a medida que el niño crece en madurez, la dirección de los padres va cediéndole el paso naturalmente a la responsabilidad del hijo. Aunque este mapa de carretera será fructífero a largo plazo, no es tan solo pragmático. Creemos que es bíblico. A lo largo de la Escritura, Dios advierte y anima a Su pueblo a permanecer en el camino de la justicia que lleva a la vida (Sal. 1). Nos ha puesto a todos en relaciones de autoridad y sumisión, de manera que aquellos que están sobre nosotros puedan guiarnos por el camino correcto. Como padres, esa es la responsabilidad que Dios nos ha dado para nuestros hijos. En Efesios 6:1, por ejemplo, Pablo manda a los hijos a «[obedecer] en el Señor a [sus] padres, porque esto es justo». En mi opinión, Pablo se está dirigiendo a los niños cristianos en la iglesia. Después de todo, le está escribiendo a toda la iglesia, y les manda a los niños de la iglesia a obedecer «en el Señor». El apóstol añade: «Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra» (vv. 2-3). El quinto mandamiento fue dado a Israel, y ellos debían enseñarles a sus hijos incrédulos a honrar a sus padres (Ex. 20:12). Este mandamiento ofrece una promesa: una larga vida en la tierra prometida. Bajo el viejo pacto, esta promesa estaba relacionada con la herencia de la tierra. Pero bajo el nuevo pacto, en el cual estamos ahora, se relaciona con nuestra herencia eterna en el cielo y la tierra nuevos (Ef. 1:11-14). En otras palabras, la obediencia trae bendiciones inmediatas: gozo, paz, buenas relaciones, caminar en sabiduría. No se puede ganar una herencia eterna mediante la obediencia. Sin embargo, al enseñar a nuestros hijos a obedecer, preparas sus corazones para escuchar el evangelio y, si Dios quiere, para aferrarse a él. Recuerda que solo Dios puede darle a tu hijo un corazón nuevo. Pero si lo hace, su obediencia servirá como evidencia de su salvación. Para guiar a los hijos por el camino que conduce a la vida, los padres son mandados a «[criarlos] en disciplina y amonestación del Señor» (Ef. 6:4). Desarrollaremos lo que eso significa en los próximos capítulos. Sin embargo, lo que estamos tratando de expresar en este capítulo queda claro con este pasaje. Como padres cristianos, nuestra función dada por Dios es discipular fielmente a nuestros hijos hacia una madurez y una semejanza a Cristo. Dios desea tener hijos que vivan para Él, y los padres son el principal instrumento que usa para llevar nuestros hijos hacia Él. El mapa de carretera que nos ha dado nos enseña a dirigir a nuestros hijos desde temprano. No obstante, a medida que van madurando, debemos prepararlos para manejar cada vez más responsabilidad. Nuestro objetivo es que, cuando los hijos se vayan de nuestro hogar, sean adultos maduros que se parezcan a Cristo y caminen por el sendero que lleva a la vida. No provoques a tus hijos Por supuesto, nosotros también somos pecadores que necesitan gracia y arrepentimiento. Así que habrá veces en las que frustraremos a nuestros hijos. Por eso Pablo nos advierte: «no provoquéis a ira a vuestros hijos» (Ef. 6:4). El pastor John MacArthur explica que Pablo «sugiere un patrón repetido y constante de trato que genera una ira y un enojo arraigados que se manifiestan en una abierta hostilidad»3. Gracias a Dios, nuestros hijos son fuertes e indulgentes. Pero un patrón constante que hace que un niño se sienta avergonzado o atrapado, menospreciado o ignorado, llevará a acumular resentimiento, enojo y, con el tiempo, amargura. ¿Cómo podemos generar ira en nuestros hijos? Bueno, hay dos tendencias principales. En general, todos los padres oscilan entre las dos. 1. El padre dominante y opresor. Este padre anhela
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