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WALKER, Jeremy Qué es el arrepentimiento

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¿Qué es el arrepentimiento?
JEREMY WALKER
 
 
 
Publicaciones Aquila
¿Qué es el arrepentimiento?
© 2015 por Jeremy Walker Reservados todos los
derechos. No se puede usar ni reproducir ninguna parte de
este libro de ninguna manera sin permiso escrito, excepto en
el caso de citas breves que sean parte de artículos de crítica
y reseñas. Puede mandar su solicitud a nuestro editorial a la
siguiente dirección:
Publicaciones Aquila
 
5510 Tonnelle Ave.
 
North Bergen, NJ 07047
 
201-348-3899
 
pub.aquila@ibrnb.com
Publicado originalmente en inglés por Reformation
Heritage Books, bajo el título What Is Repentance?
© Publicaciones Aquila 2017 para la versión en español
 
Traducción: Lillian A. Payero
 
Revisión: Bonifacio Lozano
 
Diseño de la cubierta: Latido Creativo
ISBN: 978-1-932481-34-1
Impreso en EE.UU.
 
Printed in USA
¿Qué es el arrepentimiento?
Jeremy Walker
Publicaciones Aquila
 5510 Tonnelle Ave.
 North Bergen, NJ 07047
 EE.UU.
Copyright © 2017 por Publicaciones Aquila. Todos los derechos reservados.
Traducción: Lillian A. Payero
Revisión: Bonifacio Lozano
Primera edición: 2017
Contenido
¿Qué es el arrepentimiento?
Página de créditos
¿Qué es el arrepentimiento?
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¿QUÉ ES EL ARREPENTIMIENTO?
He tenido el privilegio de visitar un país donde a los
cristianos se les ha dado el apodo de «arrepentidos». ¿Se
consideraría o hasta se adoptaría un nombre como este en la
sociedad en la que tú y yo vivimos? ¿Es un apodo que
fácilmente se puede usar para describirte a ti? Puede ser
que, para muchos, la palabra «arrepentimiento» sea casi una
mala palabra, si es que la usan. Conozco a un hombre que,
después de ser un cristiano por unos treinta años, dijo que
había pasado casi veinticinco de esos años en iglesias donde
nunca se predicaba sobre el arrepentimiento. El hacer un
llamado a tener y a cultivar un espíritu de arrepentimiento
se opone al espíritu de nuestra época; desaprobamos todo lo
que pueda hacer que la persona se sienta mal consigo
misma. El arrepentimiento es visto como un ataque terrible
a la autoestima, una herida trágica que se inflige sobre
nuestro sentido de valor propio. Sin embargo, no se puede
llegar a ser un cristiano sin el arrepentimiento. De forma
similar, no es posible perseverar como fiel hijo de Dios sin el
arrepentimiento.
Entonces, ¿qué es el arrepentimiento? Es,
fundamentalmente, un cambio radical y profundo en el
corazón que tiene como resultado un cambio profundo y
radical en la vida. Encontramos una de las mejores
definiciones breves en el Catecismo Menor de Westminster y
en algunos de los documentos que son sus hermanos e hijos:
«El arrepentimiento para vida es una gracia salvadora, por
la cual un pecador, con un verdadero [sentido] de su pecado,
y comprendiendo la misericordia de Dios en Cristo, con dolor
y aborrecimiento de su pecado, se aparta del mismo para ir a
Dios, con pleno propósito y esfuerzo para una nueva
obediencia»1.
Esta definición encierra de forma breve pero excelente la
esencia bíblica del arrepentimiento. Espero que mientras
examinemos este asunto, este dulce resumen comience a
resplandecer con una luz escritural y que conmueva y anime
tu alma.
Debemos comenzar dejando claro que el arrepentimiento y
la fe van juntos. No podemos separar o dividir estas dos
gracias, y nadie debe tratar de hacer tal cosa. Como explica
John Murray: «La fe salvadora está impregnada de
arrepentimiento y éste está impregnado de fe»2. Cristo salva
por medio de la fe, y no debemos darle ese lugar al
arrepentimiento. Sin embargo, una fe que no conoce nada de
la pena por el pecado que va acompañada de un anhelo por
la santidad y una obediencia que cada vez es más completa a
la voluntad de Dios en Cristo, no es una fe salvadora. Como
veremos, de la misma manera que necesitamos una fe que
manifieste arrepentimiento, también necesitamos un
arrepentimiento creyente. Con demasiada frecuencia, el
arrepentimiento se ignora como si fuera la prima fea de la fe,
cuando en verdad debe ser alabado como su hermosa
hermana gemela.
Al tratar el tema del arrepentimiento, es útil tener en
cuenta un pasaje como 2 Corintios 7:9-11:
«Ahora me regocijo, no de que fuisteis entristecidos, sino
de que fuisteis entristecidos para arrepentimiento; porque
fuisteis entristecidos conforme a la voluntad de Dios, para
que no sufrierais pérdida alguna de parte nuestra. Porque la
tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un
arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar pesar;
pero la tristeza del mundo produce muerte. Porque mirad,
¡qué solicitud ha producido en vosotros esto, esta tristeza
piadosa, qué vindicación de vosotros mismos, qué
indignación, qué temor, qué gran afecto, qué celo, qué
castigo del mal! En todo habéis demostrado ser inocentes en
el asunto».
Estas palabras abarcan muchos de los elementos que
debemos considerar y trataremos algunos de estos con
detalles específicos. A partir de esta y de otras porciones
bíblicas, nuestra tarea será identificar algunos principios del
arrepentimiento, dar un vistazo a varios cuadros del
arrepentimiento y concluir con algunas reflexiones sobre la
práctica del arrepentimiento.
 
PRINCIPIOS DEL ARREPENTIMIENTO
El arrepentimiento está en el corazón del mensaje del
evangelio. Cuando el Señor Jesús mandó a sus discípulos a
proclamar las buenas nuevas, Él les dijo: «Así está escrito,
que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al
tercer día; y que en su nombre se predicara el
arrepentimiento para el perdón de los pecados a todas las
naciones, comenzando desde Jerusalén» (Lucas 24:46-47).
Los pecadores son llevados al arrepentimiento al menos,
tanto por la bondad divina como por la culpa personal: «¿O
tienes en poco las riquezas de su bondad, tolerancia y
paciencia, ignorando que la bondad de Dios te guía al
arrepentimiento?» (Romanos 2:4). El arrepentimiento es
parte del evangelio mayormente como un don, un
mandamiento, una promesa, un motivo y un propósito. Es una
cuestión de gracia y un fruto de la misericordia. Sin un
entendimiento creyente de la misericordia de Dios «puede
existir la idea del pecado como algo que es dañino para el
mismo pecador, pero no en el sentido de que es algo odioso
ante un Dios santo»3. Al mismo tiempo, un pecador que no es
consciente de la misericordia de Dios en Cristo huirá de Él
en vez de acudir a Él. Sinclair Ferguson escribe:
«Sólo al dejar de mirar hacia nuestro pecado, para mirar
hacia el rostro de Dios, encontrándonos con su gracia
perdonadora, comenzamos a arrepentirnos. Sólo al ver que
hay gracia y perdón en Él nos atrevemos a arrepentirnos y a
regresar a la presencia del Padre y a nuestra relación con
Él»4.
El Señor narró la parábola del hijo pródigo para enfatizar
que Dios anhela recibir a los pecadores arrepentidos: ¡hay
gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente!
El arrepentimiento evangélico es, por obra del Espíritu, la
respuesta sincera a la misericordia perdonadora de Dios que
se ofrece en Cristo, una respuesta que hace un pecador que
está convencido de su pecado. Cristo dijo: «No he venido a
llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento» (Lucas
5:32). Cuando el pecador escucha ese llamamiento eficaz, el
Espíritu Santo lo convence de pecado, de justicia y de juicio
(Juan 16:8- 11). Con esta convicción, y percibiendo que Dios
en Cristo está preparado para perdonar a aquellos que se
arrepienten y creen, se vuelve de su pecado hacia Dios.
Cuando se vuelve, su deseo es ser liberado para siempre de
aquello que ofende al que es Santo y ser caracterizado más y
más por la justicia que le es grata a Él.
Vemos algo de estos aspectos positivos y negativos del
arrepentimiento en el llamado urgente del profeta Isaías:
«Abandone el impío su camino, y el hombre inicuo sus
pensamientos, y vuélvase al Señor, que tendrá de él
compasión, al Dios nuestro, que será amplio en perdonar»(Isaías 55:7). Todo el contexto de este versículo está lleno de
Cristo, porque se ha terminado de presentar al Siervo
prometido y al Salvador de la expiación.
 
El apartarse del pecado
En primer lugar, el arrepentimiento no es una expresión
pasajera de remordimiento o de aflicción que se enfoca en el
problema que trae el pecado en vez de enfocarse en el
pecado en sí. El que se ha arrepentido verdaderamente
nunca quiere salirse con la suya, ya que sabe que no puede
disfrutar de paz con Dios mientras sigue cediendo al pecado.
Más bien, el hombre malo que se arrepiente reconoce su
iniquidad y sabe que por ella es culpable ante los ojos de un
Dios santo por lo que le da la espalda a todo el curso de su
vida impía. No busca ni ofrece un poco de reforma aquí y
allá, limpiando un poco su conducta externa. No peca
albergando la esperanza de que pueda usar el
arrepentimiento como una excusa para seguir pecando. Más
bien, él rechaza y renuncia a sus hábitos pecaminosos. El
hombre impío muestra su arrepentimiento en que ahora ve
que ha provocado a Dios a ira por su falta de bondad, por
tanto deja atrás todos los planes y propósitos que están en
oposición a la voluntad santa de Dios.
Debemos notar varias cosas sobre este asunto de
apartarse del pecado. En primer lugar, es algo que hacen los
pecadores. El evangelio de Dios no está dirigido a aquellos
que ya tienen todo arreglado, que ya han resuelto el
desorden de sus vidas, que han organizado su vida espiritual
y que han fabricado una forma de ser aceptables ante Dios.
El evangelio ofrece misericordia a los miserables y perdidos;
no hay condiciones previas.
En segundo lugar, aunque muchas veces nos gusta dividir
el pecado en categorías o niveles, el arrepentimiento del que
hablamos es un arrepentimiento de todo y de cualquier
pecado. Aunque es verdad que hay algunos pecados que son
particularmente viles, escandalosos, desagradables o graves
(1 Corintios 5:1) y que algunas personas pueden ser
descritas como grandes pecadores (cf. 1 Timoteo 1:15), no
hay pecado que en sí mismo sea pequeño (Romanos 3:23).
Cada pecado tiene que ser cubierto por la sangre de
Jesucristo. Cada pecado es grave, una ofensa contra la ley
santa de Dios, y el tropezar en un punto significa ser
culpable de todos (Santiago 2:10). El arrepentimiento que se
le exige al pecador es por cada pecado que se conoce. Cada
pecado es fundamentalmente una ofensa a Dios, una
expresión de un corazón rebelde.
Es por esta razón que cuando David contempla su
adulterio y asesinato clama: «Contra ti, contra ti sólo he
pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos, de manera
que eres justo cuando hablas, y sin reproche cuando juzgas»
(Salmo 51:4). ¿Está sugiriendo David que el pecado no tiene
repercusiones en el plano horizontal? ¿Que no afecta a las
demás personas? ¿Está David ignorando el pecado que
cometió contra Urías, a quien le robó la esposa y cuya
muerte planificó; o su pecado contra Betsabé, a quien —tal
vez con cierta complicidad de parte de ella— llevó a su
cama? ¿Y qué ocurre con los demás que estuvieron
involucrados o que fueron afectados directa o
indirectamente por sus transgresiones?
¡Queda claro que el pecado afecta a los demás! Cuando un
esposo le habla airadamente a su esposa, ella no es
irrelevante en este problema del pecado. Cuando un niño le
habla a su padre con aspereza, ha cometido una ofensa que
se debe tratar.
Pero esta no es la dimensión primordial. Ante todo, el
pecado es aquello que se opone a Dios. Este es el rumbo que
sigue y la dirección en la que se desarrolla por completo su
suciedad e inmundicia. El apóstol Juan nos dice que «Todo el
que practica el pecado, practica también la infracción de la
ley, pues el pecado es infracción de la ley» (1 Juan 3:4). De
acuerdo a la definición bíblica, el pecado da por supuesto
que existe una norma —una ley perfecta que está escrita y
establecida en la conciencia. El pecado supone una
desviación, en principio y en práctica, de esa ley. El pecado
también requiere que se dé cuentas de él porque existe un
Legislador a quien debemos dar cuentas por nuestras
transgresiones. El pecado exige un castigo, que el justo juicio
de Dios se lleve a cabo en nosotros o en un sustituto que
para ese propósito sea llamado. Así que el pecado necesita
una respuesta, y la única respuesta completa y definitiva que
encontrará siempre es Jesucristo, con el perdón y la libertad
del pecado que se ofrece en Aquel que se manifestó a fin de
quitar los pecados, y en quien no hay pecado (1 Juan 3:5).
Nunca entenderemos aquello que los escritores del pasado
llamaban «la pecaminosidad del pecado» hasta que veamos
el pecado como aquello que se opone a Dios. Su santidad
infinita y su majestad divina forman el único contexto en el
que se puede percibir y entender realmente el pecado. Es
por esta razón que cada pecado merece ser castigado:
porque se juzga no solamente por lo que es en sí mismo, sino
que también se toma en cuenta contra Quien se ha cometido.
Como aquello que se comete contra la santidad infinita del
que es Santo y constituye una rebelión contra la justicia
absoluta del Dios justo, encontramos que el pecado es una
ofensa de una magnitud infinita. Un solo pecado sin tratar es
suficiente para mandarnos al Infierno.
En tercer lugar, y tomando todo esto en cuenta, el
arrepentimiento debe ser por pecados específicos. Es
demasiado fácil denunciar el pecado como si fuera algo
abstracto en vez de arrepentirse de pecados concretos que
acontecen en situaciones reales y que realmente ofenden al
Dios real y que realmente perjudican otras relaciones que
también son reales. Las declaraciones generales de
arrepentimiento («Por cualquier pecado que podamos haber
cometido…») y las expresiones imprecisas e impersonales de
confesión («Si en alguna forma te hemos ofendido») son a
menudo meramente una forma de eludir nuestra
responsabilidad, esquivar el meollo de la cuestión, defender
la reputación y negar la realidad del pecado.
Es cuando llegamos a una convicción de nuestro pecado y
comenzamos a arrepentirnos cuando por fin empezamos a
definir nuestros pecados y a avergonzarnos por ellos. Vemos
los límites santos que Dios ha trazado y la manera en que los
hemos pisoteado e ignorado. La persona cuyo espíritu está
perpetuamente enojado ya no dice que es por culpa de las
faltas de los demás que le han provocado frustración, sino
que considera la raíz del orgullo en su propio corazón. El
hombre o la mujer que ha estado recibiendo placer sexual
por medio del consumo de la pornografía comienza a
enfrentar sinceramente su corazón adúltero y egoísta. El
adolescente que se ha entretenido con fantasías acerca de
una relación sexual con una maestra lamenta su apetito por
la fornicación. La jovencita que se ha vestido de forma
provocativa y que ha coqueteado con astucia reflexiona
sobre su desesperación por ser el centro de atención. La
mujer que ataca y perjudica la reputación de los demás,
bombardeándolos cruelmente con sus chismes, percibe su
maldad. El hombre que intimida y abusa verbal y físicamente
de los demás se aflige por su afán de reinar sobre toda
criatura. Los hijos que se han complacido en mentir (siempre
que papá y mamá no se enteren), ya no pueden justificar su
comportamiento. La madre que siente resentimiento por
causa de las responsabilidades que tiene para con su esposo
y sus hijos, le hace frente al problema. El esposo que, como
la cabeza espiritual, por pereza ha desatendido el cuidado de
su familia, deja de excusarse. El cristiano que se caracteriza
por descuidar la oración se queda afligido por el orgullo de
vivir como si no existiera necesidad de la gracia de Dios. El
miembro de la iglesia que es arrogante y prepotente se
indignará al pensar en cómo él o ella ha pisoteado las
conciencias de los santos y en cómo se ha rebelado en contra
de la autoridad de los pastores designados por Cristo. Todo
esto que es contrario ala voluntad y a la palabra del Dios
todopoderoso, se reconoce y se percibe como tal. Cuando
empezamos a ver el pecado como Dios lo ve, entonces
comenzamos a identificarlo y a afligirnos por él como
corresponde.
En cada uno de estos casos, el hombre sincero –que está
tratando fielmente con su propia alma y con su Dios—
confiesa su pecado de forma específica. David McIntyre lo
expresa de la siguiente manera:
«La confesión del pecado debe ser explícita… Josué estaba
al lado de los escombros de Jericó cuando le dijo a Acán:
‘Hijo mío, te ruego, da gloria al Señor, Dios de Israel, y dale
alabanza; y declárame ahora lo que has hecho. No me lo
ocultes. Y Acán respondió a Josué, y dijo: En verdad he
pecado contra el Señor, Dios de Israel, y esto es lo que he
hecho’ (Josué 7:19-20, énfasis añadido)».
La gran promesa del Nuevo Testamento no es menos
concreta: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo
para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda
maldad» (1 Juan 1:9).
Un viejo y sabio escritor dijo: «Un hijo de Dios confesará
sus pecados concretamente; un cristiano inestable hará una
confesión amplia de sus pecados; reconocerá que es un
pecador en general, mientras que David, por así decirlo,
señala la llaga con el dedo: “He hecho lo malo” (Salmo 51:4);
no dice “he hecho el mal”, sino que dice “lo malo”. Señala su
homicidio»5.
En cuarto lugar, debemos reconocer la diferencia que
existe entre el mero remordimiento y el arrepentimiento
verdadero. No debemos confundir las lágrimas con el
arrepentimiento genuino –no necesariamente van juntos. (De
hecho, algunas personas hasta lloran porque no pueden
pecar, por lo menos porque no pueden hacerlo con la libertad
que quisieran tener. ¡Han sido privadas de la oportunidad de
satisfacer su maldad! No cabe duda que esto no es
arrepentimiento). El remordimiento puede ser una expresión
de dolor por haber obrado mal, pero con frecuencia se
enfoca solamente en la culpa o en las consecuencias del
pecado. El remordimiento se parece más al desaliento por
causa del pecado. No tiene percepción alguna de la
misericordia de Dios; nunca acude a Él. Lo vemos en la
historia de personajes bíblicos como Acab y Judas. Como ya
vimos anteriormente, el arrepentimiento no es el temor de
las consecuencias del pecado o el desaliento por estas, ni
tampoco es una determinación carnal de no pecar más. No
consiste solamente en apartarse temporalmente del pecado
o distanciarse un poco de él. Podemos odiar los efectos y las
consecuencias del pecado sin odiar jamás el pecado en sí.
Podemos lamentar que nos hayan descubierto en el acto de
robar y también odiar el hecho de haber robado. El
arrepentimiento falso teme el juicio de la ley, pero no honra
la justicia de la ley. El arrepentimiento verdadero es el
reconocimiento de que hemos pecado en contra de Dios, y no
solamente el temor de ser sorprendidos en el pecado, ni
tampoco el pesar porque —ahora que ha sido descubierto—
tendremos que sufrir el castigo. El arrepentimiento no es
meramente un cambio de sentimiento sino un cambio de
corazón y de mente que es permanente en vez de pasajero,
profundo en vez de superficial.
Y esto nos lleva a la raíz del asunto: «El arrepentimiento
es una transformación profunda que ocurre en el corazón
natural del hombre en lo que respecta al tema del pecado»6.
Se comienza a ver el pecado en el corazón tal y como lo ve
esencialmente la perspectiva divina, y esto infunde en el
alma un horror profundo y un odio hacia el pecado. El
arrepentimiento conlleva un conocimiento preciso del
pecado, dolor verdadero por el pecado, confesión verdadera
del pecado, vergüenza sincera por el pecado, un odio
profundo hacia el pecado y apartarse completamente del
pecado. D. Martyn Lloyd-Jones lo explica:
«Arrepentimiento significa darnos cuenta de que somos
culpables, pecadores viles en la presencia de Dios, que nos
merecemos la ira y el castigo de Dios, que caminamos hacia
el Infierno. Significa que comenzamos a percibir que eso que
se llama pecado está en nosotros, que anhelamos liberarnos
de ello, que le volvemos la espalda, cualquiera que sea, al
mundo tanto en forma de pensar, como en perspectiva, como
en práctica, y que nos negamos a nosotros mismos para
tomar la cruz y seguir a Cristo»7.
De manera que el arrepentimiento significa darle la
espalda al pecado. Para citar a Ryle una vez más: «Decir que
lamentamos nuestros pecados es mera hipocresía, a menos
que mostremos que verdaderamente los lamentamos
abandonándolos. La verdadera vida de arrepentimiento se
demuestra [en la práctica]»8. Pero también conlleva algo
más que el apartarse del pecado. El predicador escocés del
siglo XVIII, John Colquhoun afirmó: «Esta aflicción piadosa
por causa del pecado y este aborrecimiento santo de él
surgen de un descubrimiento espiritual de la misericordia
perdonadora de Dios en Cristo y del ejercicio de confiar en
su misericordia»9. Como ya hemos visto, el arrepentimiento
verdadero no solo consiste en abandonar el pecado, sino que
también conlleva el volver a Dios.
 
El pecador arrepentido se vuelve a Dios
En Isaías 55:7, la persona que se ha arrepentido se vuelve
de su pecado a Dios, deseosa de conocerle, amarle y
servirle. Llega sediento a la fuente de aguas vivas; llega
hambriento al pan de vida; acude en su pobreza al Gran
Dador; se acerca con sus decepciones a la abundancia de
Dios; se acerca vacío a la plenitud de Aquel que lo llena todo
en todo (cf. Efesios 1:23). John Murray nos recuerda cual es
el carácter esencial del arrepentimiento, pero también
enfatiza que este afecta más que nuestra opinión del pecado:
«El arrepentimiento consiste esencialmente en un cambio de
corazón, mente y voluntad. El cambio de corazón, mente y
voluntad tiene que ver principalmente con cuatro cosas: es
un cambio de mente acerca de Dios, de nosotros, del pecado
y de la justicia»10.
Entonces aquí tenemos a un pecador que acude a Aquel en
contra del cual se ha rebelado. Busca la cara de Aquel a
quien ha ofendido. Al salir de la oscuridad, anhela la luz. Al
salir de la muerte, anhela la vida que viene de conocer al
Dios todopoderoso (Juan 17:3). En este contexto, esta
invitación de volver al Señor es asombrosa en su grandeza,
porque está dirigida no solamente a los judíos sino a las
naciones de la tierra (cf. Isaías 55:5), asegurándole a todos
que aquellos que busquen al Señor lo encontrarán. Él no
echará fuera a nadie que venga a Él (cf. Juan 6:37). Quizás
tal pecador llegue al conocimiento de Dios con un espíritu
similar al de Job: «He aquí, aunque él me matare, en él
esperaré» (Job 13:15). Se acerca tembloroso, consciente de
que en verdad merece la muerte y de que es muy indigno de
recibir una bendición, ¡pero a pesar de esto no puede dejar
de acercarse! El pecador viene con toda la culpa de su
pecado, culpa que se aferra a él, pero que él odia. Pero sin
importar cuales sean los sentimientos del pecador sobre su
persona y su pecado, él también entiende que necesita a
Dios. Este sentimiento de dolor profundo y de odio por el
pecado junto con el deseo por un Dios misericordioso es a lo
que nos insta Joel: «Rasgad vuestro corazón y no vuestros
vestidos; volved ahora al Señor vuestro Dios, porque Él es
compasivo y clemente, lento para la ira, abundante en
misericordia, y se arrepiente de infligir el mal» (Joel 2:13).
Este es precisamente el mismo patrón descrito por el
apóstol Pablo al referirse a la experiencia de los
Tesalonicenses cuando el evangelio vino a ellos no solamente
en palabras sino también en poder y en el Espíritu Santo y
con plena convicción: «Pues ellos mismos cuentan acerca de
nosotros, de la acogida que tuvimos por parte de vosotros, y
de cómo os convertisteis de los ídolos a Dios para servir al
Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al
cual resucitó de entre los muertos, es decir, a Jesús, quien
nos libra de la ira venidera» (1 Tesalonicenses 1:9-10). Todoel pueblo de Dios a través de todos los tiempos ha estado
compuesto de personas arrepentidas.
De nuevo, hay algunas cosas que debemos aclarar. En
primer lugar, el arrepentimiento verdadero siempre conlleva
«convertirse de» para «servir a». El arrepentimiento tiene
como resultado una búsqueda de Dios y de la piedad que, por
lo general, sigue precisamente la misma línea del pecado del
que nos hemos arrepentido, pero en la dirección
diametralmente opuesta a este, y que puede o no ser
evidente en los aspectos más obvios o en los pequeños
detalles de la vida. En esto se puede observar la misma
amplitud y la misma especificidad, y la misma dependencia de
Dios en Cristo. Por lo tanto, el idólatra repudiará sus ídolos y
adorará solamente a Dios. El hombre iracundo se
arrepentirá de su enojo y buscará —no de manera perfecta
pero sí con persistencia y de forma creciente— ejercer
dominio propio sobre su propio espíritu. El hombre que
emite maldiciones le dará la espalda a su forma de hablar
hiriente y grosera y cultivará en su lugar la lengua apacible
que es árbol de vida (Proverbios 15:4). El consumidor de
pornografía se empeñará por apartarse de todo medio por el
cual las palabras y las imágenes obscenas entran a su vida y
esperará con paciencia los medios legítimos establecidos por
Dios o buscará la satisfacción sexual solamente por medio de
estos. El chismoso se empeñará en hablar palabras de vida y
salud en lugar de aquellas que hieren con crueldad. El
abusador altanero se humillará ante Dios y los hombres y
andará con mansedumbre. El niño mentiroso se esforzará
por decir siempre la verdad. La esposa y madre que siente
resentimiento o que es descuidada cultivará un espíritu de
sacrificio e invertirá su tiempo en aquella esfera en la que el
Señor en su misericordia la ha colocado. El padre perezoso
establecerá, en oración, patrones de un liderazgo espiritual
piadoso en su familia, dando muerte a su tendencia a la
indolencia. Encontraremos al creyente descuidado de
rodillas, aferrado a la roca que es Cristo y rogándole a Dios
Su perdón para ese momento presente, así como por la
gracia que necesita diariamente. Los miembros arrogantes
de la iglesia comenzarán a considerar a los demás como más
importantes que ellos mismos y cultivarán una actitud más
apropiadamente bereana hacia sus pastores y maestros.
En segundo lugar, el arrepentimiento no tiene mérito en sí
mismo. El arrepentimiento no significa que merecemos el
favor de Dios y tampoco le obliga a perdonarnos; no es la
causa eficaz por la cual Dios perdona nuestros pecados. La
expiación del pecado es obra de Cristo y solamente de Él. El
depender de nuestro arrepentimiento como aquello que de
alguna manera nos da el derecho al favor de Dios o nos hace
merecedores de él sería quitarle la gloria a Cristo y hacer
que nuestra salvación dependa de una buena obra. En cierto
sentido, incluso nuestro arrepentimiento es pecaminoso:
podríamos arrepentirnos de nuestro arrepentimiento,
¡porque ninguno de nosotros comprende realmente la
gravedad y la maldad de nuestro pecado! Nunca debemos
confundir la idea bíblica de la penitencia con la idea de hacer
penitencia. El hacer penitencia implica que existen obras que
podemos hacer para compensar nuestra pecaminosidad y
nuestros pecados. Pero el arrepentimiento verdadero no es
un sistema de peso y contrapesos por medio del cual
podemos, de alguna manera, expiar por nosotros mismos, y
en nuestras propias fuerzas, una cantidad de pecado que
tenga un valor igual y opuesto a este. Nuestro
arrepentimiento no es la base sobre la que nos apoyamos
para satisfacer la justicia divina, y la penitencia no es una
virtud con la que el hombre se gana el favor de Dios. La
salvación no es por obras –ni siquiera por obras que son
buenas en sí mismas— para que nadie tenga razón para
gloriarse (Efesios 2:8-9). Tal actitud convierte al
arrepentimiento en un enemigo de la gracia en vez de su
virtud gemela.
Aquí, pues, vemos que estos elementos del arrepentimiento
forman un conjunto: «Abandone el impío su camino, y el
hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Señor, que
tendrá de él compasión, al Dios nuestro, que será amplio en
perdonar» (Isaías 55:7). El arrepentimiento es simplemente
y nada más el apartarse del pecado, odiándolo, y acudir a
Dios con afán. Sin el arrepentimiento no hay forma de huir
del Infierno ni de obtener paz con Dios. Si no nos
arrepentimos, todos pereceremos (Lucas 13:5).
¿Pero puedes ver la promesa que también está ligada a la
afirmación de Dios? El que abandona el pecado y busca a
Dios encontrará, al regresar al Señor, todas las
profundidades de la bondad divina en la que ha confiado.
¡Dios tendrá misericordia! ¡Dios será amplio en perdonar!
Esto no es una mera posibilidad sino una promesa absoluta.
Subjetivamente, el pecador arrepentido descubre
personalmente todo el amor que mana del corazón divino,
toda la maravilla del favor inmerecido del Todopoderoso,
cuando el Señor acoge a ese pecador y, como el hijo pródigo
al regresar a la casa de su padre, este encuentra mucho más
de lo que esperaba (Lucas 15:21-22). Objetivamente, el
pecador arrepentido halla que la misericordia divina obra
perdón abundante para todos sus pecados, porque la
expiación del Cordero de Dios garantiza que el pecado se
pueda perdonar con justicia, y conlleva el perdón de toda
clase de pecado que comete toda clase de pecador.
El arrepentimiento verdadero siempre encuentra una
respuesta favorable de parte de un Dios misericordioso:
¿Cómo puede ser de otra manera cuando es tanto su
grandiosa voluntad (2 Pedro 3:9) como su don compasivo
(Hechos 11:18; 2 Timoteo 2:25)? Dios se ofrece a sí mismo
de acuerdo a las más misericordiosas y gloriosas
condiciones: «Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que
vuestros pecados sean borrados, a fin de que tiempos de
refrigerio vengan de la presencia del Señor» (Hechos 3:19).
Podemos acudir a Dios como somos, pero no podemos
permanecer así. Los que ya no confían en sus fuerzas claman
a Dios: «Hazme volver para que sea restaurado, pues tú,
Señor, eres mi Dios» (Jeremías 31:18).
También debemos tener claro que siempre es evidente
cuando estos principios están obrando en el alma: el
abandonar el camino pecaminoso y los pensamientos del
hombre inicuo y volverse a un Dios misericordioso y
perdonador siempre produce el fruto apropiado (Mateo 3:8).
Donde hay una humillación interna también hay siempre una
reforma externa. El resultado de un corazón transformado
debe ser una vida transformada.
Cuando Pablo predicó en obediencia a la visión celestial
que había recibido, él «anunciaba primeramente a los que
estaban en Damasco y también en Jerusalén, y después por
toda la región de Judea, y aun a los gentiles, que debían
arrepentirse y volverse a Dios, haciendo obras dignas de
arrepentimiento» (Hechos 26:19-20). El mismo apóstol le
dijo a los Corintios que
«La tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce
un arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar
pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte. Porque
mirad, ¡qué solicitud ha producido en vosotros esto, esta
tristeza piadosa, qué vindicación de vosotros mismos, qué
indignación, qué temor, qué gran afecto, qué celo, qué
castigo del mal! En todo habéis demostrado ser inocentes en
el asunto» (2 Corintios 7:10-11).
Así como el árbol se conoce por sus frutos, también el
arrepentimiento se conoce de la misma manera.
El pecador arrepentido es diligente y sincero, es muy
consciente de la seriedad de la situación y la pecaminosidad
del pecado, y por lo tanto se cuida para evitar toda tentación
y ocasión para pecar. Se purifica a sí mismo, se arrepiente
de su propio pecado, rectifica sus faltas y rehúsa ceder ante
los principios y las prácticas pecaminosas del mundo que lo
rodea. Se siente indignado y ofendido por el pecado en todas
sus formas y expresiones, especialmente cuando lo
encuentra abriéndosepaso en su propio corazón. Siente
temor y tiembla por lo odioso que es el pecado ante el Dios
que él ama y por el dolor que le trae a su propia alma, huye
de esa tendencia involuntaria hacia aquello que él aborrece.
Está lleno de un deseo intenso de que el poder del pecado
sea derrotado en él y que de esta forma sea extirpado el
vicio y cultivada la virtud, enfrenta los efectos del pecado en
su relación tanto con Dios como con los hombres. Ahora
tiene celo por la gloria de Dios, por la pureza en su propia
vida y en la iglesia de Cristo, por la obediencia a la
enseñanza de justicia. Da pruebas de su arrepentimiento,
dando a conocer su nueva condición y manifestando su deseo
por la justicia, y busca por medio de una lucha intensa contra
el pecado en toda su humanidad redimida, tomar venganza
de la maldad donde sea que esté o donde sea que se
manifieste, y de esta manera hacer una reparación y
restauración completa donde y cuando pueda. Entonces el
«arrepentido» da pruebas de que está libre de culpa en
cuanto a este asunto.
Nadie puede ser salvo a menos que se arrepienta.
Necesitamos un arrepentimiento verdadero previo al perdón
de Dios por nuestros pecados porque tal dolor por el pecado
y el apartarse del pecado es la respuesta de un corazón
regenerado. Cuando Dios en su misericordia soberana le da
un nuevo corazón al hombre, el Espíritu de Dios siempre
lleva a cabo una obra de fe y de arrepentimiento en el
corazón de ese hombre y lo inspira a buscar una nueva
obediencia, de manera que da frutos. Somos salvos por
medio de la fe en la persona gloriosa y la obra consumada de
Cristo, y no por el arrepentimiento como si fuera la causa
eficaz de nuestra salvación. Sin embargo, no somos salvos
sin tener fe en Cristo y sin el arrepentimiento que conduce a
la vida. De nuevo, con esto no estamos diciendo que el
arrepentimiento sea un requisito para la misericordia, más
bien le estamos dando el lugar que le corresponde. Lloyd-
Jones afirma: «Ningún hombre puede experimentar la
salvación cristiana a menos que sepa lo que es
arrepentirse»11. John Fawcett, el pastor y erudito bautista
del siglo XVIII, enfatizó la relación correcta entre la fe y el
arrepentimiento cuando afirmó:
«La fe verdadera está unida al arrepentimiento del
pecado. Si no nos volvemos del pecado a Dios, si el pecado
no se torna amargo para nosotros, si no nos parece odioso, si
nuestros corazones no se llenan de dolor, aflicción, y un
aborrecimiento de nuestro propio ser por causa de este, es
en vano que pensemos que creemos en Jesús. Mirar a quien
hemos herido conlleva aflicción y amargura del alma. La fe
que permite que el corazón permanezca impenitente no es
salvadora; porque el arrepentimiento es absolutamente
necesario para la salvación. Nuestro bendito Redentor le
dijo a cierta mujer en el evangelio: «Tu fe te ha salvado, vete
en paz». ¿Pero qué acompañaba esa fe que ella poseía? ¿No
era la penitencia? El arrepentimiento, como dicen algunos
justamente, es la lágrima del amor que cae del ojo de la
fe»12.
 
CUADROS DEL ARREPENTIMIENTO
Al considerar el relato bíblico, encontramos cómo los
principios que se han esbozado anteriormente son llevados a
cabo en la práctica. Mientras examinamos brevemente
varios cuadros del arrepentimiento, debemos cuidarnos de
no tipificar las expresiones externas de la contrición
verdadera. No debemos convertir lo que es descriptivo en
una prescripción. Podemos orar por el don de las lágrimas de
arrepentimiento, pero estas son para que Dios las guarde en
un envase y para que las escriba en su libro (Salmo 56:8), y
no para que nosotros pensemos que para arrepentirnos de
verdad debemos antes derramar cierto número de lágrimas.
Las realidades y los resultados del arrepentimiento son
evidentes, en un grado diferente, en cada ejemplo genuino de
esta gracia. No se encuentran en el pavor de Caín, en las
promesas de Faraón, en las humillaciones de Acab, en las
actuaciones de Herodes, ni en las confesiones de Judas. Sí se
encuentran, de una manera u otra, en los ejemplos positivos
de corazones arrepentidos que el Señor nos da.
Podemos encontrar elementos de todo esto en la parábola
que incluye la historia del hijo pródigo (Lucas 15:11-31).
Aunque la disposición de Dios para recibir al que se
arrepiente es central y la cuestión del arrepentimiento es
más incidental, todavía encontramos elementos que nos
instruyen en este asunto. El hijo, después de abandonar a su
padre, con el tiempo entra en razón. Encontramos que hay
una revaluación radical en cuanto a su forma de pensar,
hablar y actuar hacia su padre, y también en cuanto a su yo y
a su comportamiento. Encontramos que desea regresar
humildemente y rogar por el perdón como quien no merece
nada. Encontramos que lleva a cabo sus intenciones con
sinceridad. Y entonces vemos la respuesta magnífica y
generosidad espléndida del padre que recibe en sus brazos
al hijo que regresa, errado y arrepentido, colmándolo con
todas las pruebas de un amor y un deleite sin límites.
¿Podemos imaginarnos que después de esto el hijo que fue
restaurado no vivió una vida de servicio obediente,
voluntarioso y alegre, esmerándose por ser todo lo que un
verdadero hijo debe ser?
Hay rasgos similares en el recaudador de impuestos en el
templo (Lucas 18:13). Mientras que el fariseo hace una
oración de bumerán, que simplemente regresa a él en toda
su virtud imaginaria, el recaudador de impuestos hace una
oración que es como una bala. ¡He aquí una oración de
arrepentimiento genuino! Él adopta la posición que le
corresponde al describirse a sí mismo como «un pecador»13;
consciente de su gran maldad ante los ojos de Dios, hace una
confesión personal e individual de su propia miseria y
desesperación. Acude a la persona apropiada: Dios no es
aquí la audiencia de un espectáculo, más bien es el Juez
ofendido de todo el mundo —y también es su Juez. Él tiene
algo que tratar con el Santo y por esta razón se golpea en el
pecho y no puede alzar sus ojos al cielo. Y a pesar de esto, él
hace la petición apropiada, porque conoce que solamente
hay una sola cosa que puede superar la distancia entre el
Dios ofendido y el pecador que le ha ofendido: «Dios, ten
piedad de mí, pecador». Ahí donde se derramaba sangre
para la remisión de los pecados, clama para que Dios sea
reconciliado con él, para que se aparte de su ira divina y
borre el pecado del pecador por causa del sacrificio de un
sustituto. Y este es el hombre que ese día regresa a su casa
después de haber sido declarado justo ante los ojos de un
Dios perdonador con quien ha sido reconciliado.
Estos elementos también se encuentran en la conversión
de Zaqueo (Lucas 19:1-10). Aunque al principio solo tiene
curiosidad, responde a la bondad de Cristo, quien llama al
pequeño hombre para que venga a Él. El arrepentimiento es
una respuesta a la iniciativa divina, una de las primeras
obras de un corazón conmovido por el llamado de Dios al
pecador. Entonces vemos que Zaqueo reacciona de forma
personal y particular ante sus pecados particulares y
personales. No solamente reconoce la verdad de la
acusación general que se hace públicamente en su contra de
que es un pecador, sino que va más allá: «He aquí, Señor, la
mitad de mis bienes daré a los pobres, y si en algo he
defraudado a alguno, se lo restituiré cuadruplicado» (Lucas
19:8). Su arrepentimiento no es ambiguo ni evasivo. Se
acusa a sí mismo con una precisión inequívoca y una
severidad implacable. Trata con sí mismo de acuerdo a lo
que conoce de su propia persona. Además, todo esto ocurre
«hoy» (Lucas 19:9). Zaqueo no pospone su respuesta para
otro día, sino que inmediatamente pone en marcha las
ruedas de la piedad contrita. No vemos una promesa dudosa
de que «algún día daré» sino una acción concreta: «He
aquí…daré». Con mucha frecuencia, la tardanza en este
asunto resulta ser fatal. Muy fácilmente hacemos alguna
resolución mientras escuchamos un sermón o leemos unlibro, pero cuando llega el tiempo de actuar, ya nos hemos
persuadido en contra de ese impulso espiritual y piadoso que
surgió por la convicción de pecado. ¡No fue así con Zaqueo!
Su arrepentimiento fue profundo y costoso. El cambio radical
en sus prioridades e intereses afectó muchísimo su saldo
bancario. ¡El ídolo fue derrocado! ¡No se escatimó nada! ¡La
mala hierba del pecado fue totalmente arrancada! Zaqueo se
ve a sí mismo como un ladrón y su arrepentimiento justo
supera al de los fariseos; va más allá de lo que tal vez era
estrictamente necesario según la ley. Aunque es radical y
doloroso, Zaqueo lleva a cabo su arrepentimiento completa y
voluntariamente, sin reservas. Nadie lo tiene que guiar para
que lo pueda llevar a cabo ni hay que doblarle el brazo. No
lamenta que el cáncer del pecado sea extirpado de su vida.
No vuelve a su pecado como un perro a su propio vómito (2
Pedro 2:22), sino que manifiesta la nueva actitud de su
corazón renovado con un temor reverente. Y notemos
también que esto se demuestra de forma activa y positiva. El
que le quitaba a los demás se convierte en un dador. El
ladrón se vuelve en bienhechor. El acaparador codicioso se
convierte en un distribuidor generoso. El astuto engañador
es ahora un hombre de honestidad escrupulosa. El pecado da
lugar a la gracia y es reemplazado por esta en el mismo
punto del conflicto.
¿Puedes ver cómo el arrepentimiento siempre tiene como
resultado cambios reales y concretos en las actitudes,
afectos y acciones de una persona? Cuando hay un cambio en
el corazón siempre hay un cambio en la vida. La Biblia tanto
nos declara como nos muestra la naturaleza y los efectos del
arrepentimiento verdadero.
 
LA PRÁCTICA DEL ARREPENTIMIENTO
Es posible que sepas que algunos de los riachuelos que
alimentaron a la Reforma se mezclaron un día en el que un
monje llamado Martín Lutero, en la ciudad de Wittenberg,
clavó unas premisas teológicas en la puerta de la Iglesia del
Palacio, dando lugar a ciertas preguntas para la discusión y
el debate. La primera de esas 95 tesis era: «Cuando nuestro
Amo y Señor, Jesucristo, dijo “arrepentíos”, fue un llamado a
que toda la vida del creyente sea una de arrepentimiento».
El arrepentimiento hacia Dios —como la fe en Cristo—
debe caracterizar continuamente a todo verdadero cristiano.
No son meramente las puertas dobles por las cuales el
creyente entra al camino de la vida; más bien son los zapatos
que usa para caminar por todo el sendero. Los verdaderos
cristianos, por medio de muchas luchas y aflicciones, nunca
cesan de creer en el Señor Jesús y, al encontrar el pecado en
nuestros corazones, nunca dejamos de apartarnos de él y de
volvernos a Dios:
«Si decimos que tenemos comunión con El, pero andamos
en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad; mas si
andamos en la luz, como El está en la luz, tenemos comunión
los unos con los otros, y la sangre de Jesús su Hijo nos limpia
de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en
nosotros. Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo
para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda
maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a El
mentiroso y su palabra no está en nosotros» (1 Juan 1:6-10).
La limpieza de la cual gozamos, por medio de la
misericordia perdonadora de Dios en Jesucristo, no es
solamente un hecho inicial sino una bendición continua con
respecto a esos pecados continuos de los cuales seguimos
arrepintiéndonos. Debemos vivir cerca de la fuente que está
abierta para lavar el pecado y la impureza (Zacarías 13:1) y
acudir a ella a menudo en tanto que el tiempo pasa y se
descubren más y más pecados de comisión y omisión en
nuestros corazones y vidas. Nos haría bien recordar que los
llantos penitentes de David en el Salmo 51 son las
confesiones e inquietudes de uno que ha recaído y no de un
incrédulo. Este es el hombre conforme al corazón de Dios
quien pecó en contra de su Dios y Señor. El arrepentimiento
no es una planta que florece solamente al borde de las
primeras yardas del camino hacia el cielo, para después
secarse y morir antes de que hayamos llegado muy lejos.
Más bien, es una gracia que tiene su raíz en nuestra
comunión con Jesucristo y que crece progresivamente, dando
cada vez más fruto en nuestras vidas.
¿Alguna vez has vuelto en ti y has reconocido que tienes
que volver a Dios? ¿Has orado con un corazón como el del
recaudador de impuestos en el templo: «¡Dios ten
misericordia de mí pecador!»? ¿Alguna vez te has
arrepentido de forma particular y personal por tus pecados
particulares y personales, sin importar cuan profundo sea el
precio, y lo has hecho voluntaria y felizmente, de forma
positiva y activa? Estas son algunas de las evidencias claras
de que se ha llevado a cabo la conversión. Si no las posees,
entonces reflexiona sobre los horrores del pecado y las
misericordias de Dios y pronto estarás huyendo a la cruz.
Clama a Dios para que te dé un corazón tierno, examina tu
alma a la luz de la Palabra de Dios, ora para que se te
conceda el don de las lágrimas del arrepentimiento y deja los
ídolos para volverte a Dios.
¿Trabajas para que, por obra del Espíritu y de acuerdo a la
enseñanza de la Palabra, puedas seguir siendo sensible al
pecado de pensamiento, palabra y hecho? El cristiano
saludable siempre es sensible con respecto al pecado. De
hecho, no sería extraño que, mientras más estrecha sea la
relación de un cristiano con Cristo, más aguda sea su
convicción de pecado. Al caminar más en la luz, puede
percibir más claramente el horror de sus transgresiones, así
como la misericordia perdonadora de su Dios y la suficiencia
salvífica de su Redentor. El arrepentimiento no es una etapa
por la cual hay que pasar antes de llegar al Cielo, sino que es
el sendero por el cual se viaja a lo largo del camino, como
comenta John Murray: «El espíritu quebrantado y el corazón
contrito son marcas permanentes del alma creyente»14. No
dejes nunca de pelear contra el pecado y nunca ceses de
clamar al Señor para que tenga de ti misericordia por los
pecados que cometes en medio de la batalla. Cultiva un
temor santo a Dios que te haga ser consciente de que vives
ante su presencia y aborrecer el ofenderle: «Señor, si tú
tuvieras en cuenta las iniquidades, ¿quién, oh Señor, podría
permanecer? Pero en ti hay perdón, para que seas temido»
(Salmo 130:3-4).
Además, ¿sigues dando frutos dignos de arrepentimiento?
Recuerda que un corazón transformado siempre tiene como
resultado una vida transformada. ¿La tristeza piadosa por el
pecado ha producido en ti el arrepentimiento que conduce a
la salvación, que no ha de lamentarse? ¿Sigue obrando en ti
un cuidado diligente que te lleva a evitar el pecado? ¿Tiene
como resultado el que tú te purificas de manera que todavía
te arrepientes del pecado y luchas contra él? ¿Estás
indignado con el pecado y lo consideras como una ofensa
horrible en contra de Dios y como el enemigo por el cual
Cristo murió para vencer en ti? ¿Tienes temor del pecado
como algo que es repugnante para el Dios a quien amas?
¿Estás esforzándote para ver el pecado derrotado en tu
vida? ¿Eres celoso de buenas obras y tienes celo por la
gloria de Dios? ¿Tus pensamientos, forma de hablar y
comportamiento son pruebas de tu profesión de ser un
discípulo de Jesucristo? ¿Estás demostrando que tienes una
buena conciencia en estos asuntos? ¿Hay evidencia clara en
tu vida de que sigues teniendo un arrepentimiento costoso
pero voluntario, doloroso pero alegre, profundo pero
vehemente, porque buscas erradicar todo pecado del cual
tienes conocimiento y darle muerte por medio de la gracia y
el poder del Cristo resucitado?
El arrepentimiento fue una parte esencial del mensaje de
nuestro Señor en su ministerio, junto con el llamado a venir a
Él para ser salvos. No hay perdón sin arrepentimiento, ni
gozo que perdure sin esa tristeza que es conforme a la
voluntadde Dios. Si no nos arrepentimos, todos pereceremos
igualmente (Lucas 13:5). Si nos arrepentimos, aunque
nuestros pecados sean como el carmesí, el Señor hará que
sean tan blancos como la nieve.
Nadie puede ser verdaderamente feliz sin haber aprendido
a afligirse por el pecado. No hay gozo como el gozo de haber
recibido el perdón de pecados, y todos los que quieran viajar
hacia el cielo deben hacerlo sobre el río de lágrimas
causadas por el arrepentimiento y con el viento de la fe en
sus velas. ¿Eres un «arrepentido»? Con respecto a este
asunto todos debemos hacernos la misma pregunta que una
vez surgió en el alma de Juan Bunyan: «¿Dejarás tu pecado
para ir al Cielo o te iras al Infierno con ellos?»15.
Recuerda que el Señor es clemente y compasivo, lento
para la ira y grande en misericordia, pronto para perdonar.
Entonces dejemos todo mal camino y todo pensamiento
impío. Que, con todo el corazón, hasta con ayuno y duelo,
rasguemos nuestros corazones y nos volvamos al Señor,
quien tendrá misericordia de nosotros. Vuélvete al Señor
nuestro Dios, porque Él será amplio en perdonar.
 
1. En el Catecismo Menor de Westminster, esta es la
respuesta a la pregunta número 87.
2. John Murray, La redención consumada y aplicada
(Libros Desafío, 2007), 112.
3. John Colquhoun, Repentance [El arrepentimiento]
(Edinburgo, Estandarte de la Verdad, 2010), 13.
4. Sinclair Ferguson, La vida cristiana: una introducción
doctrinal (Editorial Peregrino, 1998), 82.
5. David McIntyre, The Hidden Life of Prayer [La vida de
oración secreta] (Fearn, Ross-shire, Scotland: Christian
Focus, 2010), 80.
6. J.C. Ryle, Old Paths [Sendas Antiguas] (Edinburgo:
Estandarte de la Verdad, 1999), 405.
7. D. Martyn Lloyd-Jones, El sermón del monte (El
Estandarte de la Verdad, 2008), 647.
8. J.C. Ryle, Meditaciones sobre los evangelios, Lucas 1-10
(Editorial Peregrino, 2002), 125.
9. Colquhoun, Repentance [El arrepentimiento], 3.
10. Murray, La redención consumada y aplicada, 112.
11. D. Martyn Lloyd-Jones, De lo profundo: una exposición
del Salmo 51 (Editorial Peregrino, 2004), 14.
12. John Fawcett, Christ Precious [El Cristo precioso]
(Minneapolis, Minnesota: Klock & Klock, 1979), 22-23.
13. Literalmente, «el pecador». Es como si él fuera el
único que debía enfrentar al Señor su Dios.
14. Murray, La redención consumada y aplicada, 114.
15. Juan Bunyan, Grace Abounding to the Chief of Sinners
[Gracia abundante], de Works of John Bunyan [La obra de
Juan Bunyan], ed. George Offor (Edinburgo: Estandarte de la
Verdad, 1991), 1:8 (Párrafo 22), el lenguaje ha sido
actualizado.
OTROS TÍTULOS DE PUBLICACIONES AQUILA
EL TEMOR OLVIDADO
por Albert Martin
EL TEMOR DE DIOS es un tema importante en la Biblia;
sin embargo, muchos cristianos en la actualidad lo pasan por
alto o lo tratan descuidadamente. Temer a Dios es la esencia
de la piedad, y los que profesan amar a Dios deberían desear
entender qué significa temerle a Él. Esta obra El Temor
Olvidado trata de nuevo este tema tan importante. El autor
Al Martin establece primeramente el tema del temor de
Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y a
continuación define qué significa temer a Dios. Finalmente,
trata las implicaciones prácticas de temer a Dios, mostrando
cómo se expresa en las vidas de Abraham y José, y
proporcionando instrucciones a los creyentes actuales para
que mantengan su temor de Dios y aun lo incrementen.
«La iglesia del siglo XXI necesita desesperadamente este
libro. El temor de Dios se está evaporando de nuestras
conciencias, y sus efectos son trágicamente públicos. Estoy
convencido de que Al Martin está sembrando justo a tiempo
las semillas del avivamiento que necesitamos. El Temor
Olvidado consiste en un extenso trayecto desde Génesis
hasta el Apocalipsis, en el que traza los ricos contornos de
esta doctrina fundamental. Es un festín lleno de sorpresas.
Necesitamos el tipo de avivamiento que surge del “temor y la
reverencia” hacia Dios. Agradezco que Al Martin haya
dedicado su mente y corazón a esta tarea en este tiempo tan
importante de su vida. Es un don para el “oportuno socorro”
de la iglesia. Conocerás y amarás más a Dios después de leer
este libro».
SCOTT BROWN, presidente del National Center for
Family-Integreted Churches.
ALBERT N. MARTIN sirvió como pastor de la iglesia
Trinity Baptist Church de Montville (Nueva Jersey) durante
cuarenta y seis años. Actualmente reside en el oeste de
Michigan con su esposa, Dorothy.
 
PENSAMIENTOS PARA LOS JÓVENES
por J. C. Ryle
“Cuando S. Pablo escribió su epístola a Tito con respecto a
sus deberes como ministro, mencionó a los jóvenes como una
clase que requería una atención especial. Tras hablar de los
ancianos y ancianas, añade su lacónico consejo: “Exhorta
asimismo a los jóvenes a que sean prudentes” (Tito 2:6). Voy
a seguir el consejo del Apóstol. Me propongo ofrecer algunas
palabras de exhortación amistosa a los jóvenes.
Yo mismo estoy envejeciendo, pero hay pocas cosas que
guarde tan bien en la memoria como los días de mi juventud.
Recuerdo claramente los gozos y las penas, las esperanzas y
los temores, las tentaciones y las dificultades, los juicios
equivocados y las inclinaciones inapropiadas, los errores y
las aspiraciones que rodean y acompañan a la vida de un
joven. Me sentiré muy agradecido solo con que consiga decir
algo que mantenga a un joven en el camino correcto y le
proteja de los errores y pecados que pueden estropear su
provenir tanto en el tiempo como en la eternidad”.
J.C. Ryle
 
EL BAUTISMO Y LO QUE SIGNIFICA SER MIEMBRO
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por Erroll Hulse
Algunos creyentes nominales son inestables. No apoyan a
una iglesia con entusiasmo y perseverancia. Nunca se han
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cómo, al considerar el mandato de Cristo acerca del
bautismo, los creyentes son inmediatamente confrontados
con sus responsabilidades como miembros de iglesia. ¿Nos
atreveremos a jugar con los mandatos de Cristo?
Es probable que la indiferencia y los intereses personales
en cuanto al bautismo y ser miembro de una iglesia lleven a
la negligencia en lo que se refiere a la asistencia fiel a las
reuniones de oración y a la observancia de otras
responsabilidades básicas.
Los fines de este librito son totalmente positivos y
constructivos, más bien que controversiales.
 
LA IMPORTANCIA DE LA IGLESIA LOCAL
por Daniel E. Wray
¿Es importante la iglesia local?
¿No podrían los cristianos pasar sin ella?
¿Realmente importa si participo en ella o no?
Daniel E. Wray, ex pastor de la Iglesia Congregacional de
Limington, Maine, EE.UU., suscita estas preguntas en este
opúsculo y, al responderlas, proporciona una enseñanza
bíblica, práctica y saludable. Aquí tenemos una guía fiable en
cuanto a la cuestión de ser miembro de una iglesia.
 
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