Vista previa del material en texto
¿Qué es el arrepentimiento? JEREMY WALKER Publicaciones Aquila ¿Qué es el arrepentimiento? © 2015 por Jeremy Walker Reservados todos los derechos. No se puede usar ni reproducir ninguna parte de este libro de ninguna manera sin permiso escrito, excepto en el caso de citas breves que sean parte de artículos de crítica y reseñas. Puede mandar su solicitud a nuestro editorial a la siguiente dirección: Publicaciones Aquila 5510 Tonnelle Ave. North Bergen, NJ 07047 201-348-3899 pub.aquila@ibrnb.com Publicado originalmente en inglés por Reformation Heritage Books, bajo el título What Is Repentance? © Publicaciones Aquila 2017 para la versión en español Traducción: Lillian A. Payero Revisión: Bonifacio Lozano Diseño de la cubierta: Latido Creativo ISBN: 978-1-932481-34-1 Impreso en EE.UU. Printed in USA ¿Qué es el arrepentimiento? Jeremy Walker Publicaciones Aquila 5510 Tonnelle Ave. North Bergen, NJ 07047 EE.UU. Copyright © 2017 por Publicaciones Aquila. Todos los derechos reservados. Traducción: Lillian A. Payero Revisión: Bonifacio Lozano Primera edición: 2017 Contenido ¿Qué es el arrepentimiento? Página de créditos ¿Qué es el arrepentimiento? OTROS TÍTULOS DE PUBLICACIONES AQUILA ¿QUÉ ES EL ARREPENTIMIENTO? He tenido el privilegio de visitar un país donde a los cristianos se les ha dado el apodo de «arrepentidos». ¿Se consideraría o hasta se adoptaría un nombre como este en la sociedad en la que tú y yo vivimos? ¿Es un apodo que fácilmente se puede usar para describirte a ti? Puede ser que, para muchos, la palabra «arrepentimiento» sea casi una mala palabra, si es que la usan. Conozco a un hombre que, después de ser un cristiano por unos treinta años, dijo que había pasado casi veinticinco de esos años en iglesias donde nunca se predicaba sobre el arrepentimiento. El hacer un llamado a tener y a cultivar un espíritu de arrepentimiento se opone al espíritu de nuestra época; desaprobamos todo lo que pueda hacer que la persona se sienta mal consigo misma. El arrepentimiento es visto como un ataque terrible a la autoestima, una herida trágica que se inflige sobre nuestro sentido de valor propio. Sin embargo, no se puede llegar a ser un cristiano sin el arrepentimiento. De forma similar, no es posible perseverar como fiel hijo de Dios sin el arrepentimiento. Entonces, ¿qué es el arrepentimiento? Es, fundamentalmente, un cambio radical y profundo en el corazón que tiene como resultado un cambio profundo y radical en la vida. Encontramos una de las mejores definiciones breves en el Catecismo Menor de Westminster y en algunos de los documentos que son sus hermanos e hijos: «El arrepentimiento para vida es una gracia salvadora, por la cual un pecador, con un verdadero [sentido] de su pecado, y comprendiendo la misericordia de Dios en Cristo, con dolor y aborrecimiento de su pecado, se aparta del mismo para ir a Dios, con pleno propósito y esfuerzo para una nueva obediencia»1. Esta definición encierra de forma breve pero excelente la esencia bíblica del arrepentimiento. Espero que mientras examinemos este asunto, este dulce resumen comience a resplandecer con una luz escritural y que conmueva y anime tu alma. Debemos comenzar dejando claro que el arrepentimiento y la fe van juntos. No podemos separar o dividir estas dos gracias, y nadie debe tratar de hacer tal cosa. Como explica John Murray: «La fe salvadora está impregnada de arrepentimiento y éste está impregnado de fe»2. Cristo salva por medio de la fe, y no debemos darle ese lugar al arrepentimiento. Sin embargo, una fe que no conoce nada de la pena por el pecado que va acompañada de un anhelo por la santidad y una obediencia que cada vez es más completa a la voluntad de Dios en Cristo, no es una fe salvadora. Como veremos, de la misma manera que necesitamos una fe que manifieste arrepentimiento, también necesitamos un arrepentimiento creyente. Con demasiada frecuencia, el arrepentimiento se ignora como si fuera la prima fea de la fe, cuando en verdad debe ser alabado como su hermosa hermana gemela. Al tratar el tema del arrepentimiento, es útil tener en cuenta un pasaje como 2 Corintios 7:9-11: «Ahora me regocijo, no de que fuisteis entristecidos, sino de que fuisteis entristecidos para arrepentimiento; porque fuisteis entristecidos conforme a la voluntad de Dios, para que no sufrierais pérdida alguna de parte nuestra. Porque la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte. Porque mirad, ¡qué solicitud ha producido en vosotros esto, esta tristeza piadosa, qué vindicación de vosotros mismos, qué indignación, qué temor, qué gran afecto, qué celo, qué castigo del mal! En todo habéis demostrado ser inocentes en el asunto». Estas palabras abarcan muchos de los elementos que debemos considerar y trataremos algunos de estos con detalles específicos. A partir de esta y de otras porciones bíblicas, nuestra tarea será identificar algunos principios del arrepentimiento, dar un vistazo a varios cuadros del arrepentimiento y concluir con algunas reflexiones sobre la práctica del arrepentimiento. PRINCIPIOS DEL ARREPENTIMIENTO El arrepentimiento está en el corazón del mensaje del evangelio. Cuando el Señor Jesús mandó a sus discípulos a proclamar las buenas nuevas, Él les dijo: «Así está escrito, que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día; y que en su nombre se predicara el arrepentimiento para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén» (Lucas 24:46-47). Los pecadores son llevados al arrepentimiento al menos, tanto por la bondad divina como por la culpa personal: «¿O tienes en poco las riquezas de su bondad, tolerancia y paciencia, ignorando que la bondad de Dios te guía al arrepentimiento?» (Romanos 2:4). El arrepentimiento es parte del evangelio mayormente como un don, un mandamiento, una promesa, un motivo y un propósito. Es una cuestión de gracia y un fruto de la misericordia. Sin un entendimiento creyente de la misericordia de Dios «puede existir la idea del pecado como algo que es dañino para el mismo pecador, pero no en el sentido de que es algo odioso ante un Dios santo»3. Al mismo tiempo, un pecador que no es consciente de la misericordia de Dios en Cristo huirá de Él en vez de acudir a Él. Sinclair Ferguson escribe: «Sólo al dejar de mirar hacia nuestro pecado, para mirar hacia el rostro de Dios, encontrándonos con su gracia perdonadora, comenzamos a arrepentirnos. Sólo al ver que hay gracia y perdón en Él nos atrevemos a arrepentirnos y a regresar a la presencia del Padre y a nuestra relación con Él»4. El Señor narró la parábola del hijo pródigo para enfatizar que Dios anhela recibir a los pecadores arrepentidos: ¡hay gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente! El arrepentimiento evangélico es, por obra del Espíritu, la respuesta sincera a la misericordia perdonadora de Dios que se ofrece en Cristo, una respuesta que hace un pecador que está convencido de su pecado. Cristo dijo: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento» (Lucas 5:32). Cuando el pecador escucha ese llamamiento eficaz, el Espíritu Santo lo convence de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16:8- 11). Con esta convicción, y percibiendo que Dios en Cristo está preparado para perdonar a aquellos que se arrepienten y creen, se vuelve de su pecado hacia Dios. Cuando se vuelve, su deseo es ser liberado para siempre de aquello que ofende al que es Santo y ser caracterizado más y más por la justicia que le es grata a Él. Vemos algo de estos aspectos positivos y negativos del arrepentimiento en el llamado urgente del profeta Isaías: «Abandone el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Señor, que tendrá de él compasión, al Dios nuestro, que será amplio en perdonar»(Isaías 55:7). Todo el contexto de este versículo está lleno de Cristo, porque se ha terminado de presentar al Siervo prometido y al Salvador de la expiación. El apartarse del pecado En primer lugar, el arrepentimiento no es una expresión pasajera de remordimiento o de aflicción que se enfoca en el problema que trae el pecado en vez de enfocarse en el pecado en sí. El que se ha arrepentido verdaderamente nunca quiere salirse con la suya, ya que sabe que no puede disfrutar de paz con Dios mientras sigue cediendo al pecado. Más bien, el hombre malo que se arrepiente reconoce su iniquidad y sabe que por ella es culpable ante los ojos de un Dios santo por lo que le da la espalda a todo el curso de su vida impía. No busca ni ofrece un poco de reforma aquí y allá, limpiando un poco su conducta externa. No peca albergando la esperanza de que pueda usar el arrepentimiento como una excusa para seguir pecando. Más bien, él rechaza y renuncia a sus hábitos pecaminosos. El hombre impío muestra su arrepentimiento en que ahora ve que ha provocado a Dios a ira por su falta de bondad, por tanto deja atrás todos los planes y propósitos que están en oposición a la voluntad santa de Dios. Debemos notar varias cosas sobre este asunto de apartarse del pecado. En primer lugar, es algo que hacen los pecadores. El evangelio de Dios no está dirigido a aquellos que ya tienen todo arreglado, que ya han resuelto el desorden de sus vidas, que han organizado su vida espiritual y que han fabricado una forma de ser aceptables ante Dios. El evangelio ofrece misericordia a los miserables y perdidos; no hay condiciones previas. En segundo lugar, aunque muchas veces nos gusta dividir el pecado en categorías o niveles, el arrepentimiento del que hablamos es un arrepentimiento de todo y de cualquier pecado. Aunque es verdad que hay algunos pecados que son particularmente viles, escandalosos, desagradables o graves (1 Corintios 5:1) y que algunas personas pueden ser descritas como grandes pecadores (cf. 1 Timoteo 1:15), no hay pecado que en sí mismo sea pequeño (Romanos 3:23). Cada pecado tiene que ser cubierto por la sangre de Jesucristo. Cada pecado es grave, una ofensa contra la ley santa de Dios, y el tropezar en un punto significa ser culpable de todos (Santiago 2:10). El arrepentimiento que se le exige al pecador es por cada pecado que se conoce. Cada pecado es fundamentalmente una ofensa a Dios, una expresión de un corazón rebelde. Es por esta razón que cuando David contempla su adulterio y asesinato clama: «Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos, de manera que eres justo cuando hablas, y sin reproche cuando juzgas» (Salmo 51:4). ¿Está sugiriendo David que el pecado no tiene repercusiones en el plano horizontal? ¿Que no afecta a las demás personas? ¿Está David ignorando el pecado que cometió contra Urías, a quien le robó la esposa y cuya muerte planificó; o su pecado contra Betsabé, a quien —tal vez con cierta complicidad de parte de ella— llevó a su cama? ¿Y qué ocurre con los demás que estuvieron involucrados o que fueron afectados directa o indirectamente por sus transgresiones? ¡Queda claro que el pecado afecta a los demás! Cuando un esposo le habla airadamente a su esposa, ella no es irrelevante en este problema del pecado. Cuando un niño le habla a su padre con aspereza, ha cometido una ofensa que se debe tratar. Pero esta no es la dimensión primordial. Ante todo, el pecado es aquello que se opone a Dios. Este es el rumbo que sigue y la dirección en la que se desarrolla por completo su suciedad e inmundicia. El apóstol Juan nos dice que «Todo el que practica el pecado, practica también la infracción de la ley, pues el pecado es infracción de la ley» (1 Juan 3:4). De acuerdo a la definición bíblica, el pecado da por supuesto que existe una norma —una ley perfecta que está escrita y establecida en la conciencia. El pecado supone una desviación, en principio y en práctica, de esa ley. El pecado también requiere que se dé cuentas de él porque existe un Legislador a quien debemos dar cuentas por nuestras transgresiones. El pecado exige un castigo, que el justo juicio de Dios se lleve a cabo en nosotros o en un sustituto que para ese propósito sea llamado. Así que el pecado necesita una respuesta, y la única respuesta completa y definitiva que encontrará siempre es Jesucristo, con el perdón y la libertad del pecado que se ofrece en Aquel que se manifestó a fin de quitar los pecados, y en quien no hay pecado (1 Juan 3:5). Nunca entenderemos aquello que los escritores del pasado llamaban «la pecaminosidad del pecado» hasta que veamos el pecado como aquello que se opone a Dios. Su santidad infinita y su majestad divina forman el único contexto en el que se puede percibir y entender realmente el pecado. Es por esta razón que cada pecado merece ser castigado: porque se juzga no solamente por lo que es en sí mismo, sino que también se toma en cuenta contra Quien se ha cometido. Como aquello que se comete contra la santidad infinita del que es Santo y constituye una rebelión contra la justicia absoluta del Dios justo, encontramos que el pecado es una ofensa de una magnitud infinita. Un solo pecado sin tratar es suficiente para mandarnos al Infierno. En tercer lugar, y tomando todo esto en cuenta, el arrepentimiento debe ser por pecados específicos. Es demasiado fácil denunciar el pecado como si fuera algo abstracto en vez de arrepentirse de pecados concretos que acontecen en situaciones reales y que realmente ofenden al Dios real y que realmente perjudican otras relaciones que también son reales. Las declaraciones generales de arrepentimiento («Por cualquier pecado que podamos haber cometido…») y las expresiones imprecisas e impersonales de confesión («Si en alguna forma te hemos ofendido») son a menudo meramente una forma de eludir nuestra responsabilidad, esquivar el meollo de la cuestión, defender la reputación y negar la realidad del pecado. Es cuando llegamos a una convicción de nuestro pecado y comenzamos a arrepentirnos cuando por fin empezamos a definir nuestros pecados y a avergonzarnos por ellos. Vemos los límites santos que Dios ha trazado y la manera en que los hemos pisoteado e ignorado. La persona cuyo espíritu está perpetuamente enojado ya no dice que es por culpa de las faltas de los demás que le han provocado frustración, sino que considera la raíz del orgullo en su propio corazón. El hombre o la mujer que ha estado recibiendo placer sexual por medio del consumo de la pornografía comienza a enfrentar sinceramente su corazón adúltero y egoísta. El adolescente que se ha entretenido con fantasías acerca de una relación sexual con una maestra lamenta su apetito por la fornicación. La jovencita que se ha vestido de forma provocativa y que ha coqueteado con astucia reflexiona sobre su desesperación por ser el centro de atención. La mujer que ataca y perjudica la reputación de los demás, bombardeándolos cruelmente con sus chismes, percibe su maldad. El hombre que intimida y abusa verbal y físicamente de los demás se aflige por su afán de reinar sobre toda criatura. Los hijos que se han complacido en mentir (siempre que papá y mamá no se enteren), ya no pueden justificar su comportamiento. La madre que siente resentimiento por causa de las responsabilidades que tiene para con su esposo y sus hijos, le hace frente al problema. El esposo que, como la cabeza espiritual, por pereza ha desatendido el cuidado de su familia, deja de excusarse. El cristiano que se caracteriza por descuidar la oración se queda afligido por el orgullo de vivir como si no existiera necesidad de la gracia de Dios. El miembro de la iglesia que es arrogante y prepotente se indignará al pensar en cómo él o ella ha pisoteado las conciencias de los santos y en cómo se ha rebelado en contra de la autoridad de los pastores designados por Cristo. Todo esto que es contrario ala voluntad y a la palabra del Dios todopoderoso, se reconoce y se percibe como tal. Cuando empezamos a ver el pecado como Dios lo ve, entonces comenzamos a identificarlo y a afligirnos por él como corresponde. En cada uno de estos casos, el hombre sincero –que está tratando fielmente con su propia alma y con su Dios— confiesa su pecado de forma específica. David McIntyre lo expresa de la siguiente manera: «La confesión del pecado debe ser explícita… Josué estaba al lado de los escombros de Jericó cuando le dijo a Acán: ‘Hijo mío, te ruego, da gloria al Señor, Dios de Israel, y dale alabanza; y declárame ahora lo que has hecho. No me lo ocultes. Y Acán respondió a Josué, y dijo: En verdad he pecado contra el Señor, Dios de Israel, y esto es lo que he hecho’ (Josué 7:19-20, énfasis añadido)». La gran promesa del Nuevo Testamento no es menos concreta: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). Un viejo y sabio escritor dijo: «Un hijo de Dios confesará sus pecados concretamente; un cristiano inestable hará una confesión amplia de sus pecados; reconocerá que es un pecador en general, mientras que David, por así decirlo, señala la llaga con el dedo: “He hecho lo malo” (Salmo 51:4); no dice “he hecho el mal”, sino que dice “lo malo”. Señala su homicidio»5. En cuarto lugar, debemos reconocer la diferencia que existe entre el mero remordimiento y el arrepentimiento verdadero. No debemos confundir las lágrimas con el arrepentimiento genuino –no necesariamente van juntos. (De hecho, algunas personas hasta lloran porque no pueden pecar, por lo menos porque no pueden hacerlo con la libertad que quisieran tener. ¡Han sido privadas de la oportunidad de satisfacer su maldad! No cabe duda que esto no es arrepentimiento). El remordimiento puede ser una expresión de dolor por haber obrado mal, pero con frecuencia se enfoca solamente en la culpa o en las consecuencias del pecado. El remordimiento se parece más al desaliento por causa del pecado. No tiene percepción alguna de la misericordia de Dios; nunca acude a Él. Lo vemos en la historia de personajes bíblicos como Acab y Judas. Como ya vimos anteriormente, el arrepentimiento no es el temor de las consecuencias del pecado o el desaliento por estas, ni tampoco es una determinación carnal de no pecar más. No consiste solamente en apartarse temporalmente del pecado o distanciarse un poco de él. Podemos odiar los efectos y las consecuencias del pecado sin odiar jamás el pecado en sí. Podemos lamentar que nos hayan descubierto en el acto de robar y también odiar el hecho de haber robado. El arrepentimiento falso teme el juicio de la ley, pero no honra la justicia de la ley. El arrepentimiento verdadero es el reconocimiento de que hemos pecado en contra de Dios, y no solamente el temor de ser sorprendidos en el pecado, ni tampoco el pesar porque —ahora que ha sido descubierto— tendremos que sufrir el castigo. El arrepentimiento no es meramente un cambio de sentimiento sino un cambio de corazón y de mente que es permanente en vez de pasajero, profundo en vez de superficial. Y esto nos lleva a la raíz del asunto: «El arrepentimiento es una transformación profunda que ocurre en el corazón natural del hombre en lo que respecta al tema del pecado»6. Se comienza a ver el pecado en el corazón tal y como lo ve esencialmente la perspectiva divina, y esto infunde en el alma un horror profundo y un odio hacia el pecado. El arrepentimiento conlleva un conocimiento preciso del pecado, dolor verdadero por el pecado, confesión verdadera del pecado, vergüenza sincera por el pecado, un odio profundo hacia el pecado y apartarse completamente del pecado. D. Martyn Lloyd-Jones lo explica: «Arrepentimiento significa darnos cuenta de que somos culpables, pecadores viles en la presencia de Dios, que nos merecemos la ira y el castigo de Dios, que caminamos hacia el Infierno. Significa que comenzamos a percibir que eso que se llama pecado está en nosotros, que anhelamos liberarnos de ello, que le volvemos la espalda, cualquiera que sea, al mundo tanto en forma de pensar, como en perspectiva, como en práctica, y que nos negamos a nosotros mismos para tomar la cruz y seguir a Cristo»7. De manera que el arrepentimiento significa darle la espalda al pecado. Para citar a Ryle una vez más: «Decir que lamentamos nuestros pecados es mera hipocresía, a menos que mostremos que verdaderamente los lamentamos abandonándolos. La verdadera vida de arrepentimiento se demuestra [en la práctica]»8. Pero también conlleva algo más que el apartarse del pecado. El predicador escocés del siglo XVIII, John Colquhoun afirmó: «Esta aflicción piadosa por causa del pecado y este aborrecimiento santo de él surgen de un descubrimiento espiritual de la misericordia perdonadora de Dios en Cristo y del ejercicio de confiar en su misericordia»9. Como ya hemos visto, el arrepentimiento verdadero no solo consiste en abandonar el pecado, sino que también conlleva el volver a Dios. El pecador arrepentido se vuelve a Dios En Isaías 55:7, la persona que se ha arrepentido se vuelve de su pecado a Dios, deseosa de conocerle, amarle y servirle. Llega sediento a la fuente de aguas vivas; llega hambriento al pan de vida; acude en su pobreza al Gran Dador; se acerca con sus decepciones a la abundancia de Dios; se acerca vacío a la plenitud de Aquel que lo llena todo en todo (cf. Efesios 1:23). John Murray nos recuerda cual es el carácter esencial del arrepentimiento, pero también enfatiza que este afecta más que nuestra opinión del pecado: «El arrepentimiento consiste esencialmente en un cambio de corazón, mente y voluntad. El cambio de corazón, mente y voluntad tiene que ver principalmente con cuatro cosas: es un cambio de mente acerca de Dios, de nosotros, del pecado y de la justicia»10. Entonces aquí tenemos a un pecador que acude a Aquel en contra del cual se ha rebelado. Busca la cara de Aquel a quien ha ofendido. Al salir de la oscuridad, anhela la luz. Al salir de la muerte, anhela la vida que viene de conocer al Dios todopoderoso (Juan 17:3). En este contexto, esta invitación de volver al Señor es asombrosa en su grandeza, porque está dirigida no solamente a los judíos sino a las naciones de la tierra (cf. Isaías 55:5), asegurándole a todos que aquellos que busquen al Señor lo encontrarán. Él no echará fuera a nadie que venga a Él (cf. Juan 6:37). Quizás tal pecador llegue al conocimiento de Dios con un espíritu similar al de Job: «He aquí, aunque él me matare, en él esperaré» (Job 13:15). Se acerca tembloroso, consciente de que en verdad merece la muerte y de que es muy indigno de recibir una bendición, ¡pero a pesar de esto no puede dejar de acercarse! El pecador viene con toda la culpa de su pecado, culpa que se aferra a él, pero que él odia. Pero sin importar cuales sean los sentimientos del pecador sobre su persona y su pecado, él también entiende que necesita a Dios. Este sentimiento de dolor profundo y de odio por el pecado junto con el deseo por un Dios misericordioso es a lo que nos insta Joel: «Rasgad vuestro corazón y no vuestros vestidos; volved ahora al Señor vuestro Dios, porque Él es compasivo y clemente, lento para la ira, abundante en misericordia, y se arrepiente de infligir el mal» (Joel 2:13). Este es precisamente el mismo patrón descrito por el apóstol Pablo al referirse a la experiencia de los Tesalonicenses cuando el evangelio vino a ellos no solamente en palabras sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción: «Pues ellos mismos cuentan acerca de nosotros, de la acogida que tuvimos por parte de vosotros, y de cómo os convertisteis de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de entre los muertos, es decir, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera» (1 Tesalonicenses 1:9-10). Todoel pueblo de Dios a través de todos los tiempos ha estado compuesto de personas arrepentidas. De nuevo, hay algunas cosas que debemos aclarar. En primer lugar, el arrepentimiento verdadero siempre conlleva «convertirse de» para «servir a». El arrepentimiento tiene como resultado una búsqueda de Dios y de la piedad que, por lo general, sigue precisamente la misma línea del pecado del que nos hemos arrepentido, pero en la dirección diametralmente opuesta a este, y que puede o no ser evidente en los aspectos más obvios o en los pequeños detalles de la vida. En esto se puede observar la misma amplitud y la misma especificidad, y la misma dependencia de Dios en Cristo. Por lo tanto, el idólatra repudiará sus ídolos y adorará solamente a Dios. El hombre iracundo se arrepentirá de su enojo y buscará —no de manera perfecta pero sí con persistencia y de forma creciente— ejercer dominio propio sobre su propio espíritu. El hombre que emite maldiciones le dará la espalda a su forma de hablar hiriente y grosera y cultivará en su lugar la lengua apacible que es árbol de vida (Proverbios 15:4). El consumidor de pornografía se empeñará por apartarse de todo medio por el cual las palabras y las imágenes obscenas entran a su vida y esperará con paciencia los medios legítimos establecidos por Dios o buscará la satisfacción sexual solamente por medio de estos. El chismoso se empeñará en hablar palabras de vida y salud en lugar de aquellas que hieren con crueldad. El abusador altanero se humillará ante Dios y los hombres y andará con mansedumbre. El niño mentiroso se esforzará por decir siempre la verdad. La esposa y madre que siente resentimiento o que es descuidada cultivará un espíritu de sacrificio e invertirá su tiempo en aquella esfera en la que el Señor en su misericordia la ha colocado. El padre perezoso establecerá, en oración, patrones de un liderazgo espiritual piadoso en su familia, dando muerte a su tendencia a la indolencia. Encontraremos al creyente descuidado de rodillas, aferrado a la roca que es Cristo y rogándole a Dios Su perdón para ese momento presente, así como por la gracia que necesita diariamente. Los miembros arrogantes de la iglesia comenzarán a considerar a los demás como más importantes que ellos mismos y cultivarán una actitud más apropiadamente bereana hacia sus pastores y maestros. En segundo lugar, el arrepentimiento no tiene mérito en sí mismo. El arrepentimiento no significa que merecemos el favor de Dios y tampoco le obliga a perdonarnos; no es la causa eficaz por la cual Dios perdona nuestros pecados. La expiación del pecado es obra de Cristo y solamente de Él. El depender de nuestro arrepentimiento como aquello que de alguna manera nos da el derecho al favor de Dios o nos hace merecedores de él sería quitarle la gloria a Cristo y hacer que nuestra salvación dependa de una buena obra. En cierto sentido, incluso nuestro arrepentimiento es pecaminoso: podríamos arrepentirnos de nuestro arrepentimiento, ¡porque ninguno de nosotros comprende realmente la gravedad y la maldad de nuestro pecado! Nunca debemos confundir la idea bíblica de la penitencia con la idea de hacer penitencia. El hacer penitencia implica que existen obras que podemos hacer para compensar nuestra pecaminosidad y nuestros pecados. Pero el arrepentimiento verdadero no es un sistema de peso y contrapesos por medio del cual podemos, de alguna manera, expiar por nosotros mismos, y en nuestras propias fuerzas, una cantidad de pecado que tenga un valor igual y opuesto a este. Nuestro arrepentimiento no es la base sobre la que nos apoyamos para satisfacer la justicia divina, y la penitencia no es una virtud con la que el hombre se gana el favor de Dios. La salvación no es por obras –ni siquiera por obras que son buenas en sí mismas— para que nadie tenga razón para gloriarse (Efesios 2:8-9). Tal actitud convierte al arrepentimiento en un enemigo de la gracia en vez de su virtud gemela. Aquí, pues, vemos que estos elementos del arrepentimiento forman un conjunto: «Abandone el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Señor, que tendrá de él compasión, al Dios nuestro, que será amplio en perdonar» (Isaías 55:7). El arrepentimiento es simplemente y nada más el apartarse del pecado, odiándolo, y acudir a Dios con afán. Sin el arrepentimiento no hay forma de huir del Infierno ni de obtener paz con Dios. Si no nos arrepentimos, todos pereceremos (Lucas 13:5). ¿Pero puedes ver la promesa que también está ligada a la afirmación de Dios? El que abandona el pecado y busca a Dios encontrará, al regresar al Señor, todas las profundidades de la bondad divina en la que ha confiado. ¡Dios tendrá misericordia! ¡Dios será amplio en perdonar! Esto no es una mera posibilidad sino una promesa absoluta. Subjetivamente, el pecador arrepentido descubre personalmente todo el amor que mana del corazón divino, toda la maravilla del favor inmerecido del Todopoderoso, cuando el Señor acoge a ese pecador y, como el hijo pródigo al regresar a la casa de su padre, este encuentra mucho más de lo que esperaba (Lucas 15:21-22). Objetivamente, el pecador arrepentido halla que la misericordia divina obra perdón abundante para todos sus pecados, porque la expiación del Cordero de Dios garantiza que el pecado se pueda perdonar con justicia, y conlleva el perdón de toda clase de pecado que comete toda clase de pecador. El arrepentimiento verdadero siempre encuentra una respuesta favorable de parte de un Dios misericordioso: ¿Cómo puede ser de otra manera cuando es tanto su grandiosa voluntad (2 Pedro 3:9) como su don compasivo (Hechos 11:18; 2 Timoteo 2:25)? Dios se ofrece a sí mismo de acuerdo a las más misericordiosas y gloriosas condiciones: «Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que tiempos de refrigerio vengan de la presencia del Señor» (Hechos 3:19). Podemos acudir a Dios como somos, pero no podemos permanecer así. Los que ya no confían en sus fuerzas claman a Dios: «Hazme volver para que sea restaurado, pues tú, Señor, eres mi Dios» (Jeremías 31:18). También debemos tener claro que siempre es evidente cuando estos principios están obrando en el alma: el abandonar el camino pecaminoso y los pensamientos del hombre inicuo y volverse a un Dios misericordioso y perdonador siempre produce el fruto apropiado (Mateo 3:8). Donde hay una humillación interna también hay siempre una reforma externa. El resultado de un corazón transformado debe ser una vida transformada. Cuando Pablo predicó en obediencia a la visión celestial que había recibido, él «anunciaba primeramente a los que estaban en Damasco y también en Jerusalén, y después por toda la región de Judea, y aun a los gentiles, que debían arrepentirse y volverse a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento» (Hechos 26:19-20). El mismo apóstol le dijo a los Corintios que «La tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte. Porque mirad, ¡qué solicitud ha producido en vosotros esto, esta tristeza piadosa, qué vindicación de vosotros mismos, qué indignación, qué temor, qué gran afecto, qué celo, qué castigo del mal! En todo habéis demostrado ser inocentes en el asunto» (2 Corintios 7:10-11). Así como el árbol se conoce por sus frutos, también el arrepentimiento se conoce de la misma manera. El pecador arrepentido es diligente y sincero, es muy consciente de la seriedad de la situación y la pecaminosidad del pecado, y por lo tanto se cuida para evitar toda tentación y ocasión para pecar. Se purifica a sí mismo, se arrepiente de su propio pecado, rectifica sus faltas y rehúsa ceder ante los principios y las prácticas pecaminosas del mundo que lo rodea. Se siente indignado y ofendido por el pecado en todas sus formas y expresiones, especialmente cuando lo encuentra abriéndosepaso en su propio corazón. Siente temor y tiembla por lo odioso que es el pecado ante el Dios que él ama y por el dolor que le trae a su propia alma, huye de esa tendencia involuntaria hacia aquello que él aborrece. Está lleno de un deseo intenso de que el poder del pecado sea derrotado en él y que de esta forma sea extirpado el vicio y cultivada la virtud, enfrenta los efectos del pecado en su relación tanto con Dios como con los hombres. Ahora tiene celo por la gloria de Dios, por la pureza en su propia vida y en la iglesia de Cristo, por la obediencia a la enseñanza de justicia. Da pruebas de su arrepentimiento, dando a conocer su nueva condición y manifestando su deseo por la justicia, y busca por medio de una lucha intensa contra el pecado en toda su humanidad redimida, tomar venganza de la maldad donde sea que esté o donde sea que se manifieste, y de esta manera hacer una reparación y restauración completa donde y cuando pueda. Entonces el «arrepentido» da pruebas de que está libre de culpa en cuanto a este asunto. Nadie puede ser salvo a menos que se arrepienta. Necesitamos un arrepentimiento verdadero previo al perdón de Dios por nuestros pecados porque tal dolor por el pecado y el apartarse del pecado es la respuesta de un corazón regenerado. Cuando Dios en su misericordia soberana le da un nuevo corazón al hombre, el Espíritu de Dios siempre lleva a cabo una obra de fe y de arrepentimiento en el corazón de ese hombre y lo inspira a buscar una nueva obediencia, de manera que da frutos. Somos salvos por medio de la fe en la persona gloriosa y la obra consumada de Cristo, y no por el arrepentimiento como si fuera la causa eficaz de nuestra salvación. Sin embargo, no somos salvos sin tener fe en Cristo y sin el arrepentimiento que conduce a la vida. De nuevo, con esto no estamos diciendo que el arrepentimiento sea un requisito para la misericordia, más bien le estamos dando el lugar que le corresponde. Lloyd- Jones afirma: «Ningún hombre puede experimentar la salvación cristiana a menos que sepa lo que es arrepentirse»11. John Fawcett, el pastor y erudito bautista del siglo XVIII, enfatizó la relación correcta entre la fe y el arrepentimiento cuando afirmó: «La fe verdadera está unida al arrepentimiento del pecado. Si no nos volvemos del pecado a Dios, si el pecado no se torna amargo para nosotros, si no nos parece odioso, si nuestros corazones no se llenan de dolor, aflicción, y un aborrecimiento de nuestro propio ser por causa de este, es en vano que pensemos que creemos en Jesús. Mirar a quien hemos herido conlleva aflicción y amargura del alma. La fe que permite que el corazón permanezca impenitente no es salvadora; porque el arrepentimiento es absolutamente necesario para la salvación. Nuestro bendito Redentor le dijo a cierta mujer en el evangelio: «Tu fe te ha salvado, vete en paz». ¿Pero qué acompañaba esa fe que ella poseía? ¿No era la penitencia? El arrepentimiento, como dicen algunos justamente, es la lágrima del amor que cae del ojo de la fe»12. CUADROS DEL ARREPENTIMIENTO Al considerar el relato bíblico, encontramos cómo los principios que se han esbozado anteriormente son llevados a cabo en la práctica. Mientras examinamos brevemente varios cuadros del arrepentimiento, debemos cuidarnos de no tipificar las expresiones externas de la contrición verdadera. No debemos convertir lo que es descriptivo en una prescripción. Podemos orar por el don de las lágrimas de arrepentimiento, pero estas son para que Dios las guarde en un envase y para que las escriba en su libro (Salmo 56:8), y no para que nosotros pensemos que para arrepentirnos de verdad debemos antes derramar cierto número de lágrimas. Las realidades y los resultados del arrepentimiento son evidentes, en un grado diferente, en cada ejemplo genuino de esta gracia. No se encuentran en el pavor de Caín, en las promesas de Faraón, en las humillaciones de Acab, en las actuaciones de Herodes, ni en las confesiones de Judas. Sí se encuentran, de una manera u otra, en los ejemplos positivos de corazones arrepentidos que el Señor nos da. Podemos encontrar elementos de todo esto en la parábola que incluye la historia del hijo pródigo (Lucas 15:11-31). Aunque la disposición de Dios para recibir al que se arrepiente es central y la cuestión del arrepentimiento es más incidental, todavía encontramos elementos que nos instruyen en este asunto. El hijo, después de abandonar a su padre, con el tiempo entra en razón. Encontramos que hay una revaluación radical en cuanto a su forma de pensar, hablar y actuar hacia su padre, y también en cuanto a su yo y a su comportamiento. Encontramos que desea regresar humildemente y rogar por el perdón como quien no merece nada. Encontramos que lleva a cabo sus intenciones con sinceridad. Y entonces vemos la respuesta magnífica y generosidad espléndida del padre que recibe en sus brazos al hijo que regresa, errado y arrepentido, colmándolo con todas las pruebas de un amor y un deleite sin límites. ¿Podemos imaginarnos que después de esto el hijo que fue restaurado no vivió una vida de servicio obediente, voluntarioso y alegre, esmerándose por ser todo lo que un verdadero hijo debe ser? Hay rasgos similares en el recaudador de impuestos en el templo (Lucas 18:13). Mientras que el fariseo hace una oración de bumerán, que simplemente regresa a él en toda su virtud imaginaria, el recaudador de impuestos hace una oración que es como una bala. ¡He aquí una oración de arrepentimiento genuino! Él adopta la posición que le corresponde al describirse a sí mismo como «un pecador»13; consciente de su gran maldad ante los ojos de Dios, hace una confesión personal e individual de su propia miseria y desesperación. Acude a la persona apropiada: Dios no es aquí la audiencia de un espectáculo, más bien es el Juez ofendido de todo el mundo —y también es su Juez. Él tiene algo que tratar con el Santo y por esta razón se golpea en el pecho y no puede alzar sus ojos al cielo. Y a pesar de esto, él hace la petición apropiada, porque conoce que solamente hay una sola cosa que puede superar la distancia entre el Dios ofendido y el pecador que le ha ofendido: «Dios, ten piedad de mí, pecador». Ahí donde se derramaba sangre para la remisión de los pecados, clama para que Dios sea reconciliado con él, para que se aparte de su ira divina y borre el pecado del pecador por causa del sacrificio de un sustituto. Y este es el hombre que ese día regresa a su casa después de haber sido declarado justo ante los ojos de un Dios perdonador con quien ha sido reconciliado. Estos elementos también se encuentran en la conversión de Zaqueo (Lucas 19:1-10). Aunque al principio solo tiene curiosidad, responde a la bondad de Cristo, quien llama al pequeño hombre para que venga a Él. El arrepentimiento es una respuesta a la iniciativa divina, una de las primeras obras de un corazón conmovido por el llamado de Dios al pecador. Entonces vemos que Zaqueo reacciona de forma personal y particular ante sus pecados particulares y personales. No solamente reconoce la verdad de la acusación general que se hace públicamente en su contra de que es un pecador, sino que va más allá: «He aquí, Señor, la mitad de mis bienes daré a los pobres, y si en algo he defraudado a alguno, se lo restituiré cuadruplicado» (Lucas 19:8). Su arrepentimiento no es ambiguo ni evasivo. Se acusa a sí mismo con una precisión inequívoca y una severidad implacable. Trata con sí mismo de acuerdo a lo que conoce de su propia persona. Además, todo esto ocurre «hoy» (Lucas 19:9). Zaqueo no pospone su respuesta para otro día, sino que inmediatamente pone en marcha las ruedas de la piedad contrita. No vemos una promesa dudosa de que «algún día daré» sino una acción concreta: «He aquí…daré». Con mucha frecuencia, la tardanza en este asunto resulta ser fatal. Muy fácilmente hacemos alguna resolución mientras escuchamos un sermón o leemos unlibro, pero cuando llega el tiempo de actuar, ya nos hemos persuadido en contra de ese impulso espiritual y piadoso que surgió por la convicción de pecado. ¡No fue así con Zaqueo! Su arrepentimiento fue profundo y costoso. El cambio radical en sus prioridades e intereses afectó muchísimo su saldo bancario. ¡El ídolo fue derrocado! ¡No se escatimó nada! ¡La mala hierba del pecado fue totalmente arrancada! Zaqueo se ve a sí mismo como un ladrón y su arrepentimiento justo supera al de los fariseos; va más allá de lo que tal vez era estrictamente necesario según la ley. Aunque es radical y doloroso, Zaqueo lleva a cabo su arrepentimiento completa y voluntariamente, sin reservas. Nadie lo tiene que guiar para que lo pueda llevar a cabo ni hay que doblarle el brazo. No lamenta que el cáncer del pecado sea extirpado de su vida. No vuelve a su pecado como un perro a su propio vómito (2 Pedro 2:22), sino que manifiesta la nueva actitud de su corazón renovado con un temor reverente. Y notemos también que esto se demuestra de forma activa y positiva. El que le quitaba a los demás se convierte en un dador. El ladrón se vuelve en bienhechor. El acaparador codicioso se convierte en un distribuidor generoso. El astuto engañador es ahora un hombre de honestidad escrupulosa. El pecado da lugar a la gracia y es reemplazado por esta en el mismo punto del conflicto. ¿Puedes ver cómo el arrepentimiento siempre tiene como resultado cambios reales y concretos en las actitudes, afectos y acciones de una persona? Cuando hay un cambio en el corazón siempre hay un cambio en la vida. La Biblia tanto nos declara como nos muestra la naturaleza y los efectos del arrepentimiento verdadero. LA PRÁCTICA DEL ARREPENTIMIENTO Es posible que sepas que algunos de los riachuelos que alimentaron a la Reforma se mezclaron un día en el que un monje llamado Martín Lutero, en la ciudad de Wittenberg, clavó unas premisas teológicas en la puerta de la Iglesia del Palacio, dando lugar a ciertas preguntas para la discusión y el debate. La primera de esas 95 tesis era: «Cuando nuestro Amo y Señor, Jesucristo, dijo “arrepentíos”, fue un llamado a que toda la vida del creyente sea una de arrepentimiento». El arrepentimiento hacia Dios —como la fe en Cristo— debe caracterizar continuamente a todo verdadero cristiano. No son meramente las puertas dobles por las cuales el creyente entra al camino de la vida; más bien son los zapatos que usa para caminar por todo el sendero. Los verdaderos cristianos, por medio de muchas luchas y aflicciones, nunca cesan de creer en el Señor Jesús y, al encontrar el pecado en nuestros corazones, nunca dejamos de apartarnos de él y de volvernos a Dios: «Si decimos que tenemos comunión con El, pero andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad; mas si andamos en la luz, como El está en la luz, tenemos comunión los unos con los otros, y la sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a El mentiroso y su palabra no está en nosotros» (1 Juan 1:6-10). La limpieza de la cual gozamos, por medio de la misericordia perdonadora de Dios en Jesucristo, no es solamente un hecho inicial sino una bendición continua con respecto a esos pecados continuos de los cuales seguimos arrepintiéndonos. Debemos vivir cerca de la fuente que está abierta para lavar el pecado y la impureza (Zacarías 13:1) y acudir a ella a menudo en tanto que el tiempo pasa y se descubren más y más pecados de comisión y omisión en nuestros corazones y vidas. Nos haría bien recordar que los llantos penitentes de David en el Salmo 51 son las confesiones e inquietudes de uno que ha recaído y no de un incrédulo. Este es el hombre conforme al corazón de Dios quien pecó en contra de su Dios y Señor. El arrepentimiento no es una planta que florece solamente al borde de las primeras yardas del camino hacia el cielo, para después secarse y morir antes de que hayamos llegado muy lejos. Más bien, es una gracia que tiene su raíz en nuestra comunión con Jesucristo y que crece progresivamente, dando cada vez más fruto en nuestras vidas. ¿Alguna vez has vuelto en ti y has reconocido que tienes que volver a Dios? ¿Has orado con un corazón como el del recaudador de impuestos en el templo: «¡Dios ten misericordia de mí pecador!»? ¿Alguna vez te has arrepentido de forma particular y personal por tus pecados particulares y personales, sin importar cuan profundo sea el precio, y lo has hecho voluntaria y felizmente, de forma positiva y activa? Estas son algunas de las evidencias claras de que se ha llevado a cabo la conversión. Si no las posees, entonces reflexiona sobre los horrores del pecado y las misericordias de Dios y pronto estarás huyendo a la cruz. Clama a Dios para que te dé un corazón tierno, examina tu alma a la luz de la Palabra de Dios, ora para que se te conceda el don de las lágrimas del arrepentimiento y deja los ídolos para volverte a Dios. ¿Trabajas para que, por obra del Espíritu y de acuerdo a la enseñanza de la Palabra, puedas seguir siendo sensible al pecado de pensamiento, palabra y hecho? El cristiano saludable siempre es sensible con respecto al pecado. De hecho, no sería extraño que, mientras más estrecha sea la relación de un cristiano con Cristo, más aguda sea su convicción de pecado. Al caminar más en la luz, puede percibir más claramente el horror de sus transgresiones, así como la misericordia perdonadora de su Dios y la suficiencia salvífica de su Redentor. El arrepentimiento no es una etapa por la cual hay que pasar antes de llegar al Cielo, sino que es el sendero por el cual se viaja a lo largo del camino, como comenta John Murray: «El espíritu quebrantado y el corazón contrito son marcas permanentes del alma creyente»14. No dejes nunca de pelear contra el pecado y nunca ceses de clamar al Señor para que tenga de ti misericordia por los pecados que cometes en medio de la batalla. Cultiva un temor santo a Dios que te haga ser consciente de que vives ante su presencia y aborrecer el ofenderle: «Señor, si tú tuvieras en cuenta las iniquidades, ¿quién, oh Señor, podría permanecer? Pero en ti hay perdón, para que seas temido» (Salmo 130:3-4). Además, ¿sigues dando frutos dignos de arrepentimiento? Recuerda que un corazón transformado siempre tiene como resultado una vida transformada. ¿La tristeza piadosa por el pecado ha producido en ti el arrepentimiento que conduce a la salvación, que no ha de lamentarse? ¿Sigue obrando en ti un cuidado diligente que te lleva a evitar el pecado? ¿Tiene como resultado el que tú te purificas de manera que todavía te arrepientes del pecado y luchas contra él? ¿Estás indignado con el pecado y lo consideras como una ofensa horrible en contra de Dios y como el enemigo por el cual Cristo murió para vencer en ti? ¿Tienes temor del pecado como algo que es repugnante para el Dios a quien amas? ¿Estás esforzándote para ver el pecado derrotado en tu vida? ¿Eres celoso de buenas obras y tienes celo por la gloria de Dios? ¿Tus pensamientos, forma de hablar y comportamiento son pruebas de tu profesión de ser un discípulo de Jesucristo? ¿Estás demostrando que tienes una buena conciencia en estos asuntos? ¿Hay evidencia clara en tu vida de que sigues teniendo un arrepentimiento costoso pero voluntario, doloroso pero alegre, profundo pero vehemente, porque buscas erradicar todo pecado del cual tienes conocimiento y darle muerte por medio de la gracia y el poder del Cristo resucitado? El arrepentimiento fue una parte esencial del mensaje de nuestro Señor en su ministerio, junto con el llamado a venir a Él para ser salvos. No hay perdón sin arrepentimiento, ni gozo que perdure sin esa tristeza que es conforme a la voluntadde Dios. Si no nos arrepentimos, todos pereceremos igualmente (Lucas 13:5). Si nos arrepentimos, aunque nuestros pecados sean como el carmesí, el Señor hará que sean tan blancos como la nieve. Nadie puede ser verdaderamente feliz sin haber aprendido a afligirse por el pecado. No hay gozo como el gozo de haber recibido el perdón de pecados, y todos los que quieran viajar hacia el cielo deben hacerlo sobre el río de lágrimas causadas por el arrepentimiento y con el viento de la fe en sus velas. ¿Eres un «arrepentido»? Con respecto a este asunto todos debemos hacernos la misma pregunta que una vez surgió en el alma de Juan Bunyan: «¿Dejarás tu pecado para ir al Cielo o te iras al Infierno con ellos?»15. Recuerda que el Señor es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en misericordia, pronto para perdonar. Entonces dejemos todo mal camino y todo pensamiento impío. Que, con todo el corazón, hasta con ayuno y duelo, rasguemos nuestros corazones y nos volvamos al Señor, quien tendrá misericordia de nosotros. Vuélvete al Señor nuestro Dios, porque Él será amplio en perdonar. 1. En el Catecismo Menor de Westminster, esta es la respuesta a la pregunta número 87. 2. John Murray, La redención consumada y aplicada (Libros Desafío, 2007), 112. 3. John Colquhoun, Repentance [El arrepentimiento] (Edinburgo, Estandarte de la Verdad, 2010), 13. 4. Sinclair Ferguson, La vida cristiana: una introducción doctrinal (Editorial Peregrino, 1998), 82. 5. David McIntyre, The Hidden Life of Prayer [La vida de oración secreta] (Fearn, Ross-shire, Scotland: Christian Focus, 2010), 80. 6. J.C. Ryle, Old Paths [Sendas Antiguas] (Edinburgo: Estandarte de la Verdad, 1999), 405. 7. D. Martyn Lloyd-Jones, El sermón del monte (El Estandarte de la Verdad, 2008), 647. 8. J.C. Ryle, Meditaciones sobre los evangelios, Lucas 1-10 (Editorial Peregrino, 2002), 125. 9. Colquhoun, Repentance [El arrepentimiento], 3. 10. Murray, La redención consumada y aplicada, 112. 11. D. Martyn Lloyd-Jones, De lo profundo: una exposición del Salmo 51 (Editorial Peregrino, 2004), 14. 12. John Fawcett, Christ Precious [El Cristo precioso] (Minneapolis, Minnesota: Klock & Klock, 1979), 22-23. 13. Literalmente, «el pecador». Es como si él fuera el único que debía enfrentar al Señor su Dios. 14. Murray, La redención consumada y aplicada, 114. 15. Juan Bunyan, Grace Abounding to the Chief of Sinners [Gracia abundante], de Works of John Bunyan [La obra de Juan Bunyan], ed. George Offor (Edinburgo: Estandarte de la Verdad, 1991), 1:8 (Párrafo 22), el lenguaje ha sido actualizado. OTROS TÍTULOS DE PUBLICACIONES AQUILA EL TEMOR OLVIDADO por Albert Martin EL TEMOR DE DIOS es un tema importante en la Biblia; sin embargo, muchos cristianos en la actualidad lo pasan por alto o lo tratan descuidadamente. Temer a Dios es la esencia de la piedad, y los que profesan amar a Dios deberían desear entender qué significa temerle a Él. Esta obra El Temor Olvidado trata de nuevo este tema tan importante. El autor Al Martin establece primeramente el tema del temor de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y a continuación define qué significa temer a Dios. Finalmente, trata las implicaciones prácticas de temer a Dios, mostrando cómo se expresa en las vidas de Abraham y José, y proporcionando instrucciones a los creyentes actuales para que mantengan su temor de Dios y aun lo incrementen. «La iglesia del siglo XXI necesita desesperadamente este libro. El temor de Dios se está evaporando de nuestras conciencias, y sus efectos son trágicamente públicos. Estoy convencido de que Al Martin está sembrando justo a tiempo las semillas del avivamiento que necesitamos. El Temor Olvidado consiste en un extenso trayecto desde Génesis hasta el Apocalipsis, en el que traza los ricos contornos de esta doctrina fundamental. Es un festín lleno de sorpresas. Necesitamos el tipo de avivamiento que surge del “temor y la reverencia” hacia Dios. Agradezco que Al Martin haya dedicado su mente y corazón a esta tarea en este tiempo tan importante de su vida. Es un don para el “oportuno socorro” de la iglesia. Conocerás y amarás más a Dios después de leer este libro». SCOTT BROWN, presidente del National Center for Family-Integreted Churches. ALBERT N. MARTIN sirvió como pastor de la iglesia Trinity Baptist Church de Montville (Nueva Jersey) durante cuarenta y seis años. Actualmente reside en el oeste de Michigan con su esposa, Dorothy. PENSAMIENTOS PARA LOS JÓVENES por J. C. Ryle “Cuando S. Pablo escribió su epístola a Tito con respecto a sus deberes como ministro, mencionó a los jóvenes como una clase que requería una atención especial. Tras hablar de los ancianos y ancianas, añade su lacónico consejo: “Exhorta asimismo a los jóvenes a que sean prudentes” (Tito 2:6). Voy a seguir el consejo del Apóstol. Me propongo ofrecer algunas palabras de exhortación amistosa a los jóvenes. Yo mismo estoy envejeciendo, pero hay pocas cosas que guarde tan bien en la memoria como los días de mi juventud. Recuerdo claramente los gozos y las penas, las esperanzas y los temores, las tentaciones y las dificultades, los juicios equivocados y las inclinaciones inapropiadas, los errores y las aspiraciones que rodean y acompañan a la vida de un joven. Me sentiré muy agradecido solo con que consiga decir algo que mantenga a un joven en el camino correcto y le proteja de los errores y pecados que pueden estropear su provenir tanto en el tiempo como en la eternidad”. J.C. Ryle EL BAUTISMO Y LO QUE SIGNIFICA SER MIEMBRO DE UNA IGLESIA por Erroll Hulse Algunos creyentes nominales son inestables. No apoyan a una iglesia con entusiasmo y perseverancia. Nunca se han planteado el bautismo de creyentes. Estas páginas explican cómo, al considerar el mandato de Cristo acerca del bautismo, los creyentes son inmediatamente confrontados con sus responsabilidades como miembros de iglesia. ¿Nos atreveremos a jugar con los mandatos de Cristo? Es probable que la indiferencia y los intereses personales en cuanto al bautismo y ser miembro de una iglesia lleven a la negligencia en lo que se refiere a la asistencia fiel a las reuniones de oración y a la observancia de otras responsabilidades básicas. Los fines de este librito son totalmente positivos y constructivos, más bien que controversiales. LA IMPORTANCIA DE LA IGLESIA LOCAL por Daniel E. Wray ¿Es importante la iglesia local? ¿No podrían los cristianos pasar sin ella? ¿Realmente importa si participo en ella o no? Daniel E. Wray, ex pastor de la Iglesia Congregacional de Limington, Maine, EE.UU., suscita estas preguntas en este opúsculo y, al responderlas, proporciona una enseñanza bíblica, práctica y saludable. Aquí tenemos una guía fiable en cuanto a la cuestión de ser miembro de una iglesia. Publicaciones Aquila 5510 Tonnelle Ave. North Bergen, NJ 07047–302, EE.UU. Tel. 201-348-3899 www.cristianismohist.com cris.hist@ibrnb.com ¿Qué es el arrepentimiento? Página de créditos Página de título Copyright Tabla de contenido ¿Qué es el arrepentimiento? OTROS TÍTULOS DE PUBLICACIONES AQUILA