Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
La salud emocional en la Infancia 2 La salud emocional en la Infancia Componentes y estrategias de actuación en la escuela Sonsoles Perpiñán Guerras NARCEA, S. A. DE EDICIONES MADRID 3 A todas aquellas personas que han acompasado sus pasos a los míos en el delicioso camino de soñar una escuela más humana. 4 1. 2. 3. Índice INTRODUCCIÓN I. LA SALUD EMOCIONAL Y SUS COMPONENTES La salud emocional Qué es la salud emocional. Diferencias entre salud emocional e inteligencia emocional. Componentes de la salud emocional. Por qué abordar la salud emocional en la escuela infantil: perspectivas Componentes personales de la salud emocional El autoconcepto: qué es, para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias para trabajar el autoconcepto en la escuela infantil La autoestima: qué es, para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias para trabajar la autoestima en la escuela infantil El autocontrol: qué es, para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias para trabajar el autocontrol en la escuela infantil La localización de control: qué es, para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias para trabajar la localización de control interno en la escuela infantil La automotivación: qué es, para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias para trabajar la automotivación en la escuela infantil El sistema de atribuciones: qué es, para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias para trabajar el sistema de atribuciones en la escuela infantil La tolerancia a la frustración: qué es, para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias para trabajar la tolerancia a la frustración en la escuela infantil Componentes relacionales de la salud emocional El vínculo afectivo: definición y componentes, para qué sirve, cómo se forma y cómo evoluciona. Sugerencias para trabajar el vínculo afectivo en la escuela infantil La empatía: qué es, para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias para trabajar la empatía en la escuela infantil La asertividad: qué es para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias para trabajar la asertividad en la escuela infantil Las habilidades sociales: qué son, cómo se forman, para qué sirven. Sugerencias para trabajar las habilidades sociales en la escuela infantil 5 4. 5. II. ESTRATEGIAS DE ACTUACIÓN EN LA ESCUELA Estrategias incidentales Cinco estrategias incidentales clave: el estilo educativo, la comunicación, el clima de aula, las normas de convivencia, los valores vigentes El estilo educativo: la personalidad y las actitudes del educador La comunicación. El contenido de la comunicación: tipos de mensajes y manejo de instrucciones. La forma: la comunicación no verbal. La escucha activa El clima del aula: el ambiente físico, la metodología, las redes sociales … Las normas de convivencia Los valores vigentes Estrategias intencionales Las rutinas Las unidades didácticas Los planes de convivencia El programa de salud emocional. Propuesta de un Programa de Salud Emocional para niños de 0-3 años Registros de Observación: Registro de Atribuciones, Registros sobre el periodo de Adaptación a la vida escolar A MODO DE CONCLUSIÓN: La salud emocional del educador BIBLIOGRAFÍA 6 Introducción CON MUCHA FRECUENCIA OBSERVAMOS a nuestro alrededor adultos que se sienten insatisfechos con su realidad, pero apenas hacen nada por cambiarla, personas sumidas en estados depresivos que les impiden disfrutar de los detalles cotidianos de la vida; hombres y mujeres que tienen grandes dificultades para relacionarse con otros seres humanos y se sienten atormentados por los comentarios o las conductas de los demás. Ha aumentado considerablemente el uso de antidepresivos, las tasas de enfermedad mental, e incluso de suicidio, y los jóvenes de nuestra sociedad recurren al uso de alcohol o de drogas como mecanismo para buscar la satisfacción en su tiempo de ocio. Cuando me encuentro con este tipo de personas me pregunto: ¿cuál es la razón?, ¿por qué es tan difícil huir de algunas situaciones emocionales cuando te sientes atrapado?, ¿no sería más sencillo interpretar la realidad de un modo más saludable? En la base de muchos trastornos de tipo emocional está la valoración cognitiva que las personas hacemos de la realidad. Ésta no es un conjunto de hechos objetivos y observables, sino la interpretación subjetiva y personal que cada uno hace de los mismos. Así, una misma circunstancia, puede ser percibida de forma radicalmente distinta por dos personas que la están experimentando, en función de sus sistemas de ideas o atribuciones, construidos a partir de sus experiencias, sus valores, etc. Desde esta perspectiva me planteo también si no sería posible dotar a las personas, desde su más temprana infancia, que es cuando se construye su personalidad, de unos recursos eficaces desde el punto de vista emocional, para hacer frente a las situaciones diversas, y en ocasiones adversas, que van a ir apareciendo a lo largo de su vida. Ofrecerles recursos que les permitan interpretar los acontecimientos de un modo saludable y les brinden la oportunidad de adaptarse al mundo social sin sufrir crisis de angustia o situaciones depresivas. No sólo observamos adultos con trastornos o dificultades de tipo emocional. Cada vez es más frecuente encontrar en la escuela niños con alteraciones del comportamiento. Desde las primeras edades podemos comprobar lo difícil que les resulta a muchos alumnos tolerar la frustración o relacionarse con sus iguales. En la base de estas conductas hay muchos factores culturales. La sociedad del bienestar, como la venimos llamando, está marcada por la necesidad de satisfacer nuestros deseos de forma inmediata, por una tendencia a “usar y tirar”, como si todo fueran productos de consumo, incluso los seres humanos con los que nos relacionamos. Los modelos adultos que sirven de referencia a nuestros niños, tanto los reales: sus padres, sus tíos o sus vecinos, como los virtuales: los que salen en la televisión o en los videojuegos, están caracterizados por un marcado egocentrismo. Se convierte en una necesidad tener la mejor imagen, el mejor aparato; impulsados a cambiar y mejorar 7 continuamente, de móvil, de coche, etc. Además vivimos la cultura del aislamiento, de la soledad. Los niños de nuestra sociedad, con mucha frecuencia, son hijos únicos o tienen un solo hermano con mucha diferencia de edad con el que no pueden compartir los juegos o establecer rivalidades que ayuden al crecimiento personal. La familia extensa está lejos y apenas se convive con primos, con tíos o con abuelos que puedan aportar distintas perspectivas educativas. Los padres trabajan fuera de casa largas jornadas laborales lo que implica que los niños pasan mucho tiempo sin sus figuras de referencia y su lugar lo ocupa la televisión que les entretiene o cuidadores que varían con frecuencia, bien en el ámbito del hogar o en la escuela infantil. Viven rodeados de gente pero con pocos vínculos estables sobre los que asentarse. En este caldo de cultivo están creciendo nuestros niños. Y los adultos, tan ocupados, tan eficaces, nos estamos olvidando de cuidar lo más importante: sus afectos. Hablar de salud emocional en la infancia, es hablar de prevención. Del mismo modo que tratamos de que nuestros hijos y alumnos se laven los dientes todos los días para prevenir la aparición de caries, o que tratamos de vigilar su alimentación para que sea equilibrada y así evitar enfermedades, deberíamos instaurar hábitos emocionales sanos que prevengan la aparición de trastornos mentales en el futuro y que amortigüen las crisis por las que inevitablemente tendrán que atravesar a lo largo de su vida. En este libro pretendo hacer un análisis de la trascendencia que tiene la etapa de Educación Infantil en la construcción de la personalidad del niño, para que, siendo conscientes de ello, los padres y los profesionales responsables de la educación de los más pequeños, pongamos en marcha estrategias válidas en la interacción con ellos, de tal forma que les ayudemos en la construcción de su estabilidad emocional; algo que les va a resultar imprescindible para su futuro. Desdeesta perspectiva, el educador se convierte en un eje fundamental en el desarrollo de la salud emocional del niño a través de la relación cotidiana. Sus palabras, sus comportamientos o sus gestos le ofrecen un punto de referencia, un modelo donde mirarse, un marco con el que interpretar la realidad. El adulto proporciona un lugar cálido y seguro donde protegerse de los peligros reales e imaginarios, el adulto acoge al niño cuando sus pasos inexpertos se confunden de camino y le insta a probar sus capacidades y a explorar la realidad sin temor a lo desconocido; por esa razón es necesario reflexionar sobre la actuación del educador y analizar cómo influye en el desarrollo del niño. Parto de la convicción de que las actitudes, los valores y la salud emocional se trabajan transversalmente en las aulas, en todas y cada una de las acciones educativas; y están basadas sobre todo en el estilo educativo, aunque sean complementadas con la programación de actividades dirigidas a estos fines dentro de programas educativos concretos. Uno de los propósitos de este libro es demostrar el incuestionable valor de las estrategias incidentales que surgen a lo largo de la jornada escolar como elementos clave en el desarrollo de la salud emocional de los alumnos. Las estrategias incidentales son las actuaciones concretas que el educador pone en marcha en situaciones cotidianas, 8 acciones que no están planificadas pero que configuran el día a día de la relación entre el maestro o la maestra y sus alumnos. He dividido el libro en dos partes. En la primera defino el concepto de salud emocional y describo los diferentes componentes de la misma, sugiriendo estrategias concretas que se pueden emplear en la escuela infantil para favorecer cada uno de esos componentes. La segunda parte es un análisis pormenorizado de la metodología que debe seguir el educador en la escuela infantil para estimular la salud emocional de sus alumnos haciendo especial hincapié en las estrategias incidentales. Para completar una visión global de acción en la escuela planteo algunas estrategias intencionales o actividades planificadas para el desarrollo de la salud emocional, soy consciente de que se trata de escasas sugerencias porque las estrategias intencionales pueden encontrarse fácilmente en otras publicaciones. En definitiva, el objetivo prioritario de este libro es ayudar a los docentes a reflexionar sobre su trascendental papel y proporcionarles una guía de auto-observación para mejorar su estilo educativo. 9 I LA SALUD EMOCIONAL Y SUS COMPONENTES Los pequeños de hoy serán los adultos de mañana, su personalidad, sus actitudes frente a la vida se van instaurando desde las primeras etapas del desarrollo. Crecer en condiciones saludables desde el punto de vista emocional, es asegurar la estabilidad de la persona a lo largo de su trayectoria vital, por eso resulta especialmente relevante educar la salud emocional. La salud emocional es un estado de bienestar físico y psicológico que permite una adecuada adaptación a las circunstancias en las que una persona se desenvuelve. En esta primera parte del libro se define el concepto de salud emocional y se justifica la necesidad de contemplarla en la acción educativa a edades tempranas. A continuación se describen todos y cada uno de los componentes que configuran la salud emocional divididos en dos tipos: componentes personales y componentes relacionales; se define qué son, para qué sirven, cómo se forman, y se proponen estrategias concretas para desarrollarlos en la escuela infantil. Los componentes personales tienen que ver con la comprensión y el control de uno mismo y son: el autoconcepto, la autoestima, el autocontrol, la automotivación, la localización de control, la tolerancia a la frustración y el sistema de atribuciones. Los componentes relacionales implican la relación con otras personas y suponen un recurso para establecer interacciones eficaces, son: el vínculo afectivo, la asertividad, la empatía y las habilidades sociales. 10 1 La salud emocional Es más fácil construir niños fuertes, que reparar hombres rotos. FREDERICK DOUGLAS ¿QUÉ ES LA SALUD EMOCIONAL? Según la Organización Mundial de la Salud, la salud es el estado de adaptación de un individuo al medio en el que se encuentra. En términos coloquiales, estar sano significa estar fuerte, preparado para que las enfermedades o los impactos de la vida cotidiana no provoquen alteraciones significativas o irreparables. Desde el punto de vista físico un niño1 sano es el que puede superar un proceso de enfermedad como una gripe o una gastroenteritis y el que sigue un crecimiento equilibrado. Desde el punto de vista emocional, es el que puede superar los conflictos inherentes a las relaciones con otros seres humanos, el que disfruta descubriendo el entorno que le rodea sin miedo a explorar o a expresarse; el que está satisfecho con el lugar que ocupa en su pequeño mundo. La salud emocional es un estado de bienestar físico y psicológico que permite una adecuada adaptación a las circunstancias en las que un individuo se desenvuelve. Puede considerarse también como la ausencia de enfermedad mental o de trastorno de origen psicológico. Para que este bienestar sea posible es necesario que la estructura de personalidad del individuo reúna una serie de componentes que le permitan un grado óptimo de equilibrio emocional, de tal modo que pueda hacer una interpretación cognitiva de los acontecimientos que le evite vivir en estados desajustados de ansiedad de forma permanente. La ansiedad es una emoción negativa, algunos autores consideran que es la anticipación de un peligro futuro, indefinible e imprevisible cuyos desencadenantes son imprecisos (Bisquerra, 2000). Sirve para aportar soluciones anticipando las dificultades. Si se produce con la frecuencia e intensidad apropiadas, supone un acicate que impulsa a la persona a la acción. Pero si supera ciertos límites de intensidad, frecuencia o duración genera un estado de indefensión que consume mucha energía y produce un efecto negativo crónico. El estrés es un estado de inquietud y malestar, que en muchos casos produce graves 11 dolencias físicas que se desencadena cuando la demanda del ambiente es excesiva en relación con los recursos de afrontamiento que posee el individuo. El niño se enfrenta continuamente a cambios en el ambiente y tiene que poner en marcha conductas para adaptarse a dichos cambios. Hay ocasiones en las que la exigencia supera su capacidad y aparece el estrés. La ansiedad es una respuesta emocional al estrés, pero también es una reacción de alerta ante una amenaza que puede originarse sin agentes estresantes. La salud emocional posibilita al individuo regular la cantidad de ansiedad que maneja y afrontar situaciones de estrés permitiendo un ajuste adecuado a los requerimientos de las distintas situaciones. Desde la última década del siglo XX se ha producido un interés creciente por el estudio de las emociones. En el campo de la medicina, la neurología ha profundizado en las estructuras nerviosas implicadas en las emociones haciendo importantes descubrimientos como el papel del sistema límbico en el que se encuentran el tálamo, el hipotálamo y la amígdala. Hoy sabemos que el comportamiento humano se rige por mecanismos neurofisiológicos que explican las distintas reacciones, pero estos mecanismos no funcionan igual en unos individuos que en otros porque están mediatizados por su dotación genética y por procesos cognitivos y culturales. En el campo de la psicología se han producido corrientes que han puesto en valor el mundo de las emociones que durante mucho tiempo estuvo olvidado. Diversas teorías cognitivas han tratado de explicar el funcionamiento de las emociones analizando los procesos mentales que se sitúan entre el estímulo y la respuesta emocional, poniendo de manifiesto la importancia de los procesos de valoración y análisis cognitivo de los acontecimientos: la Teoría bifactorial de Schachter y Singer (1962); el Modelo procesual de Scherer(1993); o la Teoría de la valoración cognitiva de Lazarus (1991), entre otras. Diversas posiciones teóricas han aproximado los conceptos de inteligencia y emoción: Inteligencia exitosa de Stenberg (1997); Inteligencias múltiples de Gardner (1995); o Inteligencia emocional de Goleman (1997). Por otro lado, la psicología positiva, representada por Seligman (1983), trata de superar la tendencia tradicional de centrarse en la patología, para pasar a centrarse en las fortalezas o potencialidades del ser humano. Se estudian las características que hacen al individuo más eficaz, más competente y más feliz. DIFERENCIAS ENTRE SALUD EMOCIONAL E INTELIGENCIA EMOCIONAL El concepto de salud emocional hay que diferenciarlo del de inteligencia emocional. Aunque están estrechamente relacionados y puedan utilizarse como sinónimos, conviene precisar sus significados. La inteligencia emocional según Salovey y Mayer (1990) es la habilidad para manejar los sentimientos y las emociones, discriminar entre ellos y utilizar esos conocimientos para dirigir los pensamientos y las acciones. Goleman (1997), autor de la obra Inteligencia emocional, define ésta como la habilidad para motivarse, la persistencia ante la frustración, el control de los impulsos, la 12 – – – – – capacidad para demorar la gratificación, la regulación de los estados de humor y el desarrollo de la empatía. Asímismo, este autor demuestra el valor del cociente emocional como predictor de éxito en la vida por encima del cociente intelectual. Componentes de la inteligencia emocional Según Goleman, los componentes de la inteligencia emocional son los siguientes: El conocimiento de las propias emociones. La persona con inteligencia emocional reconoce sus sentimientos cuando se están produciendo y es capaz de etiquetarlos adecuadamente. El manejo de las emociones. El hecho de ser consciente de las propias emociones permite al individuo canalizarlas y expresarlas de una forma socialmente aceptable. Manejar las emociones permite controlar los impulsos y regular el propio comportamiento aunque sea en situaciones de estrés. La automotivación. La capacidad de controlar los impulsos y los comportamientos, unido a la capacidad de demorar la gratificación, determinan una percepción de autoeficacia y un optimismo realista en la que se atribuyen las causas de los acontecimientos a elementos que pueden ser modificables. La capacidad de una persona para motivarse a si mismo le otorga mayores posibilidades de éxito. El reconocimiento de las emociones de los demás. En función del conocimiento de las propias emociones es posible sintonizar con los canales de comunicación no verbal de otras personas y, de este modo, compartir con ellas sus estados de ánimo y comprender sus puntos de vista. El establecimientos de relaciones. La capacidad de expresar las propias emociones y la de comprender las de los demás, hacen posible que la persona establezca relaciones con los otros y así tener un funcionamiento social más adaptado. Por otro lado, la salud emocional es un estado de bienestar que el individuo alcanza cuando su personalidad dispone de unos recursos que le permiten manejar sus sentimientos y relacionarse positivamente con otros seres humanos. La inteligencia emocional, tal y como la definen los anteriores autores, es un elemento indispensable para el logro de la salud emocional, aunque hay otros componentes personales o relacionales de la personalidad que también están implicados. Otro concepto estrechamente relacionado con la salud emocional es la educación emocional. La define Bisquerra (2000) como el proceso educativo continuo y permanente que pretende potenciar el desarrollo emocional como complemento indispensable del desarrollo cognitivo, siendo ambos elementos esenciales en el desarrollo de la personalidad integral. COMPONENTES DE LA SALUD EMOCIONAL 13 • – – – – – – – • – – – – Cada persona tiende a comportarse en base a unos patrones homogéneos ante las distintas situaciones de la vida cotidiana, esos comportamientos están relacionados con un estilo de comprender o interpretar la realidad. Tanto los comportamientos como la interpretación cognitiva de los mismos constituyen la personalidad. Para conocerla, los psicólogos recurren a constructos teóricos que aportan orden a esas formas concretas de reaccionar y que permiten anticiparlas y justificarlas. Para que la salud emocional sea posible es necesario que la estructura de personalidad del individuo reúna una serie de componentes que le permitan un grado óptimo de equilibrio emocional. Estos componentes están presentes en la personalidad del niño en un sentido más o menos saludable. Constituyen un esquema básico desde el que opera, una estructura que le permite percibir e interpretar los acontecimientos de su vida y que determina una forma concreta de respuesta ante ellos. Se distinguen dos tipos: componentes personales y componentes relacionales. Componentes personales. Son inherentes al propio sujeto. Tienen que ver con la comprensión y el control de sí mismo así como con la construcción de su esquema personal a través del cual interpreta el mundo que le rodea. Incluyen: El autoconcepto. La autoestima. El autocontrol. La automotivación. La localización de control. El sistema de atribuciones. La tolerancia a la frustración. Componentes relacionales. Implican la relación con otras personas. Suponen un recurso para interactuar de forma exitosa. Se destacan: El vínculo afectivo. La asertividad. La empatía. Las habilidades sociales Resulta difícil otorgarles una jerarquía de importancia ya que todos son significativos. Algunos están muy relacionados entre sí pero los he abordado aisladamente para comprenderlos mejor. Los componentes personales se estudiarán en el capítulo 2 y los componentes relacionales en el capítulo 3. No obstante, se trata de un listado abierto, posiblemente haya otros componentes que podrían ser incluidos en él. Cada uno de estos componentes, por sí mismo, aporta salud emocional al individuo pero, además, la combinación de ellos supone un incremento de la misma haciéndo al individuo más adaptable y con mayores posibilidades de éxito personal y social. Todas las personas, en la estructura de su personalidad, tienen una forma concreta de autoconcepto, autoestima, empatía, tolerancia a la frustración, etc. Es esta forma, más o menos saludable de cada uno de estos componentes, lo que va a determinar su salud emocional. 14 Probablemente el código genético tenga una influencia sobre todos estos componentes, pero sin ninguna duda, las experiencias por las que el niño pasa, las características del entorno donde vive, la relación que establezca con los adultos con los que convive, hacen educables cada uno de estos componentes. Descomponer la salud emocional en distintos elementos nos permite reflexionar sobre cada uno de ellos y definir estrategias concretas para educarlos. La escuela infantil, a través de las interacciones educador-alumno o de las relaciones entre los iguales, incide sobre todas estas variables haciendo que se consoliden en un sentido u otro, reforzando o desestabilizando la seguridad emocional del niño. Un objetivo educativo importante consiste en potenciar cada uno de estos componentes para lograr una personalidad segura que permita al niño percibir e interpretar los acontecimientos de su vida desde una perspectiva sana y determinar formas de respuesta que eviten la ansiedad y la indefensión. POR QUÉ ABORDAR LA SALUD EMOCIONAL EN LA ESCUELA INFANTIL Hay varias razones por las cuales se debe trabajar la salud emocional en los centros educativos de los más pequeños. A continuación, se justifica esta cuestión desde diferentes perspectivas. Desde una perspectiva evolutiva La plasticidad del sistema nervioso durante los primeros años de vida explica la multiplicación de conexiones nerviosas y la especialización del tejido neuronal. Las estructuras cerebrales regulan, no solo el crecimiento físico sino también la adquisición progresiva de las habilidadesque permiten al niño adaptarse. En los primeros años aumenta significativamente el tamaño de su cuerpo y adquiere patrones posturales y de desplazamiento cada vez más evolucionados, desde la dependencia total del adulto a una coordinación y equilibrio muy precisos para controlar su cuerpo. También se desarrolla su inteligencia descubriendo una realidad sorprendente que va organizando a través de procesos cognitivos de alta complejidad hasta lograr comprenderla; el niño va dominando instrumentos de aprendizaje como la observación, la imitación, la simbolización o la lectoescritura. El lenguaje sufre una transformación significativa desde una comunicación preverbal basada en miradas o movimientos hasta la capacidad de comprender y transmitir mensajes verbales e, incluso, manejar la ironía o la contradicción. Todos estos desarrollos acompañan y fortalecen su desarrollo afectivo y social, que sin duda, en estos primeros años, sufre también una importante evolución. La personalidad del niño se construye en estos momentos igual que su desarrollo físico, motor, cognitivo o comunicativo. Del mismo modo que el niño adquiere habilidades básicas como la marcha o el habla, también sienta las bases de su identidad, su seguridad emocional o la forma peculiar de 15 interpretar la realidad que le rodea, y ésta es la razón primordial por la que tenemos que abordar la salud emocional en la escuela infantil. Las condiciones ambientales aportan el soporte sobre el cual el niño crece y avanza. Mediante un proceso de andamiaje (Vigotsky, 1979) en las primeras edades, el adulto proporciona al niño las ayudas necesarias para que su identidad y su seguridad emocional se consoliden de una forma saludable, proponiéndole acciones, reflexiones o respuestas que le permitan probar, comprender e interpretar la realidad y, de ese modo, consolidar su salud emocional. Desde una perspectiva histórica La escuela infantil es un recurso que responde no solo a las necesidades del niño sino también a la estructura social. Nació para garantizar el cuidado de los pequeños ante el cambio de paradigma económico de la sociedad. Félix López (1995) describe cuál ha sido la evolución de la escuela infantil desde un modelo asistencial hasta el modelo del bienestar. La guardería surgió para dar respuesta a las necesidades económicas y familiares al incorporarse la mujer al mundo laboral. En este primer momento, los objetivos eran guardar, cuidar y entretener al niño. La psicología insistió en el valor educativo de esta etapa y la potencialidad de aprendizaje del niño y entonces sus objetivos fueron variando. Ya no se trataba únicamente de cuidar o entretener, sino que había que potenciar el desarrollo y el aprendizaje preparando al niño para el futuro escolar compensando, de algún modo, las desigualdades. Este cambio hizo posible la transición del modelo asistencial hacia el modelo del rendimiento. Fue el paso de “la guardería” a “la escuela infantil”. Pero aún queda un largo camino por recorrer. El auge de las teorías sobre las emociones y la importancia de la salud emocional debe dirigir la acción educativa hacia una “escuela de las necesidades” donde el objetivo sea responder a las todas las necesidades del niño, no solo las cognitivas, sino sobre todo las socioafectivas y, por lo tanto, seamos capaces de pasar del modelo del rendimiento al modelo del bienestar, donde el eje organizador de esta nueva escuela debería ser la seguridad emocional. 16 – – – – El proceso que ha seguido la escuela infantil subraya la conveniencia de considerar la salud emocional como uno de los elementos cruciales de la misma. Los profesionales de esta escuela debemos saber leer en esta trayectoria, cuáles son los elementos más significativos que marcan una dirección de futuro superando concepciones erróneas e incorporando nuevas necesidades de una sociedad en continuo cambio. Considerar la salud emocional en la escuela infantil como uno de sus principales objetivos implica cualificar a los docentes y transformar la concepción que la sociedad tiene respecto al papel de la misma. Desde una perspectiva pedagógica Los objetivos de la escuela infantil se centran en dar respuesta a las necesidades básicas del niño: Necesidades primarias de sueño, higiene, alimentación, vestido, etc. Necesidades cognitivas de exploración y aprendizaje ofreciendo al niño la oportunidad de experimentar en un contexto rico y seguro. Necesidades sociales de juego, comunicación, afiliación, etc., potenciando relaciones saludables tanto con los adultos como con sus iguales y favoreciendo su autonomía. Necesidades afectivas de apego, seguridad, autoestima, etc., estableciendo vínculos afectivos sanos que les permitan crecer seguros. Las necesidades afectivas constituyen una realidad muy significativa. El niño necesita sentirse valorado, querido y aceptado para construir su autoconcepto y su autoestima. Por eso es básico que nos planteemos el desarrollo de la salud emocional en la educación de los más pequeños. 17 Desde una perspectiva interactiva El proceso educativo está basado en la interacción entre personas. Esta interacción está marcada por las emociones que inundan el día a día en la escuela. Están presentes tanto en el niño como en el adulto, y emergen en la relación. La escuela infantil es un contexto de desarrollo en el que los niños experimentan sus emociones y la relación con los demás. Por tanto, constituye un escenario privilegiado para modelar los componentes de la salud emocional. El papel del educador es muy importante porque pasa muchas horas con el niño, establece vínculos afectivos estables con él, sirviendo así el apego como motor para el desarrollo. Hace posible la generalización de los aprendizajes de unos contextos a otros y favorece el aprendizaje significativo ayudando al niño a relacionar sus conocimientos. El educador construye el ámbito estimulador donde el niño se desenvuelve: elige los objetos con los que juega, decora el ambiente físico y configura el clima emocional proponiéndole unos juegos u otros, respondiendo a sus iniciativas de comunicación, regulando sus comportamientos y estableciendo un estilo peculiar de relación. En este papel, el educador debe ser capaz de disfrutar con la interacción y de implicarse emocionalmente. Cuando hablamos de la salud emocional del niño, siempre va a estar en juego la salud emocional del adulto, no sólo porque supone un modelo para el pequeño, sino porque las reacciones del educador van a determinar la interacción marcando significativamente el bienestar afectivo del niño. Desde una perspectiva normativa Las diferentes legislaciones en materia de educación incluyen contenidos que pretenden desarrollar las competencias relacionadas con los conocimientos y con los procedimientos, pero también competencias relacionadas con las actitudes y los valores. De forma más o menos explícita, los currículos académicos deben contemplar elementos que favorezcan el desarrollo socioemocional del niño. En los niveles de educación infantil, las competencias actitudinales adquieren un importante papel ya que es, a estas edades, cuando se están sentando las bases del desarrollo social, cuando los niños están descubriendo cómo son y cómo se pueden relacionar con las demás personas. El contexto escolar, como segundo agente socializador, ofrece al niño un escenario privilegiado para descubrirse a sí mismo, compararse con sus iguales y aprender las normas básicas para la interacción. Es en esta situación donde se deben cimentar valores como la solidaridad, el respeto, la justicia social, etc. Elementos claves para el desarrollo democrático de los futuros ciudadanos. Desde una perspectiva preventiva 18 Por último, la escuela infantil tiene un importante papel preventivo en una triple dirección: primaria, secundaria y terciaria. La prevención primaria está dirigida a toda la población infantil escolarizada. Consiste en la creación de contextos escolares de calidad que potencien un desarrollo emocional sano de losalumnos de modo que pueda evitarse la aparición de trastornos. En esta etapa se pueden prevenir alteraciones psíquicas como la depresión, la ansiedad o el estrés, que a veces tienen su origen e incluso sus primeras manifestaciones ya en estas edades. Además, tener en cuenta lo emocional mejora el proceso de enseñanzaaprendizaje aumentando así la motivación por aprender y disminuyendo el fracaso escolar. El desarrollo de la capacidad crítica del niño frente a los medios de comunicación o frente a la presión social es otro objetivo de la educación desde las primeras etapas, puede resultar un factor de protección importante de cara al mañana que prepare al niño para enfrentarse al consumo, las adicciones o las exigencias del mundo laboral en el futuro. Por otro lado, la preparación del niño para participar en un grupo, para comunicarse con los demás, va a ser un recurso importante en la prevención del aislamiento, siendo éste una de las causas más importantes de los trastornos de tipo emocional. La coordinación familia-escuela supone otro factor de protección para la infancia. En la medida en que ambos contextos compartan valores, actitudes y normas, van a proporcionar al niño mayor estabilidad y, por lo tanto, un desarrollo más equilibrado. Conviene no olvidar que la escuela infantil puede suponer un importante factor de protección para aquellos niños cuyo contexto familiar esté deteriorado o sufran situaciones de apego inseguro, pero también puede suponer un factor de riesgo añadido cuando en el aula no se garanticen condiciones óptimas de seguridad afectiva. Respecto a la prevención secundaria, en la escuela infantil se detectan muchas alteraciones que pasan desapercibidas hasta ese momento. No solo discapacidades motoras, sensoriales o cognitivas sino también otros trastornos del desarrollo, permanentes o transitorios, de origen biológico o interactivo. Con frecuencia podemos observar niños que, desde edades muy tempranas, muestran problemas de ansiedad, inhibiciones, conductas disruptivas, etc., que no están asociadas a una discapacidad concreta. Estas dificultades, con una adecuada intervención pueden superarse o, al menos, disminuir sus efectos. Para dar una respuesta apropiada a la población de riesgo hay que detectar lo antes posible este tipo de alteraciones, siendo imprescindible observar el desarrollo de todos los alumnos y, cuando se detectan signos de alarma, conductas que se desvían respecto a lo esperado para la edad cronológica, hay que hacer una valoración más precisa, al tiempo que se pondrán en marcha mecanismos de intervención en un contexto normalizado. Se puede hacer una derivación a un servicio especializado de Atención Temprana que intervenga lo antes posible y coordine acciones con la escuela y la familia. La prevención secundaria está dirigida a la población escolar en general, que debe ser 19 susceptible de una observación sistemática para descartar alteraciones y a una población de riesgo sobre la que hay que actuar para disminuir su vulnerabilidad, poniendo en marcha acciones que protejan su desarrollo y contrarresten, en la medida de lo posible, los factores que originan el trastorno. La prevención terciaria está dirigida a aquellos niños con trastornos del desarrollo que requieren una intervención específica con objeto de aminorar los efectos de dicho trastorno. Cuando en la escuela infantil tenemos niños con distintas discapacidades, la actuación del profesional no implica solamente la puesta en marcha de adaptaciones curriculares, como el uso de mobiliario o materiales adaptados, el uso de sistemas aumentativos de comunicación o la adecuación de objetivos o contenidos. Supone fundamentalmente la adopción de actitudes favorecedoras tales como la aceptación de la discapacidad y sus implicaciones, la existencia de expectativas positivas sobre sus posibilidades, la implicación en la búsqueda de soluciones, la coordinación con otros profesionales, la aceptación de unas relaciones diferentes con esa familia y la definición de un estilo de interacción apropiado, que no solo va a potenciar su desarrollo sino que también va a servir como modelo para el resto de los niños. La existencia de cualquier tipo de discapacidad implica un riesgo importante para la salud emocional de ese niño, va a marcar su autoconcepto y también sus relaciones con los demás, por lo tanto, el educador tendrá que cuidar especialmente la estabilidad afectiva de estos alumnos. Desde el nacimiento hasta los 6 años los niños adquieren competencias personales y sociales que van a serles de utilidad a lo largo de toda su vida. Los adultos responsables de su desarrollo deben crear las condiciones óptimas donde los alumnos puedan crecer y madurar física, cognitiva y emocionalmente. 1 Se opta, a lo largo de esta obra, por el uso genérico del masculino con objeto de facilitar la lectura y sin ánimo alguno de exclusión. 20 2 Componentes personales de la salud emocional LOS COMPONENTES PERSONALES DE la salud emocional facilitan la comprensión y el control de uno mismo. Son: el autoconcepto, la autoestima, el autocontrol, la localización de control, la automotivación, el sistema de atribuciones y la tolerancia a la frustración. En este capítulo se hace un breve desarrollo de estos componentes personales. Cada uno de ellos quedará delimitado por tres cuestiones: ¿qué es?, es decir, su definición, ¿para qué sirve? y ¿cómo se forma? Y se ofrecen una serie de sugerencias para trabajar estos componentes en la escuela infantil. EL AUTOCONCEPTO El autoconcepto es un conjunto de atribuciones (ideas, creencias o pensamientos) que cada persona tiene sobre sí misma. Responden a la pregunta: ¿cómo soy?, ¿cuáles son las características que me definen como persona? Desde el punto de vista físico pero también desde el punto de vista psicológico. Es un componente básico de la salud emocional en la medida en que el niño puede definirse a sí mismo mediante ideas generadoras de salud o por el contrario enfatizar aquellas características propias que le generan ansiedad o estrés. El autoconcepto está muy relacionado con la autoestima pero son dos componentes diferentes. ¿Para qué sirve el autoconcepto? Ser consciente de las propias habilidades permite al individuo enfrentarse a las situaciones de la vida con la seguridad de disponer de recursos. Por otro lado, conocer los propios fallos, le permite aceptarse y sentirse tranquilo en su propia identidad. Desarrollar el autoconcepto es básico para que el niño se sitúe en un mundo social con una identidad concreta, aprenda a valorarse y adquiera autonomía. Desde su propia identidad se relaciona con su entorno físico y social, de modo que, cuanto más estable sea su autoconcepto, menos se confundirá con los demás y mayor será su seguridad emocional. 21 ¿Cómo se forma el autoconcepto? El niño, en la primera infancia, a pesar de que experimenta patrones estables tanto en su comportamiento como en las reacciones de los demás, su desarrollo intelectual no le permite observar y sacar conclusiones sobre sí mismo de forma autónoma. Por lo tanto construye su autoconcepto basándose no sólo en sus propias percepciones sino sobre todo en la información que le ofrecen sus figuras de apego. Así, escucha, con mucha frecuencia, a sus papás o a sus profesores hacer comentarios sobre él que le definen en función de sus comportamientos y él, poco a poco, asume estos comentarios y los utiliza para describirse a sí mismo. De hecho suele estar muy atento a todo lo que se dice sobre él, incluso cuando parece que no está escuchando, nos sorprende como capta este tipo de mensajes. Si escucha con mucha frecuencia, por ejemplo, que es “muy agresivo”, tenderá a comportarse de forma agresiva para ajustarse a lo que se espera de él, o si los adultos muestran mucha preocupación y hablan con otros adultos de lo mal que come o que duerme o de lo inquieto que es, él tenderá a autodefinirse del mismo modo y además a comportarse de forma que se ajuste a dicha concepción. Este esquemase explica en la teoría de “la profecía autocumplida” (Merton, 1949) que da mucha importancia a lo que los adultos piensan y comentan sobre los niños. Si transmitimos frecuentemente ideas negativas sobre nuestros hijos o alumnos, ellos las incorporarán a la concepción que tienen de sí mismos, construyendo una identidad marcada por aspectos negativos que incidirá en su autonomía y en su seguridad emocional. En los primeros meses de vida, el bebé mantiene una relación muy estrecha con la figura materna con la que se siente identificado. La alimentación y la crianza marcan un contacto físico continuado. Poco a poco, va experimentando sensaciones diferentes y aprendiendo a reconocerlas y a comprender que él mismo es un ser diferente del adulto que responde a sus necesidades. Cuando domina la posibilidad de desplazarse en el espacio, se aleja momentáneamente para explorar pero bajo la seguridad que el adulto le ofrece y va mostrando sus deseos y necesidades concretas. Antes de los 2 años apenas podemos observar manifestaciones del autoconcepto por tratarse de un elemento cognitivo al cual tenemos acceso a través del lenguaje, lo que no significa que no ocurran cosas. El niño va acumulando experiencias tanto en la interacción con otros, como en la propia puesta en marcha de sus habilidades que le ayudan a observar pautas estables con las que posiblemente empiece a construir su identidad. A los 24 meses el niño empieza a utilizar pronombres personales como “yo”, “tu”, “mío”, etc, lo que implica que ya es capaz de identificarse como un individuo distinto a los otros, diferente a su madre o a su figura de afecto. A partir de esta edad empieza a describirse a sí mismo mediante características externas “soy un niño o una niña”, “soy rubio”, etc. Aún no es capaz de definirse en términos psicológicos. Suele utilizar categorías extremas: “grande” o “pequeño”, “bueno“ o “malo”, conceptos sencillos y 22 ✓ ✓ fáciles de comprender. Aún no es consciente de la permanencia de un atributo en el tiempo pudiendo cambiar su autoconcepto de una situación a otra. Con frecuencia se define como “mayor” para unas cosas y “pequeño” para otras, en función de sus intereses o la percepción concreta de una situación, o como “bueno” o “malo” para definir su comportamiento. De los 2 a los 6 años, se empieza a observar cierta consistencia en el autoconcepto siendo un momento crucial para la formación de la identidad personal, de ahí la importancia de trabajar esta cuestión durante la etapa de educación infantil. SUGERENCIAS PARA TRABAJAR EL AUTOCONCEPTO EN LA ESCUELA INFANTIL El educador, en la escuela, emite muchos juicios respecto a los niños: sobre su forma de ser o sobre su comportamiento. Unas veces se los dirige a él directamente cuando evalúa sus trabajos o sus conductas. Otras veces los utiliza como referencia comparando a unos niños con otros, tanto en sentido negativo como positivo y, muchas veces, también hace comentarios con otros adultos respecto a distintos niños. Todos estos juicios no son inofensivos, inciden directamente en el autoconcepto del niño y en la opinión que los demás se forman sobre él. Por esta razón se deben cuidar escrupulosamente. Tratar de manifestar los aspectos positivos de la personalidad o el comportamiento de los alumnos es una estrategia muy válida en la tarea educativa, así como analizar la objetividad de dichos juicios ya que, en muchas ocasiones, se hacen valoraciones del alumno partiendo del estado emocional o de las preferencias del educador. Algunos niños reciben críticas negativas de forma sistemática por el hecho de no tener una buena relación con el mismo que selecciona los aspectos negativos del niño magnificándolos e ignora sus cualidades o sus habilidades. El niño puede recibir así una información sesgada sobre sí mismo y construir su autoconcepto sobre las bases de dicho sesgo, dando mayor importancia a aquello que sus educadores magnifican y, como no es capaz por sí mismo de observar o interpretar sus cualidades o aptitudes, puede ir construyendo una identidad equivocada. Presentamos una serie de conceptos útiles que el educador puede emplear en el aula para favorecer el autoconcepto de sus alumnos. Revisar el posicionamiento emocional. El maestro debe conocer cuál es la relación que tiene con cada uno de sus alumnos consciente de cómo ésta influye en la percepción sobre sus potencialidades. El sesgo marcado por la relación emocional hace que devuelva al niño una imagen desajustada de sí mismo que incidirá sobre su autoconcepto. Fijarse en las potencialidades por encima de los aspectos negativos es una estrategia que favorecerá la salud emocional de los alumnos. Resulta básico hacer explícitas dichas potencialidades sobre todo en aquellos casos en los que de forma espontánea no resulten evidentes al educador. Anotar las características positivas que definen a cada uno de los alumnos en su ficha resulta un ejercicio interesante 23 ✓ ✓ ✓ en la medida que obliga al maestro a pararse a reflexionar sobre cada niño, descubriendo valores que podrían pasar desapercibidos. Valorar lo positivo no conlleva para nada ausencia de disciplina. Corregir las conductas inapropiadas es básico pero mostrando estas, no como una característica definitoria del niño, sino como una conducta concreta susceptible de ser modificada. Esta estrategia ayudará a los niños a discriminar entre lo que es permanente, y por lo tanto forma parte de su identidad, de lo que son hechos concretos que deben ser modificados, pero que pueden desviarse de su forma de comportamiento habitual. Mostrar a los niños las cualidades de los demás servirá para que cada uno se conozca mejor a sí mismo, así como de modelo de interacción social. Explicitar en voz alta las características de los niños a estas edades, les ayuda a definir su autoconcepto. El maestro, consciente de su importante papel, debe ser cuidadoso en las descripciones que hace de los niños, éstas deben responder a un objetivo pedagógico y no a un desahogo del profesional fruto de una situación conflictiva. Juegos de identidad. Pueden plantearse multitud de juegos en el aula que favorezcan el autoconcepto, desde el dibujo de sí mismos acompañado de un análisis por parte del niño con el apoyo del maestro, actividades de expresión corporal en el área de psicomotricidad o descripciones no sólo del niño sino de situaciones que ha experimentado. Una visita de los padres de cada niño a la asamblea, mostrando sus fotos, relatando datos de su historia o de su familia puede ser una experiencia muy enriquecedora para todos. Cuidar los comentarios de pasillo. Debemos ser conscientes de que el niño capta todas las informaciones que se manejan sobre él en el ámbito educativo. Los comentarios, que se hacen con otros educadores o con los padres, delante de los niños pueden provocar en ellos fantasías o interpretaciones inadecuadas ya que no disponen de todos los datos necesarios o son incapaces de comprender algunos matices que emplean los adultos. Con frecuencia seleccionan una parte de la información captada y no siempre pueden expresarla para poderla manejar, lo que les conduce a una reducción simplista respecto a sí mismos. Esta es una práctica muy frecuente de la que los docentes apenas somos conscientes pero tiene una influencia muy significativa en los niños de educación infantil. Una sugerencia al respecto podría ser una reflexión a nivel de equipo educativo de la que pudiera salir una normativa interna de centro que marcara claramente las condiciones en las que los adultos deben intercambiar opiniones sobre los alumnos y que evitara esos comentarios aparentemente inofensivos. LA AUTOESTIMA La autoestima es la valoración positiva o negativa que cada persona hace de sí misma. La aceptación o el rechazo de lo que ha llegado a ser. Se diferencia del autoconcepto en el hecho de que incluye una valoración del mismo, ya no se trata de cómo soy, sino de si me gusta como soy. Un niño puede tener definido su autoconcepto y conocerse a sí 24 • • mismo perono valorarse, no creer en sus posibilidades. La autoestima positiva no es la consideración de que uno mismo es perfecto: guapo, inteligente, ágil, etc. Esta es una concepción errónea. Nadie es perfecto y sobre todo, ¿en función de que medimos esta perfección? Cada ser humano tiene unos puntos fuertes y unos puntos débiles, pretender eliminar del autoconcepto estos últimos, no solo sería un absurdo, sino que implicaría riesgos en el desarrollo socioemocional. La autoestima positiva es la consideración de que, siendo como soy, con mis cualidades y mis defectos, estoy razonablemente satisfecho de mí mismo y confío en mis posibilidades, pero no implica ignorar aquella parte de mi persona que debe cambiar. El hecho de tener autoestima positiva significa que acepto también mis punto débiles y puedo considerarme capaz de abordarlos, tratar de modificarlos o, al menos asumirlos como una parte más de mi persona. Es importante hacer esta aclaración porque vulgarmente puede considerarse la autoestima como una característica próxima a la soberbia, en la que el individuo tiene una visión falsa de sí mismo e incluso puede considerarse superior a los demás, lo que podría conducirle a dificultades en sus relaciones sociales. La autoestima positiva es un componente de la personalidad del individuo inherente a él mismo, que no implica comparación alguna con otras personas. ¿Para qué sirve la autoestima? Para valorarse a uno mismo Una persona con autoestima positiva acepta su propio cuerpo y su forma de ser y se siente bien consigo mismo, lo que implica ya el acceso a cierto grado de bienestar emocional. Se puede exigir a si misma mejorar pero aceptando sus limitaciones, por lo que esta exigencia es ajustada y le permite ser flexible y darse “permisos”, es decir, tolerar cierto grado de fallo o error reduciendo la ansiedad o el estrés ante las dificultades. Si una persona es tolerante consigo misma puede admitir sus fracasos sin poner en riesgo su equilibrio emocional. Esa tolerancia no tiene por qué suponer falta de motivación, el niño con autoestima positiva, prueba, se arriesga y tolera el error cuando se produce sin que ello suponga un desastre emocional. El reconocimiento de la limitación permite pedir ayuda o favores a otras personas, lo que favorece las relaciones sociales. Permite expresarse con libertad, explicitar logros o habilidades y reconocer fracasos o errores. Para experimentar y aprender La valoración positiva de uno mismo hace que la persona se exponga a situaciones diversas que amplíen su experiencia, hace que asuma riesgos, que tenga iniciativa. Exponerse implica la posibilidad de que haya consecuencias negativas pero es la manera de avanzar y crecer. Implica también ser persistente en la superación de las dificultades y en el logro de los objetivos. Si una persona no se valora a si misma, no intenta superarse 25 • • • porque considera que no vale y, por lo tanto, no se arriesga. Para relacionarse mejor con los demás La autoestima positiva permite a la persona valorarse como miembro de un grupo, identificarse con él. Permite ofrecer ayuda a los demás y pedir ayuda. La persona con autoestima positiva también es capaz de defenderse de las agresiones de otras personas. Partiendo de la propia valoración no permite que otros la pongan en cuestión haciéndole daño. ¿Cómo se forma la autoestima? La formación de la autoestima está ligada a cuatro estrategias básicas: crear vínculos afectivos, aumentar la sensación de poder, aumentar la singularidad y ofrecer modelos de autoestima positiva. Crear vínculos afectivos Cuando el niño vive experiencias continuadas de apego seguro y además dispone de vínculos múltiples con adultos o iguales, mejora su autoestima. Sentirse querido facilita la valoración positiva de uno mismo. Enunciados del tipo “soy digno de ser querido, luego soy valioso” subyacen a la autoestima positiva. Hay algunas estrategias concretas que facilitan la creación del vínculo: Establecer contacto físico, visual y verbal. El contacto físico transmite calor y afecto. En la escuela infantil es imprescindible que el adulto esté dispuesto a que los niños le besen, a hacerles una caricia o unas cosquillas, de este modo se sienten valorados y queridos. Siendo ésta una necesidad muy significativa a edades tan tempranas. Respecto del contacto visual conviene tener muy en cuenta que cuando el adulto mira al niño, le transmite aceptación, a través de la mirada puede ofrecerle refuerzo y aprobación de su personalidad y de sus conductas, pero también puede transmitir reprobación, convirtiéndose en un modo de ofrecer feed back a sus actuaciones, ayudándole a construir el significado de sus comportamientos y con ello su autoestima. El contacto verbal consiste en dirigirse al niño, mantener conversaciones con él, transmitiéndole así valoraciones, opiniones, etc., y ofreciéndole la oportunidad de expresarse. Aceptar al niño y sus características. Con mucha frecuencia los adultos tratan de que los niños se acomoden a la idea que los adultos tenemos de cómo deberían ser en lugar de aceptarlos como realmente son y valorar sus potencialidades. Si un niño convive con adultos que se muestran habitualmente insatisfechos con su forma de ser, es probable que se considere incapaz de satisfacer la imagen que los adultos proyectan sobre él y desarrolle una autoestima negativa. Es necesario que el adulto muestre esa aceptación tanto verbalmente como conductualmente, a través de comentarios, pero también a través de gestos, conductas de contacto o 26 • • • • • • aproximaciones. Valorar positivamente aquellos aspectos que caracterizan al niño. No solo en cuanto a sus cualidades físicas, sino también psicológicas, expresando verbalmente dicha valoración. Favorecer la empatía. Resulta muy eficaz tratar de compartir con el niño afectos y emociones, tanto las que proceden del adulto como del niño, ya que cuando éste percibe que el adulto toma en cuenta sus emociones se considera más valioso. Aumentar en el niño la sensación de poder Consiste en que el niño compruebe su capacidad de influir en el entorno que le rodea, de observar cómo sus comportamientos pueden producir cambio en los otros y en la realidad. La capacidad de influir o transformar implica un aumento en la percepción de competencia y por tanto en la autovaloración. No obstante hay que ayudar al niño a utilizar esa capacidad de forma constructiva, ya que si la emplea de forma inadecuada, con afán de dominio, producirá unas consecuencias sociales negativas que pueden destruir la seguridad en si mismo. Para aumentar la sensación de poder se pueden tener en cuenta las siguientes estrategias: Asegurar el éxito. Enfrentándole a tareas adecuadas a su capacidad para las que es competente. Si el niño se somete sistemáticamente a tareas con un nivel de dificultad muy superior al de su capacidad, las continuas experiencias de fracaso le llevarán a una percepción de si mismo negativa o desajustada. Por el contrario, si el nivel de dificultad está por debajo, disminuye la motivación. Establecer límites claros. Para que el niño experimente éxito en sus actuaciones tiene que tener claros cuáles son los límites de su comportamiento. Si conoce las normas puede ajustarse a ellas mejorando su rendimiento, lo que repercute positivamente en la autoestima. Los contextos educativos en los que no están claramente definidas las normas generan indefensión ya que las consecuencias del comportamiento son impredecibles. Dar responsabilidades. Cuando el adulto confía al niño responsabilidades apropiadas para su edad, logra que éste se sienta más valioso, no sólo porque puede poner en marcha sus habilidades, sino también porque percibe la expectativa positiva que sus padres y profesores ponen sobre él. El adulto puede tolerar cierto margen de incertidumbre respecto al logro del niño, pero debe proyectar la certeza sobre su capacidad para resolver las dificultades ante este tipo de situaciones. Si los errores se viven como un fracaso se limitará la acción delniño en el futuro, por el contrario, si se perciben como el punto de partida para iniciar un nuevo aprendizaje, constituyen un abanico de posibilidades para la construcción de una autoestima positiva. Informarle sobre lo que se espera de él. Con frecuencia, el niño comete errores o no se ajusta a las expectativas del adulto porque no se hacen explícitos los 27 • requerimientos, se enfrenta a tareas sin saber en qué consisten o cómo se espera que sea su ejecución. Informar sobre cuáles son las conductas esperadas reduce la incertidumbre y aumenta la probabilidad de logro. Este enunciado es especialmente importante cuando se trata de las relaciones interpersonales, en dónde, si un comportamiento social no se produce, puede generar en el receptor estados de decepción o recelo. Percibir, interpretar y responder a las demandas. No sólo es necesario para establecer el apego sino para que el niño pueda experimentar su capacidad de influencia en el entorno. Si mediante sus comportamientos logra hacerse entender y, de este modo, el adulto satisface sus necesidades, significa que sus conductas son competentes, por lo que va construyendo, poco a poco, la seguridad en sí mismo. Si, por el contrario, el entorno no es capaz de percibir, interpretar y responder a sus necesidades, va acumulando experiencias de indefensión que le conducen a falta de confianza respecto a su capacidad de influir en el medio, haciéndole cada vez más vulnerable. Aumentar la singularidad Esta estrategia implica el reconocimiento de ser único y diferente de los demás. Es necesario ofrecer al pequeño la posibilidad de expresarse para poder manifestar sus características propias y singulares. El niño se expresa a través de distintos canales: el lenguaje, la motricidad, la expresión plástica, el juego o el afecto. Un ambiente educativo de calidad tiene que ofrecer la posibilidad de que los niños se expresen a través de todos esos canales. Una metodología rígida inhibe la expresión del niño y limita las posibilidades de que aumente su singularidad. También es básico decir a cada alumno lo que tiene de especial, lo que le diferencia de otros y le hace valioso. De este modo aprenden a identificar las diferencias como valores y no como obstáculos. Ofrecer modelos de autoestima positiva Si el niño convive con adultos que muestran autoestima positiva, es más probable que imiten sus atribuciones y sus comportamientos, desarrollando también una valoración positiva de sí mismo. Por otro lado, la coherencia de los adultos, en cuanto a la respuesta que dan a los comportamientos del niño, ofrece a éste mayor estabilidad, ya que se mueve en un entorno predecible que le permite inferir cuales son los comportamientos correctos e incorrectos y ajustarse a dichas inferencias obteniendo así mayor grado de refuerzo positivo. SUGERENCIAS PARA TRABAJAR LA AUTOESTIMA EN LA ESCUELA INFANTIL 28 ✓ ✓ ✓ ✓ Generar autoestima positiva en nuestros alumnos es un proceso lento y continuo, se produce a través de experiencias acumuladas de relación con el entorno y con las personas que le rodean. El niño pone en marcha comportamientos mediante los cuales comprueba sus habilidades. Por un lado, el resultado de sus experiencias refuerza o no el concepto que tiene de sí mismo, atribuyendo una valoración positiva o negativa sobre sus propias capacidades. Por otro lado, la respuesta que le ofrecen sus adultos de referencia o el grupo de iguales sirve también para que el niño se valore positiva o negativamente. Por lo tanto, las diversas experiencias por las que atraviesa a lo largo de la jornada escolar van construyendo su autoestima. Podemos diseñar distintas actividades educativas que fomenten una autoestima positiva, pero los educadores debemos cuidar sobre todo nuestras reacciones ante sus comportamientos, el estilo de relación que establecemos y las interacciones que se producen en situaciones cotidianas. Será importante: Enfatizar sus cualidades por encima de los defectos. De nuevo resulta imprescindible conocer a cada uno de nuestros alumnos, para poder resaltar sus puntos fuertes. Una actitud positiva del educador respecto a las potencialidades de sus alumnos, les transmite la creencia de que son valiosos, lo que favorece la autoestima positiva. Plantear situaciones de aprendizaje adaptadas a las edades y características de los alumnos. De este modo se asegurará el éxito en las ejecuciones reforzando la autoestima positiva. Toda situación educativa debe tener en cuenta la individualidad. El educador situará la tarea en la zona de desarrollo próximo para cada alumno, ni demasiado fácil que provoque falta de motivación o aburrimiento, ni demasiado difícil que produzca frustración o desaliento, justo en el límite del aprendizaje entre lo que el niño es capaz de hacer por sí solo y lo que puede hacer con ayuda. Interpretar cognitivamente las experiencias de la vida cotidiana. Esa es una de las principales estrategias que puede utilizar el adulto para favorecer la salud emocional del niño, pero, para utilizarla, es necesario que el educador disponga de recursos emocionales, de autoestima positiva y que crea en sus propias habilidades docentes. Podemos colaborar en la construcción de la autoestima positiva del niño ayudándole a interpretar las distintas situaciones por las que atraviesa. Una experiencia de fracaso puede ser interpretada de muy diversas formas. Si el adulto es capaz de mostrar al niño una perspectiva constructiva en dónde pueda aprender algo y le transmite confianza respecto a su capacidad de tolerar las dificultades, éste puede extraer resultados favorables de todo tipo de experiencias. Contemplar la diversidad en el aula y valorar lo que ésta puede aportar a las experiencias de aprendizaje. Respetar la variedad de los niños y aprovechar sus diferencias desde el punto de vista pedagógico, aumentará en cada uno la singularidad. Atribuciones como: “Tengo algo propio, distinto a otros que resulta valioso para los demás”, favorecen la autoestima positiva. La tendencia en las aulas a homogeneizar es un recurso que responde a las 29 ✓ ✓ necesidades del tutor pero no a las de los alumnos. Resulta más fácil tratarlos a todos por igual, no hay que adaptarse a cada uno, no hay que buscar diferentes caminos, exigimos que sean los niños los que se adapten, aunque en este mecanismo suprimamos la diversidad y con ello la riqueza que aporta. Comparar a unos niños con otros es un recurso que no debe utilizar el educador. No obstante, la interacción lleva inexcusablemente a los individuos a hacer, por sí mismos, procesos de comparación. Los niños observan a otros niños y a los adultos y miden sus propias acciones usando la referencia de los demás. El educador debe acostumbrar a sus alumnos a que utilicen la referencia a sí mismos, respecto a un momento anterior. Lo que uno ha progresado en un intervalo de tiempo, haciéndole observar el proceso que ha seguido, el esfuerzo que ha empleado y los logros parciales que va obteniendo, para que el niño se haga consciente de su propia evolución, lo que antes no era capaz de realizar y ahora ya sí. Brindar posibilidades de expresión. Una escuela divertida, donde el niño pueda elegir entre distintas actividades, donde pueda manipular sin miedo a ser reñido por mancharse, donde se le estimule a probar y se le brinden oportunidades de experimentar con los materiales, produce autoestima positiva. La etapa de educación infantil, desde el punto de vista metodológico, es el contexto idóneo en el que son posibles todas esas opciones. El juego, como eje organizador de la actividad, brinda muchas posibilidades de expresión y elección. En las asambleas los alumnos pueden expresarse, contar sus experiencias, dar sus opiniones. El profesor ha de estar muy pendiente de que todos y cada uno de los alumnos tengan la posibilidad de hacerlo y de que se respeten entre sí. El pensamiento divergente puede ponerse de manifiesto a través del lenguaje, el juego, el dibujo o en cualquier actividad. El maestro debe estar abierto aadmitir, e incluso valorar, las producciones de sus alumnos, aunque sean diferentes a la pauta establecida, siempre que sean resultado del esfuerzo y la elaboración del niño. No se interpretarán positivamente las tareas realizadas sin interés. El maestro debe distinguir cuándo un trabajo es un producto personal y elaborado, aunque se salga del patrón habitual, y cuándo es un trabajo realizado de forma descuidada y sin interés; en este caso instará al niño a cambiar de actitud mostrando confianza en sus capacidades para hacerlo mejor. Corregir los comportamientos inadecuados. Como ya se ha explicado, fomentar la autoestima no es reforzar o alabar indiscriminadamente al niño, esta estrategia conduciría a una perspectiva falsa que él no tardaría en percibir. Se trata de mostrarle sus habilidades, pero también hacerle consciente de sus carencias para que pueda poner en marcha acciones que le ayuden a superar sus límites. Si desconoce la existencia de éstos, se construye una autoestima basada en percepciones erróneas que no tardará en mostrarse ineficaz sobre cómo es, teniendo el efecto contrario al deseado, aunque sea a largo plazo. Si el niño vive experiencias donde la idea que tiene de sí mismo es contradictoria a la imagen que 30 ✓ ✓ – – – – – los demás le devuelven, puede producirse un efecto devastador sobre su autoestima. Por lo tanto hay que corregir al niño cuando cometa errores mostrándole que su tarea o su comportamiento no es el apropiado pero transmitirle confianza respecto a sus posibilidades de afrontarlos y superarlos. Ofrecer modelos de autoestima positiva donde el educador crea en sus posibilidades y se sienta satisfecho de su tarea docente. El clima del aula está macado por las actitudes del educador. Si queremos construir autoestima positiva, hay que ofrecer modelos en los que el niño pueda fijarse e imitar. Crear vínculos afectivos. El vínculo afectivo es especialmente significativo en la etapa de Educación Infantil. El contacto físico, visual y verbal han de establecerse con todos y cada uno de los alumnos. La capacidad de crear vínculos afectivos es una cualidad indispensable para un educador. EL AUTOCONTROL El autocontrol es la capacidad de anticipar las consecuencias de las acciones propias y ajenas y de esta manera controlar la propia conducta. Implica el conocimiento de los propios estados emocionales y permite al niño decidir una reacción ante los acontecimientos entre diversas alternativas posibles. Hay personas que se enfrentan de forma inadecuada a sus reacciones emocionales evitando o escapando de una situación o simplemente dejándose llevar por éstas y poniendo en marcha comportamientos incorrectos. El autocontrol está muy vinculado a la atención y la capacidad de autoobservación. Éstas permiten al individuo detectar señales emocionales a partir del conocimiento que tiene de sí mismo y seleccionar una respuesta apropiada a la situación a partir de la toma de decisiones entre diversas opciones, anticipando las posibles consecuencias de cada una de ellas. El hecho de que el niño pueda prever que su comportamiento va a ser rechazado por otros o que le va a conducir a unos efectos determinados, hace que aumente o disminuya la frecuencia o intensidad de dicho comportamiento. El niño, a medida que experimenta, va construyendo su autocontrol y va siendo capaz de inhibir o matizar algunos comportamientos para adecuarse a las situaciones concretas que vive. Pero, para que esto se produzca, el entorno social ha de intervenir corrigiendo, mostrando consecuencias y ofreciendo alternativas. Implica una serie de procesos cognitivos: Auto-observación del propio comportamiento y de las reacciones emocionales. Generación de posibles respuestas alternativas. Anticipación de consecuencias. Valoración de las posibles respuestas. Toma de decisiones. Estos procesos se producen en un breve espacio de tiempo y apenas somos concientes de ellos. Si una persona no está atenta a sus comportamientos o a sus 31 reacciones emocionales, no puede regularlos y estará sometida a consecuencias que no puede prever, sintiéndose indefensa ante las reacciones de los demás e incluso ante su propia inestabilidad. Puede que observe su comportamiento pero no sea capaz de generar cognitivamente alternativas o anticipar las consecuencias de las mismas, en este caso también sufrirá fuertes dosis de ansiedad porque, siendo consciente de sus reacciones emocionales, no se le ocurre cómo salir de ellas. También puede ocurrir que una persona sea consciente de sus comportamientos y reacciones emocionales, piense cómo podría reaccionar y conozca las consecuencias de cada opción, pero tenga dificultades para tomar una decisión quedándose preso de sus propios procesos emocionales y cognitivos consciente de no poder autocontrolarse. El autocontrol constituye un factor de protección para el individuo frente a sus propias reacciones emocionales. Una persona autocontrolada no es la que no expresa sus emociones, sino la que es capaz de expresarlas de forma adecuada al contexto en el que se producen, no es la persona que reprime la ira por ejemplo, sino aquella que la canaliza de forma socialmente aceptable, lo que le lleva a una valoración positiva de si mismo. El descontrol emocional conduce a la indefensión. Una vez que se produce un estallido emocional en el que la persona no es capaz de controlar la expresión de sus emociones, sobre todo si este episodio ha ido acompañado de una reacción de rechazo social, se requiere movilizar mucha energía para recuperar la imagen positiva de uno mismo. El autocontrol está relacionado con el concepto de conciencia emocional empleado por Goleman (1997) definida como la capacidad de reconocer las propias emociones y el modo en que éstas afectan a nuestras acciones. La atención juega en todo esto un importante papel en la medida en que el niño está abierto a percibir las señales que le envía su propio cuerpo y a interpretarlas. Todas las emociones son aceptables; las reacciones que siguen a las emociones son las que pueden ser adecuadas o no, y es en ese punto donde entra el autocontrol: no hay que inhibir las emociones, hay que vivirlas, experimentarlas, pero también ser consciente de las reacciones a las que conducen esas emociones. ¿Para qué sirve el autocontrol? Resulta obvia la utilidad del autocontrol. En las relaciones humanas se dan procesos continuos de ajuste entre los comportamientos propios y los ajenos. La frecuente experimentación de episodios con consecuencias negativas para uno mismo o para otros podría tener efectos negativos sobre la autoestima y conduciría a un deterioro en las relaciones con los demás. El autocontrol es una variable imprescindible para tener salud emocional porque el individuo, capaz de controlar sus impulsos y de ajustar sus comportamientos a los requerimientos de una situación de interacción, tenderá a padecer menos ansiedad y por 32 lo tanto a sentirse mejor emocionalmente. ¿Cómo se forma el autocontrol? El desarrollo del autocontrol se produce a través de la experimentación de situaciones en las cuales el niño va observando las consecuencias de su comportamiento, aprende a ir regulando sus acciones y observar las consecuencias. El adulto tiene un importante papel en este desarrollo, ayudando al niño a realizar los procesos cognitivos mencionados: ayudándole a identificar y etiquetar sus estados emocionales, proponiéndole distintas respuestas ante una situación, acompañándole en la anticipación, instigándole a tomar decisiones sobre la respuesta correcta y a ponerlas en marcha. La evaluación que hace de los comportamientos del niño, le sirve a éste de clave para interpretarlos. En las primeras etapas del desarrollo, como decía Piaget (1984), los niños poseen una moral heterónoma, consideran los acontecimientos en base a la valoración que hacen sus adultos de referencia, los cosas están bien o mal porque lo dice mamá, papá o la profesora y el niño regula sus comportamientos con objeto de agradarles o de ganarse su aprobación.Poco a poco van incorporando estas apreciaciones a su sistema de valores o de ideas, construyendo progresivamente una moral autónoma en donde lo que está bien o mal no lo marcan los demás sino él mismo. Los padres y los educadores tienen también que ayudar al niño a posponer la gratificación, a esperar para lograr un objetivo, a retardar la satisfacción de una necesidad durante un tiempo e incluso a aceptar la frustración, como elementos clave en el desarrollo del autocontrol. De este modo irá aumentando la capacidad de controlarse en distintas situaciones. La tolerancia a la frustración, a pesar de estar estrechamente vinculada al autocontrol será descrita detalladamente como un componente más de la salud emocional, dada la trascendencia que tiene. Los niños experimentan emociones desde el nacimiento, pero no son capaces de etiquetarlas u objetivarlas hasta los 3 o 4 años, momento en el que pueden reconocer y explicar los sentimientos de los personajes de los cuentos, utilizar algunos términos que definen emociones y describir las posibles causas que las producen, incluso de comprender cómo una misma situación puede producir emociones diferentes. En las primeras edades, resulta complejo autocontrolarse. Se está desarrollando la capacidad de introspección que permite al niño identificar sus estados emocionales o reconocer sus comportamientos. Las reacciones emocionales son muy ambivalentes pasando de la alegría a la tristeza en un segundo y por causas insignificantes. A los pequeños les resulta difícil llevar a cabo procesos cognitivos de causa-efecto. Con frecuencia realizan actos de los que posteriormente se arrepienten porque les cuesta anticipar las consecuencias. Pero es el momento idóneo para educar el autocontrol ya que en estos momentos captan las contingencias que les permiten comprender las relaciones entre las personas y los hechos. La observación sistemática de las consecuencias en un contexto predecible les va a permitir ir construyendo su autocontrol. 33 ✓ ✓ ✓ ✓ ✓ SUGERENCIAS PARA TRABAJAR EL AUTOCONTROL EN LA ESCUELA INFANTIL En los primeros años del desarrollo el niño es aún muy inestable en sus reacciones y se muestra muy vulnerable respecto a su estado físico. Si no ha dormido bien o tiene hambre, va a influir mucho en su comportamiento. Está desarrollando su sistema inmunológico por lo que padece frecuentes trastornos digestivos y respiratorios que van a marcar decisivamente su conducta. Este aspecto debemos conocerlo bien los educadores para poder interpretar muchas de sus acciones e intervenir de forma apropiada. Cuando sufren estados de hambre, fatiga o enfermedad, disminuye considerablemente su capacidad de autocontrol. El educador puede ayudar a sus alumnos a autocontrolarse siguiendo unas sencillas pautas: Fomentar la auto-observación. Resulta positivo animar a los niños a fijarse en lo que hacen y cómo lo hacen, y a definir su propio comportamiento. Utilizar vocabulario emocional. Es eficaz utilizar en el aula un lenguaje relativo a las emociones, ayudando a los niños a interpretar y etiquetar sus estados emocionales. Poner nombre a las emociones que experimentan los niños y los adultos permite a los niños desarrollar su conciencia emocional, así como la capacidad para identificar sus sentimientos y los de los demás. Ayudarles a reflexionar sobre cómo se sienten y porqué, les permitirá desarrollar su atención sobre las señales que envía su cuerpo y sus respuestas a las diferentes situaciones. Evaluar el comportamiento del niño evitando juicios de valor. Es necesario que el adulto devuelva al niño una valoración de sus ejecuciones académicas o de sus comportamientos. La corrección de los comportamientos inadecuados debe hacer referencia a la conducta concreta, empleando expresiones del tipo “Has hecho….”, en lugar de hacer un juicio sobre la forma de ser del niño con expresiones del tipo “Eres un…”, esto facilitará al niño la capacidad de autoobservación tan necesaria en el desarrollo de su autocontrol. Debe saber discriminar entre un comportamiento apropiado y otro inapropiado o entre una tarea bien hecha o mal hecha, por lo que el adulto debe hacer valoraciones ajustadas que ayuden al niño a construir un esquema de lo que se espera de él. Plantear respuestas alternativas. Resulta una estrategia muy valiosa fomentar entre los alumnos el hábito de planear distintas formas de abordar un problema o de resolver una tarea. La asamblea puede ser un contexto idóneo, instando a los niños a hacer propuestas diferentes ante una situación dada y a valorar sus ventajas e inconvenientes y anticipar sus consecuencias, con objeto de reforzar el proceso cognitivo de búsqueda de respuestas y de toma de decisiones ante una situación. Asegurar las contingencias. El alumno debe poder prever cuáles son las consecuencias de determinados comportamientos. Como se verá más adelante en los capítulos relativos a las estrategias educativas, el uso de las normas y de una 34 ✓ ✓ ✓ ✓ ✓ disciplina razonada y coherente favorece el autocontrol. Ofrecer oportunidades para corregir una conducta. El educador puede proponer al alumno distintas situaciones para poner en marcha comportamientos alternativos a uno dado y reforzarlos de modo que éste vaya adquiriendo confianza en sí mismo y en su capacidad para regular sus acciones. En ocasiones el docente valora como incorrecta una conducta del niño pero no le brinda la oportunidad de corregirla. La propia dinámica del aula, dónde se pasa de una tarea a la siguiente, no facilita esta estrategia. Si los alumnos experimentan la posibilidad de rehacer su comportamiento van mejorando su autocontrol. Utilizar claves de anticipación. En el aula, puede ser muy útil usar pistas, visuales o verbales, que recuerden al niño las consecuencias que pueden tener algunos comportamientos, de modo que les ayuden a manejarlos. Se pueden usar iconos o imágenes que llamen la atención de los niños o bien frases del tipo: “Vamos despacio por las escaleras para no caernos” o “ Dejamos la clase recogida y así encontraremos las cosas cuando las necesitemos”. Una buena forma de trabajar las normas es utilizar iconos o imágenes a las que poder hacer referencia para recordárselas a los niños. Anticipar conductas disruptivas. Los docentes conocen muy bien a sus alumnos: cuándo se ponen nerviosos o cuándo pierden el control. Si esto es así, puede anticiparse a aquellas situaciones que previsiblemente provocarán ansiedad o nerviosismo y evitarlas, y, si no es posible, preparar a los niños para enfrentarse a ellas de forma más exitosa. Por ejemplo, una estrategia bastante útil es avisar a los niños sobre los cambios de actividad unos momentos antes para que vayan preparándose o bien ofrecerles instrucciones sobre el comportamiento que se espera de ellos en una situación dada. Contener los episodios de descontrol emocional. A veces, un niño o un grupo puede llegar, por distintas circunstancias, a perder el control emocional, pueden aparecer conductas de llanto e incluso de agresión física o verbal. Si bien la agresión en el aula es intolerable, el educador debe mantener la calma y corregir el estallido emocional sin poner en riesgo el vínculo afectivo con el niño. No debe dramatizar una situación puntual de descontrol del niño. A estas edades están aprendiendo y no siempre son capaces de regular su comportamiento. La reacción del adulto debe ser tranquila y coherente para que el alumno sea capaz de tolerar y corregir su descontrol. Enseñar a los niños a elegir. Ofrecer a los alumnos la oportunidad de elegir entre distintos materiales o tareas y reforzar la toma de decisiones teniendo en cuenta un criterio, favorece el autocontrol. Hay muchas personas que muestran serias dificultades para tomar decisiones, esta es una capacidad que puede trabajarse desde la infancia dando oportunidades para seleccionar una opción entre varias y razonando el porqué de la elección. El adulto que sistemáticamente decide por el niño, convierte a éste en dependiente y limita sus posibilidades
Compartir