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La salud emocional en la infancia_ Componentes y estrategias de actuación en la escuela - Sonsoles Perpinan

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La salud emocional en la Infancia
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La salud emocional en la Infancia
Componentes y estrategias de actuación en la escuela
Sonsoles Perpiñán Guerras
NARCEA, S. A. DE EDICIONES MADRID
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A todas aquellas personas que han acompasado
sus pasos a los míos
en el delicioso camino
de soñar una escuela más humana.
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1.
2.
3.
Índice
INTRODUCCIÓN
I. LA SALUD EMOCIONAL Y SUS COMPONENTES
La salud emocional
Qué es la salud emocional. Diferencias entre salud emocional e inteligencia
emocional. Componentes de la salud emocional. Por qué abordar la salud
emocional en la escuela infantil: perspectivas
Componentes personales de la salud emocional
El autoconcepto: qué es, para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias para
trabajar el autoconcepto en la escuela infantil
La autoestima: qué es, para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias para
trabajar la autoestima en la escuela infantil
El autocontrol: qué es, para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias para
trabajar el autocontrol en la escuela infantil
La localización de control: qué es, para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias
para trabajar la localización de control interno en la escuela infantil
La automotivación: qué es, para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias para
trabajar la automotivación en la escuela infantil
El sistema de atribuciones: qué es, para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias
para trabajar el sistema de atribuciones en la escuela infantil
La tolerancia a la frustración: qué es, para qué sirve, cómo se forma.
Sugerencias para trabajar la tolerancia a la frustración en la escuela infantil
Componentes relacionales de la salud emocional
El vínculo afectivo: definición y componentes, para qué sirve, cómo se forma y
cómo evoluciona. Sugerencias para trabajar el vínculo afectivo en la escuela
infantil
La empatía: qué es, para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias para trabajar
la empatía en la escuela infantil
La asertividad: qué es para qué sirve, cómo se forma. Sugerencias para
trabajar la asertividad en la escuela infantil
Las habilidades sociales: qué son, cómo se forman, para qué sirven.
Sugerencias para trabajar las habilidades sociales en la escuela infantil
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4.
5.
II. ESTRATEGIAS DE ACTUACIÓN EN LA ESCUELA
Estrategias incidentales
Cinco estrategias incidentales clave: el estilo educativo, la comunicación, el
clima de aula, las normas de convivencia, los valores vigentes
El estilo educativo: la personalidad y las actitudes del educador
La comunicación. El contenido de la comunicación: tipos de mensajes y
manejo de instrucciones. La forma: la comunicación no verbal. La escucha
activa
El clima del aula: el ambiente físico, la metodología, las redes sociales … Las
normas de convivencia
Los valores vigentes
Estrategias intencionales
Las rutinas
Las unidades didácticas
Los planes de convivencia
El programa de salud emocional. Propuesta de un Programa de Salud
Emocional para niños de 0-3 años
Registros de Observación: Registro de Atribuciones, Registros sobre el periodo
de Adaptación a la vida escolar
A MODO DE CONCLUSIÓN: La salud emocional del educador
BIBLIOGRAFÍA
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Introducción
CON MUCHA FRECUENCIA OBSERVAMOS a nuestro alrededor adultos que se
sienten insatisfechos con su realidad, pero apenas hacen nada por cambiarla, personas
sumidas en estados depresivos que les impiden disfrutar de los detalles cotidianos de la
vida; hombres y mujeres que tienen grandes dificultades para relacionarse con otros seres
humanos y se sienten atormentados por los comentarios o las conductas de los demás.
Ha aumentado considerablemente el uso de antidepresivos, las tasas de enfermedad
mental, e incluso de suicidio, y los jóvenes de nuestra sociedad recurren al uso de alcohol
o de drogas como mecanismo para buscar la satisfacción en su tiempo de ocio.
Cuando me encuentro con este tipo de personas me pregunto: ¿cuál es la razón?, ¿por
qué es tan difícil huir de algunas situaciones emocionales cuando te sientes atrapado?,
¿no sería más sencillo interpretar la realidad de un modo más saludable?
En la base de muchos trastornos de tipo emocional está la valoración cognitiva que las
personas hacemos de la realidad. Ésta no es un conjunto de hechos objetivos y
observables, sino la interpretación subjetiva y personal que cada uno hace de los mismos.
Así, una misma circunstancia, puede ser percibida de forma radicalmente distinta por dos
personas que la están experimentando, en función de sus sistemas de ideas o
atribuciones, construidos a partir de sus experiencias, sus valores, etc.
Desde esta perspectiva me planteo también si no sería posible dotar a las personas,
desde su más temprana infancia, que es cuando se construye su personalidad, de unos
recursos eficaces desde el punto de vista emocional, para hacer frente a las situaciones
diversas, y en ocasiones adversas, que van a ir apareciendo a lo largo de su vida.
Ofrecerles recursos que les permitan interpretar los acontecimientos de un modo
saludable y les brinden la oportunidad de adaptarse al mundo social sin sufrir crisis de
angustia o situaciones depresivas.
No sólo observamos adultos con trastornos o dificultades de tipo emocional. Cada vez
es más frecuente encontrar en la escuela niños con alteraciones del comportamiento.
Desde las primeras edades podemos comprobar lo difícil que les resulta a muchos
alumnos tolerar la frustración o relacionarse con sus iguales. En la base de estas
conductas hay muchos factores culturales. La sociedad del bienestar, como la venimos
llamando, está marcada por la necesidad de satisfacer nuestros deseos de forma
inmediata, por una tendencia a “usar y tirar”, como si todo fueran productos de
consumo, incluso los seres humanos con los que nos relacionamos.
Los modelos adultos que sirven de referencia a nuestros niños, tanto los reales: sus
padres, sus tíos o sus vecinos, como los virtuales: los que salen en la televisión o en los
videojuegos, están caracterizados por un marcado egocentrismo. Se convierte en una
necesidad tener la mejor imagen, el mejor aparato; impulsados a cambiar y mejorar
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continuamente, de móvil, de coche, etc.
Además vivimos la cultura del aislamiento, de la soledad. Los niños de nuestra
sociedad, con mucha frecuencia, son hijos únicos o tienen un solo hermano con mucha
diferencia de edad con el que no pueden compartir los juegos o establecer rivalidades que
ayuden al crecimiento personal. La familia extensa está lejos y apenas se convive con
primos, con tíos o con abuelos que puedan aportar distintas perspectivas educativas. Los
padres trabajan fuera de casa largas jornadas laborales lo que implica que los niños pasan
mucho tiempo sin sus figuras de referencia y su lugar lo ocupa la televisión que les
entretiene o cuidadores que varían con frecuencia, bien en el ámbito del hogar o en la
escuela infantil. Viven rodeados de gente pero con pocos vínculos estables sobre los que
asentarse.
En este caldo de cultivo están creciendo nuestros niños. Y los adultos, tan ocupados,
tan eficaces, nos estamos olvidando de cuidar lo más importante: sus afectos.
Hablar de salud emocional en la infancia, es hablar de prevención. Del mismo modo
que tratamos de que nuestros hijos y alumnos se laven los dientes todos los días para
prevenir la aparición de caries, o que tratamos de vigilar su alimentación para que sea
equilibrada y así evitar enfermedades, deberíamos instaurar hábitos emocionales sanos
que prevengan la aparición de trastornos mentales en el futuro y que amortigüen las crisis
por las que inevitablemente tendrán que atravesar a lo largo de su vida.
En este libro pretendo hacer un análisis de la trascendencia que tiene la etapa de
Educación Infantil en la construcción de la personalidad del niño, para que, siendo
conscientes de ello, los padres y los profesionales responsables de la educación de los
más pequeños, pongamos en marcha estrategias válidas en la interacción con ellos, de tal
forma que les ayudemos en la construcción de su estabilidad emocional; algo que les va a
resultar imprescindible para su futuro.
Desdeesta perspectiva, el educador se convierte en un eje fundamental en el
desarrollo de la salud emocional del niño a través de la relación cotidiana. Sus palabras,
sus comportamientos o sus gestos le ofrecen un punto de referencia, un modelo donde
mirarse, un marco con el que interpretar la realidad. El adulto proporciona un lugar cálido
y seguro donde protegerse de los peligros reales e imaginarios, el adulto acoge al niño
cuando sus pasos inexpertos se confunden de camino y le insta a probar sus capacidades
y a explorar la realidad sin temor a lo desconocido; por esa razón es necesario reflexionar
sobre la actuación del educador y analizar cómo influye en el desarrollo del niño.
Parto de la convicción de que las actitudes, los valores y la salud emocional se
trabajan transversalmente en las aulas, en todas y cada una de las acciones educativas; y
están basadas sobre todo en el estilo educativo, aunque sean complementadas con la
programación de actividades dirigidas a estos fines dentro de programas educativos
concretos.
Uno de los propósitos de este libro es demostrar el incuestionable valor de las
estrategias incidentales que surgen a lo largo de la jornada escolar como elementos clave
en el desarrollo de la salud emocional de los alumnos. Las estrategias incidentales son las
actuaciones concretas que el educador pone en marcha en situaciones cotidianas,
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acciones que no están planificadas pero que configuran el día a día de la relación entre el
maestro o la maestra y sus alumnos.
He dividido el libro en dos partes. En la primera defino el concepto de salud
emocional y describo los diferentes componentes de la misma, sugiriendo estrategias
concretas que se pueden emplear en la escuela infantil para favorecer cada uno de esos
componentes.
La segunda parte es un análisis pormenorizado de la metodología que debe seguir el
educador en la escuela infantil para estimular la salud emocional de sus alumnos haciendo
especial hincapié en las estrategias incidentales.
Para completar una visión global de acción en la escuela planteo algunas estrategias
intencionales o actividades planificadas para el desarrollo de la salud emocional, soy
consciente de que se trata de escasas sugerencias porque las estrategias intencionales
pueden encontrarse fácilmente en otras publicaciones. En definitiva, el objetivo prioritario
de este libro es ayudar a los docentes a reflexionar sobre su trascendental papel y
proporcionarles una guía de auto-observación para mejorar su estilo educativo.
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I
LA SALUD EMOCIONAL Y SUS
COMPONENTES
Los pequeños de hoy serán los adultos de mañana, su personalidad, sus actitudes frente
a la vida se van instaurando desde las primeras etapas del desarrollo. Crecer en
condiciones saludables desde el punto de vista emocional, es asegurar la estabilidad
de la persona a lo largo de su trayectoria vital, por eso resulta especialmente relevante
educar la salud emocional.
La salud emocional es un estado de bienestar físico y psicológico que permite una
adecuada adaptación a las circunstancias en las que una persona se desenvuelve.
En esta primera parte del libro se define el concepto de salud emocional y se justifica
la necesidad de contemplarla en la acción educativa a edades tempranas. A
continuación se describen todos y cada uno de los componentes que configuran la
salud emocional divididos en dos tipos: componentes personales y componentes
relacionales; se define qué son, para qué sirven, cómo se forman, y se proponen
estrategias concretas para desarrollarlos en la escuela infantil.
Los componentes personales tienen que ver con la comprensión y el control de uno
mismo y son: el autoconcepto, la autoestima, el autocontrol, la automotivación, la
localización de control, la tolerancia a la frustración y el sistema de atribuciones.
Los componentes relacionales implican la relación con otras personas y suponen un
recurso para establecer interacciones eficaces, son: el vínculo afectivo, la asertividad,
la empatía y las habilidades sociales.
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La salud emocional
Es más fácil construir niños fuertes, que reparar hombres rotos.
FREDERICK DOUGLAS
¿QUÉ ES LA SALUD EMOCIONAL?
Según la Organización Mundial de la Salud, la salud es el estado de adaptación de un
individuo al medio en el que se encuentra. En términos coloquiales, estar sano significa
estar fuerte, preparado para que las enfermedades o los impactos de la vida cotidiana no
provoquen alteraciones significativas o irreparables.
Desde el punto de vista físico un niño1 sano es el que puede superar un proceso de
enfermedad como una gripe o una gastroenteritis y el que sigue un crecimiento
equilibrado. Desde el punto de vista emocional, es el que puede superar los conflictos
inherentes a las relaciones con otros seres humanos, el que disfruta descubriendo el
entorno que le rodea sin miedo a explorar o a expresarse; el que está satisfecho con el
lugar que ocupa en su pequeño mundo.
La salud emocional es un estado de bienestar físico y psicológico que permite una
adecuada adaptación a las circunstancias en las que un individuo se desenvuelve. Puede
considerarse también como la ausencia de enfermedad mental o de trastorno de origen
psicológico.
Para que este bienestar sea posible es necesario que la estructura de personalidad del
individuo reúna una serie de componentes que le permitan un grado óptimo de equilibrio
emocional, de tal modo que pueda hacer una interpretación cognitiva de los
acontecimientos que le evite vivir en estados desajustados de ansiedad de forma
permanente.
La ansiedad es una emoción negativa, algunos autores consideran que es la
anticipación de un peligro futuro, indefinible e imprevisible cuyos desencadenantes son
imprecisos (Bisquerra, 2000). Sirve para aportar soluciones anticipando las dificultades.
Si se produce con la frecuencia e intensidad apropiadas, supone un acicate que impulsa a
la persona a la acción. Pero si supera ciertos límites de intensidad, frecuencia o duración
genera un estado de indefensión que consume mucha energía y produce un efecto
negativo crónico.
El estrés es un estado de inquietud y malestar, que en muchos casos produce graves
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dolencias físicas que se desencadena cuando la demanda del ambiente es excesiva en
relación con los recursos de afrontamiento que posee el individuo. El niño se enfrenta
continuamente a cambios en el ambiente y tiene que poner en marcha conductas para
adaptarse a dichos cambios. Hay ocasiones en las que la exigencia supera su capacidad y
aparece el estrés. La ansiedad es una respuesta emocional al estrés, pero también es una
reacción de alerta ante una amenaza que puede originarse sin agentes estresantes.
La salud emocional posibilita al individuo regular la cantidad de ansiedad que maneja
y afrontar situaciones de estrés permitiendo un ajuste adecuado a los requerimientos de
las distintas situaciones.
Desde la última década del siglo XX se ha producido un interés creciente por el
estudio de las emociones. En el campo de la medicina, la neurología ha profundizado en
las estructuras nerviosas implicadas en las emociones haciendo importantes
descubrimientos como el papel del sistema límbico en el que se encuentran el tálamo, el
hipotálamo y la amígdala. Hoy sabemos que el comportamiento humano se rige por
mecanismos neurofisiológicos que explican las distintas reacciones, pero estos
mecanismos no funcionan igual en unos individuos que en otros porque están
mediatizados por su dotación genética y por procesos cognitivos y culturales.
En el campo de la psicología se han producido corrientes que han puesto en valor el
mundo de las emociones que durante mucho tiempo estuvo olvidado. Diversas teorías
cognitivas han tratado de explicar el funcionamiento de las emociones analizando los
procesos mentales que se sitúan entre el estímulo y la respuesta emocional, poniendo de
manifiesto la importancia de los procesos de valoración y análisis cognitivo de los
acontecimientos: la Teoría bifactorial de Schachter y Singer (1962); el Modelo procesual
de Scherer(1993); o la Teoría de la valoración cognitiva de Lazarus (1991), entre otras.
Diversas posiciones teóricas han aproximado los conceptos de inteligencia y emoción:
Inteligencia exitosa de Stenberg (1997); Inteligencias múltiples de Gardner (1995); o
Inteligencia emocional de Goleman (1997).
Por otro lado, la psicología positiva, representada por Seligman (1983), trata de
superar la tendencia tradicional de centrarse en la patología, para pasar a centrarse en las
fortalezas o potencialidades del ser humano. Se estudian las características que hacen al
individuo más eficaz, más competente y más feliz.
DIFERENCIAS ENTRE SALUD EMOCIONAL E INTELIGENCIA EMOCIONAL
El concepto de salud emocional hay que diferenciarlo del de inteligencia emocional.
Aunque están estrechamente relacionados y puedan utilizarse como sinónimos, conviene
precisar sus significados.
La inteligencia emocional según Salovey y Mayer (1990) es la habilidad para
manejar los sentimientos y las emociones, discriminar entre ellos y utilizar esos
conocimientos para dirigir los pensamientos y las acciones.
Goleman (1997), autor de la obra Inteligencia emocional, define ésta como la
habilidad para motivarse, la persistencia ante la frustración, el control de los impulsos, la
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capacidad para demorar la gratificación, la regulación de los estados de humor y el
desarrollo de la empatía. Asímismo, este autor demuestra el valor del cociente emocional
como predictor de éxito en la vida por encima del cociente intelectual.
Componentes de la inteligencia emocional
Según Goleman, los componentes de la inteligencia emocional son los siguientes:
El conocimiento de las propias emociones. La persona con inteligencia emocional
reconoce sus sentimientos cuando se están produciendo y es capaz de etiquetarlos
adecuadamente.
El manejo de las emociones. El hecho de ser consciente de las propias emociones
permite al individuo canalizarlas y expresarlas de una forma socialmente aceptable.
Manejar las emociones permite controlar los impulsos y regular el propio
comportamiento aunque sea en situaciones de estrés.
La automotivación. La capacidad de controlar los impulsos y los
comportamientos, unido a la capacidad de demorar la gratificación, determinan
una percepción de autoeficacia y un optimismo realista en la que se atribuyen las
causas de los acontecimientos a elementos que pueden ser modificables. La
capacidad de una persona para motivarse a si mismo le otorga mayores
posibilidades de éxito.
El reconocimiento de las emociones de los demás. En función del conocimiento
de las propias emociones es posible sintonizar con los canales de comunicación no
verbal de otras personas y, de este modo, compartir con ellas sus estados de
ánimo y comprender sus puntos de vista.
El establecimientos de relaciones. La capacidad de expresar las propias
emociones y la de comprender las de los demás, hacen posible que la persona
establezca relaciones con los otros y así tener un funcionamiento social más
adaptado.
Por otro lado, la salud emocional es un estado de bienestar que el individuo alcanza
cuando su personalidad dispone de unos recursos que le permiten manejar sus
sentimientos y relacionarse positivamente con otros seres humanos. La inteligencia
emocional, tal y como la definen los anteriores autores, es un elemento indispensable
para el logro de la salud emocional, aunque hay otros componentes personales o
relacionales de la personalidad que también están implicados.
Otro concepto estrechamente relacionado con la salud emocional es la educación
emocional. La define Bisquerra (2000) como el proceso educativo continuo y
permanente que pretende potenciar el desarrollo emocional como complemento
indispensable del desarrollo cognitivo, siendo ambos elementos esenciales en el desarrollo
de la personalidad integral.
COMPONENTES DE LA SALUD EMOCIONAL
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Cada persona tiende a comportarse en base a unos patrones homogéneos ante las
distintas situaciones de la vida cotidiana, esos comportamientos están relacionados con
un estilo de comprender o interpretar la realidad. Tanto los comportamientos como la
interpretación cognitiva de los mismos constituyen la personalidad. Para conocerla, los
psicólogos recurren a constructos teóricos que aportan orden a esas formas concretas de
reaccionar y que permiten anticiparlas y justificarlas.
Para que la salud emocional sea posible es necesario que la estructura de personalidad
del individuo reúna una serie de componentes que le permitan un grado óptimo de
equilibrio emocional. Estos componentes están presentes en la personalidad del niño en
un sentido más o menos saludable. Constituyen un esquema básico desde el que opera,
una estructura que le permite percibir e interpretar los acontecimientos de su vida y que
determina una forma concreta de respuesta ante ellos.
Se distinguen dos tipos: componentes personales y componentes relacionales.
Componentes personales. Son inherentes al propio sujeto. Tienen que ver con la
comprensión y el control de sí mismo así como con la construcción de su esquema
personal a través del cual interpreta el mundo que le rodea. Incluyen:
El autoconcepto.
La autoestima.
El autocontrol.
La automotivación.
La localización de control.
El sistema de atribuciones.
La tolerancia a la frustración.
Componentes relacionales. Implican la relación con otras personas. Suponen un
recurso para interactuar de forma exitosa. Se destacan:
El vínculo afectivo.
La asertividad.
La empatía.
Las habilidades sociales
Resulta difícil otorgarles una jerarquía de importancia ya que todos son significativos.
Algunos están muy relacionados entre sí pero los he abordado aisladamente para
comprenderlos mejor. Los componentes personales se estudiarán en el capítulo 2 y los
componentes relacionales en el capítulo 3. No obstante, se trata de un listado abierto,
posiblemente haya otros componentes que podrían ser incluidos en él.
Cada uno de estos componentes, por sí mismo, aporta salud emocional al individuo
pero, además, la combinación de ellos supone un incremento de la misma haciéndo al
individuo más adaptable y con mayores posibilidades de éxito personal y social.
Todas las personas, en la estructura de su personalidad, tienen una forma concreta de
autoconcepto, autoestima, empatía, tolerancia a la frustración, etc. Es esta forma, más o
menos saludable de cada uno de estos componentes, lo que va a determinar su salud
emocional.
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Probablemente el código genético tenga una influencia sobre todos estos
componentes, pero sin ninguna duda, las experiencias por las que el niño pasa, las
características del entorno donde vive, la relación que establezca con los adultos con los
que convive, hacen educables cada uno de estos componentes. Descomponer la salud
emocional en distintos elementos nos permite reflexionar sobre cada uno de ellos y
definir estrategias concretas para educarlos.
La escuela infantil, a través de las interacciones educador-alumno o de las relaciones
entre los iguales, incide sobre todas estas variables haciendo que se consoliden en un
sentido u otro, reforzando o desestabilizando la seguridad emocional del niño. Un
objetivo educativo importante consiste en potenciar cada uno de estos componentes para
lograr una personalidad segura que permita al niño percibir e interpretar los
acontecimientos de su vida desde una perspectiva sana y determinar formas de respuesta
que eviten la ansiedad y la indefensión.
POR QUÉ ABORDAR LA SALUD EMOCIONAL EN LA ESCUELA INFANTIL
Hay varias razones por las cuales se debe trabajar la salud emocional en los centros
educativos de los más pequeños. A continuación, se justifica esta cuestión desde
diferentes perspectivas.
Desde una perspectiva evolutiva
La plasticidad del sistema nervioso durante los primeros años de vida explica la
multiplicación de conexiones nerviosas y la especialización del tejido neuronal. Las
estructuras cerebrales regulan, no solo el crecimiento físico sino también la adquisición
progresiva de las habilidadesque permiten al niño adaptarse. En los primeros años
aumenta significativamente el tamaño de su cuerpo y adquiere patrones posturales y de
desplazamiento cada vez más evolucionados, desde la dependencia total del adulto a una
coordinación y equilibrio muy precisos para controlar su cuerpo.
También se desarrolla su inteligencia descubriendo una realidad sorprendente que va
organizando a través de procesos cognitivos de alta complejidad hasta lograr
comprenderla; el niño va dominando instrumentos de aprendizaje como la observación,
la imitación, la simbolización o la lectoescritura. El lenguaje sufre una transformación
significativa desde una comunicación preverbal basada en miradas o movimientos hasta
la capacidad de comprender y transmitir mensajes verbales e, incluso, manejar la ironía o
la contradicción.
Todos estos desarrollos acompañan y fortalecen su desarrollo afectivo y social, que
sin duda, en estos primeros años, sufre también una importante evolución. La
personalidad del niño se construye en estos momentos igual que su desarrollo físico,
motor, cognitivo o comunicativo.
Del mismo modo que el niño adquiere habilidades básicas como la marcha o el habla,
también sienta las bases de su identidad, su seguridad emocional o la forma peculiar de
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interpretar la realidad que le rodea, y ésta es la razón primordial por la que tenemos que
abordar la salud emocional en la escuela infantil.
Las condiciones ambientales aportan el soporte sobre el cual el niño crece y avanza.
Mediante un proceso de andamiaje (Vigotsky, 1979) en las primeras edades, el adulto
proporciona al niño las ayudas necesarias para que su identidad y su seguridad emocional
se consoliden de una forma saludable, proponiéndole acciones, reflexiones o respuestas
que le permitan probar, comprender e interpretar la realidad y, de ese modo, consolidar
su salud emocional.
Desde una perspectiva histórica
La escuela infantil es un recurso que responde no solo a las necesidades del niño sino
también a la estructura social. Nació para garantizar el cuidado de los pequeños ante el
cambio de paradigma económico de la sociedad. Félix López (1995) describe cuál ha sido
la evolución de la escuela infantil desde un modelo asistencial hasta el modelo del
bienestar. La guardería surgió para dar respuesta a las necesidades económicas y
familiares al incorporarse la mujer al mundo laboral. En este primer momento, los
objetivos eran guardar, cuidar y entretener al niño.
La psicología insistió en el valor educativo de esta etapa y la potencialidad de
aprendizaje del niño y entonces sus objetivos fueron variando. Ya no se trataba
únicamente de cuidar o entretener, sino que había que potenciar el desarrollo y el
aprendizaje preparando al niño para el futuro escolar compensando, de algún modo, las
desigualdades. Este cambio hizo posible la transición del modelo asistencial hacia el
modelo del rendimiento. Fue el paso de “la guardería” a “la escuela infantil”.
Pero aún queda un largo camino por recorrer. El auge de las teorías sobre las
emociones y la importancia de la salud emocional debe dirigir la acción educativa hacia
una “escuela de las necesidades” donde el objetivo sea responder a las todas las
necesidades del niño, no solo las cognitivas, sino sobre todo las socioafectivas y, por lo
tanto, seamos capaces de pasar del modelo del rendimiento al modelo del bienestar,
donde el eje organizador de esta nueva escuela debería ser la seguridad emocional.
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El proceso que ha seguido la escuela infantil subraya la conveniencia de considerar la
salud emocional como uno de los elementos cruciales de la misma. Los profesionales de
esta escuela debemos saber leer en esta trayectoria, cuáles son los elementos más
significativos que marcan una dirección de futuro superando concepciones erróneas e
incorporando nuevas necesidades de una sociedad en continuo cambio. Considerar la
salud emocional en la escuela infantil como uno de sus principales objetivos implica
cualificar a los docentes y transformar la concepción que la sociedad tiene respecto al
papel de la misma.
Desde una perspectiva pedagógica
Los objetivos de la escuela infantil se centran en dar respuesta a las necesidades
básicas del niño:
Necesidades primarias de sueño, higiene, alimentación, vestido, etc.
Necesidades cognitivas de exploración y aprendizaje ofreciendo al niño la
oportunidad de experimentar en un contexto rico y seguro.
Necesidades sociales de juego, comunicación, afiliación, etc., potenciando
relaciones saludables tanto con los adultos como con sus iguales y favoreciendo su
autonomía.
Necesidades afectivas de apego, seguridad, autoestima, etc., estableciendo
vínculos afectivos sanos que les permitan crecer seguros.
Las necesidades afectivas constituyen una realidad muy significativa. El niño necesita
sentirse valorado, querido y aceptado para construir su autoconcepto y su autoestima.
Por eso es básico que nos planteemos el desarrollo de la salud emocional en la educación
de los más pequeños.
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Desde una perspectiva interactiva
El proceso educativo está basado en la interacción entre personas. Esta interacción
está marcada por las emociones que inundan el día a día en la escuela. Están presentes
tanto en el niño como en el adulto, y emergen en la relación. La escuela infantil es un
contexto de desarrollo en el que los niños experimentan sus emociones y la relación con
los demás. Por tanto, constituye un escenario privilegiado para modelar los componentes
de la salud emocional.
El papel del educador es muy importante porque pasa muchas horas con el niño,
establece vínculos afectivos estables con él, sirviendo así el apego como motor para el
desarrollo. Hace posible la generalización de los aprendizajes de unos contextos a otros y
favorece el aprendizaje significativo ayudando al niño a relacionar sus conocimientos.
El educador construye el ámbito estimulador donde el niño se desenvuelve: elige los
objetos con los que juega, decora el ambiente físico y configura el clima emocional
proponiéndole unos juegos u otros, respondiendo a sus iniciativas de comunicación,
regulando sus comportamientos y estableciendo un estilo peculiar de relación. En este
papel, el educador debe ser capaz de disfrutar con la interacción y de implicarse
emocionalmente.
Cuando hablamos de la salud emocional del niño, siempre va a estar en juego la salud
emocional del adulto, no sólo porque supone un modelo para el pequeño, sino porque las
reacciones del educador van a determinar la interacción marcando significativamente el
bienestar afectivo del niño.
Desde una perspectiva normativa
Las diferentes legislaciones en materia de educación incluyen contenidos que
pretenden desarrollar las competencias relacionadas con los conocimientos y con los
procedimientos, pero también competencias relacionadas con las actitudes y los valores.
De forma más o menos explícita, los currículos académicos deben contemplar elementos
que favorezcan el desarrollo socioemocional del niño.
En los niveles de educación infantil, las competencias actitudinales adquieren un
importante papel ya que es, a estas edades, cuando se están sentando las bases del
desarrollo social, cuando los niños están descubriendo cómo son y cómo se pueden
relacionar con las demás personas.
El contexto escolar, como segundo agente socializador, ofrece al niño un escenario
privilegiado para descubrirse a sí mismo, compararse con sus iguales y aprender las
normas básicas para la interacción. Es en esta situación donde se deben cimentar valores
como la solidaridad, el respeto, la justicia social, etc. Elementos claves para el desarrollo
democrático de los futuros ciudadanos.
Desde una perspectiva preventiva
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Por último, la escuela infantil tiene un importante papel preventivo en una triple
dirección: primaria, secundaria y terciaria.
La prevención primaria está dirigida a toda la población infantil escolarizada.
Consiste en la creación de contextos escolares de calidad que potencien un desarrollo
emocional sano de losalumnos de modo que pueda evitarse la aparición de trastornos.
En esta etapa se pueden prevenir alteraciones psíquicas como la depresión, la
ansiedad o el estrés, que a veces tienen su origen e incluso sus primeras manifestaciones
ya en estas edades.
Además, tener en cuenta lo emocional mejora el proceso de enseñanzaaprendizaje
aumentando así la motivación por aprender y disminuyendo el fracaso escolar.
El desarrollo de la capacidad crítica del niño frente a los medios de comunicación o
frente a la presión social es otro objetivo de la educación desde las primeras etapas,
puede resultar un factor de protección importante de cara al mañana que prepare al niño
para enfrentarse al consumo, las adicciones o las exigencias del mundo laboral en el
futuro.
Por otro lado, la preparación del niño para participar en un grupo, para comunicarse
con los demás, va a ser un recurso importante en la prevención del aislamiento, siendo
éste una de las causas más importantes de los trastornos de tipo emocional.
La coordinación familia-escuela supone otro factor de protección para la infancia. En
la medida en que ambos contextos compartan valores, actitudes y normas, van a
proporcionar al niño mayor estabilidad y, por lo tanto, un desarrollo más equilibrado.
Conviene no olvidar que la escuela infantil puede suponer un importante factor de
protección para aquellos niños cuyo contexto familiar esté deteriorado o sufran
situaciones de apego inseguro, pero también puede suponer un factor de riesgo añadido
cuando en el aula no se garanticen condiciones óptimas de seguridad afectiva.
Respecto a la prevención secundaria, en la escuela infantil se detectan muchas
alteraciones que pasan desapercibidas hasta ese momento. No solo discapacidades
motoras, sensoriales o cognitivas sino también otros trastornos del desarrollo,
permanentes o transitorios, de origen biológico o interactivo.
Con frecuencia podemos observar niños que, desde edades muy tempranas, muestran
problemas de ansiedad, inhibiciones, conductas disruptivas, etc., que no están asociadas
a una discapacidad concreta. Estas dificultades, con una adecuada intervención pueden
superarse o, al menos, disminuir sus efectos.
Para dar una respuesta apropiada a la población de riesgo hay que detectar lo antes
posible este tipo de alteraciones, siendo imprescindible observar el desarrollo de todos los
alumnos y, cuando se detectan signos de alarma, conductas que se desvían respecto a lo
esperado para la edad cronológica, hay que hacer una valoración más precisa, al tiempo
que se pondrán en marcha mecanismos de intervención en un contexto normalizado. Se
puede hacer una derivación a un servicio especializado de Atención Temprana que
intervenga lo antes posible y coordine acciones con la escuela y la familia.
La prevención secundaria está dirigida a la población escolar en general, que debe ser
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susceptible de una observación sistemática para descartar alteraciones y a una población
de riesgo sobre la que hay que actuar para disminuir su vulnerabilidad, poniendo en
marcha acciones que protejan su desarrollo y contrarresten, en la medida de lo posible,
los factores que originan el trastorno.
La prevención terciaria está dirigida a aquellos niños con trastornos del desarrollo
que requieren una intervención específica con objeto de aminorar los efectos de dicho
trastorno. Cuando en la escuela infantil tenemos niños con distintas discapacidades, la
actuación del profesional no implica solamente la puesta en marcha de adaptaciones
curriculares, como el uso de mobiliario o materiales adaptados, el uso de sistemas
aumentativos de comunicación o la adecuación de objetivos o contenidos. Supone
fundamentalmente la adopción de actitudes favorecedoras tales como la aceptación de la
discapacidad y sus implicaciones, la existencia de expectativas positivas sobre sus
posibilidades, la implicación en la búsqueda de soluciones, la coordinación con otros
profesionales, la aceptación de unas relaciones diferentes con esa familia y la definición
de un estilo de interacción apropiado, que no solo va a potenciar su desarrollo sino que
también va a servir como modelo para el resto de los niños.
La existencia de cualquier tipo de discapacidad implica un riesgo importante para la
salud emocional de ese niño, va a marcar su autoconcepto y también sus relaciones con
los demás, por lo tanto, el educador tendrá que cuidar especialmente la estabilidad
afectiva de estos alumnos.
Desde el nacimiento hasta los 6 años los niños adquieren competencias personales y
sociales que van a serles de utilidad a lo largo de toda su vida. Los adultos responsables
de su desarrollo deben crear las condiciones óptimas donde los alumnos puedan crecer y
madurar física, cognitiva y emocionalmente.
1 Se opta, a lo largo de esta obra, por el uso genérico del masculino con objeto de facilitar la lectura y sin
ánimo alguno de exclusión.
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Componentes personales de la salud
emocional
LOS COMPONENTES PERSONALES DE la salud emocional facilitan la comprensión
y el control de uno mismo. Son: el autoconcepto, la autoestima, el autocontrol, la
localización de control, la automotivación, el sistema de atribuciones y la tolerancia a la
frustración.
En este capítulo se hace un breve desarrollo de estos componentes personales. Cada
uno de ellos quedará delimitado por tres cuestiones: ¿qué es?, es decir, su definición,
¿para qué sirve? y ¿cómo se forma? Y se ofrecen una serie de sugerencias para trabajar
estos componentes en la escuela infantil.
EL AUTOCONCEPTO
El autoconcepto es un conjunto de atribuciones (ideas, creencias o pensamientos) que
cada persona tiene sobre sí misma. Responden a la pregunta: ¿cómo soy?, ¿cuáles son
las características que me definen como persona? Desde el punto de vista físico pero
también desde el punto de vista psicológico.
Es un componente básico de la salud emocional en la medida en que el niño puede
definirse a sí mismo mediante ideas generadoras de salud o por el contrario enfatizar
aquellas características propias que le generan ansiedad o estrés. El autoconcepto está
muy relacionado con la autoestima pero son dos componentes diferentes.
¿Para qué sirve el autoconcepto?
Ser consciente de las propias habilidades permite al individuo enfrentarse a las
situaciones de la vida con la seguridad de disponer de recursos. Por otro lado, conocer
los propios fallos, le permite aceptarse y sentirse tranquilo en su propia identidad.
Desarrollar el autoconcepto es básico para que el niño se sitúe en un mundo social
con una identidad concreta, aprenda a valorarse y adquiera autonomía. Desde su propia
identidad se relaciona con su entorno físico y social, de modo que, cuanto más estable
sea su autoconcepto, menos se confundirá con los demás y mayor será su seguridad
emocional.
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¿Cómo se forma el autoconcepto?
El niño, en la primera infancia, a pesar de que experimenta patrones estables tanto en
su comportamiento como en las reacciones de los demás, su desarrollo intelectual no le
permite observar y sacar conclusiones sobre sí mismo de forma autónoma. Por lo tanto
construye su autoconcepto basándose no sólo en sus propias percepciones sino sobre
todo en la información que le ofrecen sus figuras de apego.
Así, escucha, con mucha frecuencia, a sus papás o a sus profesores hacer
comentarios sobre él que le definen en función de sus comportamientos y él, poco a
poco, asume estos comentarios y los utiliza para describirse a sí mismo. De hecho suele
estar muy atento a todo lo que se dice sobre él, incluso cuando parece que no está
escuchando, nos sorprende como capta este tipo de mensajes.
Si escucha con mucha frecuencia, por ejemplo, que es “muy agresivo”, tenderá a
comportarse de forma agresiva para ajustarse a lo que se espera de él, o si los adultos
muestran mucha preocupación y hablan con otros adultos de lo mal que come o que
duerme o de lo inquieto que es, él tenderá a autodefinirse del mismo modo y además a
comportarse de forma que se ajuste a dicha concepción.
Este esquemase explica en la teoría de “la profecía autocumplida” (Merton, 1949)
que da mucha importancia a lo que los adultos piensan y comentan sobre los niños. Si
transmitimos frecuentemente ideas negativas sobre nuestros hijos o alumnos, ellos las
incorporarán a la concepción que tienen de sí mismos, construyendo una identidad
marcada por aspectos negativos que incidirá en su autonomía y en su seguridad
emocional.
En los primeros meses de vida, el bebé mantiene una relación muy estrecha con la
figura materna con la que se siente identificado. La alimentación y la crianza marcan un
contacto físico continuado. Poco a poco, va experimentando sensaciones diferentes y
aprendiendo a reconocerlas y a comprender que él mismo es un ser diferente del adulto
que responde a sus necesidades. Cuando domina la posibilidad de desplazarse en el
espacio, se aleja momentáneamente para explorar pero bajo la seguridad que el adulto le
ofrece y va mostrando sus deseos y necesidades concretas.
Antes de los 2 años apenas podemos observar manifestaciones del autoconcepto por
tratarse de un elemento cognitivo al cual tenemos acceso a través del lenguaje, lo que no
significa que no ocurran cosas. El niño va acumulando experiencias tanto en la
interacción con otros, como en la propia puesta en marcha de sus habilidades que le
ayudan a observar pautas estables con las que posiblemente empiece a construir su
identidad.
A los 24 meses el niño empieza a utilizar pronombres personales como “yo”, “tu”,
“mío”, etc, lo que implica que ya es capaz de identificarse como un individuo distinto a
los otros, diferente a su madre o a su figura de afecto. A partir de esta edad empieza a
describirse a sí mismo mediante características externas “soy un niño o una niña”, “soy
rubio”, etc. Aún no es capaz de definirse en términos psicológicos. Suele utilizar
categorías extremas: “grande” o “pequeño”, “bueno“ o “malo”, conceptos sencillos y
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fáciles de comprender. Aún no es consciente de la permanencia de un atributo en el
tiempo pudiendo cambiar su autoconcepto de una situación a otra. Con frecuencia se
define como “mayor” para unas cosas y “pequeño” para otras, en función de sus
intereses o la percepción concreta de una situación, o como “bueno” o “malo” para
definir su comportamiento.
De los 2 a los 6 años, se empieza a observar cierta consistencia en el autoconcepto
siendo un momento crucial para la formación de la identidad personal, de ahí la
importancia de trabajar esta cuestión durante la etapa de educación infantil.
SUGERENCIAS PARA TRABAJAR EL AUTOCONCEPTO EN LA ESCUELA
INFANTIL
El educador, en la escuela, emite muchos juicios respecto a los niños: sobre su forma
de ser o sobre su comportamiento. Unas veces se los dirige a él directamente cuando
evalúa sus trabajos o sus conductas. Otras veces los utiliza como referencia comparando
a unos niños con otros, tanto en sentido negativo como positivo y, muchas veces,
también hace comentarios con otros adultos respecto a distintos niños.
Todos estos juicios no son inofensivos, inciden directamente en el autoconcepto del
niño y en la opinión que los demás se forman sobre él. Por esta razón se deben cuidar
escrupulosamente. Tratar de manifestar los aspectos positivos de la personalidad o el
comportamiento de los alumnos es una estrategia muy válida en la tarea educativa, así
como analizar la objetividad de dichos juicios ya que, en muchas ocasiones, se hacen
valoraciones del alumno partiendo del estado emocional o de las preferencias del
educador. Algunos niños reciben críticas negativas de forma sistemática por el hecho de
no tener una buena relación con el mismo que selecciona los aspectos negativos del niño
magnificándolos e ignora sus cualidades o sus habilidades.
El niño puede recibir así una información sesgada sobre sí mismo y construir su
autoconcepto sobre las bases de dicho sesgo, dando mayor importancia a aquello que sus
educadores magnifican y, como no es capaz por sí mismo de observar o interpretar sus
cualidades o aptitudes, puede ir construyendo una identidad equivocada.
Presentamos una serie de conceptos útiles que el educador puede emplear en el aula
para favorecer el autoconcepto de sus alumnos.
Revisar el posicionamiento emocional. El maestro debe conocer cuál es la
relación que tiene con cada uno de sus alumnos consciente de cómo ésta influye en
la percepción sobre sus potencialidades. El sesgo marcado por la relación
emocional hace que devuelva al niño una imagen desajustada de sí mismo que
incidirá sobre su autoconcepto.
Fijarse en las potencialidades por encima de los aspectos negativos es una
estrategia que favorecerá la salud emocional de los alumnos. Resulta básico hacer
explícitas dichas potencialidades sobre todo en aquellos casos en los que de forma
espontánea no resulten evidentes al educador. Anotar las características positivas
que definen a cada uno de los alumnos en su ficha resulta un ejercicio interesante
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en la medida que obliga al maestro a pararse a reflexionar sobre cada niño,
descubriendo valores que podrían pasar desapercibidos. Valorar lo positivo no
conlleva para nada ausencia de disciplina. Corregir las conductas inapropiadas es
básico pero mostrando estas, no como una característica definitoria del niño, sino
como una conducta concreta susceptible de ser modificada. Esta estrategia ayudará
a los niños a discriminar entre lo que es permanente, y por lo tanto forma parte de
su identidad, de lo que son hechos concretos que deben ser modificados, pero que
pueden desviarse de su forma de comportamiento habitual.
Mostrar a los niños las cualidades de los demás servirá para que cada uno se
conozca mejor a sí mismo, así como de modelo de interacción social. Explicitar en
voz alta las características de los niños a estas edades, les ayuda a definir su
autoconcepto. El maestro, consciente de su importante papel, debe ser cuidadoso
en las descripciones que hace de los niños, éstas deben responder a un objetivo
pedagógico y no a un desahogo del profesional fruto de una situación conflictiva.
Juegos de identidad. Pueden plantearse multitud de juegos en el aula que
favorezcan el autoconcepto, desde el dibujo de sí mismos acompañado de un
análisis por parte del niño con el apoyo del maestro, actividades de expresión
corporal en el área de psicomotricidad o descripciones no sólo del niño sino de
situaciones que ha experimentado. Una visita de los padres de cada niño a la
asamblea, mostrando sus fotos, relatando datos de su historia o de su familia puede
ser una experiencia muy enriquecedora para todos.
Cuidar los comentarios de pasillo. Debemos ser conscientes de que el niño capta
todas las informaciones que se manejan sobre él en el ámbito educativo. Los
comentarios, que se hacen con otros educadores o con los padres, delante de los
niños pueden provocar en ellos fantasías o interpretaciones inadecuadas ya que no
disponen de todos los datos necesarios o son incapaces de comprender algunos
matices que emplean los adultos. Con frecuencia seleccionan una parte de la
información captada y no siempre pueden expresarla para poderla manejar, lo que
les conduce a una reducción simplista respecto a sí mismos. Esta es una práctica
muy frecuente de la que los docentes apenas somos conscientes pero tiene una
influencia muy significativa en los niños de educación infantil. Una sugerencia al
respecto podría ser una reflexión a nivel de equipo educativo de la que pudiera salir
una normativa interna de centro que marcara claramente las condiciones en las que
los adultos deben intercambiar opiniones sobre los alumnos y que evitara esos
comentarios aparentemente inofensivos.
LA AUTOESTIMA
La autoestima es la valoración positiva o negativa que cada persona hace de sí misma.
La aceptación o el rechazo de lo que ha llegado a ser. Se diferencia del autoconcepto en
el hecho de que incluye una valoración del mismo, ya no se trata de cómo soy, sino de si
me gusta como soy. Un niño puede tener definido su autoconcepto y conocerse a sí
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mismo perono valorarse, no creer en sus posibilidades.
La autoestima positiva no es la consideración de que uno mismo es perfecto: guapo,
inteligente, ágil, etc. Esta es una concepción errónea. Nadie es perfecto y sobre todo, ¿en
función de que medimos esta perfección? Cada ser humano tiene unos puntos fuertes y
unos puntos débiles, pretender eliminar del autoconcepto estos últimos, no solo sería un
absurdo, sino que implicaría riesgos en el desarrollo socioemocional. La autoestima
positiva es la consideración de que, siendo como soy, con mis cualidades y mis defectos,
estoy razonablemente satisfecho de mí mismo y confío en mis posibilidades, pero no
implica ignorar aquella parte de mi persona que debe cambiar.
El hecho de tener autoestima positiva significa que acepto también mis punto débiles
y puedo considerarme capaz de abordarlos, tratar de modificarlos o, al menos asumirlos
como una parte más de mi persona. Es importante hacer esta aclaración porque
vulgarmente puede considerarse la autoestima como una característica próxima a la
soberbia, en la que el individuo tiene una visión falsa de sí mismo e incluso puede
considerarse superior a los demás, lo que podría conducirle a dificultades en sus
relaciones sociales. La autoestima positiva es un componente de la personalidad del
individuo inherente a él mismo, que no implica comparación alguna con otras personas.
¿Para qué sirve la autoestima?
Para valorarse a uno mismo
Una persona con autoestima positiva acepta su propio cuerpo y su forma de ser y se
siente bien consigo mismo, lo que implica ya el acceso a cierto grado de bienestar
emocional.
Se puede exigir a si misma mejorar pero aceptando sus limitaciones, por lo que esta
exigencia es ajustada y le permite ser flexible y darse “permisos”, es decir, tolerar cierto
grado de fallo o error reduciendo la ansiedad o el estrés ante las dificultades. Si una
persona es tolerante consigo misma puede admitir sus fracasos sin poner en riesgo su
equilibrio emocional. Esa tolerancia no tiene por qué suponer falta de motivación, el niño
con autoestima positiva, prueba, se arriesga y tolera el error cuando se produce sin que
ello suponga un desastre emocional.
El reconocimiento de la limitación permite pedir ayuda o favores a otras personas, lo
que favorece las relaciones sociales. Permite expresarse con libertad, explicitar logros o
habilidades y reconocer fracasos o errores.
Para experimentar y aprender
La valoración positiva de uno mismo hace que la persona se exponga a situaciones
diversas que amplíen su experiencia, hace que asuma riesgos, que tenga iniciativa.
Exponerse implica la posibilidad de que haya consecuencias negativas pero es la manera
de avanzar y crecer. Implica también ser persistente en la superación de las dificultades y
en el logro de los objetivos. Si una persona no se valora a si misma, no intenta superarse
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porque considera que no vale y, por lo tanto, no se arriesga.
Para relacionarse mejor con los demás
La autoestima positiva permite a la persona valorarse como miembro de un grupo,
identificarse con él. Permite ofrecer ayuda a los demás y pedir ayuda. La persona con
autoestima positiva también es capaz de defenderse de las agresiones de otras personas.
Partiendo de la propia valoración no permite que otros la pongan en cuestión haciéndole
daño.
¿Cómo se forma la autoestima?
La formación de la autoestima está ligada a cuatro estrategias básicas: crear vínculos
afectivos, aumentar la sensación de poder, aumentar la singularidad y ofrecer modelos de
autoestima positiva.
Crear vínculos afectivos
Cuando el niño vive experiencias continuadas de apego seguro y además dispone de
vínculos múltiples con adultos o iguales, mejora su autoestima. Sentirse querido facilita la
valoración positiva de uno mismo. Enunciados del tipo “soy digno de ser querido, luego
soy valioso” subyacen a la autoestima positiva. Hay algunas estrategias concretas que
facilitan la creación del vínculo:
Establecer contacto físico, visual y verbal. El contacto físico transmite calor y
afecto. En la escuela infantil es imprescindible que el adulto esté dispuesto a que
los niños le besen, a hacerles una caricia o unas cosquillas, de este modo se sienten
valorados y queridos. Siendo ésta una necesidad muy significativa a edades tan
tempranas. Respecto del contacto visual conviene tener muy en cuenta que
cuando el adulto mira al niño, le transmite aceptación, a través de la mirada puede
ofrecerle refuerzo y aprobación de su personalidad y de sus conductas, pero
también puede transmitir reprobación, convirtiéndose en un modo de ofrecer feed
back a sus actuaciones, ayudándole a construir el significado de sus
comportamientos y con ello su autoestima. El contacto verbal consiste en dirigirse
al niño, mantener conversaciones con él, transmitiéndole así valoraciones,
opiniones, etc., y ofreciéndole la oportunidad de expresarse.
Aceptar al niño y sus características. Con mucha frecuencia los adultos tratan de
que los niños se acomoden a la idea que los adultos tenemos de cómo deberían ser
en lugar de aceptarlos como realmente son y valorar sus potencialidades. Si un
niño convive con adultos que se muestran habitualmente insatisfechos con su
forma de ser, es probable que se considere incapaz de satisfacer la imagen que los
adultos proyectan sobre él y desarrolle una autoestima negativa. Es necesario que
el adulto muestre esa aceptación tanto verbalmente como conductualmente, a
través de comentarios, pero también a través de gestos, conductas de contacto o
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aproximaciones.
Valorar positivamente aquellos aspectos que caracterizan al niño. No solo en
cuanto a sus cualidades físicas, sino también psicológicas, expresando verbalmente
dicha valoración.
Favorecer la empatía. Resulta muy eficaz tratar de compartir con el niño afectos y
emociones, tanto las que proceden del adulto como del niño, ya que cuando éste
percibe que el adulto toma en cuenta sus emociones se considera más valioso.
Aumentar en el niño la sensación de poder
Consiste en que el niño compruebe su capacidad de influir en el entorno que le rodea,
de observar cómo sus comportamientos pueden producir cambio en los otros y en la
realidad. La capacidad de influir o transformar implica un aumento en la percepción de
competencia y por tanto en la autovaloración. No obstante hay que ayudar al niño a
utilizar esa capacidad de forma constructiva, ya que si la emplea de forma inadecuada,
con afán de dominio, producirá unas consecuencias sociales negativas que pueden
destruir la seguridad en si mismo.
Para aumentar la sensación de poder se pueden tener en cuenta las siguientes
estrategias:
Asegurar el éxito. Enfrentándole a tareas adecuadas a su capacidad para las que es
competente. Si el niño se somete sistemáticamente a tareas con un nivel de
dificultad muy superior al de su capacidad, las continuas experiencias de fracaso le
llevarán a una percepción de si mismo negativa o desajustada. Por el contrario, si
el nivel de dificultad está por debajo, disminuye la motivación.
Establecer límites claros. Para que el niño experimente éxito en sus actuaciones
tiene que tener claros cuáles son los límites de su comportamiento. Si conoce las
normas puede ajustarse a ellas mejorando su rendimiento, lo que repercute
positivamente en la autoestima. Los contextos educativos en los que no están
claramente definidas las normas generan indefensión ya que las consecuencias del
comportamiento son impredecibles.
Dar responsabilidades. Cuando el adulto confía al niño responsabilidades
apropiadas para su edad, logra que éste se sienta más valioso, no sólo porque
puede poner en marcha sus habilidades, sino también porque percibe la expectativa
positiva que sus padres y profesores ponen sobre él. El adulto puede tolerar cierto
margen de incertidumbre respecto al logro del niño, pero debe proyectar la certeza
sobre su capacidad para resolver las dificultades ante este tipo de situaciones. Si los
errores se viven como un fracaso se limitará la acción delniño en el futuro, por el
contrario, si se perciben como el punto de partida para iniciar un nuevo
aprendizaje, constituyen un abanico de posibilidades para la construcción de una
autoestima positiva.
Informarle sobre lo que se espera de él. Con frecuencia, el niño comete errores o
no se ajusta a las expectativas del adulto porque no se hacen explícitos los
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requerimientos, se enfrenta a tareas sin saber en qué consisten o cómo se espera
que sea su ejecución. Informar sobre cuáles son las conductas esperadas reduce la
incertidumbre y aumenta la probabilidad de logro. Este enunciado es especialmente
importante cuando se trata de las relaciones interpersonales, en dónde, si un
comportamiento social no se produce, puede generar en el receptor estados de
decepción o recelo.
Percibir, interpretar y responder a las demandas. No sólo es necesario para
establecer el apego sino para que el niño pueda experimentar su capacidad de
influencia en el entorno. Si mediante sus comportamientos logra hacerse entender
y, de este modo, el adulto satisface sus necesidades, significa que sus conductas
son competentes, por lo que va construyendo, poco a poco, la seguridad en sí
mismo. Si, por el contrario, el entorno no es capaz de percibir, interpretar y
responder a sus necesidades, va acumulando experiencias de indefensión que le
conducen a falta de confianza respecto a su capacidad de influir en el medio,
haciéndole cada vez más vulnerable.
Aumentar la singularidad
Esta estrategia implica el reconocimiento de ser único y diferente de los demás. Es
necesario ofrecer al pequeño la posibilidad de expresarse para poder manifestar sus
características propias y singulares. El niño se expresa a través de distintos canales: el
lenguaje, la motricidad, la expresión plástica, el juego o el afecto. Un ambiente educativo
de calidad tiene que ofrecer la posibilidad de que los niños se expresen a través de todos
esos canales. Una metodología rígida inhibe la expresión del niño y limita las
posibilidades de que aumente su singularidad.
También es básico decir a cada alumno lo que tiene de especial, lo que le diferencia
de otros y le hace valioso. De este modo aprenden a identificar las diferencias como
valores y no como obstáculos.
Ofrecer modelos de autoestima positiva
Si el niño convive con adultos que muestran autoestima positiva, es más probable que
imiten sus atribuciones y sus comportamientos, desarrollando también una valoración
positiva de sí mismo.
Por otro lado, la coherencia de los adultos, en cuanto a la respuesta que dan a los
comportamientos del niño, ofrece a éste mayor estabilidad, ya que se mueve en un
entorno predecible que le permite inferir cuales son los comportamientos correctos e
incorrectos y ajustarse a dichas inferencias obteniendo así mayor grado de refuerzo
positivo.
SUGERENCIAS PARA TRABAJAR LA AUTOESTIMA EN LA ESCUELA
INFANTIL
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Generar autoestima positiva en nuestros alumnos es un proceso lento y continuo, se
produce a través de experiencias acumuladas de relación con el entorno y con las
personas que le rodean. El niño pone en marcha comportamientos mediante los cuales
comprueba sus habilidades. Por un lado, el resultado de sus experiencias refuerza o no el
concepto que tiene de sí mismo, atribuyendo una valoración positiva o negativa sobre sus
propias capacidades. Por otro lado, la respuesta que le ofrecen sus adultos de referencia
o el grupo de iguales sirve también para que el niño se valore positiva o negativamente.
Por lo tanto, las diversas experiencias por las que atraviesa a lo largo de la jornada
escolar van construyendo su autoestima. Podemos diseñar distintas actividades
educativas que fomenten una autoestima positiva, pero los educadores debemos cuidar
sobre todo nuestras reacciones ante sus comportamientos, el estilo de relación que
establecemos y las interacciones que se producen en situaciones cotidianas. Será
importante:
Enfatizar sus cualidades por encima de los defectos. De nuevo resulta
imprescindible conocer a cada uno de nuestros alumnos, para poder resaltar sus
puntos fuertes. Una actitud positiva del educador respecto a las potencialidades de
sus alumnos, les transmite la creencia de que son valiosos, lo que favorece la
autoestima positiva.
Plantear situaciones de aprendizaje adaptadas a las edades y características de
los alumnos. De este modo se asegurará el éxito en las ejecuciones reforzando la
autoestima positiva. Toda situación educativa debe tener en cuenta la
individualidad. El educador situará la tarea en la zona de desarrollo próximo para
cada alumno, ni demasiado fácil que provoque falta de motivación o aburrimiento,
ni demasiado difícil que produzca frustración o desaliento, justo en el límite del
aprendizaje entre lo que el niño es capaz de hacer por sí solo y lo que puede hacer
con ayuda.
Interpretar cognitivamente las experiencias de la vida cotidiana. Esa es una de
las principales estrategias que puede utilizar el adulto para favorecer la salud
emocional del niño, pero, para utilizarla, es necesario que el educador disponga de
recursos emocionales, de autoestima positiva y que crea en sus propias habilidades
docentes. Podemos colaborar en la construcción de la autoestima positiva del niño
ayudándole a interpretar las distintas situaciones por las que atraviesa. Una
experiencia de fracaso puede ser interpretada de muy diversas formas. Si el adulto
es capaz de mostrar al niño una perspectiva constructiva en dónde pueda aprender
algo y le transmite confianza respecto a su capacidad de tolerar las dificultades,
éste puede extraer resultados favorables de todo tipo de experiencias.
Contemplar la diversidad en el aula y valorar lo que ésta puede aportar a las
experiencias de aprendizaje. Respetar la variedad de los niños y aprovechar sus
diferencias desde el punto de vista pedagógico, aumentará en cada uno la
singularidad. Atribuciones como: “Tengo algo propio, distinto a otros que resulta
valioso para los demás”, favorecen la autoestima positiva.
La tendencia en las aulas a homogeneizar es un recurso que responde a las
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necesidades del tutor pero no a las de los alumnos. Resulta más fácil tratarlos a
todos por igual, no hay que adaptarse a cada uno, no hay que buscar diferentes
caminos, exigimos que sean los niños los que se adapten, aunque en este
mecanismo suprimamos la diversidad y con ello la riqueza que aporta.
Comparar a unos niños con otros es un recurso que no debe utilizar el educador.
No obstante, la interacción lleva inexcusablemente a los individuos a hacer, por sí
mismos, procesos de comparación. Los niños observan a otros niños y a los
adultos y miden sus propias acciones usando la referencia de los demás.
El educador debe acostumbrar a sus alumnos a que utilicen la referencia a sí
mismos, respecto a un momento anterior. Lo que uno ha progresado en un
intervalo de tiempo, haciéndole observar el proceso que ha seguido, el esfuerzo
que ha empleado y los logros parciales que va obteniendo, para que el niño se haga
consciente de su propia evolución, lo que antes no era capaz de realizar y ahora ya
sí.
Brindar posibilidades de expresión. Una escuela divertida, donde el niño pueda
elegir entre distintas actividades, donde pueda manipular sin miedo a ser reñido por
mancharse, donde se le estimule a probar y se le brinden oportunidades de
experimentar con los materiales, produce autoestima positiva.
La etapa de educación infantil, desde el punto de vista metodológico, es el contexto
idóneo en el que son posibles todas esas opciones. El juego, como eje organizador
de la actividad, brinda muchas posibilidades de expresión y elección. En las
asambleas los alumnos pueden expresarse, contar sus experiencias, dar sus
opiniones. El profesor ha de estar muy pendiente de que todos y cada uno de los
alumnos tengan la posibilidad de hacerlo y de que se respeten entre sí.
El pensamiento divergente puede ponerse de manifiesto a través del lenguaje, el
juego, el dibujo o en cualquier actividad. El maestro debe estar abierto aadmitir, e
incluso valorar, las producciones de sus alumnos, aunque sean diferentes a la pauta
establecida, siempre que sean resultado del esfuerzo y la elaboración del niño. No
se interpretarán positivamente las tareas realizadas sin interés. El maestro debe
distinguir cuándo un trabajo es un producto personal y elaborado, aunque se salga
del patrón habitual, y cuándo es un trabajo realizado de forma descuidada y sin
interés; en este caso instará al niño a cambiar de actitud mostrando confianza en
sus capacidades para hacerlo mejor.
Corregir los comportamientos inadecuados. Como ya se ha explicado, fomentar
la autoestima no es reforzar o alabar indiscriminadamente al niño, esta estrategia
conduciría a una perspectiva falsa que él no tardaría en percibir. Se trata de
mostrarle sus habilidades, pero también hacerle consciente de sus carencias para
que pueda poner en marcha acciones que le ayuden a superar sus límites. Si
desconoce la existencia de éstos, se construye una autoestima basada en
percepciones erróneas que no tardará en mostrarse ineficaz sobre cómo es,
teniendo el efecto contrario al deseado, aunque sea a largo plazo. Si el niño vive
experiencias donde la idea que tiene de sí mismo es contradictoria a la imagen que
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los demás le devuelven, puede producirse un efecto devastador sobre su
autoestima. Por lo tanto hay que corregir al niño cuando cometa errores
mostrándole que su tarea o su comportamiento no es el apropiado pero transmitirle
confianza respecto a sus posibilidades de afrontarlos y superarlos.
Ofrecer modelos de autoestima positiva donde el educador crea en sus
posibilidades y se sienta satisfecho de su tarea docente. El clima del aula está
macado por las actitudes del educador. Si queremos construir autoestima positiva,
hay que ofrecer modelos en los que el niño pueda fijarse e imitar.
Crear vínculos afectivos. El vínculo afectivo es especialmente significativo en la
etapa de Educación Infantil. El contacto físico, visual y verbal han de establecerse
con todos y cada uno de los alumnos. La capacidad de crear vínculos afectivos es
una cualidad indispensable para un educador.
EL AUTOCONTROL
El autocontrol es la capacidad de anticipar las consecuencias de las acciones propias y
ajenas y de esta manera controlar la propia conducta. Implica el conocimiento de los
propios estados emocionales y permite al niño decidir una reacción ante los
acontecimientos entre diversas alternativas posibles. Hay personas que se enfrentan de
forma inadecuada a sus reacciones emocionales evitando o escapando de una situación o
simplemente dejándose llevar por éstas y poniendo en marcha comportamientos
incorrectos.
El autocontrol está muy vinculado a la atención y la capacidad de autoobservación.
Éstas permiten al individuo detectar señales emocionales a partir del conocimiento que
tiene de sí mismo y seleccionar una respuesta apropiada a la situación a partir de la toma
de decisiones entre diversas opciones, anticipando las posibles consecuencias de cada una
de ellas. El hecho de que el niño pueda prever que su comportamiento va a ser
rechazado por otros o que le va a conducir a unos efectos determinados, hace que
aumente o disminuya la frecuencia o intensidad de dicho comportamiento.
El niño, a medida que experimenta, va construyendo su autocontrol y va siendo capaz
de inhibir o matizar algunos comportamientos para adecuarse a las situaciones concretas
que vive. Pero, para que esto se produzca, el entorno social ha de intervenir corrigiendo,
mostrando consecuencias y ofreciendo alternativas. Implica una serie de procesos
cognitivos:
Auto-observación del propio comportamiento y de las reacciones emocionales.
Generación de posibles respuestas alternativas.
Anticipación de consecuencias.
Valoración de las posibles respuestas.
Toma de decisiones.
Estos procesos se producen en un breve espacio de tiempo y apenas somos
concientes de ellos. Si una persona no está atenta a sus comportamientos o a sus
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reacciones emocionales, no puede regularlos y estará sometida a consecuencias que no
puede prever, sintiéndose indefensa ante las reacciones de los demás e incluso ante su
propia inestabilidad.
Puede que observe su comportamiento pero no sea capaz de generar cognitivamente
alternativas o anticipar las consecuencias de las mismas, en este caso también sufrirá
fuertes dosis de ansiedad porque, siendo consciente de sus reacciones emocionales, no se
le ocurre cómo salir de ellas.
También puede ocurrir que una persona sea consciente de sus comportamientos y
reacciones emocionales, piense cómo podría reaccionar y conozca las consecuencias de
cada opción, pero tenga dificultades para tomar una decisión quedándose preso de sus
propios procesos emocionales y cognitivos consciente de no poder autocontrolarse.
El autocontrol constituye un factor de protección para el individuo frente a sus
propias reacciones emocionales. Una persona autocontrolada no es la que no expresa sus
emociones, sino la que es capaz de expresarlas de forma adecuada al contexto en el que
se producen, no es la persona que reprime la ira por ejemplo, sino aquella que la canaliza
de forma socialmente aceptable, lo que le lleva a una valoración positiva de si mismo.
El descontrol emocional conduce a la indefensión. Una vez que se produce un
estallido emocional en el que la persona no es capaz de controlar la expresión de sus
emociones, sobre todo si este episodio ha ido acompañado de una reacción de rechazo
social, se requiere movilizar mucha energía para recuperar la imagen positiva de uno
mismo.
El autocontrol está relacionado con el concepto de conciencia emocional empleado
por Goleman (1997) definida como la capacidad de reconocer las propias emociones y el
modo en que éstas afectan a nuestras acciones. La atención juega en todo esto un
importante papel en la medida en que el niño está abierto a percibir las señales que le
envía su propio cuerpo y a interpretarlas.
Todas las emociones son aceptables; las reacciones que siguen a las emociones son
las que pueden ser adecuadas o no, y es en ese punto donde entra el autocontrol: no hay
que inhibir las emociones, hay que vivirlas, experimentarlas, pero también ser consciente
de las reacciones a las que conducen esas emociones.
¿Para qué sirve el autocontrol?
Resulta obvia la utilidad del autocontrol. En las relaciones humanas se dan procesos
continuos de ajuste entre los comportamientos propios y los ajenos. La frecuente
experimentación de episodios con consecuencias negativas para uno mismo o para otros
podría tener efectos negativos sobre la autoestima y conduciría a un deterioro en las
relaciones con los demás.
El autocontrol es una variable imprescindible para tener salud emocional porque el
individuo, capaz de controlar sus impulsos y de ajustar sus comportamientos a los
requerimientos de una situación de interacción, tenderá a padecer menos ansiedad y por
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lo tanto a sentirse mejor emocionalmente.
¿Cómo se forma el autocontrol?
El desarrollo del autocontrol se produce a través de la experimentación de situaciones
en las cuales el niño va observando las consecuencias de su comportamiento, aprende a
ir regulando sus acciones y observar las consecuencias.
El adulto tiene un importante papel en este desarrollo, ayudando al niño a realizar los
procesos cognitivos mencionados: ayudándole a identificar y etiquetar sus estados
emocionales, proponiéndole distintas respuestas ante una situación, acompañándole en la
anticipación, instigándole a tomar decisiones sobre la respuesta correcta y a ponerlas en
marcha. La evaluación que hace de los comportamientos del niño, le sirve a éste de clave
para interpretarlos.
En las primeras etapas del desarrollo, como decía Piaget (1984), los niños poseen una
moral heterónoma, consideran los acontecimientos en base a la valoración que hacen sus
adultos de referencia, los cosas están bien o mal porque lo dice mamá, papá o la
profesora y el niño regula sus comportamientos con objeto de agradarles o de ganarse su
aprobación.Poco a poco van incorporando estas apreciaciones a su sistema de valores o
de ideas, construyendo progresivamente una moral autónoma en donde lo que está bien o
mal no lo marcan los demás sino él mismo.
Los padres y los educadores tienen también que ayudar al niño a posponer la
gratificación, a esperar para lograr un objetivo, a retardar la satisfacción de una necesidad
durante un tiempo e incluso a aceptar la frustración, como elementos clave en el
desarrollo del autocontrol. De este modo irá aumentando la capacidad de controlarse en
distintas situaciones. La tolerancia a la frustración, a pesar de estar estrechamente
vinculada al autocontrol será descrita detalladamente como un componente más de la
salud emocional, dada la trascendencia que tiene.
Los niños experimentan emociones desde el nacimiento, pero no son capaces de
etiquetarlas u objetivarlas hasta los 3 o 4 años, momento en el que pueden reconocer y
explicar los sentimientos de los personajes de los cuentos, utilizar algunos términos que
definen emociones y describir las posibles causas que las producen, incluso de
comprender cómo una misma situación puede producir emociones diferentes.
En las primeras edades, resulta complejo autocontrolarse. Se está desarrollando la
capacidad de introspección que permite al niño identificar sus estados emocionales o
reconocer sus comportamientos. Las reacciones emocionales son muy ambivalentes
pasando de la alegría a la tristeza en un segundo y por causas insignificantes.
A los pequeños les resulta difícil llevar a cabo procesos cognitivos de causa-efecto.
Con frecuencia realizan actos de los que posteriormente se arrepienten porque les cuesta
anticipar las consecuencias. Pero es el momento idóneo para educar el autocontrol ya
que en estos momentos captan las contingencias que les permiten comprender las
relaciones entre las personas y los hechos. La observación sistemática de las
consecuencias en un contexto predecible les va a permitir ir construyendo su autocontrol.
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SUGERENCIAS PARA TRABAJAR EL AUTOCONTROL EN LA ESCUELA
INFANTIL
En los primeros años del desarrollo el niño es aún muy inestable en sus reacciones y
se muestra muy vulnerable respecto a su estado físico. Si no ha dormido bien o tiene
hambre, va a influir mucho en su comportamiento. Está desarrollando su sistema
inmunológico por lo que padece frecuentes trastornos digestivos y respiratorios que van a
marcar decisivamente su conducta.
Este aspecto debemos conocerlo bien los educadores para poder interpretar muchas
de sus acciones e intervenir de forma apropiada. Cuando sufren estados de hambre,
fatiga o enfermedad, disminuye considerablemente su capacidad de autocontrol.
El educador puede ayudar a sus alumnos a autocontrolarse siguiendo unas sencillas
pautas:
Fomentar la auto-observación. Resulta positivo animar a los niños a fijarse en lo
que hacen y cómo lo hacen, y a definir su propio comportamiento.
Utilizar vocabulario emocional. Es eficaz utilizar en el aula un lenguaje relativo a
las emociones, ayudando a los niños a interpretar y etiquetar sus estados
emocionales. Poner nombre a las emociones que experimentan los niños y los
adultos permite a los niños desarrollar su conciencia emocional, así como la
capacidad para identificar sus sentimientos y los de los demás. Ayudarles a
reflexionar sobre cómo se sienten y porqué, les permitirá desarrollar su atención
sobre las señales que envía su cuerpo y sus respuestas a las diferentes situaciones.
Evaluar el comportamiento del niño evitando juicios de valor. Es necesario que
el adulto devuelva al niño una valoración de sus ejecuciones académicas o de sus
comportamientos. La corrección de los comportamientos inadecuados debe hacer
referencia a la conducta concreta, empleando expresiones del tipo “Has hecho….”,
en lugar de hacer un juicio sobre la forma de ser del niño con expresiones del tipo
“Eres un…”, esto facilitará al niño la capacidad de autoobservación tan necesaria
en el desarrollo de su autocontrol. Debe saber discriminar entre un
comportamiento apropiado y otro inapropiado o entre una tarea bien hecha o mal
hecha, por lo que el adulto debe hacer valoraciones ajustadas que ayuden al niño a
construir un esquema de lo que se espera de él.
Plantear respuestas alternativas. Resulta una estrategia muy valiosa fomentar
entre los alumnos el hábito de planear distintas formas de abordar un problema o
de resolver una tarea. La asamblea puede ser un contexto idóneo, instando a los
niños a hacer propuestas diferentes ante una situación dada y a valorar sus
ventajas e inconvenientes y anticipar sus consecuencias, con objeto de reforzar el
proceso cognitivo de búsqueda de respuestas y de toma de decisiones ante una
situación.
Asegurar las contingencias. El alumno debe poder prever cuáles son las
consecuencias de determinados comportamientos. Como se verá más adelante en
los capítulos relativos a las estrategias educativas, el uso de las normas y de una
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disciplina razonada y coherente favorece el autocontrol.
Ofrecer oportunidades para corregir una conducta. El educador puede proponer
al alumno distintas situaciones para poner en marcha comportamientos alternativos
a uno dado y reforzarlos de modo que éste vaya adquiriendo confianza en sí
mismo y en su capacidad para regular sus acciones. En ocasiones el docente valora
como incorrecta una conducta del niño pero no le brinda la oportunidad de
corregirla. La propia dinámica del aula, dónde se pasa de una tarea a la siguiente,
no facilita esta estrategia. Si los alumnos experimentan la posibilidad de rehacer su
comportamiento van mejorando su autocontrol.
Utilizar claves de anticipación. En el aula, puede ser muy útil usar pistas, visuales
o verbales, que recuerden al niño las consecuencias que pueden tener algunos
comportamientos, de modo que les ayuden a manejarlos. Se pueden usar iconos o
imágenes que llamen la atención de los niños o bien frases del tipo: “Vamos
despacio por las escaleras para no caernos” o “ Dejamos la clase recogida y así
encontraremos las cosas cuando las necesitemos”. Una buena forma de trabajar las
normas es utilizar iconos o imágenes a las que poder hacer referencia para
recordárselas a los niños.
Anticipar conductas disruptivas. Los docentes conocen muy bien a sus alumnos:
cuándo se ponen nerviosos o cuándo pierden el control. Si esto es así, puede
anticiparse a aquellas situaciones que previsiblemente provocarán ansiedad o
nerviosismo y evitarlas, y, si no es posible, preparar a los niños para enfrentarse a
ellas de forma más exitosa. Por ejemplo, una estrategia bastante útil es avisar a los
niños sobre los cambios de actividad unos momentos antes para que vayan
preparándose o bien ofrecerles instrucciones sobre el comportamiento que se
espera de ellos en una situación dada.
Contener los episodios de descontrol emocional. A veces, un niño o un grupo
puede llegar, por distintas circunstancias, a perder el control emocional, pueden
aparecer conductas de llanto e incluso de agresión física o verbal. Si bien la
agresión en el aula es intolerable, el educador debe mantener la calma y corregir el
estallido emocional sin poner en riesgo el vínculo afectivo con el niño. No debe
dramatizar una situación puntual de descontrol del niño. A estas edades están
aprendiendo y no siempre son capaces de regular su comportamiento. La reacción
del adulto debe ser tranquila y coherente para que el alumno sea capaz de tolerar y
corregir su descontrol.
Enseñar a los niños a elegir. Ofrecer a los alumnos la oportunidad de elegir entre
distintos materiales o tareas y reforzar la toma de decisiones teniendo en cuenta un
criterio, favorece el autocontrol. Hay muchas personas que muestran serias
dificultades para tomar decisiones, esta es una capacidad que puede trabajarse
desde la infancia dando oportunidades para seleccionar una opción entre varias y
razonando el porqué de la elección. El adulto que sistemáticamente decide por el
niño, convierte a éste en dependiente y limita sus posibilidades

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