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Las Emociones y el Cáncer Mitos y Realidades Gina Tarditi

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Este	libro	está	dedicado	a	todos	los	pacientes,
pero	sobre	todo	a	mis	tres	grandes	maestros...
De	ellos	aprendí	que,	en	la	enfermedad,
la	vida	de	todo	ser	humano	conserva	íntegramente
su	misterio,	valor	y	dignidad.
Introducción
Nada	en	la	vida	debe	ser	temido,	solo	debe	ser	entendido.
MARIE	CURIE
Cuando	somos	capaces	de	comprender	lo	que	sucede	nos	resulta	más	fácil
afrontarlo.	Por	ello,	estar	bien	informados	nos	ayuda	a	encontrar	un	sentido	de
coherencia	aun	dentro	del	caos.	De	ahí	la	importancia	de	no	dar	por	ciertas
opiniones	o	creencias	sin	sustento.	Aceptarlas	significa	estar	mal	informados.	Ya
lo	advirtió	Platón:	el	conocimiento	es	verdadero	por	naturaleza.
Hago	hincapié	en	“bien	informados”	porque	vivimos	en	una	época	en	la	que	la
información	se	produce	y	viaja	por	doquier,	segundo	a	segundo,	a	menudo	sin
pasar	antes	por	un	filtro	que	asegure	que	lo	que	estamos	viendo,	escuchando	o
leyendo	es	fidedigno	y	confiable.
Una	creencia	muy	difundida	afirma	que	el	cáncer	se	desarrolla	a	partir	de	la	ira,
el	resentimiento	y	el	estrés.	¿Es	verdad?	¿Es	cierto	que	con	solo	tener
pensamientos	positivos	se	puede	prevenir	e	incluso	curar	el	cáncer?	Hasta	hoy,
nadie	lo	ha	comprobado	científicamente.
Sin	embargo,	expresiones	de	este	tipo	de	creencias	abundan	en	diferentes	medios
(libros,	revistas,	blogs,	sitios	de	internet,	programas	de	televisión	y
conferencias).	En	seguida	cito	algunos	ejemplos,	no	sin	antes	advertir	lo
desagradable	o	grosera	que	su	lectura	puede	resultar	para	quienes	padecen	o	han
padecido	la	enfermedad:
Ya	científicamente	se	ha	comprobado	que	un	resentimiento	produce	cáncer.	[...]
Una	de	las	maneras	de	combatir	el	resentimiento	es	perdonando,	y	esto	incluso
puede	disolver	el	cáncer.¹
***
Hay	un	común	acuerdo	entre	practicantes	de	salud	natural	de	que	los	principales
factores	causantes	del	cáncer	son:	[...]	9.	Emociones	destructivas	como	la	culpa
excesiva,	enojo	y	resentimiento.²
***
El	rencor,	el	odio	y	el	resentimiento	son	las	raíces	profundas	del	cáncer.	[...]
Como	las	emociones	son	energía,	entonces	el	cuerpo	simplemente	absorbió
dicha	energía	y	se	manifestó	en	lo	que	se	llama	cáncer.³
El	doctor	Bradley	Nelson,	autor	de	El	código	de	la	emoción,	narra	la	historia	de
una	de	sus	pacientes	con	cáncer	de	pulmón:
Cuando	Rochelle	vino	a	verme	por	primera	vez	por	el	tratamiento,	ella	tenía	un
cáncer	del	tamaño	de	una	pelota	de	beisbol	en	su	pulmón.	Estaba	haciéndose
quimioterapia	cuando	nos	conocimos.	Le	pregunté	a	su	cuerpo	si	había
emociones	atrapadas	en	este	tejido	pulmonar	maligno	y	la	respuesta	fue	“sí”.
Las	emociones	atrapadas	en	el	tumor	de	Rochelle	se	remontaban	a	muchos	años
atrás	[...]	Luego	de	haber	tenido	un	hijo	juntos,	su	marido	se	fue	al	mar	por	seis
meses	o	más.	Ella	había	previsto	sus	ausencias	frecuentes	[...]	pero	criar	un	hijo
sola	era	difícil	y	solitario.	Conscientemente,	Rochelle	creía	que	ella	estaba	bien
con	su	ausencia.	Pero	su	cuerpo	reveló	que	esas	emociones	de	resentimiento,
frustración	y	abandono	habían	quedado	atrapadas	dentro	de	ella	durante	este
periodo.
[...]	solo	la	vi	tres	veces,	pero	fueron	suficientes	como	para	que	le	pudiera	liberar
todas	las	emociones	atrapadas	que	aparecieron	en	el	área	de	su	tumor.
Aproximadamente,	cinco	semanas	más	tarde	apareció	en	mi	consultorio
contentísima	por	las	buenas	noticias	[...]	el	tumor	se	había	ido	completamente	de
su	pulmón.
[...]	Por	supuesto,	no	puedo	demostrar	que	la	liberación	de	las	emociones
atrapadas	eliminó	el	tumor,	ya	que	Rochelle	también	se	sometía	a
quimioterapia.⁴
En	Tú	puedes	sanar	tu	vida,	Louise	L.	Hay	afirma	categóricamente	que	con	el
solo	hecho	de	modificar	la	forma	en	que	pensamos,	creemos	y	actuamos	se
puede	curar	cualquier	enfermedad.	Hacia	el	final	del	libro	presenta	una	lista	de
padecimientos	—aun	los	que	difícilmente	serían	considerados	tales,	al	menos	en
ciertas	etapas	de	la	vida,	como	tener	canas,	callos	o	calvicie—,	sus	probables
causas	y	el	nuevo	patrón	de	pensamiento	que	llevaría	a	su	curación.	En	cuanto	a
las	causas	del	cáncer	señala:	“Profundamente	ofendido.	Guardas	resentimientos
desde	mucho	tiempo	atrás.	Un	profundo	secreto	o	dolor	te	corroe.	Sientes	odio,
que	todo	es	inútil”.	Y	sugiere	el	siguiente	patrón	de	pensamiento:	“Con	amor
perdono	y	libero	todo	el	pasado.	Opto	por	llenar	mi	vida	de	alegría.	Me	amo	y
me	apruebo”.⁵
No	sé	qué	me	asusta	más:	las	afirmaciones	de	esta	autora	o	la	cantidad	de
ejemplares	que	se	han	vendido	de	su	texto:	más	de	un	millón	según	la	última
edición.
El	médico	Bernie	S.	Siegel	escribió	un	libro	que	a	la	postre	se	convirtió	en	un
best	seller:	Love,	medicine	and	miracles,	en	el	que	afirma,	entre	otras	cosas,	que
el	cáncer	puede	curarse	si	el	paciente	tiene	el	suficiente	valor	y	espíritu.	También
sostiene,	para	mi	horror,	que	el	cáncer	infantil	puede	generarse	desde	el	vientre
materno,	producto	de	conflictos	o	rechazo	de	los	padres.
Ésta	es	solo	una	pequeña	muestra	de	las	creencias	que	hoy	nos	rodean	y	que	a
menudo	se	expresan	con	estulticia	y	ramplonería.	Lo	peor	es	que,	por
sorprendente	que	parezca,	han	ido	impregnando	el	pensamiento	de	diferentes
sectores	de	la	población	hasta	convertirse	para	muchas	personas	en	algo	así
como	verdades	incuestionables.
Al	respecto,	el	científico	estadunidense	Robert	M.	Sapolsky	advierte	que	quienes
consideran	que	tienen	el	poder	de	prevenir	e	incluso	curar	el	cáncer	con	solo
tener	pensamientos	positivos	pueden	llegar	a	sentirse	realmente	culpables
cuando,	a	pesar	de	todo,	lo	desarrollan.⁷	Para	muchos	enfermos	de	cáncer	ello	ha
supuesto	una	carga	más,	quizá	de	las	más	pesadas	porque	en	ella	va	implícita	la
culpa.	“¿Qué	hice	tan	mal	para	que	me	diera	cáncer?”,	se	preguntan.
Esta	creencia	no	solo	representa	un	sufrimiento	agregado	para	una	gran	cantidad
de	enfermos;	también	desvirtúa	algo	de	lo	más	valioso	del	ser	humano,	que
contribuye	a	elevarnos	por	encima	de	los	animales:	la	capacidad	de	resiliencia,⁸
que	nos	prepara	para	encarar	las	situaciones	críticas	que	la	vida	nos	depara,	lo
deseemos	o	no;	la	capacidad	de	encontrar	y	dar	sentido	a	nuestra	existencia,	a
pesar	de	estar	rodeados	por	las	situaciones	que	se	antojen	más	difíciles,	e	incluso
crecer	espiritualmente	a	partir	de	ellas.
Lo	sorprendente	es	que	entre	quienes	defienden	y	sobredimensionan	estas
creencias	se	hallan	no	solo	legos,	sino	profesionales	de	la	salud.	Aun	aquellos
para	quienes	estas	ideas	son	totalmente	falsas	deben	sobrellevar	la	actitud,	tácita
o	explícita	de	quienes,	creyendo	en	ellas,	les	hacen	saber	que	son	responsables
por	la	aparición	de	su	cáncer.
Después	de	casi	dos	décadas	de	estar	cerca	de	enfermos	de	cáncer	de	diferentes
edades	y	niveles	socioeconómicos	y	culturales	debo	decir	que	no	distingo	un
patrón	de	conducta	que	avale	lo	que	otros	afirman	de	manera	contundente.	Más
aún,	siento	un	enorme	compromiso	con	todos	ellos,	tanto	con	quienes	están
enfermos,	como	con	quienes	se	han	recuperado	y	quienes	perdieron	la	vida	pese
a	los	esfuerzos	hechos.	Todos	ellos	—ancianos,	adultos,	jóvenes	e	incluso	niños
—	me	abrieron	sus	pequeños	mundos	y	en	cada	uno	descubrí	retratadas	distintas
emociones,	pensamientos	y	conductas,	cualidades	y	defectos,	aciertos	y	errores,
fortalezas	y	debilidades.	Cada	uno	mostró	sus	propias	herramientas	para	afrontar
el	proceso	de	la	enfermedad.
Si	fuera	verdad	que	la	ira	y	el	resentimiento	acumulado	a	través	de	años	pueden
provocar	cáncer,	¿cómo	explicar	que	un	recién	nacido	lo	padezca?	No	falta	quien
responda:	“La	madre	se	lo	trasmitió	cuando	lo	alojaba	en	su	vientre”.	No	solo	es
ésta	una	respuesta	absurda,	sino	cruel.
Viktor	E.	Frankl	habló	críticamente	sobre	la	sociedad	moderna,	que	nos	arrastra
al	consumismo	en	el	intento	de	buscar	satisfacción,	cuando	lo	único	realmente
necesario	para	cualquier	ser	humano	es	encontrar	y	dar	un	sentido	a	la	vida
misma.	Insistió	en	que	hay	tres	caminos	que	nos	conducen	a	dar	sentido	nuestra
vida:	el	primero	es	el	del	deber	cumplido	o	el	de	la	creación	de	algo;	el	segundo
es	por	medio	del	amor,	y	el	tercero	es	cuando	la	vida	nos	enfrenta	a	algún	hecho
inevitable,muy	probablemente	doloroso	y	que	en	ninguna	circunstancia
hubiéramos	elegido	vivir.	Es	justo	cuando	nos	hallamos	en	esta	situación	que,
con	gran	frecuencia,	vemos	más	allá,	por	encima	del	dolor	e	incluso	de	nosotros
mismos	para	hallar	un	sentido	y	redefinir	y	redirigir	así	nuestra	vida,
capitalizando	nuestra	experiencia	y	volviéndonos	mejores	seres	humanos	al
haber	trascendido	el	sufrimiento.
Frankl,	creador	de	la	corriente	psicológica	llamada	logoterapia,	también	hizo
hincapié	en	que	“el	reduccionismo	es	lo	opuesto	al	humanismo”. 	Coincido	con
él.	El	reduccionismo	intenta	explicar	fenómenos	muy	complejos
simplificándolos	a	conceptos	básicos.	Un	ejemplo	de	reduccionismo	es	cuando
alguien	trata	de	dilucidar	hechos	eminentemente	humanos	con	base	en	las
conductas	animales.¹ 	Además,	el	reduccionismo	no	solo	se	opone	al
humanismo,	sino	que	desprovee	al	hombre	de	la	unicidad	que	lo	hace	distinto	de
cualquier	otra	especie	animal	y	que	lo	obliga	continuamente	a	hacer	elecciones
en	la	vida.
Es	evidente	que	las	afirmaciones	sobre	las	consecuencias	de	la	ira	y	el
resentimiento	están	erradas	por	el	simple	hecho	de	que	no	hay	dos	personas
exactamente	iguales;	todos	y	cada	uno	de	nosotros	somos	resultado	de	muy
diversos	factores:	genéticos,	psicológicos,	vivenciales,	incluso	geográficos	y
muchos	otros	que	tienen	que	ver,	por	citar	un	par	de	casos,	con	los	diferentes
ciclos	vitales	y	las	redes	familiares	y	sociales	que	establecemos.	Y	todos	esos
factores	ejercen	un	efecto	dinámico	en	nosotros:	mientras	estamos	vivos	estamos
en	cambio	continuo.	Ningún	ser	humano	es	un	producto	terminado.
En	el	libro	Más	allá	del	principio	de	la	autodestrucción,	Martín	Villanueva	habla
de	la	incapacidad	de	aceptar	nuestra	propia	finitud	como	un	obstáculo	en	el
camino	de	la	autorrealización.¹¹	También	de	los	escritos	de	Sigmund	Freud
puede	desprenderse	que	el	ser	humano	es	inmortal	en	su	inconsciente,¹²	pero	me
pregunto:	¿no	será	que	es	la	conciencia	de	esa	finitud	la	que	nos	hace	huir	de	la
enfermedad	a	toda	costa	y	a	todo	costo?
Abraham	Maslow¹³	llegó	a	definir	la	autorrealización	mediante	el	análisis	de	las
biografías	de	diferentes	personajes,	cuyas	características	bastaban	para
considerarlos	autorrealizados,	es	decir,	seres	que	se	aceptan	a	sí	mismos	y	a	los
demás;	se	interesan	por	los	problemas	sociales;	son	compasivos,	creativos,
originales,	éticos;	viven	más	experiencias	cumbres	que	los	demás;	se	mueven
por	el	bien,	la	belleza,	la	unidad	y	la	justicia.	Entre	estos	personajes	destacan	al
menos	dos	que	murieron	de	cáncer:	Jane	Addams	(1860-1935),	premio	Nobel	de
la	Paz	en	1931,¹⁴	y	Aldous	Huxley	(1894-1963),	escritor	y	humanista	que	la
noche	anterior	a	su	muerte	pidió	una	dosis	de	LSD,	tras	alegar	que	la	muerte	es
un	momento	tan	importante	que	no	debía	afrontarse	bajo	el	efecto	de	un	sedante,
sino	con	la	claridad	que	podía	brindar	una	droga	psicodélica.
Es	común	que	si	alguien	ha	padecido	cáncer	y	ha	salido	adelante	guarde	esta
experiencia	para	sí	mismo,	y	cómo	no,	si	hablar	de	ello	suele	resultar	en	la
incomprensión	y	la	estigmatización	por	parte	de	los	demás.	Vive	ese	silencio	que
dice	más	que	las	palabras	en	los	gestos	de	quienes	asombrados	escuchan	y
sentencian:	“tiene	cáncer”,	“más	temprano	que	tarde	se	verá	desmejorado”,	“no
podrá	mantener	sus	actividades	ni	seguir	trabajando,	sufrirá	fuertes	dolores	y,
finalmente,	morirá”.	Y	si	se	consuma	el	juicio	agregaría	algo	así	como	“qué	vida
llevaría”,	“cuánto	odio	albergaría”,	“cuánta	ira	acumulada”.	Cuando	en	efecto
alguien	muere	de	cáncer	solemos	escuchar:	“murió	después	de	una	larga	y
penosa	enfermedad”.
Claro,	también	están	los	individuos	cuya	personalidad	o	fuerza	de	sus	redes
sociales	y	familiares	favorece	su	capacidad	de	resiliencia	y	que	no	solo	hablan
de	lo	que	han	vivido,	sino	que	han	encabezado	o	apoyado	distintos	proyectos	en
beneficio	de	otros	enfermos	de	cáncer.
Pareciera	que	para	lo	que	nos	asusta	y	nos	rebasa	los	seres	humanos	tenemos
siempre	respuesta,	aunque	ésta	no	tenga	una	base	científica.	Tal	vez	por	ello	se
ha	vuelto	común	escuchar	a	gente	que	trata	de	explicar	el	cáncer	de	esta	manera:
ira	(resentimiento)	=	cáncer.	Causa-efecto,	así	de	simple.	Si	creemos	en	el	ser
humano	como	un	ser	único	e	irrepetible,	que	tiende	de	manera	natural	a	la
autorrealización,	tendríamos	al	menos	que	cuestionar	esta	forma	de	pensamiento
que,	como	moda,	corren	cual	pólvora.
El	lector	hallará	en	este	libro	una	perspectiva	distinta,	sólidamente	apoyada	en
investigaciones	de	punta:	la	ira,	con	todas	sus	variantes	—enojo,	resentimiento,
furia	e	irritabilidad—	no	puede,	por	sí	misma,	causar	cáncer;	solo	mediante	la
convergencia	de	diferentes	factores	se	desarrolla	esa	enfermedad.
En	2008,	la	fundación	Livestrong	llevó	a	cabo	un	trabajo	muy	interesante	en
México,	la	India,	Italia,	Japón	y	Sudáfrica.	Reunió	distintos	testimonios	acerca
de	la	percepción	que	tienen	sobre	el	cáncer	enfermos,	familiares,	profesionales
de	la	salud	y	público	en	general.	En	formato	de	video,	Stigma	and	silence:	global
perceptions	of	cancer	tiene	como	objetivo	contribuir	a	develar	los	mitos	y	tabús
alrededor	de	esa	enfermedad,	a	fin	de	apoyar	a	quienes	la	padecen	y	padecerán,
haciéndoles	menos	tortuoso	el	camino	que	atravesarán.¹⁵
Precisamente	en	2008	la	Unión	Internacional	contra	el	Cáncer	publicó	la
Declaración	Mundial	del	Cáncer,	que	tiene	por	lema	Juntos	somos	más	fuertes	y
que	plantea	once	objetivos	—que	van	desde	la	prevención	y	detección	oportuna
hasta	el	fortalecimiento	de	los	cuidados	paliativos—	para	lograr	el	control	de	la
enfermedad	para	el	año	2020.	El	quinto	de	esos	objetivos	dice:	“mejora	en	la
actitud	de	las	personas	ante	el	cáncer	y	disipación	de	mitos	y	falsas	ideas	sobre
la	enfermedad”.¹
Acaso	en	un	afán	por	embonar	en	una	sociedad	que	exalta	el	valor	de	la
juventud,	la	salud,	la	belleza	física	y	el	éxito	—muchas	veces	empatado	con	los
bienes	materiales—	la	enfermedad	no	encuentre	un	espacio	y	nos	sea	más	fácil
seguir	a	quienes	proclaman	con	absoluta	certeza	que	es	posible,	con	el	poder	de
la	mente,	decidir	estar	sanos	físicamente.
Este	libro	no	pretende	de	ninguna	manera	restar	valor	al	papel	de	la	mente.
Acepta	que	somos	seres	biopsicosociales	y	espirituales	y	que,	por	lo	tanto,	cada
una	de	esas	esferas	es	importante	y	ejerce	su	influjo	en	el	resto	de	manera
obligada.
Sin	embargo,	como	humanista	cuestiono	cualquier	generalización	banal	que
intente	clasificar	algún	hecho	humano	en	forma	reduccionista,	pues	cada	persona
está	en	movimiento	continuo	y	en	relación	permanente	con	su	entorno;	su
proceso	de	desarrollo	se	inicia	en	el	momento	mismo	de	nacer	y	continúa
durante	toda	la	vida.	Por	ende,	el	ser	humano	es	más,	mucho	más	que	la	suma	de
sus	partes.
“El	cáncer	suele	remitir	(perder	o	ceder	parte	de	su	intensidad)	si	quien	lo	ha
padecido	es	feliz	y	está	de	buen	humor.”¹⁷	Sencillo,	¿no?	He	visto	a	muchos
enfermos	afrontar	el	cáncer	con	gran	actitud,	fe	y	esperanza.	Durante	años
pusieron	su	mejor	cara	ante	la	adversidad.	Quienes	estuvimos	cerca	de	ellos	nos
cimbramos	a	menudo	frente	a	su	fortaleza	y	nos	preguntamos	cómo	pudieron
levantarse	una	y	otra	vez	pese	a	las	adversidades	que	se	sucedían	y	sumaban	una
tras	otra:	la	propia	enfermedad,	los	efectos	secundarios	de	los	tratamientos,	los
trámites	hospitalarios,	el	tener	que	dejar	el	trabajo	con	todo	lo	que	ello	implica,
el	cambio	en	los	roles	familiares	(el	proveedor	que	deja	de	serlo,	la	madre
cuidada	por	los	hijos,	etcétera),	la	pérdida	de	la	independencia,	el	miedo	al
futuro	propio	y	de	quienes	los	rodean,	la	pérdida	de	todo	lo	que	antes	de	la
enfermedad	les	daba	sentido	y	la	incertidumbre,	siempre	la	incertidumbre	que
los	lleva	a	preguntarse:	¿y	ahora	qué	más,	qué	sigue?
Y,	en	medio	de	todo	esto,	el	humor.	Un	humor	que	para	quienes	no	lo	han	vivido
de	cerca	podría	resultar	desatinado,	inoportuno	y	hasta	morboso,	pero	que	en
momentos	de	gran	angustia	puede	resultar	un	oasis	que	brinda	un	respiro	para
recargarse	de	energía.	Me	viene	a	la	mente	una	querida	amiga	fallecida	a
consecuencia	de	cáncer	de	mama	que,	tras	unarecaída,	estaba	en	su	casa,
sentada,	y	de	pronto	pidió	a	su	hijo	que	le	acercara	algo.	El	hijo	replicó:	“¿por
qué	no	te	paras	tú?”.	Mi	amiga,	con	una	gran	sonrisa	y	un	gesto	deliciosamente
cínico	le	respondió:	“porque	alguna	ventaja	ha	de	tener	uno	por	padecer	cáncer”.
Decir	que	quienes	escapan	del	cáncer	—porque	no	lo	desarrollan	o	porque
logran	curarse—	han	“sabido	vivir”,	son	felices	y	no	experimentan	emociones
“negativas”	o,	por	el	contrario,	que	quienes	contraen	la	enfermedad	y	sucumben
ante	ella	no	han	sabido	sanarse	por	medio	de	lo	emocional,	no	han	sabido	ser
felices	y	no	han	tenido	sentido	del	humor	me	parece	un	disparate,	por	decir	lo
menos.	En	mi	vida	he	conocido	a	más	de	un	viejito	refunfuñón,	un	tanto	(o	un
mucho)	amargoso,	pero	muy	sano.	También	he	visto	adultos	cargados	de
ataduras,	producto	de	resentimientos	pasados,	y	sanos,	al	menos	físicamente.	He
acompañado	a	grandes	seres	humanos,	plenos	de	vida	—en	el	sentido	más
amplio	del	término—	que,	por	desgracia,	no	pudieron	recuperarse	pese	a	su
actitud	positiva,	su	gran	carisma,	el	amor	que	recibieron	y	dieron	a	quienes
tuvimos	el	privilegio	de	estar	cerca	de	ellos.
Organización	del	libro
El	presente	libro	se	forma	de	seis	capítulos.	En	el	primero	se	muestra	cómo	logra
el	ser	humano	afrontar	y	aun	crecer	en	medio	del	sufrimiento	y	a	pesar	del
entorno	que	a	menudo	enjuicia	y	etiqueta.
En	el	segundo	se	abordan	distintas	enfermedades	consideradas	tabú	en	algún
momento	de	la	historia,	así	como	las	falacias	y	creencias	que	las	rodeaban	y
cómo	afectaba	la	vida	de	quienes	las	padecían.	Se	explica,	asimismo,	cómo	han
ido	cediendo	su	lugar	a	nuevos	padecimientos,	no	obstante	la	dificultad	que	ha
entrañado	desmitificar	cada	una	de	ellas	debido	a	la	las	fantasías	que	había	a	su
alrededor	y	al	difícil	proceso	de	revertir	las	creencias	compartidas	por	naciones
enteras.	La	intención	es	contextuar	lo	que	hoy	sucede	con	el	cáncer,	acaso	la
enfermedad	más	mitificada	en	la	época	actual,	y	las	razones	que	a	mi	parecer
podrían	explicar	este	fenómeno.
En	el	tercer	capítulo	se	emprende	un	viaje	a	lo	largo	de	la	historia	para	exponer
cómo	se	ha	descubierto	la	intrincada	trama	que	ha	hecho	del	cáncer	una
enfermedad	tan	temida	y	tan	presente	en	la	humanidad.	Se	enumeran	cuáles	son
los	factores	de	riesgo	que	pueden	incidir	en	su	desarrollo	y	cómo	se	han
descubierto	y	comprobado.	Además,	se	citan	algunas	de	las	investigaciones
llevadas	a	cabo	sobre	el	posible	efecto	de	los	factores	psicosociales	en	la
aparición	o	exacerbación	del	cáncer,	y	de	las	inconsistencias	que	hasta	ahora	han
mostrado	sus	resultados.
En	el	cuarto	capítulo	se	aborda	el	tema	de	las	emociones,	de	la	ira	en	particular,
con	todas	sus	variantes:	resentimiento,	enojo,	rabia.	Se	trata	de	responder	a
preguntas	como	éstas:	¿cuál	es	su	función?,	¿todos	los	seres	humanos
compartimos	la	misma	gama	de	emociones?,	¿pueden	verse	influidas	por	las
experiencias	tempranas	en	la	vida?	y,	en	su	caso,	¿pueden	modificarse	en	los
diferentes	ciclos	vitales?	Se	habla	también	del	efecto	que	puede	tener	la	ira	en
las	funciones	fisiológicas	y	de	si	su	presencia	crónica,	de	la	mano	del	estrés,
puede	tener	efectos	en	la	salud	física	de	las	personas	y,	sobre	todo,	si	su	sola
presencia	es	causa	suficiente	para	desarrollar	cáncer.	Al	final	del	capítulo	se
puede	encontrar,	a	manera	de	apéndice,	un	poco	de	la	historia	del
desenvolvimiento	de	distintas	teorías	sobre	las	emociones	que	han	contribuido
en	alguna	medida	al	conocimiento	que	hoy	tenemos	sobre	ellas.
En	el	quinto	capítulo	se	hace	una	revisión	de	los	resultados	que	a	la	fecha	han
arrojado	los	diferentes	estudios	realizados	para	responder	a	los	cómos	y	los
porqués	de	la	relación	entre	la	mente,	el	cuerpo	y	el	proceso	de	salud-
enfermedad.	Se	trata	de	hallar	sentido	y	equilibrio	en	lo	que	bien	puede
considerarse	un	exceso	y	fanatismo	que	han	llevado	a	considerar	que	la	mente	es
responsable	de	la	salud	y	la	enfermedad.
En	el	sexto	capítulo	se	presentan	entrevistas	a	sobrevivientes¹⁸	de	cáncer.
Considero	importante	darles	voz	porque	ellos	mejor	que	nadie	pueden	decirnos
cómo	han	vivido	la	experiencia,	si	aceptan	o	rechazan	estas	creencias	y	de	qué
forma	les	han	afectado	en	su	muy	particular	proceso.
Finalmente,	a	guisa	de	epílogo	se	presentan	algunos	comentarios	sobre	el	valor
de	la	vida	por	encima	de	las	circunstancias	y	pérdidas	que	puedan	atravesarse	en
los	diferentes	ciclos	vitales,	haciendo	hincapié	en	que	el	ser	humano	nunca	es	un
producto	terminado,	siempre	está	en	potencia	y	cómo	esto	lo	hace	trascenderse	a
sí	mismo	y	dar	un	sentido	único	al	sufrimiento	individual,	el	cual	no	siempre
puede	evitarse	y	mucho	menos	esperarse.
La	ciencia	proseguirá	su	curso	y	en	él	seguramente	se	irán	develando	los
misterios	que	aún	guarda	el	cáncer	para	todos.	Sin	embargo,	el	ser	humano
seguirá	siendo	mortal,	de	ello	podemos	estar	seguros.	¿Cómo,	entonces,	abrazar
nuestra	finitud	para	construir	una	vida	significativa?
Los	invito	a	leer	este	texto	con	la	mente	abierta	y	con	plena	libertad.	Está
estructurado	de	forma	que	cada	lector	podrá	ir	de	un	capítulo	a	otro	según	sus
intereses	y	motivaciones	o	bien,	leerlo	de	principio	a	fin.	He	dejado	cierta
información	al	final	de	algunos	capítulos,	como	apéndice,	porque	la	considero
útil,	valiosa	o	esclarecedora,	pero	no	indispensable.	Cada	cual	decidirá	cuánto
desea	profundizar	en	los	temas	e	incluso	continuar	su	propia	búsqueda	en	las
distintas	fuentes	sugeridas	al	final	del	libro.
En	especial,	recomiendo	a	quienes	deseen	contar	con	información	actualizada	y
fidedigna	acerca	del	cáncer	consultar	el	apartado	“Dónde	encontrar	información
sobre	el	cáncer”,	en	el	que	se	indican	los	sitios	de	internet	de	instituciones
reconocidas	por	su	seriedad	y	compromiso	con	la	educación	y	el	control	de	esa
enfermedad.
Agradecimientos
Cuando	bebas	agua,	recuerda	la	fuente.
PROVERBIO	CHINO
Gracias	a	todas	las	personas	que	durante	años	me	animaron	a	escribir
diciéndome	que	les	parecía	importante	que	plasmara	en	blanco	y	negro	mi
experiencia	al	lado	de	pacientes	con	una	enfermedad	crónica	avanzada.	Su
confianza	y	certeza	finalmente	me	acompañó	durante	todo	el	proceso	iniciado	en
enero	del	2009.
De	manera	especial	agradezco	a	todos	aquellos	pacientes	y	a	sus	familias	que	me
abrieron	sus	pequeños	mundos	y	me	permitieron	acompañarlos	durante	su
proceso	de	enfermedad:	a	quienes	siguen	con	nosotros	y	a	quienes	sin	estarlo
dejaron	una	huella	única.	Con	cada	uno	he	aprendido	a	valorar	la	vida	cada	vez
más;	a	descubrir	la	infinitud	de	sus	potencialidades;	a	respetar	las	diferencias;	a
sorprenderme	con	la	capacidad	de	reinvención	que	descansa	en	lo	más	profundo
de	nuestro	ser	para	que,	cuando	la	vida	nos	enfrente	a	situaciones	extremas,	se
movilice	en	pos	del	encuentro	de	nuevos	equilibrios	que	nos	permitan	continuar
viviendo	de	manera	plena	y	significativa.
A	la	Fundación	CIM*AB	por	el	apoyo	recibido	para	que	las	sobrevivientes	de
cáncer	de	mama	que	lo	desearan	fueran	entrevistadas.	A	ellas	y	a	todos	los
demás	pacientes	que	aceptaron	la	entrevista:	mil	gracias.	Sus	testimonios,	sin
duda,	enriquecieron	este	trabajo	aun	cuando	solo	sean	seis	las	entrevistas	que	se
presentan,	las	cuales	fueron	seleccionadas	por	la	claridad	de	las	ideas	y	porque
reflejan	el	sentir	de	la	mayoría	de	los	entrevistados.	He	cambiado	sus	nombres
para	proteger	su	identidad.
A	los	psicólogos	y	queridos	profesores,	doctor	Robert	Johnson	y	maestra
Magdalena	Bayona,	por	sus	recomendaciones	respecto	al	capítulo	dedicado	a	las
emociones.
Asimismo,	quiero	extender	mi	gratitud	al	doctor	Francisco	Javier	Ochoa
Carrillo,	expresidente	de	la	Academia	Mexicana	de	Cirugía,	y	a	la	doctora
Carolina	González-Schlenker,	investigadora	en	temas	de	salud	pública	en	la
población	latina	que	vive	en	Estados	Unidos.	A	pesar	de	su	agenda	complicada,
ambos	se	dieron	a	la	tarea	de	leer	el	libro	y	dictaminarlo	como	un	trabajo
profesional	y	serio	que,	de	manera	fluida,	cumple	con	el	cometido	de	derribar
mitos	construidos	alrededor	de	la	enfermedad.
Finalmente,	gracias	a	Editorial	Océano	y	ala	Asociación	Mexicana	de	Lucha
contra	el	Cáncer	por	hacer	de	este	proyecto	una	realidad.
I.
El	hombre	real	frente
al	sufrimiento
La	duda	es	desagradable,	pero	la	certeza	es	ridícula.
VOLTAIRE¹
El	hombre	supera	infinitamente	al	hombre.
PASCAL
Muchas	veces	me	he	preguntado	cómo	es	posible	que	el	hombre	soporte	tanto
sufrimiento	y,	más	aún,	que	salga	fortalecido	de	situaciones	que	al	menos	para
alguien	ajeno	parecen	extremas.	La	respuesta	que	he	encontrado	se	antoja
sencilla,	pero	no	lo	es.	Si	el	hombre	se	recompone	en	medio	del	dolor	y	sale
airoso	de	la	experiencia	crítica	es	porque	algo	bueno	y	positivo	puede	rescatar
del	martirio	que	se	vive	en	una	situación	así.
Cuando	de	súbito	nos	vemos	en	situaciones	dolorosas	que	nos	despojan	de	la
“absurda	seguridad”	con	la	que	fantaseamos	vivir	sentimos	que	el	mundo	se	nos
viene	encima;	vemos	todo	en	negro,	sin	rastro	de	luz.	Lo	que	hasta	ese	momento
nos	daba	certeza	desaparece	y	entonces	sentimos,	miedo,	frustración,	coraje,
impotencia	y	una	inmensa	tristeza.	Pareciera	que	nada	tiene	sentido.	Nuestra
vida	ha	cambiado	para	siempre.	Aceptarlo	duele	y	duele	mucho.	Acostumbro
imaginar	que	la	vida	de	cada	persona	es	un	rompecabezas	que,	aunque	poco	o
muy	desordenado	o	mal	embonado	—no	hay	vida	perfecta—	está	acostumbrada
a	vivir	así.
Quizá	al	final	de	la	crisis	nuestra	vida	se	vea	afectada	positivamente,	pero	en
esos	primeros	momentos	ni	siquiera	lo	sospechamos.	Lo	único	que	deseamos	es
que	alguien	nos	despierte	y	nos	diga	que	todo	ha	sido	un	mal	sueño,	que	todo
sigue	igual.	Nuestra	mente	empieza	a	traicionarnos	de	inmediato:	“¿y	si	lo	que
pasa	es	más	grave...?”,	“¿y	si	no	me	recupero,	qué	pasará	conmigo,	con	mi
familia,	con	mi	trabajo...?”,	“no	podré	con	esto”,	“quiero	salir	corriendo;
literalmente,	quiero	huir”.
La	evaluación	que	hacemos	de	lo	que	sucede	es,	en	realidad,	lo	que	nos	provoca
el	sufrimiento.² 	Por	ejemplo,	si	a	dos	personas	las	despiden	de	sus	empleos	y
ambas	tendrán	que	encarar	más	o	menos	los	mismos	problemas,	sufrirá	más	la
que	vincule	el	hecho	de	tener	un	empleo	con	la	valía	personal;	la	que	lo	vea
como	un	fracaso,	como	una	desgracia	insuperable.	Si	una	persona	se	divorcia	y
considera	que	es	lo	peor	que	le	puede	suceder	sufrirá	más	que	otra	que	lo	vea
como	un	hecho	doloroso,	pero	necesario	o	inevitable.
Al	respecto,	me	gusta	recordar	una	historia	china	a	la	que	hace	alusión	Carlos	G.
Vallés	en	su	libro	Ligero	de	equipaje:
Una	historia	china	habla	de	un	anciano	labrador	que	tenía	un	viejo	caballo	para
cultivar	sus	campos.	Un	día,	el	caballo	escapó	a	las	montañas.	Cuando	los
vecinos	del	anciano	labrador	se	acercaban	para	condolerse	con	él	y	lamentar	su
desgracia,	el	labrador	les	replicó:	“¿Mala	suerte?	¿Buena	suerte?	¿Quién	sabe?”.
Una	semana	después,	el	caballo	volvió	de	las	montañas	trayendo	consigo	una
manada	de	caballos	salvajes.	Entonces	los	vecinos	felicitaron	al	labrador	por	su
buena	suerte.	Éste	les	respondió:	“¿Buena	suerte?	¿Mala	suerte?	¿Quién	sabe?”.
Cuando	el	hijo	del	labrador	intentó	domar	uno	de	aquellos	caballos	salvajes,
cayó	y	se	rompió	una	pierna.	Todo	el	mundo	consideró	esto	como	una	desgracia.
No	así	el	labrador,	quien	se	limitó	a	decir:	“¿Mala	suerte?	¿Buena	suerte?	¿Quién
sabe?”.	Unas	semanas	más	tarde,	el	ejército	entró	en	el	poblado	y	fueron
reclutados	todos	los	jóvenes	que	se	encontraban	en	buenas	condiciones.	Cuando
vieron	al	hijo	del	labrador	con	la	pierna	rota,	lo	dejaron	tranquilo.	¿Había	sido
buena	suerte?	¿Mala	suerte?	¿Quién	sabe?	Todo	lo	que	a	primera	vista	parece	un
contratiempo	puede	ser	un	disfraz	del	bien.²¹
Debemos	entender	que	en	la	vida	todo	es	perder	y	ganar,	y	que	la	pérdida	está
presente	desde	el	momento	mismo	en	que	nacemos:	perdemos	la	seguridad	que
nos	brinda	el	vientre	materno	para	ganar	la	vida	misma.	A	partir	de	ese	momento
son	muchas	las	pérdidas	que	habremos	de	enfrentar,	y	mientras	más	se	vive	más
pérdidas	se	acumulan.	Podemos	anticipar	y	hasta	prepararnos	para	algunas:	las
que	vienen	asociadas	con	el	cambio	de	residencia,	separación	y	divorcio,	entrada
en	la	universidad,	jubilación,	nido	vacío,	etcétera.	Pero	muchas	nos	tomarán	por
sorpresa:	accidentes,	enfermedades,	tragedias	naturales,	entre	otras.²²
Claro,	cada	una	de	las	pérdidas	requiere	un	proceso	de	asimilación.	Imaginar	que
en	automático	podemos	aceptar	los	hechos	dolorosos	sería	absurdo	y	muy	poco
objetivo.	A	fin	de	cuentas,	lo	importante	es	saber	que	se	puede,	que	por	duro	que
sea,	por	difícil	que	parezca	podemos	recomponernos	para	afrontar	las	situaciones
de	la	mejor	forma	y,	así,	poco	a	poco	ir	digiriendo	y	asimilando	los
acontecimientos	hasta	lograr	seguir	viviendo	en	el	sentido	más	amplio	de	la
palabra,	siempre	insertos	en	nuestro	mundo,	más	allá	de	las	propias
circunstancias.
Reconocer	y	elaborar	cada	una	de	las	pérdidas	que	se	vayan	presentando	en	las
diferentes	etapas	de	la	vida	da	más	y	más	confianza	en	que	no	nos	destruirán,
que	incluso	pueden	dar	la	certeza	de	que	siempre	es	posible	enfrentar	de	la	mejor
forma	lo	que	la	vida	depara	y	que	es	factible	incluso	salir	fortalecido	de	estas
experiencias;	que	se	tiene	la	capacidad	de	integrarlas	junto	con	las	ganancias	en
lo	que	se	convertirá	en	parte	de	nuestra	experiencia	de	vida.	Una	experiencia	que
da	forma	a	nuestra	existencia,	que	de	algún	modo	nos	define	y	nos	hace	únicos.²³
Resulta	irónico	hablar	de	pérdidas	en	el	mundo	que	hemos	construido	en	“blanco
y	negro”.	Lo	blanco	es	la	felicidad,	la	plenitud,	la	belleza,	la	salud,	la	fuerza
física,	la	juventud,	la	riqueza...	Lo	negro	es	la	enfermedad,	la	vejez,	la	soledad,
la	fealdad,	la	discapacidad,	la	pobreza...	Ambivalente,	también,	porque	hoy
precisamente	se	vive	un	gran	vacío	existencial.²⁴	Se	apuesta	y	se	invierte	en
grandes	proyectos	de	investigación	para	descubrir	las	fórmulas	mágicas	de	la
eterna	juventud,	de	la	salud,	de	la	belleza	perenne	y	de	la	larga	vida.	Pero	no
sabemos	qué	hacer	con	ella:	¿dónde	está	el	verdadero	valor	de	la	vida?	Ésa	es	la
gran	pregunta.	Y,	sin	embargo,	todos	hemos	sido	testigos	de	lo	que	el	ser
humano	es	capaz	de	lograr	a	pesar	de	las	circunstancias	más	desfavorables.
Ludwig	van	Beethoven	era	sordo;	Helen	Keller,	ciega	y	sordomuda;	Viktor	E.
Frankl	sobrevivió	al	horror	de	los	campos	de	concentración	y	dedicó	el	resto	de
su	vida	a	desarrollar,	enseñar	y	difundir	la	logoterapia,	psicoterapia	centrada	en
el	sentido	de	vida;	Franklin	D.	Roosevelt	sufría	de	discapacidad,	producto	de	la
poliomielitis;	Louis	Braille,	siendo	ciego	desarrolló	el	sistema	Braille,	de	lectura
para	ciegos;	Gabriela	Brimmer	fue	escritora	y	poeta	pese	a	la	parálisis	cerebral;
Christopher	Reeve	se	convirtió	en	activista	a	raíz	del	accidente	que	lo	dejó
parapléjico.	Todos	ellos	son	solo	algunos	ejemplos	de	seres	humanos	que	han
elegido	enfrentar	la	adversidad	para	lograr	su	autorrealización:	llevar	al	máximo
nivel	sus	propias	potencialidades.
Éstos	son	casos	famosos,	pero	todos	conocemos	ejemplos	de	valor	y
determinación.	En	realidad	nunca	acabamos	de	sorprendernos	de	la	fuerza	innata
del	ser	humano	que	nos	hace	superarnos	a	nosotros	mismos;	que	nos	hace	libres;
que	nos	obliga	a	dar	sentido	a	la	vida	misma	y	a	trascendernos.²⁵	Somos	seres
libres,	ésta	no	es	una	opción.	No	elegir	es	también	una	decisión.	A	cada	paso	de
la	vida	estamos	obligados	a	decidir,	querámoslo	o	no.² 	Un	experto	en	el	tema,
Martín	Villanueva,	se	refiere	a	esta	libertad	del	ser	humano	de	una	forma	por
demás	simbólica	y	bella:
A	todo	ser	humano	le	es	dado	un	lienzo	en	blanco,	pinceles,	pinturas,	una	tableta
y	cierta	capacidad	creativa.	No	recibe	más	que	una	cantidad	limitada	de	pinturas
y	pinceles,	que	varían	en	calidad,	así	como	su	lienzo,	que	puede	ser	más	o	menos
grande.	Ésas	son	sus	limitaciones	y	sus	herramientas	de	trabajo.	¿Y	las	reglas	del
juego?	Solo	cinco:	primera,	una	vez	hecho	un	trazo	jamás	podrá	rehacerlo	ni
borrarlo;	cada	pincelada	quedará	marcada	para	el	resto	de	la	eternidad;	segunda,
no	puede	optar	por	la	abstinencia,	ya	que	en	tanto	cuanto	dejara	de	pintar,	el
cuadro	se	marcaría	de	inmediato	con	pintura	negra;tercera,	ignora	cuánto	tiempo
tiene	para	realizar	su	obra	de	arte;	cuarta,	nadie	puede	ayudarlo,	debe	hacerla	por
sí	mismo	(aunque	puede	observar	las	creaciones	de	otros);	quinta,	al	terminar	su
tiempo	deberá	firmar	la	obra.	Con	estas	condiciones	debe	pintar	el	cuadro	de	su
vida;	cómo	lo	haga	depende	de	él.²⁷
Nadie	puede	ser	lo	que	no	es.	Todos	estamos	de	algún	modo	limitados	y
condicionados	por	diferentes	factores	—genéticos,	psicológicos,	socioculturales,
económicos,	etcétera—	y,	al	mismo	tiempo,	todos,	absolutamente	todos	hemos
nacido	con	ciertas	habilidades	y	está	en	nosotros	desarrollarlas	a	toda	nuestra
capacidad.
Es	cierto	que	el	ser	humano	suele	crecerse	ante	la	adversidad,	como	ya	hemos
dicho,	pero	¿por	qué	esperar	la	adversidad	para	crecer?	Lo	ideal	es	trabajar
siempre	en	la	realización	de	un	proyecto	propio	de	vida,	que	parta	de	la	reflexión
sobre	lo	que	realmente	es	importante,	hacia	dónde	se	quiere	dirigir	las	velas,	a
qué	puerto	se	desea	llegar	sabiendo,	además,	que	si	los	vientos	impidieran	llegar
a	él,	siempre	se	podrá	virar	para	encontrar	otro	puerto	seguro,	que	no	solo	dé
cobijo	sino	que	llene	de	sentido	la	vida.
En	la	actualidad	el	hombre	trata	de	huir	de	su	propia	responsabilidad	y	de	su
propia	soledad.	Cree	que	por	hacerse	acompañar	de	muchos	puede	evadir	la
responsabilidad	de	su	propia	vida.	Esto	es	pura	quimera.²⁸	Estamos	solos	en	el
sentido	de	que	nadie	más	puede	vivir	nuestra	vida.	Todos	y	cada	uno	elegimos
continuamente	y	debemos	hacernos	responsables	por	cada	una	de	esas
elecciones.	En	la	medida	en	que	seamos	capaces	de	reconocer	y	aceptar	el	hecho
de	que	somos	seres	individuales,	con	capacidades	y	limitaciones,	errores	y
aciertos	viviremos	más	libremente	y,	sin	duda,	con	más	plenitud	también.	Hemos
de	cobrar	conciencia	de	que	las	emociones	forman	parte	de	nuestra	naturaleza,
que	podemos	reconocerlas	y	trabajarlas,	que	estamos	siempre	en	continuo
cambio,	que	disponemos	de	esta	única	existencia	y	que	para	colmarla	de	sentido
necesitamos	trascendernos	a	nosotros	mismos,	a	nuestros	sufrimientos	e	ir	más
allá	de	nuestros	condicionamientos	para	ser	lo	que	en	verdad	estamos	llamados	a
ser.²
No	somos	obra	terminada,	podemos	reinventarnos	cuantas	veces	sea	necesario,
siempre	que	seamos	capaces	de	reconocer	objetivamente	nuestras	circunstancias,
aprendamos	de	ellas	y	jamás	dejemos	de	confiar	en	nuestras	propias
herramientas	para	seguir	adelante.³ 	No	siempre	podemos	elegir	lo	que	hemos	de
vivir,	pero	siempre	somos	capaces	de	elegir	la	actitud	con	la	que	asumimos	lo
que	nos	toca	vivir.	Viktor	E.	Frankl	afirma	que	“el	hombre	no	se	destruye	por
sufrir.	El	hombre	se	destruye	por	sufrir	sin	ningún	sentido”.³¹
Dejemos	de	creer	que	lo	controlamos	todo.	En	realidad	es	tan	poco	lo	que
podemos	controlar	que	al	alimentar	esta	falacia	estamos	invirtiendo	gran	parte	de
nuestra	energía	en	algo	que	no	rendirá	frutos.	De	no	cambiar,	seguiremos
planeando	siempre	para	un	futuro	que	no	llega	y	que,	de	hacerlo,	muy
probablemente	será	distinto	de	lo	que	creímos.
Gran	parte	de	las	cosas	que	anhelamos	nunca	sucederán;	por	el	contrario,
muchas	que	ni	siquiera	imaginamos	llegarán.	Por	lo	tanto,	lo	más	sensato	es
desarrollarnos	en	todas	nuestras	dimensiones	y	confiar	en	la	gran	capacidad	de
resiliencia	del	ser	humano,	que	a	lo	largo	de	la	historia	ha	dado	innumerables
muestras	de	las	grandes	obras	que	es	capaz	de	realizar,	más	allá	de	sus
circunstancias.
Hemos	sido	invitados	a	vivir	en	este	mundo	por	un	tiempo.	Nadie	nos	dijo	que
tendríamos	que	permanecer	aquí	cien	años	para	que	nuestra	vida	valiera	la	pena,
ni	que	tuviéramos	que	ser	bellos	y	siempre	jóvenes	y	sanos.	El	valor	de	la	vida
se	mide	diferente;	para	unos	será	con	base	en	la	continuación	de	la	propia
estirpe;	para	otros,	a	partir	de	la	creación	intelectual,	musical,	artística	o
profesional;	para	unos	más,	mediante	el	amor	que	den	y	reciban.	Al	final,	la
propia	paz	que	da	el	saber	que	hemos	cumplido	con	nosotros	mismos,	que	nos
hemos	levantado	una	y	otra	vez	ante	la	adversidad	y	que	hemos	dado	siempre	lo
mejor	será	lo	que	resulte	en	un	saldo	positivo.
En	la	experiencia	que	hemos	acumulado	en	la	vida	hay	aspectos	que	nos	gustan
y	otros	que	no.	La	tarea	consiste,	por	un	lado,	en	lograr	que	lo	que	no	nos	agrada
no	nos	lastime	y,	por	otro,	en	reconciliarnos	con	nuestra	propia	historia,	hallar
coherencia	en	este	continuo	pasado-presente	que	nos	lleva	sin	remedio	al	futuro
en	cada	segundo	de	nuestra	existencia.	Y	así,	a	cada	instante	tenemos	la	enorme
oportunidad	de	dar	sentido	a	nuestra	vida.³²
Así	es.	La	vida	se	compone	de	momentos,	y	si	es	verdad	que	puede	cambiar	para
siempre	en	un	santiamén	a	consecuencia	de	un	hecho	doloroso,	¿por	qué	no	creer
que	también	en	medio	de	una	situación	de	sufrimiento	podemos	desplegar
nuestros	talentos,	muchos	de	ellos	en	estado	de	latencia	porque	simple	y
sencillamente	no	habíamos	tenido	la	necesidad	de	echarlos	a	andar?
La	vida	siempre	tiene	sentido,	el	problema	es	encontrarlo.	Cada	ciclo	vital
conlleva	ciertas	tareas	y,	por	ende,	el	sentido	de	vida	habrá	de	ir	ajustándose.	Por
ejemplo,	si	una	mujer	cree	que	el	sentido	de	su	vida	está	en	el	cuidado	de	sus
hijos,	sin	duda	la	pasará	muy	mal	cuando	ellos	crezcan	y	se	marchen	de	casa.	Sin
embargo,	si	esta	misma	mujer	es	capaz	de	hacer	un	alto	en	el	camino	y
preguntarse	a	sí	misma	¿y	ahora	qué	más?,	seguramente	hallará	un	nuevo	sentido
que	la	colme	de	energía	e	ilusión	para	continuar	su	camino	disfrutando	de	lo	que
la	vida	le	depare.
Hoy	estamos	vivos	y	eso	es	lo	único	que	necesitamos	para	poder	sonreír,	crear,
soñar,	luchar,	comprometernos,	intentar,	amar,	compartir,	buscar	y	encontrar	el
verdadero	valor	de	la	vida.³³	Sin	duda	lo	hallaremos	en	todas	esas	pequeñas
cosas	a	las	que	acostumbramos	prestar	poca	atención.	Estamos	siempre	tan
ocupados	planeando	y	apostando	para	el	futuro	que	se	nos	olvida,	literalmente,
vivir.	Sí,	vivir	en	el	sentido	más	amplio	de	la	palabra.	Hacernos	incluso
conscientes	de	cada	vez	que	inhalamos	y	exhalamos;	de	lo	y	los	que	nos	rodean;
de	lo	que	realmente	nos	brinda	paz	y	serenidad;	de	preguntarnos	una	y	otra	vez
dónde	está	la	felicidad	hasta	que	podamos	respondernos:	se	encuentra	en	el
camino,	no	en	el	destino	final.³⁴	Que	no	nos	sorprenda	el	final	de	la	vida	como	al
autor	del	poema	Instantes:
Si	pudiera	vivir	nuevamente	mi	vida.
En	la	próxima	trataría	de	cometer	más	errores.
No	intentaría	ser	tan	perfecto,	me	relajaría	más.
[...]
Pero	si	pudiera	volver	atrás	trataría	de	tener	solamente	buenos	momentos.
Por	si	no	lo	saben,	de	eso	está	hecha	la	vida,	solo	de	momentos;	no	te	pierdas	el
ahora.
[...]
Si	pudiera	volver	a	vivir,	viajaría	más	liviano.
[...]
Pero	ya	tengo	85	años	y	sé	que	me	estoy	muriendo.
En	cada	uno	de	nosotros	está	la	posibilidad	de	vivir	intentando	ser	mejores
personas;	de	ir	tras	la	congruencia	y	de	ser	fieles	a	nuestros	valores	e	ideales,	sin
atormentarnos	pensando	en	qué	sucederá	mañana.	No	se	trata	de	ser	alocados	o,
mejor	dicho,	descuidados.	Cuidarse,	sí,	pero	sin	paralizarse	o	apegarse
demasiado	a	la	salud,	la	juventud	y	la	belleza	porque,	inevitablemente,
desaparecerán	si	se	vive	lo	suficiente,	e	intuyo	que	es	lo	que	la	mayoría	desea.
Mejor	será	recordar	a	Amado	Nervo	al	final	de	la	vida:	¡Vida,	nada	me	debes!
¡Vida,	estamos	en	paz!
II.
Enfermedades	tabú	en	la	historia
Me	temo	que	para	evitar	la	enfermedad	más	tarde	en	la	vida,	tendrías	que	no
haber	nacido.
GEORGE	BERNARD	SHAW¹
La	enfermedad	es	el	lado	oscuro	de	la	vida,	una	nacionalidad	más	onerosa.
Todos	hemos	nacido	con	una	doble	nacionalidad:	la	del	reino	de	los	sanos	y	la
de	los	enfermos.	Aunque	preferiríamos	utilizar	solo	el	pasaporte	del	primero,
más	temprano	o	más	tarde	estamos	obligados,	al	menos	por	un	tiempo,	a
identificarnos	como	ciudadanos	del	segundo.
SUSAN	SONTAG²
La	enfermedad	siempre	ha	estado	ahí,	al	lado	del	hombre,	justo	junto	a	la	salud,
separada	una	de	la	otra	por	una	línea	tenue,	casi	invisible.	Pero	cada	época	ha
convertido	cierta	enfermedad	en	“tabú”,	ya	sea	porque	se	le	considera
enigmática,	misteriosa,sagrada	u	horrenda	e	inconfesable,	o	bien	porque	en	ese
momento	resultaba	incurable,	por	su	propia	sintomatología	y,	las	más	de	las
veces,	porque	el	ser	humano	siempre	tiene	la	necesidad	de	dar	respuesta	a	lo	que
sucede	a	su	alrededor.
Este	afán	de	explicarlo	todo	ha	hecho	que	durante	siglos	se	tuvieran	como	causas
de	enfermedad	acciones	externas	de	espíritus	o	enemigos,	y	que	se	atribuyera	a
ciertas	enfermedades	carácter	de	“castigo”	por	faltas	religiosas	o	morales.³	A
algunas	de	ellas	se	les	ha	quitado	tales	calificativos	gracias	a	que	hoy	se	conoce
cura	o	manejo	farmacológico	para	ellas.	Pero	eso	ha	implicado	un	proceso	lento,
pues	una	vez	que	ideas	como	ésas,	por	absurdas	y	erróneas	que	resulten,	se
introyectan,	se	dan	como	hecho,	lo	que	lleva	a	considerarlas	ciertas	sin
cuestionarlas.	Algo	así	como	“crea	fama	y	échate	a	dormir”.
Epilepsia
La	historia	de	esta	enfermedad	discurre	entre	relatos	y	creencias	mágicas,	por
una	parte,	y	por	la	otra	la	forma	en	que	médicos	y	científicos	los	fueron
refutando	una	y	otra	vez.⁴	De	la	época	faraónica	(hacia	3000	a.	C.)	en	Egipto	se
han	identificado	jeroglíficos	que	describen	al	enfermo	de	epilepsia	como	un	ser
poseído	por	un	muerto	o	por	un	demonio.⁵	En	la	antigua	Babilonia,	durante	el
reinado	del	rey	Hammurabi	se	escribió	el	Código	de	Hammurabi	alrededor	del
1780	a.	C.	—una	de	las	primeras	iniciativas	legislativas	del	mundo—,	en	el	que
se	hace	referencia	a	la	enfermedad	como	bennu	(epilepsia);	en	su	ley	número
278	se	establece	que	quien	adquiriera	un	esclavo	que	tuviera	esta	enfermedad
podría	devolverlo	a	su	antiguo	dueño	en	el	plazo	de	un	mes.
En	el	Canon	de	la	medicina	interna	del	emperador	amarillo	(1000	a.	C.)	aparece
la	epilepsia	junto	con	la	demencia	y	la	locura.⁷	En	el	Papiro	Ebers,	un	antiguo
tratado	médico	escrito	hacia	el	año	1500	a.	C.,	se	menciona	como	un	tipo	de
locura,	entre	otras	enfermedades	mentales.
La	epilepsia	fue	considerada	como	una	enfermedad	tabú	hasta	que	en	el	libro	On
the	sacred	disease,	atribuido	a	Hipócrates	en	el	siglo	v	a.	C.,	se	intentó	demostrar
que	esta	idea	no	tenía	ningún	fundamento	real.	En	esta	obra	se	hace	una	crítica
fuerte	contra	las	supersticiones	y	los	charlatanes	que	la	llamaban	“sagrada”.⁸
Hipócrates	descubrió,	durante	su	práctica,	que	heridos	con	traumatismos
craneoencefálicos	sufrían	ataques	epilépticos,	los	mismos	síntomas	que
observaba	en	algunos	de	sus	pacientes	que	padecían	la	enfermedad.
Galeno	(130-200	d.	C.),	igual	que	Hipócrates,	habló	de	la	epilepsia	como	un
desorden	cerebral	y	aseveró	que	la	luna	determinaba	la	aparición	de	las	crisis
epilépticas.¹
Los	libros	médicos	y	científicos	de	la	Antigüedad	están	repletos	de	remedios
mágicos	y	supersticiosos;	entre	ellos,	el	uso	de	testículos	de	hipopótamo	y	la
sangre	de	gladiador.¹¹	En	el	libro	XI	de	Las	Leyes,	de	Platón,	se	habla	de	la
posibilidad	de	pedir	la	restitución	económica	en	el	caso	de	adquirir	a	un	esclavo
que	padeciera	epilepsia.¹²	En	aquel	entonces	se	trató	de	dar	explicaciones	de
carácter	astrológico	a	la	que	se	llamaba	enfermedad	sagrada;	una	de	las	teorías
aseguraba	que	la	epilepsia	se	debía	a	una	venganza	de	la	diosa	de	la	luna.¹³
La	religión	judeocristiana	veía	a	los	epilépticos	como	poseídos	por	el	demonio	o
como	sufrientes	de	un	castigo	por	sus	malas	obras.	En	el	Talmud,	dividido	en
Mishná	(200	d.	C.)	y	Guemará	(500	d.	C.)	se	habla	del	origen	de	la	epilepsia	en
la	actitud	que	los	padres	tuvieran	durante	el	coito	en	el	que	ocurrió	la
concepción.¹⁴	En	la	Biblia,	en	el	Evangelio	de	San	Marcos	se	lee:
Uno	de	entre	la	gente	le	respondió:	“Maestro,	te	he	traído	a	mi	hijo	que	tiene	un
espíritu	mudo,	y	dondequiera	se	apodera	de	él,	lo	derriba,	lo	hace	echar
espumarajos,	rechinar	los	dientes	y	lo	deja	rígido.	He	dicho	a	tus	discípulos	que
lo	expulsaran,	pero	no	han	podido”	(Mt	9,	17-18).
El	mismo	relato	sobre	el	epiléptico	endemoniado	se	encuentra	en	San	Lucas:
“Maestro,	te	suplico	que	mires	a	mi	hijo,	porque	es	el	único	que	tengo.	Mira,	un
espíritu	se	apodera	de	él	y	de	pronto	empieza	a	dar	gritos...”	(Lc	9,	37-45)	y	en
San	Mateo:	“Señor,	ten	piedad	de	mi	hijo,	porque	es	lunático	y	sufre	mucho...”
(Mt	17,	14-20).
Desafortunadamente,	en	la	historia	se	advierte	que	al	desecharse	una
superstición	lo	que	se	hace	en	realidad	es	sustituirla	con	otra.	Por	ejemplo,
cuando	al	parecer	se	aceptaba	el	origen	natural	de	la	epilepsia	se	le	consideraba
contagiosa	o	se	recurría	a	la	magia	para	intentar	curarla.	Durante	la	Edad	Media,
el	Renacimiento	y	aun	durante	la	Ilustración	prevaleció	la	idea	de	que	ciertas
conductas	sexuales	podrían	ser	dañinas	para	los	epilépticos;	mucho	se	insistió	en
que	la	masturbación	era	la	causa	de	la	enfermedad.¹⁵	Tampoco	ayudó	el	que
tanto	los	judíos	como	la	Iglesia	católica	no	aceptaran	epilépticos	como
sacerdotes.¹
En	el	Museo	Alemán	de	Epilepsia,	en	Kork,	se	expone	esta	oración	para	la
epilepsia	que	data	de	la	época	medieval:
La	convulsión	y	lo	maligno	caminan	por	la	campiña,
la	santa	madre	María	se	encuentra	con	ellos.
La	madre	María	pregunta	a	la	convulsión	y	al	maligno:
“Convulsión	y	maligno,	¿a	dónde	vais?”
Convulsión	y	maligno	contestan:	“Vamos	a	este	y	al	otro”.
María	madre	pregunta:	“¿Qué	vais	a	hacer	allí?”
A	lo	que	convulsión	y	maligno	contestan:
“Vamos	a	desgarrar	carne,	beber	sangre	y	romper	huesos”.
La	madre	María	les	dice:	“Eso	no	podéis	hacer:
tenéis	que	ir	allí	donde	solo	hay	piedras,	allí	podéis	desgarrar	carne,	beber	sangre
y	romper	huesos”.
Ayúdanos	Dios	padre,	Dios	hijo,	Espíritu	Santo.	Amén.¹⁷
En	América,	para	los	mexicas	la	epilepsia	era	una	enfermedad	sobrenatural,
relacionada	con	la	magia	y	la	religión.	Era	incurable	y	un	castigo,	producto	del
triunfo	del	mal	sobre	el	bien,	por	ello	le	temían.	El	médico-curandero	recurría	a
métodos	de	adivinación	para	encontrar	el	remedio.¹⁸
En	1843,	el	médico	francés	Louis-Antoine	Billod	escribió	sobre	el	aislamiento	al
que	se	veían	obligados	quienes	padecían	epilepsia;	de	cómo	debían	renunciar	a
sus	propios	proyectos,	por	ejemplo,	a	la	posibilidad	de	contraer	matrimonio	o	de
convertirse	en	padres.¹
Estados	Unidos	es	reconocido	como	precursor	y	defensor	de	la	esterilización	con
fines	eugenésicos.	En	varios	de	sus	estados	se	practicaba	la	esterilización	en
personas	con	diferentes	padecimientos,	entre	ellos	la	epilepsia.	Alrededor	de	65
000	personas	fueron	esterilizadas	como	resultado	de	este	programa	obligatorio;
la	última	esterilización	se	practicó	en	1981.²
Aún	hoy	en	día,	aunque	afortunadamente	cada	vez	menos,	no	es	difícil	toparse
con	la	ignorancia.	El	médico	boliviano	Harry	Trigosso	cuenta	su	experiencia:
Estuvimos	en	una	conferencia	organizada	por	un	grupo	esotérico	[...]	entre	otras
cosas	se	tocó	el	problema	de	la	reencarnación;	y	al	respecto,	muy	sueltos	de
cuerpo	afirmaban	que	la	epilepsia	es	consecuencia	del	karma	del	paciente	en
cuestión.	Estupefactos	ante	tal	afirmación,	intentamos	explicar	los	mecanismos
fisiopatológicos	de	la	epilepsia,	sin	conseguir	evitar	que	esta	entidad	quedara
rotulada,	para	ese	ambiente,	en	pleno	siglo	XXI,	como	consecuencia	de	errores	o
faltas	cometidas	en	una	vida	anterior.²¹
De	acuerdo	con	la	Organización	Mundial	de	la	Salud	(OMS)	existen	actualmente
en	el	mundo	50	millones	de	personas	afectadas	por	algún	tipo	de	epilepsia	y
todavía	sufren,	en	algunos	países,	algún	tipo	de	discriminación,	lo	que	sin	duda
afecta	su	calidad	de	vida.²²
Entre	los	personajes	famosos	que	padecieron	epilepsia	podemos	citar	a	Sócrates,
Carlos	V,	Molière,	Napoleón,	Lord	Byron	y	el	papa	Pío	IX,	entre	otros.
Lepra
La	lepra	es	una	de	las	enfermedades	más	antiguas	de	las	que	tenemos
conocimiento.	Un	grupo	de	científicos	indios	y	estadunidenses	hallaron	en	2005
un	esqueleto	en	la	India	que,	según	el	análisis	de	los	restos,	perteneció	a	un	ser
humano	de	hace	4000	años	que	padeció	lepra.²³	Se	cree	que	la	lepra	se	originó	en
la	India	y	que	se	extendió	al	resto	del	mundo	por	las	guerras	y	conquistas.²⁴
Alrededor	de	la	lepra	se	han	ideado	historias	verdaderamente	terroríficas;
durante	mucho	tiempo	se	consideró	una	enfermedadcastigodivino,	lo	que	llevó
al	rechazo	total	de	quienes	la	padecían	y	despertó	miedo	entre	la	sociedad.	Llevó
al	aislamiento	de	los	enfermos	y	prácticas	de	discriminación	brutales.²⁵
En	los	Vedas	se	hacen	diferentes	alusiones	a	la	lepra;	el	tratado	médico	indio
Sushruta-Samhita	la	describe	y	sugiere	la	forma	de	tratarla	terapéuticamente.	En
el	Papiro	Ebers	se	menciona:	“si	examinas	un	gran	tumor	de	Khonsu	[lepra
nodular]	en	cualquier	parte	de	un	hombre,	es	algo	terrible	y	tiene	muchas
tumefacciones.	Algo	ha	aparecido	dentro	de	él	como	si	estuviese	lleno	de	aire...
Puedes	entonces	decir:	es	un	tumor	de	Khonsu.	No	se	puede	hacer	nada	contra
eso”.²
En	la	Biblia	la	lepra	no	solo	es	una	enfermedad	del	cuerpo,	sino	también	del
alma.	Era	una	enfermedad	“impura”	y,	por	lo	tanto,	quienes	la	padecían	debían
ser	arrojados	de	la	sociedad.	Vivían	en	completo	ostracismo,	eran	rechazados	por
sus	propias	comunidades	y	familias.	Además	del	dolor	y	el	sufrimiento	propios
del	padecimiento,	se	sentían	culpables	y	vivían	la	enfermedad	como	un	castigo.
Hoy	se	sabe	que	muchas	alusiones	a	la	lepra	estaban	equivocadas	porque	en
realidad	se	trataba	de	distintos	padecimientos	de	la	piel.	En	dos	capítulos	del
Levítico	(13	y	14)	se	describen	con	exactitud	los	tipos	de	lepra	y	otras	afecciones
cutáneas,	así	como	las	medidas	que	debían	adoptarse	con	quienes	se	creía	que
adolecían	de	ella.²⁷
El	sacerdote	examinará	la	llaga	de	la	piel;	[...]	aislará	al	afectado	durante	siete
días	[...]	Pasados	esos	siete	días,	el	sacerdote	lo	examinará	nuevamente;	si	ve
que	la	llaga	ha	perdido	su	color	y	no	se	ha	extendido	por	la	piel,	lo	declarará
puro.	Pero	si	después	que	el	sacerdote	lo	ha	examinado	y	declarado	puro,	sigue
la	erupción	extendiéndose	por	la	piel,	se	presentará	de	nuevo	al	sacerdote.	El
sacerdote	lo	examinará	y,	si	la	erupción	se	ha	extendido	por	la	piel,	lo	declarará
impuro:	es	un	caso	de	lepra	(Lev	13,	3-8).
El	libro	de	Job	menciona:	“Satán	salió	de	la	presencia	de	Yahvé.	E	hirió	a	Job
con	úlceras	malignas,	desde	la	planta	del	pie	hasta	la	coronilla”	(Jb	2,	7).	En	el
Evangelio	de	San	Mateo	se	narra	la	curación	de	un	leproso:	“en	esto,	un	leproso
se	acercó	y	se	postró	ante	él,	diciendo:	‘Señor,	si	quieres	puedes	limpiarme’.	Él
extendió	la	mano,	lo	tocó	y	dijo:	‘Quiero,	queda	limpio’.	Y	al	instante	quedó
limpio	de	su	lepra”	(Mt	8,	2-3).
Durante	la	Edad	Media	y	aun	después,	la	de	los	leprosos	fue	una	vida	llena	de
sufrimiento	y	humillación.	Al	diagnosticarlos	los	llevaban	al	templo	para	que
escucharan	su	última	misa	y	les	entregaban	un	uniforme,	que	debían	vestir	de	ahí
en	adelante.	Se	les	advertía	nunca	más	volver	al	templo.	Al	caminar	por	la	calle
hacían	sonar	una	campana	para	alertar	a	la	gente	de	su	presencia.	Eran
arrancados	de	su	vida	misma.	Muertos	vivientes,	ni	más	ni	menos.²⁸
En	Francia,	en	1321	el	rey	Felipe	V	deshizo	un	movimiento	de	protesta	de	los
leprosos,	a	quienes	capturaron	y	quemaron	vivos.²
El	médico	noruego	Gerhard	Hansen	descubrió	y	Albert	Neisser,	bacteriólogo
alemán,	confirmó	a	fines	del	siglo	XIX	que	el	Mycobacterium	leprae	era	el
causante	de	la	lepra.³
En	Japón,	todavía	en	1953,	se	promulgó	una	ley	que	permitía	segregar	a	los
pacientes	de	lepra	en	sanatorios	especialmente	destinados	para	ello,	donde,
además,	se	obligaba	a	las	mujeres	embarazadas	a	abortar	y	se	les	practicaba	la
esterilización.	Las	leyes	que	segregaban	y	obligaban	a	ello	fueron	abolidas	en
ese	país	hasta	1996.³¹
Hoy	sabemos	que	la	lepra	es	una	enfermedad	infecciosa,	pero	que	su	riesgo	de
contagio	es	muy	bajo.	Se	trasmite	básicamente	por	el	aire	y	para	que	se	contagie
de	persona	a	persona	debe	haber	entre	ellas	una	convivencia	íntima	intensa	y	por
mucho	tiempo,	aunada	a	una	higiene	deficiente.	Además,	la	mayoría	de	los	seres
humanos	tenemos	una	inmunidad	natural	contra	la	bacteria	causante	de	la
enfermedad.³²
No	obstante	las	décadas	dedicadas	a	demostrar	la	existencia	de	tratamientos
curativos,	la	lepra	sigue	teniendo	cierto	halo	de	terror	y	rechazo.	En	la	actualidad
existen	cientos	de	leproserías	en	China,	y	aunque	de	manera	oficial	desde	la
década	de	1980	no	se	aíslan	enfermos,	quienes	habitan	en	esos	sitios	difícilmente
podrán	reunirse	con	sus	familias.³³	De	acuerdo	con	la	OMS,	aún	persisten	bolsas
endémicas	en	la	India,	Brasil,	Madagascar,	Mozambique,	Nepal,	el	Congo,
Tanzania	y	algunas	zonas	de	Angola.³⁴
En	la	actualidad	la	lepra	se	conoce	más	como	enfermedad	de	Hansen,	no	solo	en
honor	a	quien	descubrió	el	bacilo	que	la	causa,	sino	en	un	intento	por	evitar	los
tabús	y	mitos	que	no	han	desaparecido	del	todo.³⁵
Tuberculosis
La	tuberculosis	también	es	una	enfermedad	muy	antigua,	cuya	aparición	podría
datar	de	hace	20	000	años.	Hay	hallazgos	de	restos	humanos	de	la	época
neolítica	y	de	cuerpos	momificados	en	Egipto	que	muestran	señales	de	haberla
padecido.	Sin	embargo,	hasta	ahora	no	ha	podido	precisarse	qué	incidencia	ni
qué	extensión	tuvo	antes	del	siglo	XIX.	Se	cree,	sí,	que	se	presentaba	más
comúnmente	en	zonas	urbanas	que	rurales.³
Durante	mucho	tiempo	a	la	tuberculosis	se	le	llamó	consunción	(del	latín
consumptĭo),	que	significa	consumirse,	extenuación	y	enflaquecimiento,
síntomas	característicos	de	la	enfermedad.	Hipócrates,	por	otro	lado,	introduce	el
término	tisis	para	referirse	a	la	tuberculosis,	y	aseguró	que	se	trataba	de	una
enfermedad	mortal,	para	luego	advertir	a	los	médicos	de	su	tiempo	de	proteger
su	prestigio	absteniéndose	de	visitar	a	quienes	la	padecieran.³⁷
Durante	siglos	se	pensó	que	se	trataba	de	una	enfermedad	hereditaria,	lo	que
provocaba	que	familias	en	la	que	varios	miembros	la	padecían	o	la	habían
padecido	tuvieran	un	aura	de	embrujo	y	que	por	generaciones	vivieran	bajo	la
acechanza	de	una	terrible	maldición.³⁸
En	las	Leyes	de	Manú	(Mânava-Dharma-Sâstra)	—texto	sánscrito	de	la	sociedad
antigua	de	la	India	escrito	hacia	el	1100	a.	C.—	se	presentan	reglas	y	códigos	de
conducta	que	debían	ser	observados	por	los	individuos	y	la	sociedad.	En	el	libro
tercero	se	explican	las	principales	obligaciones	del	jefe	de	familia,	y	en	ellas	se
perciben	claros	signos	de	estigmatización	contra	los	enfermos	de	tuberculosis:
La	familia	en	que	no	se	frecuentan	los	sacramentos,	la	que	no	produce	hijos
varones,	aquella	en	que	no	se	estudia	la	Santa	Escritura,	aquellos	cuyos
miembros	tiene	el	cuerpo	cubierto	de	largos	pelos	o	sufren	ya	sea	de	almorranas,
de	tisis,	de	dispepsia,	de	epilepsia,	de	lepra	blanca,	de	elefantiasis.³
En	el	Deuteronomio	se	mencionan	las	maldiciones	que	sobrevendrán	por	no
atender	los	mandamientos	y	preceptos	que	tendrían	que	regir	nuestras	acciones.
Así,	contraer	tuberculosis	era	castigo	divino:
Yahvé	enviará	contra	ti	la	maldición,	el	desastre,	la	amenaza,	en	todas	tus
empresas,	hasta	que	seas	exterminado	y	perezcas	rápidamente	a	causa	de	la
perversidad	de	tus	acciones	por	las	que	me	habrás	abandonado.	[...]	Yahvé	te
herirá	de	tisis,	de	fiebre,	de	inflamación,	de	gangrena,	de	sequía,	de	tizón	y
añublo,	que	te	perseguirán	hasta	que	perezcas	(Dt	28,	20-22).
El	curso	de	la	enfermedad	variaba	enormemente	de	un	paciente	a	otro.	Algunos
morían	poco	después	de	haber	presentado	los	primeros	síntomas,	otros	lo	hacían
muchos	años	después	o,	incluso,	tenían	periodos	libres	de	enfermedad,	en	los
que	podían	llevar	una	vida	prácticamente	normal.
En	el	siglo	XVIII,	durante	el	romanticismo	europeo	los	pacientes	de	tuberculosis
eran	llamados	inválidos,	y	así	era	como	se	definían	a	sí	mismos.⁴ 	Como
tratamiento	para	recuperar	la	salud	se	les	recomendaba	las	actividades	al	aire
libre,	lo	que	en	cierta	medida	los	obliga	a	renunciar	a	sus	proyectos	personales.
La	antropóloga	Claudia	Romero	señala	que,	en	ocasiones,	la	enfermedad	“deja
de	ser	un	estado	físico	de	malestar,	porque	los	individuos	le	otorgan	nuevos
significados,	es	decir,	se	convierten	en	metáforas;	de	ser	una	enfermedad
estigmatizante	como	fue	el	caso	de	la	tuberculosis,	se	convirtió	en	un
padecimiento	deseado,	porque	era	la	forma	más	bella	de	morir”.⁴¹
En	la	Europa	de	entonces	la	tuberculosis	era	una	enfermedad	muy	común	y	la
primera	causade	muerte;	se	le	conoció	como	la	gran	plaga	blanca.	Causó	la
muerte	prematura	de	hombres	y	mujeres	que	dejaron	testimonio	del	sufrimiento,
muchas	veces	sublimado,	convertido	en	obras	literarias,	musicales	y	pictóricas
magníficas,	lo	que	se	adjudica	comúnmente	al	producto	de	estados	alterados	de
conciencia	debido	a	los	propios	síntomas	de	la	enfermedad	y	a	una	percepción
distinta	sobre	la	vida	y	la	muerte.	Entre	los	artistas	famosos	que	sucumbieron	a
la	tuberculosis	están	Chopin,	Goya,	Emily	Brontë	(autora	de	Cumbres
borrascosas),	Thomas	Mann	(autor	de	La	montaña	mágica),	Fedor	Dostoyevski
(autor	de	Crimen	y	castigo)	y	muchos	otros.⁴²
En	una	época	la	tuberculosis	fue	considerada,	como	se	dijo,	una	enfermedad
romántica,	del	alma,	que	favorecía	la	creación	artística	y	cuyos	síntomas	de
palidez	y	laxitud	se	convirtieron	en	una	verdadera	moda;	sin	embargo,	quienes	la
padecían	estaban	obligados	a	cambiar	su	vida,	a	vivir	como	inválidos,	con	todas
las	implicaciones	físicas	y	sociales	del	término,	y	muchas	veces	lidiando	con	la
carga	de	creer	que	la	enfermedad	era	consecuencia	de	los	propios	pecados.⁴³
En	1869,	el	médico	francés	Jean	Antoine	Villemin	demostró	que	la	tuberculosis
era	contagiosa,	y	a	partir	de	ese	momento	se	estableció	que	la	gente	de	los
estratos	pobres	era	la	que	corría	mayor	riesgo	de	contraerla.	Además	de	la
tuberculosis,	a	la	pobreza	se	le	relacionaba	con	el	crimen,	la	prostitución	y	el
alcoholismo,	lo	que	condujo	al	surgimiento	de	actos	discriminatorios.⁴⁴	En	el
tango	“Caminito	del	taller”,	de	Cátulo	Castillo,	se	alude	a	la	tuberculosis	como
una	enferma	de	clase	baja:
[...]
¡Pobre	costurerita!	Ayer	cuando	pasaste
envuelta	en	una	racha	de	tos	seca	y	tenaz
como	una	hoja	al	viento	la	impresión	me	dejaste
de	que	aquella	tu	marcha	no	se	acaba	más.
Caminito	al	conchabo,	caminito	a	la	muerte,
bajo	el	fardo	de	ropas	que	llevas	a	coser,
quién	sabe	si	otro	día	quizá	pueda	verte,
pobre	costurerita,	camino	del	taller.⁴⁵
La	OMS	informa	que	la	tercera	parte	de	la	población	mundial	está	infectada	por
el	bacilo	de	la	tuberculosis,	y	que	entre	5	y	10%	desarrollará	la	enfermedad.	Con
fines	comparativos,	valga	señalar	que	las	personas	infectadas	por	el	virus	de
inmunodeficiencia	humana	(VIH),	causante	del	sida,	se	encuentran	en	un	riesgo
mucho	mayor	de	enfermar.
Desde	2006	se	puso	en	marcha	el	Plan	Mundial	para	Detener	la	Tuberculosis,
que	pretende	reducir	la	incidencia	y	prevalencia	de	la	enfermedad.⁴
Sífilis
El	origen	de	la	sífilis	no	está	bien	determinado.	Existe	la	teoría	de	que	la
enfermedad	se	originó	en	América	y	que	Cristóbal	Colón	la	llevó	a	Europa	en
sus	barcos.	Sin	embargo,	aún	hoy	en	día	hay	polémica	en	torno	a	si	este	hecho	es
verdad	o	fue	en	el	continente	europeo	donde	surgió	la	enfermedad	a	fines	del
siglo	XV,	durante	las	guerras	italianas,	las	cuales	se	prolongaron	por	cerca	de
cincuenta	años	y	en	las	que	las	tropas	de	diferentes	países	diseminaron	el
padecimiento	por	toda	la	Europa	del	siglo	XVI.⁴⁷
La	sífilis	resultaba	a	tal	grado	vergonzante	que	quienes	la	padecían	eran
repudiados;	se	le	consideraba	castigo	de	Dios,	consecuencia	de	los	placeres
carnales.	Quienes	creían	que	este	mal	se	había	originado	entre	los	franceses	le
llamaron	morbus	gallicus	(enfermedad	francesa).	Ningún	país	quería	adjudicarse
la	fama	de	ser	el	lugar	de	origen	de	este	padecimiento,	lo	que	provocó	reacciones
verdaderamente	xenófobas:	en	Francia	la	nombraban	morbo	italiano;	en	Rusia,
enfermedad	polaca;	en	Turquía,	enfermedad	cristiana.
En	su	libro	Sex,	Sin	and	Science	Parascandola	cita	una	declaración	de	un	médico
de	la	corte	de	Ferrara,	Italia,	hecha	en	1497:	“vemos	también	que	el	Creador
Supremo,	lleno	de	ira	contra	nosotros	por	nuestros	terribles	pecados,	nos	castiga
con	la	más	cruel	de	las	enfermedades,	la	cual	ahora	se	ha	extendido	no	solo	en
Italia,	sino	a	través	de	todo	el	mundo	cristiano”.⁴⁸
Desde	el	principio	se	reconoció	que	la	actividad	sexual	era	la	causa	de	la	sífilis;
no	obstante,	se	culpaba	a	las	mujeres	de	su	trasmisión,	sobre	todo	a	las
prostitutas.	En	Escocia,	por	ejemplo,	en	el	siglo	XV	el	Consejo	de	Aberdeen
advirtió	a	las	mujeres	“fáciles	o	disolutas”	de	desistir	y	no	seguir	pecando,	de	lo
contrario	se	les	marcaría	con	hierro	candente	y	se	les	obligaría	a	abandonar	la
ciudad.⁴ 	En	ese	mismo	siglo,	Paracelso	afirmó	que	mujeres	sifilíticas
embarazadas	tenían	hijos	sifilíticos,	lo	cual	hoy	sigue	siendo	una	triste	realidad.
Este	médico	atribuía	el	origen	de	la	sífilis	a	la	relación	sexual	entre	un	francés
que	padecía	lepra	y	una	prostituta	que	tenía	bubas	venéreas.⁵ 	Por	su	parte,
Girolamo	Fracastoro,	médico	y	poeta	nacido	en	Verona,	escribió	en	1530	el
poema	Syphilis	sive	morbus	Gallicus,	en	el	que	un	pastor	español	de	nombre
Sífilis	contrae	la	enfermedad	por	desobedecer	a	los	dioses.⁵¹
La	sífilis	no	solo	alcanzó	la	dimensión	de	epidemia	en	Europa	durante	la	Edad
Media,	sino	que	alrededor	de	ella	se	tejieron	mitos	y	fobias	que	se	tradujeron	en
grandes	injusticias	y	cerrazones	que,	por	cierto,	no	han	desaparecido	del	todo.
Las	mujeres	siguieron	siendo	culpabilizadas	por	trasmitirla.	Muchas	fueron
encerradas	en	conventos	para	hacerlas	“arrepentirse	de	sus	pecados”.	Hospitales
especialmente	destinados	al	tratamiento	de	la	sífilis	funcionaban	en	realidad
como	prisiones.	Quienes	veían	en	la	sífilis	la	consecuencia	directa	de	una
conducta	inmoral	se	preguntaban	si	quienes	la	padecían	merecían	incluso	recibir
algún	tratamiento	médico.
Uno	de	los	primeros	tratamientos	utilizados	contra	la	sífilis	fue	el	guayacol	y	el
mercurio.	De	ahí	el	popular	dicho	de	aquella	época:	“por	una	hora	con	Venus,
veinte	años	con	Mercurio”.⁵²	Obviamente,	estos	medios	de	atacar	la	enfermedad
producían	cierto	nivel	de	envenenamiento,	que	podía	llegar	a	ser	de	alta
toxicidad,	según	las	dosis	recibidas.⁵³
A	principios	del	siglo	XVII,	el	ministro	puritano	Cotton	Mather,	famoso	por	su
papel	en	los	juicios	contra	las	brujas	de	Salem,	declaró	que	la	sífilis	era	la
“enfermedad	secreta”	y	que	con	frecuencia	los	registros	médicos	declaraban
“consunción”	—como	se	conocía	a	la	tuberculosis—	en	lugar	de	sífilis.⁵⁴	Aún	en
el	siglo	XIX	se	le	siguió	considerando	más	un	problema	moral	que	un	asunto	de
salud	pública,	al	punto	que	muchos	médicos	se	rehusaban	a	atender	pacientes
sifilíticos,	lo	que	dio	lugar	a	que	surgieran	charlatanes	que	ofrecían	tratamientos
“milagrosos”.⁵⁵
En	los	albores	del	siglo	XX	se	puso	énfasis	en	los	afroamericanos	como	los
culpables	por	la	diseminación	de	la	sífilis	en	Estados	Unidos,	ya	que	muchos
ciudadanos	de	ese	país	creían	que	esa	raza	no	tenía	valores	morales.	Asimismo,
durante	el	auge	de	la	eugenesia	en	la	Unión	Americana	se	consideraba	la
esterilización	obligatoria	para	“pervertidos	sexuales”,	ya	que	se	creía	que	las
enfermedades	venéreas	contribuían	a	la	degeneración	de	la	raza.
Tristemente	célebre	es	el	estudio	clínico	Tuskegee	Syphilis	Experiment
desarrollado	a	lo	largo	de	cuarenta	años	(1932-1972)	en	Tuskegee,	Alabama,	con
399	afroamericanos	pobres	y	enfermos	de	sífilis.	Después	de	observarlos	durante
algunos	meses	se	les	trató	con	bismuto,	mercuriales	y	salvarsan,	sustancias	que
provocaban	toxicidad,	pero	que	se	justificaban	no	solo	por	ser	los	únicos
métodos	conocidos	en	aquel	momento,	sino	porque	tenían	mediana	eficacia.	No
obstante,	las	dosis	que	recibían	los	enfermos	estaban	por	debajo	del	límite
terapéutico	y,	al	parecer,	el	fin	último	del	estudio	era	seguir	a	los	pacientes	a	lo
largo	de	la	evolución	de	la	enfermedad	hasta	su	muerte.
En	1947,	cuando	la	penicilina	fue	aceptada	como	el	tratamiento	indicado	y
eficaz	contra	la	sífilis,	este	experimento	no	solo	continuó	sino	que	no	se	informó
a	los	enfermos	y	mucho	menos	se	les	administró	penicilina,	lo	que	a	la	postre
llevó	a	la	muerte	a	veintiocho	de	ellos,	además	de	que	cuarenta	de	las	esposas
resultaron	contagiadas	y	diecinueve	de	sus	hijos	nacieron	con	sífilis	congénita.⁵
De	acuerdo	con	Herbert	M.	Shelton,	autor	del	libro	Syphilis:	is	it	a	mischievous
myth	or	a	malignant	monster,	escrito	en	1962,	la	fobia	alrededorde	la	sífilis
causó	en	la	sociedad	tal	pánico	que	a	quien	se	le	diagnosticaba	sentía	que	su	vida
había	terminado.⁵⁷	Según	datos	de	la	OMS,	en	1999	se	presentaron	doce
millones	de	casos	nuevos,	de	los	cuales	tres	millones	se	registraron	en	América
Latina	y	el	Caribe.	Asimismo,	esa	Organización	señala	que	la	discriminación	y
el	estigma	se	hallan	entre	las	principales	causas	de	la	persistencia	de	la	sífilis.⁵⁸
Aun	hoy	pocas	personas	confiesan	que	padecen	de	sífilis,	seguramente	por	la
carga	moral	que	acarrean	las	enfermedades	venéreas.
Personajes	famosos	que	padecieron	sífilis:	Hernán	Cortés,	Paul	Gauguin,	Adolf
Hitler,	Benito	Mussolini	y	Franz	Schubert,	entre	otros.⁵
Sida
Los	primeros	casos	de	sida	se	conocieron	a	finales	de	la	década	de	1970	en	San
Francisco,	California.	En	1981,	el	doctor	Michael	Gottlieb,	de	la	facultad	de
medicina	de	la	Universidad	de	California,	publicó	junto	con	sus	colaboradores
un	artículo	en	la	revista	Morbility	and	Mortality	Weekly	Report	en	el	que
informó	sobre	un	grupo	de	pacientes,	todos	homosexuales,	que	presentaban	una
grave	inmunodeficiencia,	y	sugirió	la	presencia	de	un	nuevo	agente	patógeno	de
transmisión	sexual. 	Ese	mismo	año	se	le	reconoció	como	síndrome	de
inmunodeficiencia	adquirida	(sida),	término	acuñado	por	uno	de	los	primeros
estudiosos	de	esta	enfermedad,	el	biólogo	Bruce	Voeller,	fundador	y	director	del
National	Gay	Task	Force. ¹	Asimismo,	se	estableció	que	el	virus	de
inmunodeficiencia	humana	(VIH)	era	el	causante	de	la	enfermedad.
En	un	principio	todos	los	casos	conocidos	se	presentaron	en	comunidades	gay,
por	lo	que	se	concluyó	que	la	enfermedad	estaba	relacionada	con	el	estilo	de
vida	homosexual.	Pasó	poco	tiempo	para	que	se	supiera	que	la	enfermedad	tenía
otros	caminos.	Los	heterosexuales	también	empezaron	a	mostrar	signos	tanto	de
padecerla	como	de	poder	transmitirla.	Se	supo	entonces	que	los	adictos	a	las
drogas	que	solían	compartir	jeringas	formaban	otro	grupo	de	riesgo,	igual	que
quienes	recibían	transfusiones	de	sangre	contaminada,	mujeres	contagiadas	por
maridos	bisexuales	o	polígamos	y	bebés	contagiados	por	madres	seropositivas
(esto	es,	que	presentan	el	virus	en	su	organismo,	aunque	no	hayan	desarrollado
los	síntomas	de	la	enfermedad).	Todo	esto	hizo	al	mundo	cobrar	conciencia	de
una	nueva	y	terrible	epidemia	que	nos	aterraba	de	forma	muy	real. ²
Sin	embargo,	pese	a	conocerse	todas	las	formas	de	transmisión	posibles,	la
enfermedad	sigue	estando	relacionada	fundamentalmente	con	la
homosexualidad.	Tanto	es	así	que	no	es	difícil	escuchar	que	se	le	llame
enfermedad	de	gays	o	peste	rosa. ³	Según	la	psiquiatra	Elisabeth	Kübler-Ross,
precursora	en	la	atención	emocional	del	paciente	terminal,	la	conducta	ante
enfermos	de	sida	se	ha	convertido	en	una	de	las	más	grandes	representaciones	de
lo	inhumano	que	el	hombre	puede	llegar	a	ser. ⁴
Los	portadores	del	VIH	y,	más	aún,	quienes	ya	presentan	síntomas	de	padecer
sida	viven	aterrados	por	la	sola	idea	de	perder	su	identidad,	de	dejar	de	ser
quienes	han	sido	hasta	ese	momento,	tanto	por	la	enfermedad	que	suele	ser
debilitante	y	cruel	en	grado	extremo,	como	por	la	estigmatización	que	pesa	sobre
ella.	La	mayoría	vive	la	enfermedad	—tanto	y	hasta	en	tanto	sea	posible—	de
manera	secreta.	Ocultarla	parece	ser	la	única	forma	de	seguir	en	el	mundo	de	los
“vivos”.	Hablar	resulta,	casi	inevitablemente,	en	la	pérdida	del	trabajo,	del
estatus	social	y,	por	desgracia,	muchas	veces	de	la	pertenencia	al	círculo	social
propio	(familia	y	amigos).
En	el	periódico	español	El	Mundo,	con	motivo	del	Día	Mundial	del	Sida,	se
publicaron	testimonios	de	lectores,	entre	ellos	el	de	Jesús,	un	portador	del	virus,
quien	relató	que	“lo	peor	no	fue	descubrir	que	era	seropositivo,	sino	la	reacción
de	mis	mejores	amigos,	que	me	dieron	la	espalda	e	incluso	se	permitieron	el	lujo
de	insultarme”.	El	testimonio	de	Adolfo	sobre	el	miedo	que	afecta	a	toda	la
sociedad	ilustra	con	claridad	lo	que	sucede:	“Occidente	tiene	pánico	al
sufrimiento	[...]	En	el	mundo	desarrollado	solo	parecen	importar	las	personas
útiles,	como	si	su	dignidad	fuese	secundaria”. ⁵
El	sida	también	se	ha	considerado	un	castigo	divino. 	Hay	en	Guadalajara	un
albergue,	conocido	como	PAIPID	(Proyecto	de	Atención	Integral	a	la	Persona
Inmunodeprimida),	que	supuestamente	apoya	a	quienes	lo	padecen,	pero	del	que
se	sospecha	no	brinda	buena	atención.	Lo	que	resulta	indignante,	de	acuerdo	con
una	nota	publicada	en	La	Jornada,	es	que	la	directora,	sor	Berta	López	Chávez,
está	convencida	de	que	las	personas	infectadas	“están	recibiendo	un	castigo	por
sus	pecados	sexuales”. ⁷
El	estigma	sobre	el	sida	va	desde	verlo	como	un	mal	que	el	enfermo	mismo	se	ha
buscado	y,	por	ende,	merece	sufrirlo,	pues	es	el	justo	castigo,	hasta	ser
discriminado	y	arrebatarle	sus	derechos	como	ser	humano; ⁸	de	ahí	que	sufra	la
violencia	de	grupos	homofóbicos	o	moralistas.	Quienes	resultan	sospechosos	de
ser	seropositivos	son	sometidos	a	la	prueba	de	detección	sin	el	respectivo
consentimiento	previo,	y	no	siempre	se	respeta	su	derecho	a	la
confidencialidad. 	Finalmente,	la	discriminación	que	sufren	quienes	padecen
sida	está	ligada	a	otros	tabús:	homosexualidad,	bisexualidad,	promiscuidad	y
drogadicción.
De	acuerdo	con	la	OMS,	hacia	finales	de	2008	existían	33.4	millones	de
personas	portadoras	de	VIH	y	2.1	millones	murieron	de	sida	ese	mismo	año;	de
ellas,	280	000	eran	niños.	Dos	terceras	partes	de	los	infectados	se	ubican	en	la
región	de	África	subsahariana.⁷
Hasta	el	día	de	hoy	no	se	conoce	cura	alguna	para	esta	enfermedad;	sin	embargo,
los	tratamientos	antirretrovirales	han	demostrado	una	alta	eficacia	en	el	control
de	la	infección,	lo	que	ha	permitido	que	muchos	portadores	vivan	largos
periodos	con	buena	calidad	de	vida.	Por	desgracia,	la	desigualdad	y	la	iniquidad
también	están	presentes	en	este	aspecto	de	la	enfermedad,	ya	que	no	todos	los
que	necesitan	el	tratamiento	tienen	acceso	a	él.
Cáncer
Hoy	sabemos	que	el	cáncer	ha	estado	presente	no	solo	en	el	hombre,	sino	en
muchas	otras	especies	durante	cientos	de	millones	de	años.	Ya	los	antiguos
griegos	sabían	distinguir	entre	tumores	benignos	y	malignos.	Fue	Galeno,	en	el
siglo	v	a.	C.,	quien	llamó	al	cáncer	karkinos,	que	en	griego	significa	cangrejo,
por	la	forma	en	que	crecían	los	tumores	y	porque	se	extendían	como	tentáculos.⁷¹
Desde	entonces,	médicos	y,	en	general,	el	mundo	científico	han	emprendido	una
verdadera	lucha	por	encontrar	respuestas	sobre	el	origen,	desarrollo	y	curación
del	cáncer.	También	desde	la	Antigüedad	el	cáncer	ha	sido	símbolo	de	la
decadencia,	el	dolor,	la	destrucción,	la	mutilación	y	la	muerte.⁷²
En	la	actualidad,	la	situación	no	ha	cambiado	mucho	en	este	sentido.	Para	el
doctor	Marcos	Gómez	Sancho,	especialista	en	medicina	paliativa,	el	cáncer	es
una	de	las	enfermedades	más	estigmatizadas,	lo	que	hace	que	se	le	oculte	detrás
de	eufemismos	tales	como	tumor,	neoplasia,	crecimiento	maligno	y	bola,	entre
otros,	con	tal	de	cubrir	lo	que	aún	se	considera,	en	pleno	siglo	XXI,	incurable,
doloroso,	que	lleva	al	sufrimiento	y	a	la	muerte	casi	de	manera	inevitable.	En	su
opinión,	esto	se	debe,	fundamentalmente,	a	dos	hechos:	por	una	parte,	el	cáncer
es	una	enfermedad	que	no	avisa	y	cuando	se	presentan	los	síntomas	es	muy
probable	que	haya	caminado	lenta	y	sigilosamente,	produciendo	un	gran	daño	en
el	cuerpo	de	quien	lo	padece;	por	otra,	a	pesar	de	los	grandes	avances	en	su
prevención,	detección	oportuna	y	tratamiento	es	mucho	lo	que	todavía	se
desconoce	sobre	la	enfermedad.	“El	misterio	de	su	origen,	el	secreto	de	su
recorrido,	el	enigma	de	su	estrategia;	todo	en	él	es	oculto,	clandestino,
escondido.”⁷³
En	palabras	del	médico	investigador	Mukherjee,	“el	cáncer	no	es	solamente	un
bulto	en	el	cuerpo,	es	una	enfermedad	que	migra,	evoluciona,	invade	órganos,
destruye	tejidos”.⁷⁴	Por	si	fuera	poco,	embiste	zonas	del	cuerpo	consideradas
como	“vergonzosas”:	mamas,	próstata,	recto,	colon,	vejiga,	etcétera.
Si	tenemos	en	cuenta	los	distintos	factores	relacionados	con	esta	enfermedad:	su
aparición	silenciosa,	su	ignominiosoataque,	los	múltiples	síntomas,	la
agresividad	—en	ocasiones—	de	los	tratamientos	y	las	increíbles	historias	y
leyendas	tejidas	alrededor	de	ella	podemos	decir,	sin	duda,	que	es	la	más	temida
de	las	enfermedades.⁷⁵	Por	añadidura,	la	influencia	sociocultural	ejerce	un	gran
efecto	en	la	percepción	que	tiene	la	gente	sobre	ella;	es	común	escuchar
metáforas	como	estas:	“esa	persona	es	un	cáncer	para	la	sociedad”,	o	“el	delito
es	un	cáncer	que	corroe”.	Tan	terrible	y	temible	nos	parece	el	cáncer	que	sigue
siendo	muy	común	que	al	paciente	se	le	oculte	su	enfermedad.⁷
A	la	ya	de	por	sí	apocalíptica	fama	del	cáncer	se	ha	ido	agregando	en	décadas
recientes	la	cada	vez	más	insistente	creencia	de	que	son	las	emociones
reprimidas,	en	especial	la	ira	acumulada	lo	que	origina	la	enfermedad.	En	una
fórmula	sine	qua	non	se	afirma:	la	incapacidad	para	manejar	o	expresar	la	ira	—
represión,	resentimiento,	pasiones	inhibidas—	es	igual	a	cáncer,	más	tarde	o	más
temprano	en	la	vida.⁷⁷
El	escritor	estadunidense	Norman	Mailer	apuñaló	a	su	segunda	esposa	—Adele
Morales—	en	1960,	durante	una	fiesta	y	se	justificó	diciendo	que	de	no	haberlo
hecho	hubiera	desarrollado	cáncer	en	unos	años	más.⁷⁸
En	1951	la	psicóloga	Beatrix	Cobb	se	incorporó	al	equipo	del	hospital
especializado	en	oncología	Anderson	Cancer	Center,	en	Houston;	desde	un
principio	no	se	conformó	con	evaluar	el	efecto	de	la	enfermedad	en	los
pacientes,	sino	que	aseveraba	que	todos	requerían	psicoterapia	y	que	los
diferentes	tipos	de	cáncer	estaban	relacionados	con	la	caracterología	de	los
pacientes.	Creía,	por	ejemplo,	que	quienes	desarrollaban	cáncer	de	próstata	eran
hombres	complacientes,	pasivos	y	casi	afeminados,	mientras	que	en	las
leucemias	o	linfomas	eran	personas	sin	esperanza	y	que	presentaban	estrés	y
ansiedad	por	separación.	Lo	disparatado	—por	decir	lo	menos—	de	este
planteamiento	provocó	tal	revuelo	que	los	servicios	de	psiquiatría	y	psicología
fueron	suspendidos	durante	décadas	en	ese	hospital.⁷
En	1992	apareció	el	libro	The	Type	C	Connection,	en	el	que	la	doctora	en
psicología	Lydia	Temoshok	habló	de	un	patrón	de	conducta	ligado	a	una	mayor
vulnerabilidad	para	desarrollar	cáncer,	el	cual	tenía	como	característica
primordial	la	represión	de	emociones,	en	especial	la	ira.⁸ 	Por	su	parte,	los
autores	de	La	enfermedad	como	camino	afirman	que	“no	hay	que	vencer	el
cáncer,	solo	hay	que	comprenderlo	para	comprendernos	a	nosotros	mismos.	[...]
Los	seres	humanos	tienen	cáncer	porque	son	cáncer.	El	cáncer	es	nuestra	gran
oportunidad	para	ver	en	él	nuestros	vicios	mentales	y	equivocaciones”.	Más
adelante	señalan	que	“el	cáncer	solo	respeta	el	símbolo	del	amor	verdadero.	[...]
¡El	corazón	es	el	único	órgano	que	no	es	atacado	por	el	cáncer!”,	lo	cual	es
incorrecto.⁸¹
Pero	la	vox	populi	no	se	queda	ahí,	va	más	allá:	la	cura	está	en	la	mente	del
enfermo.	Él	es	no	solo	responsable	de	haberse	infligido	el	padecimiento,	sino
que	su	sola	voluntad	puede	devolverle	la	salud	pérdida.	El	médico	alemán	Georg
Groddeck,	precursor	de	la	medicina	psicosomática,	afirma	que	“así	como	el
hombre	come,	piensa,	respira	o	duerme	por	su	propio	poder,	así	puede
recuperarse	de	la	enfermedad”.⁸²
La	reconocida	escritora	Susan	Sontag	tenía	43	años	cuando	le	diagnosticaron
cáncer	de	mama	avanzado;	murió	a	los	71	años	por	una	leucemia,	posiblemente
secuela	de	la	radioterapia	recibida	mucho	tiempo	antes.	Años	después	de	su
primer	diagnóstico	declaró:
Hace	doce	años	cuando	me	convertí	en	una	paciente	de	cáncer,	lo	que	me
enojaba	y	distraía	particularmente	de	mi	propio	temor	y	desesperación,	por	el
triste	pronóstico	dado	por	mis	médicos,	fue	el	darme	cuenta	cómo	la	mera
reputación	con	que	cuenta	esta	enfermedad	es	una	carga	más	al	sufrimiento	de
quien	la	padece.⁸³
Para	la	OMS	el	cáncer	es	la	primera	causa	de	mortalidad	en	todo	el	mundo	y	en
México,	la	tercera.	En	2007,	72%	de	las	defunciones	por	cáncer	se	registraron	en
países	de	ingresos	bajos	y	medianos.	El	cáncer	sigue	siendo,	en	muchos	sentidos,
terra	incognita.
Rudeza	innecesaria
Después	de	esta	breve	descripción	de	los	mitos	y	tabús	que	se	han	elaborado	y
difundido	en	torno	a	algunas	enfermedades	podemos	comprender	cómo	éstas	no
se	definen	solo	médicamente,	sino	que	los	aspectos	culturales,	sociales	y
económicos	propios	de	cada	época	impregnan	el	inconsciente	colectivo	y
resultan	en	cierta	visión,	acertada	o	no,	sobre	su	origen,	desarrollo,	pronóstico	e
implicaciones,	tanto	para	el	enfermo	como	para	quienes	lo	rodean	y	para	la
sociedad	en	su	conjunto.
Resulta	evidente	que	la	sociedad	ha	tendido	siempre	a	imputar	o	atribuir	la
responsabilidad	a	un	grupo	determinado	por	el	surgimiento,	multiplicación	o
contagio	de	cada	una	de	las	enfermedades	más	temidas.	En	Estados	Unidos,
durante	mucho	tiempo	se	vio	a	los	inmigrantes	como	los	supuestos	responsables
del	incremento	en	los	casos	de	poliomielitis,	o	podríamos	hablar	de	los	judíos	en
la	expansión	de	la	lepra,	o	de	las	prostitutas	como	culpables	de	la	trasmisión	de
la	sífilis,	o	de	los	homosexuales	del	contagio	del	virus	del	sida.	Para	muchos,
esto	es	cosa	del	pasado,	y	no	solo	eso,	sino	que	parecen	cuentos	o	leyendas
extraídos	de	mentes	poco	privilegiadas.	Y	no	obstante,	tal	parece	que	ahora	son
hombres	y	mujeres	resentidos	los	culpables	por	el	aumento	en	la	cifra	de	casos
de	cáncer.
La	culpa,	por	otro	lado,	es	uno	de	los	sentimientos	más	destructivos	y	dañinos
para	el	ser	humano.	Desgasta	el	ánimo,	oprime	el	pensamiento	y	corroe	el	alma.
Ya	de	por	sí	somos	una	sociedad	que	se	mueve	en	gran	medida	por	la	culpa,	la
propia	y	la	ajena;	tendemos	a	responsabilizarnos	o	a	inculpar	a	alguien	más	de	lo
que	nos	sucede,	de	nuestros	fracasos	y	sufrimientos.	Incluso	la	forma	en	que
muchos	han	trasmitido	o	recibido	educación	religiosa	han	propiciado,	sin
mesura,	este	concepto	de	culpa,	mea	culpa,	que	no	solo	no	sirve	a	ningún	fin
proactivo,	sino	que	debilita	y	devasta	lo	mejor	del	hombre:	su	capacidad	de
resiliencia,	de	reconstruirse,	de	recomponerse	y	recomenzar.	De	fortalecerse	y
superar	las	adversidades.	De	ver	el	bosque	y	no	solo	el	árbol.	De	levantarse	más
allá	de	sus	propios	límites	y	de	hacer	de	su	propia	vida	lo	mejor	posible,	por
encima	de	sus	circunstancias	o	a	pesar	de	ellas.
Basta	imaginar	por	un	momento	cómo	puede	sentirse	un	paciente	a	quien	recién
se	ha	informado	que	tiene	cáncer:	no	solo	debe	hacer	frente	a	una	enfermedad
que	pone	en	un	riesgo	real	su	integridad	física	y	que	mueve	ciertamente	todas	las
esferas	de	su	vida,	incluso	la	de	quienes	lo	rodean	y	le	son	significativos.
Enfrentado	a	una	realidad	que	le	es	desconocida	y	temida,	al	mismo	tiempo;	que,
en	el	mejor	de	los	casos,	lo	obliga	a	poner	su	vida	en	“pausa”	por	un	tiempo,	a
hacer	acopio	de	todos	sus	recursos	físicos,	emocionales	y	espirituales	para
afrontar	lo	que	puede	ser	el	gran	reto	de	su	vida.	Más	todavía:	creer	que	es	el
responsable	por	la	aparición	de	su	cáncer	o,	quizá	peor,	percibir	en	el	ambiente	el
dedo	que	enjuicia	y	declara:	tú	eres	el	único	responsable,	pero	eso	sí,	aún	puedes
salvarte:	algo	quiere	decirte	esta	enfermedad,	corrige	el	camino,	limpia	tu	alma...
A	esto	yo	le	llamaría	rudeza	innecesaria.
Erich	Fromm	dijo	alguna	vez:	“La	crueldad	misma	está	motivada	por	algo	más
profundo:	el	deseo	de	conocer	el	secreto	de	las	cosas	y	de	la	vida”.⁸⁴	Y	es	verdad
que	se	puede	ser	cruel,	aunque	la	intención	sea	buena.
III.
Factores	de	riesgo
en	el	desarrollo	del	cáncer
Aquellos	días	en	que	un	heroico	genio	trabajaba	solo,	dentro	de	un	laboratorio
aislado,	buscando	la	cura	para	el	cáncer,	han	terminado.	El	cáncer	es,
simplemente,	demasiado	complicado.
JOHN	MENDELSOHN¹
Antes	de	adentrarnos	propiamente	en	el	tema	me	gustaría	atraer	la	atención	a	dos
aspectos	que	me	parecen	sustanciales	para	desentrañar	algunos	conceptos
erróneos	que	tenemos	respecto	al	cáncer.	Primero,	cuando	hablamos	de	cáncer
pensamos	automáticamente	en	que	solo	ataca	al	ser	humano,	pero	¿sabías	que	se
han	encontrado	células	cancerosas	en	fósiles	de	dinosaurios	que	datan	de	hace
setenta	u	ochenta	millones	de	años?	¿Sabías

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