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Industria Cultural doc

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El concepto de Industria cultural en términos de Adorno es la transformación de obras
de arte en objetos al servicio de la comodidad, de alguna manera se refiere al término
mass media, aunque no lo utiliza porque considera que minimiza el fenómeno; tanto
Adorno como Walter Benjamín consideran que el auge de la sociedad de masas es un
síntoma de una era degradada en la que el arte sólo es una fuente de gratificación para
ser consumida, establecen que si bien la autonomía de las obras de arte, que ciertamente
no ha existido casi jamás en forma pura, y ha estado siempre señalada por la búsqueda
del efecto, se vio abolida por la industria cultural. Los productos de la industria cultural
no son también mercancías, sino que lo son ya en sí de manera integral, lo que provoca
que ya no se esté obligado a buscar un beneficio inmediato, sino, que éste desborda esos
límites, digamos que ya no se vendemos un teléfono por ejemplo, ahora conectamos
gente (Nokia), ahora que, de acuerdo a Adorno, cada producto se quiere individual (en
mercadotecnia lo llamaríamos el trabajo de posicionamiento diferenciado, técnica en
donde se busca justamente presentar al producto distinto a los demás de la misma
categoría, con el fin de diferenciarlo, de hacerlo notar de entre todo el montón) y la
individualidad misma sirve para reforzar la ideología en la medida en que provoca la
ilusión de lo que lo que esta cosificado y mediatizado es un refugio de inmediatez y de
vida, esto es, que el objeto es capaz de dotar de ciertos atributos a quien lo posea,
ejemplo, un auto no me sirve solamente para desplazarme, esa problemática ya ha sido
superada, de lo que me provee ahora es de estatus, aquél auto que se muestre como
mero sistema de desplazamiento esta fuera del esquema.
La Industria Cultural tiene su soporte ideológico en el hecho de que se cuida
minuciosamente de imprimir en sus productos todas las consecuencias de sus técnicas.
Vive de algún modo como parásito de la técnica extraartística de la producción de los
bienes materiales, sin preocuparse por la obligación que crea el carácter positivo de esos
bienes para la construcción intraartística, pero también sin consideración para con la ley
formal de la técnica artística, de alguna manera refiere al mero hecho de creación de
productos triviales, a la acumulación de bienes materiales por parte de las comunidades,
en lugar de buscar la creación de objetos, cosas, productos que contribuyan a mejorar la
calidad de vida de las sociedades, esto en palabras de Adorno.
Pretenden ser guías, orientadores, modelos en un mundo supuestamente desorientado, y
que en tanto que son proveedores de estos elementos esto resulta suficiente como para
aceptarlos y dejarse guiar por todo lo que ellos muestran, evitando a toda costa la
objetivación de la información, estaríamos hablando de la creación de modelos de
personalidad individual, moda y comportamiento, por ejemplo, un 14 de febrero debes
festejarlo con la pareja o amigos, hay que salir a algún lado a comer, cenar, bailar, cine,
hay que hacer algo, además comprar y regalar cosas, vestir alguna prenda roja o colgarte
un corazoncito en la solapa, regalar rosas rojas, etc., para hacer esto la industria cultural
ha elaborado esquemas que engloban varios medios, te lo dicen en la radio, la
televisión, las revistas, los periódicos, el cine, la música, todos contribuyen a dar cuerpo
y forma a este rito, a inducir hábitos mentales, convirtiendo prácticas en artefactos, o
procesos reales expresivos y comunicativos en objetos aislables.
En palabras de Adorno lo que la Industria Cultural elucubra no son ni reglas para una
vida feliz, ni un nuevo poema moral, sino exhortaciones a la conformidad a lo que tiene
detrás suyo los más grandes intereses. El consentimiento que publicita refuerza la
autoridad ciega e impenetrada, busca el estímulo y la explotación de la debilidad del Yo,
a la cual la sociedad actual, con su concentración de poder, condena de todas maneras a
sus miembros, impone sin cesar los esquemas de su comportamiento.
Dependencia y servidumbre de los hombres es el objetivo último de la industria
cultural, que si bien busca despertar un sentimiento confortable en el orden en el que
ella los mantiene, también resulta frustrante la manera engañosa en que se presenta esa
felicidad. Impide la formación de individuos autónomos, independientes, capaces de
juzgar y decidir conscientemente. La industria cultural defrauda continuamente a sus
consumidores respecto a aquello que les promete.
Considero importante comprender los medios y la comunicación desde el mismo terreno
en el cual ellos se insertan y desde el cual nos constituyen como sujetos, no me cabe la
menor duda de que la gente, como sujeto social está cada vez más determinada por la
cultura de masas, y que la temporalidad determina también formas distintas de vivir la
existencia, ahora que, si bien coincido en algunos puntos con Adorno, también hay
algunos puntos en los que no estoy del todo de acuerdo, todos nos vemos obligados,
(aún la cultura de las élites), al momento de comunicarnos, a recurrir al uso de la
industria cultural. Jesús María Aguirre, en el libro Industria Cultural: de la crisis de la
sensibilidad a la seducción massmediática, introduce un concepto más positivo de
industria cultural, entendida como “un conjunto de ramas, segmentos y actividades
auxiliares, productoras y distribuidoras de mercancías con contenidos simbólicos,
concebidas por un trabajo creativo, organizadas por un capital que se valoriza y
deslinda, finalmente, finalmente, con una función de reproducción ideológica y social”,
estoy más de acuerdo con esta postura, ya que en tanto que resulta ser prácticamente
imposible sustraerse del contexto de las industrias culturales, considero importante
como dice Nietzsche: “la comprensión define la acción”, que en la medida en que
entendemos las situaciones, cualquiera que fuere, nos proveemos de armas que nos
ayudan a una mejor intervención en el contexto a resolver, y como dice Marshall
McLuhan, “el artista serio, es la única persona capaz de habérselas impunemente con la
tecnología, sólo porque es un experto que se percata de los cambios de percepción de
los sentidos”, así es como tendríamos que vernos quienes nos ocupamos de la
comunicación.
 
Breve descripción del concepto de “industria cultural”
Industria cultural se podría definir como el conjunto de empresas e instituciones cuya
principal actividad económica es la producción de cultura con fines lucrativos. En el
sistema de producción cultural pueden considerarse: la televisión, la radio, los diarios y
revistas, industrias cinematográficas, discográficas, las editoriales, compañías de teatro
o danza, las distribuidoras, etc., creando mecanismos que buscan a la vez aumentar el
consumo de sus productos, modificar los hábitos sociales, educar, informar y,
finalmente, transformar a la sociedad, por tanto abarca todos los ámbitos de la sociedad
e intenta incluir a todos los individuos sin excepción.
Zallo define la Industria Cultural como: “un conjunto de ramas, segmentos y actividades
auxiliares industriales productoras y distribuidoras de mercancías con contenidos
simbólicos, concebidas por un trabajo creativo, organizadas por un capital que se
valoriza y destinadas finalmente a los mercados de consumo con una función de
reproducción ideológica y social”.
En cualquier caso hay que destacar también la idea de que esta denominación tiende a
crear una ilusión de semejanzas entre muy diversas industrias y consumos, unificando y
disimulando diferencias significativas, las cuales son quizás aún mayores en el caso de
la idea de “consumo cultural”, en la cual algunos autores no sólo incluyen los consumos
de los productos de las “industrias culturales” sino también otros, como por ejemplo la
asistencia a teatros, galerías de arte, museos y otros establecimientos semejantes. Por
otra parte, ciertas maneras de denominar a estas industrias y consumos tiende a dotarlos
de una suerte de status privilegiado, de unacierta “aura”.
Algunas notas históricas
La expresión "industria cultural" fue empleada por primera vez por los teóricos de la
Escuela de Frankfurt, que intentaba recoger así el cambio radical que se estaba
produciendo tanto en la forma de producción como en el lugar social ocupado por la
cultura. Theodor Adorno y Max Horkheimer, en el libro Dialéctica de la ilustración,
entre otros, profundizan sobre la cultura y los procesos industriales.
Lo que en esos años de mediados del s.XX se hacía evidente para la Escuela no era
tanto la mercantilización de la cultura o la aplicación de procedimientos industriales a la
producción cultural (procesos ya iniciados mucho antes), sino dos factores que habrían
de resultar decisivos en la conformación del citado cambio: la expansión del mercado
cultural que, progresivamente, iba dando lugar a una forma especial de cultura, la
llamada cultura de masas, y la aplicación de los principios de organización del trabajo a
la producción cultural.
"El mundo de los negocios observó la tendencia y aprovechó la oportunidad. Se
realizaron megafusiones y se movilizó capital a lo largo del mundo para tomar posición
en la industria de los medios, una industria que podía unir el poder en las esferas
económica, cultural y política", como apuntó Manuel Castells.
Reflexiones sobre la Industria Cultural
Consecuencia más importante del proceso de mercantilización de la cultura es la fusión
de cultura y entretenimiento. Se busca escapar al aburrimiento con nuevas experiencias,
buscando lo fácil y superficial, sin esfuerzo. Así, más que diversión se da una
reproducción y confirmación de las formas de vida dominantes, existiendo una función
social en la diversión comercializada. La paradoja que representa el tiempo libre regido
por la industria cultural es que reproduce los esquemas del mundo laboral. En la
diversión ofrecida por la industria de la cultura se tiende a borrar exigencias o
pretensiones inesperadas dirigidas a un pensamiento independiente propio de sujetos
autónomos, haciendo que los consumidores sean pasivos y, sobre todo, consumidores,
propiciando reproducir modelos de asociación recurrentes y estereotipos repetitivos e
impidiendo la oposición crítica como forma de consumo cultural. Por otra parte, la
industria cultural cuenta con una oferta gigantesca y propicia la idea de que casi no se
pueda dar un paso fuera del ámbito del trabajo sin topar con alguna manifestación
perteneciente a la industria de la cultura. Por esto, se llega a “decretar una risa que se
convierte muy frecuentemente en un instrumento para estafar la felicidad”, en palabras
de José A. Zamora. Además, con la cultura producida como mercancía se da la facilidad
de venta. Muchos de los centros culturales que existen se asemejan más a centros
comerciales, donde la gente va a pasar el día y a consumir cultura o más bien productos
culturales banales, “Estamos creando una sociedad a quien cuesta leer y escribir,
mientras que tiene una capacidad excepcional para retener imágenes de televisión”,
como afirma Javier Celaya (http://www.dosdoce.com). Se da por sentada la incapacidad
de comprensión del público, eliminando de los productos culturales lo que éstos tienen
de desafío y provocación. Pensar y actuar tal como todos hacen dentro del propio
ambiente, sugiere la impresión de ser parte de un todo más poderoso.
A pesar de que la producción cultural está dominada por el principio de estandarización,
los productos de la industria cultural se intentan presentar como lo contrario. Son
reproducidos en cada momento aquellos esquemas de percepción y de comportamiento
guiados por clichés, que necesitan las personas para sobrevivir en una vida
monopolizada. Lo que le sucede a la cultura bajo el imperativo del principio de
intercambio capitalista, la denigración de su valor de uso a medio de entretenimiento y
distracción, tiene por tanto un carácter ejemplar para el conjunto de la sociedad,
conformando una tendencia al conformismo, a la trivialización y a la estandarización, a
favor de la liquidación del individuo. Hace unas décadas, la cultura era una exquisitez
apreciada por unos pocos privilegiados, mientras que hoy en día constituye una de las
principales industrias de la economía mundial.
Este proceso de democratización de la cultura sería deseable si se mantuvieran unos
niveles de calidad y de diversidad cultural que no siempre se dan, como se ha señalado
anteriormente. No obstante las discusiones teóricas que se han realizado alrededor del
concepto, la industria cultural definida por José Joaquín Brunner se resumiría en “el
modo de producción moderno de bienes simbólicos cuyos productos alcanzan primero
una difusión masiva en la sociedad”, una definición acertada aunque un tanto amable.
La Industria cultural
Durante su desarrollo histórico, la actividad cultural (tanto para los espectadores como los
actores) devino en una actividad continuada que se consolidó como esfera propia separada de
la del trabajo. Pero, al igual que le sucedió a ésta, la cultura comenzó a revestir cada vez más
las formas del mercado y la producción industrial, pasando de actores-espectadores a
productores-consumidores. Esta lógica de mercado y su dinámica es, en la generalidad de los
casos, la que establece esa oferta objetiva. Todo objeto cultural es concebido como un
producto, por lo que tiene un valor monetario además de un valor estético o moral, y es en
función de aquel, que el mercado selecciona la oferta objetiva de productos culturales, así
como también la posibilidad de producirlos.
Desde una perspectiva que parte el homo oeconomicus racional, esa oferta se encuentra en
relación con la demanda, con lo cual la decisión del consumidor la que influye de igual manera
en la constitución de la oferta de productos culturales. Sin embargo, quedó establecido que
partir de la decisión individual no daba cuenta de las regularidades observadas por las que se
caracteriza. Esos motivos y deseos sufren influencias que van más allá del individuo. De hecho,
puede decirse, al modo de la Ley de Say/Mill que toda oferta genera su propia demanda. Lo
que da cuenta de esto es el concepto de Industria Cultural desarrollado por Theodore Adorno y
Max Horkheimer en su ensayo "La industria cultural".
Ambos recurren a una analogía con la filosofía gnoseológica de Kant para dar cuenta de la
"armonía" vigente entre oferta y demanda, sin recurrir al modelo de equilibrio de la economía
clásica. De acuerdo a Kant, en el humano existen 12 categorías (como la noción de
http://www.dosdoce.com
tiempo-espacio) que son inmanentes y emanan de la Razón en cuanto yo transcendental
supraindividual., que permiten subsumir la pluralidad de eventos empíricos en la unidad del
concepto, ando así lugar a lo que él denomina Entendimiento. De esta manera se presenta, en
lo que Adorno y Horkheimer denominan en "Dialéctica de la ilustración" "esquematismo" del
pensamiento de Kant, una concordancia entre lo universal y lo particular, entre el concepto y el
caso singular. En el mismo exurcus ("Juliette, o ilustración y moral") de ese ensayo,
ejemplifican este esquematismo con la producción de películas en Estados Unidos: " Los
sentidos están ya determinados por el aparato conceptual aún antes de que tenga lugar la
percepción; el burgués ve de antemano el mundo como el material con el que se lo construye.
Kant ha anticipado intuitivamente lo que sólo Hollywood ha llevado a cabo concientemente: las
imágenes son censuradas previamente, ya en su misma producción, según los modelos del
entendimiento conforme al cual han de ser contempladas después. La percepción mediante la
cual el juicio público se ve confirmado estaba ya preparada por éste aún antes de que se
produjera" . De esta manera es la Industria cultural la que condiciona la demanda al alterar con
antelación la percepción del público.
El aparato técnico-mercantil de la industria cultural se sostiene en las necesidades de millones
de consumidores y su satisfacción a través de bienes estándares. El contraste técnico entrepocos centros de producción y una dispersa recepción condicionaría la organización y la
planificación por parte de unos pocos. Si bien esos estándares habrían surgido un comienzo de
las necesidades de los consumidores, la recolección de los datos para su construcción se basó
en una constitución cuantitativa del público mediante su reducción a material estadístico. "Cada
uno debe comportarse, por así decirlo, espontáneamente de acuerdo a su “nivel”, que le ha
sido asignado previamente sobre la base de índices estadísticos, y echar mano de la categoría
de productos de masa que ha sido fabricada para su tipo" . Este círculo de manipulación y de
necesidad es el que refuerza la unidad del sistema que se afianza más cada vez ya que su
fuerza reside en su unidad con la necesidad por él producida. Adorno y Horkheimer sostienen
que esta constitución del público, que en teoría y de hecho favorece al sistema de la industria
cultural, es una parte del sistema, no su disculpa, y la apelación a los deseos espontáneos del
público no es más que un fútil pretexto. Concluyen que "más cercana a la realidad es la
explicación mediante el propio peso del aparato técnico y personal, que, por cierto, debe ser
considerado en cada uno de sus detalles como parte del mecanismo económico de selección.
El funcionamiento de los grandes estudios, como también la cualidad del material humano
altamente pagado que los habita, es un producto del monopolio al que se acomodan."
De esta manera se atestigua el funcionamiento de cierto "esquematismo" dentro de la industria
cultural, que se expresa en la paulatina desaparición de las diferencias entre los productos
culturales que en el caso del cine se reducen a diferencias "de número de estrellas, de riqueza
en el despliegue de medios técnicos, de mano de obra y decoración, ya diferencias en el
empleo de nuevas fórmulas psicológicas."
En este análisis el papel de la originalidad y libertad individual queda cada vez más reducido.
En virtud del "esquematismo" de la industria cultural "los individuos no son en efecto tales, sino
simples puntos de cruce de las tendencias del universal" . Es por esto que la reabsorción a la
universalidad, es decir la armonía de actividad cultural individual con la de la industria cultural,
se da de manera pacífica al disfrazar la aceptación e interiorización como la realización de los
deseos y motivos individuales.
Es central en este punto el papel que cumple la "diversión" como orientador de la actividad
cultural. Sobre este punto coinciden Adorno y Horkheimer ("la industria cultural es la industria
de la diversión") con Tom Cruise en su discurso al recibir su homenaje generacional en los
premios MTV al cine. De este modo la industria cultural enmascara su condicionamiento sobre
los individuos y sus deseos, bajo la aparente imposibilidad de generar técnicamente un efecto
tan personal como la diversión.
"Su poder [el de la industria cultural] sobre los consumidores está mediatizado por la diversión,
que al fin es disuelto y anulado no por un mero dictado, sino mediante la hostilidad inherente al
principio mismo de la diversión. Dado que la incorporación de todas las tendencias de la
industria cultural en la carne y la sangre del público se realiza a través del entero proceso
social, la supervivencia del mercado en este sector actúa promoviendo ulteriormente dichas
tendencias. La demanda no ha sido sustituida aún por la simple obediencia".
Si bien a priori, parecería imposible desarrollar un método para predecir que elementos
lograrán satisfacer esa finalidad, de hecho existe un planeamiento tan exhaustivo como efectivo
sobre este punto, que a su vez se basa sobre la constitución cuantitativa del público. "Incluso
los gags, los efectos y los chistes están calculados como armazón donde se insertan. Son
administrados por expertos especiales y su escasa variedad se deja distribuir, en lo esencial,
en el despacho".
Lo que permite ver que el fenómeno de la diversión es específico de la actividad cultural en su
forma industrial es que no siempre existió en otras épocas. El teatro griego, tanto en la tragedia
como en la comedia, era un actividad orientada, para los actores como los espectadores, por
algo diferente a lo que hoy se conoce como diversión. Este vínculo, para Adorno y Horkheimer,
se explica a partir de la fuerte relación entre la diversión y la forma actual en la que se presenta
el trabajo humano en este presente histórico. Esta relación se plantea en este punto ya que
puede mostrarse útil a la hora de abordar la idea de diversión en los propios sujetos. Este
trabajo, se percibe como una actividad humana enajenada, descrita por Marx en los
"Manuscritos económico-filosóficos de 1844":
"Primeramente en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en
que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino
desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y
arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo
fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo
no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una
necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo."
Adorno y Horkheimer al hablar del trabajo en las modernas sociedades industriales se
encuentra presente en todo momento esta idea de enajenación de la actividad humana. Y es
por estar en consonancia con esta característica esencial que el fenómeno de la "diversión
sobra tal supremacía.
"... la fuerza de la industria cultural reside en su unidad con la necesidad producida por ella y no
en la simple oposición a dicha necesidad, aún cuando esta oposición fuera la de omnipotencia
e impotencia. La diversión es la prolongación del trabajo bajo el capital tardío. Es buscada por
quien quiere sustraerse al proceso de trabajo mecanizado para poder estar de nuevo a su
altura, en condiciones de afrontarlo. (...) Del proceso de trabajo en la fábrica y en la oficina sólo
es posible escapar adaptándose a él en el ocio. De este vicio adolece, incurablemente, toda
diversión. El placer se petrifica en aburrimiento, pues para seguir siendo tal no debe costar
esfuerzos y debe por tanto moverse estrictamente en los raíles de las asociaciones habituales.
El espectador no debe necesitar de ningún pensamiento propio (...) Toda conexión lógica que
requiera esfuerzo intelectual es cuidadosamente evitada" .
En conclusión, en la industria cultural se hace manifiesto el esquematismo kantiano y su
influencia en la formación de las personalidades individuales mediada por la "diversión" da
cuenta, en cierta medida, de esas regularidades que se pretenden estudiar aquí. Dos citas
expresan de manera muy sucinta este punto.
"Durante el tiempo libre el trabajador debe orientarse según la unidad de producción. La tarea
que el esquematismo kantiano esperaba aún de los sujetos, a saber, la de referir por anticipado
la multiplicidad sensible a los conceptos fundamentales, le es quitada al sujeto por la industria.
En el alma, según Kant, debía actuar un mecanismo secreto que prepara ya los datos
inmediatos de tal modo que puedan adaptarse al sistema de la razón pura. Hoy, el enigma ha
sido descifrado. Incluso si la planificación del mecanismo por parte de aquellos que preparan
los datos, por la industria cultural, es impuesta a ésta por el peso de la sociedad –a pesar de
toda racionalización- irracional, esta tendencia fatal es transformada, a su paso por las
agencias del negocio industrial, en la astuta intencionalidad de éste. Para el consumidor no hay
nada por clasificar que no haya sido anticipado en el esquematismo de la producción".
"La violencia de la sociedad industrial actúa en los hombres de una vez por todas. Los
productos de la industria cultural pueden contar con ser consumidos alegremente incluso en un
estado de dispersión. Pero cada uno de ellos es un modelode la gigantesca maquinaria
económica que mantiene a todos desde el principio en vilo: en el trabajo y en el descanso que
se le asemeja. De cada película sonora, de cada emisión de radio, se puede deducir aquello
que no podría atribuirse como efecto a ninguno de ellos tomado aisladamente, sino al conjunto
de todos ellos en la sociedad. Inevitablemente, cada manifestación particular de la industria
cultural hace de los hombres aquello en lo que dicha industria en su totalidad los ha convertido
ya".
Finalmente, cabe destacar la trascendencia que tiene el estudio de algo que aparenta ser tanto
teórica como prácticamente fútil. Las visiones del mundo de acuerdo a Max Weber son las que
orientan las acciones de los individuos y por ende su estudio es esencial. Desde ya que esto no
pretende subvertir los principios sobre los que se construye la opresión de la sociedad. Una
óptica atenta al concepto de ideología en Marx, se percata que al cambiar las imágenes del
mundo no se cambia el mundo mismo. Pero al entender que es la actividad continuada de
individuos a través de su acción la que resulta ser la producción y, quizás más importante,
reproducción del mundo, es fundamental conocer el génesis y supervivencia de visiones que
orientan esas (nuestras) acciones. La industria cultural introduce en la conciencia del publico
maneras de ver, pensar hacer y sentir la realidad que ponen a la población en una situación de
permeabilidad ante la manipulación del aparato de poder y presión, en un contexto laboral
caracterizado por la explotación y la alineación.
Esto es lo que Adorno y Horkheimer observan en la industria cultural:
"La diversión misma se alinea entre los ideales, ocupa el lugar de los valores más elevados,
que ella misma expulsa definitivamente de la cabeza de las masas repitiéndolos de formas aún
más estereotipada que las frases publicitarias costeadas por instancias privadas. La
interioridad, la forma subjetivamente limitada de la verdad, estuvo siempre sometida, más de lo
que ella imaginaba, a los señores externos. La industria cultural termina por reducirla a mentira
patente. Ya sólo se la experimenta como la palabrería que se acepta como añadido agridulce
de los éxitos de ventas religiosos, en las películas psicológicas y en los women serials, para
poder dominar con mayor seguridad los propios impulsos humanos en la vida real. En este
sentido, la diversión realiza la purificación de los afectos que Aristóteles atribuía ya a la tragedia
y Mortimer Adler asigna de verdad al cine. Al igual que sobre el estilo, la industria cultural
descubre la verdad sobre la catarsis" .
También Herbert Marcuse, en "El hombre unidimensional" le asignaba un papel fundamental a
la cultura como ámbito donde podría surgir y desarrollarse un pensamiento negativo que
permitiese subvertir los principios no materiales de las condiciones de vida vigentes y por
elevación poner en jaque esas condiciones mismas. En especial al establecer frente a las
sociedades totalitarias (en sus versiones dictatoriales o democráticas) cursos de acción
basados en visiones del mundo alternativas .
"Cuanto más sólidas se vuelven las posiciones de la industria cultural, tanto más brutal y
sumariamente puede permitirse proceder con las necesidades de los consumidores,
producirlas, dirigirlas, disciplinarlas, suprimir incluso la diversión: para el proceso cultural no
existe aquí límite alguno. (...) Pero la afinidad originaria entre el negocio y la diversión aparece
en el significado mismo de esta última: en la apología de la sociedad. Divertirse significa estar
de acuerdo. (...) Divertirse significa siempre que no hay que pensar, que hay que olvidar el
dolor, incluso allí donde se muestra. La impotencia está en su base. Es, en verdad, la huída,
pero no, como se afirma, huida de la mala realidad, sino del último pensamiento de resistencia
que esa realidad haya podido dejar aun. La liberación que promete la diversión es la liberación
del pensamiento en cuanto negación" .
Lo que esta en juego es la posibilidad que tiene el león de fundar esa nueva voluntad en el NO
originario, pero no solo frente al "Tu debes" sino también frente al "Yo quiero".

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