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Criterio jurídico garantista
Año 2 - No. 2 - Enero-Junio de 2010
Pensamiento independentista latinoamericano, 
derechos humanos y justicia social
PABLO GUADARRAMA GONZÁLEZ*
* Académico titular de la Academia de Ciencias de Cuba. Doctor en Ciencias (Cuba) y Doctor en Filosofía (Leipzig). Profesor titular 
de la Cátedra de Pensamiento Latinoamericano de la Universidad Central de Las Villas, Santa Clara, Cuba.
RESUMEN 
La lucha por su independencia de las colonias americanas en ge-
neral, es decir, en ambos hemisferios y también en la región de El 
Caribe debe ser apreciada en su real magnitud como un capítulo 
de la lucha a escala universal por los derechos humanos, la justicia 
social y la construcción de la modernidad.
Un elemento propulsor de esa lucha fueron innumerables subleva-
ciones de indígenas, esclavos, campesinos, etc., que se produjeron 
en toda América antes del proceso independentista, cuyas expre-
siones superiores fueron Bolívar, San Martín, O’Higgins, Artigas, 
Hidalgo, Morelos, Martí, etc., acompañados por miles de criollos, 
mestizos, negros, indios, en la lucha no solo por la independencia 
política, sino también por sus derechos y por la justicia social.
Los procesos independentistas de América Latina se vieron obli-
gados a afrontar en las nuevas circunstancias históricas algunos 
requerimientos y demandas de derechos y justicia social que no 
eran tan evidentes y necesarias al inicio del mismo. 
En los momentos actuales, después de dos siglos de relativa inde-
pendencia política, pero no tan segura independencia económica, 
es necesario estudiar y revitalizar los elementos más valiosos del 
pensamiento independentista que se planteó junto a las reivindi-
caciones de justicia social y defensa de los derechos humanos la 
necesidad imperiosa de la integración latinoamericana. 
PALABRAS CLAVES: pensamiento independentista latinoameri-
cano, democracia, derechos humanos, justicia social.
Fecha de recepción febrero 17 de 2010
Fecha de aprobación: maYO 24 de 2010
ABSTRACT: 
The struggle for independence of the colonies in general, i.e. both 
hemispheres and also in the Caribbean region must be appreciated 
in its real magnitude as a chapter in the fight to universally human 
rights, social justice and the construction of modernity. A prope-
llant element of this fight were numerous uprisings of indigenous, 
slaves, peasants, etc., that occurred throughout the Americas be-
fore the independence process, whose superior expressions were 
Bolívar, San Martín, O’Higgins, Artigas, Hidalgo, Morelos, Martí, 
accompanied by thousands of Creoles, mestizos and blacks, Indian, 
etc. in the fight not only for political independence, but also for 
their rights and social justice. Independence processes in Latin 
America were forced to face in the new historical circumstances 
some requirements and demands of rights and social justice were 
not so obvious and necessary at the beginning of the same.
In the current, moments after two centuries of relative political 
independence, but not so secure economic independence, necessary 
study and revitalize the most valuable elements of independence 
thought raised to the claims of social justice and defence of human 
rights imperative for the Latin American integration.
KEY WORDS: Latin American independence thought, democracy, 
human rights, social justice.
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Pensamiento independentista latinoamericano
1. BOHÓRQUEZ, C. “Miranda y el bicentenario de las independencias” en Las independencias de América Latina. Génesis, proceso y significación 
actual. Caracas: Ministerio del Poder Popular para la Cultura. 2009, pág. 12.
2. Véase: GUADARRAMA, P. “La malograda modernidad latinoamericana” en Exégesis. Año 7 # 20. Puerto Rico, 1994, págs. 13-18. Repro-
ducido en GUADARRAMA, P. América Latina, marxismo y postmodernidad. Bogotá: Universidad INCCA de Colombia, 1994; GUADARRAMA, 
P. Humanismo, marxismo y postmodernidad. La Habana: Editorial Ciencias Sociales. 1998.
3. MEJÍA QUINTANA, O. “Alienación, derecho y democracia deliberativa. Contexto y potencialidades emancipatorias de la cultura política” 
en Problemas de la filosofía del derecho, la política y la argumentación jurídica. Ángel, J. Duarte, R. y Elías, P. Coordinadores. Bogotá: 
Universidad Libre. 2009, pág. 54. 
El proceso de lucha por su independencia de las colonias americanas en general, es decir, 
en ambos hemisferios y también en la región de 
El Caribe debe ser apreciado en su real magnitud 
como un capítulo de la lucha a escala universal por 
los derechos humanos, la justicia social y la cons-
trucción de la modernidad, independientemente 
del hecho que la mayoría de los países liberados 
de sus respectivos yugos coloniales participasen 
en ese festín solo recogiendo migajas en el patio, 
como sugiriese Octavio Paz. 
Es evidente que Estados Unidos de América y Ca-
nadá lograron de un modo diferente involucrarse 
de una manera más efectiva y beneficiosa al proceso 
promotor de dicha festividad. Algo distinta, pero no 
menos meritoria, fue la participación de los pueblos 
latinoamericanos en esa labor pues, 
si entendemos la emancipación como un proceso de 
realización en libertad de la condición humana en 
Nuestra América, vale entonces indagar sobre los 
avances que en ese sentido representaron hombres, 
mujeres y movimientos libertarios que a lo largo y 
ancho del continente fueron construyendo en con-
junto la posibilidad de un mundo diferente.1
Aun cuando la modernidad en América Latina, 
más que pospuesta o retardada, resultó, a nuestro 
juicio malograda,2 no cabe la menor duda de que 
aun así, junto al logro de la independencia en la 
mayoría de los países del área, se alcanzaron avan-
ces significativos en el proceso de humanización 
del hombre latinoamericano, por cuanto el tema de 
la conquista de sus derechos y de su dignificación 
no fue simplemente una cuestión de eruditos in-
telectuales o de abogados, sino de revolucionarios 
que necesariamente tenían que operar en el campo 
de la política antes que en el del derecho, pues “no 
hay emancipación mientras no se enfrente y supere 
la alienación, lo que en últimas remite al campo y 
la acción política más que jurídica”3. 
Son múltiples los espacios políticos, académicos y culturales en que 
el búho de Minerva, luego de contribuir al esclarecimiento conceptual 
de la noche de ignorancia y explotación de los sectores marginados 
del pueblo latinoamericano, le facilita el paso a nuevas aves cantoras 
de la mañana que con alegría anuncian sociedades más justas 
y dignificantes del hombre de estas tierras. 
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Criterio jurídico garantista
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No es correcto ignorar, como elemento propulsor 
de los derechos humanos y la justicia social a es-
cala universal, el papel de innumerables subleva-
ciones de indígenas, esclavos, campesinos, etc., que 
se produjeron en toda América antes del proceso 
independentista, como las sublevaciones de Tupac 
Amaru, Tupac Katari, Wilka, en el Alto Perú, 
los comuneros liderados por Galán en la Nueva 
Granada, las insurrecciones en la Sierra Madre 
Oriental en México, así como la permanente y an-
cestral lucha de mapuches, pijaos y otros pueblos 
originarios que no se sometieron al conquistador 
o se enfrentaron con las armas a su poder. 
Del mismo modo fueron expresiones de tales 
luchas por la justicia social próceres de la inde-
pendencia como Miranda, Bolívar, San Martín, 
O’Higgins, Artigas, Hidalgo, Morelos, Martí, 
entre otros, acompañados por miles de criollos, 
mestizos, negros, indios, en la lucha no solo por 
la independencia política sino también por sus 
derechos y por la justicia social. 
Está claro que la problemática de los derechos 
humanos como una necesidad de la construcción 
social moderna surge de los cambios revoluciona-
rios que le dan impulso definitivo a un nuevo modo 
de organizar y concebir la sociedad4. 
El tema de la justicia social y los derechos huma-
nos se convirtió en uno de los elementosvitales 
de las luchas independentistas y de los cambios 
revolucionarios que se fueron planteando distin-
tos sujetos sociales que coadyuvaron de diferente 
forma a la realización de la vida republicana. 
Llama la atención que algunos “molinos de viento” 
que recientemente cierto discurso postmodernista 
ha combatido junto a la modernidad, han sido las 
ideas de progreso y de sentido lineal de la historia, 
el poderío de la razón, de la ciencia, la técnica, la 
educación, la ilustración, el optimismo histórico 
respecto al perfeccionamiento y democratización 
del mundo, su secularización al dejar la religión 
en la esfera privada separada de la política, el re-
conocimiento del papel de los populares, por citar 
algunos, elementos todos que acompañan a cual-
quier proceso emancipatorio y desalienador del 
hombre. Sin embargo, si no se hubieran realizado 
aunque fuese parcialmente algunas de estas ideas, 
el mundo actual indudablemente tendría mucho 
que lamentar y tal vez ni siquiera hubieran podido 
desplegarse las concepciones posmodernistas. 
El pensamiento ilustrado situó parte de estas 
ideas, especialmente la de progreso y sentido de 
la historia, en planos muy renovadores y distantes 
del tradicional teleologismo, sin embargo es cierto 
que algunas interpretaciones posteriores como 
las de Hegel, el positivismo y hasta unos cuantos 
“marxismos” en ocasiones recurrieron a especie 
de socorridos mesianismos laicos.
 Junto a la idea de progreso emanada de la Ilustra-
ción y que inspiró el pensamiento independentista 
latinoamericano, se intentaron poner en crisis ya 
desde fines del siglo XX según el neoliberalismo 
y el postmodernismo otros conceptos colaterales 
tan significativos como el de humanismo, socialis-
mo, democracia y de derechos humanos5. 
4. ACOSTA, F. Universo de la política. Bogotá: Pedagogía para lo superior. 2004, pág. 168.
5. Véase: GUADARRAMA, P. “Los derechos humanos ante el conflicto modernidad y posmodernidad” en Nova et vetera. Revista de la 
Escuela Superior de Administración Pública. Bogotá: ESAP. I Semestre 2008, págs. 59-73.
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Pensamiento independentista latinoamericano
Tal vez la indiferencia 
política actual de amplios 
sectores populares en al-
gunos países ante los pro-
cesos electorales puede ser 
una muestra de cansancio 
de la modernidad ante su 
propia ineficiencia o de 
lo que Giovanni Sartori 
llama “el agotamiento de 
los ideales”6. 
En los momentos presen-
tes, después de dos siglos 
de relativa independencia 
política, pero no tan segu-
Lo mismo, en cierto modo, 
había sucedido en los lla-
mados países centrales 
europeos en los que el 
completamiento de la mo-
dernidad había inducido 
a agudizar muchos con-
flictos sociales, y a deli-
mitar las cuatro posturas 
ideológicas básicas que 
se derivarían de las dis-
tintas actitudes ante sus 
logros (conservadurismo, 
liberalismo, socialismo y 
anarquismo). 
En los días actuales en que 
el protagonismo de la población 
originaria de estas tierras 
en algunos de los países 
latinoamericanos se levanta, no solo 
ya para protestar, como ha sido hasta 
ahora lo común, sino para dirigir, 
cooperar, sugerir, aconsejar y decidir, 
pareciera que comenzara 
a completarse el empeño 
parcialmente fracasado de justicia 
social emprendido por los próceres 
de la independencia. 
ra independencia económica, es necesario estudiar 
y revitalizar los elementos más valiosos del pen-
samiento independentista que se planteó, junto a 
las reivindicaciones de justicia social y defensa de 
los derechos humanos, la necesidad imperiosa de 
la integración latinoamericana. 
La sociedad capitalista en sus etapas de afianza-
miento y expansión en el orbe necesitaba de múlti-
ples ingredientes no solo económicos, financieros 
y tecnológicos, sino una serie de móviles ideoló-
gicos y culturales que por un lado favoreciera la 
consolidación de una mentalidad de ciudadanos 
libres y, por otro, posibilitara en el plano de la 
sociedad política y la sociedad civil el logro de 
niveles superiores de justicia social y de derechos 
humanos, que superaran las imprescindibles de-
mandas de autonomía o independencia. 
Algunas de esas posturas se expresarían de modo 
sui generis en Latinoamérica antes, durante y des-
pués de las luchas independentistas, indicando que 
los problemas a resolver en esta parte del mundo 
cargaban con el lastre de más de tres siglos no solo 
de injusticia social, sino hasta de aniquilamiento 
físico de los pueblos originarios de estas tierras. 
De tal manera que la lucha por la independencia 
no podía, en modo alguno, limitarse a un simple 
cambio en los protagonismos de las élites políti-
cas de dirección, y de esto se percataron la mayor 
parte de los que impulsaron dicho proyecto. Si 
bien algunos de los participantes en el mismo 
se vieron limitados en sus pretensiones eman-
cipadoras, reduciendo la cuestión de la toma del 
poder político a un problema de ofrecer nuevas 
oportunidades a las oligarquías criollas sin tomar 
en plena consideración que las mayorías de los sec-
6. “En última instancia, puede ser que la razón final de la crisis, sin mencionar la falta de cordura de la democracia liberal, sea que 
estamos mimados, dominados por las “necesidades corporales” y asustados”. SARTORI, G. Teoría de la democracia. 2. Los problemas 
clásicos. Madrid: Alianza Universidad. 1988, pág. 591.
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tores populares, en primer lugar lógicamente los 
esclavos, cogestores decisivos en aquellas guerras 
independentistas estaban imbuidos por alcanzar 
no solo la independencia de la metrópoli colonial 
sino una sociedad más dignificadora de sus res-
pectivos derechos y condiciones de vida. 
Esto puede apreciarse en el caso de Colombia 
desde la última década del siglo XIX, cuando en 
1794 se produce la conspiración criolla en la que 
se involucra a Francisco Antonio Zea y Luis de 
Rieux. Según Javier Ocampo: 
En estos procesos de 1794 se enfrentaron las dos 
tendencias políticas, características de finales del 
siglo XVIII: los tradicionales, partidarios de la 
monarquía, la Iglesia, la tradición cristiana y el 
orden colonial, los modernistas, simpatizantes 
de las nuevas ideas modernas, impulsadas por la 
Ilustración, defensores de los derechos del hombre, 
las libertades, las ideas democráticas y del laicismo 
contra la religiosidad.7 
A lo que habría que añadir la significación de la 
traducción y publicación, por Antonio Nariño, 
de la Declaración de Derechos del hombre y el 
ciudadano que dio lugar a que fuese procesado, 
especialmente, por su defensa del derecho de la 
soberanía popular. 
Los paradogmas (falacias) de libertad, igualdad y 
fraternidad se pondrían en la probeta de ensayos 
para intentar demostrar su eficacia y validez una 
vez lograda la independencia. 
Desde que se iniciaron los intercambios culturales 
entre los pueblos de la antigüedad han existido di-
versos grados y ritmos de universalización cultural, 
pero siempre cuando lo específico ha trascendido 
incrementando los niveles de dominio de los hombres 
sobre sus condiciones de existencia, ha habido cultura 
universal y libertad. Tales procesos se aceleraron con 
el ascenso histórico del capitalismo y han llegado a 
niveles de internacionalización de la vida contempo-
ránea que resultan en ocasiones delirantes.
Pensar que la historia de la entrada de nuestra 
América a los tiempos modernos puede medirse 
temporalmente con el tiempo específico que re-
clama para todo sistema la teoría de la relatividad, 
puede resultar un ejercicio, más que fisicalista, 
pernicioso. 
Es imposible desarticular la modernidad europea 
del proceso expansivo y colonizador sobre estas tie-
rras americanas y otras del orbe, que simplemente 
participaron del show de la modernidad, pero desde 
la calle. Sin poder disfrutar de los deleites del buffet. 
Eso no significa de ningún modo que el aconte-
cimiento no tuviera lugar, sólo sucedió que las 
invitaciones eran tan limitadasque incluso muchos 
inquilinos del centro, varios de los cuales son ahora 
víctimas de la xenofobia, tuvieron que compartir 
con sus vecinos periféricos la nostalgia.
 
América Latina, por otra parte, no puede seguir 
esperando que algún día el show se repita para 
7. OCAMPO LÓPEZ, J. “Independencia y Estado nación” en Historia de las ideas políticas en Colombia. Ocampo, J. F.Editor. Bogotá: Taurus-
Universidad Javeriana. 2008, pág. 43.
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Pensamiento independentista latinoamericano
disfrutarlo en toda su plenitud. Esa posibilidad no 
se ofrecerá jamás. Tampoco parece recomendable 
saltar de lleno hacia la presunta postmodernidad, 
teniendo pendiente tantas deudas con la moder-
nidad. 
Históricamente las potencias coloniales y neoco-
loniales han tratado de debilitar al máximo 
sus zonas de dominio bajo el presupuesto de la 
consigna imperial romana de divide y vencerás. 
Por esa misma razón los pueblos en lucha por su 
independencia y soberanía han visto en la unidad, 
la solidaridad por la justicia social y la integra-
ción política y económica la única posibilidad de 
enfrentarse a tan poderosas fuerzas. 
Un ejemplo elocuente se muestra en el proceso 
independentista latinoamericano el cual hubiera 
sido absolutamente imposible si se hubiese des-
plegado de manera aislada y sin el apoyo solidario 
de unos pueblos con los otros, tal y como se llevó 
a cabo. 
Los próceres de la independencia latinoamericana, 
forjados en el espíritu de la Ilustración y la pujante 
modernidad, estuvieron muy conscientes de que 
solo de una forma cohesionada y solidaria en la 
lucha no solo por la independencia política sino 
también por la justicia social era realizable aquella 
empresa. De la misma forma que en la actualidad 
los que se enfrentan a las nuevas potencias hege-
mónicas saben que sin integración resultará muy 
difícil y postergada la lucha por la dignificación 
de los pueblos latinoamericanos. 
 
Del mismo modo que sin la integración de las 
fuerzas revolucionarias que protagonizaron las 
luchas por la independencia, sin tomar en consi-
deración fronteras artificiales levantadas por los 
conquistadores y colonizadores para administrar 
mejor su poder no era posible la lucha, en la ac-
tualidad las nuevas fuerzas emancipadoras frente 
a los monopolios transnacionales propiciados por 
las políticas neoliberales en tiempos de globali-
zación están obligadas a propiciar la integración 
latinoamericana en todos los planos posibles y a 
su fundamentación ideológica para lograr algún 
éxito. 
 
Es sabido que la historia no se mueve por ideas, 
pero también sin ideas no se construye ni remodela 
la historia. De ahí que la intelectualidad latinoa-
mericana tiene la misión de revitalizar los ideales 
integracionistas desarrollados por generaciones 
anteriores y a la vez gestar nuevas ideas-fuerza 
que contribuyan a servir de móvil paradigmático 
a las nuevas acciones sociales liberadoras. 
 
El pensamiento latinoamericano de la integración 
fecundó en el último período de la época colonial 
como condición ideológica necesaria de fermen-
tación de las ideas independentistas y de justicia 
social. Este pensamiento integracionista de los 
pueblos de esta región tenía antecedentes ante-
riores pero en verdad logró su mayor madurez a 
principios del XIX.
No cabe la menor duda de que la Ilustración lati-
noamericana desempeñó el papel de cimentadora 
de las transformaciones ideológicas y políticas que 
se exigían para resolver el proceso independen-
tista, de reivindicación de los derechos humanos, 
justicia social e integrador de nuestros pueblos. 
Esto no es nada extraño, pues la Ilustración se 
caracterizó precisamente por ser un movimiento 
filosófico de marcada raigambre política y social. 
Ya se había apreciado en Francia y en otros países 
tanto de América Latina como del Asia, regiones 
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en las cuales la Ilustración fructificó y no debe 
ser apreciada como mera extensión mimética del 
pensamiento europeo del mismo modo que no se 
puede considerar que las ideas democráticas y so-
bre derechos humanos son conquistas exclusivas 
de la cultura occidental8. 
Es cierto que fue en Europa donde primero se 
manifestaron las exigencias transformadoras 
reclamadas por el expansivo capitalismo, pero 
en la medida en que sus redes fueron alcanzando 
otras regiones del orbe que se incorporaban a 
sus dominantes relaciones, las ideas ilustradas 
se hacían más necesarias, no como un simple 
proceso exógeno desde las potencias centrales 
hacia los países periféricos sino como una nece-
sidad del propio desarrollo endógeno de estos 
últimos.
En todas partes pensadores de esta época fueron 
inquisidores del status quo existente, especialmente 
en cuanto a las crecientes desigualdades sociales. 
Se cuestionaron la validez del sistema político 
monárquico absolutista en la mayoría de los ca-
sos, o monárquico constitucional, o un poco más 
liberal en otros, pero en definitiva monárquicos. 
Era la expresión política de aquel sistema autár-
quico feudal que limitaba las pujantes relaciones 
burguesas de producción y distribución, que exigía 
la apertura a un mercado mundial más abierto y 
en el que las relaciones esclavistas aun cuando en 
un primer momento ensamblaban con el capita-
lismo expansivo, paulatinamente comenzaban a 
obstaculizarlas considerablemente.
8. Véase GUADARRAMA, P. “Democracia y derechos humanos: ¿”Conquistas” exclusivas de la cultura occidental? “ en Nova et Vetera. 
Bogotá: Escuela Superior de Administración Pública. II Semestre 2009, págs. 79-96. 
La preocupación de los ilustrados latinoamerica-
nos por revitalizar los estudios sobre los valores 
de las culturas precolombinas, como es el caso de 
Francisco Javier Clavijero con la azteca, es otra 
muestra de que no sólo constituían el preámbulo 
de un nuevo sujeto histórico de la cultura y la 
vida políticosocial latinoamericana, sino que se 
enorgullecían por lo general de autoconstituirse 
en objeto de la búsqueda científica y de la reflexión 
antropológica del nuevo Siglo de las Luces. 
En América se fue creando una base de discusión 
teórica sobre lo que demandaban las relaciones 
burguesas para su despliegue omnilateral: 1) un 
desarrollo científicotécnico acelerado, 2) el fomen-
to de la industria y de la capacidad creativa de las 
nuevas generaciones, 3) el enfrentamiento a una 
mera postura reproductiva y consumidora, 4) pero 
especialmente se reclamaría también conquistas 
políticas y jurídicas de ciudadanía, democracia, 
libertad, igualdad –al menos en el plano jurídico– 
derechos humanos y ante todo posibilidades para 
el logro de una mayor equidad y justicia social. 
 
En definitiva los ilustrados latinoamericanos, 
como Eugenio de Santa Cruz y Espejo en Ecuador, 
Francisco José de Caldas en la Nueva Granada, y 
Félix Varela y José de la Luz y Caballero en Cuba, 
contribuyeron a la fermentación ideológica desa-
lienadora que propiciaría a inicios del siglo XIX la 
emancipación política, como premisa indispensa-
ble para alcanzar niveles superiores de realización 
de un humanismo solidario y de integración de 
las culturas en estas tierras.
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Pensamiento independentista latinoamericano
Los ilustrados latinoamericanos, como Andrés 
Bello y Simón Rodríguez en Venezuela, o José 
Celestino Mutis y Antonio Nariño en la Nueva 
Granada, consideraban la educación como la vía 
fundamental para elevar a planos superiores el 
desarrollo económico en primer lugar, pero sobre 
todo las distintas esferas de la sociedad civil y de 
la política que permitieran una mejor participación 
del hombre en la elección de un destino común 
para los pueblos de la región, que concebían, 
necesariamente, debían integrarse en una sola 
comunidad política y económica. 
El siglo XVIII había sido para los latinoameri-
canos el del despertar de cierta autoconciencia 
de identidad y culto al conocimiento. El saber 
se convirtió en una fuerza propulsora de aquella 
sociedad aun cuandose limitase a la esfera de las 
reformas civiles y políticas, en tanto que este no 
siempre pudiese traducirse en empresas técnicas 
o económicas de envergadura como en aquellos 
momentos se estaba llevando a cabo en Europa 
con la Revolución Industrial. 
La Ilustración sirvió para que la intelectualidad de 
estas tierras tuviese mejores condiciones para inci-
dir de alguna forma en la actitud de los gobiernos 
de los distintos virreinatos y lograr un rango de 
apertura en muchos órdenes de la vida social, que 
se incrementaría paulatinamente sin posibilidad 
de retorno al dogmatismo y enclaustramiento de 
los tiempos anteriores.
Una característica del pensamiento ilustrado 
latinoamericano consistió en que se manifiesta, 
principalmente al inicio, entre sacerdotes que cul-
tivaban la filosofía. No a través de filósofos laicos 
como fundamentalmente predominó en Europa. 
Fueron sacerdotes los que en estas tierras pro-
Los próceres de la independencia 
latinoamericana, forjados en el espíritu 
de la Ilustración y la pujante modernidad, 
estuvieron muy conscientes de que solo 
de una forma cohesionada y solidaria en la 
lucha no solo por la independencia política 
sino también por la justicia social era 
realizable aquella empresa. De la misma 
forma que en la actualidad los que se 
enfrentan a las nuevas potencias 
hegemónicas saben que sin integración 
resultará muy difícil y postergada 
la lucha por la dignificación 
de los pueblos latinoamericanos.
pugnaron ideas sensualistas y experimentalistas, 
sostuvieron tesis de profundo contenido huma-
nista e incluso pusieron en duda determinadas 
prerrogativas de la Iglesia, al proponer avanzadas 
reformas sociales.
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Criterio jurídico garantista
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No cabe la menor duda de que la Ilustración lati-
noamericana desempeñó el papel de cimentadora 
de las transformaciones ideológicas y políticas que 
se exigían para resolver el proceso independentis-
ta. Esto no es nada extraño, pues la Ilustración se 
caracterizó precisamente por ser un movimiento 
filosófico de marcada raigambre política y social9. 
Ya se había apreciado en Francia y en otros países, 
en los cuales la Ilustración no debe ser vista como 
meras extensiones de un fenómeno europeo. 
En definitiva, todos los ilustrados latinoameri-
canos contribuyeron conscientemente o no a la 
fermentación ideológica desalienadora que pro-
piciaría a inicios del siglo XIX la emancipación 
política, como premisa indispensable para alcanzar 
niveles superiores de la realización del humanismo 
y justicia social en estas tierras.
El pensamiento de la integración latinoamericana 
fue fermentado por las ideas ilustradas desde fines 
del siglo XVIII pero ante todo por la necesidad de 
la independencia política y justicia social. Tales 
ideas se articularon a la aspiración de que los pue-
blos latinoamericanos lograran una alta misión en 
la historia universal a diferencia de lo planteado 
por Hegel, sin embargo estas posturas se distan-
ciaban del nacionalismo y en su lugar promovían 
un espíritu de solidaridad con los pueblos en lucha 
por su independencia. 
Para el logro de tales objetivos los ilustrados la-
tinoamericanos apreciaban la educación como la 
vía fundamental para elevar a planos superiores 
el desarrollo económico en primer lugar, pero 
sobre todo las distintas esferas de la sociedad civil 
y de la política que permitieran una mejor parti-
cipación del hombre en la elección de su destino 
y en la lucha por sus derechos fundamentales. 
En ese sentido Antonio Nariño sería uno de esos 
ilustrados que enalteció el papel de la educación10 
como derecho humano inalienable y factor desa-
lienador.
La educación era concebida como el método más 
apropiado para que las recientes generaciones se 
formasen en nuevos valores que dejasen atrás las 
arbitrariedades del medievo aún latentes en Amé-
rica. Las clásicas consignas de libertad, igualdad y 
fraternidad, que resonaron en todos los rincones 
donde el pensamiento de la Ilustración arraigó, 
encontraban en las reformas en la educación una 
de sus principales vías de realización. Cualquier 
elemento enajenante que contribuyese a establecer 
obstáculos entre los hombres era criticado.
9. “La filosofía ilustrada es eminentemente política, un trabajo colectivo de la idea, una práctica social en sentido radical, incluso con 
horarios y lugares fijados, sin preocuparles la paternidad –ni la propiedad– de las ideas. En los salones se produciría dialécticamente 
(en diálogo y oposición); luego, cualquiera retomaba el discurso, lo escenificaba y, en fin, lo editaba, con frecuencia anónimo y retocado 
sin “escrúpulos” por el editor. Nunca ha habido una producción más social de las ideas”. BERMUDO ÁVILA, J. y otros. El pensamiento 
filosófico y político en la Ilustración francesa. Santiago de Compostela: Universidad de Santiago de Compostela.1992, pág. 36.
10. “Se tiene por degenerado al hombre natural; y se aplaude al filósofo virtuoso, porque acercándose a su primitivo estado, se contenta 
con el necesario posible, y desprecia las riquezas, el lujo, la disipación, esas comodidades tan decantadas de la vida social. Es me-
nester confesar que el verdadero estado del hombre no conoce medio, y que si el primitivo y natural ya apenas se conoce, debe por 
la reflexión acercarse cuanto sea posible en medio de la sociedad, lo que en este estado sólo se podrá conseguir con la educación”. 
NARIÑO, A. “Sobre la educación” en La ilustración en Colombia. Bogotá: El Búho. 1996, pág. 118.
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Pensamiento independentista latinoamericano
El siglo XVIII fue para los latinoamericanos el 
del despertar de la conciencia sabia. El saber se 
convirtió en una fuerza propulsora de aquella 
sociedad, aun cuando se limitase a la esfera de 
las reformas civiles y políticas, en tanto que no 
pudiese siempre traducirse en empresas técnicas 
o económicas de envergadura como en aquellos 
momentos se estaba llevando a cabo en Europa, 
con la revolución industrial. 
La Ilustración sirvió para que la intelectualidad de 
estas tierras tuviese mejores condiciones para inci-
dir, de alguna forma, en la actitud de los gobiernos 
de los distintos virreinatos y lograr un rango de 
apertura en muchos órdenes de la vida social. 
Esto obstaculizaría paulatinamente la posibilidad 
de retorno al dogmatismo y enclaustramiento de 
los tiempos anteriores.
Algo a lo que también los ilustrados latinoameri-
canos le prestaron atención en su misión huma-
nista y desalienadora fue al combate contra las 
supersticiones y el oscurantismo reinante en la 
época. En tal dirección, en Argentina, Fernández 
de Agüero, en su condición de sacerdote, jugó un 
papel positivo al someter a crítico juicio estas y 
otras formas de enajenación como las que devie-
nen de los poderes políticos.
 
La Ilustración latinoamericana no se caracterizó 
desde un inicio por su radicalismo sino por su 
reformismo11, pero el propio proceso político 
independentista del cual ella era un preludio ne-
cesario, la impulsó a asumir ideas y proyectos de 
mayor envergadura que desbordaban los límites 
del pensamiento reformista.
 
En el pensamiento ilustrado latinoamericano se 
manifestaron casi todas las corrientes de pensa-
miento filosófico y teológico que proliferaron de 
distinto modo en Europa. Sin embargo, hubo pro-
blemas específicos como el de la condición humana 
y los derechos de los aborígenes de estas tierras 
que fueron retomados y reivindicados por los 
humanistas del XVIII, a raíz de las implicaciones 
ideológicas que tal tipo de discriminación traía 
aparejadas no sólo para aquellos, sino para todos 
los nativos americanos, incluyendo a los criollos.
La escolástica sufrió un serio golpe con el ad-
venimiento del humanismo ilustrado y fue de-
bilitándose paulatinamente a pesar del apoyo 
institucional con que contaba por parte de la 
Iglesia y en especial por su imbricación con las 
necesidades legitimadoras de la dominación de 
las metrópolis.
 
El espíritu renacentista pujanteque impulsaba 
ideas de profundo contenido humanista se hizo 
sentir definitivamente en el siglo XVIII, indi-
cando los grados de autenticidad creciente que 
alcanzaría cada vez más la reflexión filosófica en 
América Latina.
 
El humanismo en el pensamiento latinoamerica-
no durante la época colonial fue incrementando 
sus niveles de radicalización, lo que ha llevado a 
Arturo Andrés Roig a considerar que hubo una 
primera etapa de humanismo paternalista, entre 
11. “La mayor parte del pensamiento ilustrado iberoamericano aparece en sus primeras etapas como eco del europeo y, por la misma 
razón, portador del espíritu reformista e innovador de la versión española”. CHIARAMONTE, J. Pensamiento de la ilustración. Caracas: 
Biblioteca Ayacucho. 1979, pág. XVIII.
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Año 2 - No. 2 - Enero-Junio de 2010
mediados del siglo XVI y primeras décadas del 
XVII, propio de los sacerdotes que no solo pro-
tegieron a los indígenas sino que reconocieron su 
alteridad; un humanismo ambiguo, en la América 
andina, al aparecer un nuevo sujeto histórico que 
comienza a asumir roles protagónicos: la clase 
terrateniente criolla, y un humanismo emergen-
te, ya propio de la Ilustración, que preparaba los 
cambios exigidos12.
Sin este nuevo sujeto histórico era imposible 
construir una nueva cultura en estas tierras, 
y el pensamiento filosófico auténtico no podía 
germinar plenamente si no existían las manos 
adecuadas que lo cultivasen como sucedió a partir 
de ese momento.
Es cierto que no en todas partes de esta América 
el espíritu de la modernidad y sus logros como 
el de la democracia, compartimentación de pode-
res, igualdad, libertad, secularización, tolerancia, 
derechos humanos, etc., encontraron oídos ade-
cuadamente receptivos, pero el reconocimiento 
de la validez universal de tales conquistas de 
la civilización obligó a que hasta los regímenes 
dictatoriales se viesen obligados a utilizar tales 
pieles de cordero. Este hecho, de algún modo u 
otro, tendría una incidencia positiva en el proceso 
de humanización del hombre latinoamericano.
Ya en el pensamiento del precursor de la indepen-
dencia latinoamericana, Francisco de Miranda, se 
aprecia la intención de que la victoria conduzca 
a conquistar condiciones dignas de vida de los 
pueblos originarios de estas tierras cuando se-
ñalaba: 
Ciudadanos, es preciso derribar esta monstruosa 
tiranía: es preciso que los verdaderos acreedores 
entren en sus derechos usurpados: es preciso que 
las riendas de la autoridad pública vuelvan a las 
manos de los habitantes y nativos del país, a quie-
nes una fuerza extranjera se las ha arrebatado13. 
 
Es indudable que en Miranda como en otros 
próceres prevalece el criterio reivindicativo de 
los derechos de todos los sectores populares, en 
especial de los pueblos indígenas así como de los 
negros esclavos y el logro de la igualdad como 
una conquista necesaria incluso para la pobla-
ción humilde mestiza y blanca. Sin embargo, esto 
no significaría que los prejuicios aristocráticos 
arrastrados durante múltiples generaciones hu-
bieran desaparecido de la noche a la mañana en 
él14, aun cuando estuviese consciente del valor 
12. ROIG, A. A. Humanismo en la segunda mitad del siglo XVIII, t. I. Quito: Banco Central de Ecuador.1984, pág. 25. 
13. MIRANDA, F. “Proclama a los pueblos del continente colombiano. Alias Hispano-América” en Ideas en torno de Latinoamérica. Coor-
dinación de Humanidades de la UNAM. México. D.F.: UDUAL. 1986, pág. 352. 
14. “Más profunda todavía fue la experiencia de la igualdad de derechos políticos y sociales para todos los ciudadanos de condición 
libre. Si la segregación racial respecto a los negros y a los indios había sido y continuaba siendo más marcada en los Estados 
Unidos que en las posesiones españolas, la democracia republicana, por el contrario, había elevado a toda la población blanca a las 
mismas condiciones de igualdad independientemente de las diferencias en su nivel social o económico. A Miranda le costó mucho 
aceptar esa igualdad. A pesar de su admiración por los principios democráticos, los prejuicios de clase estaban tan profundamente 
arraigados en su ser, que no llegaba a aceptar que, por ejemplo, su sirviente, igualmente blanco, se sentara a comer a su lado en la 
misma mesa”. BOHÓRQUEZ, C. Francisco de Miranda. Precursor de la independencia de la América Latina. Caracas: Universidad Católica 
Andrés Bello-Universidad del Zulia. 2001, pág. 101-102.
189
Pensamiento independentista latinoamericano
y el significado de alcanzar tales conquistas de 
justicia social. 
Por supuesto que todos estos precursores de la 
unidad americana, como el hondureño José Ce-
cilio Valle quien denominaba a América como su 
patria15, pensaron siempre en los derechos y en 
la integración de aquellos pueblos producto de la 
mezcla de los aborígenes, los negros importados 
por la esclavitud y la colonización hispano lusi-
tana. No consideraban regularmente que dicha 
unidad se diera con los pueblos de Norteamérica. 
Más bien, por el contrario, observaron con recelo 
las políticas expansionistas de los gobiernos de los 
Estados Unidos de América que hasta el nombre 
de americanos acapararon de manera exclusiva 
para su pueblo. 
Por tal motivo comenzaron a surgir denomi-
naciones diferenciadoras de las de los pueblos 
y la cultura de Norteamérica, como las de His-
panoamérica, Iberoamérica, América Latina o 
Latinoamérica durante el siglo XIX, cada una 
con su consecuente connotación ideológica16, así 
como el de Indoamérica de más reciente creación 
en el siglo XX. Tales términos eran expresión de 
búsqueda de elementos comunes de identificación 
cultural, pero también de alternativas políticas y 
económicas de un destino común que facilitara so-
luciones satisfactorias de desarrollo en un mundo 
de nuevas formas de dominación. 
Es notorio que la indagación de elementos de 
identificación cultural entre los pueblos latinoa-
mericanos se incrementó considerablemente luego 
de alcanzada la independencia política, como vía 
de resistencia ideológica a los nuevos poderes im-
periales neocolonizadores provenientes de Europa 
y Estados Unidos. Si por una parte algunos sec-
tores de la aristocracia criolla se dejaban seducir 
por la xenofilia cultural, un grupo destacado de 
intelectuales y políticos de profunda raigambre 
patriótica reivindicaron los valores de la cultura 
y los pueblos latinoamericanos como necesidad de 
consolidar la independencia política. 
Uno de los precursores de esa especie de “Inde-
pendencia cultural de Hispanoamérica” fue, el 
también maestro de Bolívar, el venezolano Andrés 
Bello y por tal motivo ha sido denominado como 
el “libertador intelectual de América”. 
El ideario social bolivariano, inspirado 
en lo mejor del pensamiento ilustrado 
europeo, se planteaba ir más allá de la 
guerra independentista para lograr 
el gobierno más favorecedor posible 
de seguridad, derechos y justicia social. 
“El sistema de gobierno más perfecto 
es aquel que produce la mayor suma 
de felicidad posible, mayor suma de 
seguridad social y mayor suma 
de estabilidad política”
15. OQUELLI, R. Introducción a José del Valle. Antología. Tegucigalpa: Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Editorial Univer-
sitaria. 1981, págs. 28-29. 
16. Véase “¿Pan-latinismo, pan-hispanismo, pan-americanismo, solidaridad?” en BOSCH GARCÍA, C. El descubrimiento y la integración 
iberoamericana. México: UNAM. 1991, págs. 267-276. 
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Año 2 - No. 2 - Enero-Junio de 2010
El americanismo de Bello, como plantea Leopoldo 
Zea17, no solo se manifestó en las descripciones 
del paisaje de estos países sino en la idea de patria 
como fuerza espiritual en la que se funden sen-
timientos de identificación. Su labor educativa e 
intelectual al servicio diplomático de Venezuela, 
Colombia y Chile estimuló la integración de los 
pueblos de esta región, como se manifestó en 1844 
cuando se discutían las bases de una “Confedera-ción de Hispanoamérica”.
En ocasiones las posturas integracionistas de 
numerosos líderes independentistas han quedado 
opacadas al lado de la estatura del Libertador Si-
món Bolívar. Pero resulta injusto desconocerlas ya 
que en ocasiones algunas de ellas tuvieron mucho 
impacto y repercusión en su época, como en el caso 
de Francisco de Miranda, José de San Martín y 
Bernardo O’Higgins. Este último tomó iniciativas 
diplomáticas muy definidas, independientemente 
de que no llegaran a tener mayor repercusión, 
por lograr la integración americana partiendo 
primero de la unión de Chile y Argentina y pos-
teriormente, el 6 de mayo de 1818, expidiendo un 
Manifiesto convocando a un congreso “llamado a 
instituir una gran confederación de los pueblos 
americanos”18. 
 
San Martín aspiraba a la unión del Río de la 
Plata, Chile y Perú19. Bernardo Monteagudo, su 
principal consejero, elaboró y publicó el Ensayo 
sobre la necesidad de una federación general de esta-
dos hispanoamericanos20 y muchos otros, como el 
chileno Juan Egaña en 1825,21 también abogaron 
por la urgencia de lograr la integración latinoa-
mericana. 
Miranda, O’Higgins, San Martín y Bolívar fue-
ron ante todo representantes de la vanguardia 
de aquellos genuinos hombres de su época que 
comprendieron que la lucha por la independencia 
estaba inexorablemente vinculada al logro de la 
integración americana, los derechos humanos y la 
justicia social. Y una época de ilustración reclama-
ba hombres ilustrados e ilustradores, que supieran 
asimilar las ideas más avanzadas del momento, 
pero que no se contentaran con la acomodaticia 
postura de ser iluminados por el pensamiento 
europeo. Hombres que supieran encontrar en 
la circunstancia histórica específica de nuestra 
América, en la cual se desenvolvían, el escenario 
adecuado para enriquecer su visión del mundo.
La tarea emancipadora de los próceres de la inde-
pendencia y en especial de Bolívar no se limitó a 
17. “Andrés Bello, como muchos de sus contemporáneos, en especial sus grandes coterráneos, Miranda, Bolívar, Rodríguez y Sucre, 
se sentía parte del gran continente descubierto por Colón y actuó como tal”. ZEA, L. “El americanismo de Bello” en Andrés Bello. 
Valoración múltiple. Al cuidado de Manuel Gayol Mecías. La Habana: Casa de las Américas. 1989, pág. 726.
18. BARRIOS, M. Historia diplomática de Chile 1541-1938. Barcelona: Ariel. 1970, pág. 82. 
19. GUERRA VILABOY, S. El dilema de la independencia. Las luchas sociales en la emancipación americana. (1790-1826). Bogotá: Universidad 
Central. 2000, pág. 368.
20. FRANK, W. Nacimiento de un mundo. Ensayos. La Habana, 1967, pág. 405. 
21. “Es forzoso repeler la fuerza por la fuerza, es forzoso que la denominada Santa Alianza de los príncipes agresores se oponga la 
sagrada confederación de los pueblos ofendidos”. RAMOS, J. Historia de la Nación Latinoamericana. t. I. A. Peña Lillo, Editor. Buenos 
Aires, 1975, pág. 284. 
191
Pensamiento independentista latinoamericano
derrumbar los poderes políticos que subyugaban 
al hombre latinoamericano, sino también otras 
fuerzas alienantes como la ignorancia, que han 
enajenado al hombre cuando este no posee los 
instrumentos adecuados para liberarse de ellas. 
Su labor no era solo lograr la independencia sino 
consolidar la indispensable integración y justicia 
social de los pueblos latinoamericanos. 
Del mismo modo las ideas de igualdad no necesa-
riamente significaban que estuvieran imbuidas por 
el democratismo o el pensamiento de Rousseau, 
que se hizo presente de algún modo en Bolívar. 
En algunos casos, como se aprecia en San Martín, 
la lucha por la independencia aunque constituiría 
un paso de avance en el proceso emancipador para 
los sectores más afectados en la escala social como 
era el de los esclavos22, esto no implicaba en modo 
alguno eliminar o atenuar las diferencias clasis-
tas sino propiciar que éstas no se convirtieran 
en obstáculo para el mejoramiento de todos los 
sectores sociales a la vez, lo que no los distanciaba 
de múltiples utopías abstractas que germinaron 
en el pensamiento ilustrado. 
Creo –sostenía San Martín- que es necesario que 
las constituciones que se den a los pueblos estén en 
armonía con su grado de instrucción, educación, 
hábito y género de vida, y que no se le deben dar 
las mejores leyes, pero sí las más apropiadas a su 
carácter, manteniendo las barreras que separan las 
diferentes clases de la sociedad, para conservar la 
preponderancia de la clase instruida y que tiene 
que perder.23
Tal preocupación por no afectar la situación de la 
clase económicamente dominante una vez logra-
da la independencia se observa en su Proclama 
de 181824. Este conflicto entre los objetivos que 
se planteaban algunos sectores económicamente 
favorecidos con el logro de la independencia y 
sus posibles consecuencias democratizadoras 
de la riqueza o favorecedoras de tendencias que 
propiciaran una mayor igualdad social fue una 
constante que estuvo latente desde el inicio de 
las guerras de independencia y se mantuvo hasta 
tal punto que favoreció las actitudes incluso anta-
gónicas que se observaron en distintos sectores 
copartícipes en aquellas luchas. 
Algo más radical fue la proyección social de Bolí-
var, que contaba en su formación con la influencia 
de su maestro Simón Rodríguez a quien con razón 
se le considera entre los precursores del socialis-
mo utópico en estas tierras americanas.25 
22. “San Martín emitió toda una serie de disposiciones antifeudales al ocupar la presidencia peruana: suprimió la mita, abolió los tri-
butos y servicios personales sufridos por los campesinos indígenas, extrañó al arzobispo de Lima, reformó el sistema de comercio, 
proclamó la libertad de los vientres, emancipó a todos los esclavos que tomasen las armas a favor de la independencia, suprimió 
los azotes en las escuelas, estableció la libertad de imprenta, prohibió aplicar tormentos en los procesos judiciales, estableció la 
inviolabilidad de domicilio”. PRIETO, Alberto. Próceres latinoamericanos. Editorial Gente Nueva. 1981, pág. 70. 
23. Citado por LIÉVANO AGUIRRE, I. Bolívar. La Habana: Editorial Ciencias Sociales. 2005, pág. 216. 
24. SAN MARTÍN, J. “Proclama a los limeños y habitantes de todo el Perú” en Ideas en torno de Latinoamérica. T. II. Coordinación de 
Humanidades de la UNAM. México. D.F.: UDUAL, 1986, pág. 1263. 
25. “El proyecto socialista de Rodríguez propone una república, habitada por los sujetos antes excluidos, sujetos reproducidos en la 
educación social satisfechos en cuanto a sus necesidades básicas, y por ello capaces de construir una nueva sociedad en tierra ame-
ricana”. CIRIZA, A. “Simón Rodríguez: un socialista utópico americano” en Itinerarios socialistas en América Latina. Estela Fernández 
Nadal (Compiladora). Córdoba: Alción Editora. 2001, pág. 31. 
192
Criterio jurídico garantista
Año 2 - No. 2 - Enero-Junio de 2010
El ideario social bolivariano, inspirado en lo mejor 
del pensamiento ilustrado europeo, se planteaba ir 
más allá de la guerra independentista para lograr 
el gobierno más favorecedor posible de seguridad, 
derechos y justicia social. “El sistema de gobierno 
más perfecto es aquel que produce la mayor suma 
de felicidad posible, mayor suma de seguridad 
social y mayor suma de estabilidad política”26. 
Bolívar sabía muy bien que no bastaba con la inde-
pendencia si no se resolvían los problemas de la li-
bertad de los esclavos y, en general, de la población 
que sobrevivía en condiciones humillantes por lo 
que si no se superaba esa degradante situación a 
la larga se producirían explosiones sociales, ya que 
las revoluciones, como ha planteado Fidel Castro, 
son como los volcanes, no es necesario que nadie 
las encienda, explotan solas cuando se acumulan 
durante un tiempo sus fuerzas generatrices repri-
midas. Por eso el Libertador, en 1826, preocupado 
al respecto le escribía a Páez: “¿Quién contendrá 
a las clases oprimidas? La esclavitud romperá el 
fuego: cada color querrá eldominio.”27
 
Y dado que el problema del derecho a la posesión 
de la tierra, junto al de la esclavitud, era crucial 
para la solución de los problemas principales de 
la población marginada por siglos de explotación, 
su adecuado reparto fue una de las medidas de 
mayor significación para lograr un mayor grado 
de justicia social. Desde 1817 repartió tierras en-
tre los que le habían acompañado en las guerras 
independentistas. En 1824 ordenó en Trujillo y 
en 1825 en el Cuzco después de la batalla de Aya-
cucho, que se les entregara a todos los indígenas 
de cualquier sexo o edad una porción de tierra 
que sería mayor en caso de que fuesen estériles 
y privadas de riego, lo cual evidencia su sentido 
de la equidad. 
Sin embargo, no obstante las buenas intenciones 
tanto de Bolívar como de otros líderes del proceso 
independentista latinoamericano de repartir la 
tierra de manera individual entre los indígenas, 
con el objetivo de incorporarlos lo antes posible 
a las nuevas formas de producción, distribución 
y consumo que el capitalismo por doquier de-
mandaba, estas medidas no tomaban en adecuada 
consideración que las formas tradicionales y an-
cestrales de propiedad y producción de la tierra 
de los pueblos originarios eran colectivas y que 
un cambio acelerado de formas de propiedad po-
día producir, como de hecho produjo, resultados 
contraproducentes pues los terratenientes pudie-
ron desplegar posteriormente un latifundismo 
fagositósico engullendo poco a poco a cada uno 
de aquellos propietarios aislados28. Otra hubiera 
sido su suerte si se hubiese distribuido la tierra 
26. BOLÍVAR, S. “Discurso de Angostura. 15 de febrero de 1819” en Miguel Acosta Saignes. Introducción a Simón Bolívar. México: Edi-
torial Siglo XXI. 1983, pág. 97. 
27. “Carta de Bolívar a Páez, 4 de agosto de 1826” en John Lynch. Las revoluciones hispanoamericanas (1808-1826). Barcelona: Ariel, 
1980, pág. 34. 
28. “Privar a los indígenas de la seguridad modesta de la ayuda mutua dentro de sus comunidades y declararlos propietarios individua-
les significa exponerlos a una explotación más directa con la perspectiva de despojarlos totalmente”. Thiemer-Sachse, U. “Simón 
Bolívar y los indígenas del Nuevo Mundo” en Interpretaciones y ensayos marxistas acerca de Simón Bolívar. Akademie Verlag, Berlin, 
1985, pág. 76.
193
Pensamiento independentista latinoamericano
en forma comunitaria y se hubiesen mantenido las 
formas precapitalistas de producción, al menos de 
manera inmediata. 
Bolívar, según plantea José Consuegra Higgins, 
superó a las concepciones fisiocráticas prevale-
cientes en la mayoría de los economistas coloniales 
pues 
Para Bolívar el desarrollo social dependía del 
trabajo y el saber. Juicio, por cierto, más completo 
que el de los economistas europeos mencionados. 
Porque en verdad, el saber, que supone la instruc-
ción científica, técnica y literaria facilita el rendi-
miento óptimo del esfuerzo humano aplicado a la 
producción de la riqueza29. 
Convencido del poder del saber, por primera vez 
en América instituyó Bolívar la educación obliga-
toria a todos los jóvenes mayores de cuatro años y 
menores de catorce. Una de las tareas principales 
que se propuso una vez lograda la independencia 
fue el fomento de la educación y que ésta llegara a 
los sectores sociales menos favorecidos en la escala 
social, pues estaba convencido de que por esta vía 
podía atenuarse en algo tanta desigualdad social y 
racial a fin de lograr mayores niveles de justicia.
Bolívar no llegó a escribir obras propiamente 
filosóficas, pero en todo su epistolario, en nume-
rosos documentos, proclamas, etc., se aprecian 
innumerables reflexiones de profundo carácter 
filosófico respecto a los más diversos problemas, 
especialmente en cuanto a los derechos humanos 
y la justicia social. En ellas se aprecia tanto su 
concepción particular sobre el lugar de la filosofía 
en el saber humano, como la recepción creadora 
que hay en él de las ideas de la Ilustración y en 
general su ideario profundamente humanista.
 El pensamiento ilustrado, y en especial la filoso-
fía, que lo sustanciaba, sin dudas, constituía para 
Bolívar un insustituible instrumento del cual la 
humanidad ya no podría prescindir jamás en su 
 José María Samper, contrario 
a la colonización española e imbuido 
por las ideas positivistas, atacó 
el desprecio a los indígenas, 
mestizos y criollos que prevalecía 
aun después de la independencia. 
Así como el fanatismo y otros males 
sociales que debían ser erradicados 
por medio de la educación 
y el desarrollo 
de instituciones civiles 
modernas. 
29. CONSUEGRA HIGGINS, J. El pensamiento económico de Simón Bolívar. Barranquilla: Universidad Simón Bolívar, 1982, pág. 23.
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Criterio jurídico garantista
Año 2 - No. 2 - Enero-Junio de 2010
progresiva marcha desalienadora. Esto se aprecia 
claramente en su célebre discurso de Angostura, 
de 1819, en el que sostenía: 
ya todos los seres que piensan han aprendido cuáles 
son los derechos del hombre y cuáles sus deberes; 
en qué consiste la excelencia de los gobiernos y 
en qué consisten sus vicios. Todos saben apreciar 
el valor intrínseco de las teorías especulativas de 
los filósofos y legisladores modernos30. 
De tal modo, como pudo apreciarse anteriormente, a 
la vez que criticaba aquellos sistemas filosóficos, que 
alejados de la realidad en lugar de ayudar a dominarla 
enajenaban mucho más al hombre, sabía otorgar el 
valor necesario a las teorías filosóficas que contri-
buían al enriquecimiento de la condición y la plenitud 
humana, como prevalecía en la Ilustración.
Su confianza en el hombre y su capacidad de autoper-
feccionarse se revela a través de sus criterios sobre 
el papel de los pueblos y sus derechos como gestores 
de sus propios destinos, y en la función de la violen-
cia revolucionaria como partera de la historia. Esto 
queda plasmado cuando sostiene que: “El pueblo que 
ama su independencia, por fin la logra”31.
Con ese propósito sostiene la necesidad de desplegar 
la violencia revolucionaria como expresión superior 
de la actividad humana en el plano social, para ex-
terminar la no menos activa violencia reaccionaria, 
que tiene como fin último doblegar a los pueblos e 
infundirles la falsa creencia de su incapacidad para 
transformar sus circunstancias sociales.
Bolívar le otorga a la subjetividad una fuerza 
extraordinaria, pues sitúa en la exclusiva ac-
tividad humana la esperanza potencial de toda 
liberación. La libertad, a su juicio, no se logra 
ni se mantiene fácilmente y hay que intentar 
alcanzarla siempre, aun cuando no se avizore su 
inmediata obtención. Pues, para él, la libertad es 
consustancial al hombre por naturaleza propia y 
cuando está ausente se debe a que éste permite 
que se le enajene de ella y no emprende su re-
conquista y enriquecimiento. 
Observaréis muchos sistemas de manejar hom-
bres –decía en 1819–, mas todos para oprimirlos; 
y si la costumbre de mirar el género humano 
conducido por pastores de pueblos no disminu-
ye el horror de tan chocante espectáculo, nos 
pasmaríamos al ver nuestra dócil especie pacer 
sobre la superficie del globo como viles rebaños 
destinados a alimentar a sus crueles conducto-
res. La naturaleza a la verdad nos dota al nacer 
del incentivo de la libertad; mas sea pereza, sea 
propensión inherente a la humanidad, lo cierto 
es que ella reposa tranquila aunque ligada con las 
trabas que le imponen32. 
Esto significa que concibe la libertad como un 
producto complejo, elaborado a partir de com-
ponentes naturales y sociales, entre los cuales se 
destacan la sabiduría y la gestión humanas como 
insustituibles intermediarios en su consecución. 
Apoyándose en Rousseau, Bolívar consideraba 
la libertad como “un alimento suculento, pero de 
difícil digestión. Nuestros débiles conciudadanos 
–sostenía– tendrán que enrobustecer su espíritu 
30. ACOSTA SAIGNES, M. Introducción a Simón Bolívar. México: Siglo XXI, 1983, pág. 99.
31. BOLÍVAR, S. Obras completas. LaHabana: Editorial Lex, 1947, T. I: 160.
32. BOLÍVAR, S. “Discurso de Angostura” en Obras completas. La Habana: Editorial Lex. 1947, T. I., pág. 91.
195
Pensamiento independentista latinoamericano
mucho antes que logren digerir el saludable nu-
tritivo de la libertad”33. En correspondencia con 
tales criterios el Libertador estaba convencido 
de que si el pueblo no se preparaba a través de 
la educación y el cultivo del saber en todas sus 
dimensiones, no podría jamás disfrutar del poder 
de la libertad.
Los poderes enajenantes, de distinto orden y 
magnitud, se entrenaban permanentemente en 
buscar opciones que posibilitasen que masas hu-
manas menesterosas mantuvieran el status quo de 
dominación. A su juicio: 
Por el engaño se nos ha dominado más que por la 
fuerza, y por el vicio se nos ha degradado más bien 
que por la superstición. La esclavitud es la hija de 
las tinieblas; un pueblo ignorante es instrumento 
ciego de su propia destrucción: la ambición, la in-
triga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia 
de hombres ajenos de todo conocimiento político, 
económico o civil34. 
En tal empeño las luces emanadas por la filoso-
fía de la ilustración debían borrar toda sombra 
alienante.
El realismo optimista en su visión del pueblo se 
plasma a través del convencimiento de que éste 
debe ser el sujeto principal de su propia libera-
ción y de su propio futuro. Esto hace que en el 
pensamiento latinoamericano de su época, Bolívar 
constituya uno de los mejores exponentes de la 
recepción creadora del humanismo, la defensa de 
los derechos humanos y el optimismo histórico, 
de los cuales está impregnada la Ilustración, que 
trasciende a planos superiores por su compromiso 
orgánico en la praxis liberadora y alcanza dimen-
siones de humanismo práctico y justicia social.
Al Bolívar plantear que: “causas individuales 
pueden producir resultados generales, sobre todo 
en las revoluciones”35, dejaba a su vez sentado su 
criterio sobre la aceleración y mayor viabilidad 
de la acción individual, en momentos tan deci-
sivos de la historia como esos cuando el papel 
de los sectores populares se multiplica y alcanza 
dimensiones colosales, pero a la vez las personali-
dades encuentran condiciones más propicias para 
destacarse. Es ese el momento en que afloran con 
ímpetu extraordinario y desempeñan un papel 
protagónico en el desarrollo social.
No se puede liberar del todo a Bolívar de una cierta 
dosis de utopía en sus proyectos políticos, como se 
aprecia en su idea de la unidad de todos los pueblos 
latinoamericanos. Aún hoy en día se mantiene 
como un ideal concreto y necesario frente a la 
peligrosa doctrina abstracta del panamericanismo 
que él combatió desde sus orígenes y que hoy se 
levanta nuevamente amenazante. En definitiva, 
su latinoamericanismo, como el de José Martí, no 
era infundado, ni mucho menos se trataba de algo 
absolutamente imposible de acrisolar. En todo 
revolucionario siempre hay necesariamente dosis 
indispensables de idealismo, de altruismo. Y Bo-
lívar no podía ser una excepción, cuando se trata 
del revolucionario e internacionalista más grande 
de todos los tiempos en nuestra América.
33. Idem, pág. 173.
34. Idem, pág. 126.
35. Idem, pág. 173.
196
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Pero cuando Bolívar luchaba por realizar ideas 
que para muchos de sus contemporáneos eran 
absolutamente utópicas, como la liberación de los 
esclavos, por considerar que: “la infracción de to-
das las leyes es la esclavitud”36 o cuando reclamaba 
la dignificación de los pueblos indígenas, no lo 
hacía inspirado en el humanismo abstracto al que 
nos han acostumbrado innumerables discursos de 
politicastros, sino en las conquistas más altas del 
pensamiento de la Ilustración sobre la igualdad 
y la libertad humanas, que tenían en Rousseau a 
uno de sus mayores exponentes. 
Su agudeza le permitió nutrirse muy selectiva-
mente de las ideas de este pensador y de otros 
de la Ilustración al respecto37, pero más que la 
utilización erudita o la retórica refinada, que no 
estaban tampoco ausentes en su depurada oratoria, 
su misión consistió en utilizar aquel instrumental 
de ideas atemperándolas a este “pequeño género 
humano” y a la vez extrayendo las experiencias y 
enseñanzas que sus años de lucha le habían permi-
tido elaborar, aportando criterios al pensamiento 
ilustrado latinoamericano38. 
Plena conciencia tenía el Libertador de la tras-
cendencia de las conquistas a alcanzar, pues no 
se trataba simplemente de echar de estas tierras 
a un conquistador o evitar la subrepticia llegada 
de otro disfrazado, como se aprestaba en esos 
tiempos tempranos el naciente imperio estado-
unidense del Norte, sino que la tarea era mucho 
más difícil pues la cuestión era desarraigar los 
poderes endógenos que querían mantener en la 
servidumbre y la esclavitud a grandes sectores de 
la población, cuando las nuevas fuerzas impulsoras 
del capitalismo, esto es, la naciente burguesía, era 
aún muy débil. 
No debe ignorarse lo señalado por Mariátegui 
cuando apuntaba que: “Enfocado sobre el plano 
de la historia mundial, la independencia sudame-
36. Idem, pág. 126.
37. “Que los hombres nacen todos con derechos iguales a los bienes de la sociedad, está sancionado por la pluralidad de los sabios; como 
también lo está, que todos los hombres nacen igualmente aptos a la obtención de todos los rangos; pues todos deben practicar la 
virtud y no todos la practican; todos deben ser valerosos y todos no lo son, todos deben poseer talentos, y todos no los poseen. De 
aquí viene la distinción efectiva que se observa entre los individuos de la sociedad más liberalmente establecida. Si el principio de 
la igualdad política es igualmente reconocido, no los hombres desiguales, en genio, temperamento, fuerzas y caracteres. Las leyes 
corrigen esta diferencia porque colocan al individuo en la sociedad para que la educación, la industria, las artes, los servicios, las 
virtudes, le den una igualdad ficticia, propiamente llamada política y social”. Idem, pág. 96.
38. “Bolívar como pensador y hombre de acción –observa Leopoldo Zea– ha captado esa peculiar situación de pueblos como los de esta 
América en donde se entrelaza la lucha de clases con la lucha anticolonial, relacionada esta con la situación racial. Sabe Bolívar que 
no es suficiente romper políticamente con el imperio español, este rompimiento ha de abarcar el sistema mismo del que es expresión 
tal imperio: emancipación de los esclavos, reparto de la tierra y participación de todas las clases en la marcha de las nuevas naciones. 
Algo que sus caudillos no comprendieron aprestándose, simplemente, a ocupar el vacío de poder dejado por el colonialismo. Para 
ellos fue un simple cambio de señores, expulsados los colonizadores criollos y mestizos se aprestaban a tomar su lugar manteniendo 
la servidumbre sobre los grupos que ya lo sufrían. En esa incomprensión, nacida del egoísmo y de los intereses, ve el propio Bolívar 
el origen del fracaso de su utopía liberadora. La emancipación de estos pueblos, no solo ha de ser horizontal, de la colonia frente al 
imperio, sino vertical, interna, la de un grupo social frente a otro”. ZEA, Leopoldo. “Bolívar y la liberación nacional” en Bolívar y el 
mundo de los libertadores. México: UNAM, 1993, pág. 25. 
197
Pensamiento independentista latinoamericano
ricana se presenta decidida por las necesidades de 
desarrollo de la civilización occidental o, mejor 
dicho, capitalistas”.39 Y dado que ya existía una 
embrionaria burguesía en estas tierras sudame-
ricanas, resultaba fácil el contagio con las ideas 
revolucionarias provenientes de la Revolución 
Francesa y la Constitución norteamericana. De 
manera que el proceso independentista debe ser 
apreciado también, pero no exclusivamente, como 
una vía necesaria de incorporación de los pueblos 
latinoamericanos al desarrollo pleno del capitalis-
mo mundial independientemente que haya resul-
tado en un ensayo en cierta medidafrustrado, al 
menos en cuanto a la satisfacción de las demandas 
populares se refiere. Sin embargo, no caben dudas, 
que la tarea principal a resolver era el logro pleno 
de la independencia respecto a la metrópoli40 y las 
demás tareas sociales y económicas, como la lucha 
por el establecimiento de los derechos humanos 
y mayor justicia social, estarían subordinadas a 
la misma. También en el pensamiento y la praxis 
revolucionaria de los próceres mexicanos Hidalgo 
y Morelos fue evidente su postura de no limitar la 
lucha a la conquista de la independencia sino de 
hacerla trascender al logro de una mayor justicia 
social y conquista de derechos humanos para los 
sectores populares. 
 Hidalgo, quien en 1810 redactó tres decretos abo-
liendo la esclavitud y favoreciendo a los pueblos 
indígenas, decretó 
se entreguen a los referidos naturales las tierras 
para su cultivo; sin que, para lo sucesivo, puedan 
arrendarse pues es mi voluntad que su goce sea 
únicamente de los naturales en sus respectivos 
pueblos.41 
 
Siguiendo su ejemplo, Morelos en 1811 ordenó 
que debían entregarse “las tierras a los pueblos 
para su cultivo, sin que puedan arrendarse, pues 
su goce ha de ser de los naturales en los respecti-
vos pueblos”42, por lo que Agustín Churruca con 
razón plantea que: 
Como fruto de sus observaciones y juicios, More-
los no se limitó a criticar la sociedad colonial sino 
que intentó redimir al pueblo de la explotación, o 
sea, lograr tanto el desarrollo económico del país 
como establecer la justicia social. De ahí su política 
agraria concreta y práctica, dictada al contacto de 
la realidad y en el terreno mismo de los hechos, de 
ahí también el régimen de impuestos que elaboró 
y las diversas medidas económicas que efectuó en 
el territorio reconquistado.43
La reivindicación de los derechos de las capas más 
humildes de la población estuvo concebida por los 
39. MARIÁTEGUI, J. C. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. La Habana: Casa de Las Américas, 1975, pág. 15.
40. “… si bien –observa Leonardo Paso– en el mundo de comienzos del siglo XIX, la lucha principal estaba entablada entre el feuda-
lismo y la burguesía, con sus características en cada país de Europa, y elementos de la misma se trasladan a América, ello no quiere 
decir que la contradicción principal entre España y América asuma exacta y claramente dicho carácter”. PASO, L. De la colonia a la 
independencia nacional. Buenos Aires: Editorial Futuro, 1963, pág. 211.
41. DE LA TORRE VILLAR, E. La independencia de México. México: FCE, 1980, T. I: 394. 
42. MORELOS, J. M. Circular. Techan 18 de abril de 1811. 
43. CHURRUCA, A. “Fuentes del pensamiento de Morelos” en Repaso de la independencia. Compilación y presentación de Carlos Herrerón 
Peredo. El Colegio de Michoacán, Morelia, 1985, pág. 138.
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Criterio jurídico garantista
Año 2 - No. 2 - Enero-Junio de 2010
próceres de esa gesta emancipatoria como parte 
no solo del proceso de independencia sino también 
de unidad e integración latinoamericana.
Finalmente –planteaba acertadamente Ricaurte 
Soler- es en nombre de la nación americana que una 
democracia radical agraria, desde México al Plata, 
conjuga la independencia con la redistribución de 
la tierra y el ataque al latifundio.44
 
Este hecho se aprecia en Gervasio Artigas quien, 
no obstante haber sido uno de los más poderosos 
ganaderos, sin embargo su identificación con la 
población humilde y en especial con las tribus 
charrúas, hizo que en nombre de los verdaderos 
americanos en la Banda Oriental del Uruguay 
se propusiese en el Reglamento Provisorio del año 
1915 desarrollar una reforma agraria y confiscar 
las tierras de los realistas. Según su concepción 
combatía a los latifundios que pertenecían a “los 
males europeos y peores americanos”45. 
En otro momento, en las denominadas Instruccio-
nes del año XIII, a fin de participar en la Asamblea 
General Constituyente de las Provincias Unidas 
del Río de la Plata demandaba una serie de me-
didas propiciatorias del triunfo de la modernidad 
y la justicia social, entre ellas, además de la inde-
pendencia total de España, la división de poderes 
del Estado, la libertad civil y religiosa, la libertad 
de pensamiento y un gobierno republicano que 
asegurase tales derechos. 
Por su parte, Bernardo O’Higgins también ha 
quedado en la historia no solo como el héroe mi-
litar independentista sino por haberse enfrentado 
a aquellas instituciones retardatarias que tanto 
en Chile como en Perú debían ser eliminadas 
para propiciar mayores grados de justicia social, 
derechos humanos y construcción de la necesaria 
modernidad. Esa actitud se plasmó al abolir la es-
clavitud y tratar de eliminar el poder de la Iglesia 
Católica y de la nobleza criolla, por lo que prohibió 
sus títulos y confiscó los bienes de los enemigos 
de la independencia, entre otras medidas. 
Todas y cada una de estas disposiciones se carac-
terizaban por su extraordinario impacto socioeco-
nómico, por lo que dejaban a las claras que la lucha 
no era sólo contra un enajenante poder foráneo, 
sino también contra las injustas relaciones pre-
capitalistas de producción imperantes en aquella 
sociedad latinoamericana. De manera que muchos 
de los que dirigieron la lucha en diversas regiones 
del continente se vieron precisados por las circuns-
tancias a tomar partido respecto a la dirección que 
debían seguir los acontecimientos e incluso sacrifi-
car posiciones económicas personales, actitud esta 
que cuando encontró una consecuente renuncia 
a los intereses privados en aras de los sociales y 
colectivos resulta mucho más meritoria.
 
Es conocido también que algunos de los com-
batientes por la independencia no estuvieron de 
acuerdo con muchas de las medidas de raigambre 
popular y social que emprendían los más relevan-
tes conductores de aquel majestuoso suceso, por lo 
que se produjeron innumerables enfrentamientos, 
traiciones, abandonos, etc., que evidenciaban que la 
lucha por la independencia solamente sería consu-
mada si iba unida a una mayor justicia social. 
44. SOLER, R. “Bolívar y la cuestión nacional americana” en Bolívar y el mundo de los libertadores. México: UNAM, 1993, pág. 44. 
45. ROMERO, J. L. (Prólogo y selección) Pensamiento político de la emancipación. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1977, pág. 23. 
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Pensamiento independentista latinoamericano
El radicalismo de Mariano Moreno ha llevado a 
Alberto Prieto a plantear que: 
Su programa de acción, inspirado en criterios 
jacobinos, contemplaba expropiar a unos seis mil 
potentados, nacionalizar los yacimientos mineros, 
realizar una profunda reforma agraria y controlar 
a los comerciantes porteños, mediante una estricta 
reglamentación estatal de intercambio mercantil 
con el extranjero46. 
Y tales ideas no se quedaron en meras intencio-
nes pues en el Alto Perú las victoriosas tropas de 
Juan José Castelli se dieron a la tarea de ponerlas 
en práctica al proscribir múltiples instituciones 
feudales que doblegaban a la población indígena, 
eliminaron el pago de tributos, distribuyeron las 
grandes haciendas entre sus peones y proclama-
ron la indispensable igualdad de todos para que 
aquellas guerras no concluyeran con un simple 
cambio de administración política y se pasasen por 
alto las ancestrales demandas populares. 
Por la misma época, en Ecuador, Vicente Roca-
fuerte, primero como representante de México 
en Inglaterra, defendió la idea de la unidad his-
panoamericana de las ex colonias españolas y la 
necesidad de una comunidad constitucional de 
naciones hispánicas47. Luego como presidente de 
su país planteó que el progreso de los pueblos 
hispanoamericanos no se lograría solo por la vía 
económica, sino con reformas sociales y emancipa-
ción mental a través de la educación y la adopción 
de la Constitución Federal Americana48 apropiada 
a las condiciones específicas de estos pueblos. 
En los días actuales en que 
el protagonismo de la población 
originaria de estas tierrasen algunos 
de los países latinoamericanos 
se levanta, no solo ya para protestar, 
como ha sido hasta ahora lo común, 
sino para dirigir, cooperar, sugerir, 
aconsejar y decidir, pareciera 
que comenzara a completarse 
el empeño parcialmente fracasado 
de justicia social emprendido 
por los próceres de la 
independencia. 
46. PRIETO, A. Próceres americanos. La Habana: Editorial Gente Nueva, 1986, pág. 33.
47. OCAMPO LÓPEZ, J. La integración latinoamericana. Bogotá: Editorial El Búho, 1991, pág. 254. 
48. ROCAFUERTE, V. “Ensayo político” en Pensamiento ilustrado ecuatoriano. Estudio introductorio y selección de Carlos Paladines. Quito: 
Banco Central de Ecuador, 1981, pág. 574. 
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En ese mismo país, Juan Montalvo defendió la 
emancipación mental y cultural de América Lati-
na. En su trabajo Ojeada sobre América criticó las 
nuevas formas de violencia que se desplegaron 
después del proceso independentista y que aten-
taban contra el progreso, la justicia social y la 
unidad de nuestros pueblos. 
 
Uno de los precursores del pensamiento socialista 
utópico en América Latina, Esteban Echeverría, 
sugería en Argentina la necesaria emancipación 
mental de los pueblos de Hispanoamérica a fin 
de liberarlos de los rezagos coloniales y lograr 
mayores niveles de justicia social49. En su Dogma 
socialista sostenía que ya eran independientes, 
pero todavía no eran libres y consideraba a la 
educación como la vía para poder establecer la 
democracia en estos países. 
Por su parte, Juan Bautista Alberdi, también en ese 
país, estimuló la inmigración europea y el desa-
rrollo técnico e industrial similar a Norteamérica 
junto a la necesidad de un impulso a la educación 
y de un pensamiento filosófico propio de profunda 
raigambre política. 
En tanto Sarmiento, no obstante sus concepciones 
racistas y subestimadoras de los pueblos indíge-
nas, llegó a proponer la creación de unos Estados 
Unidos de América del Sur para que emulara con 
los del Norte sobre sus mismas bases de progreso 
industrial, derechos humanos y desarrollo demo-
crático liberal. 
El chileno Francisco Bilbao, uno de los propugna-
dores iniciales del término América Latina, no solo 
condenó a los Estados Unidos por su intervención 
en México y Centroamérica sino que planteó la 
creación de una confederación de países para 
enfrentarse a los Estados Unidos y su política 
expansionista. Propuso la creación de una única 
ciudadanía americana, como derecho de todos los 
habitantes de estas tierras y un congreso federal 
con poderes legislativos para todos los países50.
También el chileno José Victoriano Lastarria 
desde las posiciones de un positivismo comteano, 
dentro de las formas sui generis que adoptó en 
este continente,51 planteó la necesidad de una 
emancipación mental y cultural de América por 
medio de la educación. Defendió la autenticidad 
49. Véase: GUADARRAMA, P. Marxismo y antimarxismo en América Latina. Bogotá: UNINCCA, 1991, La Habana-México: Editora Política-El 
caballito, 1994. 
50. “Nuestros padres tuvieron un alma y una palabra para crear naciones; tengamos esa alma para formar la nación americana, la 
confederación de las repúblicas del sur, que puede llegar a ser el acontecimiento del siglo y quizás el hecho precursor inmediato de 
la era definitiva de la humanidad. Álcese una voz cuyos acentos convoquen a los hombres de los cuatro vientos para que vengan 
a revestir la ciudadanía americana. Que del foro grandioso del continente unido, salga una voz. Adelante, adelante en la tierra 
poblada, surcada, elaborada, adelante con el corazón ensanchado para servir de albergue a los proscritos e inmigrantes, con la 
inteligencia para arrancar los tesoros del oro inagotable, depositados por Dios en las entrañas de los pueblos libres, adelante con 
la voluntad para que se vea en fin la religión del heroísmo, vencedora de la fatalidad, vencedora de los hechos y vencedora de las 
victorias de los malvados”. Bilbao, F. “Iniciativa de la América. Ideas de un Congreso Federal de las Repúblicas” en Latinoamérica. 
México: Cuadernos UNAM, n. 3, pág. 26. 
51. Véase: GUADARRAMA, P. Positivismo en América Latina. Bogotá: UNAD, 2000; Positivismo y antipositivismo en América Latina. La Habana: 
Editorial Ciencias Sociales, 2004.
201
Pensamiento independentista latinoamericano
de la cultura y el cultivo del pensamiento latino-
americano como una de las vías para lograr una 
emancipación plena. 
La idea de una integración de los países latinoame-
ricanos tomó cada vez mayor fuerza en la segunda 
mitad del siglo XIX, como se aprecia en quien 
se considera uno de quienes utilizaron tempra-
namente también el término de Latinoamérica, 
el colombiano José María Torres Caicedo52. En 
1865 publicó su obra Unión Latinoamericana en la 
que proponía un sistema liberal para el comercio; 
una convención de correos, libre de gravámenes 
para los periódicos, la abolición de los pasaportes, 
unidad de principios consulares y de comercio 
como elementos de los derechos de un “ciudadano 
latinoamericano”. Además propuso que ningún 
país latinoamericano puede ceder parte alguna de 
su territorio, ni apelar al protectorado de ninguna 
potencia mundial.
Por su parte José María Samper, contrario a la colo-
nización española e imbuido por las ideas positivistas, 
atacó el desprecio a los indígenas, mestizos y criollos 
que prevalecía aun después de la independencia. Así 
como el fanatismo y otros males sociales que debían 
ser erradicados por medio de la educación y el desa-
rrollo de instituciones civiles modernas. 
Para Rafael Núñez el principal error de la co-
lonización española no fue haber simplemente 
suplantado con la suya la dominación indígena, 
sino el no haber comprendido la necesidad de 
reformarse y ponerse a la altura de los nuevos 
tiempos. Del mismo modo las recientes repúblicas 
debían crecerse ante las nuevas circunstancias del 
progreso y el desarrollo industrial. Planteaba una 
renovación del pensamiento, por eso consideraba 
que incluso a “la obra de los libertadores tampoco 
podía aplicarse el criterio de los tiempos actuales”. 
El proceso civilizatorio era permanente y recla-
maba unidad y consenso de los pueblos. 
En el caso de México, José María Luis Mora con-
sideró que la educación pública era indispensable 
para los nuevos estados nacionales pues a través de 
ella se aseguraba la libertad y el orden, así como 
la emancipación mental mediante una educación 
laica. Esas mismas ideas impulsaron a Benito Juá-
rez en su reforma, apoyado por el pensamiento de 
Gabino Barreda y la generación positivista.
Como puede apreciarse, varios de los más sig-
nificativos representantes de la intelectualidad 
latinoamericana del siglo XIX impulsaron la idea 
de lograr a través del fomento de la educación y 
la cultura una mayor unidad de los pueblos de 
América Latina y la conquista de sus derechos. 
Es evidente que las formas ideológicas prevale-
cientes en los inicios de las luchas independentis-
tas latinoamericanas a principios del siglo XIX, 
recién influidas por la ideas de la Ilustración y 
las revoluciones burguesas del XVII y el XVIII 
en Europa y Norteamérica, lógicamente tendrían 
muy arraigadas las manifestaciones propias del 
humanismo abstracto típico de ese tipo de trans-
formaciones, donde los sectores populares se ve-
52. “Desde 1851 empezamos a dar a la América española el calificativo de latina; y esta inocente práctica nos trajo el anatema de varios 
diarios de Puerto Rico y de Madrid.” TORRES CAICEDO, J. M. Mis ideas y mis principios. París, 1875. T.I. pág. 151. 
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rían de algún modo representados por una pujante 
burguesía frente a los poderes feudales. 
Algo diferente fue la situación cuando Cuba y Puer-
to Rico extendieron sus luchas independentistas a 
fines del siglo XIX. Para entonces el capitalismo 
había desplegado un proceso de maduración y 
definición especialmente

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