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La conformación del público lector en torno al Centenario BEATRIZ SARLO: “Los lectores: una vez más ese enigma” La tesis de Sarlo es que el proceso de urbanización y alfabetización, el desarrollo comercial y administrativo y la expansión del aparato escolar producen las condiciones sociales para la conformación de un nuevo público lector. La escolarización primaria, junto con el ejercicio de la lectura sobre los materiales que podían estar más a mano, por ejemplo en el kiosco de revistas, impulsó decisivamente este proceso. La aparición de revistas de narraciones y magazines se inscribe en el proceso de multiplicación de la oferta cultural. Las masas populares todavía eran reticentes a animarse a entrar a una librería, a la que veían como un ámbito exclusivo para la gente culta. Preferían los kioscos. El sistema misceláneo del magazine, por su variedad retórica y temática y su económico precio, y la multiplicación de los puntos de venta fijos y móviles contribuye a explicar la difusión sin precedentes de la literatura entre los consumidores de los sectores medios y populares. El caso pionero fue Caras y Caretas. Las décadas del diez y del veinte fueron el escenario de una revolución en las modalidades de lectura en la Argentina: se pasaba de una lectura intensiva, practicada por un público más refinado y próximo al campo intelectual, a una lectura extensiva, que no acostumbraba volver a las páginas favoritas de un libro ya leído antes, sino que transitaba velozmente de un folleto a otro. Comienza a prevalecer una lectura veloz, más de placer que de aprendizaje, es decir, una lectura para gozar y comentar con los pares y estar enterado. Desde el principio, la ficción breve en forma de cuentos y folletines estuvo vinculada con la disponibilidad de ocio. Este tipo de lectura se hizo popular porque no exigía varias sesiones de lectura, como la novela, y se prestaba a ser leída en el tren o el tranvía. El cuento incluso presentaba una simplificación argumental y temática que la hacía atractiva a un público ampliado. Incluso la ampliación del mercado de Argentina a toda América Latina imponía una suerte de desregionalización temática, un “imperio de los sentimientos”, donde se incorporaron representaciones más variadas, que incluían temas rurales. Todo esto permitió la formación activa de fantasías sociales. Las novelas sentimentales circulaban dentro de la familia, primero, y por el barrio, después. Las mujeres leían más que los varones. El nuevo público medio o popular estaba poco entrenado para realizar operaciones de distanciamiento crítico respecto del material que consumía. Carecía de los recursos intelectuales para cultivar sus opiniones y juicios, porque ni los diarios ni las revistas que leía le proporcionaban discursos críticos.
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