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CAPÍTULO 23: DE LOS AÑOS DORADOS A LA GRAN DEPRESIÓN. EEUU ENTRE 1918 Y 1945.
Después de la primera guerra (1914-1918) EEUU se convirtió en la primera potencia económica del mundo. Sus
bancos acumularon una reserva superior a la del conjunto de los otros países y el dólar comenzó a sustituir a la libra como
moneda de cambio en el comercio internacional. La mayor parte de Europa estaba empobrecida, y sus sistemas económicos,
sociales y políticos se habían derrumbado o estaban a punto de hacerlo.
En esta época EEUU comenzó a ocupar una posición de liderazgo en las finanzas, el comercio y la industria. Era
además el principal productor de alimentos, materias primas y manufacturas, de modo tal que no necesitaban importar
prácticamente ningún producto. Esto le permitía obtener una importante acumulación de divisas pero la economía mundial
resultaba inviable a mediano plazo.
LOS DORADOS AÑOS 20: CRISIS Y AUGE
Entre 1920 y 1921 los EEUU debieron afrontar una profunda crisis económica, ya que la finalización de la guerra
significó la pérdida de un fabuloso mercado protegido, el de las naciones que participaban en la guerra, abastecidas hasta ese
entonces por la industria y la agricultura norteamericana. El retorno de los soldados norteamericanos multiplico los índices de
desocupación en la industria tras la reducción del as exportaciones y la caída de salarios. Los sindicatos comenzaron una serie
de huelgas, los anarquistas impulsaron varios atentados. Las clases medias experimentaron un profundo pánico a la "amenaza
roja" y justificaron la reacción oficial que encarceló y deportó a los sindicalistas, militantes de izquierdas e incluso, reformistas
liberales.
La crisis de posguerra comenzó a ceder a mediados de 1921. Comenzaba una década de expansión económica y
optimismo sin prescindentes que quedó instalado en la memoria colectiva como los desenfrenados años locos. Los
norteamericanos eligieron 3 presidentes republicanos (Harding, Coolidge y Hoover). Estos gobiernos se caracterizaron por la no
intervención del Estado en cuestiones económicas y por una participación limitada en (aislacionismo) en la política europea.
Los gobiernos republicanos favorecieron a los sectores empresarios. Se registró una creciente concentración de la riqueza por
las fusiones empresariales que contribuyeron a la formación de las grandes corporaciones, esto afecto a los negocios
minoristas. Además la política impositiva de los gobiernos republicanos fue abiertamente regresiva, el gasto público se mantuvo
bajo y por lo tanto la presión fiscal fue leve, concediendo rebajas impositivas a ciertas corporaciones. Esto les daba más capital
a los empresarios que era destinada a inversiones productivas y especulativas. Otro factor que agudizaba la desigualdad era la
debilidad de las organizaciones sindicales y la ausencia de legislación fiscal así como las brutales represiones del estado.
Otra característica de este período fue el gran desarrollo industrial que descanso en los bienes durables
(electrodomésticos) cuya producción y consumo se basaba en el acceso a la energía eléctrica a un precio razonable,
característica de la década. El boom de la productividad fue producido por el TAYLORISMO que permitió producir grandes
cantidades de unidades en tiempos decrecientes con el siguiente abaratamiento de costos y aumentos de beneficios. La
industria automotriz es el sector más dinámico de la economía y el sector de la construcción fue el otro pilar del crecimiento
económico de la década.
LA INDUSTRIA AUTOMOTRIZ
Henry Ford revolucionó la manera de producir gran cantidad de unidades en poco tiempo, vendiéndolas a un precio
bajo. Organizó la producción aplicando los principios de la organización científica del trabajo que llevaban a un considerable
aumento de la productividad.
El otro pilar fundamental en la reducción de costos operada por la empresa Ford fue la eliminación de los proveedores
externos. La nueva organización de la producción replanteó los términos de la relación entre empresa y trabajadores. La
habilidad de Ford consistió, no solamente en aplicar una nueva concepción en la organización del trabajo, sino también en
asociar esa producción con el consumo masivo. En este aspecto, se prestó atención tanto al aumento de la productividad y la
disminución del tiempo requerido para producir cada unidad, como a la disminución del precio final y la multiplicación de las
ventas.
Los logros de Ford encontraron su límite hacia finales de la década del veinte. El desmedido énfasis puesto en incrementar
la eficiencia del proceso productivo había dado prioridad a la cantidad sobre la calidad. La empresa líder en autos de consumo
popular dejo de ser Ford, y paso a ser General Motors, que había comenzado a utilizar técnicas de mercadotecnia para
responder adecuadamente a los cambios en los gustos de los consumidores. Para 1929, los EE.UU. producían alrededor de 26
millones de automotores anuales, y exportaban el triple de unidades que Alemania, Inglaterra, Francia e Italia en conjunto.
LOS AÑOS LOCOS: CULTURA Y SOCIEDAD EN LA DÉCADA DE 1920
Durante los años 20, la juventud norteamericana experimentó un profundo proceso de cambio cultural y moral, que no tardó
en extenderse a las capas adultas y a la niñez. Como consecuencia de la expansión económica de la década, las mujeres
accedieron en forma masiva a un mercado laboral que se amplió y diversificó considerablemente. Ya no eran la docencia, los
servicios sociales, la enfermería o las casas de comercio las únicas actividades que las convocaban, sino que por entonces las
escuelas y universidades comenzaron a formar técnicas y profesionales.
Estos cambios en la situación de la mujer estuvieron estrechamente conectados con su mayor disposición de tiempo libre.
En efecto, la venta financiada y a bajo costo de lavarropas, aspiradoras y planchas eléctricas favoreció su rápida adopción en la
mayoría de los hogares norteamericanos.
La mejora en el nivel de ingresos y las condiciones de vida de la población incluyó, asimismo, una modificación de la dieta.
Las hortalizas, frutas y lácteos desplazaron a los cereales clásicos, como el trigo y el maíz. Los agricultores de estos productos
tradicionales intentaron reaccionar ante la reducción del mercado norteamericano, que se sumaba a la caída considerable de
sus precios y la pérdida de sus mercados externos tras la finalización de la guerra, exigiendo subsidios y protecciones. Sin
embargo, sólo consiguieron arrancar algunas leyes de protección aduanera que no permitieron revertir su creciente decadencia.
La difusión de la radio aceleró la transformación de los gustos y costumbres. Si bien el auto no era una novedad, ahora
había uno cada cinco personas. La significativa transformación urbanística y arquitectónica provocada por la creación de
nuevas carreteras asfaltadas y ciudades, y la construcción de barrios residenciales suburbanos, tuvo profundas consecuencias
sobre la vida norteamericana.
EL CRACK DEL 29
Hacia fines de la década nada indicaba el inminente fin del auge económico. De hecho, los precios se mantenían estables y,
de acuerdo con la experiencia y con la teoría económica clásica, el fin de la expansión de los ciclos económicos debía ser
precedido por una progresiva alza de precios, cuando a raíz de la demanda generada por la misma expansión, comenzaran a
escasear las materias primas y la mano de obra. Como nada de eso estaba ocurriendo, la conclusión era que no había nada de
qué preocuparse.
Mientras tanto, los beneficios acumulados eran tan altos -las innovaciones tecnológicas habían aumentado la productividad,
las fusiones redujeron la competencia, los sindicatos eran débiles y el sistema impositivo era favorable a la industria- que
excedían en algún punto las posibilidades de inversión productiva rentable. A partir de 1928, una parte creciente de los
dividendos se deslizó hacia la especulación en el mercado de valores. Pronto se desató una euforia especulativa que acaparó
la atención y el dinero mundial.
El gran negociobursátil de la época fueron los llamados call-loans. Este mecanismo le permitía al comprador adquirir
acciones pagando en efectivo solamente el 10%. El 90% restante lo pedía prestado al agente de bolsa, quien a su vez
solicitaba dicho monto al banco por un préstamo al día. Cuando las cotizaciones subían —como razonablemente se esperaba-,
se revendían las acciones con un beneficio que era repartido entre el comprador y el agente. Con una parte se cancelaba el
crédito bancario y con la otra... se volvía a empezar. Naturalmente, el negocio funcionaba siempre y cuando las cotizaciones se
incrementaran.
A su vez, los bancos obtenían sus fondos de la Reserva Federal a una tasa del 5%, beneficiándose dé la política de crédito
barato implementada por las administraciones republicanas, mientras lo prestaban a los agentes de bolsa a un provechoso
interés del 12%.
Otra pieza clave de los mecanismos especulativos fueron los trusts de inversión. Los inversionistas depositaban su capital
en estas compañías que aplicaban los fon dos adquiridos a la negociación de títulos y acciones. El sistema resultaba muy
tentador para los pequeños ahorristas, pues podían diversificar su riesgo colocando su capital mucho más ampliamente de lo
que permitía su modesta capacidad de inversión. .Así comenzaron a constituirse compañías meramente especulativas, sin
ningún tipo de respaldo real.
Recién a partir del verano de 1929, el fin de la expansión de la economía "real" comenzó a percibirse en tres elementos que
marcaron la contracción de la demanda: las crecientes dificultades agrícolas, la desaceleración del ritmo de la
construcción-cuya demanda estaba saturada y parte de la inversión habitual en el sector estaba siendo drenada por la
especulación en la Bolsa- y, finalmente, la caída de la producción industrial. En agosto de 1929, la Reserva Federal intentó
poner un paño de agua fría al auge especulativo y subió las tasas de descuento. Sin embargo, esta medida no fue suficiente y
la Bolsa continuó en alza. La elevación del tipo de interés era inmediatamente perjudicial para los productores, pero no así para
los especuladores.
El mercado de valores, ajeno a la realidad económica, estaba fuera de control. El 20 de septiembre la quiebra fraudulenta en
Londres de Clarence Hatry, un poderoso empresario, se trasladó a la Bolsa neoyorquina, sacudida por el temor a una fuga
masiva del capital extranjero. El 24 de octubre de 1929, la Bolsa de Nueva York quebró. Muchos accionistas buscaron
desprenderse a cualquier precio de sus títulos, por lo que pronto no tuvieron ningún valor, pues ya nadie compraba.
El pánico aumentó durante esa mañana, mientras se esperaba que los grandes banqueros, principales interesados en evitar
un desplome total, actuaran como "sostén organizado", realizando una compra masiva de valores para detener la baja pero la
operación conjunta de los grandes no fue suficiente para frenar la histeria por desprenderse de los títulos. La quiebra de Wall
Street arrasó con más de 80.000 empresas y 4.000 bancos sólo en territorio de los EE.UU., ya que la gente se apresuró a
retirar sus ahorros. Entre 1929 y 1932 el valor de las acciones disminuyó de 87 millones de dólares a tan sólo 19 millones.
LAS CAUSAS ESTRUCTURALES DE LA CRISIS
La gran discusión sobre las causas estructurales de la crisis de 1929 ha girado en torno de dos interpretaciones principales,
una de las cuales pone el acento en el consumo privado y la otra en la inversión. La tesis subconsumista fue muy popular entre
los contemporáneos. A lo largo de la década la desigualdad en la distribución de la renta se había ido acentuando y, por lo
tanto, el mercado de bienes durables se habría restringido. Además, por sus mismas características, se suponía erróneamente
que la demanda de bienes durables se saturaba rápidamente y -esto sí de manera acertada- que era mucho más flexible a los
cambios en el nivel de ingresos que la de bienes de consumo vegetativo (alimento y vestido). De este modo, la gran expansión
industrial americana se asentaba en un mercado, por definición, sumamente inestable.
Sin embargo, a la luz de los conocimientos actuales, es posible afirmar que el mercado de bienes durables no se satura tan
sencillamente y el consumo privado no parece haber disminuido por aquellos años. Las interpretaciones modernas se centran
en los problemas que enfrentaba la inversión de capital Hay acuerdo en que el principal problema era hallar nuevas
oportunidades de inversión donde colocar los crecientes beneficios para mantener el nivel de rentabilidad de las empresas.
Pese a que el consumo privado no había dejado de aumentar, llegó un punto, hacia el verano de 1929, en que era a todas luces
evidente que no había mercado capaz de absorber semejante producción de bienes durables. Cuando los stocks comenzaron a
acumularse en las tiendas, por un tiempo las empresas simplemente solicitaron créditos o emitieron acciones para financiar sus
gastos a la espera de compradores. Luego frenaron drásticamente la inversión en bienes de capital y entonces se produjo el
catastrófico paro económico.
Ahora bien, diferentes autores conceptualizan el problema de manera diametralmente opuesta. En el primer caso, autores
como Dudley Baines definen la situación en términos de sobreinversión, el factor estructural desestabilizador sería el
exorbitante incremento de la productividad, más allá de las posibilidades de expansión del mercado norteamericano que, no
obstante, no dejaba de crecer. En cambio, la interpretación de J. K. Galbraith pone el énfasis en la inversión como componente
principal de la demanda. Teniendo en cuenta que la demanda se sostiene no sólo por el consumo privado sino también por el
gasto de inversión no era de esperar que semejante masa de beneficios pudiera ser absorbida únicamente por el consumo
privado ni que éste pudiera compensar automáticamente una disminución del gasto de inversión. En teoría, el sistema podría
haberse mantenido en equilibrio siempre que se aseguraran crecientes niveles de inversión, conforme los beneficios iban
aumentando. Sólo cuando las empresas frenaron la inversión, en aquel verano de 1929. Se produjo la caída vertical de la
demanda agregada.
LA GRAN DEPRESIÓN
Al crack bursátil de octubre de 1929 siguieron tres años en los que el conjunto de la economía se hundió en una marea
deflacionista que tuvo una duración y una profundidad desconocidas. Los sectores más afectados fueron los que habían
protagonizado la gran expansión de la década, los bienes durables y la construcción. La industria y el comercio también
sintieron el efecto. A consecuencia de esto, se disparó el desempleo y los mercados consumidores se contrajeron. El sector
agrícola terminó de arruinarse. Debido a su estructura se veían imposibilitados de ajustar inmediatamente los volúmenes de
producción lo que condujo a que los precios experimentaran con la depresión abruptas bajas del orden del 60%. La depresión
en que se vio sumido el sector agrícola fue, sin duda, uno de los factores que prolongó la crisis durante tanto tiempo.
Alrededor de un 25% de la población estaba desocupada para 1933 y sus ahorros, y muchos de ellos también sus viviendas,
construidas durante la década previa, sobre las que pesaban garantías hipotecarias.
Los alcances de la crisis no conocieron fronteras dentro del mundo capitalista. Tras el impacto en los EE.UU sus efectos
rápidamente se dejaron sentir en Europa y el resto del mundo. Entre 1929 y 1932, la producción mundial cayó alrededor del
40%; el volumen del comercio internacional disminuyó en aproximadamente un tercio, y su valor, en un 60%. Su consecuencia
social más grave e instantánea fue un espectacular avance del desempleo, especialmente en EE.UU. y Alemania. La crisis del
29 modificó las bases del funcionamiento de las relaciones económicas internacionales, e, incluso, las características de las
economías nacionales. El libre comercio internacional desapareció, así como los intercambios multilaterales y el patrón oro. El
proteccionismo,la conformación de áreas monetarias y comerciales cerradas y el comercio bilateral surgieron como
alternativas. Aunque todos los precios cayeron, los correspondientes a los productos primarios se deterioraron mucho más que
los industriales, lo que perjudicó fundamentalmente a las economías más atrasadas.
LOS PLANES NEW DEAL
Librado al juego de sus propias fuerzas, el mercado era incapaz de restablecer el equilibrio de manera automática. El Estado
fue asumiendo la función de motor de la economía. En este contexto, fueron lanzados programas de inversiones públicas,
asesoramiento y acción social, tratando de reactivar las economías y disminuir las consecuencias del desempleo y el hambre.
A partir de estas experiencias, el economista británico John Maynard Keynes expuso en 1936 en su Teoría general de la
ocupación, el interés y el dinero su convicción de que el sistema capitalista no podía mantenerse indefinidamente en una
situación de equilibrio con subempleo, a menos que el Estado diseñara políticas para incentivar la inversión. Tres eran los
mecanismos claves para controlar el ciclo económico: gasto público deficitario, redistribución del ingreso y facilidades
monetarias. El déficit fiscal, crucificado por los teóricos hasta entonces, constituía una herramienta esencial para el
financiamiento de la recuperación económica. Sin embargo, la aplicación de su propuesta económica sólo se generalizó
después de la Segunda Guerra Mundial.
El candidato demócrata Franklin D. Roosevelt ganó las elecciones presidenciales de 1932, anunciando durante su campaña
que su gobierno celebraría un Nuevo Trato (New Deal) con la sociedad, como única alternativa para salvar a los EE.UU. La
crisis había llevado a que todos los sectores -industriales, banqueros, empresarios, asalariados, granjeros limitaran un tanto el
individualismo económico del sueño americano, para exigir que el Estado interviniese de una manera más enérgica para
reorganizar la economía.
EL PRIMER NEW DEAL
La política de intervención estatal de Roosevelt se montó sobre un verdadero arsenal de proyectos enviados al Congreso
durante los denominados "cien días" iniciales de su gestión.
Sistema bancario, ya que la espiral deflacionaria se había prolongado como consecuencia de la contracción del crédito,
causando El primer plan New Deal (1933-1935) apuntó a restablecer el beneficio privado, frenando el desplome de precios a
través de la regulación del mercado, y a paliar el desempleo masivo mediante la adopción de medidas de emergencia, como
por ejemplo la construcción de obras públicas y la creación de fondos de asistencia para desocupados.
El principal problema a resolver era la quiebra del una parálisis casi total de la economía.
Creación del Fondo para la Reconstrucción Financiera (RFC), cuya finalidad consistía en garantizar los depósitos bancarios
y financiar las hipotecas sobre las explotaciones agrícolas y las viviendas particulares. Como contrapartida, se impuso un mayor
control estatal sobre el sistema bancario y las bolsas de valores.
Con respecto al sector industrial, se dictó la Ley de Recuperación Nacional (NRA). La ley apuntaba a fijar acuerdos de precios
y cuotas de producción con sanción oficial, aunque de acatamiento voluntario; a fin de limitar la competencia ruinosa y
aumentar los precios, buscando de ese modo incentivar la inversión. Para ello, se convocaba á las más poderosas
corporaciones del país. También se intentó realizar acuerdos similares en las áreas del comercio y la banca. Sin embargo, esta
intervención del Estado, abiertamente instrumental para los intereses de las corporaciones, colocó a la administración en una
encrucijada política. Por un lado, el gobierno debió afrontar la presión de una opinión pública sensibilizada por la depresión
económica, que reclamaba enérgicas acciones anti trust en defensa del pequeño productor independiente, los comerciantes
minoristas y los consumidores. Por otro, no podía permanecer insensible ante los reclamos de las corporaciones, cuyo enorme
poder económico los convertía en una fuerza política de hecho. Finalmente, el fuerte rechazo público que inspiraba la Ley de
Recuperación Nacional impidió que el gobierno se comprometiera abiertamente en su defensa y, en mayo de 1935, fue
declarada inconstitucional por el Tribunal Supremo de Justicia.
En cuanto a los pequeños productores agrícolas, La Ley de Ajustes Agrícolas (AAA) apuntaba a realizar una planificación
parcial efe las actividades agrícolas, implementando un sistema de cuotas de producción y subsidios. En 1936 la Ley de Ajustes
Agrícolas también fue impugnada por el Tribunal Supremo, pero el Ejecutivo se las ingenió para restablecerla, de manera
encubierta, bajo un programa de protección del subsuelo nacional. Apelando al argumento de la necesidad de evitar el
desgaste del suelo, se continuó subvencionando a los productores y planificando la producción.
Acompañando esta operación de salvataje de los sectores productores, el gobierno puso en marcha proyectos poco
sistemáticos de construcción de obras públicas y ayuda a los desempleados. Con esto se perseguía el doble objetivo social y
económico de aliviar la emergencia ocasionada por el desempleo y, a la vez, incentivar la demanda agregada inyectando mayor
poder adquisitivo en el mercado al multiplicar el número de asalariados. La ayuda a los desempleados se pagaba con
impuestos sobre los asalariados, mecanismo que redistribuía el poder adquisitivo entre los trabajadores, pero no lo aumentaba.
EL SEGUNDO NEW DEAL
Las reformas más perdurables se iniciaron con el segundo plan New Deal (1936-1941), caracterizado por el llamado "giro a
la izquierda". La intransigencia de los sectores conservadores llevó al gobierno demócrata, en vísperas de elecciones, a aliarse
con los sindicatos, adoptar una retórica fuertemente anti trust y comprometerse a implementar una recaudación tributaria más
progresista. Roosevelt fue reelecto en dos oportunidades, en 1936 y 1940, en este último caso gracias a una enmienda
excepcional fundada en la situación de emergencia provocada por el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Los hombres del segundo New Deal aceptaban la concentración económica del capitalismo norteamericano como un hecho
irreversible e, incluso, deseable, en tanto significaba una mayor eficiencia económica. En realidad, la posición cuasi monopólica
de estas empresas gigantes les permitió obtener elevados beneficios fijando precios artificialmente altos eliminando incentivos
para la inversión y la mejora de la eficiencia. Por lo tanto, la acción reguladora del Estado debía orientarse no a ya desarticular
estas colosales fusiones, sino a garantizar la vigencia de la competencia de precios, asegurando dé este modo que las
corporaciones cumplieran su reconocido rol de fuerzas dinámicas de la economía. A tal fin se creó el Comité Económico
Nacional Temporal (TNEC) para controlar los efectos de la concentración en la competencia de precios,
Mucho más contundente fue la intervención del Estado en la regulación de las relaciones laborales, hecho que marcó una
ruptura decisiva con la tradición del laissez faire. Entre 1933 y 1934, con los primeros indicios de reactivación económica, la
actividad sindical comenzó a hacerse sentir nuevamente. A fin de acabar con las crecientes huelgas y cumplir con su
compromiso político, el gobierno sancionó en 1936 la Ley Wagner que establecía el reconocimiento obligatorio de la libertad de
afiliación sindical, la negociación de contratos colectivos, y garantizaba la seguridad laboral de los delegados sindicales.
Además, el gobierno dictó leyes de seguridad social (jubilación y seguro de desempleo) y salario mínimo.
En materia tributaria, se sancionó un impuesto a la riqueza que engendró una virulenta oposición entre las franjas más ricas
de la población, aunque estaba bastante lejos del proyecto original, puesto que se suprimió el impuesto sobre la herencia y se
redujeron drásticamente los nuevos impuestos previstos sobre las corporaciones. De este modo, susefectos redistributivos
fueron prácticamente nulos.
HACIA LA POSGUERRA
Las iniciativas de Roosevelt con sus planes New Deal tuvieron un éxito limitado. Lo más significativo de los planes New
Deal, al margen de sus resultados económicos, es que implicaron un proceso de adaptaciones ideológicas fundamentales en
torno de las concepciones del rol del Estado en la economía y de la naturaleza del capitalismo norteamericano.
Las limitaciones se tradujeron, de manera dramática, en la recaída experimentada por la economía norteamericana en 1937.
No bien los indicadores económicos comenzaron a dar muestras de recuperación sostenida, los sectores empresarios
manifestaron su oposición a continuar con el aumento del gasto público y tolerar una agresiva política fiscal en clave progresiva,
que afectaba a los grupos más adinerados. Esto indujo al gobierno, también ansioso por restablecer el equilibrio
presupuestario, a implementar una prematura política de saneamiento fiscal, cuya consecuencia inmediata fue sumir a la nación
en una aguda recesión, en 1937. El número de desempleados trepó nuevamente y, en 1939, aún se verificaba la alarmante
cifra de 9 millones.
Sólo a partir de entonces el Estado comenzó a ser aceptado como un agente económico legítimo y necesario. Asimismo,
este cambio constituyó un antecedente fundamental para la aplicación generalizada de políticas keynesianas en la segunda
posguerra, basadas en la intervención indirecta y anti cíclica del Estado.
De todos modos, la solución para la depresión económica en los EE.UU. en la década de 1930 no radicó en las políticas
contradictorias de la administración Roosevelt, sino en el aumento del gasto bélico, que proveyó del impulso decisivo para
reanudar el crecimiento económico
Las doctrinas de Keynes, orientadas a la elevación del consumo a través de la intervención indirecta del Estado, se
convertirían en el decálogo de la política económica norteamericana de los años 50 y 60, obsesionada por garantizar el
crecimiento sostenido.

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