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AGRONEGOCIOS, EMPRESARIOS Y ELITES RURALES EN LA ARGENTINA CONTEMPORÁNEA

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1º REUNIÓN INTERNACIONAL SOBRE FORMACIÓN DE LAS ELITES 
“La Formación de las elites: nuevas investigaciones y desafíos contemporáneos” 
Buenos Aires, 28 y 29 de Octubre de 2010. 
 
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 AGRONEGOCIOS, EMPRESARIOS Y ELITES RURALES EN LA ARGENTINA 
CONTEMPORÁNEA 
 
Carla Gras
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INTRODUCCION 
Nadie dudaría en afirmar que los grandes terratenientes pampeanos, clase 
dominante y figura paradigmática del modelo agroexportador - que caracterizó la 
organización del sector agropecuario y la dinámica económica del conjunto nacional 
entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX -, constituyeron una 
verdadera elite. En efecto, además de conformar la clase económicamente más poderosa 
a partir de la propiedad de grandes extensiones de tierra en la fértil llanura pampeana, y 
del control de la renta agraria, así como de su dinamismo empresarial y carácter 
“modernizante”, estos grupos ostentaron el poder político, desarrollando una influencia 
determinante en los asuntos e instituciones públicas. Lazos sociales y familiares 
comunes, estilos de vida semejantes, le fueron dando una particular cohesión y 
consistencia interna. Aún cuando los grandes propietarios también tuvieron inversiones 
importantes en otros sectores de la economía (como las finanzas, el comercio de 
exportación o incluso la industria), su auto percepción como grupo superior y 
privilegiado se sostenía centralmente en su condición de terratenientes y empresarios 
agropecuarios (Hora, 2002). En consonancia con ello, desplegaron una visión común 
sobre la Argentina como un país agrario, sobre la cual la nación se desarrollaría y 
participaría de una economía mundial en expansión. Esta elite tuvo en la Sociedad Rural 
Argentina (SRA), creada en 1866, su principal expresión institucional. 
La evolución posterior de esta clase social estuvo marcada, por un lado, por los 
cambios en la dinámica del sector agropecuario y las transformaciones en la estructura 
social agraria – que alcanzó una mayor heterogeneidad social, productiva y regional – 
así como por la relación de la actividad respecto de otros núcleos dinámicos de la 
economía (la industria, el sector financiero). Sin embargo, aún cuando la posición del 
agro se debilitara en tanto eje dinámico de los procesos de acumulación, el sector retuvo 
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un papel clave: el de ser la principal fuente de exportaciones y en consecuencia de 
divisas. 
En términos sociopolíticos, la elite rural no solo se vería enfrentada a partir de 
1912 (Ley Sáenz Peña) con la mayor permeabilidad del régimen político a las demandas 
de los grupos subalternos, sino también a un creciente cuestionamiento de su enorme 
riqueza, particularmente al hecho de que ella deviniera de la propiedad de la tierra 
(Hora, 2005). Con la irrupción del peronismo, la pérdida de gravitación social y política 
de los grandes terratenientes se profundizó; sin embargo, dada su posición en la 
estructura económica, retuvieron para sí capacidad de negociar y presionar al Estado 
para obtener ventajas y/o no ser perjudicadas en sus intereses. Los grandes 
terratenientes seguirían siendo una elite, en el sentido de una minoría que detentaba 
ciertos privilegios, pero su papel había cambiado. La gran propiedad siguió 
caracterizando al agro argentino, pero ello no supone en modo alguno afirmar la 
estabilidad de sus integrantes: las tradicionales familias “patricias” enfrentaron en 
algunos casos procesos de fragmentación territorial entre sus descendientes; en otros, 
mantuvieron su control sobre la propiedad, pero se desentendieron de la gestión de sus 
empresas agropecuarias. Asimismo, ingresaron capitales de origen extra agrario al 
sector, y, aunque en menor medida, también se verificaría la expansión de algunas 
franjas de los sectores medios agrarios. 
En las últimas décadas, el papel de los grandes productores vuelve a ser objeto 
de análisis y debate, retomando una rica tradición historiográfica. El espectacular 
desempeño que han tenido las actividades de base agropecuaria, básicamente la 
producción de commodities para el mercado internacional, ha sido analizado no sólo 
como fenómeno sectorial sino también en su relación con la economía y sociedad más 
amplias. En ese marco, y fundamentalmente a partir del conflicto en torno a las 
retenciones a las exportaciones (reinstauradas en 2002, luego de su eliminación durante 
la década de 1990), la pregunta sobre los rasgos de la cúpula del sector y los procesos 
que la han conformado cobró un renovado interés, así como también el interrogante 
sobre el carácter de su presencia pública (Gras y Hernández, 2009). En efecto, sin entrar 
en la discusión pormenorizada sobre dicho conflicto, cabe señalar que ese hito reciente 
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hizo visible un conjunto de aspectos vinculados a las capacidades y virtudes que los 
actores agrarios reclamaron detentar para construir la legitimidad de sus demandas: su 
contribución a la salida de la profunda crisis de 2001, su aporte fundamental al 
crecimiento económico posterior y particularmente a la dinamización del interior del 
país, y principalmente el hecho que la expansión productiva que habían propiciado era 
resultado de la transformación tecnológica y ya no de la mera posesión de la tierra 
(Gras, 2010). 
Estos fenómenos invitan a reflexionar sobre los procesos de formación y acción 
de las elites rurales en la Argentina contemporánea, en particular, aquellas que se 
posicionan en el campo de poder económico – político a partir de principios de 
distinción basados sobre el conocimiento experto y la innovación tecnológica, y ya no 
(o no sólo o predominantemente) sobre el poderío económico. 
La aproximación que aquí realizamos a estas cuestiones parte de una hipótesis: 
el gran cambio estructural que atravesó el agro argentino y configuró un nuevo modelo 
agrario (Gras y Hernández, 2009), dio visibilidad y potenció la presencia de una franja 
de grandes propietarios que desde la década de 1960 pugnaba por retener su condición 
de elite no sobre la base de “privilegios” meramente (y en tal sentido, replegada sobre sí 
misma, conservadora y concentrada en acciones defensivas) sino sobre su superioridad 
técnica y empresarial, lo que implicaba aunar la condición de elite con una vocación de 
liderazgo. La hipótesis plantea así que la creación de esa elite es tanto un engranaje 
como un producto del proceso agrario reciente, en tanto sus rasgos y posicionamientos 
iniciales se fueron reconfigurando en el tiempo. Esta hipótesis retoma así un tema 
central de la sociología de las elites referida a la relación entre estos grupos y los 
procesos de cambio social (Waldmann, 2007). 
Nos centraremos aquí en un dispositivo específico que nos permite recortar 
empíricamente el proceso bajo estudio: una asociación profesional cuyos orígenes se 
remontan a 1957, la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de 
Experimentación Agrícola (AACREA)
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. Esta organización es a la vez un indicio de la 
recomposición del mapa institucional y de las formas de presencia pública que las elites 
rurales han ido privilegiando. Al mismo tiempo, los cambios en su composición social 
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reflejan las transformaciones que en el plano estructural han conocido las capas altas del 
sector agrario, tanto en lo que refiere a sus rasgos específicos como a los procesos de 
movilidad,incluyendo aquí el ingreso de agentes no agrarios. Las asociaciones 
profesionales – entre las que podemos señalar también a la más reciente Asociación 
Argentina de Productores en Siembra Directa (AAPRESID) – conforman en la 
actualidad actores importantes para el estudio de los canales de construcción y 
articulación de los intereses dominantes, así como también para la construcción de la 
legitimidad de sus posiciones y del modelo socio productivo que promueven. 
 
LOS ORÍGENES DE AACREA: CAMBIO Y TRADICIÓN 
Los orígenes de AACREA (nombre que tomaría unas décadas después) se 
remontan a la creación en 1957 de lo que se constituiría como el primer Consorcio 
Regional de Experimentación Agrícola. Según puede rastrearse en distintos documentos 
institucionales, ese primer grupo se conformó a partir de la convocatoria que dos 
productores pampeanos, Pablo Hary y Enrique Capelle, cuyas “estancias” se situaban en 
Henderson y Daireaux, en el oeste de la provincia de Buenos Aires, hicieron a otros 
once amigos y conocidos, también productores de la zona, para proponerles 
intercambiar diagnósticos y soluciones para sus explotaciones agropecuarias. En sus 
viajes a Francia, Hary había conocido la modalidad de trabajo de grupos franceses de 
tecnificación agrícola – los CETA (Centre d´Etudes de Tecniques Agricoles) −, de los 
cuales Capelle también había tenido noticias a través de una publicación francesa, y 
cuya modalidad de trabajo quisieron retomar. La idea era sencilla: buscar en conjunto la 
forma de resolver problemas que los preocupaban, y que referían al deterioro de los 
suelos y la poca estabilidad de sus estancias frente a los vaivenes climáticos y las 
políticas hacia el agro, que definían como erráticas. En poco tiempo, se conformaron 
nuevos grupos sobre la base de redes de amistad y familiares de los primeros 
integrantes. 
“Yo lo conocí a Pablo ahí por temas si se quiere medio familiares, la familia de mi 
mujer, ellos son de ascendencia francesa y Pablo también de ascendencia francesa y se 
conocían las familias. Y un hermano de la mujer de Hary, me dice “mirá tenemos que 
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hablar una cosa interesante, ahí don Pablo trajo una idea de Francia de los grupos 
CETA”, me explicó un poco lo que eran, grupos de productores de la zona y se reunían 
para trabajar temas técnicos, “pensando en que lo importante era preservar la 
fertilidad del suelo, el capital del país, se conocen los vecinos”, los vecinos no nos 
conocíamos, no había ningún interés de intercambio de ideas, nada. “Y te puedo decir 
que Pablo ya formó dos grupos interesantísimos, y creo que es una oportunidad 
bárbara para mejorar en todos los sentidos, técnicamente, mejorar las producciones, 
producir más, etc.”. (E.P., entrevista, 2008). 
Tal como destacaron varios de los integrantes de los primeros grupos que 
entrevistamos, la actividad se centraba en la discusión de aspectos técnicos, lo que 
constituía, según se resalta en las entrevistas, toda una novedad: 
“En ese momento le puedo decir que éramos los primeros que a nivel zonal hacíamos 
revisación, tanto de las vacas, o dos meses después de haber retirado los toros, en junio 
hacíamos las revisaciones de las vacas. Iban veterinarios para hacer la revisación nos 
aconsejaban, en fin. Desde el punto de vista veterinario, había un cierto contacto muy, 
muy liviano como quien dice. Teníamos la estación experimental del INTA (Instituto 
Nacional de Tecnología Agropecuaria) (pero) estaba recién empezando. 
- O sea que hablar de manejo técnicos en esa época… 
Poco y nada…o nada y nada me atrevo a decir. Había todo una inercia, había quien se 
le volaba el campo y se preocupaba y otro que se le volaba el campo y lo dejaba volar 
hasta que los yuyos lo tapaban. 
- ¿Y la Sociedad Rural Argentina no tenía…? 
Sí tenía, pero se había vuelto más gremial. Desde el punto de vista técnico, creo, 
siempre pensé que era una de las falencias, digo falencias porque era un área que la 
Rural podía tener cabida, en ese sentido. El INTA nació un año antes que AACREA. 
Entonces, ¿por qué nació el INTA? Y porque había una falencia, ¿Por qué tuvo éxito 
AACREA, y tiene? Y porque en su momento creció tratando de llenar un hueco de una 
falencia. Y el INTA tuvo el desarrollo tecnológico, llamémoslo así, de laboratorio y de 
extensión y los grandes extensionistas a campo haciéndose eco de los adelantos o de la 
tecnología que podía brindar el INTA, lo hizo AACREA. Si en esa época no había 
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ingenieros agrónomos. La carrera de ingenieros agrónomos terminaba en funcionarios 
en los gobiernos provinciales y en el gobierno nacional, y terminaban de…dicho mal y 
pronto de burócratas de oficina. Alguien tenía que llenar ese hueco” (E.P. Entrevista, 
2008). 
 La cuestión técnica estaba así en el centro de la distinción que esta entidad buscó 
trazar en las prácticas de los grandes productores y que evolucionaría hacia la 
construcción material y simbólica de un nuevo tipo de terrateniente: el “empresario”. La 
importancia de esta distinción adquiere cabal dimensión si se considera el contexto 
histórico en que se planteaba: el del llamado estancamiento pampeano. Este período es 
del auge de modelo de industrialización sustitutiva (ISI), en el cual el agro perdió su rol 
de eje central del proceso de acumulación, si bien manteniendo una importancia clave 
como proveedor de divisas y a la vez de alimentos para los sectores urbanos y 
asalariados. El comportamiento de la producción y la productividad en esas décadas 
perdió el dinamismo previo, y ello fue objeto de intensos debates. En efecto, la 
evolución de los indicadores agropecuarios, que marcaban la caída de la rentabilidad 
agrícola, el estancamiento de la producción de granos y en menor medida de la 
ganadería vacuna, serían atribuidos por algunos analistas a la consecuencia (directa) de 
las políticas aplicadas de transferencia de renta del sector agrario al sector industrial – a 
través de de los impuestos a los productores agropecuarios – y al trabajo – vía los 
precios de los bienes salarios – (Obschatko, 2003). Pero también, desde otras 
posiciones, el debate haría énfasis en el comportamiento de los grandes productores de 
agroexportables, y en su condición de “clase oligárquica, latifundista, visión asentada en 
la efectiva existencia de enormes extensiones de tierra poseídas por pocas familias, a las 
que la renta de las décadas pasadas había permitido niveles de vida altísimos” (op.cit., 
pág. 20). 
En pocas palabras, la incipiente organización de un puñado de “estancieros” en 
torno a preocupaciones técnicas tenía un escenario mayor, marcado por la pérdida de 
importancia del sector agropecuario en términos de su aporte al desarrollo económico y 
por la visión que un variado arco de sectores de la sociedad y la política tenía sobre la 
clase terrateniente como parte fundamental del problema. Estas dos cuestiones son 
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retomadas activamente en los principios y propósitos que orientaron la conformación de 
los grupos CREA: el progreso técnico y organizativo, basado en la aplicación del 
conocimiento científico, de un lado, y el intercambio en equipos de trabajo, del otro. La 
difusión de estas ideas tuvo en Pablo Hary, el primer presidente de la Asociación creada 
en 1960
3
 al principal promotor, y a los grupos como espacios de una intensa 
socialización. Es interesantedestacar en ese sentido los discursos que Hary preparaba 
para distintas ocasiones de encuentro con los integrantes de los grupos, los cuales son 
todavía hoy recordados y retomados por sus actuales miembros; más aún, han sido 
recopilados en una publicación institucional editada en años relativamente recientes
4
. 
“El primer CREA, fundado en 1957, y también los que vinieron después, 
estuvieron centrados sobre algunos principios optimistas y conquistadores. 
Frente al hecho de la degradación del poder adquisitivo de los productos de 
la tierra, se nos ofrecían dos caminos: o recurrir al Estado, esgrimiendo el 
eslogan de una imposible paridad de precios, o bien atacar, resueltamente y 
por nuestra cuenta por el camino de la productividad, de la calidad, de la 
producción eficiente. Elegimos esta última solución” (P. Hary, conferencia 
de clausura, Los CREA y la revolución agrícola, 1962, p. 19). 
En la convocatoria a sus pares a sumarse a AACREA, Hary enfatizaba 
repetidamente estas ideas - fuerza: el cambio tecnológico, como una exigencia de los 
tiempos, debía incluir necesariamente un “cambio intelectual” para reponer el lugar de 
la clase terrateniente en la sociedad. El llamado a “cambiar las mentalidades” refleja los 
primeros indicios de modificaciones en la ideología asociada a la actividad económica 
de estos grandes productores. Esa ideología – en el sentido que lo señalan Boltanski y 
Chiapello (2002), esto es, creencias compartidas, inscriptas en instituciones y 
comprometidas con la acción – revisaba el lugar que estos actores debían buscar en una 
sociedad que les discutía el rol que históricamente se habían arrogado. 
Y lo hacía ubicándose para ello en el centro del núcleo ideológico de la propia 
clase terrateniente, organizado en torno a la libertad de los mercados, la subsidiariedad 
del Estado y la salvaguarda de la propiedad privada. Estos elementos – articulados con 
apelaciones generales a la defensa del “campo” como una unidad y a su rol 
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preponderante para el conjunto de la nación - conformaban un sistema coherente de 
ideas. Fortalecido en la segunda posguerra, por la oposición al peronismo, el universo 
ideológico de la clase terrateniente y de su portavoz principal, la SRA, quedó 
estrechamente asociada al anti peronismo y a la condena de toda forma de populismo 
(Heredia, 2003). Frente a ello, AACREA ponía en juego la necesidad de nuevos modos 
de acción, de nuevas exigencias normativas para la clase terrateniente, que permitieran 
responder a la crítica sobre su papel y desempeño. En rigor, los ejes sobre los cuales 
AACREA buscaba reconstituir la legitimidad de la elite agraria retomaban su antiguo 
carácter modernizante y la vocación dirigente que había encarnado SRA (Hora, 2009); 
sus apelaciones eran críticas de la eficacia de la acción corporativa tradicional. Lo que 
debía cambiar también era la “mentalidad” de esa elite propietaria, que había quedado 
atrapada en la reacción antiperonista, ubicando en la intervención del Estado populista 
la raíz de todos los males. 
“Permanecer al margen de la revolución técnica, indiferentes, es condenarse 
a desaparecer. Y esto no podemos admitirlo […] Teniendo presente que 
quienes tienen poder de resolver son los jefes de empresa, es decir, nosotros, 
y vista la responsabilidad que ello implica conviene meditar lo que sigue: el 
dilema es o permanecemos estáticos, rutinarios, sobreviviendo en una 
mediocridad gris, a la zaga del progreso, en el furgón de cola de las 
naciones, o bien atacamos resueltamente por el camino de la técnica y de la 
donación de nosotros mismos. Trabajar y producir con mentalidad y 
métodos subdesarrollados, y pretender, al mismo tiempo, gozar de los 
beneficios de las naciones de primera línea, es imposible. Y si fuera posible, 
sería inmoral”. (P. Hary, conferencia de clausura, Los CREA y la revolución 
agrícola, p. 20) 
Retomamos a continuación el tramo de una entrevista realizada con uno de los 
primeros colaboradores técnicos de la Asociación que retrata las diferentes formas de 
acción al interior de la elite rural en el particular contexto que hemos señalado y los 
conflictos generados en torno a las transformaciones requeridas para preservar las 
condiciones que le habían dado históricamente existencia. 
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“Había como una desvalorización en un momento de la gente con respecto a CREA. 
CREA era como…para la gente de la Rural en su momento ¿no? - después cambia 
completamente- comunistas éramos, nos decían ustedes son comunistas. La vieja 
aristocracia, en buen sentido, yo no soy peyorativo para nada… Y había una cosa así, 
como diciéndole que (si) se ocupa del cambio es porque evidentemente no está con la 
tradición y con todo lo que fue el campo argentino y qué se yo. Y don Pablo fue 
extraordinario porque él, digamos, desde el punto de vista social, él era de ellos, y pudo 
decir cosas que para ellos eran veneno, veneno... 
- ¿Qué les decía? 
Y directamente que eran unos haraganes, unos…ahora no me acuerdo bien pero hay 
unos escritos de él, que deben estar por acá, pero él decía que eran gente… ¿Cómo era 
que decía?… Resistentes totalmente, incapaces de poder comunicarse, incapaces de 
poder asociarse, y entonces decía una palabra, que ahora ya me la voy a acordar 
seguro, decía una palabra que los destrozaba, eh. El decía el cambio pero no por una 
cuestión solamente política o ideológica sino porque realmente partía de la base, de la 
que todos sabemos, que en los años 50 la agricultura argentina estaba estancada, 
completamente estancada, entonces había que hacer un cambio, él partía de ahí, del 
estancamiento de la producción argentina, pero era el estancamiento físico pero 
también el estancamiento mental, decía él, la gente que no quería cambiar” (M.F., 
entrevista, 2008). 
En la primera década de vida de la entidad puede observarse en los discursos de 
sus líderes y en los temas tratados en congresos y reuniones, la insistencia en el rol que 
podía cumplir un sector agropecuario que hiciera del avance tecnológico uno de sus 
pilares fundamentales, en consonancia con las transformaciones que se daban en el 
mercado internacional. Cabe recordar en tal sentido, la importancia que ya en la década 
de 1960 cobraba la expansión de los insumos de origen industrial y las innovaciones 
asociadas a la Revolución Verde como parte de los procesos en curso de globalización 
agroalimentaria. Al mismo tiempo, reposicionarse en un escenario nacional en el cual la 
industria profundizaba el proceso de transnacionalización y la burguesía industrial 
nacional no parecía tener la capacidad para liderar un proceso de desarrollo endógeno, 
requería así diferenciarse de la tradicional elite rural (representada por la SRA), de sus 
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posiciones sociales heredadas, y del pasado desde el que reclamaban fuera reconocida y 
aceptada su influencia. 
La necesidad de retener el liderazgo de los grandes propietarios tenía también 
otros interlocutores: el peronismo así como el contexto internacional de la época 
marcado por las ideas que dieron lugar a los grandes proyectos de desarrollo rural 
integrado, las cuales enfatizaban la importancia de las reformas agrarias como vía para 
la modernización capitalista, y que tanto el peronismo como la izquierda retenían en sus 
posiciones y críticas a la clase terrateniente. 
“¿Cómo llegó a esasideas? Yo no podría decirlo, lo que pasa es que don Pablo era un 
gran lector, un tipo muy inspirado, distinto de lo que es el productor agropecuario 
normal argentino, tanto mediano, como grande como chico, que es un hombre con poca 
instrucción que no lee mucho ¿no? Pueden tener buenos modales, muy buenas 
referencias de lo que es el mundo, París y qué se yo, pero no es un tipo… Don Pablo 
leía, leía a los clásicos griegos… entonces el tipo dijo, esto es un estancamiento, hay 
que producir un cambio porque sino los otros van a producir el cambio, como diciendo 
la zurda, de alguna manera había algo nuevo pero se dejaba ver que había un 
trasfondo político, don Pablo era…pese a que era un hombre revolucionario en el 
fondo era una conservador, dentro de lo que sería socialmente, ¿no? Sus ideas 
políticas, era un señor feudal… no comulgaba ni con el peronismo, ni con…era 
bastante reacio a los partidos políticos” (M.F., entrevista, 2008). 
En esa diferenciación, este grupo que va a ir construyéndose como un 
“empresariado”, recurría a otros principios de legitimación y distinción social: el 
conocimiento experto y la autoridad moral. El primero tiene que ver con la importancia 
dada en todas las prácticas y acciones de la entidad a lo “técnico-científico”, como base 
de vinculación entre los miembros y de legitimidad de sus posiciones. El segundo 
elemento se vincula con la posición que adoptarían frente al Estado frente a la disputa 
entre liberales y populistas, la cual como ha señalado Sikkink (1991) impedía el anclaje 
de las teorías de desarrollo que otras elites económicas y políticas en países como Brasil 
habían apoyado. Cabe señalar que no encontramos en los documentos institucionales ni 
en las manifestaciones públicas de sus dirigentes e integrantes desde su surgimiento, 
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alusiones u opiniones institucionales referidas a las políticas económicas y centralmente 
a la intervención del Estado en la economía. Precisamente el no hacer eje en la 
intervención del Estado como factor explicativo del estancamiento, los empresarios 
CREA hablaban de su superioridad moral, desde la cual se hacían “cargo del “desafío” 
de cumplir con el “destino de la nación”, proveyendo alimentos a un mundo en 
crecimiento (“El porvenir depende de nuestro esfuerzo”, 10º aniversario de AACREA, 
1970). AACREA optaba por una suerte de “invisibilidad pública” en lo que atañe a sus 
posiciones políticas en este sentido, a partir de la continua afirmación en su “carácter 
técnico”. El mismo la convertiría en una organización “legítima” – por ejemplo, en la 
interlocución con el Estado – en vez de “políticamente controvertida”. 
Sin embargo, ello no debe soslayar la activa orientación de la entidad a la 
generación de la institucionalidad requerida por la organización de la “nueva 
agricultura” que propiciaba. El carácter técnico permitiría generar un ámbito de acción 
que podía ser sustraído fácilmente de la discusión y el escrutinio político, legitimado 
por el conocimiento experto. Ejemplo de ello son su presencia e influencia en 
instituciones como el INTA o la propia Secretaría de Agricultura. 
En la actualidad, AACREA integra a cerca de 160 grupos, que incluyen a 1.800 
productores aproximadamente, cuyas empresas superan, en promedio, 6500 hectáreas
5
. Su 
desarrollo organizativo fue acentuando el perfil técnico, lo que le permitió constituirse 
en un actor influyente, posicionándose como un agente de cambio. Así, impulsó un 
modelo de organización socio productivo en el agro argentino, en el cual las diversas 
formas de producción existentes y actores se subordinan a su propia lógica productiva y 
económica. En ese proceso, la composición y rasgos de aquella elite inicial se 
reconfigurarían – originalmente, predominaban los productores ganaderos (y entre ellos, 
de invernada), actualmente, ese perfil ha cambiado, integrando entre sus filas a los 
productores sojeros más importantes del país - así como sus vínculos e 
interdependencias con otros agentes, lo que se reflejó en la dinámica y constitución de 
la entidad. 
En los dos apartados que siguen profundizamos en ejes significativos para 
comprender la creación y formación de una elite que bajo la idea de un “nuevo 
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empresariado” ha basado su distinción en el conocimiento experto y la innovación 
tecnológica. El carácter de este nuevo empresariado se advierte, como veremos, en un 
sentido bien preciso: la valorización del conocimiento como recurso productivo. En su 
sentido común, su posición en el agro argentino no estaría ya determinada por la 
magnitud de la propiedad controlada ni por la apropiación de renta diferencial, sino por 
una nueva forma de producción de valor. Es interesante resaltar, en este sentido, que en 
los documentos analizados no se hace prácticamente referencia a identificaciones que 
remitan a la escala de las explotaciones o a otros atributos que aludan a las relaciones 
que inscriben a los actores en un espacio de disputa por la distribución de la riqueza 
(propietarios/no propietarios, terratenientes capitalistas/chacareros). 
La constitución de esta “elite técnica” se basa sobre un espectro social más 
amplio que el inicial - incorpora a franjas de la mediana empresa –, al cual integra sobre 
las bases de la organización socio productiva que promueven, reservándoles un lugar 
consistente con la jerarquía y posición social de los grandes productores. 
 
LA TÉCNICA COMO CAMPO DE CONSTITUCIÓN DE LA ELITE 
Como se ha señalado, la preocupación por el avance tecnológico y por la 
modernización ha ocupado un lugar central en las acciones, líneas de trabajo y 
propuestas de AACREA. De la mano de esa preocupación, la entidad fue definiendo 
una suerte de ideología sobre el progreso, al sostener que la tecnología debía estar al 
servicio de una nueva agricultura. En la idea de sus fundadores, ello implicaba pensar, 
abrigar, un nuevo sujeto: el empresariado agrícola. 
Un puñado de hombres se planteaban así ser la “punta de flecha” de ese cambio 
fundamental. En sus propias palabras, buscaban ser la “levadura que anima y mueve la 
masa” (Encuentro conmemorativo de los treinta años de AACREA, p. 75), los 
propulsores de “formas de realización de la empresa de gran envergadura” (VII 
Congreso CREA, 1974, p. 64, nuestro subrayado). 
El centro de la tarea ha sido y es los grupos CREA, pensados como “pools de 
ideas y experiencias”, esto es, como enlaces entre los avances agronómicos y de gestión 
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económica y organizativa desarrollados en los laboratorios (las universidades y centros 
de investigación, nacionales y del extranjero) y su incorporación en las explotaciones a 
través de planes de experimentación. La metodología de trabajo supone reuniones 
periódicas de cada grupo con su asesor técnico donde se establecen, a partir del análisis 
de problemas, el plan de trabajo de cada empresa, que combina la experimentación y la 
medición de resultados. Los grupos son uno de los principales espacios de conocimiento 
de los nuevos avances tecnológicos, y a la vez la base de una suerte de fuerte espíritu de 
cuerpo. 
Como mencionamos anteriormente, el problema inicial que en términos 
agronómicos convocó a los primeros grupos tenía que ver con los suelos y el manejo 
adecuado de la ganadería. En esa primera tarea, estuvieron presentes articulaciones que 
AACREAdesarrollaría como una de sus principales características: se vinculan con 
investigadores universitarios, organizando visitas a campo para ver los resultados de la 
experimentación de nuevas formas de manejo. De este modo, se comienza a trabajar en 
la organización de “sistemas de producción” que permitieron la incorporación o 
expansión de la agricultura en los campos mayoritariamente ganaderos de los miembros 
CREA. 
Unos pocos años después de la conformación de AACREA, la preocupación por 
la eficiencia en el manejo agronómico se extiende a la gestión de resultados y 
comienzan a medirse productividades por hectárea de manera comparativa. La cuestión 
de la gestión sería de vital importancia en el desarrollo del proceso de 
profesionalización de la actividad agropecuaria
6
. Los resultados productivos y 
económicos que los productores CREA alcanzaban
7
 fueron posicionando a los 
empresarios miembros como actores dinámicos que “saben qué hacer y cómo”. La 
incorporación del saber experto como rasgo central de la profesionalización de la 
actividad agropecuaria, es también el principal basamento sobre el que AACREA 
reclamará hablar en nombre de un nuevo perfil de actor agrario, el cual se destacaría por 
características propias de un capitalista moderno: anticipación, control del riesgo, en fin 
la subordinación de los ciclos agrarios al control científico – técnico. 
1º REUNIÓN INTERNACIONAL SOBRE FORMACIÓN DE LAS ELITES 
“La Formación de las elites: nuevas investigaciones y desafíos contemporáneos” 
Buenos Aires, 28 y 29 de Octubre de 2010. 
 
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Así, la noción de “empresario” que AACREA fue construyendo – y el abandono 
de nominaciones previas como terratenientes, propietarios, o incluso la forma en que 
inicialmente P. Hary se refería a sí mismo y a sus pares, “jefes de estancia” – subraya 
dos rasgos principales: su carácter innovador, de “locomotora” del progreso 
tecnológico, y su condición de “marcadores de rumbo”. Referir a las prácticas que 
fueron significando a los empresarios agrícolas implica también contemplar su 
construcción como elite tanto productora como intelectual, que legitima sus valores en 
un nuevo campo de interacción social –el del conocimiento y el saber experto– y que 
busca desde ese campo someter a su dirección la dinámica del cambio social. Es 
interesante, en este sentido, volver una vez más a uno de los discursos de Hary: 
“Cambios va a haber de todos modos […] De nosotros depende que los cambios 
se hagan con nosotros y según nuestra filosofía y no contra nosotros” (IV 
Jornada CREA, 1966, p. 39). 
La racionalidad técnica se erige como la principal cualidad que esgrimen estos 
grupos que se piensan a sí mismos – y son exitosos en lograr ese reconocimiento por 
parte del resto de los agentes participantes del espacio agrario – como una nueva elite 
rural. La racionalidad técnica es también, en esa construcción, un principio de selección 
que se pone en juego: adoptando las conductas requeridas se puede acceder a la elite. Ya 
no sería necesario disponer de grandes volúmenes de capital. Rememorando a Bourdieu, 
la lógica del privilegio heredado es invisibilizada y legitimada como lógica del mérito 
individual (2003). 
“No es un problema de escala, es un problema de actitud, digo yo. Sobre todo en las 
zonas marginales, en el norte, vos podés ver empresas grandes de 10.000, 20.000, 
30.000 hectáreas que hacen agricultura y hacen ganadería y podés ver en zonas de la 
provincia de Buenos Aires empresas chicas de 300 y 400 hectáreas que alquilan y 
siembran afuera y hacen agricultura y hacen ganadería en esa superficie. No es un 
problema de escala, es un problema de actitud: medir, ensayar, probar…lo mismo 
hacerlo en gran escala que en maceta, como digo yo” (O.W., entrevista, 2008). 
 Hacia fines de la década de 1970 y principios de los años ´80, se observará la 
promoción, desde los propios grupos, de la adopción de los cultivos híbridos y de las 
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nuevas técnicas de siembra (la labranza cero). Estas innovaciones fueron hitos muy 
significativos en el proceso de agriculturización que el agro argentino conoció desde 
esos años y que se profundizó en las décadas siguientes. Por entonces, los congresos 
nacionales comenzaban a tomar otro perfil, ya que intelectuales e ideólogos –algunos 
invitados extranjeros– empezaron a figurar entre los asistentes
8
. 
A través de los contactos de sus miembros
9
, AACREA también haría punta en la 
introducción del sistema de siembra directa (SD), que según constatamos en las 
entrevistas fue rápidamente adoptado entre los miembros CREA. En el ámbito de la 
innovación tecnológica, AACREA - como también luego su par AAPRESID, surgido 
de las propias filas de AACREA - trabajó como contraparte del aparato estatal de 
ciencia y técnica, y promovió activamente la difusión de los cultivos transgénicos. 
Cabe señalar la articulación entre la siembra directa y la adopción de las 
biotecnologías (semillas transgénicas, biocidas), elemento fundamental en la 
configuración del modelo de agricultura actualmente hegemónico. La propagación de 
este paquete tecnológico implicó la intensificación de los niveles de capitalización en 
las explotaciones agropecuarias. Demandó también nuevas modalidades de 
organización del trabajo, que se caracterizaron por la puesta en juego de modalidades 
particulares de acceso a los distintos recursos (tierra, capital financiero, insumos, etc.)
10
. 
Los grupos AACREA fueron ámbitos fundamentales para el conocimiento e 
implementación de estas formas organizativas. Cabe resaltar, en este sentido, la 
importancia asignada por los asesores así como por las capacitaciones a la gestión, dada 
la centralidad que adquiere la coordinación de las distintas operaciones. Los grupos han 
sido a la vez también espacios de generación de un lenguaje nuevo - el del management 
y el agronegocio
11
 - configurando verdaderas tramas de sentido donde los agentes 
significaban las transformaciones que están en la base del proceso de concentración que 
viene conociendo el agro argentino. Los “empresarios CREA” se fueron constituyendo 
así en una elite que adquiría una forma distinta que en el pasado, al ser parte de sus 
integrantes los que más exitosamente adoptaron las formas flexibles demandadas. 
Asimismo, esta entidad desarrollaría una activa participación en la formación de 
ingenieros agrónomos en la Universidad de Buenos Aires. Como nos refería un 
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integrante de la entidad, los primeros técnicos con los que contaron los grupos, estaban 
también en cátedras de la facultad de agronomía, desde las cuales se convertirían en 
“inspiradores de alguna manera de todas las ideas tecnológicas de CREA en la 
universidad. Eso fue muy interesante porque en la Universidad de Buenos Aires en la 
Facultad de Agronomía, había una cátedra que de alguna manera vinculaba todo lo 
que era la tecnología, la mentalidad CREA, en cuanto a cómo manejar los campos, 
cómo imaginar la agronomía, cómo imaginar la agricultura, la ganadería, y todo eso. Y 
eso fue importante porque prácticamente todos los ingenieros de una época, de alguna 
manera tenían su bautismo ahí. (…) Bueno había una universidad que ayudaba a 
formar esta isla, a formar a los chicos” (M.F., entrevista, 2008) 
Todos estos ámbitos fueron fundamentales para la construcción de un ambiente 
económico y político que favoreció la puesta en marcha de cambios importantes para la 
instauración del nuevo patrón de acumulación agraria. Cabe insistir, una vez más, en la 
doble dimensión deesos cambios – uso de biotecnología, y desarrollo de un tipo de 
gestión y comportamiento empresarial – y su relación con la construcción de liderazgo 
de este nuevo empresariado rural
12
. 
En definitiva, las distintas transformaciones tecnológicas que se registran en el 
agro encontraron en las prácticas y esquemas de acción promovidos por AACREA y sus 
integrantes un anclaje específico. Lo que hemos intentado puntear aquí son los modos 
en que un grupo perteneciente a la vieja elite terrateniente encontró en el dispositivo 
técnico la forma de persistir como tal, creando un contexto renovado para la centralidad 
de la gran empresa en el agro argentino. Al mismo tiempo, ello se relaciona con su 
propia recomposición y transformación en lo que refiere a la magnitud de recursos que 
detentan, el modo en que controlan y organizan dichos recursos, a su origen social y 
trayectorias previas
13
. En tal sentido, la recomposición de las elites rurales en términos 
de su posición en la estructura agraria implicó tanto una nueva dinámica de 
acumulación como la redefinición de principios de integración y distinción social, de la 
que da cuenta la noción de “empresarios” con la que se auto representan. 
 
 
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17 
 
LOS CÍRCULOS DE SOCIABILIDAD 
En este último apartado, retomamos algunas cuestiones significativas para 
comprender los procesos hasta aquí analizados. Nos referiremos así a la identidad social 
de los agentes que se referencian en AACREA, considerando las transformaciones antes 
mencionadas respecto a las características y composición social del empresariado rural. 
Para ello, será necesario profundizar en el círculo de sociabilidad que ofrecen los grupos 
CREA, en tanto espacios en los que se configuran esquemas de percepción y 
significación de experiencias, así como valores, ideas y creencias sobre sí mismos y 
sobre su lugar y funciones. 
 Como mencionamos anteriormente, la inscripción social de los fundadores y de 
los integrantes de los primeros grupos que dieron origen a AACREA remitía claramente 
a las clases privilegiadas de la época. Pertenecientes a familias propietarias de grandes 
extensiones de tierras en la región pampeana, acomodadas, formaban parte también de 
la elite cultural de la época –Pablo Hary por ejemplo, estudió en el Colegio Nacional de 
Buenos Aires, se recibió de arquitecto y, en su educación, los viajes y las estadías en la 
tierra de sus padres (Francia) fueron frecuentes–, en algunos casos con inversiones o 
experiencias en la conducción de empresas industriales. 
A mediados de los años 60 había ya alrededor de treinta grupos afiliados a 
AACREA, que posteriormente se ampliaron con la incorporación de grupos en las 
provincias de Santa Fe y Córdoba, territorios propio de la cultura chacarera. Estos 
últimos surgieron por convenios con las provincias, que aportaron recursos para su 
conformación. De este modo, como señalaba un asesor entrevistado, el perfil social de 
la entidad fue cambiando: “AACREA era aristocrática y luego se fue democratizando, 
fueron surgiendo dirigentes de otras extracciones sociales” (A.L., entrevista, 2007). 
Una década después, hacia 1975, había aproximadamente 122 grupos afiliados, y la 
organización puso en juego la regionalización de su estructura, aumentando la cantidad 
de grupos de Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos, además de la extensión a Chaco y 
Formosa, siendo esto último indicador del proceso de agriculturización en ciernes. 
Este proceso de expansión del Movimiento CREA, mediante la “apertura” a 
otros sectores sociales – aquellos chacareros que históricamente habían conformado su 
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identidad social y política en una relación de antagonismo con los grandes terratenientes 
– constituye un punto de inflexión no solo en la organización interna de la asociación 
sino también en las identidades colectivas de unos y otros, y en las relaciones que 
mantenían, las cuales reproducían determinados tipos de intercambio y de distinción 
social. 
Cabe señalar en este sentido que la vocación inicial de los fundadores de 
AACREA era ser la “punta de flecha” de una nueva agricultura. Señalaba, al respecto, 
Pablo Hary en 1962: 
“En cada visita a un CREA […] encuentro hombres capaces, muy capaces, 
pero que están aislados, que no brillan porque no se les dio la oportunidad 
para que brillaran. Esto, señores, este material humano extraordinario, esta 
clase dirigente en potencia, vale tanto como la fertilidad del suelo, tanto y 
más que cualquier cosa”. (Jornada Anual de los CREA, 1966, p. 26) 
 AACREA sería así la trama organizativa y comunicativa que permitiría conectar 
a esos hombres entre sí. La preocupación de Hary y otros fundadores no era que esa 
trama creciera cuantitativamente (es decir, integrara a un número mayor de adherentes) 
sino, más bien, convocar a una suerte de elegidos entre los privilegiados. En este 
sentido, el siguiente discurso de Pablo Hary no dejaba lugar a dudas: 
“[los principios de CREA son] como el fiel de la balanza, y la vara para medir, 
juzgar y decidir si una persona están bien en el CREA, si sería mejor que se 
fuera, para decidir si un CREA está bien en la Federación o sería mejor 
separarlo. Cuando la respuesta resulte negativa, o sencillamente dudosa, no hay 
que titubear. Recuerden que CREA no es un movimiento de masa” (Jornada 
Anual de los CREA, 1966, p. 27, nuestro subrayado). 
Retomamos nuevamente las reflexiones de un activo participante de esos años, 
que refleja las tensiones implicadas en la incorporación de sectores sociales diferentes y 
antagónicos. 
“Don Pablo decía… la elite. Hablaba de las elites, y la gente entendía, el resto de los 
productores rurales cuando todavía AACREA era de los estancieros, entendían por 
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elite a la aristocracia de Rodríguez Peña y Callao y don Pablo, cuando él decía elite, lo 
hablaba por los mejores, la elite como en los griegos, eran los mejores, podía ser un 
tipo de…un campesino de Goya, de Corrientes con dos hectáreas ¿no? Pero él hablaba 
de las elites. Y eso le hizo mucho daño a AACREA, mucho daño, porque la gente no lo 
entendió. Claro, hablaba de las elites, hablaba que la materia gris no se puede juntar 
con pala de buey, y toda esas cosas, entonces la gente consideraba que AACREA 
era…era así, era duro él. Y bueno, pero claro, ayudó mucho a crear ese emblema, eran 
banderas que se levantaban. Yo creo que lo retrasó mucho (…) Lógicamente la gente de 
AACREA de la primera época cuando escuchaban hablar a J.P. (el impulsor del primer 
convenio, con la provincia de Santa Fe, proveniente de una tradicional familia de 
grandes terratenientes) temblaban” (M.F., entrevista, 2008) 
 Luego de un intenso debate interno, promovido también por el segundo 
presidente de AACREA, él también miembro de una tradicional familia terrateniente, se 
logró firmar el convenio: 
“Forman, entonces, la idea de firmar un convenio para promover los CREA de 
productores y chacareros. Que no eran pequeños productores, eran productores de 
100, 150, 200 hectáreas, según la zona. Pero él sobre todo (J.P) empujaba a los tipos de 
los dedos gordos, la marca blanca acá del sombrero, trabajan arriba del caballo, del 
tractor… Y eso fue extraordinario, para mí fue extraordinario. Evidentemente hubo una 
resistencia, porque la gente CREA, no es porque fuera reaccionaria contra eso pero 
tenían miedode que de repente el movimiento CREA perdiera totalmente sus marcas, es 
decir, había una cierta base social que hacía que todos se entendieran, que todos se 
comprendieran” (M.F., entrevista, 2008). 
 La integración de esos otros, y luego con el tiempo, de nuevos miembros 
provenientes de sectores urbanos profesionales, sectores industriales, etc., tuvo en la 
actividad de los grupos un anclaje fundamental. Es en su actividad cotidiana donde las 
distinciones y fronteras sociales se fueron reconfigurando. En efecto, en las reuniones 
de los grupos, en el compromiso que cada miembro asume con el resto del grupo 
respecto de la incorporación de nuevas prácticas productivas, comerciales o de gestión, 
se generó un lenguaje común y modos compartidos de practicar y llevar adelante la 
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actividad agropecuaria. Los grupos devinieron así un mecanismo socializador donde las 
disposiciones adquiridas en contextos y posiciones sociales diferentes se resignificaron; 
bajo los valores fundantes de la ideología CREA – grupos de avanzada -, los modos de 
“ser” productor que portaban grupos diferentes fueron perdiendo consistencia. 
“Nosotros de esas reuniones de empresarios lo que hacemos es análisis de casos, eso es 
común en todos los CREA, si hoy toca la reunión en tu empresa vos presentas al resto 
tu caso. Y hay un nivel de profundidad en el análisis que depende de la confianza del 
sentido de pertenencia, de cómo se ha venido trabajando en el grupo en los últimos 
años. Pero para que se den una idea, muchas de esas reuniones, tienen poco de 
tecnológico, tienen mucho de empresarial e incluso de personal. En estas reuniones se 
discute, se aporta sobre cómo se está planteando el pasaje generacional dentro de la 
empresa (…) Se plantea cuál es la visión que tiene el empresario, cuáles son sus planes, 
desde cuestiones económicas que puede ser un presupuesto financiero hasta cuestiones 
hasta problemáticas de empresas familiares donde el tipo desnuda, en alguna reunión, 
un problema que tiene algún socio, que es el hermano de él. Y el grupo le aporta desde 
su propia experiencia, desde el sentido común, desde ese punto (...) A ver… es un 
proceso, yo no sé si es premeditado o seguramente unas personas, como en todos 
grupos humanos, tienen una visión de anticipación y ven cosas y contagian a otros de 
esa visión y eso después se va enriqueciendo con el aporte de todos, son líderes, 
transmiten algo que después el resto lo toma como propio, y no siente que al seguir la 
idea de esa persona este siguiendo a otro sino que dice, me está ayudando a ir hacia mi 
propia idea” (M.T., entrevista, 2008). 
Es en esa dinámica, que, entendemos, las diferencias objetivas en el acceso y 
participación desigual a la tierra y el capital, o a las oportunidades de acumulación son 
reconstituidas, dando lugar a nuevos modos de conceptualizarlas (Lamont y Molnár, 
2002). En tal sentido, en los grupos tiene lugar una producción de sentidos y recursos 
simbólicos que no impugnaron sustantivamente aquella marca de origen, facilitando 
compresiones comunes. La adopción del “imperativo” del cambio tecnológico y la 
profesionalización conformó un sustrato básico de las nuevas identidades. Llama en tal 
sentido la atención la homogeneidad que registramos en las diferentes entrevistas 
realizadas en estos años en el vocabulario, expresiones y perspectivas de los integrantes 
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de AACREA. En efecto, no solo se verifica una homogeneización en las prácticas 
productivas sino también la movilización de un imaginario común (respecto de la 
innovación, la gestión, etc.) que no cuestiona la concentración económica y productiva. 
En sintonía con ello, aquella denominación con que los primeros miembros se 
referenciaban, una elite, aquella que, como decía uno de los entrevistados citados 
“retrasó mucho”, dio lugar a la más amplia pero no por ello menos significante, la de 
“empresario” o “emprendedor”. 
Esta categoría es prototípica de las nuevas ideas asociadas al paradigma del 
“agronegocio”, el cual amplía los ámbitos de incumbencia del productor: la explotación 
será, de ahora en más, una parte de un sistema de negocios más amplio, el de la 
producción de alimentos. Como analiza Hernández (2009), “la Argentina que quisieran 
para sus hijos no es tanto aquella caracterizada como “granero del mundo” –exportador 
de materias primas– sino más bien un país destacado entre los grandes “supermercados 
del mundo”, en tanto exportador de alimentos” (pág. 41). Los cambios implicados en 
esta renovada forma de entender y llevar adelante su actividad - además de promover 
transformaciones en la estructura organizativa de las empresas - tienen consecuencias en 
términos de las relaciones con otras esferas de la vida económica y en las pautas 
culturales que los caracterizan. “Como consecuencia, en el empresariado se instalará 
una nueva pauta cultural: el gusto por la innovación –en el modo de gestión del capital 
social, en tecnología, en constitución jurídica, etc. – que transformará la clásica ventaja 
comparativa de la pampa argentina en una ventaja competitiva de las empresas de 
agronegocios” (Hernández, 2009: 46). Tal innovación empresarial demanda, una vez 
más, una “revolución de las mentalidades”. Si bien ha sido apropiada en distintos grados 
por los propios empresarios (ejemplos notables de su adopción más acabada son 
empresas como El Tejar o Los Grobo), constituye sin dudas un horizonte al que llegar. 
 Los grupos y los activos intercambios que en ellos tienen lugar constituyen en 
ese sentido un ámbito donde se tramitan las tensiones que la permanente innovación 
genera entre los propios protagonistas. El seguimiento y análisis de esta dimensión es 
fundamental para la comprensión de los procesos de recomposición de las capas altas de 
la estructura agraria así como también de formación de elites. 
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Las prácticas sociales de estos empresarios incluyen también otros ámbitos 
además del estrictamente productivo y de negocios. En los grupos se fueron gestando 
ideas y prácticas sociales vinculadas con el papel de estos empresarios en la sociedad 
más amplia, que son retomados en proyectos institucionales como el programa de apoyo 
a escuelas (EduCREA) o de formación de líderes. 
“Y después el foco de la empresa empezó hacia la persona bueno, la empresa está 
bárbara pero cómo hago para tener una persona que no haya desarrollado sus 
habilidades. Y se empezaron a desarrollar temas que tenían que ver con cosas mucho 
más blandas visión, misión, objetivos pero desde lo personal, y empezar a ver a la 
empresa como el medio para que yo logre finalmente alcanzar mis propios objetivos 
como persona (…) Y en algún momento, yo te voy a decir cuando, me parece que fue 
paulatino, se empieza a mirar al entorno, ya sea por una cuestión filantrópica, 
humanista o, no sé si son los términos más apropiados, o economicistas, egoístas pero 
por los dos caminos yo llego a lo mismo, es decir, no me alcanza con que me salve yo 
solo, porque si yo estoy muy bien peor todo mi entorno está muy mal, yo lo puedo ver 
desde una visión más altruista de decir yo no puedo disfrutar mi bienestar viendo toda 
la gente que está mal, o puedo tener una visión más utilitaria y si se quiere egoísta y 
decir, pero esto dura muy poquito, cuando todos estos que son muchos más me vean 
que el único que estábien soy yo, probablemente lo mío tampoco va a durar. Pero me 
parece que se empezó a lograr desde los grupos y desde esta institución en, no podemos 
mirar únicamente, aún pensando en nuestras propias empresas, no podemos mirar 
nada más que nuestras propias empresas y ni siquiera a nuestro propio sector” (M.T., 
entrevista, 2008). 
Estas prácticas sociales reactualizan valores tradicionales de la vieja elite – 
vinculadas a la autoridad que da el prestigio, el liderazgo moral de los ilustrados - a la 
vez que son compatibles con los nuevos estilos, propios del moderno management – el 
entreprenuership, la valoración de los logros personales - . 
En el plano simbólico e ideológico, estos empresarios ponen de manifiesto una 
llamativa unidad en lo que atañe a sus representaciones sobre sus actividades y los 
procesos de transformación que dinamizan. Estas representaciones sustentan sus 
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prácticas, y están inscriptas en formas institucionales novedosas. Retomando a 
Boltanski y Chiapello (2002), es posible plantear que implican también una lógica de la 
justificación que ha contribuido a mantener los modos de acción y disposiciones 
coherentes con un cierto orden, conformando lo que los autores denominan una 
ideología dominante, en tanto alcanza también a grupos ubicados en posiciones 
diferentes que, sin embargo, se apoyan en los mismos esquemas para representarse el 
funcionamiento del orden social, sus ventajas y desventajas. 
 
NOTAS 
1. Socióloga. Investigadora Independiente CONICET, Universidad Nacional de Gral. 
Sarmiento. 
2. Retomamos y profundizamos un articulo previo sobre esta asociación profesional y 
los núcleos de su identidad institucional (Véase Gras, 2009). 
3. En 1960 se funda la Federación Argentina de Consorcios Regionales de 
Experimentación Agrícola (FAACREA) que, en 1967, cambiaría su denominación por 
la actual de AACREA. 
4. Pablo Hary, Pensamiento y obra, Buenos Aires, AACREA, 1996. 
5. Esta cifra incluye tanto a las explotaciones con las que los titulares participan en 
grupos CREA como a aquellas que, perteneciendo a los mismos titulares, no están 
integradas a dichos grupos. Fuente: Censo CREA – 2009 – Movimiento CREA. 
6. AACREA fue generando distintas herramientas para promover la circulación de 
información entre los distintos grupos: en 1967 se edita la primera revista donde se 
publicaban análisis técnicos y económicos realizados en los campos de los asociados y 
se comunicaban tanto las actividades de los asesores como las decisiones tomadas en las 
reuniones de la comisión directiva. En 1964 comienzan los primeros cursos de 
formación técnica y, un año después, se pone en marcha la Comisión Técnica Inter 
CREA, con el objetivo de difundir entre los grupos las tecnologías organizativas. En 
todas estas acciones se tejen vinculaciones con el INTA y con las universidades. Por 
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esos años, comienzan a organizarse los congresos AACREA, reuniones anuales del 
movimiento donde se discutían las perspectivas del sector y de la organización. 
7. Ellos son constantemente mencionados en los congresos y las jornadas de la 
institución, así como también en sus encuentros con funcionarios. 
8. Entre ellos, un entrevistado recuerda especialmente a Guy Sorman, Norman Boulang 
(premio Nobel de la Paz en 1970 y promotor de la “revolución verde”), oradores 
invitados durante los años 80, o a Federico Leloir, asistente al congreso de 1980. 
9. Por ejemplo, Jorge Cazenave, por esos años agregado agrícola en la Embajada 
argentina en Washington, tomaría contacto con las nuevas técnicas en Estados Unidos; 
por su mediación Sihirley Phillips, “inventor” de la labranza cero, visitó varios grupos y 
fue transmitiendo los avances que luego terminarían en el sistema de SD. 
10. En efecto, el nuevo modelo productivo introduce la separación entre la propiedad de 
la tierra y el desarrollo de la producción, a la vez que se profundiza la tercerización, 
alcanzando a una parte sustantiva de las operaciones implicadas en la producción. 
11. La noción de agronegocio es buena medida un resultado de la apropiación local 
elaborada y puesta en circulación por las maestrías de agronegocios, la prensa 
especializada, de las más tempranas formulaciones realizadas por autores como Davis y 
Goldberg (1957) en torno del concepto de “agribusiness”. 
12. Es interesante en este sentido señalar, en contrataste con lo ocurrido con Brasil, el 
escaso cuestionamiento público y conflictividad respecto de la centralidad de las 
biotecnologías (Newell, 2009). La relativamente marginal discusión en torno del 
modelo sojero puede también explicarse por la efectiva construcción de un imaginario – 
construcción en la que las asociaciones profesionales han jugado un rol central – de 
continuidad de la Argentina como país agrario, donde el agro vuelve a ofrecer 
posibilidades de crecimiento y desarrollo. 
13. El aumento de la escala en las unidades de producción agropecuaria que se verifica 
en las últimas décadas – proceso relacionado con la creciente transnacionalización de 
las cadenas agroalimentarias – produjo un corte en los estratos empresariales, con la 
emergencia de lo que Murmis (1998) llamó las “megaempresas”, cuyos volúmenes de 
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actividad los diferencian sustantivamente del conjunto de las unidades de tipo 
empresarial. Son estas megaempresas las que expresan a cabalidad la nueva lógica de 
gestión y organización productiva, a partir de la cual gerencian miles de hectáreas, 
expandiéndose en años recientes a países como Bolivia, Paraguay y Uruguay. Un 
entrevistado – gerente de una semillera internacional - nos comentaba en tal sentido, que 
la magnitud de hectáreas que concentran es tal que ni siquiera podía ser imaginado diez 
años atrás, inclusive para alguien que como él forma parte de la estructura de un jugador 
global del mercado agroalimentario. Ejemplos de estas megaempresas son Los Grobo, 
El Tejar, o Adeocagro, entre otros pocos que integran la actual cúpula del agro 
argentino, y que manejan extensiones totales superiores a las 200.000 hectáreas. Por 
debajo de esta cúpula, cabe destacar la existencia de grandes empresas superiores a las 
10.000 hectáreas, que forman parte de los grupos CREA. Considerando que el volumen 
de tierras operadas entre los socios de esta entidad alcanza en promedio las 6500 
hectáreas, observamos que según el Censo Nacional Agropecuario de 2002, – que no 
permite ver empresas sino unidades productivas -, las explotaciones de más de 5000 
hectáreas representaban el 2% del total de explotaciones agropecuarias y controlaban 
casi el 50% de la superficie cultivada. Si se tiene en cuenta el origen y las trayectorias 
de los miembros CREA, la recomposición refiere a un doble proceso: el ingreso de 
agentes extra agrarios a la actividad (profesionales urbanos, diversificación empresarial 
de grupos económicos no agrarios) por un lado y por otro la reconversión del perfil de 
los descendientes de la vieja oligarquía. Tampoco debería descartarse la movilidad 
social ascendente registrada en las franjas superiores de la agricultura familiar 
pampeana. 
 
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