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Astrologia: Consciência e Destino

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ALEJANDRO LODI
Astrología, 
conciencia 
y destino
La carta natal y
el despliegue del alma
Con toda alegría felicito a Alejandro Lodi, que debuta como “autor solista” en 
este nuevo libro, donde sintetiza lo mejor de sus más de dos décadas de enseñanza 
de la astrología.
Esta obra hace honor a su Júpiter en Acuario en casa XII. Con creatividad, en 
cada una de sus páginas nos guía en la comprensión de la profunda sabiduría del 
cielo. 
Como siempre, Lodi me resulta sorprendente y profundo. En este libro, en par-
ticular, nos anima a abordar –sin simplificar– las contradicciones que se revelan en 
cada carta natal. Su mirada representa, tanto en lo personal como en lo astrológico, 
un faro fundamental cuando me encuentro perdida. Su opinión me tranquiliza en 
mis enmarañadas luchas de emociones, personajes, tiempos y límites de la vida dia-
ria. Su experiencia astrológica me ordena en las complejas encrucijadas de símbolos, 
planetas, casas y aspectos que presentan las cartas natales. Sospecho que la sabiduría 
de su “pesado” Saturno en Capricornio en casa XII siempre –y a mi pesar– me re-
cuerda lo importante. El “efecto Lodi” despeja mi alborotada mente de insignifican-
cias intrascendentes. Sé que este libro producirá en los lectores un efecto similar y 
les permitirá no desviarse de lo realmente significativo al abordar una interpretación 
astrológica. 
Con su talento para recordarnos la trivialidad de la mayoría de nuestros “pro-
blemas”, Alejandro propone en esta obra la necesidad de incluir una mirada trans-
personal al estudiar los mapas natales. Destaca a los planetas transaturninos como 
Prólogo
Alejandro Lodi4
propuestas superadoras de la imagen construida sobre nosotros mismos. Valora su 
presencia en nuestras cartas como estímulo a comprometernos con una nueva di-
rección de vida, y su acción creativa, como una invitación a que aceptemos propó-
sitos celestes que disuelven deseos personales, alejándonos de las calificaciones de 
“bueno” o “malo”, “conveniente” o “inconveniente”. Incluir en nuestra vida las inten-
ciones trascendentes de los transpersonales obliga a resignificar aquellas experien-
cias de sufrimiento donde la personalidad cree “perder”, para confiar en misteriosos 
propósitos donde –quizás– el alma “gana” en su proceso evolutivo.
Lodi nos recuerda que los desafíos de transformación espiritual inscriptos en 
una carta natal incomodan hacia un destino que no imaginamos. Los planetas trans-
personales atraen más allá de lo que nuestra comprensión considera “conveniente”, 
convocan a ir más allá de los límites de Saturno. Dejar de pelear con la propuesta de 
Urano es confesarnos una libertad y creatividad que nos atemoriza, pero que íntima-
mente soñamos para nuestra vida. Entregarse a la resonancia de Neptuno es ceder 
a una empatía caotizante que nos lleva a vibrar con niveles de amor y piedad larga-
mente anhelados. Perder el pudor a Plutón es superar la queja victimizada y asumir 
responsabilidad sobre la propia vida, para enterarnos de hasta qué límites, en verdad, 
podemos transformar la realidad.
Este libro revela a la carta natal como un perfecto instrumental de navegación en 
el viaje de la conciencia. Describe a la astrología como una herramienta de sanación 
que denuncia hábitos innecesarios, libera de repeticiones sufrientes y de la autoindul-
gencia. Resistirnos a lo que propone la carta natal es permanecer tercamente indife-
rentes a la creatividad del cielo plasmada en nuestro destino.
La lectura del autor nos estimula a percibir que la astrología puede volvernos “locos”, 
pues nos vuelve a “locar” en nuestra esencia. Nos recuerda nuestra genética astral, que 
quizás olvidamos en el intento de responder a mandatos y obligaciones. La astrología 
nos permite ser libres a partir de esa sustancia originaria y no en contra de ni subordinados a 
ella. Es en esa materia atravesada por coordenadas particulares donde surgirá el destello 
de captaciones universales. Es en ese campo de espacio y tiempo donde se descargarán 
intuiciones de lo infinito y eterno. Somos esa carta y podemos hacer un viaje sorpren-
dente reconociendo nuestras herramientas astrales. Conocer nuestro ADN astrológico 
nos acerca a la creatividad de nuestro destino. Saber su verdad nos libera. Honrar nuestra 
carta natal es muy distinto a mantenernos fijos y excusados reactivamente en ella. Hon-
Astrología, conciencia y destino 5
rar nuestra carta natal no es justificarnos en las tensiones que esta presenta, sino, por el 
contrario, convertirlas en herramientas creativas.
Siempre valoré de Lodi –el astrólogo– su cálida convicción para comunicar 
símbolos, su inteligencia y su capacidad de investigación y estudio. Siempre valoré 
de Alejandro –el hombre– su capacidad para nombrar la vida desde procesos supe-
radores que llevan a encontrar aceptación a –y sentido en– nuestras tragedias más 
terribles, su don para destacar la abundancia de cada situación –lo que naturalmente 
minimiza el dolor y la queja–, su disposición a asumir el destino personal y su agra-
decimiento diario de nuestro encuentro. En su compañía, el dolor más desgarrador 
puede ser superado. Yo misma soy prueba viviente de su capacidad de rescatarme de 
lo más terrible. Lodi tiene el talento de alejarnos de nuestros dramas para que aque-
llo que parecía insoportable o injusto se vuelva un desafío de amorosa aceptación. 
Escucharlo o leerlo produce un efecto de “poda del ego”, que alivia enojos y nos deja 
más lúcidos para abordar nuevos retos del destino. 
Sé que este libro se volverá imprescindible para todo aquel al que le interesa la 
astrología, la estudia o trabaja con ella.
“Se precisaron todas esas cosas para que nuestras manos se encontraran”, dice 
Borges. Feliz y orgullosa por tu nuevo logro. Te abrazo, Alejandro. Siempre.
Beatriz Leveratto
Introducción
La astrología representa la suma de todas 
las nociones psicológicas de la antigüedad.
Carl Gustav Jung, “En memoria de Richard Wilhelm”, en C. 
G. Jung y R. Wilhelm. El secreto de la flor de oro.
Este libro es consecuente con el que publiqué con Idelba González y Héctor 
Steinbrun en 2004 bajo el título La carta natal como guía en el desarrollo de la conciencia. 
En 2016 la propuesta de su reedición planteó la oportunidad de correcciones y agre-
gados, pero en el ejercicio de esa tarea se hizo evidente que se trataba de otro texto, 
no de aquel mejorado. Asumí entonces el compromiso de gestar una nueva obra y 
de ser su responsable, conservando lo que mantenía afinidad con el nuevo material, 
efectuando giros en el modo de desarrollar ciertos temas y sumando algunos nuevos.
El espíritu de la obra sigue siendo el mismo: aportar una mirada acerca de lo que 
significa una carta natal, plantear un modo efectivo de organizar su interpretación, 
profundizar en técnicas de análisis y, sobre todo, explicitar cómo el despliegue del mapa 
astral de nuestro nacimiento revela la conexión entre conciencia y destino.
Hay muchas astrologías y variados modos de interpretar una carta natal; todas 
ciertas, todos válidos. Los diferentes matices surgen no solo de cuestiones técnicas, 
sino fundamentalmente de los supuestos perceptivos que, de manera inconsciente, 
subyacen al ejercicio de nuestra actividad. El uso de determinados procedimientos 
en detrimento de otros, la opción por un enfoque más predictivo o más psicológico, 
es efecto de la actuación de tales supuestos. La primera parte del libro se titula “El 
símbolo de la carta natal” y aborda este punto. En los tres capítulos que la componen 
(“Una carta de navegación”, “Una experiencia polar” y “Una revelación del miste-
rio”) se intenta explorar y discernir qué creencias están implícitas en nuestro modo 
Alejandro Lodi8
de ejercer la astrología en general y en la interpretación de una carta natal en particu-
lar. También se define el específico enfoque que da sustancia a este libro.
En la segunda parte, llamada “La estructura de la carta natal”, el capítulo “Diseño 
y forma” describe lasconsideraciones básicas y estructurales que prevalecen en la 
primera aproximación a una carta natal. Se trata de claves técnicas tradicionales que 
adquieren prioridad en una lectura y que atienden al diseño general del mandala. Su 
relevancia, además, cuenta con un alto consenso en el universo de los astrólogos, por 
encima de las diferencias entre líneas y escuelas.
En cambio, sí aparecerán algunas notas particulares, propias de la específica mi-
rada propuesta en el libro, en los capítulos “El balance de elementos” y “Combina-
ción de matrices”. La temática de los elementos es abordada desde su analogía con 
los tipos psicológicos junguianos, lo cual ya ha sido considerado por referentes de 
la astrología psicológica como Liz Greene y Richard Idemon. Por su parte, todo lo 
referido a lo que denomino combinación de matrices son ejercicios de síntesis, pon-
deraciones de la vasta información que brinda una carta natal al relacionar la matriz 
zodiacal, la planetaria y la de casas. El objetivo es que esos ejercicios permitan de-
tectar los más destacados y preponderantes “colores” de la “paleta” (las potencia-
lidades de la carta natal), de cuyas combinaciones se obtiene la gama de matices 
que conforman el “cuadro” (la experiencia de vida de la persona). Esa apreciación 
sintética de la carta natal es una forma personal a la que he arribado, fruto del tra-
bajo de investigación propuesto por Eugenio Carutti, desarrollado durante años 
de labor docente en su escuela, Casa XI, y ejercitado en mi propia experiencia de 
consultoría.
La tercera parte del libro se denomina “La dinámica de la carta natal”. Allí se 
profundiza en la consideración del mandala de nacimiento como símbolo del via-
je de la conciencia, del mapa astral como guía en el despliegue de los propósitos del 
alma. Esta travesía implica el desarrollo de una percepción consciente de la realidad 
que tiene su inicio con nuestra primera respiración (instante en el que se levanta el 
mapa celeste). Ese despliegue de la conciencia emerge desde un estado de indife-
renciación con el mundo de los padres, atraviesa una etapa de conformación de una 
individualidad autónoma y se orienta hacia el reconocimiento (nunca agotado en 
nuestra vida) de ser expresión de un vasto y misterioso proceso vital que se funde en 
la totalidad del cosmos.
Astrología, conciencia y destino 9
Estas reflexiones se presentan en el capítulo “El desarrollo de la conciencia”, en el 
que además se suma el aporte de la psicología transpersonal, en especial de las des-
cripciones y diseños creados por Ken Wilber. En este sentido, la cartografía astrológi-
ca propuesta acompaña el periplo desde la indiferenciada conciencia oceánica prenatal 
hacia el desarrollo de una conciencia personal, hasta la revelación de una conciencia de 
unidad: un estado perceptivo que abre el registro de nuestra participación en el vital en-
tramado del universo. Los tres grandes estadios de despliegue del viaje de la conciencia 
aparecen caracterizados en los capítulos “La contención lunar”, “La expresión solar” 
y “La revelación transpersonal”, en correspondencia con específicos y determinados 
símbolos de la carta natal.
Previo al que refiere a la emergencia transpersonal, aparece el capítulo “La crisis 
quironiana”, en el que se presenta el símbolo de Quirón como portal a la dimensión 
espiritual del viaje de la conciencia, a la experiencia del dolor como orgánico puente 
entre la vivencia personal y la percepción transpersonal. El capítulo invita a explorar 
la correspondencia de Quirón con el concepto psicológico de resiliencia, es decir, 
con la percepción de que el trauma del dolor ineludible es, a la vez, fuente de talen-
tos, no solo de superación personal, sino de trascendencia espiritual.
Finalmente, una vez abordadas las claves de la revelación transpersonal, en el ca-
pítulo “La distorsión transpersonal” presentamos algunas consideraciones sobre los 
riesgos y las confusiones que el contacto con aquello que está más allá de la experien-
cia del ego puede presentarle a la conciencia encarnada –necesariamente– en una 
psique personal.
Todo lo expuesto deja en evidencia que este libro desarrolla un enfoque trans-
personal de la astrología y de lo que simboliza una carta natal. Aunque se trate de la 
vida de una persona, no es la conciencia personal su centro relevante, sino un desig-
nio vital que la excede. La dinámica del destino nos invita a reconocernos en la expe-
riencia de ese propósito de la vida que no nos tiene como protagonistas. La mirada 
transpersonal de la carta natal no tiene por objeto confirmar los anhelos del yo indi-
vidual ni tampoco deliberadamente frustrarlos, sino poner en evidencia que resul-
tan funcionales a la revelación de un orden más complejo de la vida y transparentar 
nuestros deseos y vivencias personales como vehículos de las intenciones del alma.
Alejandro Lodi10
Los datos de las cartas natales presentadas en el libro están confirmados por dos 
fuentes: Astrotheme (www.astrotheme.com) y Astro Dienst (www.astro.com). La 
excepción es la carta de Roberto Sánchez “Sandro”, cuyos datos natales fueron obte-
nidos de la biografía de su esposa (Olga Garaventa, Sandro Íntimo).
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Primera parte
EL SÍMBOLO DE
LA CARTA NATAL
Capítulo 1
UNA CARTA DE 
NAVEGACIÓN
Un símbolo es una forma exterior y visible de 
una realidad interior y espiritual.
Alice Bailey, Los trabajos de Hércules.
Distintas metáforas de una carta natal
Existen distintas formas de entender qué es una carta natal.
Podemos decir que, como carta, consiste en un mapa. Desde este modo de consi-
derarla, la carta natal es, entonces, el mapa de un territorio muy concreto y definido. 
Nos presenta la geografía de un espacio preexistente a la experiencia de su recorrido. 
Ese espacio es tanto las características de la personalidad de un individuo como las 
circunstancias de su vida.
Aplicada a una vida humana, la idea de un territorio preexistente sugiere un ca-
rácter y un destino ya establecidos y, en ese sentido, literalmente previsibles e inal-
terables. Tal como se espera que suceda entre un espacio geográfico y el mapa que 
lo representa, la personalidad y las experiencias concretas de un ser humano deben 
coincidir con lo indicado en su carta natal. No puede haber sorpresas ni ambigüeda-
des ni contradicciones.
No está mal considerar así la carta natal. Solo que ese territorio cartografiado (es 
decir, nuestra vida) resulta un tanto paradójico. Es cierto que ese territorio existe 
y que no podría ser otro distinto al representado en el mapa. Sin embargo, no es 
preexistente, sino que cobra existencia mientras es recorrido. ¿Qué significa esto? 
Nuestra vida es la experiencia que la conciencia tiene de ella. Nuestra vida se crea 
Alejandro Lodi14
mientras la vivimos. No tiene entidad previa ni está determinada en el pasado. Nues-
tra vida es la conciencia presente.
De esta manera, como mapa de un territorio, la carta natal es, metafóricamen-
te, el de una ciudad que es construida mientras el viajero la recorre con su guía, un 
espacio que cobra evidencia sensorial mientras se lo experimenta y que responde 
fielmente a lo que la conciencia percibe de ese mapa orientador. No es el mapa de 
cualquier territorio, sino de ese. No obstante, no está hecho sobre un territorio ya 
existente, sino sobre uno que se revela cuando es transitado.
En este sentido, antes que a un plano que describe geografías, la carta natal se 
acerca más a una muy particular forma de mapa: una partitura musical. Es evidente 
que la música “está” en la partitura, pero no tiene existencia previa a su ejecución. 
La partitura guía al ejecutante de la música (no puede tocar cualquier cosa), pero el 
sonido (el territorio, la experiencia de la música) no es previo al acto de su expresión. 
Nuestra “música” está en la carta natal, pero es la conciencia quien la hacer sonar o, 
mejor aún, es en la conciencia donde se da a conocer.
También podemos decir que la carta natal es un espejo. Lacarta natal nos refleja. 
Cuando profundizamos en ella comenzamos a ver otra imagen de nosotros mismos, 
distinta a la que habitualmente nos representamos y con la que estamos identifica-
dos. Esa otra imagen es otra realidad. La carta natal como espejo nos devuelve (y nos 
hace conscientes de) una nueva realidad acerca de nosotros mismos y del mundo.
No obstante, entender la carta natal como espejo también implica una paradoja. 
Es cierto que, si estamos confundidos y desconcertados, el espejo nos refleja una 
imagen en la cual reconocernos. Lo que somos es misterio y la carta natal es una 
herramienta simbólica exquisita para intentar establecer un nexo con esa trama des-
conocida del ser, de la cual es un instante y cuyo despliegue tiene inscripto. No obs-
tante, no es nuestra necesidad personal de descubrirnos al fin la que saca provecho 
de nuestra carta natal, ni los anhelos de nuestra personalidad individual los que se 
sirven de ella para lograr las instrucciones de nuestra felicidad. En verdad, parece 
como si una dimensión más profunda de la vida que nos anima –el alma– se valiera 
de ella para hacerse notar a nuestra conciencia, como si aquel espejo se ofreciera 
para que podamos tocar un secreto dulce que nunca terminaremos de entender o 
definir. Es decir, la carta natal nos ayuda a encontrarnos y, al mismo tiempo, no nos 
deja definirnos. La carta natal es un espejo que nos permite reconocernos cuando 
Astrología, conciencia y destino 15
estamos extraviados y que se esfuma o astilla en mil pedazos cuando creemos ha-
bernos encontrado.
Podemos ver la carta natal, también, en aquel juego del lápiz, el papel y la moneda. 
¿Recuerdan aquella gracia infantil en la que poníamos una hoja de papel en blanco 
sobre una moneda y luego pasábamos un lápiz hasta que quedara la impresión del 
relieve de la moneda sobre el papel? Aquí, la moneda es la carta natal como símbolo 
de las cualidades del alma; es el potencial de todos los principios energéticos sinteti-
zados en ese mapa. El papel es la sustancia material de los acontecimientos concretos 
de nuestra vida. Y el lápiz es la conciencia capaz de imprimir sentido a tales sucesos.
Existe la moneda, pero velada por el papel. Solo podemos saber su valor cuando 
el lápiz ejerce presión sobre la hoja. Del mismo modo, existe la carta natal, pero solo 
descubrimos su cualidad cuando nuestra conciencia la reconoce en los hechos de 
nuestra historia personal. La moneda transparenta su valor cuando el lápiz presiona 
sobre el papel que la cubre. La carta natal (la moneda) revela el simbolismo de los 
hechos de nuestra vida cuando la conciencia (el lápiz) percibe el significado de la 
experiencia concreta (el papel).
En la paradoja del juego, no podemos ver la moneda sino transparentada en el 
papel. La moneda tiene entidad de misterio y solo brinda información en el momen-
to en que la acción del lápiz comienza a revelarla. Nunca podemos dar cuenta de la 
carta natal, no por falta de algún tipo de aptitud especial, por ausencia de talento o 
por insuficiente esfuerzo, sino porque su existencia solo cobra sentido en ese acto 
mágico de transparencia y significado del que es capaz la conciencia. Esa conciencia 
que significa los hechos que vivimos es el lápiz presionando el papel. Mientras el lápiz 
no presiona, el papel nada pone de relieve y la moneda permanece velada. Esto es, 
mientras la conciencia no significa los acontecimientos, estos se nos aparecen alea-
torios, carentes de sentido, fuera de todo orden. Si la conciencia no está activa (lápiz 
presionando), el alma no se revela (moneda).
Pero quizás la metáfora más adecuada sea la de la carta natal como un mapa de 
navegación. En esa imagen, nosotros (nuestra conciencia) somos una barca y la carta 
natal, el mapa que nos guía en nuestra travesía en el mar, una vez que soltamos nues-
tro amarre al muelle (el cielo del momento del corte del cordón umbilical).
El viaje de nuestra vida no se desarrolla en un territorio preciso, seguro y previsi-
ble. La nave de nuestra conciencia recorre una sustancia misteriosa, sujeta a cambios 
Alejandro Lodi16
y alteraciones que responden a profundas corrientes oceánicas y al giro de los vientos, 
es decir, a fuerzas que superan el dominio de nuestras velas y timones. La carta de 
navegación –la carta natal– nos permite confiar en intenciones y propósitos que exce-
den nuestra voluntad y nuestra previsión. Nos provee de claves acerca de cómo atra-
vesar una experiencia sujeta a lo impredecible, de cómo acompañar un movimiento 
que desborda nuestra posibilidad de control y, entonces, arribar a buen puerto.
La carta natal –como una carta de navegación– nos brinda seguridad porque nos 
anuncia que no somos ni nos pasará cualquier cosa. No obstante, al mismo tiempo, no 
nos indica definitivamente quiénes somos ni qué nos habrá de pasar. Describe nuestro 
viaje sin definir cuál es. Transparenta orientaciones oportunas sin anunciar puertos de 
llegada. Nos abre a sentidos sin permitir que nos cerremos a planes y objetivos.
La carta natal no es un fatal condicionamiento ni representa una autoridad que 
sanciona quiénes somos, qué debemos hacer y qué nos va a pasar. Cuando nos vincu-
lamos con nuestra carta natal como con un mandato exigente e inapelable con el que 
debemos cumplir, nos extraviamos de su creatividad y le otorgamos la absoluta res-
ponsabilidad de nuestra vida: no podemos responder por nosotros mismos a los de-
safíos de nuestra existencia porque en la carta natal ya está establecido lo que debe ser.
Nuestro mapa de navegación aporta indicaciones, no instructivos. Incita a direc-
ciones, no impone misiones. Es una guía que sugiere rumbos, revela órdenes. Atenta 
a nuestro discernimiento y a nuestras decisiones, la carta natal siempre los inscribe en 
un orden y en un sentido, a veces con rigor y a veces con gratificación, según cuánto 
nos hayamos alejado de o alineado con nuestra gracia. No juzga nuestras acciones ni 
sanciona nuestras conductas, sino que a nuestras acciones y conductas las contrasta 
con lo que en verdad somos. Confía en nosotros e inspira nuestra confianza en ella.
Las indicaciones de la carta natal se tornan impecables cuando nos reconocemos 
en esa dirección que traza el misterio que anima nuestras vidas, la fuerza de un pro-
pósito amoroso y cósmico que excede nuestro control personal.
Cielo y Tierra en correspondencia
Que el diseño del cielo sea análogo al diseño del carácter y del destino de un in-
dividuo es una evidencia que se sostiene en el principio de correspondencia. El arcano 
Astrología, conciencia y destino 17
axioma hermético: “Como es arriba es abajo”. Somos la realización de un instante 
de la vida del cosmos. No estamos separados de la eterna actividad del universo. No 
somos “otra cosa”. La energía de la vida necesita de la experiencia en la forma para 
expresar su cualidad. La forma concreta y sustancial necesita el rayo de cualidad que 
le da vida. Energía y forma son dos dimensiones de un único proceso, en necesaria y 
orgánica correspondencia. Responden una a otra de un modo simultáneo (no cau-
sal) y recíproco (no subordinado).
Por correspondencia, entonces, la psique humana se refleja en una más vasta. Lo 
psíquico no surge de la nada, no es una gracia exclusiva otorgada a la experiencia hu-
mana ni es su invención. Si existe una psique humana es porque se corresponde con 
una psique cósmica. El orden que transparentan las estrellas, con sus regularidades 
impecables, está en correspondencia con el orden de la experiencia en la Tierra. El 
concierto del sistema solar describe y guía el desconcertante acontecer de nuestras 
vidas humanas. No es un modelo de lo que debemos hacer ni es la causa de nuestras 
vivencias, sino una evidencia que se corrobora, una sincronicidad, un sistema de res-
puestas recíprocas y simultáneas.
Nuestra voluntad personal puede alinearse con esa reciprocidad correspondien-
te o tener la pretensión de desviarse de ella. No se trata de obedecer o resistir (plan-tearlo en esos términos revela el supuesto de una autoridad que impone modelos y 
dictamina debidas conductas). Se trata de afinar o no con una vibración energética. 
La carta natal, la percepción de un sentido convocante, contribuye a tal afinación 
con nuestra existencia y delata nuestras desafinadas aspiraciones. La carta natal se-
ñala un curso oportuno y expone el extravío de nuestros desvíos.
Profundizando en la clave psicológica, la carta natal deja en evidencia que cier-
ta incomodidad y sufrimiento de nuestra vida es efecto de una “interpretación de-
safinada” de la matriz energética que nos constituye. Esto significa que, por causas 
históricas y condicionamientos heredados, la imagen de nosotros mismos que 
tempranamente forjamos –con los deseos, proyectos y expectativas de logro que 
la constituyen– representa una distorsión, un malentendido respecto a lo sugiere 
nuestra naturaleza. Esta distorsión y malentendido no es un error que algunos seres 
cometan y otros no. Es inevitable y, en ese sentido, una condición del viaje de la con-
ciencia: todos los humanos despertamos a niveles creativos de nuestro ser a partir de 
descubrir lo que no somos.
Alejandro Lodi18
Por cierto, tomar nota de nuestras distorsiones y malentendidos habrá de exi-
gir la resignificación profunda de lo que creemos ser. Esto, antes que una mejora de 
nuestra identidad, representa una auténtica transformación personal. Ya sabemos 
que todos intentamos confirmar nuestras imágenes y, por lo tanto, nos resistimos 
a nuestras transformaciones. Solo las aceptamos cuando tocamos el límite del pa-
decimiento tolerable. Antes de asumir nuestra “desafinada ejecución”, es probable 
que intentemos convencernos a nosotros mismos y convencer a los demás de que, 
en verdad, es el “conjunto de la orquesta” el que está fallando. Antes de aceptar un 
cambio radical en nuestra postura existencial, congestionaremos nuestros vínculos 
con confrontaciones y la expresión de nuestro destino con reclamos.
La palabra correspondencia hace referencia a niveles que se co-responden, a niveles 
que responden unos a otros, en modo simultáneo. El diseño del Cielo se correspon-
de con el de la Tierra. El orden del macrocosmos con el del microcosmos. El sistema 
solar con nuestro sistema psíquico. Esos planos –siendo diferentes– no están sepa-
rados, sino vinculados en una dinámica de relación que no se detiene.
Es este supuesto perceptivo el que sostiene nuestra mirada astrológica. Soy iden-
tidad personal y destino, lo que creo ser y lo que me ocurre, yo y mis vínculos. La as-
trología nos invita a disolver la ocurrencia de ser algo distinto a lo que percibimos y 
a lo que vivimos. Cada vez que trazamos fronteras, nos alejamos de la percepción de 
un orden correspondiente, generamos separatividad y alimentamos la pesadilla es-
quizoide de la disociación. Y cada vez que disolvemos fronteras, somos permeables 
a la manifestación de correspondencias, generamos reconocimiento con el otro y 
nutrimos la potencialidad creativa de los vínculos.
El principio de correspondencia nos invita a ver relación allí donde nuestra per-
cepción disociada ve separación. Y es aquí donde la astrología se muestra como 
portal a la vivencia transpersonal. La realidad, tal como la registramos desde nues-
tros inevitables condicionamientos perceptivos en los que conformamos nues-
tra identidad, se presenta ahora transformada y, por eso, desafía las definiciones 
de nuestra imagen personal (con su carga de ideas, valores, memorias, afectos y 
complejos). El alma descubre vínculos allí donde el espejismo de la personalidad 
necesita ver divisiones.
Astrología, conciencia y destino 19
Correspondencia entre energía, psicología y hechos
La astrología se compone de símbolos que representan principios energéticos, vi-
vencias psicológicas y acontecimientos. Tres dimensiones que pueden ser discriminadas 
(sería patológico no hacerlo). Sin embargo, distinguir esas dimensiones (energética, 
psicológica y fáctica) no implica disociarlas.
Esto es fundamental: no existen energías por un lado, psiquismos por aquí y 
sucesos por allá, sino que cada hecho concreto se corresponde con un contenido 
psicológico y una cualidad energética, tanto como toda vibración energética se co-
rresponde con una vivencia psicológica y con sucesos de la vida cotidiana. Vibración, 
psiquis y acontecimientos son planos que se corresponden. Energía, psicología y hechos 
son dimensiones diferenciadas que no están separadas.
Diferenciar no implica separar, discriminar no implica dividir. Cada plano de mani-
festación diferenciado de la realidad se corresponde con los demás, están vinculados 
entre sí. Es ilusorio suponer que existen de un modo autónomo e independiente; 
por el contrario, cada plano (energético, psicológico y fáctico) responde a los otros, 
tiene entidad en una relación de correspondencia con los otros.
Esta es la magia de la astrología. En esto consiste su carácter sorprendente para 
nuestro habitual estado de percepción de la realidad. La astrología nos permite afir-
mar, por ejemplo, que nuestra columna vertebral, la relación con nuestro padre, el vínculo 
con la ley y el desarrollo del sentido de realidad se corresponden y que cada alteración en 
uno de esos planos se está produciendo en los demás. Cuando la práctica astrológica 
no da cuenta del principio de correspondencia, esto parece irracional, delirante o 
absurdo. Pero, cuando nuestra vivencia de la astrología incluye el principio de co-
rrespondencia, esa respuesta simultánea de distintos niveles comienza a resultar una 
obviedad que se ve todo el tiempo y en todas partes. Así, el principio de correspon-
dencia se transforma en una evidencia eterna e infinita.
Energía, psiquis y cuerpo son distintas dimensiones de una misma realidad. Vi-
bración energética, vivencia psicológica y hecho concreto se implican recíprocamente y 
no tienen entidad alguna por separado. En un símbolo, la energía toma forma tanto 
como la forma expresa energía. En nuestra carta natal, la cualidad del diseño de un 
momento del cosmos toma forma vivencial en una experiencia humana, tanto como 
la experiencia concreta de nuestra vida expresa la energía de un diseño del cosmos.
Alejandro Lodi20
Diseño implica orden. Las regularidades que teje el entramado de planetas y el 
fondo de estrellas revelan un orden sincrónico con el de los sucesos en la Tierra. Ese 
orden y sus regularidades quedan a disposición del discernimiento humano. El or-
den del cielo en sincronicidad con el despliegue de nuestra vida. La regularidad del 
cosmos en sincronicidad con la revelación del ser que nos anima.
Nuestro destino se corresponde con el orden del cosmos. Nuestra vida en la Tie-
rra, con el diseño del cielo.
Bibliografía recomendada
Bailey, Alice. Los trabajos de Hércules. Buenos Aires: Fundación Lucis. 1997.
Jung, Carl. La interpretación de la naturaleza y la psique. Barcelona: Paidós. 
1983.
Tres Iniciados. El Kybalion. Buenos Aires: Kier. 1987.
Capítulo 2
UNA EXPERIENCIA 
POLAR
Ante nosotros se abre una tarea enorme: reunir los opues-
tos que hemos creado adentro y afuera, liberarnos de la 
mecanicidad aislante a la que nos hemos habituado, to-
lerar la información de la cual nos hemos protegido por 
tanto tiempo, atrevernos a desorganizar la estructura apa-
rentemente eficiente, pero a todas luces peligrosamente 
limitada de nuestro sistema entero de creencias.
Eugenio Carutti, Inteligencia planetaria.
El círculo del mandala
Como símbolo de identidad y de despliegue del ser, que la carta natal sea un 
mandala resulta fundamental. Que se trate de información en círculo y no en línea in-
dica que la conciencia no es una flecha disparada en forma recta hacia el futuro desde 
el pasado. Que el mapa de navegación de nuestra vida sea un mandala nos dice que 
no tenemos (no somos) puntos absolutos de partida y llegada.
Que la carta natal sea un círculo sugiere el viaje de la conciencia como una experien-
cia curva. Ese movimiento en espiraldel despliegue del ser es resultado de una dinámi-
ca existencial que oscila entre polos. Una dinámica de polaridad. Un pulso que siempre 
expresa dos movimientos: porque existe un impulso en una dirección, existe otro im-
pulso simultáneo en la dirección compensatoria. El desarrollo de la psique como una 
doble hélice. El pulso consciente y no consciente que teje nuestra existencia. El yo y el 
destino en caduceo. La carta natal como dinámica polar en espiral expansiva. 
Alejandro Lodi22
En un círculo, cada punto tiene su opuesto, cada posición forma eje con otra 
complementaria, cada polo es dos polos. Afirmar un polo es darle entidad a otro polo. 
En círculo, no existen posiciones separadas ni polos autónomos e independientes. 
En círculo, solo existen relaciones: posiciones en vínculo y polos en codependencia.
La carta natal como mandala nos dice que somos vínculo, no individuos separa-
dos. Somos con otros, somos en relación. Se trata de un enlace inevitable: en círculo, 
el intento de separarnos nos aproxima a lo rechazado. El repudio es abrazo. Cortar el 
lazo es reforzar el nudo. La afectación del otro revela el vínculo que tengo con él. La 
conciencia mandálica disuelve la fantasía de separatividad.
El principio de polaridad nos dice que toda posición se replica en su comple-
mentaria, que todo polo está en espejo con otro. Toda definición de lo que es expone 
lo que no es. Cada vez que fijo conscientemente quién soy, ostento inconscientemente 
lo que no sé que soy. La identificación consciente con determinadas cualidades deja 
expuesta la negación inconsciente de las opuestas.
Puede parecer un juego de palabras desesperante, solo si lo planteamos como un 
problema al que queremos darle una solución definitiva. Y eso es lo que hace el pen-
samiento lineal ante la paradoja circular: ¿cómo hacer para salir de la polaridad y ser 
plenamente yo? La imagen de un yo pleno, prescindente de toda vincularidad y libe-
rado de aspectos inconscientes, es la fantasía de un yo luminoso e inmaculado que ha 
conquistado su autenticidad y expresa su genuino ser. Ser conscientes de la dinámica 
de polaridad implica la disolución de este encanto, el conjuro de este hechizo.
 El caduceo. La carta natal en espiral expansiva.
Astrología, conciencia y destino 23
La constancia perceptiva del principio de polaridad y del carácter circular de la 
dinámica psíquica es la caída de la creencia en un punto de llegada definitivo en el 
que, gracias a méritos personales, somos conscientes de todo y sabemos perfecta-
mente quiénes somos. En conciencia de la dinámica de polaridad y de su circula-
ridad, queda en evidencia que la real pesadilla es aquella aspiración de conquista 
final y de que el pulso entre lo consciente y lo inconsciente se detenga. Liberados 
de ese ensueño, brota la percepción de que somos aquello que creemos ser y lo que 
no sabemos que somos; o, dando una vuelta de tuerca más, porque creemos ser esa 
imagen que tenemos de nosotros mismos, quedan velados contenidos legítimos y 
profundos de nuestro ser. Es el juego de luz y sombra del viaje de la conciencia.
El juego de la luz y la sombra
Bajo su diseño curvo y en espiral, el despliegue de la conciencia no tiene punto 
de llegada. Es una incesante oscilación entre polos desde que despertamos a la vida 
hasta que retornamos al misterio. Necesariamente expresa una dinámica de la psique, 
desde identificaciones polarizadas hacia el reconocimiento de la polaridad, desde la 
lucha de polos en antagonismo hacia la vivencia yin-yang. El viaje de la conciencia se 
desarrolla en conflicto con el destino (los hechos del mundo externo y las personas 
con las que nos relacionamos) hasta que deviene el padecimiento de un colapso. Ese 
colapso puede ser el fin del viaje: una cristalización terminal que no permite dar res-
puesta, la instalación de una patología psíquica que fija a la conciencia en repeticiones 
mecánicas y anula intuiciones creativas. O puede ser un portal a la transformación 
de la conciencia: la muerte del encanto de ser una entidad separada de la corriente 
general de la vida y el nacimiento de una conciencia que se reconoce en el destino.
Nos identificamos con fragmentos de la totalidad del ser que nos anima. Y atrae-
mos inconscientemente los contenidos excluidos y complementarios. Nos iden-
tificamos con fragmentos de nuestra carta natal y excluimos los contenidos que 
no confirman esa identidad, negándolos, reprimiéndolos o proyectándolos en los 
demás y en el destino. La luz proyecta sombra. La luz genera su correspondiente 
sombra. La imagen personal de nosotros mismos con la que estamos identificados 
propicia su correspondiente destino. Lo que vemos en los demás y sentimos ajeno 
Alejandro Lodi24
a nosotros, lo que los demás ven en nosotros y juzgamos injusto o equivocado, es el 
llamado de la sombra a su encuentro. El otro es la sombra.
Nuestras identidades fragmentarias generan destino. El yo atrae destino: expe-
riencias que nos acercan a aquello de lo que intentamos separarnos. El destino como 
reunión, como cita con lo que soy y evito. Lo evitado es un contenido del ser que me 
anima y que, no obstante, parece no ser mío, porque contradice la imagen que tengo 
de mí mismo. Lo evitado es la sombra de esa luz que representa la imagen consciente 
de mí mismo.
La sombra no es lo que todavía no ha sido iluminado, no es lo que al yo conscien-
te le falta aún integrar del inconsciente. La sombra no es un trabajo que tengo pen-
diente. La sombra no es deber ser (esto es, un compromiso que debo cumplir). La 
sombra es el ignorado complemento de la imagen luminosa del ego. La sombra no 
le pide al yo que mejore, sino que se transforme. La sombra no nos pide crecer como 
personas, sino morir a la imagen egoica. La madurez de la conciencia no implica una 
versión mejorada del yo, sino su mutación. No implica sabiduría, sino una alteración 
de la percepción de la realidad.
En consulta vemos la potencialidad de la carta natal (de una vida) y también el 
recorte de ella en la que ha hecho identidad la conciencia personal. El yo desarrolla 
mecanismos de defensa para evitar el contacto con todo el contenido psíquico que 
ha sido descartado y que representa una amenaza a su existencia. Necesita defender-
se por supervivencia: el yo sólo es, sólo subsiste, si se confirman los atributos con los 
que se ha identificado. Toda información que no refuerce esa sensación de identidad 
personal es percibida como ajena, como un riesgo mortal. Cuando esos mecanis-
mos defensivos se muestran ineficaces, aparece entonces el sufrimiento psicológico. 
Y es ese padecimiento el portal a la transformación. Lo único que puede disolver ese 
dolor es reconocerse en lo temido, aceptar la sombra.
En cada consulta, el reto del astrólogo es descubrir dinámica de polaridad en 
las polarizaciones del consultante. Exponer la oportunidad detrás de cada pade-
cimiento. Ver yin-yang donde la persona sufre antagonismo. Si en el antagonismo 
la conciencia siente orgullo o satisfacción, entonces no hay consulta. Para percibir 
yin-yang tiene que haber insatisfacción o dolor. Y ver yin-yang significa percibir la 
evidente interpenetración de los polos en conflicto, el ineludible abrazo de aquello 
que parece rechazarse, la creativa cópula de lo que se creía en recíproca exclusión.
Astrología, conciencia y destino 25
 
El sufrimiento de la persona está en vínculo con lo que la identificación cons-
ciente ha dejado afuera. El desafío de la entrevista astrológica consiste en estimular 
la sensibilidad del consultante (disolviendo el miedo y abriendo confianza) para que 
se reconozca en (acepte) el destino del cual se siente víctima, en facilitar que el espa-
cio de consulta le permita resignificar su relato de vida desde una nueva luz, es decir, 
desde una nueva y más comprensiva imagen de sí mismo.
Cada imagen de uno mismo que emerge disuelve a la anterior e inicia unanueva 
trama de la dinámica de revelación del ser, dinámica que siempre será entre cons-
ciente e inconsciente, identidad y destino, luz y sombra. La dinámica no tiene un punto 
de llegada, no tiene una cima que deba ser alcanzada con destreza o mérito. La di-
námica consciente-inconsciente es la sustancia misma de la conciencia. Concien-
cia es dinámica. Conciencia es viaje. Un viaje que revela un territorio que no puede 
conocerse si no es desarrollado. La carta natal es el mapa de un territorio que cobra 
sentido mientras es recorrido. Ese territorio es una vida humana y un destino. La 
carta natal es el mapa presente de un territorio siempre futuro.
La carta natal delata la parcialidad de nuestra imagen personal. Expone los con-
tenidos con los que nos identificamos tanto como aquellos otros en los que no nos 
reconocemos y que cobran, entonces, entidad como destino. La carta natal nos in-
forma que ese destino nos pertenece y tiene un potencial de creatividad insospecha-
do. Nos pone en un trance crucial: si aceptamos el destino como propio, cobrarán 
nuevo significado sucesos y acontecimientos hasta ahora incomprensibles y de los 
que acaso nos sentimos víctimas. La historia personal y nuestra identidad asociada 
entran en crisis. Lo que creíamos ajeno y exterior a nosotros comienza a ser per-
cibido como pertinente y propio de una dimensión desconocida de nosotros mis-
mos. Semejante hito no puede dejar de ser una auténtica conmoción existencial. El 
destino se convierte en una cita con las profundidades de nosotros mismos, en un 
desafío de creatividad inimaginable, desbordante de vitalidad y verdad.
 Polarización. Dinámica de polaridad.
Alejandro Lodi26
Dinámica de polaridad y polarización
La dinámica de polaridad es una evidencia perceptiva. La conciencia es un mo-
vimiento en despliegue. La conciencia es un ejercicio de polaridad. Percibimos la 
realidad revelada en polos, nuestra conciencia la descubre oscilando entre ellos. La 
realidad no es una, sino siempre dos. No somos unidades fijas siempre iguales a sí 
mismas, sino que somos duales y dinámicos. Somos polaridades desarrolladas en el 
tiempo. La polaridad es una dinámica, no un problema. La polaridad no se resuelve, 
se despliega.
La percepción de nosotros mismos como individuos separados implica un con-
dicionamiento y distorsión de la dinámica de polaridad. El discernimiento de la vi-
vencia de un mundo interno y un mundo externo, de mí mismo y los otros, de la 
imagen personal y el destino, adquiere el convincente carácter de realidad objetiva 
y el vínculo entre polos se convierte en frontera. Los polos en relación pasan a ser 
polos en conflicto: el “y” se convierte en “o”. En esta disociación, la sensación de iden-
tidad personal, de ser yo, queda asociada con la identificación con un polo y, por lo 
tanto, con la negación del otro. Identificado con mi mundo interno, conmigo mismo 
y con mi imagen personal, el mundo externo, los otros y el destino se convierten en 
una amenaza. La identificación fragmentaria del ego personal necesita que la totali-
dad la confirme. En la fantasía de ser uno, la relación con los demás se transforma en 
un campo de batalla.
La identificación personal con un polo, con fragmentos de la totalidad que so-
mos, implica convertir la dinámica de polaridad en polarización. La polarización es 
una distorsión psicológica de la dinámica de polaridad. La polarización es el intento 
de “resolver el problema” de la dinámica de polaridad. La polarización es conflicto: 
el polo que soy debe prevalecer de un modo definitivo sobre el polo que no soy. Es 
la pesadilla de la psique humana: la necesidad de controlar la voluntad de los demás 
y el destino. La polarización es el hechizo autodestructivo de detener el flujo vital y 
de obligar a que la totalidad responda a un fragmento: la voluntad de los otros y el 
acontecer del destino giran alrededor de mi necesidad de confirmación existencial.
La polarización es el extremo patológico de la ilusión de separatividad. La pola-
rización es el tóxico encanto de la voluntad individual. Aquella paradójica dinámica 
de opuestos complementarios queda reducida a la hegemonía absoluta de los pro-
Astrología, conciencia y destino 27
pósitos de un polo. La articulación oscilante entre percepciones se fija en el imperio 
de una mirada dominante.
En la polarización se pierde contacto con la percepción del juego de luz y sombra 
como una dinámica, y se cristaliza la batalla entre lo luminoso y lo oscuro. La pola-
rización alimenta la fantasía de un mundo de pura luz, el épico triunfo del bien y la 
definitiva exclusión del mal. La demonización del otro es proyección de la propia 
oscuridad y evidencia la incapacidad de reconocerla en uno mismo como parte de 
una dinámica creativa. Pretender ser pura luz genera un mundo de oscuridad.
La paradoja de la integración
La polarización no es un problema que se resuelva o una tensión que desaparez-
ca al desalojar los polos para permanecer en el “justo punto medio”. La polarización 
se disuelve recuperando conciencia de relación, aceptando un constante recorrido 
oscilatorio sin detenerse en los polos. El hechizo de la polarización se conjura siendo 
sensibles a la dinámica de polaridad. La tensión de las visiones polarizadas de nues-
tro ego se desvanece en el paciente ejercicio de reconocernos vínculo.
La propia dinámica de nuestro psiquismo reproduce esa danza de interacción 
entre el yo consciente y el inconsciente. El desafío de comprensión e inclusión de 
los demás, la aceptación de nuestros vínculos como parte de la dinámica del propio 
proceso psíquico, es conciencia.
Al desconfiar de los demás, el ego intenta confirmarse a sí mismo y eludir el en-
cuentro con niveles más creativos de su ser. El ego pretende que el universo confirme 
la imagen que tiene de sí mismo, porque teme a la revelación de su misterio. El ego cree 
que es algo separado de la corriente de la vida. Se separa de ella e intenta controlarla. Y 
sabemos que separación es conflicto, miedo es sufrimiento.
Integrar la conciencia vincular es desintegrar las fantasías del yo. Integrar concien-
cia de polaridad es desintegrar el encanto de las posiciones fijas. La integración no 
implica ser ajenos a los polos estableciendo un nuevo punto fijo equidistante de los 
extremos, sino reconocer a ambos como naturalmente necesarios al despliegue de 
una intención de la vida. El encuentro integrador de polos no es una gracia de la tole-
rancia, sino una orgánica asimilación amorosa. Es desencantar el “o” y recuperar el “y”. 
Alejandro Lodi28
Integrar la polaridad es desintegrar la fantasía de un centro consciente (un yo) 
capaz de integrarlo todo. Integrar la sombra es desintegrar la luz.
La aspiración de integración total y definitiva es inconveniente y engañosa, 
porque promueve inevitablemente la ilusión omnipotente de convertirnos en un 
ser de pura luz. El “deseo de integrar” genera sombra. Para evitar este riesgo debe-
mos entrar en paradoja. El modo más creativo de significar el “anhelo de integra-
ción” es obligarlo a negarse a sí mismo: integrar es desintegrar.
Personalidad y alma
Más allá de la intención consciente con la que nos aproximamos a la astrología, 
es la astrología la que mostrará que se propone algo con nosotros. En los meritorios 
deseos de mejorar como personas o de alcanzar la integración personal, el alma en-
cuentra una oportunidad para transparentar sus propósitos. Y el alma no ofrece que 
nos mejoremos, sino que necesita y pide que nos transformemos.
La personalidad aspira a confirmarse a sí misma y para eso se compromete a “me-
jorar y saber más”.
El alma aspira a liberar y para eso promueve la transformación de toda forma fija 
de identidad.
La personalidad no quiere transformarse, sino ratificarse.
El alma no quiere fijarse, sino circular.
Y en esta dinámica entre personalidad y alma, entre lo que anhela permanecer y 
lo quepropicia mutar, se desarrolla el viaje de la conciencia.
En algún momento de nuestro encuentro con la astrología se despertará un es-
tímulo vital, se encenderá la confianza en un vivo sentido existencial. Allí, el dolor 
será descubrir que ya no es posible responder a ese llamado de expansión y trascen-
dencia que ha brotado en el corazón, sin aceptar la muerte de esa imagen personal 
que quiere mejorar. Esa imagen personal no tiene la capacidad de contener ni de 
integrar aquello a lo que la conciencia ya se ha hecho sensible. Porque eso que la 
conciencia ha comenzado a experimentar va a desafiar necesariamente la seguridad 
de lo que creo ser y (fundamentalmente) el orgullo de lo que creo no ser. Esa inédi-
ta sensibilidad que comienza a traslucirse va a dejar en evidencia la percepción de 
Astrología, conciencia y destino 29
un ser mucho más complejo y rico de lo que la luminosa imagen que tengo de mí 
mismo dice.
Dar cuenta de esa complejidad requiere reconocernos en contenidos oscuros 
que hasta ahora parecieron ajenos, externos o azarosos. La imagen luminosa de no-
sotros mismos inconscientemente se ha configurado en oposición a esos conteni-
dos repudiados. Por lo tanto, el desafío de expansión de conciencia implica necesaria-
mente reconocernos en lo que rechazamos, tememos o negamos, y que seguramente 
sancionamos en los demás.
La emergencia del alma obliga a abrir el miedo. Expuesto el miedo, la identidad 
construida para defenderse de él se pulveriza. Como los muertos o los fantasmas, será 
polvo. La sensación de identidad será otra, el mundo externo se habrá revolucionado.
De modo que, en determinado momento del viaje, la personalidad que anhela 
“saber más y mejorar” se descubre sensible a la sombra de sus creencias, conviccio-
nes, seguridades y sentimiento de dignidad personal. A la conciencia se le plantea 
entonces una encrucijada. Solo tiene la opción de morir a esa identidad personal 
o de reprimir aquel –incómodo y sombrío– contenido emergente. Pero la opción 
es falsa. Porque en el éxito de esa represión únicamente generaría dolor personal, 
intoxicación vincular y catástrofes de destino. En verdad, no hay opción alguna. Ante 
la evidencia de lo que ha permanecido oculto en nuestro inconsciente, su evitación 
es solo la sufrida postergación de un encuentro grabado en el destino.
En ese proceso del despliegue de la conciencia –del que la personalidad participa 
con la aspiración de confirmarse y dispuesta a adquirir mayor conocimiento y sabi-
duría– comienza a hacerse evidente la intención del alma: la estimulación de una muy 
peculiar sensibilidad (no personal, no deliberada, sino transpersonal y que toma por 
sorpresa) que habilita la percepción de que el mundo interno y el mundo externo, la 
identidad personal y los otros, lo que siento ser y el destino, son dimensiones de un 
único juego, polos de una misma dinámica, planos de manifestación de un mismo 
ser que, presentándose separados, se corresponden inevitablemente.
La astrología tiene el potencial de poner esas intenciones del alma a nuestro al-
cance, de transparentarlas a nuestra conciencia. Y allí se presenta la paradoja: todo lo 
que florece a nuestra percepción –y la conmoción que experimentamos– a partir del sutil y 
poderoso estímulo de los símbolos astrológicos, no puede ser contenido en los valores, creen-
cias, memorias, afectos y proyectos que configuran nuestra personalidad.
Alejandro Lodi30
Si la conciencia quiere responder a ese llamado de confianza y expansión, en-
tonces la identificación consciente con nuestra personalidad debe morir. Se hace 
explícito que no es nuestra identidad personal la que se expande, crece y se hace 
más grande, sino que tal expansión de conciencia permite ver la insuficiencia de esa 
forma de identidad, vivenciar otra realidad de lo que somos.
Esa imagen egoica que habitamos, por su propia condición constitutiva, nos 
brinda la segura sensación de ser individuos definidos. Y lo hace a partir de pro-
mover la muy convincente creencia de estar separados de los demás, del mundo y 
de la corriente de la vida. La sensación de “ser yo” es necesariamente separativa. La 
identificación con la imagen luminosa de nosotros mismos vive en el hechizo de la 
polarización; se alimenta de él y lo reproduce. Y, por eso, esa sensación de identidad 
separativa representa necesariamente un obstáculo a la sensibilidad de un orden amo-
roso. Una barrera que impide que el alma fecunde a la conciencia en la percepción 
de correspondencias, vínculos y relaciones entre aquello que parece presentarse aje-
no, separado y disociado.
La transformación es la muerte de esa sensación de identidad específica y sepa-
rativa. Es nuestra identificación excluyente con esa imagen mental y afectiva de no-
sotros mismos la que habrá de colapsar. En su dinámica incesante, el alma impregna 
a la conciencia, desbordando la personalidad conocida. La conciencia, entonces, se 
reorganiza en la transformación de esa identidad personal, generando una nueva 
personalidad (sensación de ser yo) capaz de contener mayor complejidad y, por lo 
tanto, cada vez menos excluyente y separativa. Y esa personalidad, en algún momen-
to, a partir de un nuevo estímulo del alma, también cesará.
Aceptar transformarnos antes que mejorar es reconocernos en esta dinámica 
eterna. Ya no ser un yo separado, para asumir ser yo en vínculo (con los otros, con los 
hechos, con las cosas del mundo). La conciencia de una dinámica de polaridad y no 
una identidad polarizada. La expresión de una perpetua danza entre personalidad y 
alma, no el triunfo de una sobre otra. La conciencia participando de un juego que no 
tendrá ni final ni ganadores.
Concretamente, no se trata de dejar de mostrar una personalidad, sino de ya no 
poder sostener la creencia de que somos esa imagen (aunque creamos haberla me-
jorado). Por cierto, hay un valor en desarrollar una identidad personal, hay una fun-
cionalidad orgánica. No sostenernos en los bordes de una personalidad nos dejaría 
Astrología, conciencia y destino 31
condicionados a la voluntad de otros, dependientes y sin posibilidades de asumir 
responsabilidad sobre los desafíos de la vida cotidiana. Definir límites personales 
es un logro evolutivo y saludable. Pero estar identificados con esos bordes y límites 
convierte el mundo de las relaciones en un infierno y genera la pesadilla del sufri-
miento psicológico. La batalla contra los demás para confirmar quien creo ser. El 
encuentro con el otro como lucha de poder antes que como experiencia de transfor-
mación. Allí, la sana y necesaria diferenciación personal se cristaliza (en el mejor de 
los casos) en disociación neurótica.
¿Cómo habitar nuestra personalidad sin identificarnos con ella, mantenién-
donos abiertos a la transformación que el encuentro con el destino (los otros, los 
hechos) promueve incesantemente? ¿Cómo responder a los propósitos del alma, 
sosteniendo y ejerciendo la funcional singularidad personal en el mundo? ¿Cómo 
abrir amorosidad sin confundirnos en un extravío caótico? ¿Cómo diferenciarnos sin 
disociarnos de la corriente de la vida?
Bibliografía recomendada
Bailey, Alice. Tratado sobre los siete rayos. Psicología esotérica II. Buenos Aires: 
Fundación Lucis. 1994.
Carutti, Eugenio. Inteligencia planetaria. Buenos Aires: Vladi Editions. 2014.
Jung, Carl. Aion. Barcelona: Paidós. 1997.
–. El hombre y sus símbolos. Barcelona: Caralt. 1984.
Jung, Carl y Wilhelm, Richard. El secreto de la flor de oro. México: Paidós. 
1987. 
Tres Iniciados. El Kybalion. Buenos Aires: Kier. 1987.
Wilber, Ken. La conciencia sin fronteras. Barcelona: Kairós. 1990.
Capítulo 3
UNA REVELACIÓN
DEL MISTERIO
El cosmos entero es una forma misteriosa y codificada
en la psique de cada uno de nosotros, 
que se vuelve accesible en una autoexploración 
profunda y sistemática.
Stanislav Grof, El juego cósmico.
Dos disposiciones básicas en la interpretación astrológica 
Podemos convenir que existen dos disposiciones básicas frenteal desafío de 
interpretar una carta natal. Una de ellas es mecánica, determinista, descriptiva, cla-
sificatoria, literal. Define las características de la personalidad de una manera fija y 
estática, al mismo tiempo que prescribe “aquello que debe hacerse” y “aquello que 
debe evitarse”. Así, desde esta mirada, el individuo es siempre el mismo y sólo puede 
“ganar o perder”, ser feliz o desdichado, premiado o castigado por la vida, según sepa 
aprovechar o no los momentos favorables y evitar los infortunios (y tanto los unos 
como los otros, por supuesto, podrían ser previstos por el astrólogo). Fundamental-
mente, el individuo aparece separado de los acontecimientos externos, en una rela-
ción de temor y conflicto respecto al mundo. Desde ese miedo y desconfianza a la 
vida, la astrología emerge como una herramienta para controlar el destino.
Otra manera de disponerse a la interpretación de una carta natal parte de una con-
cepción del individuo vinculada a movimiento y despliegue. Desde esta mirada, la 
relación con el destino resulta dinámica, transformadora y creativa, en el sentido de 
que aquello que profundamente somos se revela y se hace manifiesto en el vínculo con nuestro 
Alejandro Lodi34
destino. Así, el anhelo de controlar los acontecimientos de nuestra vida cede ante la per-
cepción de que intentando evitar nuestro destino (porque tememos que no coincida 
con nuestros deseos) estaríamos eludiendo la revelación de niveles creativos de nues-
tro ser y confirmando nuestra identificación con el miedo, la desconfianza y el control.
Esta otra mirada disuelve las fronteras entre mundo interno y mundo externo, ya 
que fundamentalmente incluye el destino como parte del proceso psíquico del ser, 
antes que considerarlo como algo exterior, amenazante y temido. Nuestros víncu-
los, acontecimientos y experiencias de la vida en absoluto resultan azarosos y fatales, 
sino profundos símbolos ligados al misterio, a la manifestación del inconsciente, a la 
dinámica del proceso psíquico y, en definitiva, al desarrollo de la conciencia.
Conciencias en revelación, destinos en relación
Las posiciones de los planetas en una carta natal y las relaciones entre ellos mues-
tran diseños que permiten significar la organización psíquica interna de una persona 
y el vínculo con su destino. La estructura de la carta natal no es un modelo fijo que 
debe ser cumplido, no es el manual de instrucciones para el correcto funcionamien-
to de una máquina ya construida. La carta natal no es real, es solo un mapa que ad-
quiere realidad en la exploración de una vida. El mapa adquiere sentido únicamente 
cuando es explorado el territorio que cartografía; solo allí la información del mapa 
se hace real. Conocer el mapa no es conocer el territorio, pero sí resulta útil y funda-
mental para reconocerlo cuando ese territorio comienza a ser experimentado.
Los sucesos de nuestra vida son la realización de la carta natal, no el acierto o la 
falla respecto a un plan que alguien pueda conocer de antemano. El astrólogo no 
sabe lo que debería ser la vida de una persona. El astrólogo no lo sabe. Y no lo sabe 
porque una vida humana no es una obra ya conocida con la que solo reste ser conse-
cuente, sino una creación vincular, una cocreación de la que participa tanto nuestro 
propósito consciente como el que florece en las redes vinculares en las que estamos 
entramados. Una vida humana está siendo cocreada en el presente; no ha sido ya 
creada en el pasado, de modo que solo reste, entonces, cumplir con ella. Una vida 
humana no es una misión o plan predeterminado que ha de ser ejecutado y que uno 
mismo o algún otro puedan conocer por leerlo en el mapa natal.
Astrología, conciencia y destino 35
La carta natal es una estructura vibratoria que se da a conocer mientras se de-
sarrolla. Somos el despliegue del ser que se revela en nuestros acontecimientos 
y vínculos. No somos algo ya hecho y definido que deba ser llevado a cabo. No 
somos a priori de la experiencia de vida. No estamos escritos. No somos una se-
cuencia lineal de hechos fatalmente predeterminados. La experiencia de vida nos 
presenta los desafíos en los que se revela la conciencia de lo que somos. Los he-
chos y nuestros vínculos de destino son reveladores del ser del que vamos toman-
do conciencia. Esos acontecimientos no son azarosos, sino que responden a un 
orden cíclico. En ese sentido, tienen un grado de objetividad: no ocurren en cual-
quier momento, no pueden ser eludidos. El movimiento del cielo es el movimien-
to de esa evolución. El movimiento de los planetas en el cielo marca los tiempos 
de nuestros procesos, no solo biológicos y psicológicos, sino fundamentalmente 
de las crisis de revelación. Los ciclos planetarios dan claves para que la conciencia 
pueda significar los procesos más profundos de ese ser que se está revelando, del 
espíritu en acción.
De esto se desprende otro potente supuesto de nuestra mirada astrológica: los 
hechos de nuestra vida nunca son exclusivamente individuales, sino que siempre 
son compartidos con otros y resultan significativos a la revelación de estructuras 
energéticas de otras cartas natales, no solo de la propia.
Los acontecimientos específicos de nuestras vidas individuales responden al 
entramado vincular. Los sucesos de nuestra vida son, al mismo tiempo, sucesos 
en las vidas de otros. Un hecho que nos ocurre y que puede ser significado desde 
nuestra carta natal, al mismo tiempo le ocurre a nuestra pareja, a nuestros padres, 
a nuestros hijos, a nuestros amigos, etc., y cada uno habrá de significar el mismo 
hecho de un modo distinto y acorde con sus estructuras y procesos individuales. 
La carta natal aporta un simbolismo relevante para el significado de los hechos, 
pero no indica los hechos específicos, sencillamente porque los hechos específicos 
nunca son singulares y estrictamente asociados a una sola carta natal, sino que son 
resultado de la convergencia –profundamente misteriosa e imposible de aprehen-
der o predecir– de múltiples claves vitales individuales. Los acontecimientos de 
nuestra vida no tienen ninguna posibilidad de ser exclusivamente individuales y 
personales, sino que siempre son vinculares y cocreados, siempre son la manifes-
tación de una corriente de pulsos vitales en red.
Alejandro Lodi36
Por cierto, la carta natal sí nos indica cómo esos hechos resultan congruentes con 
nuestra naturaleza y su despliegue. Pero solo lo revela cuando esos acontecimientos 
están siendo vividos, cuando forman parte de nuestra experiencia vincular presente. 
La carta natal no puede anticiparnos los sucesos concretos, pero sí la naturaleza del 
tiempo en el que son vividos y los desafíos de destino que representan para los ras-
gos más fijos y temerosos de nuestra identidad en el viaje de la cocreación de aquello 
que somos.
Ni conocimiento ni sabiduría ni mejora
La astrología no es un conocimiento. Aunque investigarla implique aprender 
qué son sus signos zodiacales, planetas, casas, aspectos, ciclos y tránsitos, la astrolo-
gía no está allí. Podemos aprender todas esas cosas y sumarlas a nuestro saber, ha-
ciéndolas participar de nuestra visión conocida de la realidad externa e interna, sin 
modificar en lo más mínimo nuestra imagen personal y sin cuestionar en absoluto 
nuestra relación con el destino. Es decir, podemos saber astrología y, al mismo tiem-
po, ser profundamente ajenos a ella.
Considerándola un conocimiento académico, podemos estudiar astrología y 
seguir pensando lo mismo que hace décadas, viendo la realidad de la misma ma-
nera y encantadamente identificados con aquello que creemos ser desde entonces 
(incluso, con el valor agregado de contar ahora con una justificación astrológica). 
La astrología, así, genera un prodigio: ratifica al ego y, al mismo tiempo, lo conven-
ce de haber mejorado. En esta fantasía narcótica, disfrutamos del éxtasis de sentir 
que, sin habernos transformado, hemos progresado. La expansión de conciencia se 
trasviste en agrandamiento del yo. Podemostrasladar todo lo aprendido en astrolo-
gía –como renovado mobiliario– a las construcciones mentales-emocionales que 
ya habitamos. Reconfortados al sentir que la astrología nos confirma, nos aprueba, 
nos mejora, nos engrandece, nos impregna de sabiduría y, fundamentalmente, nos 
da la razón.
Sin embargo, eso no es astrología. O es utilizar la astrología para la autoexalta-
ción. El yo aprovechando la astrología para defenderse de su amenaza.
Antes que aportarnos maestría o sabiduría, la astrología nos mete en problemas. 
Astrología, conciencia y destino 37
No nos permite seguir creyendo. Desnuda los supuestos inconscientes de nuestra 
percepción de la realidad. La astrología delata a la personalidad y transparenta el 
alma. ¿Qué significa esto? Profundizar en astrología nos abre a la percepción de que 
el ego es el obstáculo para la emergencia del alma. Las imágenes del pasado en las 
que hemos hecho identidad, las ideas y conceptos a los que adherimos para obtener 
reconocimiento afectivo, las visiones de la realidad que adoptamos para pertenecer 
y anular así la angustia de exilio, violentan la intuición de otras imágenes, de otras 
ideas y de otras realidades que ofrecerían potencialidades de despliegue a dimen-
siones desconocidas y profundas de nuestro ser (o, mejor, de esa fuerza que anima a 
nuestra conciencia). La simplificación del ego nubla la elocuencia de la rica comple-
jidad de la diversidad vital. El orgullo del yo bloquea la circulación del amor.
La astrología no mejora al yo, sino que enfrenta a la conciencia con la necesidad de 
su transformación. La astrología no engrandece al ego, sino que expone a la concien-
cia con la evidencia de lo insuficiente que resulta esa construcción mental-emocional 
para dar cuenta de la desbordante creatividad de la vida. ¿Qué significa esto? La as-
trología no nos hace “mejores personas”, sino que nos confronta con la incapacidad 
de nuestra imagen personal para comprender y acompañar los desafíos del destino 
y con la necesidad de transformar nuestras identidades cristalizadas.
La astrología es una alteración de la forma en que percibimos la realidad externa 
e interna. Lo que aprendamos con la astrología no se suma a lo ya que somos; no nos 
hace mejores ni sabios. La astrología no es un conocimiento que agregue a lo que la 
personalidad cree saber, sino que habilita una información del alma que conmueve 
la imagen que pretendemos conservar de nosotros y expone su ignorancia.
La emergencia de un orden
Toda realidad transparenta un orden. El orden no es previo al momento de ser 
percibido. No es un orden que ya está creado y ahora es descubierto por la men-
te sagaz. El orden es creado en el momento en que se revela a la percepción, en el 
momento en que es visto. El orden es cocreado por la conciencia en vínculo con los 
acontecimientos. Y esto presupone un hecho prodigioso, trascendental y existen-
cialmente estremecedor: la evidencia de que esa cocreación implica la disolución 
Alejandro Lodi38
del borde que separa conciencia de acontecimiento. Cuando la conciencia se recono-
ce (y esto mucho tiene que ver con un reencuentro) en esos acontecimientos, cuan-
do percibe que es ese destino, se crea el mundo.
Nuestro destino transparenta un orden. La realidad de lo que sentimos, la viven-
cia concreta y material de lo que nos sucede, transparenta una verdad sorprendente, 
conmovedora y siempre misteriosa a nuestros esfuerzos racionales. La materia de 
nuestra vida es la divina sustancia donde se transparenta el alma.
En reverencia al misterio, sepamos que la astrología, su deslumbrante y afinada 
congregación de símbolos y significados, excede nuestra necesidad de cartas natales. 
La astrología es mucho más que estudiar cartas natales.
La astrología parece frustrar los intentos de definir nuestro ser, de descubrir claves 
definitivas que nos brinden la seguridad de ser algo que ya esté escrito en algún lado con 
coordenadas específicas. No nos permite definir nuestro ser porque, en verdad, nos 
invita –paciente e implacablemente– a participar de su misterio, todo el tiempo y en 
todo lugar, sin que nada quede fuera.
La experiencia de lo que es se impone a lo que creamos que diga o deje de decir 
una carta natal. La experiencia de lo que es no está supeditada a lectura ni interpreta-
ción de mapa astral alguno.
Y astrología es delicada resonancia con la experiencia de lo que es.
Carta natal: imagen y construcción
La carta natal no está contenida en la imagen que tenemos de nosotros mismos. 
Nosotros estamos contenidos en la carta natal.
La carta natal es más vasta que nuestra imagen personal. La carta natal simboliza 
un territorio mucho más extenso que el espacio de seguridad en el que fijamos nues-
tra identidad. La carta natal es metáfora de una potencialidad del ser que nuestra 
conciencia personal nunca terminará de actualizar. 
El yo es un fragmento de la totalidad que representa la carta natal. Es una parcia-
lidad del conjunto de nuestra vida.
Hablar de “mi carta natal” es tan absurdo como hablar de “mi sistema solar”. Es 
inapropiado. Confunde nuestra percepción. Distorsiona nuestra realidad. Da testi-
Astrología, conciencia y destino 39
monio de un supuesto perceptivo capcioso: creernos propietarios de aquello de lo 
que participamos. No es el yo el sujeto de la carta natal. Ni el destino inscripto en 
ella, un acontecer exterior y ajeno.
La carta natal orienta a la conciencia en dirección a reconocerse en el propósi-
to vital que la anima. El yo es vehículo (circunstancial y en constante adaptación a 
nuevas incidencias) de la conciencia en el viaje exploratorio de su misterio. Esto no 
significa que no exista la dimensión del “mi”, sino que esa dimensión se revela como 
una (necesaria) construcción, no como una realidad esencial.
El yo (o nuestra personalidad) es una construcción. No es una construcción 
deliberada, voluntaria o arreglada a estrategia consciente. Es decir, el yo no es una 
construcción del yo. No puedo construir un yo a conveniencia de mi subjetividad, 
aunque se trate de una ocurrencia muy promocionada desde el marketing espiri-
tual. El más habitual: “Ya que el yo es una construcción, constrúyalo usted mismo 
ajustado a la conveniencia de sus intereses”. El más cotizado: “Sea un yo que ha tras-
cendido al yo”.
El yo es una construcción resultante de una dinámica. Y esa dinámica no se ajusta 
a la voluntad consciente ni a los intereses de la personalidad.
El yo es una construcción que se revela y se ejecuta a partir de cómo la concien-
cia ajusta la relación entre adentro y afuera. El yo es el resultado (siempre sujeto a 
dinámica) de esa articulación entre autoimagen y destino. El yo (o la personalidad) 
es testimonio de la transitoria modulación entre mundo interior y mundo exterior 
que la conciencia ha alcanzado a establecer.
La carta natal transparenta, al momento de ser consultada, el estado de esa ecua-
lización entre identidad consciente y misterio inconsciente. Describe la configura-
ción que adopta el juego de luz y sombra en cada específica interacción de la con-
ciencia con el destino. Contrasta las crisis de la personalidad con las oportunidades 
del alma.
La construcción del yo tiene la impronta de la memoria. La memoria nos da un 
lugar, una localización (un locus) ante el escalofrío de locura de un futuro abierto a 
todas las posibilidades. Frente el desafío de lo novedoso, la conciencia construye un 
yo seguro con los planos del pasado. Construir es recordar y reproducir. El encanto 
de preservarnos de lo imprevisto. La construcción del yo siempre es condicionada 
por el pasado y por el futuro, por la mecánica reacción y la temerosa anticipación. 
Alejandro Lodi40
Cuando la inseminación de futuro prevalece sobre la comodidad de lo cono-
cido, el destino nos exige nuevas construcciones. La creatividad desborda nuestra 
mecanicidad. Nuevas construcciones son nuevo pasado, memoria resignificada. Re-
significar pasado implica la oportunidad de innovación en nuestrasconstrucciones. 
Descubrir un sentido trascendente en los estigmas del ayer. Si el pasado es otro, el yo 
no puede ser el mismo.
La creatividad y nuestras construcciones: un juego de imágenes. El pasado y el 
futuro: un juego de la mente conmovida en su sensibilidad al misterio.
El destino y el abrazo
Nuestra vida no es nuestra. A esa percepción nos expone la astrología.
En nuestra vida opera una intención, se expresa una inteligencia. Ese propósi-
to inteligente no es nuestro y, a la vez, es lo que anima nuestra presencia. Construi-
mos nuestra vida gracias a la dote de esa fuerza que, a la vez, excede todas nuestras 
construcciones. Las construcciones de nuestra vida son perecederas, nuestra vida 
es perecedera, mientras que la inteligencia generadora que enciende nuestras expe-
riencias vitales conscientes está fuera del tiempo: nunca se inició, nunca cesará. La 
expresión inteligente del universo es eterna. Un amor que pugna por realizarse. Por 
aquí y por allá. La acción amorosa del universo es infinita. Está más allá del espacio: 
sin lugar de comienzo ni de final. La revelación de esa inteligencia que ama no tiene 
cuándo ni dónde.
Una inteligencia amorosa que no se pregunta por consecuencias. Una amorosi-
dad inteligente que no se justifica en causas. Una fuerza amorosa que está presente 
en cada cosa. En lo que nace y en lo que muere. En lo que se abre a la luz y en lo que 
se entrega a las sombras. En la altura de la felicidad y en el pozo de la desdicha.
El amor de esa fuerza desnuda nuestra ignorancia, colapsa nuestra moral. Nues-
tros juicios lo interfieren. La inteligencia amorosa del universo puede producir efec-
tos desagradables. Porque lo incluye todo, puede dejarnos sin argumentos para san-
cionar a los demás. Expone la torpeza de nuestras sentencias. Nuestra pobreza de 
amor. O, mejor, la escasez amorosa del ego, la limitación amorosa de esas imágenes 
mentales de nosotros mismos con las que estamos identificados y defendidos. El yo 
Astrología, conciencia y destino 41
que creemos ser –constituido en el temor– solo puede malinterpretar y distorsionar 
la intención amorosa del universo. El yo únicamente entiende de aliados y enemigos. 
Y llama amor a lo que lo confirma.
En plenitud de confianza, la fuerza del amor no juzga sus actos. Prescinde de mode-
los ajenos a su propia convicción. Desvanece referencias de comparación. Su sabiduría 
no es mérito ni adjudicación. El sol sabe salir cada mañana. El pájaro sabe volar. Y noso-
tros sabemos conmovernos con la salida del sol y el vuelo de un pájaro. La compasión 
no necesita de dioses. La belleza no necesita de maestros. La justicia no necesita de 
líderes. La verdad no necesita de padres.
Nuestro destino es la comprensión. Ampliar y entonces incluir. Aceptar y enton-
ces reconocer. Liberados de explicaciones, entonces comprender. Abrir el corazón 
sin necesidad de entender. El amor no es consecuencia del entendimiento. Tener 
razón no es causa de la comprensión. Nuestro destino es abrazo.
Nuestra vida no es nuestra. A esa percepción nos expone la astrología.
Bibliografía recomendada
Adler, Oskar. La astrología como ciencia oculta. Buenos Aires: Kier. 1984. 
Castaneda, Carlos. Viaje a Ixtlán. Buenos Aires. Fondo de Cultura Econó-
mica. 1990.
Greene, Liz. Astrología y destino. Barcelona: Obelisco. 1990.
Grof, Stanislav. El juego cósmico. Barcelona: Kairós. 2001.
Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairós. 1997.
–. La pura conciencia de ser. Barcelona: Kairós. 2006. 
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Segunda parte
LA ESTRUCTURA DE
LA CARTA NATAL
Capítulo 4
DISEÑO Y FORMA
De modo que cuando un ser humano nace en esta Tierra en 
un determinado momento, cuando, por así decir, la Tierra lo 
da a luz, es evidente que dicho hombre llevará dentro de sí 
como “dote” el temple fundamental, la disposición que en ese 
momento dominaba al mundo planetario.
Oskar Adler, La astrología como ciencia oculta.
La mirada inocente
El saber concentra nuestra atención consciente, agudiza nuestra sagacidad in-
telectual y nos lleva a corroborar patrones. Gracias al conocimiento técnico perci-
bimos regularidades. Nuestro conocimiento hace foco, profundiza. El saber es útil, 
necesario y permite ahondar cada vez más en el misterio de las cosas.
Allí el saber ilumina.
Y, en ciertos momentos, el saber es un obstáculo, una trampa engañosa que limita 
el acceso a otras dimensiones de la realidad. El beneficio de la efectiva concentración 
revela el perjuicio de la pérdida de panorama. La necesidad de confirmar lo conoci-
do nos cierra. El olvido de lo sabido abre perspectivas.
Es cuando el saber oscurece.
El pretendido conocimiento de las cosas oscurece la espontaneidad perceptiva. 
Lo que creemos ya saber no nos permite ver. Lo conocido no nos permite descu-
brir. Cubiertos de conocimiento no podemos descubrir. Sin un espacio de silencio 
y ausencia de definiciones, nuestros saberes se convierten en prejuicios acerca de 
las formas del universo. Sin vacío de saber, nuestras intuiciones se convierten en ra-
tificaciones de lo que conocemos. Sin suspensión de nuestras creencias, buscamos 
Alejandro Lodi46
confirmaciones. Encantados por nuestras opiniones, emitimos mecánicas reitera-
ciones.
La etimología de la palabra inocente es in-nocens, ‘sin daño, sin peligro, sin oscuri-
dad’. La mirada inocente de una carta natal permite que una primera aproximación 
a su misterio tenga el carácter de no estar oscurecida por nuestros conocimientos 
técnicos en astrología ni sujeta al daño o peligro de nuestros prejuicios. 
El primer contacto con una carta natal es la contemplación. Lo mismo que ocu-
rre con una obra de arte, ese primer impacto perceptivo es relevante. Contiene una 
verdad que le es propia. Y esa verdad deriva de su inocencia, de no pretender ver algo 
específico.
Nuestra percepción siempre está condicionada por nuestra memoria. De un 
modo inconsciente, cada nuevo registro de la realidad es de inmediato comparado 
con los archivos de información ya almacenada. Es un modo de seguridad y supervi-
vencia: ante la incertidumbre de lo desconocido, necesitamos que toda novedad se 
parezca a algo que ya conocemos y encuentre una explicación para calmar nuestra 
angustia.
No tiene sentido, entonces, pretender una inocencia perceptiva absoluta, libre 
de toda contaminación del pasado, al momento de hacer un primer contacto con 
una carta natal. Pero sí disponernos a ese encuentro suspendiendo nuestra voraci-
dad técnica, esa que nos lleva a zambullirnos de inmediato en la interpretación de 
los símbolos astrológicos y a bloquear, de ese modo, la emergencia de cualquier me-
táfora pertinente.
Ver la carta natal como un diseño, como una figura, e imaginar qué diría de ella un 
niño. O, al menos, alguien que nada supiera de astrología. Habilitar otra dimensión 
del símbolo, otro nivel de poesía, no sujeto al control de nuestro conocimiento téc-
nico. Que florezca un primer indicio, una primera información, mucho más propia 
del hemisferio derecho de nuestro cerebro que del izquierdo. Por cierto, sabemos 
que no nos quedaremos allí y que no son esos los únicos datos que habremos de 
considerar en nuestro análisis; pero esa información que se transparenta con nuestra 
mirada inocente tiene la virtud de aportar un sentido que proviene de otro lugar, que 
conecta con el inconsciente y su sustrato más allá de la razón, tal como ocurre con 
los hexagramas del I Ching, las imágenes del Tarot o la obra artística.
Astrología, conciencia y destino 47
Aunque las imágenes evocadas por el diseño de la carta natal parezcan “cualquier 
cosa”, nunca lo serán. Pueden simular una mariposa, un velero, un escudo, un ba-
rrilete… Incongruentes, absurdas o crípticas, se mostrarán pertinentes cuando me-
nos lo esperemos. En algún momento de nuestro estudio, seguramente por asalto, 
esas imágenes indicarán su plena coherencia. Cuando su contenido es liberado, la 
contundencia de su sentido es ineludible. Esas descripciones inocentes impactan