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ALEJANDRO LODI Astrología, conciencia y destino La carta natal y el despliegue del alma Con toda alegría felicito a Alejandro Lodi, que debuta como “autor solista” en este nuevo libro, donde sintetiza lo mejor de sus más de dos décadas de enseñanza de la astrología. Esta obra hace honor a su Júpiter en Acuario en casa XII. Con creatividad, en cada una de sus páginas nos guía en la comprensión de la profunda sabiduría del cielo. Como siempre, Lodi me resulta sorprendente y profundo. En este libro, en par- ticular, nos anima a abordar –sin simplificar– las contradicciones que se revelan en cada carta natal. Su mirada representa, tanto en lo personal como en lo astrológico, un faro fundamental cuando me encuentro perdida. Su opinión me tranquiliza en mis enmarañadas luchas de emociones, personajes, tiempos y límites de la vida dia- ria. Su experiencia astrológica me ordena en las complejas encrucijadas de símbolos, planetas, casas y aspectos que presentan las cartas natales. Sospecho que la sabiduría de su “pesado” Saturno en Capricornio en casa XII siempre –y a mi pesar– me re- cuerda lo importante. El “efecto Lodi” despeja mi alborotada mente de insignifican- cias intrascendentes. Sé que este libro producirá en los lectores un efecto similar y les permitirá no desviarse de lo realmente significativo al abordar una interpretación astrológica. Con su talento para recordarnos la trivialidad de la mayoría de nuestros “pro- blemas”, Alejandro propone en esta obra la necesidad de incluir una mirada trans- personal al estudiar los mapas natales. Destaca a los planetas transaturninos como Prólogo Alejandro Lodi4 propuestas superadoras de la imagen construida sobre nosotros mismos. Valora su presencia en nuestras cartas como estímulo a comprometernos con una nueva di- rección de vida, y su acción creativa, como una invitación a que aceptemos propó- sitos celestes que disuelven deseos personales, alejándonos de las calificaciones de “bueno” o “malo”, “conveniente” o “inconveniente”. Incluir en nuestra vida las inten- ciones trascendentes de los transpersonales obliga a resignificar aquellas experien- cias de sufrimiento donde la personalidad cree “perder”, para confiar en misteriosos propósitos donde –quizás– el alma “gana” en su proceso evolutivo. Lodi nos recuerda que los desafíos de transformación espiritual inscriptos en una carta natal incomodan hacia un destino que no imaginamos. Los planetas trans- personales atraen más allá de lo que nuestra comprensión considera “conveniente”, convocan a ir más allá de los límites de Saturno. Dejar de pelear con la propuesta de Urano es confesarnos una libertad y creatividad que nos atemoriza, pero que íntima- mente soñamos para nuestra vida. Entregarse a la resonancia de Neptuno es ceder a una empatía caotizante que nos lleva a vibrar con niveles de amor y piedad larga- mente anhelados. Perder el pudor a Plutón es superar la queja victimizada y asumir responsabilidad sobre la propia vida, para enterarnos de hasta qué límites, en verdad, podemos transformar la realidad. Este libro revela a la carta natal como un perfecto instrumental de navegación en el viaje de la conciencia. Describe a la astrología como una herramienta de sanación que denuncia hábitos innecesarios, libera de repeticiones sufrientes y de la autoindul- gencia. Resistirnos a lo que propone la carta natal es permanecer tercamente indife- rentes a la creatividad del cielo plasmada en nuestro destino. La lectura del autor nos estimula a percibir que la astrología puede volvernos “locos”, pues nos vuelve a “locar” en nuestra esencia. Nos recuerda nuestra genética astral, que quizás olvidamos en el intento de responder a mandatos y obligaciones. La astrología nos permite ser libres a partir de esa sustancia originaria y no en contra de ni subordinados a ella. Es en esa materia atravesada por coordenadas particulares donde surgirá el destello de captaciones universales. Es en ese campo de espacio y tiempo donde se descargarán intuiciones de lo infinito y eterno. Somos esa carta y podemos hacer un viaje sorpren- dente reconociendo nuestras herramientas astrales. Conocer nuestro ADN astrológico nos acerca a la creatividad de nuestro destino. Saber su verdad nos libera. Honrar nuestra carta natal es muy distinto a mantenernos fijos y excusados reactivamente en ella. Hon- Astrología, conciencia y destino 5 rar nuestra carta natal no es justificarnos en las tensiones que esta presenta, sino, por el contrario, convertirlas en herramientas creativas. Siempre valoré de Lodi –el astrólogo– su cálida convicción para comunicar símbolos, su inteligencia y su capacidad de investigación y estudio. Siempre valoré de Alejandro –el hombre– su capacidad para nombrar la vida desde procesos supe- radores que llevan a encontrar aceptación a –y sentido en– nuestras tragedias más terribles, su don para destacar la abundancia de cada situación –lo que naturalmente minimiza el dolor y la queja–, su disposición a asumir el destino personal y su agra- decimiento diario de nuestro encuentro. En su compañía, el dolor más desgarrador puede ser superado. Yo misma soy prueba viviente de su capacidad de rescatarme de lo más terrible. Lodi tiene el talento de alejarnos de nuestros dramas para que aque- llo que parecía insoportable o injusto se vuelva un desafío de amorosa aceptación. Escucharlo o leerlo produce un efecto de “poda del ego”, que alivia enojos y nos deja más lúcidos para abordar nuevos retos del destino. Sé que este libro se volverá imprescindible para todo aquel al que le interesa la astrología, la estudia o trabaja con ella. “Se precisaron todas esas cosas para que nuestras manos se encontraran”, dice Borges. Feliz y orgullosa por tu nuevo logro. Te abrazo, Alejandro. Siempre. Beatriz Leveratto Introducción La astrología representa la suma de todas las nociones psicológicas de la antigüedad. Carl Gustav Jung, “En memoria de Richard Wilhelm”, en C. G. Jung y R. Wilhelm. El secreto de la flor de oro. Este libro es consecuente con el que publiqué con Idelba González y Héctor Steinbrun en 2004 bajo el título La carta natal como guía en el desarrollo de la conciencia. En 2016 la propuesta de su reedición planteó la oportunidad de correcciones y agre- gados, pero en el ejercicio de esa tarea se hizo evidente que se trataba de otro texto, no de aquel mejorado. Asumí entonces el compromiso de gestar una nueva obra y de ser su responsable, conservando lo que mantenía afinidad con el nuevo material, efectuando giros en el modo de desarrollar ciertos temas y sumando algunos nuevos. El espíritu de la obra sigue siendo el mismo: aportar una mirada acerca de lo que significa una carta natal, plantear un modo efectivo de organizar su interpretación, profundizar en técnicas de análisis y, sobre todo, explicitar cómo el despliegue del mapa astral de nuestro nacimiento revela la conexión entre conciencia y destino. Hay muchas astrologías y variados modos de interpretar una carta natal; todas ciertas, todos válidos. Los diferentes matices surgen no solo de cuestiones técnicas, sino fundamentalmente de los supuestos perceptivos que, de manera inconsciente, subyacen al ejercicio de nuestra actividad. El uso de determinados procedimientos en detrimento de otros, la opción por un enfoque más predictivo o más psicológico, es efecto de la actuación de tales supuestos. La primera parte del libro se titula “El símbolo de la carta natal” y aborda este punto. En los tres capítulos que la componen (“Una carta de navegación”, “Una experiencia polar” y “Una revelación del miste- rio”) se intenta explorar y discernir qué creencias están implícitas en nuestro modo Alejandro Lodi8 de ejercer la astrología en general y en la interpretación de una carta natal en particu- lar. También se define el específico enfoque que da sustancia a este libro. En la segunda parte, llamada “La estructura de la carta natal”, el capítulo “Diseño y forma” describe lasconsideraciones básicas y estructurales que prevalecen en la primera aproximación a una carta natal. Se trata de claves técnicas tradicionales que adquieren prioridad en una lectura y que atienden al diseño general del mandala. Su relevancia, además, cuenta con un alto consenso en el universo de los astrólogos, por encima de las diferencias entre líneas y escuelas. En cambio, sí aparecerán algunas notas particulares, propias de la específica mi- rada propuesta en el libro, en los capítulos “El balance de elementos” y “Combina- ción de matrices”. La temática de los elementos es abordada desde su analogía con los tipos psicológicos junguianos, lo cual ya ha sido considerado por referentes de la astrología psicológica como Liz Greene y Richard Idemon. Por su parte, todo lo referido a lo que denomino combinación de matrices son ejercicios de síntesis, pon- deraciones de la vasta información que brinda una carta natal al relacionar la matriz zodiacal, la planetaria y la de casas. El objetivo es que esos ejercicios permitan de- tectar los más destacados y preponderantes “colores” de la “paleta” (las potencia- lidades de la carta natal), de cuyas combinaciones se obtiene la gama de matices que conforman el “cuadro” (la experiencia de vida de la persona). Esa apreciación sintética de la carta natal es una forma personal a la que he arribado, fruto del tra- bajo de investigación propuesto por Eugenio Carutti, desarrollado durante años de labor docente en su escuela, Casa XI, y ejercitado en mi propia experiencia de consultoría. La tercera parte del libro se denomina “La dinámica de la carta natal”. Allí se profundiza en la consideración del mandala de nacimiento como símbolo del via- je de la conciencia, del mapa astral como guía en el despliegue de los propósitos del alma. Esta travesía implica el desarrollo de una percepción consciente de la realidad que tiene su inicio con nuestra primera respiración (instante en el que se levanta el mapa celeste). Ese despliegue de la conciencia emerge desde un estado de indife- renciación con el mundo de los padres, atraviesa una etapa de conformación de una individualidad autónoma y se orienta hacia el reconocimiento (nunca agotado en nuestra vida) de ser expresión de un vasto y misterioso proceso vital que se funde en la totalidad del cosmos. Astrología, conciencia y destino 9 Estas reflexiones se presentan en el capítulo “El desarrollo de la conciencia”, en el que además se suma el aporte de la psicología transpersonal, en especial de las des- cripciones y diseños creados por Ken Wilber. En este sentido, la cartografía astrológi- ca propuesta acompaña el periplo desde la indiferenciada conciencia oceánica prenatal hacia el desarrollo de una conciencia personal, hasta la revelación de una conciencia de unidad: un estado perceptivo que abre el registro de nuestra participación en el vital en- tramado del universo. Los tres grandes estadios de despliegue del viaje de la conciencia aparecen caracterizados en los capítulos “La contención lunar”, “La expresión solar” y “La revelación transpersonal”, en correspondencia con específicos y determinados símbolos de la carta natal. Previo al que refiere a la emergencia transpersonal, aparece el capítulo “La crisis quironiana”, en el que se presenta el símbolo de Quirón como portal a la dimensión espiritual del viaje de la conciencia, a la experiencia del dolor como orgánico puente entre la vivencia personal y la percepción transpersonal. El capítulo invita a explorar la correspondencia de Quirón con el concepto psicológico de resiliencia, es decir, con la percepción de que el trauma del dolor ineludible es, a la vez, fuente de talen- tos, no solo de superación personal, sino de trascendencia espiritual. Finalmente, una vez abordadas las claves de la revelación transpersonal, en el ca- pítulo “La distorsión transpersonal” presentamos algunas consideraciones sobre los riesgos y las confusiones que el contacto con aquello que está más allá de la experien- cia del ego puede presentarle a la conciencia encarnada –necesariamente– en una psique personal. Todo lo expuesto deja en evidencia que este libro desarrolla un enfoque trans- personal de la astrología y de lo que simboliza una carta natal. Aunque se trate de la vida de una persona, no es la conciencia personal su centro relevante, sino un desig- nio vital que la excede. La dinámica del destino nos invita a reconocernos en la expe- riencia de ese propósito de la vida que no nos tiene como protagonistas. La mirada transpersonal de la carta natal no tiene por objeto confirmar los anhelos del yo indi- vidual ni tampoco deliberadamente frustrarlos, sino poner en evidencia que resul- tan funcionales a la revelación de un orden más complejo de la vida y transparentar nuestros deseos y vivencias personales como vehículos de las intenciones del alma. Alejandro Lodi10 Los datos de las cartas natales presentadas en el libro están confirmados por dos fuentes: Astrotheme (www.astrotheme.com) y Astro Dienst (www.astro.com). La excepción es la carta de Roberto Sánchez “Sandro”, cuyos datos natales fueron obte- nidos de la biografía de su esposa (Olga Garaventa, Sandro Íntimo). | 11 | Primera parte EL SÍMBOLO DE LA CARTA NATAL Capítulo 1 UNA CARTA DE NAVEGACIÓN Un símbolo es una forma exterior y visible de una realidad interior y espiritual. Alice Bailey, Los trabajos de Hércules. Distintas metáforas de una carta natal Existen distintas formas de entender qué es una carta natal. Podemos decir que, como carta, consiste en un mapa. Desde este modo de consi- derarla, la carta natal es, entonces, el mapa de un territorio muy concreto y definido. Nos presenta la geografía de un espacio preexistente a la experiencia de su recorrido. Ese espacio es tanto las características de la personalidad de un individuo como las circunstancias de su vida. Aplicada a una vida humana, la idea de un territorio preexistente sugiere un ca- rácter y un destino ya establecidos y, en ese sentido, literalmente previsibles e inal- terables. Tal como se espera que suceda entre un espacio geográfico y el mapa que lo representa, la personalidad y las experiencias concretas de un ser humano deben coincidir con lo indicado en su carta natal. No puede haber sorpresas ni ambigüeda- des ni contradicciones. No está mal considerar así la carta natal. Solo que ese territorio cartografiado (es decir, nuestra vida) resulta un tanto paradójico. Es cierto que ese territorio existe y que no podría ser otro distinto al representado en el mapa. Sin embargo, no es preexistente, sino que cobra existencia mientras es recorrido. ¿Qué significa esto? Nuestra vida es la experiencia que la conciencia tiene de ella. Nuestra vida se crea Alejandro Lodi14 mientras la vivimos. No tiene entidad previa ni está determinada en el pasado. Nues- tra vida es la conciencia presente. De esta manera, como mapa de un territorio, la carta natal es, metafóricamen- te, el de una ciudad que es construida mientras el viajero la recorre con su guía, un espacio que cobra evidencia sensorial mientras se lo experimenta y que responde fielmente a lo que la conciencia percibe de ese mapa orientador. No es el mapa de cualquier territorio, sino de ese. No obstante, no está hecho sobre un territorio ya existente, sino sobre uno que se revela cuando es transitado. En este sentido, antes que a un plano que describe geografías, la carta natal se acerca más a una muy particular forma de mapa: una partitura musical. Es evidente que la música “está” en la partitura, pero no tiene existencia previa a su ejecución. La partitura guía al ejecutante de la música (no puede tocar cualquier cosa), pero el sonido (el territorio, la experiencia de la música) no es previo al acto de su expresión. Nuestra “música” está en la carta natal, pero es la conciencia quien la hacer sonar o, mejor aún, es en la conciencia donde se da a conocer. También podemos decir que la carta natal es un espejo. Lacarta natal nos refleja. Cuando profundizamos en ella comenzamos a ver otra imagen de nosotros mismos, distinta a la que habitualmente nos representamos y con la que estamos identifica- dos. Esa otra imagen es otra realidad. La carta natal como espejo nos devuelve (y nos hace conscientes de) una nueva realidad acerca de nosotros mismos y del mundo. No obstante, entender la carta natal como espejo también implica una paradoja. Es cierto que, si estamos confundidos y desconcertados, el espejo nos refleja una imagen en la cual reconocernos. Lo que somos es misterio y la carta natal es una herramienta simbólica exquisita para intentar establecer un nexo con esa trama des- conocida del ser, de la cual es un instante y cuyo despliegue tiene inscripto. No obs- tante, no es nuestra necesidad personal de descubrirnos al fin la que saca provecho de nuestra carta natal, ni los anhelos de nuestra personalidad individual los que se sirven de ella para lograr las instrucciones de nuestra felicidad. En verdad, parece como si una dimensión más profunda de la vida que nos anima –el alma– se valiera de ella para hacerse notar a nuestra conciencia, como si aquel espejo se ofreciera para que podamos tocar un secreto dulce que nunca terminaremos de entender o definir. Es decir, la carta natal nos ayuda a encontrarnos y, al mismo tiempo, no nos deja definirnos. La carta natal es un espejo que nos permite reconocernos cuando Astrología, conciencia y destino 15 estamos extraviados y que se esfuma o astilla en mil pedazos cuando creemos ha- bernos encontrado. Podemos ver la carta natal, también, en aquel juego del lápiz, el papel y la moneda. ¿Recuerdan aquella gracia infantil en la que poníamos una hoja de papel en blanco sobre una moneda y luego pasábamos un lápiz hasta que quedara la impresión del relieve de la moneda sobre el papel? Aquí, la moneda es la carta natal como símbolo de las cualidades del alma; es el potencial de todos los principios energéticos sinteti- zados en ese mapa. El papel es la sustancia material de los acontecimientos concretos de nuestra vida. Y el lápiz es la conciencia capaz de imprimir sentido a tales sucesos. Existe la moneda, pero velada por el papel. Solo podemos saber su valor cuando el lápiz ejerce presión sobre la hoja. Del mismo modo, existe la carta natal, pero solo descubrimos su cualidad cuando nuestra conciencia la reconoce en los hechos de nuestra historia personal. La moneda transparenta su valor cuando el lápiz presiona sobre el papel que la cubre. La carta natal (la moneda) revela el simbolismo de los hechos de nuestra vida cuando la conciencia (el lápiz) percibe el significado de la experiencia concreta (el papel). En la paradoja del juego, no podemos ver la moneda sino transparentada en el papel. La moneda tiene entidad de misterio y solo brinda información en el momen- to en que la acción del lápiz comienza a revelarla. Nunca podemos dar cuenta de la carta natal, no por falta de algún tipo de aptitud especial, por ausencia de talento o por insuficiente esfuerzo, sino porque su existencia solo cobra sentido en ese acto mágico de transparencia y significado del que es capaz la conciencia. Esa conciencia que significa los hechos que vivimos es el lápiz presionando el papel. Mientras el lápiz no presiona, el papel nada pone de relieve y la moneda permanece velada. Esto es, mientras la conciencia no significa los acontecimientos, estos se nos aparecen alea- torios, carentes de sentido, fuera de todo orden. Si la conciencia no está activa (lápiz presionando), el alma no se revela (moneda). Pero quizás la metáfora más adecuada sea la de la carta natal como un mapa de navegación. En esa imagen, nosotros (nuestra conciencia) somos una barca y la carta natal, el mapa que nos guía en nuestra travesía en el mar, una vez que soltamos nues- tro amarre al muelle (el cielo del momento del corte del cordón umbilical). El viaje de nuestra vida no se desarrolla en un territorio preciso, seguro y previsi- ble. La nave de nuestra conciencia recorre una sustancia misteriosa, sujeta a cambios Alejandro Lodi16 y alteraciones que responden a profundas corrientes oceánicas y al giro de los vientos, es decir, a fuerzas que superan el dominio de nuestras velas y timones. La carta de navegación –la carta natal– nos permite confiar en intenciones y propósitos que exce- den nuestra voluntad y nuestra previsión. Nos provee de claves acerca de cómo atra- vesar una experiencia sujeta a lo impredecible, de cómo acompañar un movimiento que desborda nuestra posibilidad de control y, entonces, arribar a buen puerto. La carta natal –como una carta de navegación– nos brinda seguridad porque nos anuncia que no somos ni nos pasará cualquier cosa. No obstante, al mismo tiempo, no nos indica definitivamente quiénes somos ni qué nos habrá de pasar. Describe nuestro viaje sin definir cuál es. Transparenta orientaciones oportunas sin anunciar puertos de llegada. Nos abre a sentidos sin permitir que nos cerremos a planes y objetivos. La carta natal no es un fatal condicionamiento ni representa una autoridad que sanciona quiénes somos, qué debemos hacer y qué nos va a pasar. Cuando nos vincu- lamos con nuestra carta natal como con un mandato exigente e inapelable con el que debemos cumplir, nos extraviamos de su creatividad y le otorgamos la absoluta res- ponsabilidad de nuestra vida: no podemos responder por nosotros mismos a los de- safíos de nuestra existencia porque en la carta natal ya está establecido lo que debe ser. Nuestro mapa de navegación aporta indicaciones, no instructivos. Incita a direc- ciones, no impone misiones. Es una guía que sugiere rumbos, revela órdenes. Atenta a nuestro discernimiento y a nuestras decisiones, la carta natal siempre los inscribe en un orden y en un sentido, a veces con rigor y a veces con gratificación, según cuánto nos hayamos alejado de o alineado con nuestra gracia. No juzga nuestras acciones ni sanciona nuestras conductas, sino que a nuestras acciones y conductas las contrasta con lo que en verdad somos. Confía en nosotros e inspira nuestra confianza en ella. Las indicaciones de la carta natal se tornan impecables cuando nos reconocemos en esa dirección que traza el misterio que anima nuestras vidas, la fuerza de un pro- pósito amoroso y cósmico que excede nuestro control personal. Cielo y Tierra en correspondencia Que el diseño del cielo sea análogo al diseño del carácter y del destino de un in- dividuo es una evidencia que se sostiene en el principio de correspondencia. El arcano Astrología, conciencia y destino 17 axioma hermético: “Como es arriba es abajo”. Somos la realización de un instante de la vida del cosmos. No estamos separados de la eterna actividad del universo. No somos “otra cosa”. La energía de la vida necesita de la experiencia en la forma para expresar su cualidad. La forma concreta y sustancial necesita el rayo de cualidad que le da vida. Energía y forma son dos dimensiones de un único proceso, en necesaria y orgánica correspondencia. Responden una a otra de un modo simultáneo (no cau- sal) y recíproco (no subordinado). Por correspondencia, entonces, la psique humana se refleja en una más vasta. Lo psíquico no surge de la nada, no es una gracia exclusiva otorgada a la experiencia hu- mana ni es su invención. Si existe una psique humana es porque se corresponde con una psique cósmica. El orden que transparentan las estrellas, con sus regularidades impecables, está en correspondencia con el orden de la experiencia en la Tierra. El concierto del sistema solar describe y guía el desconcertante acontecer de nuestras vidas humanas. No es un modelo de lo que debemos hacer ni es la causa de nuestras vivencias, sino una evidencia que se corrobora, una sincronicidad, un sistema de res- puestas recíprocas y simultáneas. Nuestra voluntad personal puede alinearse con esa reciprocidad correspondien- te o tener la pretensión de desviarse de ella. No se trata de obedecer o resistir (plan-tearlo en esos términos revela el supuesto de una autoridad que impone modelos y dictamina debidas conductas). Se trata de afinar o no con una vibración energética. La carta natal, la percepción de un sentido convocante, contribuye a tal afinación con nuestra existencia y delata nuestras desafinadas aspiraciones. La carta natal se- ñala un curso oportuno y expone el extravío de nuestros desvíos. Profundizando en la clave psicológica, la carta natal deja en evidencia que cier- ta incomodidad y sufrimiento de nuestra vida es efecto de una “interpretación de- safinada” de la matriz energética que nos constituye. Esto significa que, por causas históricas y condicionamientos heredados, la imagen de nosotros mismos que tempranamente forjamos –con los deseos, proyectos y expectativas de logro que la constituyen– representa una distorsión, un malentendido respecto a lo sugiere nuestra naturaleza. Esta distorsión y malentendido no es un error que algunos seres cometan y otros no. Es inevitable y, en ese sentido, una condición del viaje de la con- ciencia: todos los humanos despertamos a niveles creativos de nuestro ser a partir de descubrir lo que no somos. Alejandro Lodi18 Por cierto, tomar nota de nuestras distorsiones y malentendidos habrá de exi- gir la resignificación profunda de lo que creemos ser. Esto, antes que una mejora de nuestra identidad, representa una auténtica transformación personal. Ya sabemos que todos intentamos confirmar nuestras imágenes y, por lo tanto, nos resistimos a nuestras transformaciones. Solo las aceptamos cuando tocamos el límite del pa- decimiento tolerable. Antes de asumir nuestra “desafinada ejecución”, es probable que intentemos convencernos a nosotros mismos y convencer a los demás de que, en verdad, es el “conjunto de la orquesta” el que está fallando. Antes de aceptar un cambio radical en nuestra postura existencial, congestionaremos nuestros vínculos con confrontaciones y la expresión de nuestro destino con reclamos. La palabra correspondencia hace referencia a niveles que se co-responden, a niveles que responden unos a otros, en modo simultáneo. El diseño del Cielo se correspon- de con el de la Tierra. El orden del macrocosmos con el del microcosmos. El sistema solar con nuestro sistema psíquico. Esos planos –siendo diferentes– no están sepa- rados, sino vinculados en una dinámica de relación que no se detiene. Es este supuesto perceptivo el que sostiene nuestra mirada astrológica. Soy iden- tidad personal y destino, lo que creo ser y lo que me ocurre, yo y mis vínculos. La as- trología nos invita a disolver la ocurrencia de ser algo distinto a lo que percibimos y a lo que vivimos. Cada vez que trazamos fronteras, nos alejamos de la percepción de un orden correspondiente, generamos separatividad y alimentamos la pesadilla es- quizoide de la disociación. Y cada vez que disolvemos fronteras, somos permeables a la manifestación de correspondencias, generamos reconocimiento con el otro y nutrimos la potencialidad creativa de los vínculos. El principio de correspondencia nos invita a ver relación allí donde nuestra per- cepción disociada ve separación. Y es aquí donde la astrología se muestra como portal a la vivencia transpersonal. La realidad, tal como la registramos desde nues- tros inevitables condicionamientos perceptivos en los que conformamos nues- tra identidad, se presenta ahora transformada y, por eso, desafía las definiciones de nuestra imagen personal (con su carga de ideas, valores, memorias, afectos y complejos). El alma descubre vínculos allí donde el espejismo de la personalidad necesita ver divisiones. Astrología, conciencia y destino 19 Correspondencia entre energía, psicología y hechos La astrología se compone de símbolos que representan principios energéticos, vi- vencias psicológicas y acontecimientos. Tres dimensiones que pueden ser discriminadas (sería patológico no hacerlo). Sin embargo, distinguir esas dimensiones (energética, psicológica y fáctica) no implica disociarlas. Esto es fundamental: no existen energías por un lado, psiquismos por aquí y sucesos por allá, sino que cada hecho concreto se corresponde con un contenido psicológico y una cualidad energética, tanto como toda vibración energética se co- rresponde con una vivencia psicológica y con sucesos de la vida cotidiana. Vibración, psiquis y acontecimientos son planos que se corresponden. Energía, psicología y hechos son dimensiones diferenciadas que no están separadas. Diferenciar no implica separar, discriminar no implica dividir. Cada plano de mani- festación diferenciado de la realidad se corresponde con los demás, están vinculados entre sí. Es ilusorio suponer que existen de un modo autónomo e independiente; por el contrario, cada plano (energético, psicológico y fáctico) responde a los otros, tiene entidad en una relación de correspondencia con los otros. Esta es la magia de la astrología. En esto consiste su carácter sorprendente para nuestro habitual estado de percepción de la realidad. La astrología nos permite afir- mar, por ejemplo, que nuestra columna vertebral, la relación con nuestro padre, el vínculo con la ley y el desarrollo del sentido de realidad se corresponden y que cada alteración en uno de esos planos se está produciendo en los demás. Cuando la práctica astrológica no da cuenta del principio de correspondencia, esto parece irracional, delirante o absurdo. Pero, cuando nuestra vivencia de la astrología incluye el principio de co- rrespondencia, esa respuesta simultánea de distintos niveles comienza a resultar una obviedad que se ve todo el tiempo y en todas partes. Así, el principio de correspon- dencia se transforma en una evidencia eterna e infinita. Energía, psiquis y cuerpo son distintas dimensiones de una misma realidad. Vi- bración energética, vivencia psicológica y hecho concreto se implican recíprocamente y no tienen entidad alguna por separado. En un símbolo, la energía toma forma tanto como la forma expresa energía. En nuestra carta natal, la cualidad del diseño de un momento del cosmos toma forma vivencial en una experiencia humana, tanto como la experiencia concreta de nuestra vida expresa la energía de un diseño del cosmos. Alejandro Lodi20 Diseño implica orden. Las regularidades que teje el entramado de planetas y el fondo de estrellas revelan un orden sincrónico con el de los sucesos en la Tierra. Ese orden y sus regularidades quedan a disposición del discernimiento humano. El or- den del cielo en sincronicidad con el despliegue de nuestra vida. La regularidad del cosmos en sincronicidad con la revelación del ser que nos anima. Nuestro destino se corresponde con el orden del cosmos. Nuestra vida en la Tie- rra, con el diseño del cielo. Bibliografía recomendada Bailey, Alice. Los trabajos de Hércules. Buenos Aires: Fundación Lucis. 1997. Jung, Carl. La interpretación de la naturaleza y la psique. Barcelona: Paidós. 1983. Tres Iniciados. El Kybalion. Buenos Aires: Kier. 1987. Capítulo 2 UNA EXPERIENCIA POLAR Ante nosotros se abre una tarea enorme: reunir los opues- tos que hemos creado adentro y afuera, liberarnos de la mecanicidad aislante a la que nos hemos habituado, to- lerar la información de la cual nos hemos protegido por tanto tiempo, atrevernos a desorganizar la estructura apa- rentemente eficiente, pero a todas luces peligrosamente limitada de nuestro sistema entero de creencias. Eugenio Carutti, Inteligencia planetaria. El círculo del mandala Como símbolo de identidad y de despliegue del ser, que la carta natal sea un mandala resulta fundamental. Que se trate de información en círculo y no en línea in- dica que la conciencia no es una flecha disparada en forma recta hacia el futuro desde el pasado. Que el mapa de navegación de nuestra vida sea un mandala nos dice que no tenemos (no somos) puntos absolutos de partida y llegada. Que la carta natal sea un círculo sugiere el viaje de la conciencia como una experien- cia curva. Ese movimiento en espiraldel despliegue del ser es resultado de una dinámi- ca existencial que oscila entre polos. Una dinámica de polaridad. Un pulso que siempre expresa dos movimientos: porque existe un impulso en una dirección, existe otro im- pulso simultáneo en la dirección compensatoria. El desarrollo de la psique como una doble hélice. El pulso consciente y no consciente que teje nuestra existencia. El yo y el destino en caduceo. La carta natal como dinámica polar en espiral expansiva. Alejandro Lodi22 En un círculo, cada punto tiene su opuesto, cada posición forma eje con otra complementaria, cada polo es dos polos. Afirmar un polo es darle entidad a otro polo. En círculo, no existen posiciones separadas ni polos autónomos e independientes. En círculo, solo existen relaciones: posiciones en vínculo y polos en codependencia. La carta natal como mandala nos dice que somos vínculo, no individuos separa- dos. Somos con otros, somos en relación. Se trata de un enlace inevitable: en círculo, el intento de separarnos nos aproxima a lo rechazado. El repudio es abrazo. Cortar el lazo es reforzar el nudo. La afectación del otro revela el vínculo que tengo con él. La conciencia mandálica disuelve la fantasía de separatividad. El principio de polaridad nos dice que toda posición se replica en su comple- mentaria, que todo polo está en espejo con otro. Toda definición de lo que es expone lo que no es. Cada vez que fijo conscientemente quién soy, ostento inconscientemente lo que no sé que soy. La identificación consciente con determinadas cualidades deja expuesta la negación inconsciente de las opuestas. Puede parecer un juego de palabras desesperante, solo si lo planteamos como un problema al que queremos darle una solución definitiva. Y eso es lo que hace el pen- samiento lineal ante la paradoja circular: ¿cómo hacer para salir de la polaridad y ser plenamente yo? La imagen de un yo pleno, prescindente de toda vincularidad y libe- rado de aspectos inconscientes, es la fantasía de un yo luminoso e inmaculado que ha conquistado su autenticidad y expresa su genuino ser. Ser conscientes de la dinámica de polaridad implica la disolución de este encanto, el conjuro de este hechizo. El caduceo. La carta natal en espiral expansiva. Astrología, conciencia y destino 23 La constancia perceptiva del principio de polaridad y del carácter circular de la dinámica psíquica es la caída de la creencia en un punto de llegada definitivo en el que, gracias a méritos personales, somos conscientes de todo y sabemos perfecta- mente quiénes somos. En conciencia de la dinámica de polaridad y de su circula- ridad, queda en evidencia que la real pesadilla es aquella aspiración de conquista final y de que el pulso entre lo consciente y lo inconsciente se detenga. Liberados de ese ensueño, brota la percepción de que somos aquello que creemos ser y lo que no sabemos que somos; o, dando una vuelta de tuerca más, porque creemos ser esa imagen que tenemos de nosotros mismos, quedan velados contenidos legítimos y profundos de nuestro ser. Es el juego de luz y sombra del viaje de la conciencia. El juego de la luz y la sombra Bajo su diseño curvo y en espiral, el despliegue de la conciencia no tiene punto de llegada. Es una incesante oscilación entre polos desde que despertamos a la vida hasta que retornamos al misterio. Necesariamente expresa una dinámica de la psique, desde identificaciones polarizadas hacia el reconocimiento de la polaridad, desde la lucha de polos en antagonismo hacia la vivencia yin-yang. El viaje de la conciencia se desarrolla en conflicto con el destino (los hechos del mundo externo y las personas con las que nos relacionamos) hasta que deviene el padecimiento de un colapso. Ese colapso puede ser el fin del viaje: una cristalización terminal que no permite dar res- puesta, la instalación de una patología psíquica que fija a la conciencia en repeticiones mecánicas y anula intuiciones creativas. O puede ser un portal a la transformación de la conciencia: la muerte del encanto de ser una entidad separada de la corriente general de la vida y el nacimiento de una conciencia que se reconoce en el destino. Nos identificamos con fragmentos de la totalidad del ser que nos anima. Y atrae- mos inconscientemente los contenidos excluidos y complementarios. Nos iden- tificamos con fragmentos de nuestra carta natal y excluimos los contenidos que no confirman esa identidad, negándolos, reprimiéndolos o proyectándolos en los demás y en el destino. La luz proyecta sombra. La luz genera su correspondiente sombra. La imagen personal de nosotros mismos con la que estamos identificados propicia su correspondiente destino. Lo que vemos en los demás y sentimos ajeno Alejandro Lodi24 a nosotros, lo que los demás ven en nosotros y juzgamos injusto o equivocado, es el llamado de la sombra a su encuentro. El otro es la sombra. Nuestras identidades fragmentarias generan destino. El yo atrae destino: expe- riencias que nos acercan a aquello de lo que intentamos separarnos. El destino como reunión, como cita con lo que soy y evito. Lo evitado es un contenido del ser que me anima y que, no obstante, parece no ser mío, porque contradice la imagen que tengo de mí mismo. Lo evitado es la sombra de esa luz que representa la imagen consciente de mí mismo. La sombra no es lo que todavía no ha sido iluminado, no es lo que al yo conscien- te le falta aún integrar del inconsciente. La sombra no es un trabajo que tengo pen- diente. La sombra no es deber ser (esto es, un compromiso que debo cumplir). La sombra es el ignorado complemento de la imagen luminosa del ego. La sombra no le pide al yo que mejore, sino que se transforme. La sombra no nos pide crecer como personas, sino morir a la imagen egoica. La madurez de la conciencia no implica una versión mejorada del yo, sino su mutación. No implica sabiduría, sino una alteración de la percepción de la realidad. En consulta vemos la potencialidad de la carta natal (de una vida) y también el recorte de ella en la que ha hecho identidad la conciencia personal. El yo desarrolla mecanismos de defensa para evitar el contacto con todo el contenido psíquico que ha sido descartado y que representa una amenaza a su existencia. Necesita defender- se por supervivencia: el yo sólo es, sólo subsiste, si se confirman los atributos con los que se ha identificado. Toda información que no refuerce esa sensación de identidad personal es percibida como ajena, como un riesgo mortal. Cuando esos mecanis- mos defensivos se muestran ineficaces, aparece entonces el sufrimiento psicológico. Y es ese padecimiento el portal a la transformación. Lo único que puede disolver ese dolor es reconocerse en lo temido, aceptar la sombra. En cada consulta, el reto del astrólogo es descubrir dinámica de polaridad en las polarizaciones del consultante. Exponer la oportunidad detrás de cada pade- cimiento. Ver yin-yang donde la persona sufre antagonismo. Si en el antagonismo la conciencia siente orgullo o satisfacción, entonces no hay consulta. Para percibir yin-yang tiene que haber insatisfacción o dolor. Y ver yin-yang significa percibir la evidente interpenetración de los polos en conflicto, el ineludible abrazo de aquello que parece rechazarse, la creativa cópula de lo que se creía en recíproca exclusión. Astrología, conciencia y destino 25 El sufrimiento de la persona está en vínculo con lo que la identificación cons- ciente ha dejado afuera. El desafío de la entrevista astrológica consiste en estimular la sensibilidad del consultante (disolviendo el miedo y abriendo confianza) para que se reconozca en (acepte) el destino del cual se siente víctima, en facilitar que el espa- cio de consulta le permita resignificar su relato de vida desde una nueva luz, es decir, desde una nueva y más comprensiva imagen de sí mismo. Cada imagen de uno mismo que emerge disuelve a la anterior e inicia unanueva trama de la dinámica de revelación del ser, dinámica que siempre será entre cons- ciente e inconsciente, identidad y destino, luz y sombra. La dinámica no tiene un punto de llegada, no tiene una cima que deba ser alcanzada con destreza o mérito. La di- námica consciente-inconsciente es la sustancia misma de la conciencia. Concien- cia es dinámica. Conciencia es viaje. Un viaje que revela un territorio que no puede conocerse si no es desarrollado. La carta natal es el mapa de un territorio que cobra sentido mientras es recorrido. Ese territorio es una vida humana y un destino. La carta natal es el mapa presente de un territorio siempre futuro. La carta natal delata la parcialidad de nuestra imagen personal. Expone los con- tenidos con los que nos identificamos tanto como aquellos otros en los que no nos reconocemos y que cobran, entonces, entidad como destino. La carta natal nos in- forma que ese destino nos pertenece y tiene un potencial de creatividad insospecha- do. Nos pone en un trance crucial: si aceptamos el destino como propio, cobrarán nuevo significado sucesos y acontecimientos hasta ahora incomprensibles y de los que acaso nos sentimos víctimas. La historia personal y nuestra identidad asociada entran en crisis. Lo que creíamos ajeno y exterior a nosotros comienza a ser per- cibido como pertinente y propio de una dimensión desconocida de nosotros mis- mos. Semejante hito no puede dejar de ser una auténtica conmoción existencial. El destino se convierte en una cita con las profundidades de nosotros mismos, en un desafío de creatividad inimaginable, desbordante de vitalidad y verdad. Polarización. Dinámica de polaridad. Alejandro Lodi26 Dinámica de polaridad y polarización La dinámica de polaridad es una evidencia perceptiva. La conciencia es un mo- vimiento en despliegue. La conciencia es un ejercicio de polaridad. Percibimos la realidad revelada en polos, nuestra conciencia la descubre oscilando entre ellos. La realidad no es una, sino siempre dos. No somos unidades fijas siempre iguales a sí mismas, sino que somos duales y dinámicos. Somos polaridades desarrolladas en el tiempo. La polaridad es una dinámica, no un problema. La polaridad no se resuelve, se despliega. La percepción de nosotros mismos como individuos separados implica un con- dicionamiento y distorsión de la dinámica de polaridad. El discernimiento de la vi- vencia de un mundo interno y un mundo externo, de mí mismo y los otros, de la imagen personal y el destino, adquiere el convincente carácter de realidad objetiva y el vínculo entre polos se convierte en frontera. Los polos en relación pasan a ser polos en conflicto: el “y” se convierte en “o”. En esta disociación, la sensación de iden- tidad personal, de ser yo, queda asociada con la identificación con un polo y, por lo tanto, con la negación del otro. Identificado con mi mundo interno, conmigo mismo y con mi imagen personal, el mundo externo, los otros y el destino se convierten en una amenaza. La identificación fragmentaria del ego personal necesita que la totali- dad la confirme. En la fantasía de ser uno, la relación con los demás se transforma en un campo de batalla. La identificación personal con un polo, con fragmentos de la totalidad que so- mos, implica convertir la dinámica de polaridad en polarización. La polarización es una distorsión psicológica de la dinámica de polaridad. La polarización es el intento de “resolver el problema” de la dinámica de polaridad. La polarización es conflicto: el polo que soy debe prevalecer de un modo definitivo sobre el polo que no soy. Es la pesadilla de la psique humana: la necesidad de controlar la voluntad de los demás y el destino. La polarización es el hechizo autodestructivo de detener el flujo vital y de obligar a que la totalidad responda a un fragmento: la voluntad de los otros y el acontecer del destino giran alrededor de mi necesidad de confirmación existencial. La polarización es el extremo patológico de la ilusión de separatividad. La pola- rización es el tóxico encanto de la voluntad individual. Aquella paradójica dinámica de opuestos complementarios queda reducida a la hegemonía absoluta de los pro- Astrología, conciencia y destino 27 pósitos de un polo. La articulación oscilante entre percepciones se fija en el imperio de una mirada dominante. En la polarización se pierde contacto con la percepción del juego de luz y sombra como una dinámica, y se cristaliza la batalla entre lo luminoso y lo oscuro. La pola- rización alimenta la fantasía de un mundo de pura luz, el épico triunfo del bien y la definitiva exclusión del mal. La demonización del otro es proyección de la propia oscuridad y evidencia la incapacidad de reconocerla en uno mismo como parte de una dinámica creativa. Pretender ser pura luz genera un mundo de oscuridad. La paradoja de la integración La polarización no es un problema que se resuelva o una tensión que desaparez- ca al desalojar los polos para permanecer en el “justo punto medio”. La polarización se disuelve recuperando conciencia de relación, aceptando un constante recorrido oscilatorio sin detenerse en los polos. El hechizo de la polarización se conjura siendo sensibles a la dinámica de polaridad. La tensión de las visiones polarizadas de nues- tro ego se desvanece en el paciente ejercicio de reconocernos vínculo. La propia dinámica de nuestro psiquismo reproduce esa danza de interacción entre el yo consciente y el inconsciente. El desafío de comprensión e inclusión de los demás, la aceptación de nuestros vínculos como parte de la dinámica del propio proceso psíquico, es conciencia. Al desconfiar de los demás, el ego intenta confirmarse a sí mismo y eludir el en- cuentro con niveles más creativos de su ser. El ego pretende que el universo confirme la imagen que tiene de sí mismo, porque teme a la revelación de su misterio. El ego cree que es algo separado de la corriente de la vida. Se separa de ella e intenta controlarla. Y sabemos que separación es conflicto, miedo es sufrimiento. Integrar la conciencia vincular es desintegrar las fantasías del yo. Integrar concien- cia de polaridad es desintegrar el encanto de las posiciones fijas. La integración no implica ser ajenos a los polos estableciendo un nuevo punto fijo equidistante de los extremos, sino reconocer a ambos como naturalmente necesarios al despliegue de una intención de la vida. El encuentro integrador de polos no es una gracia de la tole- rancia, sino una orgánica asimilación amorosa. Es desencantar el “o” y recuperar el “y”. Alejandro Lodi28 Integrar la polaridad es desintegrar la fantasía de un centro consciente (un yo) capaz de integrarlo todo. Integrar la sombra es desintegrar la luz. La aspiración de integración total y definitiva es inconveniente y engañosa, porque promueve inevitablemente la ilusión omnipotente de convertirnos en un ser de pura luz. El “deseo de integrar” genera sombra. Para evitar este riesgo debe- mos entrar en paradoja. El modo más creativo de significar el “anhelo de integra- ción” es obligarlo a negarse a sí mismo: integrar es desintegrar. Personalidad y alma Más allá de la intención consciente con la que nos aproximamos a la astrología, es la astrología la que mostrará que se propone algo con nosotros. En los meritorios deseos de mejorar como personas o de alcanzar la integración personal, el alma en- cuentra una oportunidad para transparentar sus propósitos. Y el alma no ofrece que nos mejoremos, sino que necesita y pide que nos transformemos. La personalidad aspira a confirmarse a sí misma y para eso se compromete a “me- jorar y saber más”. El alma aspira a liberar y para eso promueve la transformación de toda forma fija de identidad. La personalidad no quiere transformarse, sino ratificarse. El alma no quiere fijarse, sino circular. Y en esta dinámica entre personalidad y alma, entre lo que anhela permanecer y lo quepropicia mutar, se desarrolla el viaje de la conciencia. En algún momento de nuestro encuentro con la astrología se despertará un es- tímulo vital, se encenderá la confianza en un vivo sentido existencial. Allí, el dolor será descubrir que ya no es posible responder a ese llamado de expansión y trascen- dencia que ha brotado en el corazón, sin aceptar la muerte de esa imagen personal que quiere mejorar. Esa imagen personal no tiene la capacidad de contener ni de integrar aquello a lo que la conciencia ya se ha hecho sensible. Porque eso que la conciencia ha comenzado a experimentar va a desafiar necesariamente la seguridad de lo que creo ser y (fundamentalmente) el orgullo de lo que creo no ser. Esa inédi- ta sensibilidad que comienza a traslucirse va a dejar en evidencia la percepción de Astrología, conciencia y destino 29 un ser mucho más complejo y rico de lo que la luminosa imagen que tengo de mí mismo dice. Dar cuenta de esa complejidad requiere reconocernos en contenidos oscuros que hasta ahora parecieron ajenos, externos o azarosos. La imagen luminosa de no- sotros mismos inconscientemente se ha configurado en oposición a esos conteni- dos repudiados. Por lo tanto, el desafío de expansión de conciencia implica necesaria- mente reconocernos en lo que rechazamos, tememos o negamos, y que seguramente sancionamos en los demás. La emergencia del alma obliga a abrir el miedo. Expuesto el miedo, la identidad construida para defenderse de él se pulveriza. Como los muertos o los fantasmas, será polvo. La sensación de identidad será otra, el mundo externo se habrá revolucionado. De modo que, en determinado momento del viaje, la personalidad que anhela “saber más y mejorar” se descubre sensible a la sombra de sus creencias, conviccio- nes, seguridades y sentimiento de dignidad personal. A la conciencia se le plantea entonces una encrucijada. Solo tiene la opción de morir a esa identidad personal o de reprimir aquel –incómodo y sombrío– contenido emergente. Pero la opción es falsa. Porque en el éxito de esa represión únicamente generaría dolor personal, intoxicación vincular y catástrofes de destino. En verdad, no hay opción alguna. Ante la evidencia de lo que ha permanecido oculto en nuestro inconsciente, su evitación es solo la sufrida postergación de un encuentro grabado en el destino. En ese proceso del despliegue de la conciencia –del que la personalidad participa con la aspiración de confirmarse y dispuesta a adquirir mayor conocimiento y sabi- duría– comienza a hacerse evidente la intención del alma: la estimulación de una muy peculiar sensibilidad (no personal, no deliberada, sino transpersonal y que toma por sorpresa) que habilita la percepción de que el mundo interno y el mundo externo, la identidad personal y los otros, lo que siento ser y el destino, son dimensiones de un único juego, polos de una misma dinámica, planos de manifestación de un mismo ser que, presentándose separados, se corresponden inevitablemente. La astrología tiene el potencial de poner esas intenciones del alma a nuestro al- cance, de transparentarlas a nuestra conciencia. Y allí se presenta la paradoja: todo lo que florece a nuestra percepción –y la conmoción que experimentamos– a partir del sutil y poderoso estímulo de los símbolos astrológicos, no puede ser contenido en los valores, creen- cias, memorias, afectos y proyectos que configuran nuestra personalidad. Alejandro Lodi30 Si la conciencia quiere responder a ese llamado de confianza y expansión, en- tonces la identificación consciente con nuestra personalidad debe morir. Se hace explícito que no es nuestra identidad personal la que se expande, crece y se hace más grande, sino que tal expansión de conciencia permite ver la insuficiencia de esa forma de identidad, vivenciar otra realidad de lo que somos. Esa imagen egoica que habitamos, por su propia condición constitutiva, nos brinda la segura sensación de ser individuos definidos. Y lo hace a partir de pro- mover la muy convincente creencia de estar separados de los demás, del mundo y de la corriente de la vida. La sensación de “ser yo” es necesariamente separativa. La identificación con la imagen luminosa de nosotros mismos vive en el hechizo de la polarización; se alimenta de él y lo reproduce. Y, por eso, esa sensación de identidad separativa representa necesariamente un obstáculo a la sensibilidad de un orden amo- roso. Una barrera que impide que el alma fecunde a la conciencia en la percepción de correspondencias, vínculos y relaciones entre aquello que parece presentarse aje- no, separado y disociado. La transformación es la muerte de esa sensación de identidad específica y sepa- rativa. Es nuestra identificación excluyente con esa imagen mental y afectiva de no- sotros mismos la que habrá de colapsar. En su dinámica incesante, el alma impregna a la conciencia, desbordando la personalidad conocida. La conciencia, entonces, se reorganiza en la transformación de esa identidad personal, generando una nueva personalidad (sensación de ser yo) capaz de contener mayor complejidad y, por lo tanto, cada vez menos excluyente y separativa. Y esa personalidad, en algún momen- to, a partir de un nuevo estímulo del alma, también cesará. Aceptar transformarnos antes que mejorar es reconocernos en esta dinámica eterna. Ya no ser un yo separado, para asumir ser yo en vínculo (con los otros, con los hechos, con las cosas del mundo). La conciencia de una dinámica de polaridad y no una identidad polarizada. La expresión de una perpetua danza entre personalidad y alma, no el triunfo de una sobre otra. La conciencia participando de un juego que no tendrá ni final ni ganadores. Concretamente, no se trata de dejar de mostrar una personalidad, sino de ya no poder sostener la creencia de que somos esa imagen (aunque creamos haberla me- jorado). Por cierto, hay un valor en desarrollar una identidad personal, hay una fun- cionalidad orgánica. No sostenernos en los bordes de una personalidad nos dejaría Astrología, conciencia y destino 31 condicionados a la voluntad de otros, dependientes y sin posibilidades de asumir responsabilidad sobre los desafíos de la vida cotidiana. Definir límites personales es un logro evolutivo y saludable. Pero estar identificados con esos bordes y límites convierte el mundo de las relaciones en un infierno y genera la pesadilla del sufri- miento psicológico. La batalla contra los demás para confirmar quien creo ser. El encuentro con el otro como lucha de poder antes que como experiencia de transfor- mación. Allí, la sana y necesaria diferenciación personal se cristaliza (en el mejor de los casos) en disociación neurótica. ¿Cómo habitar nuestra personalidad sin identificarnos con ella, mantenién- donos abiertos a la transformación que el encuentro con el destino (los otros, los hechos) promueve incesantemente? ¿Cómo responder a los propósitos del alma, sosteniendo y ejerciendo la funcional singularidad personal en el mundo? ¿Cómo abrir amorosidad sin confundirnos en un extravío caótico? ¿Cómo diferenciarnos sin disociarnos de la corriente de la vida? Bibliografía recomendada Bailey, Alice. Tratado sobre los siete rayos. Psicología esotérica II. Buenos Aires: Fundación Lucis. 1994. Carutti, Eugenio. Inteligencia planetaria. Buenos Aires: Vladi Editions. 2014. Jung, Carl. Aion. Barcelona: Paidós. 1997. –. El hombre y sus símbolos. Barcelona: Caralt. 1984. Jung, Carl y Wilhelm, Richard. El secreto de la flor de oro. México: Paidós. 1987. Tres Iniciados. El Kybalion. Buenos Aires: Kier. 1987. Wilber, Ken. La conciencia sin fronteras. Barcelona: Kairós. 1990. Capítulo 3 UNA REVELACIÓN DEL MISTERIO El cosmos entero es una forma misteriosa y codificada en la psique de cada uno de nosotros, que se vuelve accesible en una autoexploración profunda y sistemática. Stanislav Grof, El juego cósmico. Dos disposiciones básicas en la interpretación astrológica Podemos convenir que existen dos disposiciones básicas frenteal desafío de interpretar una carta natal. Una de ellas es mecánica, determinista, descriptiva, cla- sificatoria, literal. Define las características de la personalidad de una manera fija y estática, al mismo tiempo que prescribe “aquello que debe hacerse” y “aquello que debe evitarse”. Así, desde esta mirada, el individuo es siempre el mismo y sólo puede “ganar o perder”, ser feliz o desdichado, premiado o castigado por la vida, según sepa aprovechar o no los momentos favorables y evitar los infortunios (y tanto los unos como los otros, por supuesto, podrían ser previstos por el astrólogo). Fundamental- mente, el individuo aparece separado de los acontecimientos externos, en una rela- ción de temor y conflicto respecto al mundo. Desde ese miedo y desconfianza a la vida, la astrología emerge como una herramienta para controlar el destino. Otra manera de disponerse a la interpretación de una carta natal parte de una con- cepción del individuo vinculada a movimiento y despliegue. Desde esta mirada, la relación con el destino resulta dinámica, transformadora y creativa, en el sentido de que aquello que profundamente somos se revela y se hace manifiesto en el vínculo con nuestro Alejandro Lodi34 destino. Así, el anhelo de controlar los acontecimientos de nuestra vida cede ante la per- cepción de que intentando evitar nuestro destino (porque tememos que no coincida con nuestros deseos) estaríamos eludiendo la revelación de niveles creativos de nues- tro ser y confirmando nuestra identificación con el miedo, la desconfianza y el control. Esta otra mirada disuelve las fronteras entre mundo interno y mundo externo, ya que fundamentalmente incluye el destino como parte del proceso psíquico del ser, antes que considerarlo como algo exterior, amenazante y temido. Nuestros víncu- los, acontecimientos y experiencias de la vida en absoluto resultan azarosos y fatales, sino profundos símbolos ligados al misterio, a la manifestación del inconsciente, a la dinámica del proceso psíquico y, en definitiva, al desarrollo de la conciencia. Conciencias en revelación, destinos en relación Las posiciones de los planetas en una carta natal y las relaciones entre ellos mues- tran diseños que permiten significar la organización psíquica interna de una persona y el vínculo con su destino. La estructura de la carta natal no es un modelo fijo que debe ser cumplido, no es el manual de instrucciones para el correcto funcionamien- to de una máquina ya construida. La carta natal no es real, es solo un mapa que ad- quiere realidad en la exploración de una vida. El mapa adquiere sentido únicamente cuando es explorado el territorio que cartografía; solo allí la información del mapa se hace real. Conocer el mapa no es conocer el territorio, pero sí resulta útil y funda- mental para reconocerlo cuando ese territorio comienza a ser experimentado. Los sucesos de nuestra vida son la realización de la carta natal, no el acierto o la falla respecto a un plan que alguien pueda conocer de antemano. El astrólogo no sabe lo que debería ser la vida de una persona. El astrólogo no lo sabe. Y no lo sabe porque una vida humana no es una obra ya conocida con la que solo reste ser conse- cuente, sino una creación vincular, una cocreación de la que participa tanto nuestro propósito consciente como el que florece en las redes vinculares en las que estamos entramados. Una vida humana está siendo cocreada en el presente; no ha sido ya creada en el pasado, de modo que solo reste, entonces, cumplir con ella. Una vida humana no es una misión o plan predeterminado que ha de ser ejecutado y que uno mismo o algún otro puedan conocer por leerlo en el mapa natal. Astrología, conciencia y destino 35 La carta natal es una estructura vibratoria que se da a conocer mientras se de- sarrolla. Somos el despliegue del ser que se revela en nuestros acontecimientos y vínculos. No somos algo ya hecho y definido que deba ser llevado a cabo. No somos a priori de la experiencia de vida. No estamos escritos. No somos una se- cuencia lineal de hechos fatalmente predeterminados. La experiencia de vida nos presenta los desafíos en los que se revela la conciencia de lo que somos. Los he- chos y nuestros vínculos de destino son reveladores del ser del que vamos toman- do conciencia. Esos acontecimientos no son azarosos, sino que responden a un orden cíclico. En ese sentido, tienen un grado de objetividad: no ocurren en cual- quier momento, no pueden ser eludidos. El movimiento del cielo es el movimien- to de esa evolución. El movimiento de los planetas en el cielo marca los tiempos de nuestros procesos, no solo biológicos y psicológicos, sino fundamentalmente de las crisis de revelación. Los ciclos planetarios dan claves para que la conciencia pueda significar los procesos más profundos de ese ser que se está revelando, del espíritu en acción. De esto se desprende otro potente supuesto de nuestra mirada astrológica: los hechos de nuestra vida nunca son exclusivamente individuales, sino que siempre son compartidos con otros y resultan significativos a la revelación de estructuras energéticas de otras cartas natales, no solo de la propia. Los acontecimientos específicos de nuestras vidas individuales responden al entramado vincular. Los sucesos de nuestra vida son, al mismo tiempo, sucesos en las vidas de otros. Un hecho que nos ocurre y que puede ser significado desde nuestra carta natal, al mismo tiempo le ocurre a nuestra pareja, a nuestros padres, a nuestros hijos, a nuestros amigos, etc., y cada uno habrá de significar el mismo hecho de un modo distinto y acorde con sus estructuras y procesos individuales. La carta natal aporta un simbolismo relevante para el significado de los hechos, pero no indica los hechos específicos, sencillamente porque los hechos específicos nunca son singulares y estrictamente asociados a una sola carta natal, sino que son resultado de la convergencia –profundamente misteriosa e imposible de aprehen- der o predecir– de múltiples claves vitales individuales. Los acontecimientos de nuestra vida no tienen ninguna posibilidad de ser exclusivamente individuales y personales, sino que siempre son vinculares y cocreados, siempre son la manifes- tación de una corriente de pulsos vitales en red. Alejandro Lodi36 Por cierto, la carta natal sí nos indica cómo esos hechos resultan congruentes con nuestra naturaleza y su despliegue. Pero solo lo revela cuando esos acontecimientos están siendo vividos, cuando forman parte de nuestra experiencia vincular presente. La carta natal no puede anticiparnos los sucesos concretos, pero sí la naturaleza del tiempo en el que son vividos y los desafíos de destino que representan para los ras- gos más fijos y temerosos de nuestra identidad en el viaje de la cocreación de aquello que somos. Ni conocimiento ni sabiduría ni mejora La astrología no es un conocimiento. Aunque investigarla implique aprender qué son sus signos zodiacales, planetas, casas, aspectos, ciclos y tránsitos, la astrolo- gía no está allí. Podemos aprender todas esas cosas y sumarlas a nuestro saber, ha- ciéndolas participar de nuestra visión conocida de la realidad externa e interna, sin modificar en lo más mínimo nuestra imagen personal y sin cuestionar en absoluto nuestra relación con el destino. Es decir, podemos saber astrología y, al mismo tiem- po, ser profundamente ajenos a ella. Considerándola un conocimiento académico, podemos estudiar astrología y seguir pensando lo mismo que hace décadas, viendo la realidad de la misma ma- nera y encantadamente identificados con aquello que creemos ser desde entonces (incluso, con el valor agregado de contar ahora con una justificación astrológica). La astrología, así, genera un prodigio: ratifica al ego y, al mismo tiempo, lo conven- ce de haber mejorado. En esta fantasía narcótica, disfrutamos del éxtasis de sentir que, sin habernos transformado, hemos progresado. La expansión de conciencia se trasviste en agrandamiento del yo. Podemostrasladar todo lo aprendido en astrolo- gía –como renovado mobiliario– a las construcciones mentales-emocionales que ya habitamos. Reconfortados al sentir que la astrología nos confirma, nos aprueba, nos mejora, nos engrandece, nos impregna de sabiduría y, fundamentalmente, nos da la razón. Sin embargo, eso no es astrología. O es utilizar la astrología para la autoexalta- ción. El yo aprovechando la astrología para defenderse de su amenaza. Antes que aportarnos maestría o sabiduría, la astrología nos mete en problemas. Astrología, conciencia y destino 37 No nos permite seguir creyendo. Desnuda los supuestos inconscientes de nuestra percepción de la realidad. La astrología delata a la personalidad y transparenta el alma. ¿Qué significa esto? Profundizar en astrología nos abre a la percepción de que el ego es el obstáculo para la emergencia del alma. Las imágenes del pasado en las que hemos hecho identidad, las ideas y conceptos a los que adherimos para obtener reconocimiento afectivo, las visiones de la realidad que adoptamos para pertenecer y anular así la angustia de exilio, violentan la intuición de otras imágenes, de otras ideas y de otras realidades que ofrecerían potencialidades de despliegue a dimen- siones desconocidas y profundas de nuestro ser (o, mejor, de esa fuerza que anima a nuestra conciencia). La simplificación del ego nubla la elocuencia de la rica comple- jidad de la diversidad vital. El orgullo del yo bloquea la circulación del amor. La astrología no mejora al yo, sino que enfrenta a la conciencia con la necesidad de su transformación. La astrología no engrandece al ego, sino que expone a la concien- cia con la evidencia de lo insuficiente que resulta esa construcción mental-emocional para dar cuenta de la desbordante creatividad de la vida. ¿Qué significa esto? La as- trología no nos hace “mejores personas”, sino que nos confronta con la incapacidad de nuestra imagen personal para comprender y acompañar los desafíos del destino y con la necesidad de transformar nuestras identidades cristalizadas. La astrología es una alteración de la forma en que percibimos la realidad externa e interna. Lo que aprendamos con la astrología no se suma a lo ya que somos; no nos hace mejores ni sabios. La astrología no es un conocimiento que agregue a lo que la personalidad cree saber, sino que habilita una información del alma que conmueve la imagen que pretendemos conservar de nosotros y expone su ignorancia. La emergencia de un orden Toda realidad transparenta un orden. El orden no es previo al momento de ser percibido. No es un orden que ya está creado y ahora es descubierto por la men- te sagaz. El orden es creado en el momento en que se revela a la percepción, en el momento en que es visto. El orden es cocreado por la conciencia en vínculo con los acontecimientos. Y esto presupone un hecho prodigioso, trascendental y existen- cialmente estremecedor: la evidencia de que esa cocreación implica la disolución Alejandro Lodi38 del borde que separa conciencia de acontecimiento. Cuando la conciencia se recono- ce (y esto mucho tiene que ver con un reencuentro) en esos acontecimientos, cuan- do percibe que es ese destino, se crea el mundo. Nuestro destino transparenta un orden. La realidad de lo que sentimos, la viven- cia concreta y material de lo que nos sucede, transparenta una verdad sorprendente, conmovedora y siempre misteriosa a nuestros esfuerzos racionales. La materia de nuestra vida es la divina sustancia donde se transparenta el alma. En reverencia al misterio, sepamos que la astrología, su deslumbrante y afinada congregación de símbolos y significados, excede nuestra necesidad de cartas natales. La astrología es mucho más que estudiar cartas natales. La astrología parece frustrar los intentos de definir nuestro ser, de descubrir claves definitivas que nos brinden la seguridad de ser algo que ya esté escrito en algún lado con coordenadas específicas. No nos permite definir nuestro ser porque, en verdad, nos invita –paciente e implacablemente– a participar de su misterio, todo el tiempo y en todo lugar, sin que nada quede fuera. La experiencia de lo que es se impone a lo que creamos que diga o deje de decir una carta natal. La experiencia de lo que es no está supeditada a lectura ni interpreta- ción de mapa astral alguno. Y astrología es delicada resonancia con la experiencia de lo que es. Carta natal: imagen y construcción La carta natal no está contenida en la imagen que tenemos de nosotros mismos. Nosotros estamos contenidos en la carta natal. La carta natal es más vasta que nuestra imagen personal. La carta natal simboliza un territorio mucho más extenso que el espacio de seguridad en el que fijamos nues- tra identidad. La carta natal es metáfora de una potencialidad del ser que nuestra conciencia personal nunca terminará de actualizar. El yo es un fragmento de la totalidad que representa la carta natal. Es una parcia- lidad del conjunto de nuestra vida. Hablar de “mi carta natal” es tan absurdo como hablar de “mi sistema solar”. Es inapropiado. Confunde nuestra percepción. Distorsiona nuestra realidad. Da testi- Astrología, conciencia y destino 39 monio de un supuesto perceptivo capcioso: creernos propietarios de aquello de lo que participamos. No es el yo el sujeto de la carta natal. Ni el destino inscripto en ella, un acontecer exterior y ajeno. La carta natal orienta a la conciencia en dirección a reconocerse en el propósi- to vital que la anima. El yo es vehículo (circunstancial y en constante adaptación a nuevas incidencias) de la conciencia en el viaje exploratorio de su misterio. Esto no significa que no exista la dimensión del “mi”, sino que esa dimensión se revela como una (necesaria) construcción, no como una realidad esencial. El yo (o nuestra personalidad) es una construcción. No es una construcción deliberada, voluntaria o arreglada a estrategia consciente. Es decir, el yo no es una construcción del yo. No puedo construir un yo a conveniencia de mi subjetividad, aunque se trate de una ocurrencia muy promocionada desde el marketing espiri- tual. El más habitual: “Ya que el yo es una construcción, constrúyalo usted mismo ajustado a la conveniencia de sus intereses”. El más cotizado: “Sea un yo que ha tras- cendido al yo”. El yo es una construcción resultante de una dinámica. Y esa dinámica no se ajusta a la voluntad consciente ni a los intereses de la personalidad. El yo es una construcción que se revela y se ejecuta a partir de cómo la concien- cia ajusta la relación entre adentro y afuera. El yo es el resultado (siempre sujeto a dinámica) de esa articulación entre autoimagen y destino. El yo (o la personalidad) es testimonio de la transitoria modulación entre mundo interior y mundo exterior que la conciencia ha alcanzado a establecer. La carta natal transparenta, al momento de ser consultada, el estado de esa ecua- lización entre identidad consciente y misterio inconsciente. Describe la configura- ción que adopta el juego de luz y sombra en cada específica interacción de la con- ciencia con el destino. Contrasta las crisis de la personalidad con las oportunidades del alma. La construcción del yo tiene la impronta de la memoria. La memoria nos da un lugar, una localización (un locus) ante el escalofrío de locura de un futuro abierto a todas las posibilidades. Frente el desafío de lo novedoso, la conciencia construye un yo seguro con los planos del pasado. Construir es recordar y reproducir. El encanto de preservarnos de lo imprevisto. La construcción del yo siempre es condicionada por el pasado y por el futuro, por la mecánica reacción y la temerosa anticipación. Alejandro Lodi40 Cuando la inseminación de futuro prevalece sobre la comodidad de lo cono- cido, el destino nos exige nuevas construcciones. La creatividad desborda nuestra mecanicidad. Nuevas construcciones son nuevo pasado, memoria resignificada. Re- significar pasado implica la oportunidad de innovación en nuestrasconstrucciones. Descubrir un sentido trascendente en los estigmas del ayer. Si el pasado es otro, el yo no puede ser el mismo. La creatividad y nuestras construcciones: un juego de imágenes. El pasado y el futuro: un juego de la mente conmovida en su sensibilidad al misterio. El destino y el abrazo Nuestra vida no es nuestra. A esa percepción nos expone la astrología. En nuestra vida opera una intención, se expresa una inteligencia. Ese propósi- to inteligente no es nuestro y, a la vez, es lo que anima nuestra presencia. Construi- mos nuestra vida gracias a la dote de esa fuerza que, a la vez, excede todas nuestras construcciones. Las construcciones de nuestra vida son perecederas, nuestra vida es perecedera, mientras que la inteligencia generadora que enciende nuestras expe- riencias vitales conscientes está fuera del tiempo: nunca se inició, nunca cesará. La expresión inteligente del universo es eterna. Un amor que pugna por realizarse. Por aquí y por allá. La acción amorosa del universo es infinita. Está más allá del espacio: sin lugar de comienzo ni de final. La revelación de esa inteligencia que ama no tiene cuándo ni dónde. Una inteligencia amorosa que no se pregunta por consecuencias. Una amorosi- dad inteligente que no se justifica en causas. Una fuerza amorosa que está presente en cada cosa. En lo que nace y en lo que muere. En lo que se abre a la luz y en lo que se entrega a las sombras. En la altura de la felicidad y en el pozo de la desdicha. El amor de esa fuerza desnuda nuestra ignorancia, colapsa nuestra moral. Nues- tros juicios lo interfieren. La inteligencia amorosa del universo puede producir efec- tos desagradables. Porque lo incluye todo, puede dejarnos sin argumentos para san- cionar a los demás. Expone la torpeza de nuestras sentencias. Nuestra pobreza de amor. O, mejor, la escasez amorosa del ego, la limitación amorosa de esas imágenes mentales de nosotros mismos con las que estamos identificados y defendidos. El yo Astrología, conciencia y destino 41 que creemos ser –constituido en el temor– solo puede malinterpretar y distorsionar la intención amorosa del universo. El yo únicamente entiende de aliados y enemigos. Y llama amor a lo que lo confirma. En plenitud de confianza, la fuerza del amor no juzga sus actos. Prescinde de mode- los ajenos a su propia convicción. Desvanece referencias de comparación. Su sabiduría no es mérito ni adjudicación. El sol sabe salir cada mañana. El pájaro sabe volar. Y noso- tros sabemos conmovernos con la salida del sol y el vuelo de un pájaro. La compasión no necesita de dioses. La belleza no necesita de maestros. La justicia no necesita de líderes. La verdad no necesita de padres. Nuestro destino es la comprensión. Ampliar y entonces incluir. Aceptar y enton- ces reconocer. Liberados de explicaciones, entonces comprender. Abrir el corazón sin necesidad de entender. El amor no es consecuencia del entendimiento. Tener razón no es causa de la comprensión. Nuestro destino es abrazo. Nuestra vida no es nuestra. A esa percepción nos expone la astrología. Bibliografía recomendada Adler, Oskar. La astrología como ciencia oculta. Buenos Aires: Kier. 1984. Castaneda, Carlos. Viaje a Ixtlán. Buenos Aires. Fondo de Cultura Econó- mica. 1990. Greene, Liz. Astrología y destino. Barcelona: Obelisco. 1990. Grof, Stanislav. El juego cósmico. Barcelona: Kairós. 2001. Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairós. 1997. –. La pura conciencia de ser. Barcelona: Kairós. 2006. | 43 | Segunda parte LA ESTRUCTURA DE LA CARTA NATAL Capítulo 4 DISEÑO Y FORMA De modo que cuando un ser humano nace en esta Tierra en un determinado momento, cuando, por así decir, la Tierra lo da a luz, es evidente que dicho hombre llevará dentro de sí como “dote” el temple fundamental, la disposición que en ese momento dominaba al mundo planetario. Oskar Adler, La astrología como ciencia oculta. La mirada inocente El saber concentra nuestra atención consciente, agudiza nuestra sagacidad in- telectual y nos lleva a corroborar patrones. Gracias al conocimiento técnico perci- bimos regularidades. Nuestro conocimiento hace foco, profundiza. El saber es útil, necesario y permite ahondar cada vez más en el misterio de las cosas. Allí el saber ilumina. Y, en ciertos momentos, el saber es un obstáculo, una trampa engañosa que limita el acceso a otras dimensiones de la realidad. El beneficio de la efectiva concentración revela el perjuicio de la pérdida de panorama. La necesidad de confirmar lo conoci- do nos cierra. El olvido de lo sabido abre perspectivas. Es cuando el saber oscurece. El pretendido conocimiento de las cosas oscurece la espontaneidad perceptiva. Lo que creemos ya saber no nos permite ver. Lo conocido no nos permite descu- brir. Cubiertos de conocimiento no podemos descubrir. Sin un espacio de silencio y ausencia de definiciones, nuestros saberes se convierten en prejuicios acerca de las formas del universo. Sin vacío de saber, nuestras intuiciones se convierten en ra- tificaciones de lo que conocemos. Sin suspensión de nuestras creencias, buscamos Alejandro Lodi46 confirmaciones. Encantados por nuestras opiniones, emitimos mecánicas reitera- ciones. La etimología de la palabra inocente es in-nocens, ‘sin daño, sin peligro, sin oscuri- dad’. La mirada inocente de una carta natal permite que una primera aproximación a su misterio tenga el carácter de no estar oscurecida por nuestros conocimientos técnicos en astrología ni sujeta al daño o peligro de nuestros prejuicios. El primer contacto con una carta natal es la contemplación. Lo mismo que ocu- rre con una obra de arte, ese primer impacto perceptivo es relevante. Contiene una verdad que le es propia. Y esa verdad deriva de su inocencia, de no pretender ver algo específico. Nuestra percepción siempre está condicionada por nuestra memoria. De un modo inconsciente, cada nuevo registro de la realidad es de inmediato comparado con los archivos de información ya almacenada. Es un modo de seguridad y supervi- vencia: ante la incertidumbre de lo desconocido, necesitamos que toda novedad se parezca a algo que ya conocemos y encuentre una explicación para calmar nuestra angustia. No tiene sentido, entonces, pretender una inocencia perceptiva absoluta, libre de toda contaminación del pasado, al momento de hacer un primer contacto con una carta natal. Pero sí disponernos a ese encuentro suspendiendo nuestra voraci- dad técnica, esa que nos lleva a zambullirnos de inmediato en la interpretación de los símbolos astrológicos y a bloquear, de ese modo, la emergencia de cualquier me- táfora pertinente. Ver la carta natal como un diseño, como una figura, e imaginar qué diría de ella un niño. O, al menos, alguien que nada supiera de astrología. Habilitar otra dimensión del símbolo, otro nivel de poesía, no sujeto al control de nuestro conocimiento téc- nico. Que florezca un primer indicio, una primera información, mucho más propia del hemisferio derecho de nuestro cerebro que del izquierdo. Por cierto, sabemos que no nos quedaremos allí y que no son esos los únicos datos que habremos de considerar en nuestro análisis; pero esa información que se transparenta con nuestra mirada inocente tiene la virtud de aportar un sentido que proviene de otro lugar, que conecta con el inconsciente y su sustrato más allá de la razón, tal como ocurre con los hexagramas del I Ching, las imágenes del Tarot o la obra artística. Astrología, conciencia y destino 47 Aunque las imágenes evocadas por el diseño de la carta natal parezcan “cualquier cosa”, nunca lo serán. Pueden simular una mariposa, un velero, un escudo, un ba- rrilete… Incongruentes, absurdas o crípticas, se mostrarán pertinentes cuando me- nos lo esperemos. En algún momento de nuestro estudio, seguramente por asalto, esas imágenes indicarán su plena coherencia. Cuando su contenido es liberado, la contundencia de su sentido es ineludible. Esas descripciones inocentes impactan