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Un Hombre del Reino

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Un libro de Enfoque a la Familia publicado por Tyndale House Publishers, Inc., Carol Stream, Illinois 60188
Enfoque a la Familia y el logo y diseño acompañantes son marcas registradas federalmente de Enfoque a la Familia, Colorado
Springs, CO 80995.
Visite Tyndale en Internet: www.tyndaleespanol.com y www.BibliaNTV.com.
TYNDALE y el logotipo de la pluma son marcas registradas de Tyndale House Publishers, Inc.
Un hombre del reino: El destino de todo hombre, el sueño de toda mujer
© 2013 por Anthony T. Evans. Todos los derechos reservados.
Originalmente publicado en inglés en 2012 como Kingdom Man: Every Man’s Destiny, Every Woman’s Dream por Tyndale House
Publishers, Inc., con ISBN 978-1-58997-685-6.
Fotografía del cielo en la portada © TriggerPhoto/iStockphoto. Todos los derechos reservados.
El diseño de fondo © Ingvar Bjork/Shutterstock. Todos los derechos reservados.
Fotografía del hombre en la portada por Stephen Vosloo. © por Tyndale House Publishers, Inc. Todos los derechos reservados.
Diseño de la portada: Dan Farrell
Traducción al español: Adriana Powell y Omar Cabral
Edición del español: Mafalda E. Novella
El texto bíblico sin otra indicación ha sido tomado de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation,
2010. Usado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188, Estados Unidos de
América. Todos los derechos reservados.
Versículos bíblicos indicados con NVI han sido tomados de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional,® NVI.® © 1999 por
Biblica, Inc.™ Usado con permiso de Zondervan. Todos los derechos reservados mundialmente. www.zondervan.com.
Versículos bíblicos indicados con RVR60 han sido tomados de la Santa Biblia, versión Reina-Valera 1960. Copyright © 1960
Sociedades Biblicas en América Latina; Copyright © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Usado con permiso.
Ninguna parte de esta publicación debe ser reproducida, guardada en un sistema de recuperación o transmitida de cualquier forma
o por cualquier manera —o sea electrónica, mecánica, fotocopia, grabación o de algún otro modo— sin el previo permiso de
Enfoque a la Familia.
Production: Library of Congress Cataloging-in-Publication Data
Evans, Tony, date.
 [Kingdom man. Spanish]
 Un hombre del reino : el destino de todo hombre, el sueño de toda mujer / Tony Evans.
 pages cm
 Includes bibliographical references.
 ISBN 978-1-4143-8070-4 (sc)
1. Men (Christian theology) 2. Christian men—Religious life. I. Evans, Tony, 1949—Kingdom man. Translation of: II. Title.
 BT703.5.E9318 2013
 248.8'42—dc23 2012051426
ISBN 978-1-4143-8699-7 (ePub); ISBN 978-1-4143-8698-0 (Kindle); ISBN 978-1-4143-8700-0 (Apple)
Build: 2017-10-12 09:27:31
http://www.tyndaleespanol.com/
http://www.bibliantv.com/
http://www.zondervan.com/
Dedico este libro a mis nietos:
Jackson
Jesse III
Jerry Jr.
Kanaan
Jude
Joel
Jonathan II
quienes son hombres del reino en formación.
CONTENIDO
Agradecimientos
Introducción
Parte I: La formación de un hombre del reino
1: El clamor por un hombre del reino
2: El concepto de un hombre del reino
3: El llamado de un hombre a la grandeza
4: El poder de un verdadero hombre
5: Alinearse para impactar
6: El verdadero significado de ser la cabeza
Parte II: El fundamento de un hombre del reino
7: El rugido del dominio
8: Autorizado para gobernar
9: Obtener su autoridad
10: Tocar el cielo, cambiar la tierra
11: Claves para reclamar su territorio
Parte III: La función de un hombre del reino (Salmo 128)
12: Un hombre del reino y su vida personal
13: Un hombre del reino y su vida familiar
14: Un hombre del reino y su vida eclesiástica
15: Un hombre del reino y su vida comunitaria
Conclusión
Resumen de la estrategia para un hombre del reino
Apéndice: The Urban Alternative
Notas
AGRADECIMIENTOS
Quiero expresar mi gratitud al excelente equipo de Enfoque a la Familia y a
la casa editorial Tyndale House Publishers, Inc., por su visión y entusiasmo
para que este libro fuera una realidad. Estoy agradecido por la armonía
entre quienes se dedican a propagar este mensaje a los hombres del reino.
INTRODUCCIÓN
Me encantan las películas de Indiana Jones. ¿A quién no? Indiana Jones era
todo un hombre. Ahí estaba este arqueólogo pasándose incontables horas,
días, semanas, meses y a veces hasta años en la búsqueda de objetos
valiosos. Desde luego, en el camino se enfrentaba con obstáculos
peligrosos. Indi tenía que vencer dificultades, resistencias y peligros, pero
siempre lo lograba. Y al final, siempre descubría su tesoro.
En la misma línea están las películas La leyenda del tesoro perdido,
protagonizadas por Nicolas Cage. El personaje de Cage, Benjamin Franklin
Gates, se la pasaba procurando pistas que pudieran conducirlo a lo que
estaba buscando. Igualmente, él se enfrentaba al peligro, a la adversidad, a
la corrupción y a veces incluso a las catástrofes. Sin embargo, todo valía la
pena cuando él, como Indiana, conseguía el tesoro.
Jesús habla de un tesoro. Él lo llama el reino de Dios. Él dice que este
reino es un tesoro sorprendentemente valioso ante el cual absolutamente
nada debería interponerse. En términos escatológicos, el reino se refiere a
los mil años del reinado de Cristo cuando él regresará a gobernar la tierra
desde Jerusalén. No obstante, aquí y ahora, el reino también ha sido
establecido entre nosotros mediante principios, pactos, responsabilidades,
privilegios, derechos, reglas, ética, cobertura y autoridad.
«El reino del cielo es como un tesoro escondido que un hombre
descubrió en un campo» (Mateo 13:44).
Vale la pena luchar por un tesoro. Un tesoro incalculable como este vale
todo lo que usted tiene, pero no lo crea nada más porque yo lo digo. Jesús
mismo lo dijo.
La razón por la que tantos hombres en la actualidad viven sin siquiera
algo que se parezca al tesoro es porque no han entendido el misterio del
reino; en cambio, se conforman con baratijas, aparatos electrónicos, palos
de golf, videojuegos, carreras, autos y paquetes de turismo.
Estas cosas están bien... a menos que lo desvíen a uno del camino de la
búsqueda del reino.
A menos que se conviertan en su meta.
Mi hijo Jonathan es un tipo grandote. En la NFL, ha jugado con los
mejores jugadores. Se defiende bastante bien. Sin embargo, no siempre fue
así de grandote. Recuerdo que una vez subió corriendo a mi oficina en la
iglesia para pedirme que bajara al gimnasio a ver cómo con su cuerpo de un
metro sesenta hacía un mate de baloncesto. Había estado practicando
durante meses.
Cuando llegué, Jonathan agarró la pelota, la dribló e hizo un mate. Solo
le ofrecí una breve felicitación. Luego me dirigí al coordinador de atletismo
y le dije enfáticamente que levantara la canasta hasta la altura donde debía
estar. Impaciente por crecer, Jonathan había bajado el aro.
«Sube la canasta, Jonathan —le dije—, e inténtalo de nuevo».
Así lo hizo. Y no lo logró. No obstante, siguió intentándolo y, con el
tiempo, lo logró.
Muchachos, Dios tiene su nivel; él tiene una meta. Su reino es esa meta.
Sin embargo, muchos han rebajado el nivel de Dios y entonces se felicitan a
sí mismos por ser capaces de hacer un mate. No obstante, los resultados de
este nivel rebajado afectan a muchos más que tan solo al hombre que está
en la pista. Un nivel bajo nos afecta a todos. Se nota en el país, en nuestra
cultura, en la economía mundial. No hay más que mirar rápidamente
alrededor, en nuestros hogares, iglesias, comunidades y el mundo, para
descubrir que los hombres —no todos, pero sí muchos— han perdido el
objetivo de vivir como hombres del reino.
El impacto de un nivel bajo deja cicatrices, sin importar en qué raza, en
qué nivel adquisitivo o en qué comunidad esté la persona. Los resultados
pueden ser distintos, dependiendo de su ubicación, pero todos son
igualmente devastadores. La promiscuidad, la vacuidad, la depresión, la
irresponsabilidad crónica, las familias desintegradas, el despilfarro
económico, el divorcio, la violencia, la drogadicción,la glotonería, el abuso
de los placeres, la bancarrota, la baja autoestima y la generalizada falta de
rumbo asedian a nuestra sociedad como resultado directo del abuso o de no
cumplir con el perfil de la hombría bíblica.
El deterioro de la sociedad local así como el de la sociedad a nivel
mundial ha alcanzado su punto más alto de todos los tiempos, mientras que
el toque de rebato para que los hombres manifiesten su apoyo a la hombría
bíblica nunca ha sonado con tanta intensidad. Nuestro mundo anda por una
degradante senda de comportamiento autodestructivo.
Eso tiene que cambiar.
Sin embargo, el cambio no sucederá a menos que los hombres suban el
estándar a la altura en que Dios lo había colocado originalmente. Este libro
habla acerca de levantar ese nivel y de definir la hombría tal como Dios
pretendió que fuera. Trata sobre descubrir qué significa ser un hombre del
reino.
PA RT E I
LA FORMACIÓN DE UN
HOMBRE DEL REINO
Un hombre del reino es aquel que manifiesta
visiblemente el dominio completo de Dios debajo del
Señorío de Jesucristo en cada área de su vida.
1
EL CLAMOR POR UN HOMBRE DEL
REINO
Un hombre del reino es la clase de hombre que cada mañana, cuando pisa el
suelo, el diablo dice: «¡Ay, no, ya se levantó!».
Cada día, cuando un hombre del reino sale de su casa, el cielo, la tierra
y el infierno se dan por enterados. Cuando protege a la mujer que tiene bajo
su cuidado, poco puede hacer ella por resistirlo. Sus hijos lo miran con
confianza. Los demás hombres ven en él alguien a quien imitar. Su iglesia
recurre a él en busca de fortaleza y liderazgo. Es un protector de la cultura y
un campeón de la sociedad en no dejar pasar el mal y en dar la bienvenida
al bien. Un hombre del reino comprende que Dios nunca dijo que la vida en
santidad sería fácil; él solamente dijo que valdría la pena.
Como un jugador de fútbol que sale del túnel al campo de juego, así
comienza cada día un hombre del reino. No solo sale al campo en una
explosión de fuego, sino también domina toda oposición que se levanta
contra él. Un hombre del reino apunta directamente a un único propósito:
promover el reino para el mejoramiento de aquellos que están en él, lo cual
glorifica al Rey. Y procurará cumplir este objetivo a cualquier costo
personal.
Como capellán de los Dallas Cowboys, tanto en años recientes como en
la cima de los años de Tom Landry, vi numerosos juegos de la Liga
Nacional de Fútbol Americano (NFL). También jugaba al fútbol americano
todas las noches y fines de semana, prácticamente desde que gateaba, hasta
que una lesión en mi pierna que necesitó cirugía acabó con mi juego. Sin
embargo, independientemente de cuántos partidos haya visto o jugado,
jamás escuché que un jugador se quejara de que los rivales fueran
demasiado duros o de que la meta fuera demasiado difícil de lograr.
Cualquiera que haya jugado alguna vez o que haya seguido el fútbol
americano sabe que la victoria no llega solamente porque uno la desee. La
victoria se gana únicamente con sudor, agallas y sangre. Cuando las tres
cuartas partes del juego han dejado sin aire los jadeantes pulmones de los
delanteros, y estropeado los cuerpos de los que llevan o persiguen la pelota,
y torturado las mentes y los músculos de todos los involucrados, a menudo
el triunfo llega solo mediante una total determinación. Les llega a aquellos
que saben que el agotamiento es simplemente una palabra, y que el
propósito es mucho más grande que el dolor.
El tercer equipo
El fútbol americano es un deporte masculino. Nadie lo duda. Es lo más
parecido que hay en nuestro país a una batalla organizada de gladiadores.
En él, la pasión, la fuerza y el poder se fusionan con precisión y destreza,
mientras dos equipos se enfrentan en un despliegue épico de fuerza y de
voluntad. No obstante, a diferencia de la mayoría de las batallas y de la
mayoría de las guerras, hay un tercer equipo en este conflicto. Tres equipos
salen al campo.
De hecho, este tercer equipo está intrincadamente involucrado en todos
los aspectos de la lucha que lleva a la declaración de un vencedor.
Quizás usted nunca haya notado que hay tres equipos en el campo de
juego, pero le aseguro que se habría dado cuenta si el tercer equipo no
hubiera aparecido; porque sin ese tercer equipo, habría caos en el campo.
Habría confusión en la confrontación. De hecho, no habría manera de jugar
al fútbol, tal y como lo conocemos.
Esto se debe a que el tercer equipo es el equipo de árbitros.
Los árbitros son únicos en cuanto a que su máxima responsabilidad no
es para con los equipos que están en el campo, ni para alinearse con los
planes de los jugadores. Las obligaciones de los árbitros no tienen que ver
con los que están en la lucha, ni siquiera con los que observan cómo se
desarrolla la misma. Su responsabilidad, así como su lealtad, pertenece a un
reino llamado la oficina de la NFL. Este reino supera, prevalece y decide
por encima de todos los demás.
Los árbitros han recibido un libro de la oficina de la Liga. Tienen su
propio libro con las directivas, pautas, reglas y regulaciones según las
cuales tienen que manejar los acontecimientos en el campo de juego.
Mientras que ambos equipos están constantemente tironeando a los oficiales
para que tomen partido por alguno, canten penales o aprueben jugadas, el
equipo de los árbitros debe dar directivas acordes al libro de su reino, en
vez de hacerlo según sus preferencias o emociones personales. Cada
decisión tomada por cada persona en este tercer equipo debe estar de
acuerdo con las directivas del libro que tienen. Su obligación es seguir este
libro que viene directamente del presidente de la Liga, quien ha delegado
autoridad en ellos.
Si, en alguna oportunidad, un árbitro toma una decisión que favorece a
alguno de los equipos o a un jugador en particular —por causa de la presión
de los hinchas, por influencia de los jugadores o del equipo técnico, o
simplemente por preferencias personales— y dicha acción no se atiene al
libro, ese árbitro perderá inmediatamente el apoyo no solo de la oficina de
la Liga, sino también del presidente. Si el punto de vista de un árbitro
invalida el punto de vista del libro, suplantando al reino con el cual está en
última instancia comprometido, el árbitro no podrá seguir ejerciendo la
autoridad. Esto se debe a que la oficina central de la NFL en el número 345
de Park Avenue en Nueva York respaldará al árbitro únicamente si dicho
árbitro obedece el libro. Una vez que el árbitro abandona el libro, se
degrada a sí mismo al nivel de hincha y se vuelve ilegítimo en los términos
de la autoridad que previamente ejercía.
Tomar la decisión
Muchachos, ustedes están en una batalla. Están en una guerra. Lo que está
en juego en esta guerra y sus víctimas es mucho más que una marca en la
columna de ganancias o pérdidas. Se perderán vidas. Se definirán
eternidades. Se descubrirán o se descartarán destinos. Se realizarán sueños
o se renunciará a ellos.
Jesús no le ha pedido que sea un hincha. Ya tiene cualquier cantidad de
hinchas. Cada domingo a las 11:00 de la mañana, sus fanáticos se muestran
con fuerza. Aparecen en los estadios de todo el mundo, a menudo colmando
su capacidad. Dentro de esos estadios hay una gran emoción, canciones
sensacionales, prédica, entusiasmo, ovaciones de adulación, reconocimiento
y declaraciones de apoyo. Sin embargo, a Jesús no le interesa tener hinchas.
Ningún fanático jamás ha preparado el escenario para ganar una batalla.
Jesús quiere hombres que cumplan con sus planes, su gobierno y sus pautas
en un mundo en crisis.
Jesús quiere hombres que gobiernen bien.
Este reino de hombres fue intencionalmente puesto en un lugar llamado
la tierra, pero ellos reciben instrucciones de la oficina de la Liga que está en
el cielo. Este grupo de hombres no se deja manipular por lo que dice la
mayoría, ni por las corrientes de pensamiento más populares del momento,
ni siquiera por sus preferencias personales. Más bien, estos hombres son
gobernados por el reino al cual pertenecen. Hombres que toman decisionesde acuerdo con el Libro bajo la autoridad de su Presidente, el Señor
Jesucristo, de manera que no se propague el caos en esta guerra llamada
vida. Tenga presente que gobernar algo no se refiere a la dominación o al
control ilegítimo. El abuso que hace la humanidad del término gobernar a
través de las dictaduras y de las relaciones abusivas ha distorsionado el
llamado legítimo a que los hombres gobiernen bajo el soberano gobierno de
Dios y de acuerdo a sus principios.
En todo juego, como puede imaginarse, si el equipo de árbitros no
dictamina correctamente, surge un fuerte clamor no solo de las tribunas o de
los televidentes, sino también de los jugadores y los entrenadores. Se
produce un reclamo en respuesta al caos que se desata en el campo: el
clamor para que los árbitros gobiernen bien.
El clamor por un hombre del reino
Si escucha con atención, es posible que oiga el clamor pidiendo que los
hombres del reino también gobiernen bien. Puede escucharlo en el caos
cultural, que provoca un ruego que se eleva desde los hogares, las escuelas,
los barrios, las comunidades, los estados y desde cada alma exhausta
afectada por la ausencia de los hombres del reino. Nunca ha estado nuestro
país o nuestro mundo frente al precipicio de la adversidad con una
necesidad tan extrema de que los hombres respondan al reclamo de
gobernar bien.
Escuche.
Está en todas partes. Es fuerte. Está en el latido de cada niño que nace o
que crece sin un padre, en los sueños de cada mujer que son ahogados por
un hombre irresponsable o descuidado, en cada esperanza sofocada por
circunstancias confusas, en el alma solitaria de cada mujer soltera que busca
alguien con quien valga la pena casarse, y en cada iglesia y comunidad
desprovistas de contribuciones masculinas significativas.
Es el clamor por un hombre del reino.
Si el equipo de árbitros se quedara parado en los márgenes y nunca
dijera nada sobre lo que está ocurriendo en el campo, el público no se
dirigiría a los jugadores que están cometiendo las infracciones para
preguntarles por qué están desobedeciendo las reglas. Los hinchas mirarían
a los árbitros y les reclamarían: «¿Dónde están? Salgan de ahí y hagan
algo». Es debido a que sin el tercer equipo en el campo de juego, todas las
batallas serían un caos desde el momento en que se lanza la moneda, lo que
llevaría a la pérdida de motivación, interés y orden. Como hombre del
reino, el cielo le ha encargado a usted que gobierne en la tierra usando una
camiseta diferente. La suya es una camiseta hecha con otro tipo de tela,
porque usted representa a un reino diferente en esta batalla.
Usted representa al Rey.
Y como representante del Rey, el propósito que tiene usted es mucho
más elevado que simplemente uno personal y causa impacto en una esfera
mucho más amplia de la que usted se pueda imaginar.
Como un hombre del reino, hay mucho más para usted de lo que quizás
se haya dado cuenta.
El soberano del reino
La palabra griega utilizada en el Nuevo Testamento para reino es basileia,
[1] cuyo significado es «autoridad» y «gobierno». Un reino siempre incluye
tres componentes fundamentales: un gobernante, un grupo de individuos
sujetos a su gobierno y las reglas o directivas. El reino de Dios es la
ejecución fidedigna de su gobierno integral en toda la creación. La agenda
del reino es simplemente la manifestación visible del gobierno integral de
Dios sobre cada área de la vida.[2]
El reino de Dios trasciende el tiempo, el espacio, la política, las
denominaciones, las culturas y los dominios de la sociedad. Ya está y
todavía no (ver Marcos 1:15 y Mateo 16:28), está cercano y muy lejos (ver
Lucas 17:20-21 y Mateo 7:21). Gobernadas por sistemas de pactos, las
instituciones del reino incluyen la familia, la iglesia y el gobierno civil.
Dios ha dado las pautas para el funcionamiento de todas ellas, y el
incumplimiento de esas pautas termina en desorden y en pérdida.
Mientras que cada uno de los tres componentes fundamentales mantiene
responsabilidades y dominio separados, los tres tienen que trabajar
conjuntamente bajo el gobierno divino, basados en los principios de
absoluta verdad. Cuando los componentes trabajan así, traen orden a un
mundo de confusión y estimulan la responsabilidad personal sujeta a Dios.
El componente primordial de un reino, sobre el que descansa todo lo
demás, es la autoridad del gobernante. Sin ella se produce la anarquía, que
luego termina en un desastre. Satanás sabía esto perfectamente, y esta es la
causa por la que el primer movimiento de Satanás en el jardín fue destronar
sutil y engañosamente al gobernante. Antes de que leamos sobre el
acercamiento de Satanás a Eva en el Edén, toda referencia a Dios en
relación con Adán en la Escritura se hace como SEÑOR Dios. Cada vez que
lea la palabra SEÑOR (escrita en versalitas), se refiere al nombre Yahveh
usado para Dios. El título especial Yahveh significa «amo y soberano
absoluto»[3] y es el nombre que Dios utilizó para darse a conocer al
relacionarse con el hombre. Antes del nombre Yahveh, Dios se presentó
como Creador, que es el nombre Elohim.
Sin embargo, cuando Satanás le dijo a Eva que comiera lo que no debía,
no se refirió a Dios como SEÑOR Dios. Satanás, esencialmente, eliminó el
nombre SEÑOR —quitando así «amo y soberano absoluto»—, y en cambio
dijo: «¿De veras Dios les dijo...?». De este modo, Satanás buscó rebajar la
soberanía de Dios sobre la humanidad comenzando con el sutil pero
efectivo cambio de su nombre. Así, Satanás mantuvo el concepto de
religión, pero eliminó la autoridad divina.
Al sacar SEÑOR del carácter de autoridad en la relación entre Dios y
Adán y Eva, y pasando por encima de Adán, Satanás no solo provocó que la
humanidad se rebelara, sino que también se apoderó del dominio que se
esperaba que el hombre ejerciera bajo la autoridad de Dios. Al comer el
fruto en desobediencia, Adán y Eva eligieron pasar de ver a su Creador
como SEÑOR Dios, para verlo como Dios, lo cual trajo como consecuencia la
pérdida de su comunión con él y entre ellos, así como el poder de dominio
que mana del supremo Soberano.
A pesar de que Eva comió el fruto primero, Dios fue a buscar a Adán.
Había sido a Adán a quien Dios se le había manifestado como SEÑOR Dios
en el contexto de darle instrucción divina. Como consecuencia, cuando el
título de amo y soberano absoluto fue eliminado, Adán fue considerado el
responsable.
Desde entonces ha existido una continua batalla sobre quién gobernará a
la humanidad. Esto se debe a que la importancia de Adán no solo radicaba
en el hecho de que él fue el primer hombre que Dios hizo. Más bien, Adán
debía ser el prototipo en el cual todos los hombres querrían convertirse. Por
eso, cuando los hombres toman decisiones basándose en sus propios
pensamientos, creencias o valores —como Adán— en vez de hacerlo
basándose en lo que Dios dice como Soberano, entonces los hombres eligen
gobernarse a sí mismos como lo hizo Adán. Están eligiendo llamar Dios al
Rey sin reconocer su autoridad al eliminar su legítimo nombre de SEÑOR
Dios o Señor Dios, que también se encuentra en la Escritura refiriéndose a
’adown[4] (amo): el paralelo verbal a Yahveh. Esencialmente, ellos —como
Adán— están buscando destronar a su propio Creador aún reconociendo su
existencia.
Es religión, pero sin la relación con Yahveh como soberano.
Hay dos respuestas para cada pregunta: la respuesta de Dios y la
respuesta de todos los demás. Cuando estas se contradicen, la de todos los
demás está equivocada. Quitar el carácter de amo y soberano absoluto de la
relación de Dios con el hombre pone a la respuesta de Dios al mismo nivel
que la respuesta de todos los demás. El pecado de Adán fue permitir que el
punto de vista humano de su esposa, el cual había sido iniciado por Satanás,
fuera más importante que la voluntad revelada y la Palabra de Dios. Adán
dejó que una persona cercana a él desautorizara a Dios.
Hombres, solamente si vuelven a poner al SEÑOR en la ecuación
volverán a experimentar el señorío y la autoridad para la cual fueron
creados.
La autoridadde Dios
Según el relato de Éxodo 34:23, Dios les dijo a los israelitas que todos los
hombres debían presentarse delante de él tres veces al año para recibir sus
instrucciones. Sin embargo, cuando Dios les decía que se presentaran,
específicamente los convocaba ante el «Soberano, el SEÑOR, el Dios de
Israel». Los llamaba a someterse a su completa autoridad.
Si los hombres se sometían, les decía que ellos, y todas las personas que
tuvieran que ver con ellos, recibirían la cobertura, la protección y la
provisión de Dios. Sin embargo, solamente las recibirían si se ponían bajo
su absoluto dominio. Tan esencial era este elemento de gobierno que Dios
usó tres de sus nombres para recordárselos. A los israelitas se les decía que
debían presentarse delante del
Soberano (’adown)
el SEÑOR (Yahveh)[5]
el Dios de Israel (’Elohim)[6]
Dios estaba al mando, a la tercera potencia. Al utilizar tres nombres
diferentes para sí mismo, Dios enfatizó su autoridad suprema sobre los
hombres de la nación y los sujetó a que le rindieran cuentas.
El mismo principio de la soberanía de Dios que se aplicó a los israelitas
es el que se usa para la soberanía de Dios en la actualidad. Él es Dios:
Soberano, Señor, Dios de Israel, amo, Dios supremo, gobernante y juez. Un
hombre del reino es, por lo tanto, aquel que manifiesta visiblemente el
dominio completo de Dios debajo del Señorío de Jesucristo en cada área de
su vida. En lugar de ser Adán el prototipo para los hombres, ahora
Jesucristo, como el último Adán (1 Corintios 15:45), es el prototipo para el
hombre del reino.
El hombre del reino es un hombre que gobierna según las reglas de
Dios.
Igual que el árbitro en un partido de la NFL solo puede dirigir según el
reglamento, un hombre del reino es liberado para gobernar cuando toma sus
decisiones y ordena su mundo de acuerdo a las reglas de Dios.
Cuando un hombre del reino funciona según los principios y preceptos
del reino, hay orden, autoridad y provisión. Sin embargo, cuando no lo
hace, da vía libre para que él y las personas que lo rodean vivan una vida de
caos.
El milagro del río Hudson
El río Hudson corre a través de la ciudad de Nueva York; en cierto lugar
efectivamente separa a Manhattan de la frontera de Nueva Jersey. El
Hudson está lleno de historia y de patrimonio. Es, además, uno de los ríos
más pintorescos de Estados Unidos, por lo que se ha ganado el apodo de
«Rin estadounidense».
Recientemente hubo dos acontecimientos en el Hudson que me
llamaron la atención porque cada uno muestra qué pasa cuando un hombre
gobierna bien su reino, o no.
El primero sucedió en el año 2009, durante el helado mes de enero,
cuando las aves volaron directamente hacia los motores del vuelo 1549 de
US Airways inmediatamente después de que el avión decolara, haciendo
que los dos motores del avión simultáneamente dejaran de funcionar.
Con solo minutos hasta lo que parecía ser un desastre inevitable, el
piloto se comunicó con la torre de control aéreo solicitando autorización
para cambiar de ruta y aterrizar de emergencia. Se le dijo que regresara al
aeropuerto de LaGuardia.
Para entonces, el capitán, Chesley B. Sullenberger III, tenía que tomar
una decisión. El aeropuerto no estaba suficientemente cerca para aterrizar,
de manera que la única opción de Sullenberger era un amerizaje sobre el
Hudson. No obstante, amerizar un avión comercial de fuselaje ancho sobre
el agua sin incurrir en pérdidas humanas era muy improbable. Sullenberger,
un piloto con cuarenta años de experiencia, estaba plenamente consciente
de que no tenía a su favor probabilidades de sobrevivir. Habiendo trabajado
como instructor de vuelo, investigador de accidentes e instructor de
tripulación de vuelo, Sullenberger no tenía que hacer un gran esfuerzo
mental para determinar cuál podía ser el resultado.
Sin embargo, con los dos motores fuera de servicio y ninguna otra
opción donde dirigirse, Sullenberger se hizo cargo del reino del cual era
responsable. En medio del reclamo general de los pasajeros exigiendo que
alguien pusiera orden en el caos, Sullenberger hizo algunos ajustes rápidos,
mantuvo la altura del avión para que pudiera apenas sobrevolar el puente
George Washington e hizo lo que pocos pilotos se hubieran atrevido a
hacer: amerizó el avión en el río. Noventa segundos antes de tocar el agua
se dirigió a los desesperados pasajeros diciéndoles con calma: «Prepárense
para el impacto».
Lo que sucedió a continuación fue nada menos que un perfecto
amerizaje de manual. Para que el avión no se hiciera pedazos al impactar
contra el agua, tenía que amerizar con exactitud a la velocidad correcta y al
nivel correcto. Sullenberger levantó cuidadosamente la nariz del avión,
niveló las alas y simultáneamente ajustó la velocidad al golpear el agua,
para evitar que el avión se hiciera pedazos. Y lo hizo con un artefacto de
metal de ochenta toneladas que chirriaba y se sacudía violentamente.
A medida que el agua helada empezaba a entrar a raudales en el avión,
los pasajeros y la tripulación corrieron a las salidas de emergencia, mientras
el capitán Sullenberger dirigía la evacuación. Una vez que la última persona
salió del avión, Sullenberger volvió a pasar dos veces más a lo largo de la
nave para estar seguro de que todos habían salido sin ningún percance. Con
el agua casi a la mitad del interior, Sullenberger fue la última persona en
desembarcar del vuelo 1549.
Todas las almas a bordo sobrevivieron.
Los años que Sullenberger estuvo en puestos de responsabilidad como
piloto de la Fuerza Aérea, investigador de accidentes, consultor de
seguridad para aerolíneas y gerente de seguridad —por no hablar de las más
de diecinueve mil horas de vuelo cumplidas sin incidentes— lo habían
preparado dándole las habilidades y la mentalidad necesarias para gobernar
bien el mundo de su avión, en lugar de que el avión lo dominara a él.
Como consecuencia, Sullenberger no solo evitó que sus hijas
adolescentes quedaran huérfanas y su mujer, viuda, sino que también
protegió la vida y el legado de 155 personas, entre las cuales el más joven
era un bebé de nueve meses. El gobernador de Nueva York David Paterson
llamó a este incidente «El milagro del Hudson».[7]
Tragedia en el Hudson
Algo totalmente distinto a un milagro sucedió en el Hudson dos años
después. Es la historia verdadera y trágica de una mujer de veinticinco años.
Su historia, además de mostrarla a ella, refleja las incontables historias de
otras mujeres como ella: abandonadas y quebrantadas por el descuido y el
maltrato de un hombre, o de varios hombres con los que se relacionaron.
A los quince años tuvo su primer hijo. Al cabo de pocos años, tuvo tres
hijos más con otro hombre; a cada uno de los cuales les puso como segundo
nombre el apellido de su padre, Pierre. Era una herencia que no debería
haberse transmitido.
El padre de los niños no se casó con la madre. Había sido arrestado por
no pagar la manutención del menor durante meses. En otra oportunidad fue
arrestado cuando su hijo de dos años, que había quedado completamente
solo bajo su custodia en su departamento, deambulaba por la calle en una
gélida noche de febrero. La policía finalmente encontró al pequeño a la 1:15
de la madrugada, llorando cerca de una calle transitada, vestido apenas con
unas pocas ropas mojadas.
Vecinos y familiares dicen que la madre amaba a sus hijos. Siempre
parecían bien cuidados, arreglados y educados. Su mamá asistía a clases en
un instituto de la comunidad y trabajaba, probablemente con la idea de
superarse en la vida.
Sin embargo, un frío día de abril de 2011, publicó una disculpa en
Facebook, llamó a su madre, a su abuela y a su padre para despedirse, cargó
a sus cuatro hijos en su camioneta y la condujo directamente a las heladas
aguas del Hudson.
Mientras la camioneta comenzaba a hundirse, su hijo de diez años
forcejeó para abrir las puertas cerradas o para bajar las ventanillas, mientras
los más pequeños gritaban de miedo. Pudo escurrirse por una ventanilla
antes de que la camioneta se hundiera. Luego le contó a la policíaque su
madre los había reunido a todos alrededor de ella aferrándolos y que les
había dicho: «Si yo voy a morir, ustedes morirán conmigo».
Los vecinos cuentan que el padre de los tres niños más chicos había
aparecido en casa de la mujer tan solo una hora antes de que ella condujera
a sus hijos a la muerte. Aporreó la puerta de su departamento amenazándola
a gritos durante más de media hora. Esa no era la primera disputa que había
tenido la pareja.
Nadie sabe qué la llevó a tomar medidas tan drásticas, pero menos de
una hora después de que el padre se fuera, la muchacha y tres de sus cuatro
hijos estaban muertos en el río Hudson. No hay duda de que los últimos
gritos desesperados de los niños habrán sido con la esperanza de que
alguien frenara el caos que había en su mundo. Sin embargo, nadie lo hizo.
[8]
Algunos podrán echarle la culpa a la joven madre por sus actos. Y sus
actos fueron espantosos. No obstante, parte de la culpa de que una mujer se
suicide junto con sus hijos, inmediatamente después de una situación volátil
por causa del padre de sus hijos, también le corresponde al hombre.
Sus últimas palabras, «Si yo voy a morir, ustedes morirán conmigo», es
una afirmación reveladora porque refleja el poder del impacto de un
hombre, para bien o para mal. Los niños inocentes pueden padecer la
muerte de su destino, sus esperanzas, sus sueños, su autoestima, su futuro y
posiblemente hasta de su vida cuando un hombre falla en gobernar bien,
apagando la vida de la madre, sea que se trate de la muerte literal,
emocional o espiritual.
Ciento cincuenta y cinco personas sobrevivieron al amerizaje forzoso
sobre el Hudson porque un hombre manejó su reino con responsabilidad.
Cuatro personas murieron congeladas en el mismo río porque un hombre —
o quizás varios— no lo hicieron.
¿Qué rumbo tomaremos?
Un hecho interesante sobre el río Hudson que no mencioné antes es que es
uno de los pocos ríos que corre en dos direcciones. Mientras que las mareas
del Atlántico empujan al río hacia el norte, el origen del río en el lago
Lágrima de las Nubes también lleva las corrientes hacia el sur. Antes de
recibir el nombre Hudson, el río era conocido por las tribus de indios como
Muhheakantuck, que quiere decir «el río que corre en dos sentidos».
Al igual que el Hudson fue aclamado como lugar de vida —el milagro
del Hudson— y lugar de muerte —«Ustedes morirán conmigo»—, la vida
también tiende a fluir en dos sentidos, pero gran parte de eso depende de
usted. Gran parte depende de si usted es un hombre del reino que gobierna
responsablemente con coherencia y sabiduría, de acuerdo con las pautas y
normas presentadas en la Palabra de Dios. O si usted es un hombre de este
mundo, que deja a aquellos que están bajo su influencia no solo librados a
la vulnerabilidad de lo que la vida pueda poner en su camino, sino también
vulnerables a sí mismos como consecuencia del caos que usted ha causado
o ha permitido.
Si usted es un hombre, le guste o no, por su posición es un líder. Puede
que en la práctica sea un líder horrible, pero por su posición, usted ha sido
llamado a liderar. Eso es lo que conllevaba el prototipo de Adán. Dios creó
a Adán antes que a Eva porque él era quien tenía que responsabilizarse del
gobierno y del liderazgo. Adán recibió el llamado a cultivar y cuidar del
jardín incluso antes de que Eva fuera creada. Y, como consecuencia, es a
Adán a quien Dios fue a buscar cuando ambos, Adán y Eva, lo
desobedecieron.
Esto es porque Adán era el responsable en última instancia.
Como hombre, usted es, en última instancia, responsable por las
personas que están bajo su dominio.
Señores, la manera en que ustedes lideren jugará un papel importante en
la vida o en la muerte que experimenten los que están dentro de su dominio.
Pueden dirigir a las personas bajo su cuidado a un lugar seguro, o pueden
conducirlas al caos. Sin embargo, el llamado a gobernar bien no es algo que
se pueda responder un día y luego olvidar. Dirigir bien es una habilidad
para toda la vida que se forja mediante la fidelidad y la dedicación.
Sullenberger no amerizó su avión en el agua simplemente porque consideró
que sería un acto impresionante. Para ser el héroe del momento, tuvo que
presentarse día tras día, año tras año, década tras década, intencionada y
consistentemente, poniendo todo su empeño en gobernar bien su reino.
El compromiso del capitán Sullenberger por cumplir con las
expectativas de las personas a quienes sirve en la industria de la aviación
debería inspirarnos para lograr un nivel más alto de dedicación al cumplir
con aquello para lo que el Rey del universo nos ha llamado.
El Rey le ha entregado un manual que usted debe usar para gobernar,
según el cual usted tiene que dominar, liderar, tomar decisiones, dirigir,
guiar y alinear las elecciones de su vida. Este manual es su Palabra. Cuando
usted lidere conforme a lo que él dice en su Palabra, él lo respaldará con la
autoridad que necesita para llevar a cabo la tarea. Pero si no lo hace, tendrá
que arreglárselas por su cuenta. Señores, el futuro dependerá de lo bien que
ustedes gobiernen el presente.
Cuando usted dirige de acuerdo a los principios y a los planes del reino
de Dios, da libertad a otras personas para que se conviertan en aquello para
lo que fueron creadas. Sin embargo, cuando no lo hace, promueve un
mundo de caos, desorden y destrucción, no solo en su propia vida sino
también en la vida de los que están bajo su influencia.
Como hombre del reino, usted forma parte del tercer equipo que ha sido
enviado aquí para traer el gobierno del cielo a un mundo que lo necesita. No
obstante, esto no es un juego. Es una batalla real. Es una guerra. Una guerra
espiritual. Es posible que no pueda ver directamente a su enemigo, pero su
presencia se manifiesta alrededor suyo en todas partes.
Cada mañana al poner sus pies en el suelo, ¿hace que su enemigo el
diablo diga: «Ay, no, ya se levantó»?
Cada día, cuando traspasa la puerta de su casa, ¿se percatan de ello el
cielo, la tierra y el infierno? Cuando protege a la mujer que está bajo su
cuidado, ¿puede ella resistirse? ¿Sus hijos lo miran a usted con confianza?
¿Acaso otros hombres lo ven como alguien a quien imitar? ¿Su iglesia
acude a usted en busca de fortaleza y liderazgo? ¿Es un protector de la
cultura y un campeón de la sociedad, que no deja pasar el mal y da la
bienvenida al bien? ¿Es un hombre que cumple con su destino y es capaz de
satisfacer a la mujer de su vida?
Pero sobre todo, cuando Dios busca a un hombre que promueva su
reino, ¿lo llama por su nombre?
2
EL CONCEPTO DE UN HOMBRE
DEL REINO
Como pastor he visto muchísimas víctimas producto de la ausencia de
hombres del reino. Tan solo en las últimas semanas, he aconsejado a diez
parejas en su último esfuerzo por salvar lo que sienten que ya han perdido.
Luego de brindar consejería matrimonial durante más de treinta y cinco
años, observo que el problema generalmente se reduce a una cosa: uno o
ambos cónyuges están desalineados. Muy pocos hombres entienden qué
significa estar alineados con Dios; sin embargo, la mayoría exige
obstinadamente que su esposa se alinee debajo de ellos.
A menudo no tengo que mirar mucho más allá de la primera fila de
asientos en la iglesia para reconocer en la congregación a las víctimas de
maltrato, abuso, abandono o confusión de lo que implica la hombría del
reino. Lo que veo y escucho en consejería no me sorprende tanto como la
frecuencia con la que se está dando en estos días. Es como si hubiéramos
caído en un abismo de falta de hombría.
No solo en la iglesia observo el resultado de este abismo; también soy
testigo de las víctimas que hay fuera de la iglesia. Por ejemplo, las
encuentro cuando voy a predicar en la cárcel local.
Lo que me impacta cuando recorro por los puestos de control de
seguridad y siento el aislamiento que llega inevitablemente por estar dentro
de un centro carcelario es el hecho de que cada uno de estos prisioneros fue
libre en cierto momento. No solo eso, sino que cada uno de ellos, en algún
tiempo,fue un niño libre que corría descalzo, que jugaba o que se quedaba
dormido y soñaba con matar dragones y hacer realidad su potencial. Sin
embargo, si tuviéramos que analizar sus historias familiares, la mayoría de
los presos no solo careció de un hombre que los protegiera y los guiara, sino
que además sufrió el impacto negativo de un hombre o de varios. Como
consecuencia, cada uno de los presos ahora duerme en una celda fría,
tapado solo con una delgada colcha de abandono, vergüenza, inseguridad y
remordimiento.
Mencioné a estos prisioneros cuando hablé en un evento en Plano,
Texas, sobre el rol de la iglesia en la restauración de la comunidad.
Irónicamente, este evento se llevaba a cabo en un edificio llamado Centro
de Esperanza, pero las estadísticas de hijos sin padres que afectan a los
internos proporcionan poca esperanza de grandes cambios en las próximas
generaciones, a menos que los hombres en masa comiencen a responder al
llamado de ser hombres del reino. Aproximadamente 70 por ciento de todos
los presos proviene de hogares sin padre.[9] Alrededor de 80 por ciento de
los violadores con problemas de ira viene de hogares sin padre.[10] Las
estadísticas sobre la falta del padre fuera de la población carcelaria son
igual de alarmantes. El 71 por ciento de estudiantes que abandonan la
secundaria procede de hogares donde falta el padre; el 63 por ciento de los
suicidios de adolescentes ocurre en hogares donde el padre es un abusador o
está ausente.[11] En las zonas residenciales y suburbios de la ciudad,
muchos padres han «desaparecido» ya sea por medio del divorcio, del
abandono o de la indulgencia excesiva. Muchos padres ponen su carrera por
encima de la familia, o aman más el campo de golf que a sus propios hijos.
La falta del padre, ya sea a consecuencia de un rotundo abandono o de
formas más sutiles de abandono, deja cicatrices similares en quienes lo
padecen. Prácticamente todas las patologías sociales en los adultos han sido
relacionadas con hogares carentes del padre u hogares donde el padre y/o
esposo estaba ausente, era abusivo o era negligente.[12]
Para muchos de nosotros que vivimos una vida estable fuera de estas
realidades estadísticas, esos números pueden parecernos impersonales y
fáciles de ignorar, pero los efectos de esas estadísticas nos afectan a todos.
En promedio, los contribuyentes estadounidenses gastan más de ocho mil
millones de dólares anuales en estudiantes que abandonan la escuela y se
afilian a programas de asistencia pública tales como los cupones de comida,
según un informe de mayo de 2010 de CBS News.[13] Los que abandonan
la escuela secundaria también ganan en promedio doscientos sesenta mil
dólares menos a lo largo de su vida que los estudiantes que se gradúan, lo
cual le da a nuestro país una pérdida acumulativa de más de trescientos mil
millones anuales en impuestos a los ingresos y a las ganancias.[14] Los
embarazos de adolescentes le cuestan a los contribuyentes estadounidenses
un promedio de diez mil millones al año en asistencia pública, en reducción
de ingresos y en el incremento del costo del sector de salud.[15] Además,
como la población carcelaria casi se ha triplicado de 1987 a 2007 y es ahora
la tasa per cápita más alta del mundo,[16] gastamos más de 52 mil millones
al año en las cárceles.[17]
Los problemas sociales no son solo problemas de la sociedad. Son
problemas de la iglesia. Son nuestros problemas. Las consecuencias de los
problemas de la sociedad nos alcanzan a todos y han contribuido a que
nuestro país esté ahora al borde del colapso económico.
Los internos de la prisión que yo visito provienen de diferentes culturas,
orígenes, edades y experiencias. Han cometido crímenes diferentes, pero
algo que la mayoría comparte es que proviene de un hogar sin padre, o de
un hogar donde el padre estuvo ausente, fue negligente o fue abusivo.
Cuando los miraba a los ojos —tanto a hombres como a mujeres—, yo
no veía estadísticas; no veía números en una hoja. Veía un dolor real, un
vacío real, una añoranza real, una ira real, una pérdida real y una necesidad
real. Ojalá usted también lo hubiera visto, porque las estadísticas nunca
pueden contar la historia del alma.
Examinando a las víctimas
Sin embargo, no hace falta que lo lleve conmigo a la prisión la próxima vez
para mostrarle qué les pasa a las personas cuando un hombre no vive como
un hombre del reino. Es posible que solo le baste con observar a sus propios
hermanos, esposa o hijos. Espero que no, pero es posible. O puede que
necesite mirar al hijo de su vecino o a los jóvenes que van a su iglesia. El
resquebrajamiento de los hogares. La decadencia de la familia. Los titulares
de los noticieros. El colapso de nuestras naciones.
Decir que los hombres han perdido su identidad no es suficiente.
Abundan las víctimas de los hombres que no cumplen con el rol que Dios
les ha dado de proveer liderazgo, y reflejar el carácter y la orientación de
Dios. De hecho, yo mismo podría haber sido una de esas víctimas. Cuando
tenía diez años, lo único que había conocido en mi hogar hasta entonces era
el caos. Yo era el mayor de cuatro hermanos y para todos nosotros el
ambiente era muy inestable. Mi padre y mi madre estaban en constante
conflicto, por lo que el divorcio parecía ser la única salida. No obstante, el
ejemplo que mi papá me ofreció cuando cumplí diez años cambió mi vida
para siempre. Ese fue el año en que mi papá se convirtió a Jesús, pero mi
padre no aceptó solamente la salvación de Dios; inmediatamente se
transformó en un apasionado por Dios y por la Biblia. Se convirtió en un
evangelista instantáneo, consumido por la Palabra de Dios.
A mi mamá no le gustaba mi padre como pecador, pero mucho menos le
gustó como santo. Luego de que mi papá se hizo cristiano, mi mamá hizo
todo lo posible por complicarle la vida. Mi papá ni siquiera podía leer la
Biblia sino hasta después de que ella se iba a dormir, porque ella le hacía la
vida miserable cada vez que lo hacía. Sin embargo, mi papá estaba
comprometido para alinearse en sujeción a Dios, así que hacía todo lo
posible para demostrarle amor a mi mamá, a pesar de la forma en que ella
lo trataba.
En lugar de divorciarse de ella, la amó incondicionalmente. Día tras día
y mes tras mes, mi mamá intentó mil y una formas de cortar la
concentración que mi papá tenía con Dios y de conseguir que él dejara de
amarla. Pero nada funcionó. Mi papá se mantuvo tranquilo, constante y
cariñoso.
Una noche muy tarde, cerca de la medianoche, mi mamá bajó las
escaleras con lágrimas en los ojos. Mi papá estaba leyendo su Biblia.
Cuando él vio sus lágrimas, le preguntó qué estaba sucediendo. Ella le dijo
que no podía entender cómo era posible que cuanto más lo rechazaba,
cuanto más cruel era con él y trataba de demostrarle que creer en Dios
estaba mal, él era más amable con ella y más invertía en la Palabra.
«Yo quiero lo que tú tienes —le dijo—, porque debe ser real».
En ese instante ambos se pusieron de rodillas y mi papá llevó a mi
mamá a Cristo. Luego de eso, nos llevó a todos los hijos a Cristo, y día a
día fue un ejemplo para nosotros del valor de convertir a Dios y a su
Palabra en el punto central de todo lo que hiciéramos.
Si mi papá no hubiera demostrado la valentía de estar dedicado a Dios y
a su familia pese a la fuerte oposición, nuestro hogar se hubiera convertido
en una estadística. Yo habría terminado como una víctima. Peor aún, no
solo yo habría acabado como una víctima sino que mis propios hijos
también podrían haber terminado siendo víctimas.
No alcanzan las palabras para enfatizar suficientemente el impacto que
el padre tiene en su hogar, el impacto que provoca el marido en el
matrimonio, y el impacto que causa un hombre en una iglesia o en una
comunidad. Mi padre causó un impacto tan drástico en mi vida que alteró
su trayectoria y, como consecuencia, ha influenciado a más personas de las
que podrá llegar a saber mientras esté en este mundo.
A la inversa, la ausencia de hombres del reino no solamente ha
debilitado a muchas de nuestras familiasy las ha hecho vulnerables a los
ataques, sino que además ha conducido a nuestro país a uno de los estados
económicos, sociales y espirituales más vulnerables que jamás hayamos
tenido.
Adán, ¿ónde estás?
La pregunta que todos nos hacemos al comenzar nuestro viaje por esta área
de convertirnos en un hombre del reino es: «¿Cómo fue que terminamos
aquí, para empezar?». ¿Cómo nosotros en Estados Unidos —una nación
fundada sobre principios de responsabilidad espiritual, tanto comunal como
personal— terminamos ahogándonos en un mar lleno de hombres
irresponsables? La respuesta a esa pregunta no es tan compleja como se la
imagina. De hecho, todo tiene que ver con el Libro del reino. En
determinado momento, nos hemos olvidado de revisar el Libro según el
cual teníamos que gobernar.
No hace mucho, mi nuera Kanika apareció en el programa televisivo de
juegos Wheel of Fortune (La ruleta de la fortuna). Kanika no tuvo dificultad
en hacer girar la ruleta y resolver los rompecabezas. Volvió a casa con un
gran premio, para el orgullo de su esposo, Jonathan. No obstante, a pesar de
lo bien que Kanika había jugado, no pudo ganar la ronda final.
Cuando Kanika dijo las letras de lo que tenía esperanzas que aparecería
en el rompecabezas de la palabra final, solo apareció una de las letras,
quedando la mayor parte del rompecabezas en blanco. Hasta el presentador
reconoció que este enigma era un desafío. Kanika no tuvo suficientes letras
para formar una palabra en solo diez segundos.
La situación de Kanika se parece a la de muchos hombres en la
actualidad. Tenemos una partecita de la definición de hombría por aquí, otra
partecita por allá, pero como no definimos la hombría de acuerdo a la
Palabra de Dios —el Libro— en su totalidad, estamos absortos ante una
definición a la que le faltan algunas letras y palabras. Estamos tratando de
completar las letras con nuestras propias palabras, nuestras ideas y nuestra
interpretación. No obstante, al final del día, cuando suena la campana,
terminamos con las manos vacías.
Es inútil que pretendamos entender o llevar a la práctica la definición de
Dios sobre la hombría sin aplicar todo el contenido de su Palabra. Si un
árbitro dirigiera un partido siguiendo solamente una parte del reglamento,
sería despedido al instante. Sin embargo, nosotros los hombres, por algún
motivo, hemos fallado en darnos cuenta de que debemos vivir conforme a la
completa Palabra de Dios. Cada vez que la Palabra de Dios es tergiversada,
limitada o reducida en su condición de reglamento primordial para la vida
del hombre, las víctimas abundan. Tal como sucede hoy en día. Tal como
sucedió en el jardín miles de años atrás. Tal como sucedió con Adán.
Cualquier discusión sobre el rol, el propósito y el liderazgo de un
hombre tiene que empezar con Adán. La teología de Adán no es solo un
concepto del Antiguo Testamento. La teología de la responsabilidad del
hombre basada en el orden de la creación y las tareas que Dios le asignó
sigue a través del Nuevo Testamento, e incluso en la época de la iglesia (ver
1 Timoteo 2:12-14; 3:1; 1 Corintios 11:3). El motivo por el que no podemos
encontrar hombres ocupándose de su puesto hoy en día es el mismo que
llevó a Dios a cruzar el jardín hace tanto tiempo, preguntando: «Adán,
¿dónde estás?». O como decimos en el lugar de donde yo vengo: «Adán,
¿ónde estás?».
La razón por la que Adán estaba inubicable ese día en el jardín es la
misma por la que a tantas mujeres solteras se les dificulta encontrar un
hombre del reino en la actualidad. Es la misma razón por la que tantas
mujeres casadas están frustradas con el hombre que tienen. Es también la
misma razón por la que a los pastores y líderes eclesiásticos les resulta
difícil acuartelar hombres en sus puestos. La explicación es que los
hombres no han entendido bien su rol de gobernar y de liderar como
hombres del reino.
No olvide que yo elegí usar a propósito el muy a menudo polémico
término gobernar en referencia al destino del hombre sobre la tierra porque,
a pesar de la mala prensa que esa palabra tiene en el mundo, el gobierno del
hombre —cuando se cumple bajo el gobierno integral de Dios— es un
liderazgo liberador, no solo para él, sino también para quienes lo rodean. El
concepto bíblico de dominio, o de gobierno, no es una dictadura ni una
posición de dominación, sino que más bien conlleva el ejercicio legítimo de
la autoridad bajo el Señorío de Jesucristo. La autoridad legítima implica
todo lo que Dios estipula y le permite hacer al hombre, pero no todo lo que
el hombre desea hacer.
Los hombres han malinterpretado su derecho a gobernar, no solo por el
estigma creado por quienes lo hicieron mal, sino también porque nosotros,
en el cuerpo de Cristo, muy a menudo hemos ignorado las enseñanzas sobre
el reino de Dios. Como consecuencia, no hemos entendido la teología del
reino ni el gobierno del reino. Mientras Cristo caminó por este mundo,
habló a menudo del gobierno de Dios a través de su reino. De hecho, según
los registros de su ministerio terrenal, Jesús mencionó la iglesia, o en griego
ekklesia, solo tres veces, y esas tres veces aparecen en el Evangelio de
Mateo, un evangelio imbuido en la mentalidad del reino.[18] Sin embargo,
la palabra griega para reino, basileia —que significa «gobierno» o
«autoridad»—, aparece 162 veces en el Nuevo Testamento.[19]
Mi preocupación es que los líderes cristianos han influenciado a
nuestros hombres para construir templos y dirigir programas eclesiásticos,
pero hemos fallado en discipularlos en cuanto a lo que significa vivir para el
reino. No hay nada de malo con los edificios eclesiásticos, siempre que los
que estén dentro de ellos se esfuercen por utilizar estratégicamente los
recursos disponibles para promover el reino de Dios.
El reino de Dios consiste en su gobierno integral sobre toda la creación.
Sus planes incluyen promover su reino y, al hacerlo, mostrar su gloria. Los
súbditos de Dios han sido puestos aquí en la tierra para cumplir sus planes.
Por tanto, un hombre del reino puede ser definido como un hombre que se
sitúa y opera según el gobierno integral de Dios sobre cada área de su
vida. Y cada área de la vida debería sentir el impacto de la presencia de un
hombre del reino.
Usted es responsable
Uno de los elementos fundamentales para promover el reino de Dios es
entender que, como hombre, usted es responsable por aquello que está
dentro de la esfera de influencia que Dios le ha dado: su familia, su
ministerio, su carrera, sus recursos, su comunidad u otras áreas de
influencia personal. El hombre que renuncia a su responsabilidad cuando
aparece el caos o la confusión en su dominio, aunque se trate de su acción
directa, se imposibilita a sí mismo para remediarlo. No solo carece del
poder de Dios para avanzar, sino que también se descalifica a sí mismo para
arreglar inclusive lo que se ha roto.
Yo pastoreo una sólida iglesia que tiene más de doscientos empleados.
La mayor parte del tiempo, la iglesia funciona sin problemas y no me
involucro en la logística cotidiana. No obstante, algunas veces recibo una
llamada de alguien en la congregación que suena molesto y que me cuenta
algo que no le gusta.
Nunca olvidaré la vez que una mujer me llamó para decirme que el día
anterior había llamado cinco veces a la iglesia , y que en ninguna
oportunidad había conseguido comunicarse con la recepcionista. Cada vez
que esta mujer en particular había llamado a la iglesia, la recepcionista no
había podido contestar, de modo que la llamada de la mujer había entrado
directamente a la máquina contestadora.
Ahora bien, cuando recibo una llamada así, tengo que frenarme para no
compartir con la persona que está del otro lado de la línea la parábola de la
viuda perseverante y animarla a que intente llamar una sexta vez. No, y esto
va en serio, mi reacción normal sería preguntarle por qué me presenta a mí
las quejas y no a la recepcionista. Después de todo, soy el pastor principal
de una iglesia que maneja un personal de varios cientos de personas, una
escuela cristiana y uncentro de asistencia social. ¿Cómo se supone que yo
tenga que saber por qué la recepcionista no estaba en su puesto en ese
preciso momento? A lo mejor estaba atendiendo otras llamadas. No se
ofenda, pero pregúntele a ella.
Sin embargo, a pesar de que eso es lo que me gustaría decir, esa no es la
forma en que realmente respondo, porque, para ser completamente sincero,
la persona que llama tiene razón. Ha ubicado y se ha contactado con la
persona correcta para quejarse.
Como pastor principal, no soy directamente culpable del asunto de las
llamadas perdidas, pero mi jerarquía me convierte en responsable en última
instancia. Y créame que cuando recibo un llamado o una queja, busco
resolverlo inmediatamente como para que no vuelva a suceder. ¿Por qué?
Porque yo soy responsable en última instancia de asegurarme de que no se
vuelva a repetir.
La misma queja es la que le presentaron a Adán. No por una llamada
telefónica, sino por un fruto. A pesar de que fue a Eva a quien la serpiente
tentó para comer del fruto que había sido prohibido en el jardín de Edén
(Génesis 3:1-6), fue a Adán a quien Dios estaba buscando. Después de todo,
Adán era el responsable. En Génesis 3:9 leemos: «Entonces el SEÑOR Dios
llamó al hombre: “¿Dónde estás?”». Nótese que Dios reafirmó su autoridad
en su relación con Adán diciendo: «Entonces el SEÑOR Dios llamó al
hombre…». Asimismo, en ninguna parte leemos que dijera: «Adán y Eva,
¿dónde andan?».
Independientemente de quién haya hecho qué en primer lugar, la
pregunta se le hizo a Adán porque Adán era quien tenía que rendir cuentas
delante de Dios como el representante asignado para hacer cumplir y para
asegurarse de que se realizaran los planes de Dios. Aunque Eva era
responsable de su parte, Adán también estaba considerado responsable por
su posición de liderazgo.
Adán había sido puesto en el jardín para trabajarlo y custodiarlo
(Génesis 2:15). Trabajar la tierra significaba hacerla producir y desarrollar
su potencial. De lo que produjera la tierra, Adán obtendría lo necesario para
proveer para aquellos a quienes tenía bajo su cuidado. La palabra hebrea
utilizada para «custodiar» es shamar, y quiere decir cuidar o encargarse de.
[20] En esos tiempos, Adán tenía que proteger el jardín de Satanás, que aún
hoy es la principal amenaza contra nuestra vida y familia. Desde el
comienzo de Adán ya hubo una guerra espiritual, así como hoy la hay con
nosotros. Sin embargo, como Satanás no se presenta con el típico traje rojo,
con los ojos inyectados en sangre y con un tridente, muchas veces no nos
damos cuenta de las sutilezas de su engaño, a pesar de que las repercusiones
son de largo alcance.
Cuando el Señorío de Dios fue eliminado de su relación con Adán, eso
condujo al pecado y a la desobediencia. Esto a su vez hizo que Adán dejara
de estar alineado con Dios, y llevó a la decadencia, a la destrucción y a la
muerte. Un gran problema es que Satanás desplazó el concepto de SEÑOR,
como vimos antes en Génesis 3, pero ese no es el único problema. De la
misma manera, el engaño de Eva es un problema central en el mismo
capítulo. Sin embargo, el problema mayor fue que Adán no dijo nada
mientras ambas cosas sucedían. Génesis 3 nos introduce a un problema
antiguo entre los hombres: el silencio de Adán.
Hasta el episodio de la serpiente y el fruto, Adán había estado hablando
muchísimo. Él no había estado callado para nada. De hecho, Adán había
estado poniéndole nombre a todas las cosas, pero cuando la serpiente
apareció, Adán no tuvo nada para decirle a ella ni a la mujer. En cambio, se
cruzó de brazos mientras las dos interactuaban.
Digo que Adán permitió esta interacción porque, en contra de lo que
muchos de nosotros aprendimos en los libros de historias bíblicas que
representaban las imágenes del acontecimiento, Eva no estuvo sola en esta
conversación. Génesis 3:6 dice: «Después le dio un poco a su esposo que
estaba con ella». Durante todo el tiempo en que la serpiente estuvo
hablando, Adán estuvo presente. Callado. Inclusive cuando Eva se volvió
hacia él y fijó una nueva agenda para su hogar, Adán no dijo una sola
palabra. Lo único que hizo fue comer.
A consecuencia de la elección silenciosa de Adán, Dios dictaminó que
desde entonces, la tierra que él trabajaba caería en maldición (ver los
versículos 17-19). Lo que hasta entonces se lograba con poco sudor y
esfuerzo físico ahora le exigiría a Adán un gran esfuerzo y lucha, porque él
había abandonado su autoridad.
Una de las razones por las que tantos de nuestros hijos viven oprimidos
por tremendas luchas, o por la que tantas de nuestras familias viven bajo el
peso del caos, o por la que muchas de nuestras iglesias funcionan bajo una
nube de confusión, o por la que nuestro país se arrastra para recuperar su
fortaleza, es porque Adán no dijo nada. Adán todavía está escondiéndose de
muchas maneras y al hacerlo, deliberadamente ha renunciado al derecho de
liderazgo que le ha sido otorgado por Dios. En 1 Corintios 11:3 se define
claramente la igualdad entre hombres y mujeres, pero se establece las
diferencias en los roles y en las responsabilidades.
El problema que a muchos hombres de nuestra cultura les impide ser
hombres del reino es que, ya sea por su silencio o su sentido de
culpabilidad, han renunciado a su derecho a gobernar o a liderar que les fue
otorgado por Dios. Adán hizo las dos cosas, y hoy muchos hombres hacen
lo mismo. Al hacerlo, renuncian a su oportunidad de abordar la vida
cristiana como un desafío y como una misión por conquistar, y en cambio,
se conforman con vivir tan solo reaccionando ante los eventos.
Señores, ustedes realmente tienen un enemigo por vencer. Hay una
legión de sus secuaces que todos los días viene contra ustedes y sus seres
amados para competir cara a cara y ver quién se irá con la gloria, Satanás o
Dios.
En mi opinión, uno de los grandes fracasos de la iglesia estadounidense
ha sido no preparar a los hombres para entender, darse cuenta de y ejercer
plenamente su destino divino de hombría bíblica. Los hemos despojado de
su hombría mientras intentábamos redefinirla con cosas como asistir a la
iglesia, en iglesias orientadas principalmente a las mujeres (desde los
adornos en las paredes a la música, a los efímeros y a menudo poco
efectivos viajes misioneros, y al servicio en múltiples comités). A pesar de
que todas y cada una de esas cosas son importantes y buenas, si no tenemos
una visión común para un objetivo común contra un enemigo en común, a
menudo terminamos simplemente ocupados en lugar de trabajar
premeditadamente en forma estratégica.
Es raro el hombre que se siente satisfecho con estar ocupado en vez de
lograr grandes posibilidades maximizando los recursos que tiene a su
disposición. No obstante, al tener colgada la zanahoria de ocupado, muchas
veces desligada de los enfoques intencionales y a largo plazo de vencer al
enemigo y de promover el reino, hemos dejado la puerta totalmente abierta
para que la hombría se defina por conceptos más seductores tales como
Wall Street, los autos rápidos, las mujeres más rápidas y qué tan alto puede
un hombre escalar posiciones en las corporaciones. Adán no solo está
callado de muchas maneras, sino que la iglesia también está callada en la
actualidad. Al disuadirlo, o por lo menos al minimizar en los hombres el
impulso de conquistar y de competir dentro de gran parte del cristianismo
occidental organizado, en esencia le hemos arrancado al hombre los
pulmones y luego lo hemos culpado de no respirar.
Al hombre le suceden una serie de cosas cuando ya no puede seguir
respirando. Una de ellas es que se vuelve una persona pasiva. Vive en el
mundo de la indecisión, dejando que todos los que lo rodean le dicten qué
hacer, qué pensar o a qué darle valor. Y después culpa a los demás cuando
las cosas le salen mal. Cualquier hombre que culpe a su esposa por el caos
que hay en su casa, sin aceptar simultáneamente su parte de responsabilidad
para enfrentar el problema, declara públicamente su falta de hombría
bíblica. He aconsejado a suficiente cantidadde hombres como para saber
que, a pesar de que por fuera parezcan satisfechos, por dentro muchos de
ellos se sienten ahogados y sofocados porque no saben cómo ser hombres.
Otra cosa que le pasa al hombre que no puede seguir respirando es que
trata de vivir su vida indirectamente a través de otros. Esto se ve en la
enorme cantidad de fanáticos de los deportes que tenemos en nuestro país.
No digo simpatizantes, sino fanáticos de los deportes. Son los hombres que
usan la camiseta de otro hombre, con el nombre y el número de otro en la
espalda. Y lo hacen en forma habitual. Todo hombre que tenga que llevar el
nombre de otro en la espalda de su camiseta necesita preguntarse cómo ve
su propia hombría.
O son los hombres que viven indirectamente a través de los personajes
de las películas de acción o de los programas televisivos llenos de mujeres
apenas vestidas, de aventuras y de intriga. Son los hombres que no se
comportan como tales en su propia alcoba cuidando a la mujer con la que
están para que ella libremente le responda e interactúe con él, sino que, en
lugar de eso, prefieren la gratificación de segunda mano a través de la
pornografía. El uso de la pornografía es uno de los mayores indicadores de
que un hombre ha perdido contacto con su propia hombría, ya que tiene que
aprovecharse de la intimidad de otras personas.
Una de las cosas más dañinas para los que rodean al hombre que ha
perdido su capacidad de respirar o que tiene demasiado miedo como para
intentarlo es que se vuelve controlador, dominante y emocional o
físicamente abusivo hacia alguien más débil que él. Esto se ve típicamente
en el hogar entre el marido y la esposa. Aunque en su trabajo parezca
simpático, cooperador y respetuoso, este hombre critica a su esposa, le
niega su cariño, controla sus gastos y su vida social, y limita su desarrollo
personal y profesional para que ella permanezca en un constante estado de
dependencia forzada con él. Ese hombre lo hace porque no sabe cómo sentir
o ejercitar un poder legítimo; por lo tanto, busca dominar a alguien que es
más débil que él.
El poder legítimo es el poder controlado por la autoridad que existe bajo
los límites claramente definidos por Dios. Es el poder que se rinde a las
reglas de Dios, y antes que nada, a sus normas para vivir de una forma que
refleje y manifieste amor por Dios y por los demás.
Los varones fueron creados para respirar. No obstante, cuando el
entorno social es el único que ofrece la salida para respirar, y cuando la
salida que ofrece es una expresión ilegítima de hombría, la iglesia ha
perjudicado a los hombres, ya que no existe mayor autoridad legítima para
gobernar aparte de Dios. Cuando los hombres no entienden que han sido
extraordinariamente destinados a liderar dentro del dominio en el que han
sido puestos, se quedan con una definición confusa de hombría que
terminará lastimándolos no solamente a ellos sino a las personas que los
rodean.
Yo me ocupo
No hay cosa que me guste más de mi vida que ser varón. Amo a mi esposa.
Amo a mi familia. Me encanta mi llamado (y, como dije antes, me encanta
el fútbol americano). No obstante, todo eso depende del cumplimiento de
una realidad mayor: ser un hombre. A veces, cuando me despierto por la
mañana, incluso antes de pisar el suelo, digo: «Evans, ser hombre es
genial». El día que tengo por delante está rogando ser explorado,
experimentado y conquistado.
Hay algo inherente al ADN masculino que lo impulsa a ponerse a la
altura de las circunstancias, a resolver la ecuación, a proteger, defender,
vencer y restaurar. Los retos de la vida nos provocan a que los desafiemos.
Las responsabilidades nos llaman a que las cumplamos.
Me encanta ser hombre.
Sin embargo, dentro de esa fascinación hay una pasión aún mayor por
preparar y fortalecer a otros hombres para que comprendan toda la
expresión de su hombría dentro de las complejidades que imperan en el
reino de Dios. Si usted es hombre, debería encantarle ser todo un hombre.
Más que eso, debería encantarle ser un hombre del reino. Ser un hombre del
reino es el destino de todo hombre. Y todas las mujeres sueñan con estar
con uno, porque cuando un hombre del reino gobierna bien su espacio, todo
el mundo se beneficia.
Todos pueden descansar bien.
En la casa de los Evans tenemos una seña. No recuerdo exactamente
cuándo empecé a hacerla, pero cuando surge un problema, o cuando un
asunto legítimo provoca preocupación o angustia, a veces levanto tres
dedos. Nada más. Cuando levanto los tres dedos, y sin tener que decir una
palabra, inmediatamente puedo ver que el rostro de mi esposa o de
cualquier otra persona con la que esté hablando se relaja. La tensión
desaparece porque esos tres dedos son el recordatorio de tres palabras: Yo
me ocupo.
Yo me ocupo.
Cuando digo: Yo me ocupo, quiere decir que cualquiera al que se lo esté
diciendo ya no tiene que seguir cargando con el asunto, preocupándose ni
tratando de resolverlo. Yo me haré cargo del tema. Y si se trata de algo que
no puedo resolver, brindaré el consuelo, la estabilidad y la comprensión
necesarias para superar esa situación. No significa que yo literal y
tangiblemente haga todo. Quiere decir que yo me encargo de que se haga.
Como hombre, cuando le ha demostrado a su mujer, a sus hijos o a las
personas dentro de su esfera de influencia que usted es digno de confianza,
es responsable y que asume la responsabilidad de arreglar, resolver o
simplemente de llevar la carga de aquello que no se puede resolver, los ha
liberado para que puedan descansar. Los ha liberado para que se relajen,
porque saben que pueden confiar en el hombre que, mediante los hechos
pasados, les ha demostrado que él se hace cargo. Como hombre del reino,
las personas que lo rodean necesitan saber que usted se ocupa.
No es distinto a cuando Dios nos dice que no nos preocupemos.
Esencialmente, Dios dice:
«No tengan miedo, yo me ocupo».
«No se preocupen, yo me ocupo».
«Quédense tranquilos, yo me ocupo».
La cobertura que Dios nos da por ser sus hijos es un modelo de la
manera en que nosotros, como varones, tenemos que cubrir a los que están
bajo nosotros. Darles cobertura o ser la cobertura de alguien simplemente
significa que usted brinda la protección y la provisión necesarias, así como
también un entorno para alimentar y fomentar la salud emocional, espiritual
y física. Muchachos, cuando Dios se ocupa y ustedes lideran y viven según
sus principios y bajo su dirección, su fe en él se demuestra por la forma en
que ustedes se relacionan con quienes los rodean. En esencia, ustedes se
ocupan porque están confiando en y funcionando conforme a la verdad de
que Dios se ocupa.
Uno de los reflejos más visuales que tengo de esta cobertura es una
estatuilla de bronce de un águila macho con sus alas desplegadas cubriendo
a una madre águila y a sus crías. La estatuilla está puesta en una ubicación
destacada dentro de mi oficina en la iglesia para que me sirva como
recordatorio de mi rol sobre las personas que están bajo mi dominio. Como
el águila que protege a los que tiene a su cargo, Dios no se sienta en el sofá
a mirar la televisión cuando alguien lo necesita. Tampoco sale corriendo al
trabajo como una excusa para escaparse. En cambio, asume la
responsabilidad de consolar a los que están en crisis o de corregir la
situación.
Usted se ocupa
Su destino como hombre del reino es cumplir su razón de ser, la cual fue
divinamente creada, glorificando a Dios a través de la promoción de su
reino. Junto con el impulso de vencer dentro de cada hombre del reino
debería haber una convicción igualmente fuerte de dar cobertura. Esa
cobertura incluye responsabilizarse de lo que Dios ha puesto bajo su
cuidado. Ustedes pueden tomar esa responsabilidad, señores, aunque
sientan que les faltan las habilidades, la sabiduría o la capacidad para
hacerlo, si tan solo se alinean debajo de Dios, porque él se ocupa. Todo es
una cuestión de alineamiento.
Estar alineado debajo de Dios es tomar decisiones, sean personales o
profesionales, coherentemente alineadas con la Palabrade Dios. Eso
significa recurrir intencionalmente a las Escrituras y, a menudo, también a
una persona conocedora de la Escritura sobre algún asunto específico que
usted esté tratando. Por ejemplo, si está buscando resolver un tema
económico o establecer para su vida sólidos principios económicos y
administrativos, usted busca todo lo que pueda encontrar en la Palabra de
Dios al respecto, y comienza a aplicarlo en su vida.
Cuando yo era un joven casado que estaba empezando una obra en una
iglesia, terminando mi doctorado y comenzando el proceso de hacer planes
económicos para el futuro, leía la Escritura en busca de todo lo que Dios
hubiera dicho sobre cómo manejar el dinero que nos había dado. Luego,
para estar seguro de alinearme con la Palabra de Dios, busqué a los que
fueran entendidos en temas económicos y en la sabiduría de Dios al
respecto. Larry Burkett accedió a reunirse conmigo para guiarme sobre la
forma de administrar el muy escaso dinero que teníamos en nuestra familia,
a fin de que no nos metiéramos en deudas mientras hacíamos malabares con
los gastos del seminario, sumado al bajo ingreso proveniente de estar
iniciando una iglesia. Ese es un ejemplo práctico de cómo puede usted
alinearse intencionalmente debajo de Dios.
Sin embargo, a veces se presenta una situación en mi casa o en la iglesia
que me hace pensar: No hay forma en que yo pueda remediar esto. Es
demasiado serio, demasiado turbio o demasiado caótico, y no hay nada
específico en la Escritura que trate los detalles de este tema, salvo confiar
en Dios, tener fe y honrarlo. No obstante, ¿sabe qué hago cuando ocurre
eso? Levanto los tres dedos. Y los levanto en serio, no porque esté
fingiendo ocuparme del tema, sino porque, como hombre que está
supeditado a Dios, tengo fe en que él se ocupa. De esa forma, todos los que
me rodean pueden descansar ya que es mi manera de comunicarles que
pueden dejar de lado la carga porque yo me ocupo. El motivo por el que
puedo decir eso con confianza es porque sé que Dios se ocupa. También lo
hago para recordarme a mí mismo que, como hombre y como líder, es
posible que no me guste el problema o el asunto que ha aparecido —y que
quizás ni siquiera lo haya causado—, pero mi deber es, de la mejor manera
posible, encararlo, afrontarlo y cubrir a los que están enfrentándolo.
Tres dedos.
Yo me ocupo.
Usted se ocupa.
Inténtelo alguna vez.
Sin embargo, recuerde que esos tres dedos funcionan únicamente si
usted está adecuadamente alineado bajo el gobierno integral del reino de
Dios en su vida.
Primera de Corintios 10:31 nos dice que cualquier cosa que hagamos —
sea que simplemente comamos o bebamos—, debemos hacerla para la
gloria de Dios. Estar alineado debajo de Dios es seguir este principio tanto
en lo que parece rutinario como en las áreas apasionantes de la vida. El
alineamiento consiste en preguntarse a conciencia qué opina Dios, qué dice
o qué quiere que usted haga sobre este tema. ¿Qué cosa lo glorificará?
Un hombre del reino es el sueño de toda mujer porque cuando él
funciona según los principios del reino de Dios, ella puede descansar bajo
su cobertura.
Ella puede escucharlo decir: Yo me ocupo, y cuando lo hace, ella se
puede relajar.
Como hombre, usted es responsable. Tiene que asumir toda la
responsabilidad de gobernar al máximo de su capacidad para mejorarse a
usted mismo y a los que están en su dominio. Eso no significa que esté
personalmente obligado a resolver todos los asuntos, pero sí quiere decir
que tiene la obligación de supervisar que se resuelvan, si es que están
dentro de su esfera de influencia o de su autoridad.
Señores, recuerden también que gobierno no significa dominación o
control; significa liderar con sabiduría para los demás. Cuando lo hagan,
como veremos en el próximo capítulo, deben recordar su llamado a la
grandeza. Señores, ustedes fueron creados para ser magníficos. Fueron
hechos para eso. De ustedes depende aceptarlo. Hay demasiados varones
que no se dan cuenta de eso, o que no saben cómo lograrlo.
Sin embargo, como hombre del reino, su destino es la grandeza.
3
EL LLAMADO DE UN HOMBRE A
LA GRANDEZA
Nada se compara con la electricidad que impregna el aire saturado del olor
a transpiración, mientras unos hombres altos como torres luchan cara a cara
y cuerpo a cuerpo en busca de un único objetivo: la red. Como el capellán
que más tiempo ha acompañado a un equipo de la Asociación Nacional de
Baloncesto (NBA) y habiendo servido a los Dallas Mavericks de la NBA
durante más de tres décadas, me resulta sumamente familiar la sensación y
el olor de esta atmósfera, tal como si fuera parte de mí. Es enardecedor e
irresistible a la vez. Me fascina.
Es imposible no reconocerlo, ni bien se ingresa a la cancha. El aire se
espesa con la expectativa y la avidez, consumiendo a todo el que se
encuentre frente a la presencia de los jugadores y del cuerpo técnico. Decir
que la pasión domina los ánimos sería insuficiente. Eso se parece más a un
ansia pura de grandeza.
Cuando los Mavericks llegaron a la final en 2011, en el campo de juego
había dos equipos de cinco hombres que buscaban descaradamente
demostrar cuál era el mejor. Eran hombres en una cruzada, con un objetivo,
y ese objetivo no era ni más ni menos que proclamar al mundo entero su
grandeza.
Así como las mujeres fantasean con las relaciones sentimentales, los
hombres fantasean con la grandeza. Mientras que las mujeres fantasean con
acurrucarse con alguien, los hombres fantasean con la conquista. Como
hombres, queremos hacer algo. Tenemos ansias de trascendencia, de
influencia y de producir impacto. Nuestro deseo de grandeza se demuestra
en los deportes que jugamos, los desiertos que cruzamos o las películas que
miramos. La mujer puede disfrutar de una película de amor con un
argumento romántico suave y agradable, pero los hombres —la mayoría de
ellos, al menos— quieren guerra. Queremos ver la sangre, la batalla, la
pelea, la intriga, y queremos sentir la adrenalina de la persecución. Nosotros
salimos a matar al dragón, a asaltar el castillo y a rescatar a la princesa que
está en peligro. Somos hombres. Hacer menos que eso sería algo común y
corriente, y los hombres no deseamos cosas comunes ni corrientes.
Los hombres anhelan ser grandes.
No solo queremos ser grandes; también queremos que se nos reconozca
como tales. Ningún jugador en el equipo que haya ganado el campeonato de
la NBA desecha jamás su anillo. Lo reclama y lo usa para que todos sepan
lo que hizo. De hecho, hay hombres que ganaron el campeonato hace veinte
años y que todavía usan sus anillos. A pesar de que haya pasado muchísimo
tiempo, usan sus anillos porque quieren que los demás sepan que son
magníficos.
Cuando un hombre se pasea con una hermosa mujer del brazo, uno sabe
lo que él debe estar pensando. Desea que lo vea la mayor cantidad posible
de hombres porque quiere que los demás sepan que él la consiguió, que él
es el guerrero que conquistó el corazón de esa belleza.
En efecto, es tan fuerte el anhelo de grandeza que siente el hombre que
quizás intente vivirlo a través de otra persona. Como dije antes: lo vemos
comúnmente cuando un hombre se pone la camiseta que tiene inscrito el
nombre de otro hombre, y siempre es el número de un jugador que es
considerado muy importante. Muy rara vez verá a un hombre usando la
camiseta de un pateador o del jugador de los equipos especiales.
Normalmente, el hombre comprará —y pagará una suma importante— para
usar la camiseta del Jugador Más Valioso, del mariscal de campo o de otro
gran jugador del equipo.
Ya sea que nos sintamos cómodos o no para admitirlo en los círculos
espirituales, los hombres quieren ser grandes.
Yo lo reconozco; no me molesta: quiero ser un gran hombre.
Y si usted fuera tremendamente sincero, yo apostaría a que usted
también quiere serlo.
No obstante, algo que tal vez lo sorprenda y que me gustaría sugerir es
que, lejos de lo que solemos escuchar en la enseñanza bíblica sobre el
servicio y la humildad, Dios también quiere que usted sea grande.
No solo quiere Dios