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Un libro de Enfoque a la Familia publicado por Tyndale House Publishers, Inc., Carol Stream, Illinois 60188 Enfoque a la Familia y el logo y diseño acompañantes son marcas registradas federalmente de Enfoque a la Familia, Colorado Springs, CO 80995. Visite Tyndale en Internet: www.tyndaleespanol.com y www.BibliaNTV.com. TYNDALE y el logotipo de la pluma son marcas registradas de Tyndale House Publishers, Inc. Un hombre del reino: El destino de todo hombre, el sueño de toda mujer © 2013 por Anthony T. Evans. Todos los derechos reservados. Originalmente publicado en inglés en 2012 como Kingdom Man: Every Man’s Destiny, Every Woman’s Dream por Tyndale House Publishers, Inc., con ISBN 978-1-58997-685-6. Fotografía del cielo en la portada © TriggerPhoto/iStockphoto. Todos los derechos reservados. El diseño de fondo © Ingvar Bjork/Shutterstock. Todos los derechos reservados. Fotografía del hombre en la portada por Stephen Vosloo. © por Tyndale House Publishers, Inc. Todos los derechos reservados. Diseño de la portada: Dan Farrell Traducción al español: Adriana Powell y Omar Cabral Edición del español: Mafalda E. Novella El texto bíblico sin otra indicación ha sido tomado de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Usado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188, Estados Unidos de América. Todos los derechos reservados. Versículos bíblicos indicados con NVI han sido tomados de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional,® NVI.® © 1999 por Biblica, Inc.™ Usado con permiso de Zondervan. Todos los derechos reservados mundialmente. www.zondervan.com. Versículos bíblicos indicados con RVR60 han sido tomados de la Santa Biblia, versión Reina-Valera 1960. Copyright © 1960 Sociedades Biblicas en América Latina; Copyright © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Usado con permiso. Ninguna parte de esta publicación debe ser reproducida, guardada en un sistema de recuperación o transmitida de cualquier forma o por cualquier manera —o sea electrónica, mecánica, fotocopia, grabación o de algún otro modo— sin el previo permiso de Enfoque a la Familia. Production: Library of Congress Cataloging-in-Publication Data Evans, Tony, date. [Kingdom man. Spanish] Un hombre del reino : el destino de todo hombre, el sueño de toda mujer / Tony Evans. pages cm Includes bibliographical references. ISBN 978-1-4143-8070-4 (sc) 1. Men (Christian theology) 2. Christian men—Religious life. I. Evans, Tony, 1949—Kingdom man. Translation of: II. Title. BT703.5.E9318 2013 248.8'42—dc23 2012051426 ISBN 978-1-4143-8699-7 (ePub); ISBN 978-1-4143-8698-0 (Kindle); ISBN 978-1-4143-8700-0 (Apple) Build: 2017-10-12 09:27:31 http://www.tyndaleespanol.com/ http://www.bibliantv.com/ http://www.zondervan.com/ Dedico este libro a mis nietos: Jackson Jesse III Jerry Jr. Kanaan Jude Joel Jonathan II quienes son hombres del reino en formación. CONTENIDO Agradecimientos Introducción Parte I: La formación de un hombre del reino 1: El clamor por un hombre del reino 2: El concepto de un hombre del reino 3: El llamado de un hombre a la grandeza 4: El poder de un verdadero hombre 5: Alinearse para impactar 6: El verdadero significado de ser la cabeza Parte II: El fundamento de un hombre del reino 7: El rugido del dominio 8: Autorizado para gobernar 9: Obtener su autoridad 10: Tocar el cielo, cambiar la tierra 11: Claves para reclamar su territorio Parte III: La función de un hombre del reino (Salmo 128) 12: Un hombre del reino y su vida personal 13: Un hombre del reino y su vida familiar 14: Un hombre del reino y su vida eclesiástica 15: Un hombre del reino y su vida comunitaria Conclusión Resumen de la estrategia para un hombre del reino Apéndice: The Urban Alternative Notas AGRADECIMIENTOS Quiero expresar mi gratitud al excelente equipo de Enfoque a la Familia y a la casa editorial Tyndale House Publishers, Inc., por su visión y entusiasmo para que este libro fuera una realidad. Estoy agradecido por la armonía entre quienes se dedican a propagar este mensaje a los hombres del reino. INTRODUCCIÓN Me encantan las películas de Indiana Jones. ¿A quién no? Indiana Jones era todo un hombre. Ahí estaba este arqueólogo pasándose incontables horas, días, semanas, meses y a veces hasta años en la búsqueda de objetos valiosos. Desde luego, en el camino se enfrentaba con obstáculos peligrosos. Indi tenía que vencer dificultades, resistencias y peligros, pero siempre lo lograba. Y al final, siempre descubría su tesoro. En la misma línea están las películas La leyenda del tesoro perdido, protagonizadas por Nicolas Cage. El personaje de Cage, Benjamin Franklin Gates, se la pasaba procurando pistas que pudieran conducirlo a lo que estaba buscando. Igualmente, él se enfrentaba al peligro, a la adversidad, a la corrupción y a veces incluso a las catástrofes. Sin embargo, todo valía la pena cuando él, como Indiana, conseguía el tesoro. Jesús habla de un tesoro. Él lo llama el reino de Dios. Él dice que este reino es un tesoro sorprendentemente valioso ante el cual absolutamente nada debería interponerse. En términos escatológicos, el reino se refiere a los mil años del reinado de Cristo cuando él regresará a gobernar la tierra desde Jerusalén. No obstante, aquí y ahora, el reino también ha sido establecido entre nosotros mediante principios, pactos, responsabilidades, privilegios, derechos, reglas, ética, cobertura y autoridad. «El reino del cielo es como un tesoro escondido que un hombre descubrió en un campo» (Mateo 13:44). Vale la pena luchar por un tesoro. Un tesoro incalculable como este vale todo lo que usted tiene, pero no lo crea nada más porque yo lo digo. Jesús mismo lo dijo. La razón por la que tantos hombres en la actualidad viven sin siquiera algo que se parezca al tesoro es porque no han entendido el misterio del reino; en cambio, se conforman con baratijas, aparatos electrónicos, palos de golf, videojuegos, carreras, autos y paquetes de turismo. Estas cosas están bien... a menos que lo desvíen a uno del camino de la búsqueda del reino. A menos que se conviertan en su meta. Mi hijo Jonathan es un tipo grandote. En la NFL, ha jugado con los mejores jugadores. Se defiende bastante bien. Sin embargo, no siempre fue así de grandote. Recuerdo que una vez subió corriendo a mi oficina en la iglesia para pedirme que bajara al gimnasio a ver cómo con su cuerpo de un metro sesenta hacía un mate de baloncesto. Había estado practicando durante meses. Cuando llegué, Jonathan agarró la pelota, la dribló e hizo un mate. Solo le ofrecí una breve felicitación. Luego me dirigí al coordinador de atletismo y le dije enfáticamente que levantara la canasta hasta la altura donde debía estar. Impaciente por crecer, Jonathan había bajado el aro. «Sube la canasta, Jonathan —le dije—, e inténtalo de nuevo». Así lo hizo. Y no lo logró. No obstante, siguió intentándolo y, con el tiempo, lo logró. Muchachos, Dios tiene su nivel; él tiene una meta. Su reino es esa meta. Sin embargo, muchos han rebajado el nivel de Dios y entonces se felicitan a sí mismos por ser capaces de hacer un mate. No obstante, los resultados de este nivel rebajado afectan a muchos más que tan solo al hombre que está en la pista. Un nivel bajo nos afecta a todos. Se nota en el país, en nuestra cultura, en la economía mundial. No hay más que mirar rápidamente alrededor, en nuestros hogares, iglesias, comunidades y el mundo, para descubrir que los hombres —no todos, pero sí muchos— han perdido el objetivo de vivir como hombres del reino. El impacto de un nivel bajo deja cicatrices, sin importar en qué raza, en qué nivel adquisitivo o en qué comunidad esté la persona. Los resultados pueden ser distintos, dependiendo de su ubicación, pero todos son igualmente devastadores. La promiscuidad, la vacuidad, la depresión, la irresponsabilidad crónica, las familias desintegradas, el despilfarro económico, el divorcio, la violencia, la drogadicción,la glotonería, el abuso de los placeres, la bancarrota, la baja autoestima y la generalizada falta de rumbo asedian a nuestra sociedad como resultado directo del abuso o de no cumplir con el perfil de la hombría bíblica. El deterioro de la sociedad local así como el de la sociedad a nivel mundial ha alcanzado su punto más alto de todos los tiempos, mientras que el toque de rebato para que los hombres manifiesten su apoyo a la hombría bíblica nunca ha sonado con tanta intensidad. Nuestro mundo anda por una degradante senda de comportamiento autodestructivo. Eso tiene que cambiar. Sin embargo, el cambio no sucederá a menos que los hombres suban el estándar a la altura en que Dios lo había colocado originalmente. Este libro habla acerca de levantar ese nivel y de definir la hombría tal como Dios pretendió que fuera. Trata sobre descubrir qué significa ser un hombre del reino. PA RT E I LA FORMACIÓN DE UN HOMBRE DEL REINO Un hombre del reino es aquel que manifiesta visiblemente el dominio completo de Dios debajo del Señorío de Jesucristo en cada área de su vida. 1 EL CLAMOR POR UN HOMBRE DEL REINO Un hombre del reino es la clase de hombre que cada mañana, cuando pisa el suelo, el diablo dice: «¡Ay, no, ya se levantó!». Cada día, cuando un hombre del reino sale de su casa, el cielo, la tierra y el infierno se dan por enterados. Cuando protege a la mujer que tiene bajo su cuidado, poco puede hacer ella por resistirlo. Sus hijos lo miran con confianza. Los demás hombres ven en él alguien a quien imitar. Su iglesia recurre a él en busca de fortaleza y liderazgo. Es un protector de la cultura y un campeón de la sociedad en no dejar pasar el mal y en dar la bienvenida al bien. Un hombre del reino comprende que Dios nunca dijo que la vida en santidad sería fácil; él solamente dijo que valdría la pena. Como un jugador de fútbol que sale del túnel al campo de juego, así comienza cada día un hombre del reino. No solo sale al campo en una explosión de fuego, sino también domina toda oposición que se levanta contra él. Un hombre del reino apunta directamente a un único propósito: promover el reino para el mejoramiento de aquellos que están en él, lo cual glorifica al Rey. Y procurará cumplir este objetivo a cualquier costo personal. Como capellán de los Dallas Cowboys, tanto en años recientes como en la cima de los años de Tom Landry, vi numerosos juegos de la Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL). También jugaba al fútbol americano todas las noches y fines de semana, prácticamente desde que gateaba, hasta que una lesión en mi pierna que necesitó cirugía acabó con mi juego. Sin embargo, independientemente de cuántos partidos haya visto o jugado, jamás escuché que un jugador se quejara de que los rivales fueran demasiado duros o de que la meta fuera demasiado difícil de lograr. Cualquiera que haya jugado alguna vez o que haya seguido el fútbol americano sabe que la victoria no llega solamente porque uno la desee. La victoria se gana únicamente con sudor, agallas y sangre. Cuando las tres cuartas partes del juego han dejado sin aire los jadeantes pulmones de los delanteros, y estropeado los cuerpos de los que llevan o persiguen la pelota, y torturado las mentes y los músculos de todos los involucrados, a menudo el triunfo llega solo mediante una total determinación. Les llega a aquellos que saben que el agotamiento es simplemente una palabra, y que el propósito es mucho más grande que el dolor. El tercer equipo El fútbol americano es un deporte masculino. Nadie lo duda. Es lo más parecido que hay en nuestro país a una batalla organizada de gladiadores. En él, la pasión, la fuerza y el poder se fusionan con precisión y destreza, mientras dos equipos se enfrentan en un despliegue épico de fuerza y de voluntad. No obstante, a diferencia de la mayoría de las batallas y de la mayoría de las guerras, hay un tercer equipo en este conflicto. Tres equipos salen al campo. De hecho, este tercer equipo está intrincadamente involucrado en todos los aspectos de la lucha que lleva a la declaración de un vencedor. Quizás usted nunca haya notado que hay tres equipos en el campo de juego, pero le aseguro que se habría dado cuenta si el tercer equipo no hubiera aparecido; porque sin ese tercer equipo, habría caos en el campo. Habría confusión en la confrontación. De hecho, no habría manera de jugar al fútbol, tal y como lo conocemos. Esto se debe a que el tercer equipo es el equipo de árbitros. Los árbitros son únicos en cuanto a que su máxima responsabilidad no es para con los equipos que están en el campo, ni para alinearse con los planes de los jugadores. Las obligaciones de los árbitros no tienen que ver con los que están en la lucha, ni siquiera con los que observan cómo se desarrolla la misma. Su responsabilidad, así como su lealtad, pertenece a un reino llamado la oficina de la NFL. Este reino supera, prevalece y decide por encima de todos los demás. Los árbitros han recibido un libro de la oficina de la Liga. Tienen su propio libro con las directivas, pautas, reglas y regulaciones según las cuales tienen que manejar los acontecimientos en el campo de juego. Mientras que ambos equipos están constantemente tironeando a los oficiales para que tomen partido por alguno, canten penales o aprueben jugadas, el equipo de los árbitros debe dar directivas acordes al libro de su reino, en vez de hacerlo según sus preferencias o emociones personales. Cada decisión tomada por cada persona en este tercer equipo debe estar de acuerdo con las directivas del libro que tienen. Su obligación es seguir este libro que viene directamente del presidente de la Liga, quien ha delegado autoridad en ellos. Si, en alguna oportunidad, un árbitro toma una decisión que favorece a alguno de los equipos o a un jugador en particular —por causa de la presión de los hinchas, por influencia de los jugadores o del equipo técnico, o simplemente por preferencias personales— y dicha acción no se atiene al libro, ese árbitro perderá inmediatamente el apoyo no solo de la oficina de la Liga, sino también del presidente. Si el punto de vista de un árbitro invalida el punto de vista del libro, suplantando al reino con el cual está en última instancia comprometido, el árbitro no podrá seguir ejerciendo la autoridad. Esto se debe a que la oficina central de la NFL en el número 345 de Park Avenue en Nueva York respaldará al árbitro únicamente si dicho árbitro obedece el libro. Una vez que el árbitro abandona el libro, se degrada a sí mismo al nivel de hincha y se vuelve ilegítimo en los términos de la autoridad que previamente ejercía. Tomar la decisión Muchachos, ustedes están en una batalla. Están en una guerra. Lo que está en juego en esta guerra y sus víctimas es mucho más que una marca en la columna de ganancias o pérdidas. Se perderán vidas. Se definirán eternidades. Se descubrirán o se descartarán destinos. Se realizarán sueños o se renunciará a ellos. Jesús no le ha pedido que sea un hincha. Ya tiene cualquier cantidad de hinchas. Cada domingo a las 11:00 de la mañana, sus fanáticos se muestran con fuerza. Aparecen en los estadios de todo el mundo, a menudo colmando su capacidad. Dentro de esos estadios hay una gran emoción, canciones sensacionales, prédica, entusiasmo, ovaciones de adulación, reconocimiento y declaraciones de apoyo. Sin embargo, a Jesús no le interesa tener hinchas. Ningún fanático jamás ha preparado el escenario para ganar una batalla. Jesús quiere hombres que cumplan con sus planes, su gobierno y sus pautas en un mundo en crisis. Jesús quiere hombres que gobiernen bien. Este reino de hombres fue intencionalmente puesto en un lugar llamado la tierra, pero ellos reciben instrucciones de la oficina de la Liga que está en el cielo. Este grupo de hombres no se deja manipular por lo que dice la mayoría, ni por las corrientes de pensamiento más populares del momento, ni siquiera por sus preferencias personales. Más bien, estos hombres son gobernados por el reino al cual pertenecen. Hombres que toman decisionesde acuerdo con el Libro bajo la autoridad de su Presidente, el Señor Jesucristo, de manera que no se propague el caos en esta guerra llamada vida. Tenga presente que gobernar algo no se refiere a la dominación o al control ilegítimo. El abuso que hace la humanidad del término gobernar a través de las dictaduras y de las relaciones abusivas ha distorsionado el llamado legítimo a que los hombres gobiernen bajo el soberano gobierno de Dios y de acuerdo a sus principios. En todo juego, como puede imaginarse, si el equipo de árbitros no dictamina correctamente, surge un fuerte clamor no solo de las tribunas o de los televidentes, sino también de los jugadores y los entrenadores. Se produce un reclamo en respuesta al caos que se desata en el campo: el clamor para que los árbitros gobiernen bien. El clamor por un hombre del reino Si escucha con atención, es posible que oiga el clamor pidiendo que los hombres del reino también gobiernen bien. Puede escucharlo en el caos cultural, que provoca un ruego que se eleva desde los hogares, las escuelas, los barrios, las comunidades, los estados y desde cada alma exhausta afectada por la ausencia de los hombres del reino. Nunca ha estado nuestro país o nuestro mundo frente al precipicio de la adversidad con una necesidad tan extrema de que los hombres respondan al reclamo de gobernar bien. Escuche. Está en todas partes. Es fuerte. Está en el latido de cada niño que nace o que crece sin un padre, en los sueños de cada mujer que son ahogados por un hombre irresponsable o descuidado, en cada esperanza sofocada por circunstancias confusas, en el alma solitaria de cada mujer soltera que busca alguien con quien valga la pena casarse, y en cada iglesia y comunidad desprovistas de contribuciones masculinas significativas. Es el clamor por un hombre del reino. Si el equipo de árbitros se quedara parado en los márgenes y nunca dijera nada sobre lo que está ocurriendo en el campo, el público no se dirigiría a los jugadores que están cometiendo las infracciones para preguntarles por qué están desobedeciendo las reglas. Los hinchas mirarían a los árbitros y les reclamarían: «¿Dónde están? Salgan de ahí y hagan algo». Es debido a que sin el tercer equipo en el campo de juego, todas las batallas serían un caos desde el momento en que se lanza la moneda, lo que llevaría a la pérdida de motivación, interés y orden. Como hombre del reino, el cielo le ha encargado a usted que gobierne en la tierra usando una camiseta diferente. La suya es una camiseta hecha con otro tipo de tela, porque usted representa a un reino diferente en esta batalla. Usted representa al Rey. Y como representante del Rey, el propósito que tiene usted es mucho más elevado que simplemente uno personal y causa impacto en una esfera mucho más amplia de la que usted se pueda imaginar. Como un hombre del reino, hay mucho más para usted de lo que quizás se haya dado cuenta. El soberano del reino La palabra griega utilizada en el Nuevo Testamento para reino es basileia, [1] cuyo significado es «autoridad» y «gobierno». Un reino siempre incluye tres componentes fundamentales: un gobernante, un grupo de individuos sujetos a su gobierno y las reglas o directivas. El reino de Dios es la ejecución fidedigna de su gobierno integral en toda la creación. La agenda del reino es simplemente la manifestación visible del gobierno integral de Dios sobre cada área de la vida.[2] El reino de Dios trasciende el tiempo, el espacio, la política, las denominaciones, las culturas y los dominios de la sociedad. Ya está y todavía no (ver Marcos 1:15 y Mateo 16:28), está cercano y muy lejos (ver Lucas 17:20-21 y Mateo 7:21). Gobernadas por sistemas de pactos, las instituciones del reino incluyen la familia, la iglesia y el gobierno civil. Dios ha dado las pautas para el funcionamiento de todas ellas, y el incumplimiento de esas pautas termina en desorden y en pérdida. Mientras que cada uno de los tres componentes fundamentales mantiene responsabilidades y dominio separados, los tres tienen que trabajar conjuntamente bajo el gobierno divino, basados en los principios de absoluta verdad. Cuando los componentes trabajan así, traen orden a un mundo de confusión y estimulan la responsabilidad personal sujeta a Dios. El componente primordial de un reino, sobre el que descansa todo lo demás, es la autoridad del gobernante. Sin ella se produce la anarquía, que luego termina en un desastre. Satanás sabía esto perfectamente, y esta es la causa por la que el primer movimiento de Satanás en el jardín fue destronar sutil y engañosamente al gobernante. Antes de que leamos sobre el acercamiento de Satanás a Eva en el Edén, toda referencia a Dios en relación con Adán en la Escritura se hace como SEÑOR Dios. Cada vez que lea la palabra SEÑOR (escrita en versalitas), se refiere al nombre Yahveh usado para Dios. El título especial Yahveh significa «amo y soberano absoluto»[3] y es el nombre que Dios utilizó para darse a conocer al relacionarse con el hombre. Antes del nombre Yahveh, Dios se presentó como Creador, que es el nombre Elohim. Sin embargo, cuando Satanás le dijo a Eva que comiera lo que no debía, no se refirió a Dios como SEÑOR Dios. Satanás, esencialmente, eliminó el nombre SEÑOR —quitando así «amo y soberano absoluto»—, y en cambio dijo: «¿De veras Dios les dijo...?». De este modo, Satanás buscó rebajar la soberanía de Dios sobre la humanidad comenzando con el sutil pero efectivo cambio de su nombre. Así, Satanás mantuvo el concepto de religión, pero eliminó la autoridad divina. Al sacar SEÑOR del carácter de autoridad en la relación entre Dios y Adán y Eva, y pasando por encima de Adán, Satanás no solo provocó que la humanidad se rebelara, sino que también se apoderó del dominio que se esperaba que el hombre ejerciera bajo la autoridad de Dios. Al comer el fruto en desobediencia, Adán y Eva eligieron pasar de ver a su Creador como SEÑOR Dios, para verlo como Dios, lo cual trajo como consecuencia la pérdida de su comunión con él y entre ellos, así como el poder de dominio que mana del supremo Soberano. A pesar de que Eva comió el fruto primero, Dios fue a buscar a Adán. Había sido a Adán a quien Dios se le había manifestado como SEÑOR Dios en el contexto de darle instrucción divina. Como consecuencia, cuando el título de amo y soberano absoluto fue eliminado, Adán fue considerado el responsable. Desde entonces ha existido una continua batalla sobre quién gobernará a la humanidad. Esto se debe a que la importancia de Adán no solo radicaba en el hecho de que él fue el primer hombre que Dios hizo. Más bien, Adán debía ser el prototipo en el cual todos los hombres querrían convertirse. Por eso, cuando los hombres toman decisiones basándose en sus propios pensamientos, creencias o valores —como Adán— en vez de hacerlo basándose en lo que Dios dice como Soberano, entonces los hombres eligen gobernarse a sí mismos como lo hizo Adán. Están eligiendo llamar Dios al Rey sin reconocer su autoridad al eliminar su legítimo nombre de SEÑOR Dios o Señor Dios, que también se encuentra en la Escritura refiriéndose a ’adown[4] (amo): el paralelo verbal a Yahveh. Esencialmente, ellos —como Adán— están buscando destronar a su propio Creador aún reconociendo su existencia. Es religión, pero sin la relación con Yahveh como soberano. Hay dos respuestas para cada pregunta: la respuesta de Dios y la respuesta de todos los demás. Cuando estas se contradicen, la de todos los demás está equivocada. Quitar el carácter de amo y soberano absoluto de la relación de Dios con el hombre pone a la respuesta de Dios al mismo nivel que la respuesta de todos los demás. El pecado de Adán fue permitir que el punto de vista humano de su esposa, el cual había sido iniciado por Satanás, fuera más importante que la voluntad revelada y la Palabra de Dios. Adán dejó que una persona cercana a él desautorizara a Dios. Hombres, solamente si vuelven a poner al SEÑOR en la ecuación volverán a experimentar el señorío y la autoridad para la cual fueron creados. La autoridadde Dios Según el relato de Éxodo 34:23, Dios les dijo a los israelitas que todos los hombres debían presentarse delante de él tres veces al año para recibir sus instrucciones. Sin embargo, cuando Dios les decía que se presentaran, específicamente los convocaba ante el «Soberano, el SEÑOR, el Dios de Israel». Los llamaba a someterse a su completa autoridad. Si los hombres se sometían, les decía que ellos, y todas las personas que tuvieran que ver con ellos, recibirían la cobertura, la protección y la provisión de Dios. Sin embargo, solamente las recibirían si se ponían bajo su absoluto dominio. Tan esencial era este elemento de gobierno que Dios usó tres de sus nombres para recordárselos. A los israelitas se les decía que debían presentarse delante del Soberano (’adown) el SEÑOR (Yahveh)[5] el Dios de Israel (’Elohim)[6] Dios estaba al mando, a la tercera potencia. Al utilizar tres nombres diferentes para sí mismo, Dios enfatizó su autoridad suprema sobre los hombres de la nación y los sujetó a que le rindieran cuentas. El mismo principio de la soberanía de Dios que se aplicó a los israelitas es el que se usa para la soberanía de Dios en la actualidad. Él es Dios: Soberano, Señor, Dios de Israel, amo, Dios supremo, gobernante y juez. Un hombre del reino es, por lo tanto, aquel que manifiesta visiblemente el dominio completo de Dios debajo del Señorío de Jesucristo en cada área de su vida. En lugar de ser Adán el prototipo para los hombres, ahora Jesucristo, como el último Adán (1 Corintios 15:45), es el prototipo para el hombre del reino. El hombre del reino es un hombre que gobierna según las reglas de Dios. Igual que el árbitro en un partido de la NFL solo puede dirigir según el reglamento, un hombre del reino es liberado para gobernar cuando toma sus decisiones y ordena su mundo de acuerdo a las reglas de Dios. Cuando un hombre del reino funciona según los principios y preceptos del reino, hay orden, autoridad y provisión. Sin embargo, cuando no lo hace, da vía libre para que él y las personas que lo rodean vivan una vida de caos. El milagro del río Hudson El río Hudson corre a través de la ciudad de Nueva York; en cierto lugar efectivamente separa a Manhattan de la frontera de Nueva Jersey. El Hudson está lleno de historia y de patrimonio. Es, además, uno de los ríos más pintorescos de Estados Unidos, por lo que se ha ganado el apodo de «Rin estadounidense». Recientemente hubo dos acontecimientos en el Hudson que me llamaron la atención porque cada uno muestra qué pasa cuando un hombre gobierna bien su reino, o no. El primero sucedió en el año 2009, durante el helado mes de enero, cuando las aves volaron directamente hacia los motores del vuelo 1549 de US Airways inmediatamente después de que el avión decolara, haciendo que los dos motores del avión simultáneamente dejaran de funcionar. Con solo minutos hasta lo que parecía ser un desastre inevitable, el piloto se comunicó con la torre de control aéreo solicitando autorización para cambiar de ruta y aterrizar de emergencia. Se le dijo que regresara al aeropuerto de LaGuardia. Para entonces, el capitán, Chesley B. Sullenberger III, tenía que tomar una decisión. El aeropuerto no estaba suficientemente cerca para aterrizar, de manera que la única opción de Sullenberger era un amerizaje sobre el Hudson. No obstante, amerizar un avión comercial de fuselaje ancho sobre el agua sin incurrir en pérdidas humanas era muy improbable. Sullenberger, un piloto con cuarenta años de experiencia, estaba plenamente consciente de que no tenía a su favor probabilidades de sobrevivir. Habiendo trabajado como instructor de vuelo, investigador de accidentes e instructor de tripulación de vuelo, Sullenberger no tenía que hacer un gran esfuerzo mental para determinar cuál podía ser el resultado. Sin embargo, con los dos motores fuera de servicio y ninguna otra opción donde dirigirse, Sullenberger se hizo cargo del reino del cual era responsable. En medio del reclamo general de los pasajeros exigiendo que alguien pusiera orden en el caos, Sullenberger hizo algunos ajustes rápidos, mantuvo la altura del avión para que pudiera apenas sobrevolar el puente George Washington e hizo lo que pocos pilotos se hubieran atrevido a hacer: amerizó el avión en el río. Noventa segundos antes de tocar el agua se dirigió a los desesperados pasajeros diciéndoles con calma: «Prepárense para el impacto». Lo que sucedió a continuación fue nada menos que un perfecto amerizaje de manual. Para que el avión no se hiciera pedazos al impactar contra el agua, tenía que amerizar con exactitud a la velocidad correcta y al nivel correcto. Sullenberger levantó cuidadosamente la nariz del avión, niveló las alas y simultáneamente ajustó la velocidad al golpear el agua, para evitar que el avión se hiciera pedazos. Y lo hizo con un artefacto de metal de ochenta toneladas que chirriaba y se sacudía violentamente. A medida que el agua helada empezaba a entrar a raudales en el avión, los pasajeros y la tripulación corrieron a las salidas de emergencia, mientras el capitán Sullenberger dirigía la evacuación. Una vez que la última persona salió del avión, Sullenberger volvió a pasar dos veces más a lo largo de la nave para estar seguro de que todos habían salido sin ningún percance. Con el agua casi a la mitad del interior, Sullenberger fue la última persona en desembarcar del vuelo 1549. Todas las almas a bordo sobrevivieron. Los años que Sullenberger estuvo en puestos de responsabilidad como piloto de la Fuerza Aérea, investigador de accidentes, consultor de seguridad para aerolíneas y gerente de seguridad —por no hablar de las más de diecinueve mil horas de vuelo cumplidas sin incidentes— lo habían preparado dándole las habilidades y la mentalidad necesarias para gobernar bien el mundo de su avión, en lugar de que el avión lo dominara a él. Como consecuencia, Sullenberger no solo evitó que sus hijas adolescentes quedaran huérfanas y su mujer, viuda, sino que también protegió la vida y el legado de 155 personas, entre las cuales el más joven era un bebé de nueve meses. El gobernador de Nueva York David Paterson llamó a este incidente «El milagro del Hudson».[7] Tragedia en el Hudson Algo totalmente distinto a un milagro sucedió en el Hudson dos años después. Es la historia verdadera y trágica de una mujer de veinticinco años. Su historia, además de mostrarla a ella, refleja las incontables historias de otras mujeres como ella: abandonadas y quebrantadas por el descuido y el maltrato de un hombre, o de varios hombres con los que se relacionaron. A los quince años tuvo su primer hijo. Al cabo de pocos años, tuvo tres hijos más con otro hombre; a cada uno de los cuales les puso como segundo nombre el apellido de su padre, Pierre. Era una herencia que no debería haberse transmitido. El padre de los niños no se casó con la madre. Había sido arrestado por no pagar la manutención del menor durante meses. En otra oportunidad fue arrestado cuando su hijo de dos años, que había quedado completamente solo bajo su custodia en su departamento, deambulaba por la calle en una gélida noche de febrero. La policía finalmente encontró al pequeño a la 1:15 de la madrugada, llorando cerca de una calle transitada, vestido apenas con unas pocas ropas mojadas. Vecinos y familiares dicen que la madre amaba a sus hijos. Siempre parecían bien cuidados, arreglados y educados. Su mamá asistía a clases en un instituto de la comunidad y trabajaba, probablemente con la idea de superarse en la vida. Sin embargo, un frío día de abril de 2011, publicó una disculpa en Facebook, llamó a su madre, a su abuela y a su padre para despedirse, cargó a sus cuatro hijos en su camioneta y la condujo directamente a las heladas aguas del Hudson. Mientras la camioneta comenzaba a hundirse, su hijo de diez años forcejeó para abrir las puertas cerradas o para bajar las ventanillas, mientras los más pequeños gritaban de miedo. Pudo escurrirse por una ventanilla antes de que la camioneta se hundiera. Luego le contó a la policíaque su madre los había reunido a todos alrededor de ella aferrándolos y que les había dicho: «Si yo voy a morir, ustedes morirán conmigo». Los vecinos cuentan que el padre de los tres niños más chicos había aparecido en casa de la mujer tan solo una hora antes de que ella condujera a sus hijos a la muerte. Aporreó la puerta de su departamento amenazándola a gritos durante más de media hora. Esa no era la primera disputa que había tenido la pareja. Nadie sabe qué la llevó a tomar medidas tan drásticas, pero menos de una hora después de que el padre se fuera, la muchacha y tres de sus cuatro hijos estaban muertos en el río Hudson. No hay duda de que los últimos gritos desesperados de los niños habrán sido con la esperanza de que alguien frenara el caos que había en su mundo. Sin embargo, nadie lo hizo. [8] Algunos podrán echarle la culpa a la joven madre por sus actos. Y sus actos fueron espantosos. No obstante, parte de la culpa de que una mujer se suicide junto con sus hijos, inmediatamente después de una situación volátil por causa del padre de sus hijos, también le corresponde al hombre. Sus últimas palabras, «Si yo voy a morir, ustedes morirán conmigo», es una afirmación reveladora porque refleja el poder del impacto de un hombre, para bien o para mal. Los niños inocentes pueden padecer la muerte de su destino, sus esperanzas, sus sueños, su autoestima, su futuro y posiblemente hasta de su vida cuando un hombre falla en gobernar bien, apagando la vida de la madre, sea que se trate de la muerte literal, emocional o espiritual. Ciento cincuenta y cinco personas sobrevivieron al amerizaje forzoso sobre el Hudson porque un hombre manejó su reino con responsabilidad. Cuatro personas murieron congeladas en el mismo río porque un hombre — o quizás varios— no lo hicieron. ¿Qué rumbo tomaremos? Un hecho interesante sobre el río Hudson que no mencioné antes es que es uno de los pocos ríos que corre en dos direcciones. Mientras que las mareas del Atlántico empujan al río hacia el norte, el origen del río en el lago Lágrima de las Nubes también lleva las corrientes hacia el sur. Antes de recibir el nombre Hudson, el río era conocido por las tribus de indios como Muhheakantuck, que quiere decir «el río que corre en dos sentidos». Al igual que el Hudson fue aclamado como lugar de vida —el milagro del Hudson— y lugar de muerte —«Ustedes morirán conmigo»—, la vida también tiende a fluir en dos sentidos, pero gran parte de eso depende de usted. Gran parte depende de si usted es un hombre del reino que gobierna responsablemente con coherencia y sabiduría, de acuerdo con las pautas y normas presentadas en la Palabra de Dios. O si usted es un hombre de este mundo, que deja a aquellos que están bajo su influencia no solo librados a la vulnerabilidad de lo que la vida pueda poner en su camino, sino también vulnerables a sí mismos como consecuencia del caos que usted ha causado o ha permitido. Si usted es un hombre, le guste o no, por su posición es un líder. Puede que en la práctica sea un líder horrible, pero por su posición, usted ha sido llamado a liderar. Eso es lo que conllevaba el prototipo de Adán. Dios creó a Adán antes que a Eva porque él era quien tenía que responsabilizarse del gobierno y del liderazgo. Adán recibió el llamado a cultivar y cuidar del jardín incluso antes de que Eva fuera creada. Y, como consecuencia, es a Adán a quien Dios fue a buscar cuando ambos, Adán y Eva, lo desobedecieron. Esto es porque Adán era el responsable en última instancia. Como hombre, usted es, en última instancia, responsable por las personas que están bajo su dominio. Señores, la manera en que ustedes lideren jugará un papel importante en la vida o en la muerte que experimenten los que están dentro de su dominio. Pueden dirigir a las personas bajo su cuidado a un lugar seguro, o pueden conducirlas al caos. Sin embargo, el llamado a gobernar bien no es algo que se pueda responder un día y luego olvidar. Dirigir bien es una habilidad para toda la vida que se forja mediante la fidelidad y la dedicación. Sullenberger no amerizó su avión en el agua simplemente porque consideró que sería un acto impresionante. Para ser el héroe del momento, tuvo que presentarse día tras día, año tras año, década tras década, intencionada y consistentemente, poniendo todo su empeño en gobernar bien su reino. El compromiso del capitán Sullenberger por cumplir con las expectativas de las personas a quienes sirve en la industria de la aviación debería inspirarnos para lograr un nivel más alto de dedicación al cumplir con aquello para lo que el Rey del universo nos ha llamado. El Rey le ha entregado un manual que usted debe usar para gobernar, según el cual usted tiene que dominar, liderar, tomar decisiones, dirigir, guiar y alinear las elecciones de su vida. Este manual es su Palabra. Cuando usted lidere conforme a lo que él dice en su Palabra, él lo respaldará con la autoridad que necesita para llevar a cabo la tarea. Pero si no lo hace, tendrá que arreglárselas por su cuenta. Señores, el futuro dependerá de lo bien que ustedes gobiernen el presente. Cuando usted dirige de acuerdo a los principios y a los planes del reino de Dios, da libertad a otras personas para que se conviertan en aquello para lo que fueron creadas. Sin embargo, cuando no lo hace, promueve un mundo de caos, desorden y destrucción, no solo en su propia vida sino también en la vida de los que están bajo su influencia. Como hombre del reino, usted forma parte del tercer equipo que ha sido enviado aquí para traer el gobierno del cielo a un mundo que lo necesita. No obstante, esto no es un juego. Es una batalla real. Es una guerra. Una guerra espiritual. Es posible que no pueda ver directamente a su enemigo, pero su presencia se manifiesta alrededor suyo en todas partes. Cada mañana al poner sus pies en el suelo, ¿hace que su enemigo el diablo diga: «Ay, no, ya se levantó»? Cada día, cuando traspasa la puerta de su casa, ¿se percatan de ello el cielo, la tierra y el infierno? Cuando protege a la mujer que está bajo su cuidado, ¿puede ella resistirse? ¿Sus hijos lo miran a usted con confianza? ¿Acaso otros hombres lo ven como alguien a quien imitar? ¿Su iglesia acude a usted en busca de fortaleza y liderazgo? ¿Es un protector de la cultura y un campeón de la sociedad, que no deja pasar el mal y da la bienvenida al bien? ¿Es un hombre que cumple con su destino y es capaz de satisfacer a la mujer de su vida? Pero sobre todo, cuando Dios busca a un hombre que promueva su reino, ¿lo llama por su nombre? 2 EL CONCEPTO DE UN HOMBRE DEL REINO Como pastor he visto muchísimas víctimas producto de la ausencia de hombres del reino. Tan solo en las últimas semanas, he aconsejado a diez parejas en su último esfuerzo por salvar lo que sienten que ya han perdido. Luego de brindar consejería matrimonial durante más de treinta y cinco años, observo que el problema generalmente se reduce a una cosa: uno o ambos cónyuges están desalineados. Muy pocos hombres entienden qué significa estar alineados con Dios; sin embargo, la mayoría exige obstinadamente que su esposa se alinee debajo de ellos. A menudo no tengo que mirar mucho más allá de la primera fila de asientos en la iglesia para reconocer en la congregación a las víctimas de maltrato, abuso, abandono o confusión de lo que implica la hombría del reino. Lo que veo y escucho en consejería no me sorprende tanto como la frecuencia con la que se está dando en estos días. Es como si hubiéramos caído en un abismo de falta de hombría. No solo en la iglesia observo el resultado de este abismo; también soy testigo de las víctimas que hay fuera de la iglesia. Por ejemplo, las encuentro cuando voy a predicar en la cárcel local. Lo que me impacta cuando recorro por los puestos de control de seguridad y siento el aislamiento que llega inevitablemente por estar dentro de un centro carcelario es el hecho de que cada uno de estos prisioneros fue libre en cierto momento. No solo eso, sino que cada uno de ellos, en algún tiempo,fue un niño libre que corría descalzo, que jugaba o que se quedaba dormido y soñaba con matar dragones y hacer realidad su potencial. Sin embargo, si tuviéramos que analizar sus historias familiares, la mayoría de los presos no solo careció de un hombre que los protegiera y los guiara, sino que además sufrió el impacto negativo de un hombre o de varios. Como consecuencia, cada uno de los presos ahora duerme en una celda fría, tapado solo con una delgada colcha de abandono, vergüenza, inseguridad y remordimiento. Mencioné a estos prisioneros cuando hablé en un evento en Plano, Texas, sobre el rol de la iglesia en la restauración de la comunidad. Irónicamente, este evento se llevaba a cabo en un edificio llamado Centro de Esperanza, pero las estadísticas de hijos sin padres que afectan a los internos proporcionan poca esperanza de grandes cambios en las próximas generaciones, a menos que los hombres en masa comiencen a responder al llamado de ser hombres del reino. Aproximadamente 70 por ciento de todos los presos proviene de hogares sin padre.[9] Alrededor de 80 por ciento de los violadores con problemas de ira viene de hogares sin padre.[10] Las estadísticas sobre la falta del padre fuera de la población carcelaria son igual de alarmantes. El 71 por ciento de estudiantes que abandonan la secundaria procede de hogares donde falta el padre; el 63 por ciento de los suicidios de adolescentes ocurre en hogares donde el padre es un abusador o está ausente.[11] En las zonas residenciales y suburbios de la ciudad, muchos padres han «desaparecido» ya sea por medio del divorcio, del abandono o de la indulgencia excesiva. Muchos padres ponen su carrera por encima de la familia, o aman más el campo de golf que a sus propios hijos. La falta del padre, ya sea a consecuencia de un rotundo abandono o de formas más sutiles de abandono, deja cicatrices similares en quienes lo padecen. Prácticamente todas las patologías sociales en los adultos han sido relacionadas con hogares carentes del padre u hogares donde el padre y/o esposo estaba ausente, era abusivo o era negligente.[12] Para muchos de nosotros que vivimos una vida estable fuera de estas realidades estadísticas, esos números pueden parecernos impersonales y fáciles de ignorar, pero los efectos de esas estadísticas nos afectan a todos. En promedio, los contribuyentes estadounidenses gastan más de ocho mil millones de dólares anuales en estudiantes que abandonan la escuela y se afilian a programas de asistencia pública tales como los cupones de comida, según un informe de mayo de 2010 de CBS News.[13] Los que abandonan la escuela secundaria también ganan en promedio doscientos sesenta mil dólares menos a lo largo de su vida que los estudiantes que se gradúan, lo cual le da a nuestro país una pérdida acumulativa de más de trescientos mil millones anuales en impuestos a los ingresos y a las ganancias.[14] Los embarazos de adolescentes le cuestan a los contribuyentes estadounidenses un promedio de diez mil millones al año en asistencia pública, en reducción de ingresos y en el incremento del costo del sector de salud.[15] Además, como la población carcelaria casi se ha triplicado de 1987 a 2007 y es ahora la tasa per cápita más alta del mundo,[16] gastamos más de 52 mil millones al año en las cárceles.[17] Los problemas sociales no son solo problemas de la sociedad. Son problemas de la iglesia. Son nuestros problemas. Las consecuencias de los problemas de la sociedad nos alcanzan a todos y han contribuido a que nuestro país esté ahora al borde del colapso económico. Los internos de la prisión que yo visito provienen de diferentes culturas, orígenes, edades y experiencias. Han cometido crímenes diferentes, pero algo que la mayoría comparte es que proviene de un hogar sin padre, o de un hogar donde el padre estuvo ausente, fue negligente o fue abusivo. Cuando los miraba a los ojos —tanto a hombres como a mujeres—, yo no veía estadísticas; no veía números en una hoja. Veía un dolor real, un vacío real, una añoranza real, una ira real, una pérdida real y una necesidad real. Ojalá usted también lo hubiera visto, porque las estadísticas nunca pueden contar la historia del alma. Examinando a las víctimas Sin embargo, no hace falta que lo lleve conmigo a la prisión la próxima vez para mostrarle qué les pasa a las personas cuando un hombre no vive como un hombre del reino. Es posible que solo le baste con observar a sus propios hermanos, esposa o hijos. Espero que no, pero es posible. O puede que necesite mirar al hijo de su vecino o a los jóvenes que van a su iglesia. El resquebrajamiento de los hogares. La decadencia de la familia. Los titulares de los noticieros. El colapso de nuestras naciones. Decir que los hombres han perdido su identidad no es suficiente. Abundan las víctimas de los hombres que no cumplen con el rol que Dios les ha dado de proveer liderazgo, y reflejar el carácter y la orientación de Dios. De hecho, yo mismo podría haber sido una de esas víctimas. Cuando tenía diez años, lo único que había conocido en mi hogar hasta entonces era el caos. Yo era el mayor de cuatro hermanos y para todos nosotros el ambiente era muy inestable. Mi padre y mi madre estaban en constante conflicto, por lo que el divorcio parecía ser la única salida. No obstante, el ejemplo que mi papá me ofreció cuando cumplí diez años cambió mi vida para siempre. Ese fue el año en que mi papá se convirtió a Jesús, pero mi padre no aceptó solamente la salvación de Dios; inmediatamente se transformó en un apasionado por Dios y por la Biblia. Se convirtió en un evangelista instantáneo, consumido por la Palabra de Dios. A mi mamá no le gustaba mi padre como pecador, pero mucho menos le gustó como santo. Luego de que mi papá se hizo cristiano, mi mamá hizo todo lo posible por complicarle la vida. Mi papá ni siquiera podía leer la Biblia sino hasta después de que ella se iba a dormir, porque ella le hacía la vida miserable cada vez que lo hacía. Sin embargo, mi papá estaba comprometido para alinearse en sujeción a Dios, así que hacía todo lo posible para demostrarle amor a mi mamá, a pesar de la forma en que ella lo trataba. En lugar de divorciarse de ella, la amó incondicionalmente. Día tras día y mes tras mes, mi mamá intentó mil y una formas de cortar la concentración que mi papá tenía con Dios y de conseguir que él dejara de amarla. Pero nada funcionó. Mi papá se mantuvo tranquilo, constante y cariñoso. Una noche muy tarde, cerca de la medianoche, mi mamá bajó las escaleras con lágrimas en los ojos. Mi papá estaba leyendo su Biblia. Cuando él vio sus lágrimas, le preguntó qué estaba sucediendo. Ella le dijo que no podía entender cómo era posible que cuanto más lo rechazaba, cuanto más cruel era con él y trataba de demostrarle que creer en Dios estaba mal, él era más amable con ella y más invertía en la Palabra. «Yo quiero lo que tú tienes —le dijo—, porque debe ser real». En ese instante ambos se pusieron de rodillas y mi papá llevó a mi mamá a Cristo. Luego de eso, nos llevó a todos los hijos a Cristo, y día a día fue un ejemplo para nosotros del valor de convertir a Dios y a su Palabra en el punto central de todo lo que hiciéramos. Si mi papá no hubiera demostrado la valentía de estar dedicado a Dios y a su familia pese a la fuerte oposición, nuestro hogar se hubiera convertido en una estadística. Yo habría terminado como una víctima. Peor aún, no solo yo habría acabado como una víctima sino que mis propios hijos también podrían haber terminado siendo víctimas. No alcanzan las palabras para enfatizar suficientemente el impacto que el padre tiene en su hogar, el impacto que provoca el marido en el matrimonio, y el impacto que causa un hombre en una iglesia o en una comunidad. Mi padre causó un impacto tan drástico en mi vida que alteró su trayectoria y, como consecuencia, ha influenciado a más personas de las que podrá llegar a saber mientras esté en este mundo. A la inversa, la ausencia de hombres del reino no solamente ha debilitado a muchas de nuestras familiasy las ha hecho vulnerables a los ataques, sino que además ha conducido a nuestro país a uno de los estados económicos, sociales y espirituales más vulnerables que jamás hayamos tenido. Adán, ¿ónde estás? La pregunta que todos nos hacemos al comenzar nuestro viaje por esta área de convertirnos en un hombre del reino es: «¿Cómo fue que terminamos aquí, para empezar?». ¿Cómo nosotros en Estados Unidos —una nación fundada sobre principios de responsabilidad espiritual, tanto comunal como personal— terminamos ahogándonos en un mar lleno de hombres irresponsables? La respuesta a esa pregunta no es tan compleja como se la imagina. De hecho, todo tiene que ver con el Libro del reino. En determinado momento, nos hemos olvidado de revisar el Libro según el cual teníamos que gobernar. No hace mucho, mi nuera Kanika apareció en el programa televisivo de juegos Wheel of Fortune (La ruleta de la fortuna). Kanika no tuvo dificultad en hacer girar la ruleta y resolver los rompecabezas. Volvió a casa con un gran premio, para el orgullo de su esposo, Jonathan. No obstante, a pesar de lo bien que Kanika había jugado, no pudo ganar la ronda final. Cuando Kanika dijo las letras de lo que tenía esperanzas que aparecería en el rompecabezas de la palabra final, solo apareció una de las letras, quedando la mayor parte del rompecabezas en blanco. Hasta el presentador reconoció que este enigma era un desafío. Kanika no tuvo suficientes letras para formar una palabra en solo diez segundos. La situación de Kanika se parece a la de muchos hombres en la actualidad. Tenemos una partecita de la definición de hombría por aquí, otra partecita por allá, pero como no definimos la hombría de acuerdo a la Palabra de Dios —el Libro— en su totalidad, estamos absortos ante una definición a la que le faltan algunas letras y palabras. Estamos tratando de completar las letras con nuestras propias palabras, nuestras ideas y nuestra interpretación. No obstante, al final del día, cuando suena la campana, terminamos con las manos vacías. Es inútil que pretendamos entender o llevar a la práctica la definición de Dios sobre la hombría sin aplicar todo el contenido de su Palabra. Si un árbitro dirigiera un partido siguiendo solamente una parte del reglamento, sería despedido al instante. Sin embargo, nosotros los hombres, por algún motivo, hemos fallado en darnos cuenta de que debemos vivir conforme a la completa Palabra de Dios. Cada vez que la Palabra de Dios es tergiversada, limitada o reducida en su condición de reglamento primordial para la vida del hombre, las víctimas abundan. Tal como sucede hoy en día. Tal como sucedió en el jardín miles de años atrás. Tal como sucedió con Adán. Cualquier discusión sobre el rol, el propósito y el liderazgo de un hombre tiene que empezar con Adán. La teología de Adán no es solo un concepto del Antiguo Testamento. La teología de la responsabilidad del hombre basada en el orden de la creación y las tareas que Dios le asignó sigue a través del Nuevo Testamento, e incluso en la época de la iglesia (ver 1 Timoteo 2:12-14; 3:1; 1 Corintios 11:3). El motivo por el que no podemos encontrar hombres ocupándose de su puesto hoy en día es el mismo que llevó a Dios a cruzar el jardín hace tanto tiempo, preguntando: «Adán, ¿dónde estás?». O como decimos en el lugar de donde yo vengo: «Adán, ¿ónde estás?». La razón por la que Adán estaba inubicable ese día en el jardín es la misma por la que a tantas mujeres solteras se les dificulta encontrar un hombre del reino en la actualidad. Es la misma razón por la que tantas mujeres casadas están frustradas con el hombre que tienen. Es también la misma razón por la que a los pastores y líderes eclesiásticos les resulta difícil acuartelar hombres en sus puestos. La explicación es que los hombres no han entendido bien su rol de gobernar y de liderar como hombres del reino. No olvide que yo elegí usar a propósito el muy a menudo polémico término gobernar en referencia al destino del hombre sobre la tierra porque, a pesar de la mala prensa que esa palabra tiene en el mundo, el gobierno del hombre —cuando se cumple bajo el gobierno integral de Dios— es un liderazgo liberador, no solo para él, sino también para quienes lo rodean. El concepto bíblico de dominio, o de gobierno, no es una dictadura ni una posición de dominación, sino que más bien conlleva el ejercicio legítimo de la autoridad bajo el Señorío de Jesucristo. La autoridad legítima implica todo lo que Dios estipula y le permite hacer al hombre, pero no todo lo que el hombre desea hacer. Los hombres han malinterpretado su derecho a gobernar, no solo por el estigma creado por quienes lo hicieron mal, sino también porque nosotros, en el cuerpo de Cristo, muy a menudo hemos ignorado las enseñanzas sobre el reino de Dios. Como consecuencia, no hemos entendido la teología del reino ni el gobierno del reino. Mientras Cristo caminó por este mundo, habló a menudo del gobierno de Dios a través de su reino. De hecho, según los registros de su ministerio terrenal, Jesús mencionó la iglesia, o en griego ekklesia, solo tres veces, y esas tres veces aparecen en el Evangelio de Mateo, un evangelio imbuido en la mentalidad del reino.[18] Sin embargo, la palabra griega para reino, basileia —que significa «gobierno» o «autoridad»—, aparece 162 veces en el Nuevo Testamento.[19] Mi preocupación es que los líderes cristianos han influenciado a nuestros hombres para construir templos y dirigir programas eclesiásticos, pero hemos fallado en discipularlos en cuanto a lo que significa vivir para el reino. No hay nada de malo con los edificios eclesiásticos, siempre que los que estén dentro de ellos se esfuercen por utilizar estratégicamente los recursos disponibles para promover el reino de Dios. El reino de Dios consiste en su gobierno integral sobre toda la creación. Sus planes incluyen promover su reino y, al hacerlo, mostrar su gloria. Los súbditos de Dios han sido puestos aquí en la tierra para cumplir sus planes. Por tanto, un hombre del reino puede ser definido como un hombre que se sitúa y opera según el gobierno integral de Dios sobre cada área de su vida. Y cada área de la vida debería sentir el impacto de la presencia de un hombre del reino. Usted es responsable Uno de los elementos fundamentales para promover el reino de Dios es entender que, como hombre, usted es responsable por aquello que está dentro de la esfera de influencia que Dios le ha dado: su familia, su ministerio, su carrera, sus recursos, su comunidad u otras áreas de influencia personal. El hombre que renuncia a su responsabilidad cuando aparece el caos o la confusión en su dominio, aunque se trate de su acción directa, se imposibilita a sí mismo para remediarlo. No solo carece del poder de Dios para avanzar, sino que también se descalifica a sí mismo para arreglar inclusive lo que se ha roto. Yo pastoreo una sólida iglesia que tiene más de doscientos empleados. La mayor parte del tiempo, la iglesia funciona sin problemas y no me involucro en la logística cotidiana. No obstante, algunas veces recibo una llamada de alguien en la congregación que suena molesto y que me cuenta algo que no le gusta. Nunca olvidaré la vez que una mujer me llamó para decirme que el día anterior había llamado cinco veces a la iglesia , y que en ninguna oportunidad había conseguido comunicarse con la recepcionista. Cada vez que esta mujer en particular había llamado a la iglesia, la recepcionista no había podido contestar, de modo que la llamada de la mujer había entrado directamente a la máquina contestadora. Ahora bien, cuando recibo una llamada así, tengo que frenarme para no compartir con la persona que está del otro lado de la línea la parábola de la viuda perseverante y animarla a que intente llamar una sexta vez. No, y esto va en serio, mi reacción normal sería preguntarle por qué me presenta a mí las quejas y no a la recepcionista. Después de todo, soy el pastor principal de una iglesia que maneja un personal de varios cientos de personas, una escuela cristiana y uncentro de asistencia social. ¿Cómo se supone que yo tenga que saber por qué la recepcionista no estaba en su puesto en ese preciso momento? A lo mejor estaba atendiendo otras llamadas. No se ofenda, pero pregúntele a ella. Sin embargo, a pesar de que eso es lo que me gustaría decir, esa no es la forma en que realmente respondo, porque, para ser completamente sincero, la persona que llama tiene razón. Ha ubicado y se ha contactado con la persona correcta para quejarse. Como pastor principal, no soy directamente culpable del asunto de las llamadas perdidas, pero mi jerarquía me convierte en responsable en última instancia. Y créame que cuando recibo un llamado o una queja, busco resolverlo inmediatamente como para que no vuelva a suceder. ¿Por qué? Porque yo soy responsable en última instancia de asegurarme de que no se vuelva a repetir. La misma queja es la que le presentaron a Adán. No por una llamada telefónica, sino por un fruto. A pesar de que fue a Eva a quien la serpiente tentó para comer del fruto que había sido prohibido en el jardín de Edén (Génesis 3:1-6), fue a Adán a quien Dios estaba buscando. Después de todo, Adán era el responsable. En Génesis 3:9 leemos: «Entonces el SEÑOR Dios llamó al hombre: “¿Dónde estás?”». Nótese que Dios reafirmó su autoridad en su relación con Adán diciendo: «Entonces el SEÑOR Dios llamó al hombre…». Asimismo, en ninguna parte leemos que dijera: «Adán y Eva, ¿dónde andan?». Independientemente de quién haya hecho qué en primer lugar, la pregunta se le hizo a Adán porque Adán era quien tenía que rendir cuentas delante de Dios como el representante asignado para hacer cumplir y para asegurarse de que se realizaran los planes de Dios. Aunque Eva era responsable de su parte, Adán también estaba considerado responsable por su posición de liderazgo. Adán había sido puesto en el jardín para trabajarlo y custodiarlo (Génesis 2:15). Trabajar la tierra significaba hacerla producir y desarrollar su potencial. De lo que produjera la tierra, Adán obtendría lo necesario para proveer para aquellos a quienes tenía bajo su cuidado. La palabra hebrea utilizada para «custodiar» es shamar, y quiere decir cuidar o encargarse de. [20] En esos tiempos, Adán tenía que proteger el jardín de Satanás, que aún hoy es la principal amenaza contra nuestra vida y familia. Desde el comienzo de Adán ya hubo una guerra espiritual, así como hoy la hay con nosotros. Sin embargo, como Satanás no se presenta con el típico traje rojo, con los ojos inyectados en sangre y con un tridente, muchas veces no nos damos cuenta de las sutilezas de su engaño, a pesar de que las repercusiones son de largo alcance. Cuando el Señorío de Dios fue eliminado de su relación con Adán, eso condujo al pecado y a la desobediencia. Esto a su vez hizo que Adán dejara de estar alineado con Dios, y llevó a la decadencia, a la destrucción y a la muerte. Un gran problema es que Satanás desplazó el concepto de SEÑOR, como vimos antes en Génesis 3, pero ese no es el único problema. De la misma manera, el engaño de Eva es un problema central en el mismo capítulo. Sin embargo, el problema mayor fue que Adán no dijo nada mientras ambas cosas sucedían. Génesis 3 nos introduce a un problema antiguo entre los hombres: el silencio de Adán. Hasta el episodio de la serpiente y el fruto, Adán había estado hablando muchísimo. Él no había estado callado para nada. De hecho, Adán había estado poniéndole nombre a todas las cosas, pero cuando la serpiente apareció, Adán no tuvo nada para decirle a ella ni a la mujer. En cambio, se cruzó de brazos mientras las dos interactuaban. Digo que Adán permitió esta interacción porque, en contra de lo que muchos de nosotros aprendimos en los libros de historias bíblicas que representaban las imágenes del acontecimiento, Eva no estuvo sola en esta conversación. Génesis 3:6 dice: «Después le dio un poco a su esposo que estaba con ella». Durante todo el tiempo en que la serpiente estuvo hablando, Adán estuvo presente. Callado. Inclusive cuando Eva se volvió hacia él y fijó una nueva agenda para su hogar, Adán no dijo una sola palabra. Lo único que hizo fue comer. A consecuencia de la elección silenciosa de Adán, Dios dictaminó que desde entonces, la tierra que él trabajaba caería en maldición (ver los versículos 17-19). Lo que hasta entonces se lograba con poco sudor y esfuerzo físico ahora le exigiría a Adán un gran esfuerzo y lucha, porque él había abandonado su autoridad. Una de las razones por las que tantos de nuestros hijos viven oprimidos por tremendas luchas, o por la que tantas de nuestras familias viven bajo el peso del caos, o por la que muchas de nuestras iglesias funcionan bajo una nube de confusión, o por la que nuestro país se arrastra para recuperar su fortaleza, es porque Adán no dijo nada. Adán todavía está escondiéndose de muchas maneras y al hacerlo, deliberadamente ha renunciado al derecho de liderazgo que le ha sido otorgado por Dios. En 1 Corintios 11:3 se define claramente la igualdad entre hombres y mujeres, pero se establece las diferencias en los roles y en las responsabilidades. El problema que a muchos hombres de nuestra cultura les impide ser hombres del reino es que, ya sea por su silencio o su sentido de culpabilidad, han renunciado a su derecho a gobernar o a liderar que les fue otorgado por Dios. Adán hizo las dos cosas, y hoy muchos hombres hacen lo mismo. Al hacerlo, renuncian a su oportunidad de abordar la vida cristiana como un desafío y como una misión por conquistar, y en cambio, se conforman con vivir tan solo reaccionando ante los eventos. Señores, ustedes realmente tienen un enemigo por vencer. Hay una legión de sus secuaces que todos los días viene contra ustedes y sus seres amados para competir cara a cara y ver quién se irá con la gloria, Satanás o Dios. En mi opinión, uno de los grandes fracasos de la iglesia estadounidense ha sido no preparar a los hombres para entender, darse cuenta de y ejercer plenamente su destino divino de hombría bíblica. Los hemos despojado de su hombría mientras intentábamos redefinirla con cosas como asistir a la iglesia, en iglesias orientadas principalmente a las mujeres (desde los adornos en las paredes a la música, a los efímeros y a menudo poco efectivos viajes misioneros, y al servicio en múltiples comités). A pesar de que todas y cada una de esas cosas son importantes y buenas, si no tenemos una visión común para un objetivo común contra un enemigo en común, a menudo terminamos simplemente ocupados en lugar de trabajar premeditadamente en forma estratégica. Es raro el hombre que se siente satisfecho con estar ocupado en vez de lograr grandes posibilidades maximizando los recursos que tiene a su disposición. No obstante, al tener colgada la zanahoria de ocupado, muchas veces desligada de los enfoques intencionales y a largo plazo de vencer al enemigo y de promover el reino, hemos dejado la puerta totalmente abierta para que la hombría se defina por conceptos más seductores tales como Wall Street, los autos rápidos, las mujeres más rápidas y qué tan alto puede un hombre escalar posiciones en las corporaciones. Adán no solo está callado de muchas maneras, sino que la iglesia también está callada en la actualidad. Al disuadirlo, o por lo menos al minimizar en los hombres el impulso de conquistar y de competir dentro de gran parte del cristianismo occidental organizado, en esencia le hemos arrancado al hombre los pulmones y luego lo hemos culpado de no respirar. Al hombre le suceden una serie de cosas cuando ya no puede seguir respirando. Una de ellas es que se vuelve una persona pasiva. Vive en el mundo de la indecisión, dejando que todos los que lo rodean le dicten qué hacer, qué pensar o a qué darle valor. Y después culpa a los demás cuando las cosas le salen mal. Cualquier hombre que culpe a su esposa por el caos que hay en su casa, sin aceptar simultáneamente su parte de responsabilidad para enfrentar el problema, declara públicamente su falta de hombría bíblica. He aconsejado a suficiente cantidadde hombres como para saber que, a pesar de que por fuera parezcan satisfechos, por dentro muchos de ellos se sienten ahogados y sofocados porque no saben cómo ser hombres. Otra cosa que le pasa al hombre que no puede seguir respirando es que trata de vivir su vida indirectamente a través de otros. Esto se ve en la enorme cantidad de fanáticos de los deportes que tenemos en nuestro país. No digo simpatizantes, sino fanáticos de los deportes. Son los hombres que usan la camiseta de otro hombre, con el nombre y el número de otro en la espalda. Y lo hacen en forma habitual. Todo hombre que tenga que llevar el nombre de otro en la espalda de su camiseta necesita preguntarse cómo ve su propia hombría. O son los hombres que viven indirectamente a través de los personajes de las películas de acción o de los programas televisivos llenos de mujeres apenas vestidas, de aventuras y de intriga. Son los hombres que no se comportan como tales en su propia alcoba cuidando a la mujer con la que están para que ella libremente le responda e interactúe con él, sino que, en lugar de eso, prefieren la gratificación de segunda mano a través de la pornografía. El uso de la pornografía es uno de los mayores indicadores de que un hombre ha perdido contacto con su propia hombría, ya que tiene que aprovecharse de la intimidad de otras personas. Una de las cosas más dañinas para los que rodean al hombre que ha perdido su capacidad de respirar o que tiene demasiado miedo como para intentarlo es que se vuelve controlador, dominante y emocional o físicamente abusivo hacia alguien más débil que él. Esto se ve típicamente en el hogar entre el marido y la esposa. Aunque en su trabajo parezca simpático, cooperador y respetuoso, este hombre critica a su esposa, le niega su cariño, controla sus gastos y su vida social, y limita su desarrollo personal y profesional para que ella permanezca en un constante estado de dependencia forzada con él. Ese hombre lo hace porque no sabe cómo sentir o ejercitar un poder legítimo; por lo tanto, busca dominar a alguien que es más débil que él. El poder legítimo es el poder controlado por la autoridad que existe bajo los límites claramente definidos por Dios. Es el poder que se rinde a las reglas de Dios, y antes que nada, a sus normas para vivir de una forma que refleje y manifieste amor por Dios y por los demás. Los varones fueron creados para respirar. No obstante, cuando el entorno social es el único que ofrece la salida para respirar, y cuando la salida que ofrece es una expresión ilegítima de hombría, la iglesia ha perjudicado a los hombres, ya que no existe mayor autoridad legítima para gobernar aparte de Dios. Cuando los hombres no entienden que han sido extraordinariamente destinados a liderar dentro del dominio en el que han sido puestos, se quedan con una definición confusa de hombría que terminará lastimándolos no solamente a ellos sino a las personas que los rodean. Yo me ocupo No hay cosa que me guste más de mi vida que ser varón. Amo a mi esposa. Amo a mi familia. Me encanta mi llamado (y, como dije antes, me encanta el fútbol americano). No obstante, todo eso depende del cumplimiento de una realidad mayor: ser un hombre. A veces, cuando me despierto por la mañana, incluso antes de pisar el suelo, digo: «Evans, ser hombre es genial». El día que tengo por delante está rogando ser explorado, experimentado y conquistado. Hay algo inherente al ADN masculino que lo impulsa a ponerse a la altura de las circunstancias, a resolver la ecuación, a proteger, defender, vencer y restaurar. Los retos de la vida nos provocan a que los desafiemos. Las responsabilidades nos llaman a que las cumplamos. Me encanta ser hombre. Sin embargo, dentro de esa fascinación hay una pasión aún mayor por preparar y fortalecer a otros hombres para que comprendan toda la expresión de su hombría dentro de las complejidades que imperan en el reino de Dios. Si usted es hombre, debería encantarle ser todo un hombre. Más que eso, debería encantarle ser un hombre del reino. Ser un hombre del reino es el destino de todo hombre. Y todas las mujeres sueñan con estar con uno, porque cuando un hombre del reino gobierna bien su espacio, todo el mundo se beneficia. Todos pueden descansar bien. En la casa de los Evans tenemos una seña. No recuerdo exactamente cuándo empecé a hacerla, pero cuando surge un problema, o cuando un asunto legítimo provoca preocupación o angustia, a veces levanto tres dedos. Nada más. Cuando levanto los tres dedos, y sin tener que decir una palabra, inmediatamente puedo ver que el rostro de mi esposa o de cualquier otra persona con la que esté hablando se relaja. La tensión desaparece porque esos tres dedos son el recordatorio de tres palabras: Yo me ocupo. Yo me ocupo. Cuando digo: Yo me ocupo, quiere decir que cualquiera al que se lo esté diciendo ya no tiene que seguir cargando con el asunto, preocupándose ni tratando de resolverlo. Yo me haré cargo del tema. Y si se trata de algo que no puedo resolver, brindaré el consuelo, la estabilidad y la comprensión necesarias para superar esa situación. No significa que yo literal y tangiblemente haga todo. Quiere decir que yo me encargo de que se haga. Como hombre, cuando le ha demostrado a su mujer, a sus hijos o a las personas dentro de su esfera de influencia que usted es digno de confianza, es responsable y que asume la responsabilidad de arreglar, resolver o simplemente de llevar la carga de aquello que no se puede resolver, los ha liberado para que puedan descansar. Los ha liberado para que se relajen, porque saben que pueden confiar en el hombre que, mediante los hechos pasados, les ha demostrado que él se hace cargo. Como hombre del reino, las personas que lo rodean necesitan saber que usted se ocupa. No es distinto a cuando Dios nos dice que no nos preocupemos. Esencialmente, Dios dice: «No tengan miedo, yo me ocupo». «No se preocupen, yo me ocupo». «Quédense tranquilos, yo me ocupo». La cobertura que Dios nos da por ser sus hijos es un modelo de la manera en que nosotros, como varones, tenemos que cubrir a los que están bajo nosotros. Darles cobertura o ser la cobertura de alguien simplemente significa que usted brinda la protección y la provisión necesarias, así como también un entorno para alimentar y fomentar la salud emocional, espiritual y física. Muchachos, cuando Dios se ocupa y ustedes lideran y viven según sus principios y bajo su dirección, su fe en él se demuestra por la forma en que ustedes se relacionan con quienes los rodean. En esencia, ustedes se ocupan porque están confiando en y funcionando conforme a la verdad de que Dios se ocupa. Uno de los reflejos más visuales que tengo de esta cobertura es una estatuilla de bronce de un águila macho con sus alas desplegadas cubriendo a una madre águila y a sus crías. La estatuilla está puesta en una ubicación destacada dentro de mi oficina en la iglesia para que me sirva como recordatorio de mi rol sobre las personas que están bajo mi dominio. Como el águila que protege a los que tiene a su cargo, Dios no se sienta en el sofá a mirar la televisión cuando alguien lo necesita. Tampoco sale corriendo al trabajo como una excusa para escaparse. En cambio, asume la responsabilidad de consolar a los que están en crisis o de corregir la situación. Usted se ocupa Su destino como hombre del reino es cumplir su razón de ser, la cual fue divinamente creada, glorificando a Dios a través de la promoción de su reino. Junto con el impulso de vencer dentro de cada hombre del reino debería haber una convicción igualmente fuerte de dar cobertura. Esa cobertura incluye responsabilizarse de lo que Dios ha puesto bajo su cuidado. Ustedes pueden tomar esa responsabilidad, señores, aunque sientan que les faltan las habilidades, la sabiduría o la capacidad para hacerlo, si tan solo se alinean debajo de Dios, porque él se ocupa. Todo es una cuestión de alineamiento. Estar alineado debajo de Dios es tomar decisiones, sean personales o profesionales, coherentemente alineadas con la Palabrade Dios. Eso significa recurrir intencionalmente a las Escrituras y, a menudo, también a una persona conocedora de la Escritura sobre algún asunto específico que usted esté tratando. Por ejemplo, si está buscando resolver un tema económico o establecer para su vida sólidos principios económicos y administrativos, usted busca todo lo que pueda encontrar en la Palabra de Dios al respecto, y comienza a aplicarlo en su vida. Cuando yo era un joven casado que estaba empezando una obra en una iglesia, terminando mi doctorado y comenzando el proceso de hacer planes económicos para el futuro, leía la Escritura en busca de todo lo que Dios hubiera dicho sobre cómo manejar el dinero que nos había dado. Luego, para estar seguro de alinearme con la Palabra de Dios, busqué a los que fueran entendidos en temas económicos y en la sabiduría de Dios al respecto. Larry Burkett accedió a reunirse conmigo para guiarme sobre la forma de administrar el muy escaso dinero que teníamos en nuestra familia, a fin de que no nos metiéramos en deudas mientras hacíamos malabares con los gastos del seminario, sumado al bajo ingreso proveniente de estar iniciando una iglesia. Ese es un ejemplo práctico de cómo puede usted alinearse intencionalmente debajo de Dios. Sin embargo, a veces se presenta una situación en mi casa o en la iglesia que me hace pensar: No hay forma en que yo pueda remediar esto. Es demasiado serio, demasiado turbio o demasiado caótico, y no hay nada específico en la Escritura que trate los detalles de este tema, salvo confiar en Dios, tener fe y honrarlo. No obstante, ¿sabe qué hago cuando ocurre eso? Levanto los tres dedos. Y los levanto en serio, no porque esté fingiendo ocuparme del tema, sino porque, como hombre que está supeditado a Dios, tengo fe en que él se ocupa. De esa forma, todos los que me rodean pueden descansar ya que es mi manera de comunicarles que pueden dejar de lado la carga porque yo me ocupo. El motivo por el que puedo decir eso con confianza es porque sé que Dios se ocupa. También lo hago para recordarme a mí mismo que, como hombre y como líder, es posible que no me guste el problema o el asunto que ha aparecido —y que quizás ni siquiera lo haya causado—, pero mi deber es, de la mejor manera posible, encararlo, afrontarlo y cubrir a los que están enfrentándolo. Tres dedos. Yo me ocupo. Usted se ocupa. Inténtelo alguna vez. Sin embargo, recuerde que esos tres dedos funcionan únicamente si usted está adecuadamente alineado bajo el gobierno integral del reino de Dios en su vida. Primera de Corintios 10:31 nos dice que cualquier cosa que hagamos — sea que simplemente comamos o bebamos—, debemos hacerla para la gloria de Dios. Estar alineado debajo de Dios es seguir este principio tanto en lo que parece rutinario como en las áreas apasionantes de la vida. El alineamiento consiste en preguntarse a conciencia qué opina Dios, qué dice o qué quiere que usted haga sobre este tema. ¿Qué cosa lo glorificará? Un hombre del reino es el sueño de toda mujer porque cuando él funciona según los principios del reino de Dios, ella puede descansar bajo su cobertura. Ella puede escucharlo decir: Yo me ocupo, y cuando lo hace, ella se puede relajar. Como hombre, usted es responsable. Tiene que asumir toda la responsabilidad de gobernar al máximo de su capacidad para mejorarse a usted mismo y a los que están en su dominio. Eso no significa que esté personalmente obligado a resolver todos los asuntos, pero sí quiere decir que tiene la obligación de supervisar que se resuelvan, si es que están dentro de su esfera de influencia o de su autoridad. Señores, recuerden también que gobierno no significa dominación o control; significa liderar con sabiduría para los demás. Cuando lo hagan, como veremos en el próximo capítulo, deben recordar su llamado a la grandeza. Señores, ustedes fueron creados para ser magníficos. Fueron hechos para eso. De ustedes depende aceptarlo. Hay demasiados varones que no se dan cuenta de eso, o que no saben cómo lograrlo. Sin embargo, como hombre del reino, su destino es la grandeza. 3 EL LLAMADO DE UN HOMBRE A LA GRANDEZA Nada se compara con la electricidad que impregna el aire saturado del olor a transpiración, mientras unos hombres altos como torres luchan cara a cara y cuerpo a cuerpo en busca de un único objetivo: la red. Como el capellán que más tiempo ha acompañado a un equipo de la Asociación Nacional de Baloncesto (NBA) y habiendo servido a los Dallas Mavericks de la NBA durante más de tres décadas, me resulta sumamente familiar la sensación y el olor de esta atmósfera, tal como si fuera parte de mí. Es enardecedor e irresistible a la vez. Me fascina. Es imposible no reconocerlo, ni bien se ingresa a la cancha. El aire se espesa con la expectativa y la avidez, consumiendo a todo el que se encuentre frente a la presencia de los jugadores y del cuerpo técnico. Decir que la pasión domina los ánimos sería insuficiente. Eso se parece más a un ansia pura de grandeza. Cuando los Mavericks llegaron a la final en 2011, en el campo de juego había dos equipos de cinco hombres que buscaban descaradamente demostrar cuál era el mejor. Eran hombres en una cruzada, con un objetivo, y ese objetivo no era ni más ni menos que proclamar al mundo entero su grandeza. Así como las mujeres fantasean con las relaciones sentimentales, los hombres fantasean con la grandeza. Mientras que las mujeres fantasean con acurrucarse con alguien, los hombres fantasean con la conquista. Como hombres, queremos hacer algo. Tenemos ansias de trascendencia, de influencia y de producir impacto. Nuestro deseo de grandeza se demuestra en los deportes que jugamos, los desiertos que cruzamos o las películas que miramos. La mujer puede disfrutar de una película de amor con un argumento romántico suave y agradable, pero los hombres —la mayoría de ellos, al menos— quieren guerra. Queremos ver la sangre, la batalla, la pelea, la intriga, y queremos sentir la adrenalina de la persecución. Nosotros salimos a matar al dragón, a asaltar el castillo y a rescatar a la princesa que está en peligro. Somos hombres. Hacer menos que eso sería algo común y corriente, y los hombres no deseamos cosas comunes ni corrientes. Los hombres anhelan ser grandes. No solo queremos ser grandes; también queremos que se nos reconozca como tales. Ningún jugador en el equipo que haya ganado el campeonato de la NBA desecha jamás su anillo. Lo reclama y lo usa para que todos sepan lo que hizo. De hecho, hay hombres que ganaron el campeonato hace veinte años y que todavía usan sus anillos. A pesar de que haya pasado muchísimo tiempo, usan sus anillos porque quieren que los demás sepan que son magníficos. Cuando un hombre se pasea con una hermosa mujer del brazo, uno sabe lo que él debe estar pensando. Desea que lo vea la mayor cantidad posible de hombres porque quiere que los demás sepan que él la consiguió, que él es el guerrero que conquistó el corazón de esa belleza. En efecto, es tan fuerte el anhelo de grandeza que siente el hombre que quizás intente vivirlo a través de otra persona. Como dije antes: lo vemos comúnmente cuando un hombre se pone la camiseta que tiene inscrito el nombre de otro hombre, y siempre es el número de un jugador que es considerado muy importante. Muy rara vez verá a un hombre usando la camiseta de un pateador o del jugador de los equipos especiales. Normalmente, el hombre comprará —y pagará una suma importante— para usar la camiseta del Jugador Más Valioso, del mariscal de campo o de otro gran jugador del equipo. Ya sea que nos sintamos cómodos o no para admitirlo en los círculos espirituales, los hombres quieren ser grandes. Yo lo reconozco; no me molesta: quiero ser un gran hombre. Y si usted fuera tremendamente sincero, yo apostaría a que usted también quiere serlo. No obstante, algo que tal vez lo sorprenda y que me gustaría sugerir es que, lejos de lo que solemos escuchar en la enseñanza bíblica sobre el servicio y la humildad, Dios también quiere que usted sea grande. No solo quiere Dios