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«Este excelente libro constituye la mejor demostración de que todos necesitamos conocer algo de teología, y es el mejor enfoque expositivo que he leído sobre María y Marta, y acerca de la trayectoria del ministerio femenino en la América del Norte moderna. Carolyn James es una escritora de primer nivel y nos presenta un mensaje bíblico bien fundamentado y de gran calidad. Me parece que este es un libro que las mujeres cristianas deberían leer indefectiblemente. También resultaría muy oportuno que los hombres cristianos lo leyeran, ya que contiene verdades que otros simplemente no han logrado visualizar». J. I. Packer «Históricamente el estudio de la teología ha permanecido dentro de la esfera de acción de los hombres, pero Carolyn James argumenta con lógica y pasión que conocer y amar a Dios tiene que ser la meta de todos aquellos que se consideran sus hijos. Este libro me ha llevado a buscar a Dios con más empeño. ¡Léelo y pásaselo a tus hijas!» Kay Warren, de la iglesia Saddleback «Después del accidente de avión que les costó la vida a nuestros esposos, Payne Stewart, Robert Fraley y Van Ardan, nosotras hemos encontrado consuelo y propósito para nuestra existencia en la perspectiva con la que Carolyn enfoca las Escrituras y en su énfasis con respecto a la importancia de desarrollar una relación más intima con Dios. El conocer a Dios no acaba con el dolor, pero produce un cambio en la manera de enfrentar el sufrimiento. Confiamos en que, así como nosotras lo hemos recibido, también otras personas reciban nuevo aliento a través de este libro». Tracey Stewart, Dixie Fraley y Debby Ardan «Cada cristiano es un teólogo, lo reconozcamos o no. Carolyn Custis James nos enseña a ser buenos teólogos, no en un sentido académico, sino permitiendo la intervención de Dios en todas las contingencias de la vida. Aunque está especialmente dirigido a las mujeres, los hombres cristianos también pueden beneficiarse a través de la lectura de este libro. ¡Lo recomiendo!» Jerry Bridges, autor del libro The Pursuit of Holiness «De vez en cuando cae en mis manos un libro que no puedo dejar de recomendar a mis amigos. Cuando la vida y las creencias chocan es de ese tipo de libros. Resulta profundo, tanto desde el punto de vista bíblico como del intelectual, detonador del pensamiento, y aun podría decir mucho más. Se trata de un libro que refleja una enorme pasión y una inmensa compasión. Hasta tal punto Carolyn se ha convertido en maestra para este viejo predicador, que ha resultado de tremenda influencia en mi vida». Steve Brown, de La red KeyLife «El libro de James aboga por la mejor de las teologías, aquella que apunta a la mente y al corazón. Leer este libro reavivará nuestro amor por la teología. Aunque ha sido escrito en principio para instar a las mujeres a proseguir incursionando en teología, este libro debería ser leído tanto por hombres como por mujeres». Tremper Longman III, doctor en Filosofía, Robert H. Gundry profesor de estudios bíblicos del Westmont College «Este libro está dirigido a la mujer (¡y al hombre!) pensante del siglo veintiuno. Carolyn nos muestra que Dios llama a toda mujer cristiana a convertirse en una combinación de aquellas dos hermanas de las que habla el Nuevo Testamento: María y Marta. Después de haber leído este libro, que conduce a una reflexión profunda, no podremos continuar pensando de la misma manera, ni siendo las mismas personas». Vonette Zachary Bright, Cofundadora de Campus Crusade for Christ «Este es un libro que trata acerca de que las mujeres pueden llegar a conocer a Dios en la forma en que él quiere ser conocido, amar a Dios como él quiere ser amado, y servir al Señor de la manera total y extravagante en que él siempre ha deseado ser servido. Confirma en la mujer su llamado, elección y aptitud por haber recibido dones. Y nos lleva a entender que no solo somos acogidas con beneplácito por Dios, sino que él mismo nos planeó de antemano. Voy a utilizar el libro de Carolyn para reafirmar y alentar a las mujeres». Jill Briscoe Autora y conferencista «Somos el resultado de nuestra propia teología. Lo que creemos se hace evidente por la manera en que vivimos. La extraña combinación de precisión teológica y amable calidez que muestra Carolyn nos desafía a desarrollar una intimidad más profunda con Jesús y a la vez nos prepara para poder transmitir a otros este legado bíblico referido a la femineidad. Es mi oración que muchas mujeres cristianas en distintos lugares utilicen este libro para ayudar a otras mujeres a enfrentar este desafío». Susan Hunt, autora y directora del Comité de educación cristiana de Women’s Ministries, PCA «Descubro que este libro de Carolyn James, más que ningún otro que haya leído en estos últimos años, motiva a las mujeres a estudiar la Biblia y a conocer a Dios. Personalmente he recibido aliento a través de él y lo recomiendo a toda mujer y hombre que quiera vivir cada día para glorificar a Dios. Aprópiate del mensaje de este libro. Cambiará tu manera de pensar y, como consecuencia, tu vida». Rosemary Jensen Directora general de Rafiki Foundation, Inc., y anteriormente Directora ejecutiva de Bible Study Fellowship International «Al ser alentadas a amar la Palabra de Dios, las mujeres experimentan que en sus corazones y mentes se enciende un fuego. Esta llama, a su vez, enciende luego las vidas de sus familiares, amistades y conocidos. Resulta muy alentador contar con un libro escrito con tanta competencia y naturalidad como este de Carolyn James, una mujer que entiende claramente la necesidad que hay en cuanto al estudio de la teología». R. C. Sproul «En un estilo cautivante, Carolyn Custis James señala que todos somos teólogos. El único punto en cuestión es si somos buenos o malos. Ella señala a María como un ejemplo, en especial para las mujeres, de lo que es un buen teólogo. Nuestra autora también, implícitamente, se da a conocer como una teóloga de primera línea a través de su sólida investigación exegética, su profunda reflexión teológica y la adecuada aplicación personal que realiza». Bruce K. Waltke, doctor en Filosofía., Profesor emérito de estudios del Antiguo Testamento del Regent College y profesor de Antiguo Testamento en el Seminario Teológico Reformado de Orlando «¡Reflexivo, erudito y motivador! Carolyn ha escrito un libro excelente que inspirará y estimulará a muchas mujeres en los años venideros». Joni Eareckson Tada Presidente de Joni y sus amigos «Vivimos una época de acaloradas discusiones y acusaciones fuertes con respecto al lugar de la mujer frente a espiritualidad, estudio y liderazgo. Carolyn James evita entrar en muchos de estos enredos innecesarios al directamente instar a mujeres y hombres a asumir su alto llamamiento en cuanto a la reflexión teológica. La voz reflexiva y entusiasta de Carolyn constituye una invitación a las mujeres para que abracen su llamado como teólogas. Uno resulta ricamente recompensado al meditar sobre el contenido de este libro glorioso». Dan B. Allender, doctor en Filosofía, Presidente de Mars Hill Graduate School La misión de Editorial Vida es ser la compañía líder en satisfacer las necesidades de las personas con recursos cuyo contenido glorifique al Señor Jesucristo y promueva principios bíblicos. Cuando la vida y las creencias chocan Edición en español publicada por Editorial Vida - 2005 501 Nelson Place, Nashville, TN 37214, Estados Unidos de América ©2005 por Editorial Vida Este tít ulo también está disponible en formato electrónico. Originally published in English under the title: When Life and Beliefs Collide Copyright ©2001 by Carolyn James Published by permission of Zondervan, Grand Rapids, Michigan 49530. All rights reserved under International and Pan-American Copyright Conventions. By payment of the required fees, you have been granted the nonexclusive, nontransferable right to access and read the text of this e-book on-screen. No part of this text may be reproduced, transmitted, downloaded, decompiled, reverse-engineered, or stored in or introducedinto any information storage and retrieval system, in any form or by any means, whether electronic or mechanical, now known or hereinafter invented, without the express written permission of HarperCollins e-books. Further reproduction or distribution is prohibited Traducción: Mercedes Pérez Edición: Silvia Himitian Diseño Interior: Ruth Madrigal Chinchilla Diseño de cubierta: Curt Diepenshort Todos los derechos reservados. Esta publicación no podrá ser reproducida, grabada o transmitida de manera completa o parcial, en ningún formato o a través de ninguna forma electrónica, fotocopia u otro medio, excepto como citas breves, sin el consentimiento previo del publicador ISBN: 978-0-8297-3529-1 Epub Edition © December 2016 ISBN: 9780829730289 CATEGORÍA: Vida cristiana / Crecimiento espiritual Impreso en Estados Unidos de América Printed the United States of America 16 17 18 19 20 21 6 5 4 3 2 1 CON MUCHO AMOR A DWIGHT Y LUCILLE CURTIS, MIS PADRES, QUE DURANTE TODO EL TIEMPO DE TRABAJO Y EDICIÓN DE ESTE LIBRO, HAN ORADO POR MI, ME HAN AMADO Y ME HAN APOYADO. CONTENIDO Prefacio Introducción: «No existen grandes teólogas» PRIMERA PARTE: NUESTRA NECESIDAD DE CONOCER A DIOS 1. En la escuela del Rabí Jesús: María aprende a los pies de Jesús 2. La palabra más temida, y por qué las mujeres la evitan 3. Cuando chocamos con Dios 4. Cómo sobrevivir dentro de las zonas conflictivas de nuestra vida SEGUNDA PARTE: CÓMO LLEGAR A CONOCER A DIOS EN NUESTRA VIDA 5. Decepcionada de Jesús: María llora a los pies de Jesús 6. Batallemos contra la incredulidad 7. Fijemos nuestra mirada en Jesús TERCERA PARTE: CÓMO LLEGAR A CONOCER A DIOS EN LA VIDA DE RELACIÓN 8. Una guerrera en el fragor de la batalla: María unge a Jesús para su sepultura 9. Lo que Dios creó fue un aliado íntimo 10. La edificación de la iglesia Epílogo: «Marta, Marta» Lecturas recomendadas Notas PREFACIO LUEGO DE MESES DE TRABAJO, FINALMENTE EL ÚLTIMO CAPÍTULO estaba camino al editor. Sin embargo, en vez de pararme a saborear el alivio que esto implicaba para mí, metí apresuradamente algunas ropas en una maleta y partí hacia el Aeropuerto Internacional de Orlando para tomar un vuelo con destino a Oregon. Mi madre estaba a punto de enfrentar la tercera cirugía de importancia desde que yo había empezado a escribir, y deseaba estar con ella y con mi papá. Apenas habíamos comenzado a atravesar esta prueba cuando recibí un llamado de mi esposo desde Orlando para decirme que el examen de estrés que acababan de realizarle mostraba algún tipo de anormalidad. El cardiólogo tenía un noventa por ciento de certeza con respecto a que una de las arterias estaba obstruida y había establecido una fecha para realizarle un cateterismo de corazón. Había una probabilidad bastante grande de que tuvieran que realizarle una cirugía para intentar un bypass. No hay manera de escribir un libro de este tipo desde la seguridad y serenidad de una torre de marfil. Solo hace falta una llamada telefónica para recordarnos que todos estamos en medio de un combate y que confiar en Dios es lo más difícil que nos toca hacer en la vida. En esos momentos de vértigo espiritual, solo la visión acerca de quién es Dios tiene la capacidad de restaurar en nosotros un sentido de orden y ayudarnos a pararnos de nuevo sobre nuestros pies. Aunque deseo profundamente que mi trabajo constituya un desafío para que otras mujeres (y hombres) tomen la teología con seriedad, en lo más íntimo de mi corazón reconozco que yo también necesito conocer más a Dios. Por eso he escrito no como una persona que lo tiene todo resuelto sino como alguien que todavía está aprendiendo, que todavía tiene un largo camino por delante y que aun enfrenta los mismos viejos conflictos a la hora de confiar en Dios en las actuales circunstancias. Algunos han sido rápidos en señalar que lo que yo describo es en realidad una lucha de la vida cristiana en general y no una lucha que solo afecta a mujeres. Más de una vez se me ha pedido que defienda mi decisión de escribir un libro acerca de la importancia que tiene la teología para las mujeres. «¿Acaso los hombres no necesitan conocer a Dios tanto como las mujeres? ¿No experimentan ellos la misma tendencia a evadir la teología? Además ¿no es la teología una cuestión de todos?» La respuesta, en todos los casos, y por supuesto, es sí. Ciertamente, el corazón mismo de lo que encontrarán escrito aquí no trata tanto acerca de lo que significa ser una mujer cristiana sino de lo que significa ser un cristiano. La teología no está dirigida específicamente hacia un sexo determinado, y el contenido de este libro se aplica tanto al hombre como a la mujer. Habiendo dicho esto, sin embargo, pienso que todavía resulta crucial considerar el tema directamente con las mujeres. Se han escrito muchos libros sobre la importancia de la teología en la vida del cristiano y sobre el alto precio que está pagando la iglesia por haberla descuidado. Pero, por la razón que sea (cultura, tradición, diferencias de personalidad, conceptos erróneos, fobias o simplemente falta de interés) el mensaje parece pasarles por encima a muchas mujeres. En mi propia vida, las consecuencias que ha tenido el haberme abstraído de la teología han resultado dolorosas, y con frecuencia escucho acerca de otras mujeres a las que también les ha costado muy caro ignorar la teología. Espero que, en lugar de menoscabar mi esfuerzo como algo superfluo, otros personas se den cuenta de lo urgente de este mensaje y se decidan a escribir libros abogando en favor de la teología para todos, sean hombres, adolescentes, ancianos, solteros, atletas, músicos o cualquier otra categoría de seres humanos que nos venga a la mente. Los temas que trato en este libro son tan significativos, tan centrales con respecto a lo que significa ser cristiano, tan vitales para la salud de la iglesia, que deberíamos abordar estas cuestiones desde todos los ángulos posibles. A pesar de que escribir es una ocupación solitaria, me ha sorprendido el hecho de que al escribir este libro he descubierto que no estaba sola. Capítulo tras capítulo, mis amigos han estado conmigo, apoyándome, asegurándose de que yo estuviera bien, analizando conmigo los diversos temas, manifestando sus perspectivas e ideas al respecto, orando y alentándome. Resultó una experiencia enriquecedora ver cómo Dios usa a su pueblo para edificarse mutuamente, y hoy tengo una gran deuda de gratitud por todo el apoyo recibido. Desde los mismos comienzos de la idea hasta la finalización del último capítulo, un ejército de mujeres se mantuvo a mi lado y, de una forma muy real, sintió como propio este libro. Sin sus cartas llenas de entusiasmo dirigidas a Zondervan y abogando por la necesidad de tener un libro como este, probablemente yo no hubiera firmado ningún contrato con ellos. Muchas me brindaron sus impresiones y sugerencias durante la búsqueda de un título apropiado. Un cuarteto de estas mujeres (Susan Anders, Dixie Fraley, Sara Jane Timmerman y Marcia Yount) desde un principio leyeron cada palabra en el mismo momento en que salía de mi impresora y efectuaron comentarios de valor incalculable. Dayle Seneff organizó un grupo muy dinámico compuesto por varias mujeres, Laura Grace Alexander, Sharon J. Anderson, Dixie Fraley, Denise Habicht, Marjean Ingram, Jandra Leonard, Becky Martínez, Lori Pedonti y Crosland Stuart, con el fin de leer el manuscrito, para lo que ellas se reunieron dos veces en la oficina central del Grupo CNL en Orlando, analizaron las ideas que desarrolla el libro, discutieron sobre cuáles son las cuestiones más complicadas que las mujeres cristianas enfrentan hoy y evaluaron cómo las enfoca el libro. Docenas de mujeres me contaron sus historias para asegurarse de que yo escribiera teniendo en mente personas reales que enfrentan batallas reales. Varias de ellas me dieron permiso para incluir sus historias aquí. A todas estas mujeres les agradezco de todo corazón. No puedo imaginar como hubiera resultado este proyecto sin el apoyo constantede mi madre. No solo me alentó con sus palabras, sino que puso mis palabras a prueba al pasar por una de las luchas más difíciles de su vida. No puedo pensar en un argumento más sólido con respecto a la importancia que la teología tiene para las mujeres, que señalar la diferencia que produjo en ella. Su valentía y determinación en cuanto a confiar en Dios a pesar de sufrir una complicación médica tras otra, más allá de que el dolor se le aliviara o persistiera, nos proporcionó pruebas poderosas de que conocer a Dios realmente marca una diferencia cuando nos toca enfrentar adversidades en la vida. Ella ha sido una inspiración para mí, y su influencia atraviesa cada capítulo de este libro como una fuerte correntada. Allison, mi hija adolescente, me acompañó a través de todos los vaivenes que implica escribir un libro, celebrando por momentos y prestándome apoyo moral en otros. Las cosas en casa funcionaron bien porque ella estuvo dispuesta a colaborar. Sus abrazos y sus oraciones me ayudaron a soportar los tiempos de desaliento. Su apoyo resultó muy significativo para mí. Pero el hecho de tener una hija me ayudó a darme cuenta que no alcanzaba con escribir para mi propia generación. La generación de mi hija ya está lista para levantar vuelo. Nuestra tarea no es simplemente conocer a Dios más profundamente sino también guiar a nuestras hijas para que busquen desarrollar una relación más íntima con el Señor. Allison me provee una razón más que suficiente para escribir un libro como este. Tal vez sorprenda a algunos el ver que un libro destinado a mujeres cuente con tanto apoyo masculino. Y en verdad tengo una gran deuda con cinco hombres en particular. Mi papá, un hombre de la Palabra y de oración, ha tenido una enorme influencia sobre este proyecto. Muy temprano en mi vida se me pegó su pasión por las Escrituras y me contagió un gran entusiasmo por estudiar, pensar y aprender. ¡Qué legado el que mi padre me pasó! Y estoy completamente convencida de que existe una relación entre la energía y fortaleza con la que he perseverado y las horas que él ha pasado de rodillas orando por mí. El Dr. S. Lewis Jonson Jr. fue la primera persona que me dijo que era teóloga y que necesitaba convertirme en una buena teóloga. Ese constituyó un momento clave en mi vida, y siempre le estaré agradecida. La teología para él no era una cuestión de intelecto, y yo tuve el privilegio de verlo vivir su teología junto con su esposa cuando ella moría a causa de un cáncer. Aun en sus sufrimientos fueron mentores para mí y me enseñaron que existe una conexión vital entre la teología y la vida. Jamás olvidaré esa lección. Este libro tampoco existiría sin el apoyo y el esfuerzo de dos hombres de Zondervan. Stan Gundry creyó en la idea desde un principio y me brindó sus sabios consejos a lo largo del proyecto, siendo yo una escritora principiante que necesitaba de su experiencia y sabiduría. Al tomarse el tiempo de escucharme, Jack Kuhatschek pudo vencer su vacilación inicial y se convirtió en un paladín auto proclamado de este libro. Su defensa no me incluyó solo a mí sino a todas las mujeres cristianas. Aquellos que conocen a Frank, mi esposo, avalarán mi aseveración de que yo no hubiera escrito este libro si él no hubiera participado tan concretamente. Su pasión por el mensaje movilizó este proyecto y me contagió energía durante cada etapa del camino. Su amor y optimismo me llevaron a continuar en los momentos más difíciles. ¿Y quién podría contar las horas que pasamos discutiendo ideas y analizando los temas? Sus alumnos saben de lo que hablo cuando digo que este libro ha resultado mucho mejor gracias a los rigurosos patrones de trabajo que él me transmitió, a sus criticas sinceras sobre el material, a su habilidad como tutor y a su apoyo moral. Él es para mí un constante recordatorio de la bondad de Dios para conmigo, y estoy agradecida al Señor, mucho más allá de lo que puedo expresar, de que su crisis médica haya sido solo una falsa alarma. Mi gratitud especial a la Dra. Pamela Reeve, que al escuchar mis ideas fue la primera en instarme a escribir; a Carol Arnold, Mike Beates, Steve Brown, Sharon Denney, Mike Horton, y Cristi Mansfield, que anduvieron golpeando por ahí para conseguirme apoyo; a Mike y Barb Malone, mi pastor y su esposa, por su interacción conmigo y el apoyo que me brindaron; a mis amigos de la Iglesia Presbiteriana St. Paul que oraron, me apoyaron, y siempre se mostraron interesados en el progreso de la obra; y al Seminario Teológico Reformado de Orlando por alentarme y apoyar mi trabajo y por permitirme el uso de los recursos de su biblioteca para poder realizar mis investigaciones. Estoy también en deuda con los eruditos que revisaron todo el manuscrito, o parte de él, y me hicieron sugerencias al respecto: los doctores Ellen T. Charry, Tremper Longman, Richard Pratt y Bruce K. Waltke. Aunque asumo la responsabilidad total de mis escritos, me siento muy agradecida por los comentarios y sugerencias que recibí de ellos. Y por sobre todo, estoy agradecida a Dios por haberme dado esta oportunidad tan increíble. A lo largo de todo el proceso, muchas puertas se me han abierto de par en par, y muchas personas me brindaron su apoyo. Yo sé que estas cosas no se hubieran dado por sí solas. Mi oración es que él glorifique su nombre a través de mi trabajo y que su iglesia crezca en fortaleza a través de mujeres que busquen conocerlo más. INTRODUCCIÓN «No existen grandes teólogas» CADA TANTO, ALGUNAS PALABRAS PRONUNCIADAS EN UNA CONVERSACIÓN CASUAL se fijan en nuestra mente como con pegamento. Aunque uno lo intente con persistencia, no se las puede despegar. Cuando yo aun era estudiante de un seminario, algo que dijo uno de mis profesores resultó tener ese tipo de poder adhesivo extraordinario, y me sigue incomodando hasta este día. Después de ser durante generaciones una institución exclusivamente para hombres, un importante seminario evangélico expandió sus fronteras para incluir estudiantes mujeres. Cinco de nosotras nos anotamos desde la primera clase. Se abría un nuevo horizonte para el seminario y para nosotras, pero no todos se sentían cómodos con este nuevo amanecer. Felizmente para nosotras, la mayoría de los varones continuaron con sus actividades usuales, y algunos abiertamente expresaron su opinión en cuanto a que el cambio resultaba necesario. A otros se los veía vacilantes con respecto a nuestra presencia. Y algunos, más resistentes, ocasionalmente nos revoleaban algún comentario negativo al pasar. Uno de los profesores de teología, al que le gustaba agitar las aguas un poco, tenía una habilidad especial para decir cosas que me sacudían y a la vez me llevaban a reflexionar. Durante una conversación, sus palabras dieron en el blanco con fuerza inaudita. Con cierta picardía en los ojos, dijo: «¿Sabes?, nunca ha habido grandes teólogas». Todavía me estremezco al recordar sus palabras, aunque por razones diferentes. Se trató de uno de esos encuentros desagradables en los que la respuesta adecuada no le viene a uno a la mente hasta mucho después de terminada la conversación. En un principio todo el encuadre del seminario me confundió, y me llevó a verlo como una cuestión histórica que solo afectaba a las pocas mujeres relacionadas con los seminarios o que tenían profesiones religiosas. Conocía bastante la historia de la iglesia como para saber que había habido pocas mujeres de profesión teólogas antes del siglo veinte. Al menos parte del problema no era una falta de vocación teológica entre las mujeres, sino el simple hecho de que las mujeres no habían gozado de las mismas oportunidades que los hombres en cuanto a seguir estudios teológicos. Dado el poco tiempo que hacía que a mi se me había permitido asistir a un seminario, entendía que había bastante ironía en su comentario. Según me parecía, estábamos frente a un problema que este mismo seminario había contribuido a desarrollar durante décadas. CÓMO LLEGAR AL CORAZÓN DEL PROBLEMA SOLO DESPUÉS DE REFLEXIONAR MÁS DETENIDAMENTE SOBREEL COMENTARIO DE MI PROFESOR, comencé a percibir las tremendas implicaciones que esto tenía para todas las mujeres cristianas. La cuestión de fondo no tenía que ver fundamentalmente con las oportunidades que habían tenido hasta aquí las mujeres (aunque ciertamente esto constituye todo un tema) sino el hecho de que este profesor hubiera definido la teología de manera tan estrecha. Aunque esta definición llevaba como propósito el hacerme sentir mal, también ponía en evidencia un malentendido común que coloca a la teología fuera del mismo corazón de la vida, que es donde pertenece. En un mundo que utiliza contraseñas por seguridad y fabrica cerraduras a prueba de niños, la teología es otra de las cosas que se ha intentado colocar fuera del alcance de muchos. La mayoría de nosotros estaría de acuerdo en afirmar que la teología está reservada solo para expertos y profesionales, o sea, aquellos que detentan las credenciales y el saber y pueden manejarla de manera segura y correcta, lo que evita que el resto de nosotros nos metamos en problemas al tratar de incursionar en ella. Esta forma de pensar me recuerda la renuencia de la iglesia medieval en cuanto a permitir que las personas comunes tuvieran acceso directo a las Escrituras. Extrañamente, la diferencia entre la inaccesibilidad de las Escrituras en aquel entonces y la inaccesibilidad de la teología en nuestro tiempo es que condenamos la primera y apoyamos la segunda, a pesar de que ambas son igualmente dañinas. Sin embargo, cuanto más analizaba el tema de la teología, más espantoso me parecía mantenerla bajo llave. Descubrí que la teología era mucho más accesible de lo que yo pensaba y que estaba llena de valores prácticos en el diario vivir. En realidad tiene que ver con conocer a Dios, algo que las mujeres siempre han intentado e intentan hasta el día de hoy. Con el tiempo esta definición, mejor y más completa, me ayudaría a ver que la teología era mucho más que un asunto de profesión o un sistema abstracto de ideas. Sin darse cuenta, mi profesor había colocado sobre el tapete un problema tremendamente importante que nos afectaba a todas las mujeres cristianas, incluyéndome a mí. Cuando el escozor inicial se alivió, podría haber olvidado el episodio por completo de no haber sido por dos cuestiones adicionales que grabaron de forma indeleble en mi mente estas palabras de mi profesor. La primera fue el descubrimiento de que, se lo reconozca o no, todas las mujeres cristianas son teólogas. Dado que la teología en verdad trata del conocimiento de Dios, cualquiera que cree algo acerca de él es, de alguna manera, un teólogo. La segunda fue la convicción creciente de que no solo era una teóloga, sino que realmente importaba que fuera buena en esta área. Eso se me hizo dolorosamente claro cuando comencé a sufrir las consecuencias de mi propio descuido con respecto a la teología; no en lo referido a cuestiones académicas sino en su aplicación personal a mi vida. Cuando ese profesor estableció un vínculo entre la mujer y la teología, me motivó a iniciar un recorrido personal que me llevaría a descubrir mi verdadera herencia como mujer cristiana, herencia que toda una generación de mujeres evangélicas parece desconocer y, según yo creo, necesita recuperar imprescindiblemente. A través de una concienzuda labor de investigación he llegado a descubrir que la Biblia registra la historia de incontables mujeres que con su teología hicieron una enorme contribución tanto en el hogar como en la comunidad y en la iglesia. Y esto sin mencionar aquellas de las que da cuenta la historia de la iglesia. Definida correctamente, la idea de que una «mujer sea teóloga» no es tan revolucionaria como parece. Es más, llegué a la conclusión de que la teología tiene que ver con el corazón de lo que implica ser mujer, y este descubrimiento marcó un punto de inflexión en mi vida. Lejos estaba yo de imaginar en esa calurosa tarde veraniega el enorme favor que me estaba haciendo mi profesor de teología al dirigirme esa observación mordaz. Tal como una mujer lo expresó en cierta ocasión: «Hablando metafóricamente, los hombres todavía siguen abriendo puertas por las que pueden pasar las mujeres». Él me acababa de abrir una. Este libro ha surgido como resultado del recorrido que inicié al trasponer esa puerta. Inicié una búsqueda de las mujeres que habían llegado a ser teólogas importantes, y terminé descubriendo que yo también necesitaba llegar a serlo. No se trató de un proceso fácil (como suele suceder con la mayor parte de las experiencias valiosas), y todo esto me obligó a analizarme interiormente con sinceridad y admitir que en realidad estaba mucho más interesada en lo que Dios podía hacer por mí que en el hecho de conocerlo a él. Después de eso ya no me motivó tanto la curiosidad y el deseo de refutar las afirmaciones de mi profesor (aunque también tuvo que ver) como mi necesidad de conocer a Dios de una forma más cercana. Los resultados me abrieron los ojos. Pero antes de entrar a considerar todo lo que he aprendido, es necesario que saquemos a la luz un problema importante. UN DILEMA SERIO QUE DEBEN ENFRENTAR LAS MUJERES MI MAYOR TEMOR mientras escribía este libro era que muchas mujeres no pasaran de aquí en su lectura. Soy plenamente consciente de que al mencionar la palabra «teología» he disparado todo tipo de reacciones negativas en la mente de algunas mujeres. Si realizamos una encuesta dentro de un grupo cualquiera de mujeres cristianas referida a los tópicos favoritos de cada una de ellas, la teología, si es que la llegan a mencionar, aparecerá al final de la lista. Podía haber evitado este problema fácilmente con la simple utilización de una terminología menos objetable. Pero eso sería francamente deshonesto, y las mujeres con las que he hablado acerca de los temas que me preocupan (aun las que se mostraron más reticentes con respecto a estas cuestiones) aprecian que se les hable con sinceridad. No desean que se ande con rodeos, en particular cuando se trata de un tema de tanta importancia para ellas. No obstante, también quieren que las preocupaciones válidas que tienen con respecto a la teología sean escuchadas. En mi ministerio de mujeres, he encontrado una gran variedad de actitudes negativas con respecto a la teología; desde la indiferencia hasta la hostilidad. Unas pocas mujeres aquí y allá consideran la teología como algo fascinante, y hasta puede ser que dediquen una buena cantidad de tiempo a estudiarla, pero ellas son la excepción y, según la opinión de algunos, se trata de personas algo peculiares. A la mayoría de las mujeres no les gusta que las molesten e incomoden. Cada vez que me informo acerca de las razones que motivan estas actitudes negativas, escucho relatos preocupantes sobre cómo la teología ha sido mal utilizada y ha causado dolor en la vida de muchas mujeres. Una mujer joven cuyo esposo era un apasionado por la teología se sentía, a causa de ella, como abandonada a la intemperie. Señalando la vasta colección de libros teológicos que llenaban la biblioteca de su marido, comento: «Estos libros me intimidan». Otra mujer se lamentó por la pérdida de sus amistades cercanas a causa de una pelea suscitada en la iglesia sobre algunos puntos teológicos controversiales. Algunas otras mencionaron la arrogancia de algunos que se llaman teólogos y las heridas que han causado con sus infatuadas declaraciones. No me sorprende que las mujeres tengan un punto de vista tan negativo con respecto a la teología y busquen poner distancia entre ellas y esta temida palabra. Pero, tal vez el obstáculo más serio con el que se encuentran las mujeres cristianas sea la perspectiva que tienen de sí mismas. Nos hemos dividido en dos grupos: las Marías y las Martas. Estas dos amadas hermanas involuntariamente se han convertido en un instrumento para establecer categorías, para definirnos como «mujeres que piensan» o «mujeres que sirven». Por un lado, aquellas que se consideran Martas prefieren las acciones de servicio a las ocupaciones intelectuales. Con una inclinacióndefinidamente práctica, estas mujeres se dedican con pasión y denuedo a las personas heridas y necesitadas que las rodean. Invierten su tiempo y energía en prestar un invalorable servicio para cubrir estas necesidades urgentes. También sospechan que la teología es algo que las sobrepasa y francamente no les interesa demasiado. Las Marías, por otro lado, se sienten más cómodas dentro del mundo de las ideas. Disfrutan de los debates que se realizan en el plano intelectual y del desafío racional que implica una argumentación compleja, y se sienten ajenas y fuera de lugar en la cocina. Esta distinción resulta desafortunada, ya que lleva a las mujeres a concluir que estas dos esferas de la vida están desconectadas y son incompatibles, en vez de notar que se interrelacionan de manera inseparable. De allí nace en ellas la idea de que la teología no tiene que ver con la vida diaria. Llegamos a convencernos de que el pensamiento profundo acerca Dios es para aquellos individuos que tienen la disposición y la aptitud para realizarlo. Esta manera de pensar, que es casi parte de nuestra naturaleza, se ve reforzada cuando la teología se presenta de una manera en la que se le despoja de toda utilidad o significación en relación con el mundo real. Ciertas afirmaciones doctrinales pueden mantenernos dentro de la ortodoxia; sin embargo no parecen tener mucho que ver cuando nuestra familia se desmorona y nos sentimos desesperados. La vida de una mujer está demasiado llena de actividades, y sus problemas son demasiado serios como para que desperdicie su valioso tiempo en algo meramente académico que no le ofrece alivio alguno. Con obstáculos tan formidables en medio del camino, algunos se preguntarán por qué escogí abordar un libro que aboga por la importancia que tiene la teología para las mujeres. Pero, la seriedad de la cuestión me deja sin opciones. Abandonar la consideración del tema sin por lo menos intentar abordarlo sería amoldarme a un estatus quo que a la larga dañará a las mujeres. En realidad, me sorprende descubrir lo rápido que caen las barreras cuando las mujeres (aun las que resisten con mayor tenacidad) comienzan a ver cómo estos malos entendidos, distorsiones, y abusos ocultan el peligro verdadero: caer en el descuido de la teología. Dos cosas vuelven mi tarea más fácil y a la vez ayudan a las mujeres a superar sus inseguridades y abrirse al tema. En primer lugar, que las mujeres ya perciben las consecuencias que ocasiona el descuido de la teología. Como resultado, están dispuestas a escuchar cuando alguien les habla sobre aquello que ya les está causando problemas. En segundo lugar, las evidencias bíblicas con respecto a la importancia de la teología en la vida de las mujeres juega definitivamente a mi favor. Mi propia reticencia con respecto a la teología se desvaneció cuando sentí el impacto de la pobreza de mis conceptos acerca de Dios. Podría haber abordado toda esta cuestión de manera indirecta, pero en retrospectiva me parece que el enfrentar conflictos en la vida es en realidad la ruta más corta para alcanzar una profunda comprensión de la necesidad que tenemos de conocer más a Dios. El encuentro con mi profesor no pudo haber resultado más oportuno. Yo atravesaba una crisis personal con respecto a lo que Dios estaba haciendo (o mejor dicho no estaba haciendo) en mi vida. Mis anhelos siempre habían sido de una naturaleza hogareña. No obstante allí estaba, soltera y en el seminario, rumbo a un futuro incierto que parecía alejarme cada vez más de lo que realmente deseaba: casarme y tener hijos. La aparente indiferencia de Dios hacía mi frustración y mis oraciones me tomó por sorpresa. No era eso lo que yo esperaba, y francamente me confundía. En ese tiempo yo pensaba que mis conflictos eran originados por mis circunstancias, cuando en realidad se trataba de un conflicto teológico. Y mi teología, que me llevaba a pensar que Dios actuaría de acuerdo con ciertos patrones predecibles, se estaba desintegrando. El ministerio de orientación femenina que desarrollo me ha puesto en contacto con muchas mujeres cuyas historias, aunque diferentes y a menudo más angustiosas que la mía, las han conducido a crisis teológicas similares, en las que se debatieron intentando confiar en un Dios que, según ellas, las había traicionado y defraudado. Una de estas mujeres, después de diez años de matrimonio, se sintió devastada al descubrir que se había casado con un hombre emocionalmente abusador, igual a su propio padre. Aquello era lo que ella se había prometido no hacer jamás. Sus palabras constituyen un eco de la desesperanza que muchas mujeres sienten: «¿Cómo puedo volver a confiar en Dios si me ha fallado de esta manera?» Muchas mujeres cristianas están despertando a la amarga realidad de que sus vidas han colapsado. Un matrimonio que fracasa, la muerte de un hijo, una situación financiera difícil, un pasado de destrucción personal, o simplemente el hastío de una vida decepcionante las deja preguntándose dónde estaba Dios cuando todo se vino abajo. Desconcertadas y dolidas por el aparente desinterés de Dios, han comenzado a dudar acerca de su bondad y de su amor con respecto a ellas. En mi caso, el punto de inflexión se produjo cuando me di cuenta de que mi pobre teología, mi comprensión superficial y equivocada acerca de Dios, estaba empeorando la situación en vez de brindarme el consuelo y la esperanza que necesitaba. No conocía a Dios ni cercanamente a lo que yo creía conocerlo. El Dr. J. I. Packer lo señaló con mucha claridad al escribir: «El conocimiento de Dios es tremendamente importante para poder vivir la vida ... Somos crueles con nosotros mismos cuando tratamos de vivir en este mundo sin conocer al Dios a quien le pertenece, y que es quien, en definitiva, lo dirige. El mundo se convierte en un lugar extraño, enajenado y doloroso, y la vida en un asunto desalentador e ingrato para aquellos que no conocen a Dios. Si descuidamos el estudio acerca de Dios, nos condenamos a errar y andar a los tropezones por la vida, como si tuviéramos los ojos vendados, sin un sentido de dirección y sin una comprensión cierta de lo que nos rodea. De esta forma podemos desperdiciar la vida y perder el alma».2 Desde el 1993 he presentado este mensaje a una diversidad de audiencias femeninas a través del país. Estas mujeres representan a todas las edades, estilos de vida, niveles sociales, económicos y de educación, y también a las diversas denominaciones. En cada caso la respuesta ha sido la misma. Se han sentido aliviadas cuando se le toma en serio, y admiten abiertamente que su percepción pobre e inadecuada acerca de Dios agudiza sus problemas y hace que les resulte más difícil poder confiar en él. Cuando la marcha se vuelve ardua (cosa que inevitablemente sucede) si la dieta espiritual les resulta poco substanciosa, no las puede sostener. Todos sufrimos este tipo de situaciones. Lo que yo y muchas otras hemos descubierto es que el conocimiento de Dios, cuando está en un proceso de continuo crecimiento, le da a nuestra fe algo sólido a lo que aferrarse cuando la vida se vuelve caótica y nada parece tener sentido. Cuando comencé a buscar una gran teóloga en la Biblia, me maraville al ver que esta presentaba no solo algunas sino una gran cantidad de mujeres teólogas. Mujeres que conocieron a Dios íntimamente y sacaron fuerzas de ese conocimiento para poder confiar en él en los momentos más oscuros de su vida y lograr enfrentar los mayores desafíos con extraordinaria sabiduría e intrepidez. Cuando descubrí que la Biblia consideraba a las mujeres como teólogas, empecé a estudiar sus vidas con renovado interés. La historia de ciertas mujeres a las que conocemos muy bien, como Sara, Agar, Tamar, Rahab, Rut, Noemí; y Ana y las Marías del Nuevo Testamento (y tantísimas otras) adquiere un significado más profundo cuando se examina a la luz del conocimiento de Dios que influyó sobre sus decisiones y acciones. ACERCA DE ESTE LIBRO ESTE LIBRO CONTIENE un llamado (que debió haberse hecho mucho antes) a lasmujeres para que reclamen su herencia teológica. Hemos vivido por demasiado tiempo la falsa dicotomía de que es necesario escoger entre María y Marta. Jesús rechazó de plano estas categorías. Él nos llama a ser una combinación entre las dos: mujeres que se tomen el tiempo de conocerlo mejor y en cuya teología se apoye y sustente un ministerio hacía los demás. El propósito de este libro es reunificar estas dos identidades y ayudar a las mujeres a que inicien un proceso que las convierta en mejores teólogas. No existen trucos ni métodos fáciles y rápidos para lograr una profundización de la relación con Dios. Lleva tiempo, y este es bien escaso para la mayoría de las mujeres. Pero cualquier cosa que valga necesita que le dediquemos tiempo, ¿y qué podría resultar más valioso que conocer a nuestro Creador? Espero que este libro les marque un nuevo rumbo a muchas mujeres y que les proporcione ciertas herramientas útiles para facilitarles el acceso a una vida de profundo crecimiento espiritual. En la primera parte de este libro, iniciaremos el recorrido donde lo comenzó María: a los pies de Jesús. Aquí aprenderemos junto con ella a escuchar, a luchar por entender y a ampliar nuestro conocimiento acerca del carácter de Dios. Y luego de considerar con mayor detenimiento algunas de las razones por las que las mujeres intentan evadir la teología, nos decidiremos y haremos un poco de teología por nosotras mismas, enfocando temas que guardan relación con la vida de toda mujer. Muy a menudo tenemos la impresión de que nuestras vidas se han salido alocadamente de curso, y perdemos tiempo y energía luchando por volver a encaminarnos o lamentándonos acerca de la futilidad de siquiera intentarlo. Nada nos inflige una derrota más profunda que creer que nos hemos equivocado en cuanto a la voluntad de Dios para nuestras vidas, y que nunca podremos recuperar lo que hemos perdido a causa de nuestros tontos errores, o de las acciones perjudiciales de otros, o de un desafortunado giro del destino. Analizaremos de qué manera la soberanía de Dios y su amor paternal modifican este cuadro. Nos haremos preguntas difíciles, como: ¿Es Dios bueno de verdad? Y una más al punto: ¿Es bueno Dios conmigo en esta situación? En la segunda parte acompañaremos a María en las trincheras, donde la teología y la vida chocan y se forman los verdaderos teólogos. Meditar sobre la soberanía de Dios es una cosa. Conectarla con una dolorosa crisis personal es un asunto muy diferente. Todo lo que María había aprendido de Jesús fue puesto a prueba cuando se enfrento con la muerte impensada de su hermano. La angustia que experimentó se hizo aun más profunda por creer que Jesús le había fallado. Es en las trincheras que aprendemos que nunca resulta suficiente tener un conocimiento intelectual de Dios. Necesitamos conocerlo con el corazón. Eso sucede cuando nos vemos forzados a confiar en Dios en circunstancias desconcertantes. La soberanía de Dios es mucho más que una idea fascinante. Es una verdad que transforma la vida de una mujer. En la tercera parte analizaremos de qué forma el conocimiento que una mujer tenga acerca de Dios afecta su ministerio hacia los demás. La teología de María le abrió una puerta para ministrar acerca de Cristo que ella nunca hubiera descubierto de otro modo, y nuestra teología hará lo mismo por nosotros. A medida que nuestra relación con Dios se vaya profundizando, aquellas personas que están más cerca de nosotros serán las primeras en beneficiarse. Encontraremos, al igual que María, nuevas formas de ministrar a aquellos que forman parte de nuestra familia, a los que trabajan con nosotros, a los que pertenecen la iglesia o a nuestra comunidad. UNA PALABRA PARA LOS HOMBRES AUNQUE ESTE LIBRO HA SIDO escrito principalmente para las mujeres, espero que los hombres también lo lean. Las mujeres no somos las únicas que tenemos problemas con la teología. Muchos hombres también experimentan la misma aversión dañina hacia ella. Otros no han tomado conciencia aun con respecto a la forma incompleta en que aplican la teología. Se felicitan por su pericia teológica cuando en realidad están distorsionando la verdadera teología, dañándose a sí mismos y a los demás en el proceso, porque no toman en serio la verdad que proclaman, ni la viven. La habilidad de articular ideas teológicas y debatir acerca de ellas, aun desde un púlpito, no prueba que seamos teólogos, así como el ventilar ciertos hechos acerca del presidente de los Estados Unidos no indica que seamos sus amigos personales. Los verdaderos teólogos (y la historia es testigo, se traté de hombres o de mujeres) son aquellos cuyos corazones han sido cautivados por Dios mismo, aquellos que se aferran a la verdad en su vida, aquellos que se arrodillan humildemente a adorar al Señor y aquellos cuyas vidas han sido transformadas por lo que han aprendido. La teología es lo que marca la diferencia en cada uno de nosotros. LA ÚLTIMA PALABRA EN UNA DISCUSIÓN NADA resulta más dulce que quedarse con la última palabra. Y para mi nada ha igualado a la satisfacción de encontrar a la primera de muchas grandes teólogas y ver cómo se desmoronaba la audaz afirmación de mi profesor con respecto a las mujeres. Tengo la confianza de que al terminar de leer este libro cada una estará tan convencida como yo de que lamentablemente para él, estaba equivocado. Cualquier inclinación a jactarme que se despierte en mí se verá desalentada por un pensamiento más sobrio: en tanto que siempre ha habido grandes teólogas, podrían volverse una especie en peligro de extinción en nuestra generación. Mi oración es que Dios pueda usar este libro para disipar nuestra renuencia y reavivar el interés en nuestros corazones por buscarlo con sinceridad. Que nuestra generación vea crecer el número de grandes teólogas en la iglesia hoy. Primera parte NUESTRA NECESIDAD DE CONOCER A DIOS 1 En la escuela del Rabí Jesús María aprende a los pies de Jesús LUCAS 10:38-42 LA DIFICULTAD QUE ENFRENTÉ DESDE UN PRINCIPIÓ EN MI intento de hallar una gran teóloga fue que no tenía certeza con respecto a lo que estaba buscando. Me encontraba en el mismo aprieto que las personas que en los aeropuertos portan carteles con el nombre de individuos que nunca han conocido. Pasan revista al mar de personas que bajan de un avión, buscando a su pasajero, en la espera de que con solo mirarlo lo identificarán como el dueño de aquel nombre. Mientras tanto, expectativas diversas pasan en tropel por la mente, y las esperanzas y los temores se alternan hasta que un pasajero se acerca para poner fin a las especulaciones. En un principio venían a mi mente todo tipo de imágenes acerca de lo que podría ser una gran teóloga, imágenes generadas en mis falsas concepciones de lo que implicaba serlo. Para comenzar, limité mi búsqueda a la esfera de lo académico y profesional. Sin lugar dudas, una gran teóloga debería ser una erudita, inteligente, educada y un poco intimidante a causa de su profundo conocimiento. A pesar de que probablemente nunca fuera nominada para recibir el premio como una de las Diez Mujeres Más Admiradas del Año, sin duda despertaría admiración. No porque otras mujeres desearan ser como ella sino por su impresionante curriculum académico. Yo tenía la esperanza de que con el correr del tiempo la teología, como otros campos ahora abiertos a la mujer, vería ascender a la cima a muchas mujeres y pararse codo a codo junto a gigantes de la teología como Juan Calvino y Martín Lutero. No tenía conciencia de que eso ya había sucedido, y no una vez sino muchas. Lejos de resultar inexistentes, en realidad las grandes teólogas habían aparecido con bastante frecuencia. Las mujeres que estaba a punto de descubrir cambiarían mi concepción de lo que es un teólogo. Contrariamente a mis expectativas, no se trataba de eruditas ni de intelectuales, sino de mujeres comunes: esposas, madres, mujeres solteras, jóvenes o ancianas, y pertenecientes a distintas esferas. Su legado no se halla registrado en gruesos volúmenes de teología sistemáticani escondido entre los restos maltrechos de apuntes para sermones que ellas hayan ido dejando tras sí, sino que se entreteje con las historias simples de sus vidas. Estas mujeres me han enseñado lo que es la verdadera teología. Sin temor, ellas utilizaron su capacidad intelectual para procurar un conocimiento más profundo acerca del carácter de Dios y de su manera de ser. El resultado de su esfuerzo se ha hecho visible tanto en lo cotidiano como en los momentos extraordinarios de sus vidas. Sus corazones estaban bien fundados en Dios, y recibían el valor, la sabiduría y la determinación que necesitaban para enfrentar cualquier adversidad abrumadora a partir de la certeza que tenían con respecto a que Dios estaba sentado en el trono y que él era bueno. La mayor parte de sus palabras se ha perdido o ha sido olvidada ya hace tiempo. Pero entre las pocas frases que han sobrevivido encontramos algunas de las declaraciones más elocuentes y profundas que se hayan dicho acerca del amor inmutable de Dios por su pueblo. Sus historias proporcionan pruebas convincentes acerca de que siempre han existido, y existen hoy, grandes teólogas. Más aun, estas mujeres no solo han alcanzado el alto nivel establecido por los grandes teólogos, sino que muchas veces lo han superado. Pero para mi una mujer sobresale por encima de todas. He aprendido de ella más acerca de lo que significa ser una teóloga que de cualquier otra persona, hombre o mujer. Para aquellos de nosotros que aprendemos mejor a través de lo visual, su historia resulta particularmente útil porque nos enseña como se aprecia la teología en la vida de una mujer, desde sus etapas más tempranas hasta el momento en el que emerge como teóloga madura. Era una mujer pensante que tenía hambre de Dios y no se daba por vencida aun cuando conocerlo no le resultara tan fácil. El efecto de la teología en su vida causó conmoción en aquella época y todavía hoy la gente sigue hablando de eso. Según creo, su historia ha demostrado, en términos que yo puedo entender, que conocer a Dios beneficia la vida de la mujer. Y esto me abrió los ojos para descubrir nuevas posibilidades en cuanto al ministerio. De alguna manera la necesidad que tenemos de desarrollar una teología adquiere más sentido cuando descubrimos la diferencia significativa que ha producido en otras personas. Aun más, la presencia física de Jesús en medio de esta historia nos transmite la perspectiva que él tenía con respecto a la cuestión de las mujeres en su relación con la teología y subraya la seriedad con que deberíamos enfrentar todos este tema. Pero para ser sincera, lo que más me intrigó de ella e influyó para que la prefiriera por sobre todas las demás fue el hecho de que no se trata simplemente de una más entre las muchas grandes teólogas. A medida que estudiaba su vida para descubrir el tipo de teóloga que era, quedé sorprendida, y no poco gratificada, al darme cuenta de que no había descubierto simplemente otra gran teóloga. Ella es, y de eso estoy completamente convencida, además la primera gran teóloga del Nuevo Testamento. La conocemos como María de Betania. LA HISTORIA DE MARÍA NO IMPORTA CUANTAS VECES hayamos oído la historia de María, nunca parece cansarnos. Tiene una especie de atractivo universal para las mujeres, lo que le permite evitar el desgaste que sufren muchas otras historias. Aun aquellas mujeres que no se identifican con María sino que se parecen más a su hermana Marta se sienten atraídas por ella y admiran su decisión de no dejar pasar la oportunidad de sentarse para escuchar a Jesús. Cualquiera de nosotras hubiera querido ocupar su lugar en ese momento específico. Aunque distaba mucho de ser perfecta, María sabía escuchar, tenía capacidad pensante y aprendía bien, pero por sobre todo, era una amiga de Jesús. Generalmente la recordamos por haber evadido sus responsabilidades en la cocina y haber salido airosa de la situación. Nos deleitamos en el dulce momento de su vindicación, cuando Jesús se negó a enviarla de regreso a la cocina, lugar en el que, según Marta, debía estar. En muchos sentidos hemos resultado beneficiarias directas de su acción. Cuando María se adelantó para sentarse a los pies de Jesús y luego se arrodilló para ungirlo, una barrera cayó, y a partir de eso tuvimos libertad para colocarnos junto con ella a los pies de Jesús, a fin de escuchar y aprender sin miedo a ser reprendidas o a que se nos sugiera que ese no es nuestro lugar. Su historia, que los autores de los Evangelios nos transmiten en tres escenas cargadas de emoción, tiene que ver con el contenido central de la vida: situaciones de fuerte dramatismo en las que cada episodio está marcado por una controversia que se centra en la interacción entre Jesús y María. Cada escena se nos presenta como una historia individual, compacta, completa y significativa. Pero al colocar los tres sucesos uno a continuación del otro y examinarlos en secuencia, descubrimos una sola historia, en la que se revela una profundidad de relación entre María y Cristo que nunca antes habíamos percibido. También se pueden notar ciertas similitudes sorprendentes entre las tres escenas y la fuerte dinámica que entrelaza un episodio con el otro. En cada una de las tres ocasiones, María está a los pies de Jesús: en la primera para escuchar, aprender y reflexionar; en la segunda, manifestando tristeza y confusión a causa de la muerte prematura de su hermano; y en la última, para ungirlo para la sepultura. Siempre la encontramos en problemas, dos veces por acciones suyas que otros consideran irresponsables e inapropiadas, y una porque se siente defraudada por Jesús. Aunque emite pocas palabras, siempre la encontramos pensando, reflexionando. Lucha por entender las enseñanzas de Cristo y por tratar de captar quien es él. Procura llenar los espacios que quedan entre sus palabras y aquellas acciones que la dejan perpleja. En última instancia, lo que busca son maneras de vivir en la práctica lo que ha aprendido. Quienes la rodean como espectadores (su hermana, los vecinos y las amistades, y finalmente Judas y los otros discípulos) se sienten movidos a la acción por un sentido de desaprobación que va surgiendo en ellos mientras observaban a Jesús y a María. Cuando ya no pueden contener su frustración, estallan en palabras de crítica, llenas de desilusión, en especial hacia Jesús. Sus palabras nos harían sentir incómodos, pero Jesús se mantiene inmutable. En un análisis superficial, parecería que él reacciona ante la complicada situación que las palabras de ellos han creado en vez de tomar algún curso de acción. Pero en realidad él está completamente en el control de las cosas y con mucha habilidad utiliza cada situación para llevar a sus seguidores a conocerlo mejor. Jamás nadie está preparado para lo que Jesús hará el siguiente momento. Sus palabras y acciones invariablemente introducen un elemento de sorpresa que incomoda a los espectadores mientras él defiende con decisión las acciones poco ortodoxas de María y arranca a su hermano de las terribles garras de la muerte. En cada caso, Jesús, en su negativa a dejarse gobernar por la opinión de los espectadores o sentirse limitado por la falsa concepción que ellos tienen de lo que es apropiado, imprime a las circunstancias un curso firme, en coincidencia con su misión. En cada encuentro sucesivo, Jesús atrae a María (y a los otros que desean acercarse) a una relación más profunda con él. En este proceso, la comprensión de María con respecto a Jesús (o sea, su teología) es puesta a prueba, redefinida, profundizada, y vivida. Su fe se fortalece mientras va aprendiendo más de él. Aunque la historia de María puede aplicarse a todo cristiano, encierra, sin embargo, un mensaje muy claro con respecto a una necesidad imperiosa de cada mujer: conocer mejor a Dios. La historia de María es el lugar perfecto para empezar nuestra búsqueda de una relación más profunda con Dios. UNA SIMPLE PRINCIPIANTE LUCAS NOS TRANSMITE la primera imagen de María en el pequeño pueblo de Betania, en Judea.Ella se encuentra en casa con sus hermanos Marta y Lázaro. Se trata de una escena muy animada. Jesús y sus discípulos acaban de llegar al pueblo y han recibido una calurosa bienvenido en la casa de sus queridos hermanos. La hospitalidad es lo prioritario en ese momento, y Marta, junto con María, se volcan completamente a las tareas que implica ese privilegio excepcional de servir una cena a Jesús y a sus discípulos. Ante un desafío tan tremendo, ni la famosa Martha Stewart hubiera superado a esta antigua predecesora suya, que no escatimó ningún esfuerzo para honrar a Jesús y asegurarse de que estuviera cómodo mientras permaneciera bajo su techo. Ante esta visita, Marta percibe que se trata de una oportunidad extraordinaria para ministrar a su Señor. María ve algo muy diferente. En algún momento de toda esta febril actividad, se produce un cambio inesperado que por un rato pasa desapercibido para Marta. Su fiel asistente se retira de la actividad de la cocina subrepticiamente y cambia su delantal por la oportunidad de escuchar y aprender de Jesús. Y aquí es donde la encontramos: a los pies de Jesús, escuchando en silencio y profundamente absorta en sus pensamientos. Los ruidos y el aroma de la cocina, donde su hermana prepara con todo esmero la comida, no consiguen distraerla ni apartar su atención de Jesús. María permanece ajena a la tormenta que se está gestando. De las tres instantáneas que tenemos de María, es en esta que la mayoría de las personas descubren a la teóloga que lleva dentro. Aquí ella aparece como la quintaesencia de la mujer pensante. ¡Tantas cosas pasan por su cabeza! Y, después de todo, ¿no es esa la esencia de la teología? Lo que con frecuencia no alcanzamos a descubrir, es que si consideramos esta escena en forma aislada, el episodio nos transmite una impresión errada de lo que es un teólogo, es decir, todo mente y muy poco corazón. Nada más alejado de la verdad, como lo demostrará María poco después. Ni una sola palabra de lo que Jesús hable será desperdiciada; todo lo que ella aprenda le será útil, ciertamente indispensable, cuando la conversación haya llegado a su fin y ella continué con sus actividades habituales. Además, cometemos una terrible injusticia con María si concluimos que ella solo aparece como una mujer pensante en esta escena. Por el contrario, cada vez que los Evangelios la muestran, podemos verla como una mujer pensante, una verdadera teóloga en acción. Sin embargo, aquí todavía no es una teóloga desarrollada en su totalidad. Este encuentro con Jesús marca solo el comienzo. Nos hallamos frente a una María en su etapa más temprana de desarrollo, en el momento que comienza a considerar con seriedad su relación con Jesús y a buscar una comprensión más profunda acerca de él. Saldrá muy beneficiada de este primer encuentro. Sin embargo, no alcanzará la madurez hasta que haya tenido el suficiente tiempo como para lidiar con lo que está oyendo ahora, hasta que haya puesto a prueba esas palabras a través del fuego de la tragedia personal, hasta que haya aprendido que él es digno de su confianza. Pero, por el momento, lo mejor es dejar de lado otros temas importantes para escuchar lo que él dice con atención. LA TEOLOGÍA TIENE QUE VER CON UNA RELACIÓN ALGUNOS TAL VEZ DIGAN que afirmar que Jesús le está enseñando «teología» a María es llevar las cosas demasiado lejos. Con seguridad, no se habla aquí de nada tan aburrido y pesado como la teología. Nuestra imagen mental de María absorbiendo con ansiedad cada palabra y disfrutando durante todo el proceso disipa semejante idea. Además, es solo una mujer. Nunca alcanzará el nivel de un apóstol o de un gran maestro, así que ¿para qué necesitaría de la teología? Para responder a esta pregunta, tenemos que volvernos hacia la figura central de esta historia. Aunque no aparece aquí lo que Jesús le dice a María, nadie confundiría esta con una conversación ordinaria o una simple charla. Jesús es un rabí, un maestro de religión. Al sentarse a sus pies, María asume la postura de un discípulo, de un estudiante, listo a recibir sus enseñanzas y a aprender. Pero Jesús no es un rabí cualquiera. Él es Dios en carne. Él encarna el mensaje que presenta. Es la mejor palabra de Dios al mundo y la última que ha sido enviada. Cuando María se sienta, se encuentra cara a cara con su Creador, el dador de la vida y quien la define, el único vínculo verdadero entre Dios y ella. Sin Jesús, nunca llegará a conocer ni a entender a Dios, ni podrá conocerse a sí misma. Además de esto, cuando consideramos el registro de otras conversaciones de Jesús, enseguida descubrimos que lo que él dice siempre es teología. Lo que él desea más que nada es que sus seguidores conozcan a su Padre, y la ruta más corta para conocer al Padre, es conocer al Hijo. Por extraño que parezca, Jesús habla de sí mismo. Jesús es el tema de sus enseñanzas. Del mismo modo en que les enseña a sus discípulos varones, él le enseña a María quién es y qué ha venido a hacer, y le habla acerca de aquel que lo ha enviado. Ella escucha, no solo para informarse acerca de los últimos tópicos que circulan por Judea, sino para conocer a Jesús mismo. Él ya la conoce, y más profundamente de lo que ella misma se conoce. Esta se convierte en una oportunidad muy valiosa para conocerlo. La conversación marca el comienzo de una relación que Jesús desea y que María necesita desesperadamente. Esto nos recuerda una realidad que con frecuencia olvidamos: la teología es una relación, nuestra relación con Dios. En alguna parte del camino se nos ha olvidado acerca de quién trata la teología. María tiene una ventaja sobre nosotros, le es más difícil olvidar ya que existe un rostro asociado con las palabras. Le resulta imposible separar las ideas de la persona. A los cristianos de hoy en día, les es más fácil olvidar que el foco central de toda teología es una persona. Si no tenemos cuidado, con mucha facilidad, Dios puede ser eclipsado detrás de una voluminosa montaña de ideas y conceptos sesudos a los que llamamos teología. Ciertas definiciones técnicas, que describen la teología como «el estudio de Dios»1, «la ciencia de Dios», o la «reina de las ciencias», contribuyen a crear este problema. A veces estas definiciones carentes de vida nos llevan a pensar que Dios es solo información que se puede guardar en una base de datos o un objeto que puede ser examinado a través de un microscopio. En cambio, la imagen de la teología que María y Jesús nos transmiten tiene que ver con la vida real y refleja la calidez atractiva de una relación. Resulta interesante que la palabra más frecuentemente usada en la Biblia para referirse a la teología es el término conocer que implica algún tipo de relación. Moisés la utilizó para expresar su deseo de lograr una relación íntima con Dios cuando oraba, «Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca» (Éx 33:13, versión Reina Valera, énfasis añadido). David describió los beneficios de este tipo de relación cuando cantó: «En ti confían los que conocen tu nombre [o tu carácter]» (Sal 9:10a, énfasis agregado). La palabra hebrea utilizada en este caso es la misma usada en otros lugares para describir la relación tierna e íntima que existe entre un esposo y su esposa. Por ejemplo, se dice que Adán conoció a su esposa Eva, y esto implica tanto conocimiento como intimidad. El mayor deseo de Jesús con respecto a sus seguidores, fueran hombres o mujeres, era que llegaran a disfrutar este tipo de relación íntima con Dios. No resulta exagerado decir que la misión de Jesús era convertirnos a todos en grandes teólogos. Lo dio a entender cuando declaró: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Juan 10:10b), y después lo explicó así: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado» (Juan 17:3, énfasis añadido). Como si esto no fuera suficiente, la teología toda está impregnada de un lenguaje que implica relación. Ciertostérminos teológicos como gracia, misericordia, fe, amor, esperanza y gozo son esencialmente de un cariz relacional. Su significado real no se puede entender fuera del contexto de una relación personal con Dios. Es solo dentro de esta relación que descubrimos el propósito final con el que fuimos creados: «El encuentro y casamiento entre nosotros y Dios ... la esperanza más alta, santa y gozosa que puede tener el corazón humano, aquello que todos anhelamos, buscamos y deseamos desde nuestro nacimiento».2 UN PODEROSO DEFENSOR DE LAS MUJERES A MENUDO ME PREGUNTO cómo logró María llegar hasta Jesús. Sin duda, no era fácil salir de la cocina y ocupar el lugar de un discípulo. Su camino se debe haber visto obstaculizado por todo tipo de presiones y de viejas costumbres. ¿Se lo habrá facilitado Jesús invitándola a suspender momentáneamente los quehaceres de la cocina y acercarse? ¿O se habrá tratado de un acto involuntario de parte de ella en el que se dejó llevar por la curiosidad, y antes de darse cuenta, ya había dejado atrás la cocina y se había pasado de la raya? Tal vez fue una elección consciente y premeditada aquella que la movió, un momento sorprendente en el que finalmente se rindió al deseo de su corazón de conocer y escuchar a Jesús con la misma libertad con que podía hacerlo su hermano. No sabemos a ciencia cierta qué la impulsó ni qué pensamientos pasaron por su cabeza cuando se decidió a salir de su zona de comodidad. Cuando nosotros entramos en el cuadro, ya todo estaba hecho, así que solo nos queda preguntarnos cómo pasó. Una mujer de la India, que conocí en Inglaterra, me llevó a intentar una interpretación distinta de lo que María había hecho. Fátima y su esposo eran musulmanes fundamentalistas que estaban en Oxford completando sus estudios para un doctorado en la universidad. Pronto descubrí que Fátima tenía dos modos de ser. Cuando estaba con otras mujeres, era alegre, sociable, y a veces hasta extrovertida. Pero, cuando la compañía era mixta, se retraía y se volvía cautelosa. Su retracción hasta mostraba una dimensión física. Cuando ponía un pie fuera de su casa, aun para algo tan rutinario como llamar a sus hijos y pedirles que dejaran sus juegos y entraran, se tapaba de pies a cabeza, para escudarse de las miradas impropias de los ojos masculinos. Había redistribuido su apartamento en el edificio de estudiantes para poder mantenerse aislada en la sala junto con sus dos pequeños hijos cuando su esposo invitaba estudiantes o colegas del sexo masculino. Mientras los hombres conversaban, a ella se le permitía servirles comida y bebidas en silencio, pero se esperaba que luego regresara inmediatamente a su lugar en la casa. Ella conocía su lugar, y hubiera resultado extremadamente temerario e impensable que se decidiera a sentarse entre ellos, aunque solo fuera para escuchar. Jamás se hubiera atrevido. María era diferente. Su necesidad de conocer a Jesús era mayor que el nudo que tenía en el estómago y que el temor paralizante por lo que otros pudieran pensar o decir. Ya no se sentía satisfecha con las migajas y los trocitos de lo que alcanzaba a oír mientras andaba en sus quehaceres. Tampoco con la información de segunda mano que recibía de su hermano y de otros que conocían a Jesús personalmente. Ella tenía que conocerlo por sí misma. Afortunadamente sus temores pronto quedaron atrás, al menos por el momento. Fue un gran alivio que nadie pronunciara una palabra de reprensión o intentara sacarla. Ni siquiera Jesús, cuya reprensión le hubiera dolido muchísimo, se mostró frió o deseoso de apartarla de allí, sino que fue cálidamente acogedor, lo que sugería que ella no estaba ocupando un lugar que no le correspondía, sino por el contrario. Lucas, el meticuloso historiador, a quién muy raramente se le hubiera pasado por alto un traspié, registra el suceso sin dar señales de desaprobación, como si ella hubiera actuado de la manera más natural y apropiada. Este es un momento de tremenda significación para las mujeres. Ya no estamos confinadas a la cocina, y somos alentadas, nada menos que por Jesús mismo, a estudiar y aprender más acerca de él abierta y activamente. El apóstol Pablo continúa el tema cuando insta: «La mujer debe aprender con serenidad, con toda sumisión» (1 Ti 2:11, énfasis agregado). Se trata de un claro llamado a seguir los valerosos pasos de María. Y Jesús reafirma que nuestro lugar está entre los discípulos, lo que no es una cuestión menor. Por algo nos gusta oír la historia de María una y otra vez. UN LLAMADO A TODAS LAS MUJERES SI LA HISTORIA TERMINARÍA AQUÍ, podríamos suponer que tal vez Jesús estaba abriendo una puerta para que María y otras mujeres como ella se animaran a encarar estudios avanzados, si es que tenían esa inclinación. Una posibilidad que será muy bien acogida por las mujeres, ¿verdad? Al menos por algunas. Sin embargo, cuando Marta aparece en escena para cuestionar lo que su hermana ha hecho, el significado de las palabras de Jesús trasciende a la situación de María en un intento por incluir también a su hermana, tan distraída en su quehaceres. Resulta irónico que sea una mujer la que finalmente se pronuncia en contra de lo que está sucediendo. Para ser justos con Marta, debemos señalar que ella no critica a María por aprender. Más bien se queja de que su hermana haya confundido sus prioridades y cometido una injusticia al dejarla preparar sola la cena. Cualquiera que haya preparado una cena para invitados importantes comprenderá la irritación de Marta. Resulta poco razonable pensar que ella pueda prepararlo todo sin la ayuda de María. Pero la queja de Marta complica el tema, y las mujeres, a pesar de la admiración universal que sentimos por María, empezamos a polarizarnos en los dos grupos representados por las hermanas divididas. Aquellas que comparten con María la pasión por aprender aplauden sus acciones y no pueden imaginar la posibilidad de retraerse de este privilegio recién adquirido para regresar a la cocina. Otras, en cambio, sienten afinidad con la frustración de Marta y se identifican con su dedicación al ministerio. Se ha producido una brecha grande de separación entre los dos grupos, causada por los distintos temperamentos e inclinaciones; y han llegado a ser como el agua y el aceite, u otros elementos que no se mezclan. Esta dualidad es inaceptable para Jesús, que con unas pocas palabras firmes y a la vez amables establece un puente entre los dos y nos insta a volver a tener un propósito común. Los dos grupos de mujeres tienen algo importante que aprender de él, porque ambos pueden caer en la trampa de producir un divorcio entre la teología y la vida. Jesús quiere llamar la atención de Marta hacía ese error. Pero si María con esto piensa siquiera por un segundo que él la está excusando de servir o de asumir su compromiso con respecto a otros, se equivoca. Sus palabras están dirigidas tanto a las mujeres que aman la teología como a aquellas a las que no les gusta. Se podría especular que como el tema de discusión es su cena, Jesús estará del lado de Marta. Sin embargo, él toma una postura muy diferente. Ninguna de las dos hermanas puede prever su respuesta. En lugar de enviar a María de regreso a la cocina, Jesús la defiende y con amabilidad le insinúa a Marta que debería unirse a su hermana y escucharlo por un rato. La cena puede esperar. En ese momento ninguna de las dos mujeres pertenece a la cocina. Hay asuntos más importantes que atender. Jesús no solo está mediando en un conflicto entre hermanas. Tampoco podemos, de manera simplista, señalar que la discusión se debe a diferencias de personalidad o de temperamentos. Lo que está en juego trasciende aun a algunos temas tan vitales como la educación femenina o el lugar que deben ocupar las mujeres entre los discípulos, temas a favor de los cuales aboga Jesús con firmeza a través de sus acciones aquí. Algo mucho más serio subyace bajo este comentario de Jesús. Al considerar la situación, nosotros tenemos solo una teóloga en la mira. Pero Jesús ve dos. Al defender aMaría, Jesús les transmite un claro mensaje a las dos mujeres, con la intención final de que llegue a nuestros oídos. No es que la cena deba cancelarse o que el esfuerzo de Marta en la cocina no sea importante, sino que ambas mujeres tienen la misma necesidad intensa: conocerlo mejor a él. Esta necesidad sobrepasa a cualquier otra cosa que pudiera demandar su atención y tiene enormes implicaciones prácticas, como ellas pronto van a descubrirlo. Más que simplemente conceder a las mujeres su permiso para aprender como discípulas, Jesús nos está convocando a María, a Marta y al resto de nosotras a hacer del conocimiento de Dios nuestra más alta prioridad. Este llamado está en línea con la práctica frecuente de Jesús de desafiar a las mujeres a pensar en Dios con mayor profundidad. El hecho de que haya ministrado a las mujeres acaba con la idea de que las mujeres y la teología no son compatibles. Él quiere que tanto las mujeres como los hombres conozcan a Dios y toma recaudos extraordinarios para asegurarse de que las mujeres escuchen y entiendan la teología. Su actitud nos debería hacer pensar cuando descartamos la teología como si fuese algo irrelevante e inútil para la vida de la mujer. Él no solo enseña en sitios donde las mujeres pueden escuchar desde un lugar considerado discreto y conveniente, sino que definitivamente rompe con las convenciones de sus días que excluyen a las mujeres de la posibilidad de recibir instrucción sobre la Ley y les enseña abierta e individualmente acerca de los mismos temas que les enseña a sus discípulos varones.3 Cuando Jesús se dirige a las multitudes, emplea metáforas tomadas de experiencias propias de la mujer para despertar interés. Visita lugares donde frecuentemente se reúnen mujeres. Junto a un pozo interesa a la mujer samaritana en un tema de conversación teológico muy serio al hablarle del agua viva. Y en la casa en Betania, habla durante un largo tiempo con María, a pesar de las tareas domésticas que ella tiene pendientes y de las presiones que intenta ejercer su hermana. Cada nuevo encuentro entre Jesús y las mujeres de ese tiempo deja más en claro que «la piedra fundamental de la actitud de Jesús con respecto a las mujeres era su visión de ellas como personas, a quienes y por quienes él había venido. Él nos las percibía primariamente en términos de su sexo, edad o estatus matrimonial, sino que parece haberlas considerado en términos de la relación que tenían (o no) con Dios».4 Encuentro útil indagar con mayor profundidad y preguntar por qué Jesús le daba tanta importancia a esto. ¿Por qué dio pasos tan concretos con el fin de incluir a las mujeres? La respuesta más simple a esta pregunta, y que guarda relación con todo el resto de sus acciones, es que Jesús les enseñó teología a las mujeres porque sabía que la necesitaban. María y Marta pronto iban a descubrir lo tremendamente práctico que había sido Jesús al llamarlas a dejar todo y concentrar su atención en conocerlo a él. En un futuro muy próximo, dos muertes sacudirían el mundo de ellas hasta sus cimientos. Lázaro, su hermano, sucumbiría inesperadamente a una enfermedad después de que Jesús les fallara al no llegar a tiempo para ayudarlo. Poco después, Jesús sufriría una muerte brutal en manos de sus enemigos. Estas muertes arrojarían una sombra tenebrosa sobre el carácter de Jesús. Él sabía que un conocimiento superficial acerca de él no les permitiría estar bien preparadas para soportar golpes tan devastadores. Para poder resistir firmes, necesitaban conocerlo bien. Resulta interesante que la preocupación de Jesús por ellas sea similar a la preocupación que expresamos nosotros a nuestros hijos cuando les advertimos acerca de hablar con extraños. No intentamos enseñarles a nuestros niños que todos las personas extrañas son malas y que les harán daño, sino que no pueden confiar en alguien que no conocen. Somos llamados a confiar en un Dios al que no podemos ver y a veces no entendemos. Y esto resulta infinitamente más difícil cuando estamos conformes con lo que ya conocemos acerca de él, o cuando tenemos concepciones erróneas y superficiales acerca de su carácter. María y Marta podrían haber dejado pasar la oportunidad de volverse mujeres pensantes aquí, en medio de la calma antes de la tormenta. Pero, cuando la crisis llegó, ya no tenían otra opción. Sucede lo mismo con todas nosotras. Sea que nos consideremos Marías o Martas, cuando alguna crisis inesperada nos sorprende y sentimos que nos arrancan de golpe la alfombra que está debajo de nuestros pies, todas nos volvemos mujeres pensantes. No podemos dejar de pensar. Nuestras mentes se ven inundadas por preguntas perturbadoras con respecto a la teología, que no nos dejan en paz: ¿Es bueno Dios? ¿En verdad se preocupa por mí? Si de veras lo hace, ¿entonces por qué permite que esto me suceda? ¿Por qué no hace algo por detenerlo? Todos hemos tenido pensamientos como estos en un momento u otro. Muy pronto María y Marta los tendrían también. El tiempo que habían pasado conociendo más a Jesús más tarde las fortalecería para enfrentar los difíciles días que vendrían. El conocimiento de su carácter pondría en sus manos una brújula confiable cuando la tormenta las azotara y la vida se convirtiera en algo borroso y lleno de desorientación. Nada las libraría de confusión y angustia en medio de la dura experiencia que les esperaba. Pero ellas podrían capear la tormenta de manera diferente si conocían a aquel que las estaba guiando a través del temporal. NECESITAMOS SUPERAR NUESTRA RENUENCIA NOSOTRAS ENFRENTAMOS LA MISMA DISYUNTIVA que Marta. Podemos restarle importancia a las palabras de Jesús y todo lo que implican, en especial cuando nuestro tiempo es limitado y nos sentimos presionadas por muchas otras demandas. O podemos asumir nuestra necesidad y comenzar a ocuparnos de intentar conocer mejor a Dios. Sea lo que sea, lo que decidamos, no podemos olvidar quién es el que nos pone por delante este desafío, ni ignorar la profundidad de su preocupación por nosotros. La cuestión real no es si decidimos convertirnos en pensadoras o en hacedoras. Somos llamadas a ser ambas cosas. Pero nos volveremos mejores en ambas esferas si atendemos el llamado de Cristo a ahondar más profundamente en el corazón de Dios. Esto nunca implica colocarnos al margen de la vida para dedicarnos a algo abstracto e inútil; más bien significa sumergirnos profundamente en la misma esencia de la vida. Para esto fuimos hechas, y solo cuando crecemos en nuestra comprensión de Dios satisfacemos el anhelo más profundo de nuestros corazones y encontramos el sentido que estamos buscando. Pero es más que eso aun; necesitamos conocerlo a él. María y Marta aprendieron por un camino difícil, y muchas veces nosotros también aprendemos de esta manera. Si mis luchas me han enseñado algo, es que mi más grande necesidad es conocer mejor a Dios, y que no estoy sola. Para ser clara, la vida resulta demasiado agobiante a veces como para pensar que podemos manejarlo todo solos, sin conocer al que gobierna los vientos y las olas que golpean nuestra pequeña barca. Nos pedimos demasiado a nosotros mismos cuando tratamos de confiar en un extraño. El descuidar nuestra necesidad de conocerlo a él mejor es, como el Dr. Packer tan sabiamente lo señala: «Sentenciarnos a nosotros mismos a tropezar y andar equivocadamente por la vida, con los ojos vendados, sin un sentido de dirección y sin saber qué es lo que nos rodea»5. Nos hacemos daño cuando nos encogemos de hombros y nos alejamos de él. Es tiempo de poner manos a la obra. Hay mucho por hacer y mucho más por aprender. Ni toda nuestra vida resultaría suficiente como para conocer a Dios a plenitud. Sin embargo, nuestros más mínimos esfuerzos serán ricamente recompensados, porque «el tiempo que nos toma cavar profundamente dentro el corazón de Dios muchas veces recibe como recompensa encontrar una veta de oro o un pozo de petróleo. El esfuerzo es recompensado con un gozo y un poder que van más allá de nuestras expectativas»6. Si todavía nos movemos